Capítulo 3

Parte 1

—O—

Le has temido al amor por lo que te hizo. No tienes que correr, sé por lo que has pasado. Sólo un simple toque puede liberarte. No tenemos que apresurarnos cuando estés a solas conmigo…

—O—

Facebook. Buscar…

Loki L'affeison.

Un resultado encontrado.

La imagen de perfil no es un rostro, sino una luna llena brillando en lo alto de un cielo oscuro, por encima del mar negro. No puede ver la cantidad de amigos —de Facebook, lo que vendría siendo cualquier cosa, menos «amigos verdaderos»— que tiene y, cuando trata de acceder, la biografía le muestra una configuración que no le permite husmear a menos que le envíe una solicitud de amistad… lo cual tampoco es viable, porque Loki desactivó ese botón y, debajo de la imagen de portada —nubes de tormenta con la frase Null & Void escrita con gruesas letras blancas— sólo se encuentra el de Enviar Mensaje, lo que no haría ni aunque le pagasen —a pesar de que, si se pone a pensarlo, Loki es una recompensa más grande que cualquier suma monetaria que puedan ofrecerle—.

Cuando se sentó frente al ordenador en el estudio —una habitación que, generalmente, es usada sólo por Jane—, pensó en hacer la búsqueda sólo para salir de dudas y, de acuerdo, lo consiguió, hay un Loki Laufeyson en éste mundo, tanto como un Thor Odinson, pero, ahora que tiene la página abierta frente a los ojos, acude a él la impresión de que debería pasar algo más.

Quizá debería mandarle un MP, sólo para saludar, algo como: te vi en el parque hoy, después de pasar casi dieciocho años convenciéndome de lo pésimo que sería encontrarme contigo de nuevo, porque lo único que haces es meterme en problemas, estemos en donde estemos. Soy Thor, por cierto, ¿recuerdas? ¿Con quién tuviste una relación en una vida pasada y a quien apuñalaste por la espalda ya que, según tú, viste en las premoniciones de nuestra madre que debías hacerlo? *carita molesta*

Sólo quiero dejarte este mensaje para que el evento no pase desapercibido. En nombre de los viejos tiempos y eso. No necesito que me respondas, pero, si decides hacerlo, imagina que me encojo de hombros. Lindo corte de cabello, por cierto.

P.D: ¡¿Cuántos años tienes?!

¡Ugh! No.

Esa parte paranoica con la que todo ser humano nace —no sé, como parte de la amígdala o algo así—, le dice que, si Loki no le contesta en caso de enviar una aberración como esa, mañana tendrá un puñado de agentes del FBI en su puerta, acusándolo de molestar a un adolescente.

Porque se veía joven. Tan descaradamente joven y lindo.

De acuerdo, ¡basta!

Pica la opción de retroceder y vuelve a las búsquedas: debajo del perfil de Loki, hay uno más, a nombre de Freyja L'affeison; se pregunta si se trata de su hermana —Loki con una hermana. Su Loki… sacude la cabeza, sintiéndose enfermo—. Ella, al menos, tiene una fotografía de su cara, pero sólo puede ver sus brillantes ojos grises porque el besar la cabeza esponjosa de un gato rechoncho color crema cubre lo demás.

Su perfil es abierto, por lo que descubre que tiene más de dos mil contactos agregados a su cuenta y, por ende, un montón de fotografías, personales y etiquetadas. Cuando decide cuchichear, trata de convencerse de que sólo será una vez y ya. En cuanto apague la computadora, será como ponerle un cierre a cualquier tipo de contacto con Loki que pudiera llegar a tener.

Encuentra fotografías en lo que parecen ser salones de escuela, una cafetería con muros de ladrillo y mesas de madera rojiza, una elegante casa con un patio hermoso, lleno de rosales y arbustos floreados y, conforme pasa más imágenes, se convence cada vez más de que Freyja era la chica a la que vio en la tienda aquél día. ¿Qué tan cerca estuvo de encontrarse con Loki esa vez?

Pasa al menos veintiséis fotografías relacionadas a la vida social de la chica —sintiéndose, con cada segundo que transcurre, como un acosador, ya que la mayoría contiene grupitos de adolescentes risueñas y en minifalda— hasta que por fin comienzan a aparecer imágenes de Loki, quien parece haber desarrollado la habilidad de levantar el brazo, mirar hacia otro lado e interponer la mano delante del lente cada vez que alguien trata de capturarlo para la posteridad.

