Severus tenía una rutina marcada cada mañana desde hacía años: se levantaba cuando aún no había salido el sol, fuera día lectivo o fin de semana, tomaba un café fuerte y cargado, y realizaba una serie de estiramientos que hacían que la carga de una escuela llena de niños no acabaran con sus nervios y con dolores en todo su cuerpo.
Esa era su rutina, pero llevaba meses en los que le era prácticamente imposible salir de la cama sin que lo que parecían cientos de manos le arrastraran de nuevo a ella.
No eran cientos, solo dos, pero Sirius era incapaz de dejarle levantarse a la primera.
El mago tenía una manía tremenda por abrazarle y besarle hasta que Severus claudicaba y no dejaba la cama que llevaban compartiendo desde que iniciara el nuevo curso en Hogwarts.
Dumbledore le había pedido a Sirius que volviera al puesto de profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras.
La magia de Sirius cada vez estaba más restablecida y aunque sabía que aún se sentía algo limitado había demostrado tener recursos docentes para que sus clases siguieran siendo la más populares de todo Hogwarts.
—Sirius... tengo que levantarme.—Aquello era como el buenos días para ellos.
—Aún no, Sev—protestó lo que debía ser un adulto.
Volvió a los brazos de Sirius, como cada mañana desde hacía meses. En el fondo le gustaba aquella rutina en la que era prisionero por unos minutos.
Severus no había recuperado sus viejos recuerdos, no era posible restaurar años de vivencias arrancados por un obliviate sin causar un profundo daño cerebral.
Pero Remus les había regalado varios recuerdos más y ambos los atesoraban aunque no hubieran vuelto a hablar de ello.
Sabía que Sirius había estado indagando sobre el motivo de su falta de memorias respecto a él, el mismo Severus lo había estado buscando en la biblioteca y en varias librerías del callejón Knockturn.
La conclusión más plausible que tenían era que la estancia de Sirius en Azkaban los había aniquilado. De aquella etapa Sirius solo recordaba las ansias de venganza, la ira y la locura que casi se lo llevan.
Pero de algún modo se sentían en equilibrio, una cuenta nueva, una nueva relación. Ambos comenzaron a partir de ese momento y quizás era lo mejor.
—Si sufro dolores cervicales será tu culpa—se quejó Severus que tenía a Sirius abrazándolo fuertemente por la espalda—, y si resto puntos a tu casa, también será tu culpa.
—Tan cruel como siempre.—Le besó en el cuello.
Su mano descendió por su vientre hasta instalarse en su entrepierna y masajearla lánguidamente. La cinturilla del pantalón de su pijama fue levemente bajada por detrás.
Quizás no fueran malas aquellas nuevas rutinas después de todo, había otro modo de estirar sus músculos cada mañana y Sirius era muy hábil en ello.
Sirius a pesar de tener su propia habitación privada tras su despacho, nunca dormía en ella. Lo más común era verlo salir junto a Severus de las mazmorras.
Todo Hogwarts sabía que ellos estaban juntos en una relación, y tras las primeras semanas de cuchillos, risitas y más detenciones de las que ningún Gryffindor hubiera sufrido nunca, todos lo habían asimilado.
Sirius nunca se había imaginado a sí mismo como profesor de nada, cuando recorría aquellos pasillos en su juventud siempre pensó que sería auror. Pero la vida le había llevado por otro camino, y ese era la enseñanza de unas artes que conocía a la perfección.
Esa misma vida le había arrancado de los brazos de su amor de juventud para tras años de dolor y rabia volver a ponerlo en ellas.
Extraña la vida, sin duda.
Miró a su compañero, al amor de su vida, tomar un café más oscuro que su característica túnica negra, y le robó un beso.
A su lado escuchó una tosecilla amonestadora, Mcgonagall iba a morir un día de tanto toser porque Sirius no pensaba escatimar en mostrarle su afecto a Severus que había dado por imposible frenarle en público.
—Con ese ejemplo vamos a tener un año realmente complicado—se quejó la mujer.
—A mi modo de ver es una de las mejores muestras de confraternidad entre casas desde hace años, Minerva—señaló Dumbledore que les guiñó un ojo.
