LA FLOR DEL CAPITÁN: CAPÍTULO FINAL


A la mañana siguiente, Sakura despertó al oír el rugido del viento. Fuertes ráfagas empujaban a unas nubes espesas y grises que surcaban el firmamento veloces, y una luz amarillenta envolvía la tierra. La lluvia caía con moderación, pero las gotas golpeaban con fuerza los cristales, empujadas por el temporal. Se avecinaba una tormenta.

El día transcurrió lentamente y la lluvia causó estragos en sus nervios. Eriol, calado hasta los huesos, entró varias veces en el dormitorio sin noticias de Lulú. Aunque ninguno de los dos lo admitió, estaban perdiendo la esperanza de encontrar a la chica con vida.

Era ya tarde cuando Sakura, incapaz de permanecer sentada en Harthaven y deseando ayudar a su esposo, se atavió con su equipo de montar y una capa con capucha. Descendió por las escaleras sin hacer ruido. Temía que Hatti la sorprendiera. Si la obstinada anciana de color la descubría intentando salir en medio de la tormenta, la detendría. Y sabía que James, el mozo de cuadra, también se opondría a ensillar a Bella Dama.

Al final consiguió escapar y se dirigió a los establos, donde James estaba poniendo heno fresco en el suelo de las caballerizas. Al abrir la puerta, el hombre se sobresaltó y la miró mientras la joven luchaba contra el viento para no salir despedida. Dejó caer la horquilla al suelo y corrió en su ayuda.

—¿Qué hace saliendo con este tiempo, señora Lee? —inquirió el hombre —. Debería estar en la casa, alejada de este vendaval. —

—Quiero sacar a Bella Dama, James —repuso Sakura—. ¿Puedes ensillarla? Ya he montado otras veces bajo la lluvia, así que no te preocupes. —

—Pero, señora Lee, se avecina una tormenta —protestó James—. Cuando se pone así, las contraventanas salen volando y los árboles caen. No es seguro. El señor Lee me despellejará vivo si se entera que ensillé el caballo con éste tiempo. —

—Yo no se lo voy a decir, James —respondió obstinada—. Si lo averigua, le diré que te obligué a hacerlo. Ahora apresúrate a ensillar a Bella Dama. Tenemos que encontrar a Lulú para que pueda decirle a Townsend que el señor Lee no asesinó a la señorita Meiling. —

James la miró asustado, como si fuera a añadir algo, pero permaneció en silencio, con expresión de preocupación.

—Si no la ensillas, James, me la llevaré así —sentenció.

El mozo salió sacudiendo la cabeza. A Sakura le pareció que habían transcurrido horas hasta que Bella Dama estuvo lista. James comprobó la cincha por quinta vez.

—Señora Lee, puede que esté inquieta por la tormenta —la previno. Su expresión evidenciaba su preocupación.

—Oh, calla, James —ordenó—. Tengo que irme. —

Él cedió a regañadientes y la ayudó a montar. Pero todavía sostenía la brida, muerto de miedo. Sus labios empezaron a temblar y Sakura pensó que aún podría impedirle la salida. Al final, le entregó las riendas y se volvió para abrir las puertas del establo. La joven espoleó al caballo y se adentró en la tormenta. Tuvo la sensación de estar entrando en otro mundo. El viento, la lluvia y los relámpagos se unían formando un pandemónium. Bella Dama se detuvo y resopló, pero la muchacha volvió a espolearlo para que continuara. El viento azotó su capa y la lluvia la empapó en un abrir y cerrar de ojos. Los rayos desgarraron el cielo secundados por el fragor de los truenos.

Sakura se volvió y divisó por encima del hombro a James envuelto en la tormenta, obervándola alejarse. Durante una milésima de segundo estuvo tentada a regresar y apaciguar los temores del criado... y los suyos propios. No podía negar que estaba asustada. Pero la idea se desvaneció rápidamente. Hubiera podido permanecer esperando en casa, pero la vida de Syaoran dependía de Lulú y ¿qué mejor lugar para resguardarse de la tormenta que la casa desierta de su antigua señora?

Se adentró en el bosque al galope, donde las ramas la azotaron y arañaron. Los árboles se mecían decididos a arrojarla del caballo al tiempo que el viento rugía con rabia. La yegua resbaló y se zarandeó de un lado a otro del camino embarrado, cortándose las patas con la maleza. Sakura tuvo que concentrarse para no resbalar y, desesperada, agarró las riendas con fuerza y hundió la cabeza en la crin de Bella Dama. El trayecto se convirtió en una batalla en la que caballo y jinete se enfrentaron al viento y a la lluvia, al bosque y al barro.

De pronto el viento amainó y la lluvia dejó de golpear la espalda de Sakura. La joven se dió cuenta de que el caballo se había detenido, extenuado. Alzó la cabeza y vio que estaban al abrigo de la mansión de Oakley. La casa solariega surgía amenazadora en la tormenta, iluminada débilmente por el día gris y deprimente. Se apeó, con piernas temblorosas, y se apoyó en el animal sudoroso hasta recuperar las fuerzas.

Empujada por la esperanza y el miedo, cruzó el pórtico y se adentró en la inquietante estructura. Cerró la puerta al vendaval y contempló a su alrededor. Luego se desprendió de las botas embarradas y la capa empapada. Parecía que la casa se inclinaba empujada por la ventisca, sus ráfagas colándose por las grietas de las contraventanas, agitando las cortinas y colgaduras, haciendo vibrar los cristales. El suelo crujía bajo sus pisadas, las paredes se quejaban y los guijarros revoloteaban en el tejado.

En cada habitación se proyectaban sombras que se movían lentamente y, de las entrañas del caserón azotado por el temporal, se oían chirridos y portazos. La mansión parecía estar molesta con la intrusa, pero el objetivo de Sakura era mucho más importante que su aprensión. Tenía que asegurarse de que Lulú no estaba escondida en algún rincón.

La llamó, pero nadie respondió. Buscó en todas las estancias con una minuciosidad nacida de la desesperación. Las habitaciones del primer piso estaban oscuras. Las cortinas estaban echadas sin dejar que la luz se filtrara a través de ellas. Continuó su búsqueda, escudriñando todos los lugares lo suficientemente amplios para esconder a una persona. Descorrió las cortinas y abrió las puertas. La actividad la hizo entrar en calor y alejar el frío que albergaban sus huesos.

Subió corriendo por las escaleras con las faldas por encima de las rodillas, con unos modales impropios de una dama, y continuó rastreando el segundo piso. En él, parecía que la tormenta estaba todavía más cerca. Las corrientes de aire eran heladas y la lluvia golpeaba con fuerza el tejado. Las contraventanas se cerraban de golpe empujadas por las ramas de los árboles. Irrumpió en todas las habitaciones, mirando debajo de las camas.

Su búsqueda resultó infructuosa. La entrada al desván era una pequeña trampilla en el techo, inalcanzable sin escaleras. Regresó al primer piso y, al percatarse de que no había comprobado el salón, entró en él.