Sonríe porque, de alguna manera, creyó que, en un lugar como este, Loki estaría encantado con la atención que las redes sociales le ofrecen a un muchachito, pero, al parecer, se equivocó. Quizás es más huraño aquí que en Asgard.

Es triste pensarlo y, por algún motivo, se siente mal, culpable, igual que cuando Frigga le reveló lo mal que su «hermano» lo pasaba en el reino, cuando él estaba demasiado ocupado prestándole atención a otras cosas para notarlo.

No puede seguir fustigándose por algo que jamás ocurrió aquí, ¿cierto? Sin embargo, no consigue evitarlo y está en medio de eso cuando, en vez de un retrato, encuentra un vídeo, grabado en una sala de arcade. La persona que lo hizo tiene un pulso pésimo y la falta de iluminación, mezclada con tubos de neón de colores refulgiendo por los rincones al azar, no ayuda, pero, cuando logra hallarle forma a lo que está pasando —ladeando la cabeza hacia ambos lados un par de veces—, descubre que se trata de una competencia en una máquina de baile, de esas que Alana amaba usar cuando recién llegaron a Estados Unidos.

Por encima de los vítores de la gente, puede escuchar Everytime we touch saliendo de las bocinas de la máquina, donde baila una pareja muy entusiasta. Es hasta que oye la risa de Loki que entiende que es él quien está compitiendo y, a su lado, descubre a una chica de larga cabellera dorada, que no parece para nada preocupada cada vez que su vestido de volantes se agita con los pasos, permitiendo ver la licra que lleva debajo y se corta a la mitad de sus piernas.

De vez en cuando, Loki la toca y ella le exige que se concentre en lo suyo. La situación se repite al menos tres veces hasta que la canción termina y los aplausos de la gente los declaran ganadores.

Es el beso de felicitación entre ellos lo que lo shockea y hace que se paralice. De la nada, es como si todo el oxígeno de la habitación se hubiera esfumado y, si estaba sonriendo al ver el despliegue de diversión en la cámara, ya no. De hecho, puede sentir el gesto resbalándose por su cara como un pudín arrojado a una ventana cerrada.

Cuando el vídeo termina y, de inmediato, empieza a reproducirse de nuevo, presiona Esc antes de que pueda ir más allá de los tres segundos y se reclina en el respaldo de la cómoda silla de oficina, pasándose las manos por el cabello y exhalando con desazón.

Vaya…

Vaya

Sabe que no tiene nada que ver una cosa con la otra, pero, de pronto, recuerda todo ese tiempo de incertidumbre, cuando no tenía idea de si había algo entre Loki y Sigyn.

Nunca los vio besarse o tocarse más allá de un roce de manos y, aun así, la duda era una bestia indomable que le rasgaba las entrañas y le exigía irrumpir en la habitación donde se encontraban, arrancar a Loki del lado de la mujer y llevarlo a un sitio donde sólo él pudiera admirarlo. Ahora, es consciente de que tiene a Jane y Grant en su vida y de que, por ende, es lógico —justo— que Loki esté con alguien también, porque lo suyo jamás podrá volver a ser, pero no puede contener los celos y tampoco el coraje de pensar que, cuando él estuvo gran parte de su vida luchando para no verse consumido por los recuerdos de su yo pasado, Loki ha salido adelante bien e incluso se ha conseguido una pareja, que parece haber enyesado cualquier hueco en su mente que le recuerde a Thor.

Está siendo idiota e inicuo. ¿Por qué, si él no lo buscó ni esperó, le duele saber que Loki tampoco lo hizo? No es como si lo que tuvieron pudiera regresar. De hecho, tal vez es mejor que no lo haga. Menos en éste momento, de todas las épocas posibles.

El nacimiento de Grant simuló un par de tijeras cortando cualquier hilo rojo que pudiera seguir atándolo a Loki. Lo prometió. Y, pase lo que pase por la mente de Loki respecto a él, si es que lo ha pensado por años como Thor ha hecho, no es su asunto averiguarlo.

Cierra la cuenta y apaga el ordenador, tras meditar acerca de borrar el historial, sólo para no caer en tentación. Si quería descubrir algo, se pasó del límite permitido, así que más le vale comenzar a tratar de dejarlo todo atrás.

De nuevo.