Su antigua jefa de casa rodó los ojos completamente indignada, pero Sirius sonrió mirando a los chicos desayunar. Quizás un día la enemistad entre las casas fueran solo historias del pasado.
Draco y Harry habían reunido a un pequeño grupo de personas, sus personas más queridas para que fueran testigos de aquella unión.
Tan diferente de aquella que había sido llevada en secreto en el despacho de Dumbledore, esta vez la felicidad de la pareja llenaba el salón de la casa de la pareja.
Finalmente se habían trasladado a las afueras de Londres en una pequeña casa que les recordaba a la que acaban de abandonar en el norte.
Ambos le pidieron a Dumbledore que volviera a oficiar la ceremonia, Draco aunque no tuviera motivos para ello estaba nervioso.
Harry a su lado, mirándole con los ojos llenos de amor era todo cuanto podía desear. Hacía solo un año estaba tan sumido en la desesperación que no veía un futuro muy halagüeño para él; para ninguno de ellos.
Miró a su madre que llevaba en los brazos a su pequeño Lynx, era tan extraño de explicar el amor que sentía por ese niño que solo podía compartirlo con Harry.
Lynx fue quien provocó todo aquello incluso antes de nacer, sin él, aquello no hubiera sido posible, no del modo en el que lo había sido.
Draco nunca pensó en ser portador de su propio hijo y aunque aquello casi le costó la vida, no podía decir que se arrepintiera.
Harry le tomó de la mano, no, no se arrepentía de nada de lo que había pasado.
Estaban vivos, estaban juntos y eran más fuertes que nunca.
Dumbledore recitó un emotivo discurso hablando de como dos almas se encontraban a pesar de todas las trabas que hallaran en sus caminos.
Harry era inmensamente feliz, cuando sostuvo por primera vez a su hijo en sus brazos había sido el día más feliz de su vida. Pero volver a unirse a Draco, sentir la caricia de su magia al enlazarse con la suya, le hizo sentir completo.
No podía haber unión sin beso, y el que le dio a Draco les hizo olvidarse del resto hasta que el sonido de aplausos y silbidos les sacó de su propia burbuja.
—Te quiero—dijo contra los labios de Draco antes de separarse.
Las mejillas sonrojadas de este serían por mucho la visión favorita de Harry.
—Y yo a ti—contestó Draco antes de separarse.
Aquella celebración había sido realmente emotiva para todos, todos los que estaban allí amaban a aquellos dos chicos y verlos tan felices era un regalo.
Lucius miraba a su hijo resplandecer, se había querido mantener alejado junto a Remus que no se separaba de él. No quería estropear el momento, pero cuando Draco le vio supo que aquello no sería posible por más tiempo.
En sus brazos llevaba a su nieto, estaba feliz por que ambos hubieran salido adelante, porque al final, a pesar de sus errores su hijo hubiera salido adelante junto a Harry que parecía quererle de verdad.
Remus le apretó la cadera por donde le tenía sujeto, si no fuera por él no hubiera ido. Cuando Draco, junto a Harry se marcharon de la ciudad, no tuvo valor de ir tras ellos. Realmente aunque hubiera querido los aurores no lo hubieran permitido, no tan pronto a su arresto.
Pero podría haber mandando aunque fuera una lechuza a su hijo, una disculpa. No lo hizo.
Y ahora estaba allí sintiéndose un intruso, el rostro de Draco al verle le dejaba claro que no era bien recibido. No era el momento, no era el día. Pero Remus no le dejó moverse de allí.
Sirius y un Severus que le miraba con desprecio se les acercaron.
—Ha sido hermoso, ¿cierto?—dijo Sirius mirando a la pareja.
—No hay nadie que se lo merezca más que eso dos chicos—contestó Remus.
Lucius no intervino, podía notar cómo su antiguo amigo le mandaba todo su desprecio tan solo con su postura. Pero cuando la tensión parecía que iba a hacer que Remus fuera desagradable con Severus, Lucius habló.