Sakura se quedó helada. El cortinaje había sido arrancado de las ventanas y había una silla rota en el suelo. Una mesa con solo tres patas se balanceaba frente a la chimenea. Sobre el escritorio no había nada; papeles, plumas y tintero estaban desparramados sobre la alfombra que había debajo. Varios libros habían caído de la librería y los que todavía permanecían en ella, estaban muy desordenados. Habían revuelto la sala como si hubieran estado buscando un objeto de suma importancia.

Aunque no había razón para creer que no hubiese sido hallado, Sakura empezó a investigar cada rincón como solo una mujer es capaz de hacerlo. No tenía la menor idea de lo que buscaba. Únicamente intuía que podía haber algo.

Rastreó con los ojos la alfombra y la superficie de cada mueble. Arregló los objetos y comprobó cada recoveco. La mampara de la chimenea estaba ligeramente ladeada y su acusado sentido de la pulcritud, la llevó a enderezarla. Al hacerlo, un extraño centelleo llamó su atención. El objeto estaba alojado en una grieta, entre dos ladrillos, en el suelo de la chimenea. Se agachó y se quedó boquiabierta.

Era uno de los pendientes de diamantes de Ieran Lee, sus pendientes, del par que le había entregado a Hint. Lo recogió y lo contempló incrédula.

En la nota que Meiling había enviado a Syaoran afirmaba tener una información que debía contarle. ¿Y qué otro secreto podía haber descubierto que no fuera lo de William Court? No había otro, se dijo.

Pero ¿por qué Hint se lo había revelado? Seguro que se había dado cuenta de que Syaoran no iba a permitir que continuara chantajeándola a cambio de su silencio. Si Meiling se hubiera enterado de lo de la muerte de William, habría hecho todo lo posible para contárselo a Syaoran por despecho. Entonces ¿por qué el señor Hint se lo había contado a Meiling? ¿Por qué le había dado los pendientes? ¿Por qué razón había puesto en peligro su fortuna mediante un acto tan estúpido? ¿Se había enamorado de la mujer y pensaba sobornarla con esas baratijas? ¿Ese horrible hombre? Meiling se hubiera burlado de él en su cara.

Pero ¿era eso? ¿La había asesinado por haberse burlado de él o para asegurar su silencio? ¿Poseía la fuerza suficiente para romperle el cuello?

Syaoran podía hacerlo, lo sabía, pero ¿tenía ese hombre, que era la mitad que su esposo, la fuerza suficiente para llevar a cabo ese acto?

—Vaya, pero si es mi buena amiga, la señora Lee —dijo una voz.

Sakura se volvió, alarmada. No había duda de a quién pertenecía esa voz estridente. El pánico la paralizó. Hint, arañado y magullado, la miraba con una sonrisa en el rostro.

—Veo que ha encontrado el pendiente —observó.

Ella asintió con cautela.

—En la chimenea —dijo él entre risas—. No pensé en ese lugar. Dios la bendiga por haberlo hallado por mí. Creí que nunca lo encontraría. —

—Le... —Sakura se atragantó, y empezó de nuevo—. ¿Le dio los pendientes a Meiling? —

—Bueno... no exactamente —explicó Hint—. Se los mostré y le prometí una vida desahogada conmigo. —Su rostro se desfiguró en una mueca—. Cuando los vio, supo que eran suyos. No paró hasta descubrir por qué los tenía yo. Entonces, cuando le expliqué lo del pobre Willy, sus ojos brillaron extrañamente y me los arrebató y juró venganza. Se volvió loca. Al principio me costó entenderla. Estaba fuera de sus casillas, tan pronto reía como lloraba. Todo el rato gritando que se iba a vengar de usted. Juró que la vería colgada. Tuve que golpearla para que volviera en sí. Con una frialdad espeluznante me contó lo que le haría. Le dije que estaba siendo una estúpida, que podría vengarse con el dinero que usted me iba a dar. Yo sabía que cuando su marido se enterara de lo del chantaje, ya no habría más joyas, sabe, y que incluso podría matarme para mantener mi boca cerrada. Pero no quiso escucharme. Quería verla colgada del cuello, pero primero deseaba contárselo a su esposo y ver cómo suplicaba por su vida. Envió a Lulú a buscarlo con la nota. La chica me vio alterado y huyó con la nota mientras Meiling y yo discutíamos. Traté de hacerla entrar en razón y de convencerla de que podíamos ser ricos, pero me dijo que quería verla colgada. Estaba decidida a contárselo a su esposo y a mostrarle los pendientes como prueba. Se burló de mí y me llamó sapo repugnante... dijo que me había estado engañando para ver qué podía sacarme. Le hice los vestidos gratis, y me llamó cerdo, caricatura odiosa de un hombre. La amaba, de veras, y ella me insultó. —Rompió a llorar—. Me pegó dos veces cuando le dije que había copiado su vestido, el de usted, para dárselo a ella y entonces me insultó brutalmente haciéndome pedazos. No pude evitarlo. Mis manos rodearon su cuello sin saber lo que hacían. Ella se asustó y se apartó de mí escondiéndose tras las cortinas. Pero la agarré y la tiré al suelo. No sabía que poseía tanta fuerza. Me pegó patadas y me dio un puñetazo digno de un hombre. Me apartó de ella a fuerza de golpes. Nos peleamos por toda la habitación, como puede ver. Pero pude disfrutar de ella, y ella también de mí. Todavía creía que podíamos ser felices juntos. Pero me escupió en la cara y me llamó monstruo, me dijo que cuando llegara su esposo vería a un verdadero hombre. Mis manos estrujaron su cuello, hasta arrebatarle la vida. No pude detenerlas. Las aparté cuando llegó su marido. Estaba muy furioso. No llamó ni a la puerta. Apenas me dio tiempo a esconderme. —

—¿Quiere decir que todavía estaba aquí cuando llegó mi esposo? —inquirió Sakura atónita.

—Sí —afirmó Hint—. Entró hecho una furia. Me asusté al verlo tan grande. Tal vez me libré de él cuando vio que su trabajo estaba hecho. Luego apareció otro hombre con lentes, muy parecido a su esposo, que salió tras él, pero tampoco me vió—

—¿Por qué me está contando todo esto, señor Hint? —preguntó Sakura asustada ante la posible respuesta.

—¿Por qué no, ahora? —repuso él—. Desde el instante en que encontró el pendiente, supo que había sido yo el que había matado a Meiling. Démelo antes de que vuelva a perderse. —Se lo arrebató y se lo quedó mirando durante un largo rato—. Cuando estaba confeccionando sus vestidos, Meiling me dijo que para ella yo no era un tullido. Me llamó «mi amor» y dejó que acariciara y besara sus pechos. La amaba, de veras, y ella me llamó sapo. —Las lágrimas cayeron por su desagradable semblante. Alzó la vista entornando los ojos—. No era la primera mujer que mataba por burlarse de mí —confesó—. El vestido que llevaba usted cuando huyó de la tienda de Willy, pertenecía a otra que se burló de mí. Willy, el tipo, pensó que no había regresado porque no podía pagarlo. —Soltó una carcajada—. No regresó porque estaba muerta. Le rompí el cuello igual que a Meiling. También a la señorita Scott, por burlarse de mí. —

Hint se acercó amenazador a Sakura, que percibió el horrible olor a colonia y comprendió lo que acababa de decirle. Al recordar la primera vez que había olido esa pestilencia, se sobresaltó.