¿Siquiera lo logró antes? Está seguro de que hace mucho dejó de existir a la sombra de su vida pasada, si bien ésta sigue ahí, presente cada instante, es sólo que, como con todo, Loki siempre aparece para ponerle la zancadilla y reanimar emociones que ni siquiera experimentó él, sino un ser que dejó de existir hace mucho.

Hay algo ardiendo en su vientre que se siente pésimo, como la inquietud por salir corriendo, derribar puertas, tomar y poseer. Desquitarse.

Cualquiera que fuera su situación con Loki en Asgard, no tiene que repetirse aquí ni mostrar sus represalias, así que más le vale recomponerse e ignorar todo aquello.

Pasa saliva, con un nudo del tamaño de una pelota de tenis atorado en la garganta, en el momento exacto en que Jane abre la puerta y asoma la cabeza por el borde, el cabello suelto contoneándose como un columpio, de lado a lado.

—Oye, ¿puedes hacerte cargo de Grant un rato? Necesito terminar de escribir unos e-mails y no consigo que se quede quieto —pide, sonriendo de esa forma que le da a entender que «un rato» significa «el resto de la noche», mientras se rasca la nariz.

Está bien: pasar tiempo con su bebé a solas es justo lo que necesita para dejar de pensar en la flecha que se le clavó en el corazón, por imbécil y entrometido.

—O—

Grant crece a una velocidad asombrosa y, al mismo tiempo, la relación de Thor y Jane se deteriora.

Pasada la etapa de luna de miel, la adrenalina por casi perder la vida en el accidente y el desliz de los primeros meses del embarazo, las aguas se tranquilizan y apenas generan ondas, por más rocas que lancen a ellas.

Es complicado balancear las cosas al principio: ser responsable de una personita que les importa mucho consume demasiada energía y tiempo, pero se empeñan en hacerlo bien —sobre todo tomando en cuenta el pánico de Jane y su inexperiencia conjunta—, por lo que, en vez de descuidar al niño, dejan un poco de lado lo que antes eran ellos.

De la nada, su vida amorosa se vuelve prácticamente inexistente y, en las raras ocasiones en que algo ocurre, uno de los dos se queda insatisfecho, por lo que pronto acuerdan, en un pacto silencioso, dejar eso de lado — ¡¿qué?! —y centrar sus esfuerzos en otras cosas.

Thor se sumerge en educar a su hijo, negándose a contratar niñeras para atenderlo cuando él puede hacerlo perfectamente y un poco en seguir cooperando en campañas a favor del movimiento mutante —no obtiene mucho de eso, pero, afortunadamente, su vida pasada (y no, esa no, sino la de deportista) le dejó el crédito suficiente para no tener que preocuparse por, al menos, unos cuantos años—. Jane, por otro lado, siempre tiene los ojos pegados al lente de un microscopio y, cuando el tiempo se lo permite, al del telescopio más potente poseído por la ciudad.

Los primeros años de Grant son buenos y fluyen con la misma soltura de una exhalación. Es cuando el niño está por cumplir tres que la edificación que han construido a su alrededor comienza a ladearse, bajo la amenaza de cambios inminentes que Jane lleva mucho tiempo dejando de lado para querer seguir haciéndolo ahora, menos cuando una gran oportunidad se presenta a su puerta, prácticamente envuelta como regalo, y no puede darle la espalda. No otra vez.

— ¡Lo tengo! —Anuncia una noche de jueves, entrando al departamento con la intensidad de un tornado, dejando sus cosas en uno de los sillones de la sala mientras Thor le sirve a Grant un tazón de cereal—. Esas anomalías que han estado ocurriendo en Londres y se sospecha que tienen relación con un puente Einstein-Rosen, ¡me dieron el equipo de investigación! ¡Estaré a la cabeza del estudio! —Farfulla con un gritito ahogado mientras sus mejillas se colorean todavía más.

Grant se levanta del sillón para correr hacia ella y saludarla con un fuerte abrazo en las piernas. Jane se arrodilla frente a él, lo envuelve en sus brazos y le llena la frente de un puñado de besos que le dejan la piel manchada de pintura rosada, pero él ríe, encantado.

—Es fabuloso —miente Thor, viéndola desde la cocina sin saber qué sentir, en realidad.

Hablaron del proyecto, pero como una probabilidad remota, no como un hecho y, si mal no recuerda, una de las condiciones para realizar esa investigación en Londres, es mudarse a dicho lugar, motivo por el cual Jane le juró —más de una vez— que lo pensaría antes de aceptar. Sus ojos navegan hacia la carpeta que ella dejó encima de su bolso, en el sillón; tiene un logotipo impreso en la cubierta, con el nombre de la organización que le está dando el empleo, y sospecha que dentro hay una hoja firmada con las florituras de Jane.