—Gracias por proteger a mi hijo.—Severus le miraba, siempre había sido alguien impenetrable, pero había demostrado que Draco era tan importante para él como si fuera su propio hijo.
El profesor de pociones no dijo nada, pero el ambiente poco a poco se relajó.
Al menos hasta que otros dos invitados aparecieron.
Jamie y su hermana Lea, saludaron a Draco con un abrazo. Al parecer la antigua pareja de Remus había mantenido una estrecha relación con su hijo.
Lucius sintió los ojos oscuros sobre él, aquel era otro tipo de desprecio, uno que le azotaba a otro nivel. Pero había tomado la relación con Remus como propia, ya no era ninguna imposición. Ellos estaban juntos, y eso no iba a cambiar, daba igual que pensara que Remus mereciera a otra persona, era suyo, y Lucius de él.
Se pegó más a él, en ningún momento Remus le había dejado de tener agarrado por su cintura en un abrazo protector, pero Lucius llevó su mano a la suya acariciándola.
Lo sentía por aquel chico que se veía tenía buena relación con su hijo, allí no tenía nada que hacer.
Cuando la pareja se quedó un momento a solas con su nieto, Remus dio un paso hacia ellos arrastrándole.
—Es el momento.
Lucius no estaba seguro, pero habían ido y tenía que aprovechar la oportunidad.
Draco le mantuvo la mirada, tan clara como la suya, hasta que llegaron a su altura.
—Enhorabuena—les felicitó Remus.
Harry sonrió sin rastros de ningún tipo de enemistad, lo que Lucius agradeció infinitamente.
—Enhorabuena, Draco—le dijo a su hijo, pero este solo le miraba.
Por primera vez Remus le soltó y se sintió perdido, estaba tan acostumbrado a su apoyo, pero entendía que aquello era cosa de padre e hijo, y cuando Harry y Remus se apartaron, solo quedaron ellos tres.
Lucius miró a su nieto, una criatura hermosa y que jugaba con sus manitas en la túnica de su padre.
—No espero que me perdones, porque ni yo mismo soy capaz de perdonarme lo que te hice—comenzó, había pensado tanto lo que le diría que parecía que aquello lo hubiera dicho miles de veces.—Solo quiero que seas feliz, que seáis felices y si algún día me necesitas saber estar a la altura.
Draco miró a su propio hijo que sonrió al verle, lo que provocó que sonriera a su vez.
Había estado tan equivocado sobre lo que era importante en la vida, tan equivocado, pero se alegraba de que Draco lo supiera. Que aquello que él tenía lo era, que aquella unión y su hijo era cuanto un hombre necesitaba.
Iba a retirarse cuando Draco habló.
—No fuiste el mejor padre.—Su voz no sonaba tan dura como había esperado—Pero sé que tú también sufriste, no enmienda tus malas acciones para con nosotros, pero todos hemos sufrido suficiente.
Lucius asintió emocionado.
—Quizás puedas llegar a ser mejor abuelo.
Lucius miró al niño en su brazos, como si supiera que estaban hablando de él le miraba con unos ojos tan diferentes a los que Draco y él compartían, verdes y preciosos, sería el mejor abuelo que pudiera ser.
Tímidamente acarició la manita que el niño tenía extendida ganándose una sonrisa, miró a su hijo. Quizás ambos necesitaban seguir adelante, él lo haría.
Remus miraba a Lucius y Draco, su pareja necesitaba ese encuentro, y sabía que Harry no pondría en aquella tesitura a su marido si no hubiera la más mínima posibilidad de que saliera bien.
Vio como Narcisa se acercaba a ellos, los tres, lo quisiera él o no, eran una familia, las ganas de arrancar de allí a Lucius eran demasiado fuertes. Pero sabía que lo necesitaba, decidió mejor rellenarse la copa y charlar con alguien más.
En ese momento captó su mirada, quizás también era su momento para reconciliarse con su pasado.
Jamie seguía serio como solía serlo, a su lado Lea a pesar de todo le sonrió, y él se lo agradeció.
—Me alegro de veros—les saludó—¿Cómo estáis?