—¡Estaba detrás de las cortinas de la tienda de William Court! —exclamó la joven—. ¡Me vio salir huyendo con el vestido! —

El hombre esbozó una horrible sonrisa.

—Sí —confirmó—. Ni siquiera miró atrás. Tengo que agradecérselo. Me facilitó el trabajo. —

—¿El trabajo? —inquirió Sakura sin comprender.

—Sí, mi trabajo —repitió Hint—. ¿De veras creyó que había matado usted a Willy? ¿Con esa pequeña herida que le hizo? No. Únicamente se desmayó, más por el vino que por lo que le hizo. —

—¿Quiere decir que está vivo? —preguntó ella, incrédula.

Hint se echó a reír sacudiendo la cabeza.

—No, señora —negó—. Le rajé el cuello. Fue fácil. Todos esos años haciendo los trajes para él. Él decía a todo el mundo que eran suyos, pero no sabía ni enhebrar una aguja. Fue muy sencillo. Aunque... la cocinera vio cómo lo asesinaba. Regresó a lavar los platos y me vió con el cuchillo. Tuve que abandonar Inglaterra por su culpa. No pude ponerle las manos encima. Huyó como Lulú, demasiado asustada para morir, y no pude encontrarla. —

Sakura, perpleja, retrocedió hasta la chimenea. ¡Y ella todo este tiempo pensando que había matado a un hombre!, pensó.

—No me va a resultar fácil matarla, señora —admitió el jorobado—. Nunca me ha hecho daño. De algún modo, hasta ha sido amable conmigo. Es usted tan hermosa. Una vez le dije a Sybil que algunas de las mujeres más bellas del mundo habían llevado mis creaciones. Me refería a usted. Es la única que hace justicia a mis vestidos. Pero ahora, para salvar a su marido, les dirá a todos que yo maté a Meiling—

Hint se acercaba a ella, bloqueando su huida. Con la espalda en la chimenea, Sakura no podía retroceder más. Al ver las garras del asesino dirigirse hacia su cuello, las mismas que había visto en los sueños, una fuerza extraña le dio valor para enfrentarse a él pasara lo que pasara. Con un rápido movimiento consiguió esquivarlo. Él alcanzó su chaqueta de montar, y se la arrebató cuando la joven tiró con fuerza al tratar de huir de sus garras. Era muy rápido a pesar de su cuerpo contrecho. Consiguió agarrarle un pliegue de la falda, tiró de él con una fuerza aterradora y giró a la muchacha. Él, contempló el hombro que el traje hecho jirones había dejado al aire y se relamió de placer.

—Su piel es como la seda —musitó con lascivia—. Soy un aficionado a la dulzura de la carne femenina. Quizá podamos retrasar su... partida... un rato. —Le arrancó la tela que cubría sus senos. La prenda cayó al suelo, dejando a la joven cubierta únicamente por una enagua mojada. Los ojos del agresor se encendieron al contemplar el ligero material y empezó a jadear sobre ella como un perro hambriento sobre un hueso. Le rasgó la prenda hasta dejarla desnuda.

Sakura chilló y forcejeó con él, golpeándolo en el pecho. Pero era demasiado fuerte y se burlaba de sus esfuerzos lastimosos.

—No posee ni la mitad de la fuerza de Meiling —se mofó.

La aplastó contra él. Sakura intentó alejarse de él, asqueada. Hint besuqueó su cuello y sus senos. Luego la mordió viciosamente en un hombro. Sakura gritó de dolor, ya sin fuerzas. Sintió cómo la boca de Hint descendía hasta sus senos y se percató de que estaba a punto de morderla otra vez. Le había hecho inclinarse tanto, que estaba convencida de que ella era lo único que lo sujetaba. De repente, se acordó de cuando William Court la había intentado poseer; ella lo había tirado al suelo. No tenía tiempo para pensar si funcionaría ahora y, sin previo aviso, alzó los pies. Cayeron al acto. Al intentar impedir la caída, él la soltó. Sakura dió contra el suelo, rodó y se incorporó. Hint trató de cogerla, pero solo le rozó una pierna. La muchacha salió huyendo hacia las escaleras sin mirar atrás. Sabía que su agresor ya se había levantado y confió en que las escaleras le harían aminorar la marcha. Subió por los escalones jadeando, corriendo con todas sus fuerzas. Al llegar arriba, se volvió para mirar. Hint estaba empezando a ascender con una pistola en cada mano.

Sakura soltó un grito y entró en la primera habitación que encontró. La cruzó a toda prisa, se metió en una segunda habitación y cerró la puerta a sus espaldas. Solo se detuvo al llegar a la última estancia. No podía continuar sin salir al pasillo, y en éste estaba él, dubitativo, intentando averiguar dónde se encontraba ella.

Sakura cerró los ojos e intentó sosegarse. Su corazón latía con fuerza, impidiéndole oír en qué dirección había ido Hint. El repiqueteo de la lluviaempeoraba las cosas. Se apretó contra la pared, temblando, y comprobó la herida de su hombro. Tenía marcados los dientes de su asaltante. Si conseguía atraparla, no cesaría hasta destrozarla. Se preguntó si Sybil y Meiling habían tenido que sufrir la misma tortura. Las había violado y ahora iba tras ella. Súbitamente, apareció ante ella la visión de un hombre siniestro a caballo acercándose... acercándose hacia ella, envuelto en una capa negra. Pero esta vez su rostro era visible. Era el señor Hint.

Sakura se tapó los ojos para hacer desaparecer la horrible visión. ¡Ojalá Dios le concediera la muerte antes de que ese hombre abusara de ella!

Se estremeció apoyada contra la pared. Desnuda, las corrientes de aire eran heladas. Contempló su cuerpo desnudo y se mordió el labio. Quiso buscar algo de ropa en el armario que había junto a ella, pero no podía permitirse hacer el menor ruido.

Oyó portazos y que empujaban muebles en una de las habitaciones del fondo. Antes de moverse esperaría a que llegara a la estancia contigua. Si conseguía deslizarse por la puerta sin ser descubierta, podría llegar hasta las escaleras fácilmente y escapar de él. Su capa estaba en el vestíbulo. Si pudiera cogerla antes de ser sorprendida... Pero su vida valía más que su recato. ¡Oh, Señor, si pudiera escapar!

De pronto se percató de que Hint estaba en la habitación de al lado. Hizo girar el tirador con sumo cuidado, echando una ojeada a la puerta que separaba ambas estancias. Sin mirar al pasillo, salió y cerró la puerta sin hacer ruido. Retrocedió dos pasos y se volvió para pasar por delante de la habitación donde se encontraba él.

Súbitamente sintió una mano y soltó un grito.

—¡Sakura! —exclamó Syaoran, que luego la contempló alarmado por su cuerpo desnudo.