Respira hondo y exhala, porque no le gusta para nada lo que está empezando a experimentar: no va a mudarse a Londres, está convencido de eso y de la ramificación que conlleva. Quizás ha llegado la hora de hablar de lo que han mantenido oculto en el armario por miedo a perturbar la estabilidad de su pequeña y frágil familia.

Lleva el tazón hasta la mesa de centro de la sala, sujeta a Grant por debajo de los brazos para levantarlo, sentarlo en el sillón y ponerle el plato entre las manos. El niño mueve los pies y sujeta la cuchara, decorada con una imagen de goma de un minion en la empuñadura. Cuando comienza a comer, Thor sujeta a Jane de la mano para tirar de ella hacia la encimera de la cocina, donde no corren en peligro de descuidar al niño mientras cena y también pueden hablar sin que tenga que escucharlos.

Jane frunce los labios, preparándose para cualquier cosa que vaya a decirle, y Thor sabe que no tiene que esforzarse demasiado, porque ella está al tanto.

¿Cuánto tiempo han estado pensando en esto sin atreverse a confesarlo?

Suspira y mira hacia abajo, apoyando los codos en la superficie de azulejo blanco. Se pasa las manos por la cara antes de verla a los ojos. Ella permanece sentada en uno de los banquillos altos; la ve tragar con ansiedad, pero, al mismo tiempo, mantener sus convicciones en alto.

—Estoy feliz por ti, enserio —empieza y la comisura de la boca de Jane se eleva unos milímetros, pero cae a los pocos segundos—, pero no creo que Londres sea el mejor sitio para criar a Grant —confiesa, mirando hacia un costado, sintiendo algo cálido en su pecho ante la imagen del niño comiendo con la gracia de un polluelo.

Es algo tan simple, tan insignificante, y, aun así, es lo mejor de su vida. ¿Quién habría dicho que le gustaría tanto tener que convertirse en un adulto responsable?

No tiene nada en contra de Inglaterra, es decir, hola, Sherlock Holmes, Harry Potter, pero, más bien, se refiere al hecho de que, en cuanto lleguen, Jane se sumergirá en un nuevo laboratorio y él tratará de seguir con la rutina que tiene aquí con su hijo, así que, ¿para qué ir con ella? No tendría sentido. Su relación no pasaría por un reboot, de todas formas, y el cambio podría ser significativo para un niño de tres años que empieza a tener amigos en el edificio y a acostumbrarse a los ambientes en los que sus padres le permiten estar. Allá, sería obligatorio empezar de cero y ¿es justo para alguien tan pequeño?

Jane mira el mueble, en el que tiene las manos apoyadas, hechas un nudo entrelazado y, para sorpresa de Thor, asiente.

—Pienso igual —admite y, entonces, es él quien tiene que verla, tratando de leerle la mente, pero no todos los mutantes son Charles Xavier, ¿verdad? —. Creo que lo mejor para él es quedarse aquí, contigo. No voy a someterlo a un cambio tan grande y, vamos a ser honestos entre nosotros, ¿de acuerdo? Como prometimos antes de que naciera: como pareja, ya no funcionamos.

Caray. Pensó que dolería decirlo —porque iba a hacerlo—, pero no se dio cuenta de cómo sería escucharlo. Frunce los labios, admitiendo que es cierto, y lo confirma con un gesto. Jane sujeta su mano por encima del mueble y él le acaricia los nudillos con el pulgar, por costumbre.

»—Tampoco es justo para Grant que, como sus padres, dejemos caer en sus hombros el peso de que permanecemos juntos sólo por él —niega con la cabeza, ojos demasiado brillantes—. Créeme cuando digo que sé lo terrible que es y no quiero hacerle eso a mi bebé. Tampoco a ti. Pienso que es hora de que reconozcamos que lo mejor es separarnos. Si estás de acuerdo en que Grant permanezca contigo en Estados Unidos, entonces…

— ¡Por supuesto que lo estoy! —Responde, mirándola como si estuviera loca—. Sólo… no vas a desentenderte, ¿cierto?

Jane lo golpea en el brazo, frunciendo el ceño y rechinando los dientes.