—Ha sido una ceremonia preciosa—reconoció la chica—. Vamos a echarlos de menos.
Sabía lo que había hecho Lea por Draco y Lynx y el lazo que sentía con el pequeño, pero Harry y Draco iban a volver a la ciudad y continuar con sus vidas en Londres.
Al parecer ella y Ginny también habían hecho buena relación y se disculpó con Remus para ir a reunirse con ella, dejándolo a solas con su hermano.
—¿Cómo estás, Jamie?—preguntó realmente interesado, era complicado.
Cuando Lucius le había preguntado si alguna vez le echaba de menos tuvo que mentirle, sí le echaba de menos, por supuesto. Solo que Lucius lo había ocupado todo a otro nivel.
—Bien—contestó el joven—, todos estamos bien.
Jamie había estado planteándose realmente si ir a ese enlace, les tenía un profundo aprecio a los chicos, y estaba claro que les iba a echar de menos. Pero cabía la posibilidad del encuentro que se estaba produciendo y aunque habían pasado muchos meses, los sentimientos por Remus no se habían perdido.
Verlo junto al rubio tan fuertemente unidos, dolía, por su puesto que dolía. Era la primera vez tras su partida de aquella ciudad que lo hacía, obviamente iba a ser así.
Pero reconocía que no era tan fuerte como había imaginado en su mente, no estaba destrozado, y eso era más de lo que esperaba.
—Me alegro de verte, de verdad—le dijo Remus, y el fondo él también lo hacía.
Como invadiendo su visión tras Remus apareció otra persona que podría encontrarse en ese enlace y al que tampoco tenía ganas de ver.
Charlie Weasley era un auténtico dolor en los huevos, y le estaba mirando como si fuera capaz de comérselo.
Tras una semana en la que estuvo de visita, le había dejado claro por activa y por pasiva que no estaba interesado en ningún tipo de affair.
Realmente no es que no estuviera interesado, era guapo, desprendía un aura lo suficientemente fuerte como para poder compararse a la suya, pero ese aire matador le tocaba las narices.
El pelo largo atado en una cola baja, el pendiente con un pequeño colmillo de dragón en su oreja izquierda y el gusto por el cuero, no estaban mal.
Pero se dio cuenta de una cosa, había sido capaz de arrancarle de aquel pozo triste en el que parecía haber estado por meses. Si que era verdad que quería salir de él para darle un puñetazo en su cara pecosa.
De hecho, su puño había acabado en su mejilla cuando este, después de una cena en casa de Harry y Draco había intentado besarle. Este en vez de enfadarse le había sonreído embelesado.
Y ahora le tenía allí delante, queriendo que le prestara atención cuando estaba hablando con Remus.
Miró a su ex pareja de nuevo, pero no pudo evitar volver a posar su ojos en Charlie, que le devoraba.
Ante el malestar que Remus sentía en su presencia a la lascivia de Charlie tomó una decisión y se despidió de Remus.
—¿Una copa, lobito?—le saludó cuando llegó a su altura.
—No, prefiero un buen polvo en el baño—dijo este haciendo por primera vez que Charlie perdiera su eterna media sonrisa. Pero le agarró rápidamente de la mano dispuesto a cumplir sus deseos.
Como cerrando un ciclo, se cumplía un año en el que un extraño anuncio había revolucionado la vida de todos los presentes, un año donde lo impensable había sucedido; donde el amor había florecido donde solo había odio; donde viejos amores regresaban y nuevas pasiones unían a las más peculiares parejas.
Un año donde todos habían superado los engaños que les tenía preparada la vida y habían salido fortalecidos.
FIN
Pues hasta aquí hemos llegado, casi un año desde que la inicié y hoy le pongo el tan deseando FIN.
He sufrido con ella porque se me ha retorcido y enroscado en ella misma más que ninguna otra historia que haya escrito hasta el momento.
Espero que hayáis disfrutado tanto como yo, y que cerremos esta historia con una sonrisa.
Gracias a todos los que habéis estado siguiéndola, a los que comentáis y a los que os he robado un poco de sueño por las horas de publicación.
Nos vemos en otra historia.
Besos,
Shimi.