Sakura lo abrazó sollozando, sin preguntar por obra de qué milagro había conseguido salir de la cárcel y reunirse con ella. Estaba calado hasta los huesos, pero su abrazo húmedo la sosegó. De repente oyó los pasos de Thomas Hint. Sus latidos se dispararon y tiró bruscamente de su marido.

—¡Oh, Syaoran, date prisa! —exclamó—. Está armado. —

Syaoran palideció.

—¿Te ha hecho daño, Sakura? —inquirió consternado.

Ella no tuvo tiempo de responder. Sabía a qué se refería, pero no podía detenerse a tranquilizarlo. Lo empujó hacia un dormitorio, al otro lado del pasillo. Estaba cerrando la puerta cuando Hint abrió la suya. El hombre la vio de inmediato y levantó la pistola. Sakura se quedó petrificada. El arma se disparó. La bala le rozó la oreja y se incrustó en la puerta, astillando la madera. Conmocionada, Sakura la cerró de un portazo.

Syaoran no se paró a preguntar. El disparo había pasado demasiado cerca de su esposa. Tiró de ella con fuerza y se apoyaron contra la pared junto a la puerta, Sakura detrás de él. El tirador empezó a girar. De pronto se abrió y el señor Hint entró.

Syaoran le agarró del brazo y le retorció la muñeca haciendo que una de las pistolas se estrellara contra el suelo. El señor Hint se volvió sobresaltado. Por la expresión de su semblante estaba claro que no sabía que Syaoran estaba en la habitación. Ya no perseguía a una dama indefensa, sino también a su marido. Hint vio que el puño del hombre se dirigía hacia su rostro e intentó esquivarlo, sin conseguirlo del todo. El puñetazo le rozó la mejilla y, aunque no lo sintió con toda su fuerza, lo lanzó contra la pared. Aturdido, apuntó al abdomen de Syaoran con la pistola que le quedaba. Oyó gritar a Sakura.

—Me ha arrebatado la pistola equivocada, señor Lee. Es una lástima, ¿no cree? —observó Hint.

Syaoran avanzó hacia él con un brillo mortífero en los ojos. Su esposa volvió a chillar agarrándole del brazo y tirando de él con todas sus fuerzas para hacerle retroceder. Pero no lo consiguió.

—¡No me ha hecho daño, Syaoran! ¡Logré escapar a tiempo! —gritó Sakura.

Syaoran se detuvo. La miró y parte de la violencia que se reflejaba en su semblante desapareció.

—Él mató a Meiling —explicó ella.

—Sí, fui yo —admitió Hint, mirando a Syaoran con una sonrisa—. Y no voy a pensármelo dos veces antes de matarlos a ustedes también. Pero creo que ya sabía que había sido yo, ¿verdad? —

—Tal vez —replicó Syaoran. Retrocedió unos pasos llevándose a Sakura con él.

—Sí. Estoy seguro —afirmó Hint—. Oí que había estado preguntando por mí en la ciudad. Empezó a curiosear el día que vino a la tienda, queriendo saber cuándo había dejado Inglaterra y qué clase de tipo era. Lo que deseo saber es por qué. —

Syaoran esbozó una sonrisa y se quitó la camisa con toda tranquilidad.

—Mi mujer lo mencionó en varias ocasiones —contestó.

Sakura lo miró sorprendida. Él le sonrió tratando de sosegarla y le colocó la camisa por encima. Pero al ver la marca de los dientes del señor Hint en su cuerpo, su expresión se endureció.

—Vaya, veo que se ha fijado en las señales de su esposa —se mofó Hint—. Es una mujer muy delicada, ¿no cree? Está realmente adorable sin ropa. Eso es algo difícil de admitir en mi profesión. Pero es cierto. No he visto a nadie que sea tan hermosa. Y además es más hábil que la mayoría. Huyó de mí antes de que pudiera disfrutar de sus encantos. Es escurridiza como una anguila.

—Si le hubiera puesto la mano encima, ahora estaría muerto —gruñó Syaoran. Hint sonrió con desdén.

—De modo que le habló de mí, ¿eh? Nunca me lo hubiera imaginado. Cuando la vi huir de la tienda del pobre Willy, pensé que estaría tan asustada que no se atrevería ni a pronunciar mi nombre, creía que había sido ella la que lo había matado. No me imaginé que hablaría. Pero, entonces ¿por qué se asustó tanto cuando le dije que se lo contaría a usted si no compraba mi silencio? —inquirió.

—Me temo que élla no sabía que me lo había dicho —repuso Syaoran.

Hint arrugó la frente.

—¿Eh? ¿Cómo dice? No tiene sentido —declaró.

—No importa, Hint —comentó Syaoran—. Ahora, si es usted tan amable de decirme qué le dió mi mujer, le estaría muy agradecido. —

—Ya sabe lo que me dió, o parte de lo que me dió —contestó Hint—. Vi cómo cogía el pendiente de diamantes junto al cuerpo de Meiling. —Urgó en el bolsillo de su abrigo y sacó las joyas para mostrárselas

—. Para satisfacer su curiosidad. — Sonrió—. Bonito lote ¿no cree? Igual que su esposa, tan bonita con su piel sedosa y su cabello cobrizo. Me apuesto a que cualquier hombre se moriría por tocar sus tetas, bellas y suaves y... —

—¿También violó y mató a Sybil Scott? —interrumpió Syaoran.

Hint lo miró con los ojos entornados.

—Sí. Se burló de mí igual que Meiling. La seguí desde Charleston y gocé de sus encantos en el bosque. Pero no era ni la mitad de hermosa que su mujer. —

—¿También era usted el del bosque cerca del molino? —volvió a interrogarle. —Sí —confirmó Hint—. Casi no pude evitarlo ese día. La deseaba. Cuando el vendedor ambulante me vendió el traje, supe que estaba aquí. Traté de que me dijera dónde había conseguido el vestido, pero no pudo decírmelo. Cuando la vi en el bosque supe que era la misma chiquilla que había huido de Willy al intentar violarla. También se escabulló de él y le clavó un cuchillo. —

—¡No! —gritó Sakura—. Cayó sobre él mientras peleábamos. —

—Pensó que lo había matado, pero no estaba muerto... todavía. No hasta que le rajé el cuello —afirmó Hint.

—¿Ha asesinado a toda esa gente, sin que nunca hayan sospechado de usted? — preguntó Syaoran.

—Sí, y a mucha más —confesó Hint con orgullo—. Lo pasé mal cuando tuve que huir de Inglaterra, pero no me cogieron y nadie ha sospechado de mí aquí. —

—Debe de creerse muy listo —apuntó Syaoran.

—Lo suficiente para añadir dos más a mi lista. —Los amenazó con el arma—. Pero deseo gozar de su esposa delante de usted. Nunca he hecho nada parecido a eso. —

—¡Como le ponga una mano encima, lo mataré! —

Hint se echó a reír. Luego, los miró con un brillo antinatural en los ojos.

—Sí, será muy agradable. Ya me lo imagino... atado, inmovilizado mientras yo gozo de su mujer en la cama. Se volverá loco cuando vea que la penetro. Haré que grite cada vez que saboree un bocado. —

Sakura abrazó a Syaoran con fuerza, apretando la cabeza contra su pecho.

—La mataré yo mismo antes de dejar que le ponga sus viciosas manos encima — juró Syaoran—. Pero no va a conseguir ni acercarse un poco. Será mejor que apunte bien con esa pistola. Si no me mata con esa única bala, no vivirá mucho tiempo después de haber apretado el gatillo. —

—Puedo matarle sin ninguna dificultad —amenazó Hint, apuntándole al corazón con su arma.

De pronto, Sakura se colocó delante de su marido. Este intentó apartarla, pero ella se aferró a él salvajemente.

—¡Por el amor de Dios, Sakura, aparta! —gritó Syaoran.

—¡No! —exclamó ella—. Solo tiene una bala. Únicamente puede matar a uno. Deja que sea yo —suplicó—. Prefiero morir antes de que me toque otra vez. No podría soportarlo. —

—Su esposa tiene razón, señor —admitió Hint—. No puedo matarlos a los dos con una sola bala. Será interesante ver a cuál alcanzo. Están tan ansiosos por morir el uno por el otro... —se burló—. Usted, señor, es un ser muy galante. Dijo que mataría a su esposa antes de que le pusiera una mano encima. ¡Qué caballero! Se cree que no soy digno de acostarme con un cadáver. —

—No es digno ni de pisar el suelo por el que camina —le escupió— ¡No dejaré que ningún hombre la toque y, usted, maldito tullido, cree que no voy a luchar a vida o muerte para mantenerla a salvo de su depravación!—

—No tiene elección —espetó Hint con desprecio. Apuntó por encima de Sakura a la cabeza de Syaoran: Se acercó a la joven y le arrebató la camisa que cubría su cuerpo. Luego retrocedió y se regaló la vista con sus muslos y sus nalgas—. Me gusta más así. —

Syaoran avanzó inmediatamente con furia, pero Hint volvió a amenazarle.

—Retroceda o le vuelo la cabeza a su esposa. —

La tormenta lanzó una rama contra los cristales de la ventana, haciéndolos añicos y sobresaltando a Hint, que miró a su alrededor confundido. Syaoran aprovechó la ocasión para abalanzarse sobre él, pero Hint disparó la pistola. Al ver a su marido tambalearse hacia atrás, Sakura soltó un grito. El herido se llevó una mano al hombro, que empezaba a sangrar profusamente, y esbozó una sonrisa diabólica.

Hint se percató de su error. El hombre no estaba muerto y sabía que se aseguraría de quitarle la vida. Ahora ya no era el perseguidor sino la presa. Aterrorizado, se precipitó hacia la puerta y, a pesar de la cojera, consiguió huir a una velocidad asombrosa. Syaoran salió tras él sin dudarlo un minuto. Sakura, aturdida, permaneció unos segundos inmóvil.

La impresión de ver a Syaoran alcanzado por la bala había sido muy fuerte. Salió de la habitación a tiempo para ver a su marido bajar por las escaleras detrás de Hint. Éste miró horrorizado hacia atrás permitiendo ver a Sakura la espuma que rezumaba de su boca. Su lengua golpeaba enérgicamente los gruesos labios y sus ojos estaban abiertos de par en par. Al llegar al primer piso, empezó a dar vueltas sin saber qué hacer. Miró la pistola que todavía tenía en la mano y, al darse cuenta de que ya no le servía, la arrojó contra Syaoran. Éste la esquivó y el arma se estrelló contra el suelo.

Hint corrió hacia la puerta, pero su adversario, mucho más ágil, se abalanzó sobre él. Los dos cayeron al suelo. Syaoran se incorporó enseguida y propinó un tremendo puñetazo al jorobado. El hombre cayó hacia atrás sangrando. Syaoran lo levantó otra vez y lo estrelló contra la pared con la fuerza suficiente para romperle la espalda. El señor Hint gritó de dolor. Su adversario volvió a propinarle otro puñetazo, esta vez en el abdomen. Cuando el tullido se encogió, Syaoran lo enderezó lanzándole un brutal gancho en la mandíbula. El asesino suplicó por su vida mientras trataba de liberarse con desesperación. Pero Syaoran no tenía intención de dejarle marchar.

—¡No vas a tener otra oportunidad de hincarle los dientes a mi esposa, bastardo! —exclamó Syaoran.

Sakura estaba aterrorizada. Jamás había visto a su esposo actuar con tanta violencia. Parecía no molestarle la herida del hombro. Los dos hombres estaban cubiertos de sangre; era imposible saber quién era el que sangraba más. Syaoran golpeaba a Hint una y otra vez. Sakura bajó por las escaleras con las piernas temblorosas en dirección a ellos. Con una mano se cubría el busto y con la otra, la entrepierna.

Sakura no pudo soportarlo por más tiempo. Corrió hacia su marido y le agarró del brazo.

—¡Syaoran, basta! —exclamó—. ¡Vas a matarlo! ¡Por el amor de Dios, para! —

Aturdido, Syaoran soltó a Hint y observó cómo este caía al suelo. Hint se agarró a la cintura de su contrincante con un gemido, pero este ya no estaba interesado en él. Tampoco Sakura deseaba presenciar la brutalidad a la que podía llegar su esposo cuando perdía los estribos. Lo contemplaron con lástima antes de volverse. Luego Sakura examinó la herida de Syaoran y, al tocarla, este hizo una mueca de dolor.

—Tenemos que ir a casa de inmediato, Syaoran —apuntó la joven—. Hay que extraer la bala del hombro. —

Syaoran consiguió esbozar una sonrisa.

—Me temo que no podemos ir a casa, por lo menos hasta dentro de un rato —dijo —. Tendremos que pasar la noche aquí. La tormenta es muy peligrosa. Ha empeorado desde que llegué y probablemente se ha duplicado desde que lo hiciste tú. —

—Pero hay que limpiar esa herida —insistió Sakura—. ¿Y Alger? ¿Quién va a amamantarlo? —

Syaoran soltó una carcajada y la atrajo hacia sí sin pensar en la sangre que le cubría el pecho.

—Tendrás que cuidar tú de mi hombro, cielo y en cuanto a Alger, mandé a James a buscar una nodriza por si no podíamos regresar. Una misión perfecta para James por haberte ensillado el caballo. Fue un acto temerario salir de casa con esta tormenta, Sakura, y todavía más ir en busca de Lulú.

—Pero, querido —protestó ella—, no podía quedarme sentada de brazos cruzados. —

Ni Syaoran ni Sakura se percataron de la figura que se arrastraba en dirección la puerta. Al notar una ráfaga de aire acompañada de lluvia, se volvieron y descubrieron que Hint huía. Este se arrastraba luchando contra el viento, que ahora tenía una intensidad demoníaca.

Syaoran también tuvo que luchar contra él para llegar hasta la puerta. Pero cuando lo hizo, Hint ya estaba corriendo por el porche hacia los caballos. Syaoran no llegó a tiempo para impedir que Hint montara a Leopold. Le gritó, pero su voz se perdió en el vendaval.

Hint tiró de las riendas, tratando de mantenerse erguido. Reía a carcajadas a pesar de su inestablidad, pensando en cómo había logrado vencer al hombre corpulento que tenía tras él. Había recibido muchos azotes de parte de su padre cuando era pequeño, y su cuerpo se había endurecido. Ningún mortal podría acabar con él tan fácilmente. Con una carcajada espeluznante, espoleó a Leopold, y el animal se adentró velozmente en la tormenta hecho una furia.

Sakura se hallaba en el porche, luchando contra el viento y la lluvia, Syaoran pasó por delante de ella con el cabello y los pantalones empapados y la sangre aguada resbalando por el pecho. Se volvió hacia ella para decirle algo, pero Sakura no pudo oír nada debido a la fuerte tormenta. El hombre le señaló la casa para que entrara. De pronto un rayo iluminó el cielo y el ruido ensordecedor de un trueno explotó sobre sus cabezas. Otro rayo rasgó el firmamento cuando Sakura vió a Leopold encabritarse, asustado. Hint, incapaz de mantenerse sobre la silla de montar, se precipitó al suelo.

La rama de un árbol se partió, cansada de luchar contra el viento, y cayó sobre Hint con todo su peso. Otro relámpago iluminó a Sakura, que soltó un grito ahogado. Corrió en dirección a Syaoran, pero éste ya se dirigía hacia donde yacía Hint. Vio cómo alcanzaba a éste y trataba de levantar la rama.

Syaoran se arrodilló juntó al hombre, pero se volvió para mirar a su esposa y por su gesto, esta supo que no había razón para intentar apartar la rama, pues Hint ya no podía sentirla. Estaba muerto. Se había hecho justicia.

Syaoran se alejó del cuerpo deformado de Hint. Al llegar junto a Sakura, la abrazó bajo un nuevo relámpago, y la acompañó hasta la casa.

—Entra —gritó Syaoran—. Tengo que llevar a Leopold y a Bella Dama al establo. —

—Deja que te ayude —se ofreció Sakura—. No estás en condiciones de hacerlo tú solo. —

—No. Entra y quédate ahí —ordenó Syaoran—. No tardaré mucho. Busca todo lo que necesites para curarme el hombro y cuando regrese dejaré que me atiendas. —

Syaoran la empujó al interior y cerró la puerta. Ella se dispuso de inmediato a buscar lo necesario para curar la herida de su esposo. Encontró ungüento, coñac y sábanas limpias. Lo dejó todo junto a una cama que había preparado en el segundo piso y que había rodeado de candelabros. Ya era de noche y, excepto por los relámpagos, la mansión estaba totalmente oscura. Recuperó la camisa de Syaoran, en una habitación al otro lado del pasillo, y se la puso. No deseaba tocar la ropa de Meiling.

Cuando Syaoran entró, Sakura, ansiosa, le esperaba en el vestíbulo. El candelabro que llevaba le dejó ver la palidez del rostro de su esposo. Este, muy débil, se estremeció y se tambaleó contra la puerta.

Sakura corrió en su ayuda y lo envolvió en un edredón de algodón. La bala le había hecho un agujero en el hombro, y Syaoran se retorcía de dolor.

Sakura le ayudó a subir por las escaleras hasta la habitación. Al llegar a la cama, Sakura, cogió las tijeras e intentó cortar los pantalones mojados de Syaoran.

—¿Qué es lo que pretendes que me ponga mañana cuando regresemos a casa, mi amor? —preguntó divertido—. Te aseguro que no me dejé ningún pantalón aquí cuando cortejaba a Meiling. Será mejor que me ayudes a sacármelos y secarlos—

Antes de ayudarla con la prenda, lo cual no era una tarea fácil cuando estaba mojado, Syaoran extrajo una bolsa de cuero y la depositó sobre la mesa. Cuando finalmente lo consiguieron, Sakura suspiró satisfecha y le indicó que se tumbara en la cama. Tras limpiar y examinar la herida, le dio una copa llena de coñac.

—No necesito más distracciones de las que tú me ofreces vestida con esa camisa —bromeó Syaoran—. Eres una enfermera muy tentadora y, si bebo demasiado coñac y te miro, me olvidaré de todo y usaré esta cama para algo más que para dormir. —

Sakura soltó una carcajada y observó cómo su esposo apuraba el contenido con aprobación. Había adoración en sus ojos al contemplarlo. Le apartó con ternura el cabello de la frente y le acarició el rostro. Syaoran tomó su mano y la besó amorosamente.

—Syaoran —dijo Sakura preocupada—. No poseo la fuerza suficiente para inmovilizarte y si tengo que extraerte la bala debes permanecer quieto. Necesitaría que Eriol estuviera aquí. —

—Haz lo que debas hacer, Sakura —convino él—. Lo haré por ti. Si Eriol estuviera aquí, tendría dificultades para inmovilizarme, pero por ti, me quedaré tan quieto como un viejo roble. —

Syaoran hizo honor a su palabra. Su frente se llenó de sudor, sus mandíbulas se tensaron, pero no hizo el menor movimiento mientras Sakura trataba de localizar la bala. Era ella la que mostraba más dolor. Se mordía el labio inferior y fruncía el entrecejo.

Finalmente, Sakura consiguió localizar el plomo y atraparlo con las tijeras. Luego, con manos sudorosas, lo extrajo. La sangre empezó a brotar de la herida y empapó los paños que Sakura presionó contra ella. Excepto por su frente húmeda, no había rastro de dolor en el semblante de su marido. Se sorprendió ante el control que este tenía sobre su propio cuerpo. Cuando la herida estuvo perfectamente vendada, la muchacha se sentó junto a él y le secó la frente.

—¿Crees que puedes dormir ahora? —preguntó, suavemente.

Syaoran le acarició el muslo.

—Cuando te miro, el dolor y las ganas de dormir desaparecen, mi amor. Estoy tentado de ejercer mis derechos maritales. Te eché de menos ayer noche, mujer. —

—Yo también, Syaoran—murmuró Sakura, besándole en los labios.

Syaoran la miró con ojos lujuriosos y procedió a quitarle la camisa.

—Puedo abrazarte si te acuestas en el hombro bueno. —

Sakura sopló todas las velas, dejando una encendida. Antes de deslizarse en la cama, depositó la camisa sobre una silla. Luego se acurrucó junto a él. Con la tormenta bramando fuera, la cama le pareció el paraíso. Permaneció en silencio durante unos minutos hasta que su curiosidad se despertó.

—¿Syaoran? —inquirió.

—¿Sí, cielo? —respondió él besándola en la frente.

—¿Por qué sospechaste de Hint tan pronto? —inquirió—. Dijo que habías estado haciendo preguntas acerca de él después de encontrárnoslo en el teatro. ¿Es cierto? —

—Sí —contestó Syaoran.

—Pero ¿por qué? —insistió ella.

—Cuando estuviste enferma en el viaje, no dejaste de repetir cosas en tu delirio —explicó Syaoran—. Una de esas cosas era el nombre del señor Hint. Estabas claramente asustada de ese hombre. Pero al ver cuánto le temías en el teatro, quise saber más acerca de él. —

Sakura lo contempló, pensativa.

—¿Qué más dije? —

—Hablaste bastante de tu padre —continuó con una sonrisa amable—, y de un tal William Court. La conclusión que saqué de tus desvaríos es que pensabas que habías matado a un hombre cuando este había intentado violarte. Siempre que hablabas de él lo hacías también de Hint y temías que este te acusara de asesinato. —

—¿Lo sabías y no dijiste nada? —inquirió ella incrédula.

—Quería que me lo contaras tú y que confiaras en mí —respondió Syaoran. Sakura tragó saliva intentando no llorar.

—Tenía miedo de hacerte daño o incluso de perderte. Deseaba tanto hacerte feliz y que no te sintieras avergonzado de mí.—

Syaoran sonrió con ternura.

—¿Crees que no he sido feliz a pesar de saberlo desde hace tiempo? No tienes secretos para mí, ¿sabes? —

—¿Ninguno? —preguntó la joven con cautela.

—Ninguno —afirmó Syaoran categóricamente—. Hasta sabía que deseabas una niña para fastidiarme. —

La muchacha soltó una carcajada y se ruborizó ligeramente.

—Oh, qué horror, Syaoran. Y mantuviste la boca cerrada para que no sospechara nada. Pero ¿sabías que el señor Hint era el asesino de Sybil y de Meiling? —preguntó Sakura, intrigada.

—Después de conocerlo me enteré que era el modisto de Sybil, pero no tenía pruebas de que fuera su asesino —explicó él—. Sin embargo, cuando asesinaron a Meiling, no lo dudé, pero necesitaba evidencias. Estaba seguro de que Lulú podría decirme que había estado con Meiling, pero Townsend llegó y me arrestó antes de que pudiera hablar con la chica. Townsend averiguó que Meiling había estado pagando sus facturas con dinero que yo le había dado y pensó que me estaba chantajeando por algo relacionado con la muerte de Sybil. Por eso estaba tan seguro y también, teniendo un testigo que me vio salir corriendo de su casa... —

—¿Le hablaste de tus sospechas? —preguntó Sakura.

—Sí —respondió Syaoran—. Y cuando Lulú apareció y le dijo que el señor Hint frecuentaba a Meiling, empezó a creerme. —

—¿Lulú fue a ver a Townsend? —inquirió la joven.

—Sí, entró en la casa después de ver cómo se alejaba Hint y encontró a Meiling muerta —explicó—. Luego se escondió hasta que pudo llegar hasta el sheriff. Me dejó libre, regresé a casa y me encontré con James deshaciéndose en disculpas inteligibles por que te dejó marchar en busca de Lulú. Por otro lado, y a pesar del peligro que corriste, probablemente habría logrado escapar de Charleston sin pagar por sus crímenes—

—Por eso me dijiste que había sido una locura ir en su busca —concluyó Sakura —. Ya se lo había contado todo a Townsend. Supongo que piensas que soy una niña ingenua sin remedio—

—Bueno... sé que no eres ninguna niña —bromeó él—. Pero estoy enojado por haberle dado las joyas que te regalé a ese sinvergüenza —la reprendió.

Sakura lo miró.

—Temía que te contara lo que había hecho —se excusó—. Y no hubiera estado bien que le hubiera dado las joyas de tu madre. Sé lo mucho que la querías. Fue muy doloroso tener que desprenderme de las que me habías regalado, pero era lo único que tenía. No debería haber sido tan inocente —se lamentó Sakura—, y tampoco debí haber creído que me daría un puesto de trabajo en la escuela de lady Cabot, pero tenía tantas ganas de marcharme de allí... —

Syaoran se volvió hacia ella sobresaltado. —¿Has dicho lady Cabot? —inquirió.

Ella asintió, insegura.

—Debía dar clases allí. —

Syaoran se echó a reír a mandíbula batiente.

—¿Clases de qué? ¿De cómo acostarse con un hombre? Mi queridísima esposa, el de lady Cabot es uno de los burdeles más selectos de Londres. Confieso que he estado allí una o dos veces. En fin, te habría encontrado allí si las cosas hubieran tomado otro rumbo... y está claro que te habría elegido. —

—¡Syaoran Lee! —exclamó Sakura, indignada—. ¿Estás diciendo que preferirías que hubiera ocurrido de ese modo? —Se incorporó hecha una furia y amenazó con dejar la cama, pero él la agarró con el brazo sano.

—No, cielo —la sosegó él—. Bromeaba. Deberías conocerme mejor. —

—No tenía ni idea de que fuera un lugar de esa clase —comentó Sakura, haciendo pucheros.

—Ya lo sé —respondió Syaoran—, y me alegro de que un tipo que pretendía llevarte a un lugar así, ahora está muerto. De lo contrario, estaría tentado a volver y retorcerle el pescuezo a ese bastardo. Tuvo lo que se merecía por intentar violarte. —

Sakuralo miró de soslayo.

—Tú prácticamente hiciste eso —observó con sarcasmo.

—Ya he pagado por ello teniendo que casarme con una muchacha tan engreída como tú —replicó Syaoran, sonriendo. Cogió la bolsa de cuero de encima de la mesa y la dejó caer sobre su vientre—. No vuelvas a deshacerte de ellas. La próxima vez no seré tan comprensivo. —

Sakura levantó la bolsa y la volcó, dejando caer sus joyas.

—¿Cómo conseguiste hacerte con ellas si la rama aplastaba el cuerpo de Hint? — inquirió bastante sorprendida.

—Cuando Hint cayó del lomo de Leopold, cayeron con él —respondió Syaoran. Les quité el barro en el establo. No entiendo por qué eligió montar a Leopold estando su caballo al lado. Pensé que a lo mejor era porque planeaba huir de Charleston antes de que Lulú tuviera la oportunidad de hablar. Pero es extraño que se llevara a Leopold. —

—Tal vez pensó que era más veloz —observó Sakura.

—Bueno, recibió lo que se merecía, igual que William Court —resolvió Syaoran —. Olvidémonos de ellos dos ahora. Se me ha ocurrido una idea para que cierta muchacha me recompense por su engreimiento. —

Sakura se echó a reír, sintiéndose libre de dudas y miedos atormentadores, se hizo un ovillo y se abalanzó sobre él.

—De modo que recurres a travesuras sabiendo que tengo el hombro y el brazo heridos —bromeó Syaoran—. No creas que no puedo defenderme, muchacha. Puedo darte unos azotes en tu trasero que no olvidarás jamás—

Sin saber si estaba bromeando o lo decía en serio, se desenroscó y lo miró con cautela. Syaoran estaba sonriente.

—Señora, realmente me asombra —apuntó él—. Nunca te he puesto una mano encima y aun así, actúas como si esperaras que lo hiciera. ¿Crees que sería capaz de magullar mi lugar de recreo? Ahora ven aquí, mi pequeña virgen, y deja que haga el amor. —

—Pero ¿y tu hombro? —dijo preocupada

Syaoran sonrió con confianza, atrayéndola hacia sí.

—Esta noche, cabalgarás después de todo. —


La tormenta había pasado cuando a la mañana siguiente regresaron a casa a lomos de Bella Dama. Todavía las nubes surcaban el cielo, pero la lluvia había cesado y el viento tan solo era un fantasma del gigante de la noche anterior. La capa de Sakura estaba empapada y era agobiante con el calor de la mañana. Deseaba desprenderse de ella pero la camisa de Syaoran era insuficiente para cubrir su cuerpo.

—A Eriol no le importará si te quitas la capa y, en cuanto a Hatti, está acostumbrada a verte mucho más ligera de ropa —bromeó Syaoran.

Sakura lo miró con expresión pícara y empezó a desabrocharse la prenda.

—Si estás seguro que a Eriol no le importará... —

Syaoran le agarró la mano y sonrió.

—A él no le importará, descarada, pero a mí sí. Ya viste lo que le hice a Hint por pasarse de la raya. Odiaría tener que ponerme en contra de mi propio hermano. —

Poco después llegaron a Harthaven. Todos corrieron a reunirse con ellos. Eriol, como si hubiera pasado la noche en vela, Hatti llorando vestida con su delantal.

—Oh, señorito Syaoran, creímos que le había pasado algo malo —dijo la anciana—. Leopold llegó muy nervioso, y pensamos que se había vuelto loco y le había tirado. —Se volvió a su señora, sacudiendo la cabeza—. Y usted, señorita Sakura, me ha tenido muy asustada. Casi mato a James por dejarla salir en medio de la tormenta. He estado muy preocupada por usted, chiquilla. —

De pronto una ráfaga de viento levantó la capa de la muchacha dejando al aire una pierna. Syaoran la agarró rápidamente y se la colocó, no sin antes dejar que Eriol y Hatti descubrieran su muslo desnudo.

—¡Señorita Sakura! —exclamó la criada—. ¿Qué le ha ocurrido a su ropa?—

—El asesino de Meiling intentó matarla a ella también —replicó Syaoran.

El hombre descendió de la yegua con una mueca de dolor. Luego se llevó la mano a la venda.

Sakura descendió a toda prisa de Bella Dama para inspeccionar la herida.

—Oh, Syaoran, estás sangrando otra vez. Tienes que subir y dejar que la examine. —Se volvió hacia Hatti—. Necesitaré vendas limpias y agua, y dile a Mary que me traiga a Alger, por favor. Espero que tenga hambre ahora. Necesito vaciar mis pechos de leche. —

Dicho esto, empezó a dar órdenes a todos los presentes—. James, ¿puedes llevarte a Bella Dama y cepillarla? Luke, por favor, ve a Charleston y dile al sheriff Townsend que se le necesita en la plantación de Oakley, y que vaya con dos hombres robustos. Eriol, ven con nosotros. Syaoran querrá explicarte lo que ha ocurrido ésta noche.

Todos salieron a cumplir de inmediato con sus tareas. Hatti soltó una carcajada mientras caminaba.

—Cada día se parece más a la señorita Ieran—murmuró.

En el vestíbulo,Sakura pasó junto a Yamazaki, éste desvió la mirada abochornado. Ella se detuvo frente a él.

—¿Yamazaki? —inquirió, enarcando una ceja.

—¿Sí, Señora? —respondió él, alzando la cabeza. Tenía un ojo morado.

—¿Y bien? —insistió Sakura.

Él, incómodo, miró a Syaoran y arrancó una carcajada a Eriol.

—Fue Dickie, señora el marino borracho que le contó todo a la señorita Meiling —respondió.-¿Lo recuerda? —

—Claro, Yamazaki —Sakura asintió—. Recuerdo a Dickie. ¿Cuántos ojos morados tiene Dickie? —

—Dos, señora, y lamenta terriblemente haberle causado tantos problemas, señora, me juró que no diría nada más, ebrio o sobrio —se apresuró a añadir.
Sakura volvió a asentir. Tomó a su esposo del brazo y dirigió una sonrisa al criado por encima del hombro.

—¿Has dicho dos? Gracias, Yamazaki —concluyó.

Poco después curó la herida de su esposo y se vistió con un traje de muselina. Se apartó de los hombres para dar el pecho al bebé mientras Syaoran le contaba a su hermano las aventuras de la noche anterior.

Sakura miró a su alrededor sintiendo la calidez y amabilidad del dormitorio. Sus ojos se posaron brevemente en una mesa que había junto a ella, donde descansaba el retrato de la madre de Syaoran. Los ojos negros, que el pintor había retratado con precisión, parecían estar vivos, satisfechos.

Sakura se maravilló ante el poder que la mujer ejercía para cuidar de aquellos a los que amaba. Habían sido sus pendientes los que lo habían aclarado todo y habían desenmascarado al señor Hint. ¿Era realmente posible?

—¿No estás de acuerdo, cielo? —preguntó Syaoran.

Ella alzó la vista, saliendo de su ensimismamiento.

—¿Cómo dices, mi amor? Me temo que no te estaba escuchando —se disculpó. Syaoran soltó una carcajada.

—Eriol va a comprar Oakley y yo insisto en que se quede con la tierra por su cumpleaños. ¿No crees que debería hacerlo? —inquirió.

Sakura miró a su esposo con adoración.

—Por supuesto, mi amor —contestó y lanzó una rápida mirada al retrato.

Los ojos habían recuperado su quietud. Se preguntó si habría sido su imaginación la que le había hecho ver el brillo en los ojos de Ieran.

Las dos mujeres compartían un secreto que los hombres jamás conocerían.

Se presentaban ante el mundo como seres frágiles y necesitados de protección, pero su amor les confería una fortaleza y un valor más allá de lo imaginable.

Desde la tumba su influencia era capaz de decidir el curso de los acontecimientos. Una sonrisa cruzó el semblante de Sakura mientras contemplaba el retrato de Ieran Lee.

FIN


GRACIAS INFINITAS A TODOS LOS QUE SIGUIERON ÉSTA HISTORIA DÉSDE EL VERDADERO INICIO, A QUIENES SE UNIERON EN EL CAMINO, Y TAMBIÉN A QUIENES LA LEAN CUANDO LA HISTORIA APAREZCA EN LA SECCIÓN DE "COMPLETED"

ATENTAMENTE:

CAMIKO NO PUNISHMENT.

ME DESPIDO CON UNA BREVE RESEÑA DE LA AUTORA ORIGINAL

KATHLEEN ERIN HOGG WOODIWISS

(Alexandria, Luisiana, 1939 Princeton, Minnesota, 2007), fue una escritora estadounidense de novela romántica. Dentro de este género, se la considera la renovadora del romance histórico.

Su primer libro, en el que se basa ésta adaptación " La llama y la flor", apareció en 1972 y causó una gran conmoción no solo por ofrecer una historia revolucionaria, extensa si no porque que consiguió situarse entre las publicaciones más vendidas.

Escribió trece novelas. Todas entraron en la lista de los bestsellers de The New York Times y de ellas se han vendido más de treinta y seis millones de ejemplares en todo el mundo.

REVIEWS!