— ¿Tengo qué responder enserio o con eso bastó? —Pregunta, de una forma que no le permite saber si está molesta verdaderamente o sólo fingiendo—. Amo a mi hijo —sentencia, antes de verlo con duda—. Lo sabes, ¿verdad? —Pregunta, desconfiada, y la culpa se hace con él.

—Sí, es sólo… Londres. Al otro lado del mundo, diferentes horarios y ese tipo de cosas. Tendremos que arreglárnoslas para que puedan seguir en contacto, ¿no?

Jane hace una mueca dubitativa, como si estuviera pensando mejor las cosas ahora, pero, ¿qué más da? Firmó el contrato, puede jurarlo.

—Lo haremos funcionar, como todo —promete y él trata de creerle.

Entrelazan los dedos, ambos dedicándose a mirar a Grant, que permanece en la sala, sin enterarse de nada.

Ésta, maravillosamente —de acuerdo, esa no es la palabra adecuada—, ha sido la ruptura más amistosa que ha tenido en la vida, si bien es un poco deprimente, luego de todo lo que han compartido y lo que seguirá uniéndolos de por vida. Sin embargo, en éste momento tienen qué preocuparse de cuál es la mejor forma de explicarle a un niño pequeño que sus padres se separarán y que su madre se irá a vivir lejos, pero que, a pesar de eso, lo siguen queriendo más que a nada.

Tal vez Genevieve tenga algún consejo qué darles.

—O—

Se las arreglan para salir adelante.

Jane se compromete a comunicarse todos los días con Grant y eso alivia un poco el descorazonamiento que su partida le provoca, pero, conforme sigue creciendo, la ausencia se vuelve «sencilla» de soportar. Jane no es un hueco en su vida y, gracias a Genevieve, le queda claro que el que sus padres no sigan siendo pareja no significa que tenga que tomar partido entre uno y otro. Los quiere a partes iguales y la costumbre es de gran ayuda para que, si no entiende las cosas del todo, al menos se haga a la idea de ellas sin que le causen demasiada incomodidad.

Es un niño feliz al que comienzan a gustarle casi las mismas cosas que a Thor cuando tenía su edad y, si bien tiene algunos problemas en la escuela —cuando llega a ella— porque es un chico callado y poco social, se recupera un poco practicando deportes y participando en actividades extracurriculares que Thor, por sugerencia de sus padres, se propone fomentar, con la esperanza de que su situación mejore y sea capaz de abrirse con los demás.

Alana, que es su único familiar en la ciudad, es una parte vital en el crecimiento de su hijo y, cuando consigue arrastrarlo a las clases de baile que ha comenzado a impartir en un instituto gratuito, Thor lo deja ir con gusto, aunque, por debajo del agua, se pregunta si su hermana no se convirtió en una especie de sustituto para la presencia de Jane en la vida de Grant.

—O—

Grant alcanza los ocho años casi al mismo tiempo en que el edificio se vacía de presencia infantil, aparte de la suya.

La familia Saldaña, del departamento contiguo, con dos niños cercanos a la edad de su hijo, se muda a Nueva Jersey durante el verano, por trabajo del padre, y los Roden, ocupantes de uno de los apartamentos dos pisos por debajo del suyo, se divorcian, por lo que la madre termina llevándose a su hija con ella.

Grant no se muestra triste —no mucho—, pero Thor, que lo tiene todas las tardes pegado al televisor viendo la insulsa programación de Cartoon Network, cuando antes salía a correr y jugar con los otros niños, comienza a dudar si es buena idea que sigan viviendo en un edificio departamental como éste, que, ciertamente, está más diseñado para una vida como la que tenía antes de que el niño llegara a ella.

Se lo comenta a Alana y lo anima a pensar en mudarse a un sitio más kid friendly, pero, ¿dónde? Ni siquiera tiene idea de cómo empezar a buscar las mejores opciones para un padre —dolorosamente— soltero y un niño que ni siquiera ha cumplido una década de vida.

—La escuela, preocúpate por la escuela —le aconseja Kristian la siguiente vez que habla con él y, por debajo de su voz, Thor puede oír a Martha, casi una adolescente ahora, pidiéndole, en su lenguaje natal, que le pase la charola de brownies y la crema batida, papá.

Los quince minutos antes de que le hablara de sus planes, Kristian le contó que su hija y esposa están tomando un curso de repostería y le pidió, con algo de desesperación, que le envié por internet algunas rutinas de ejercicio para perder peso —como si él supiera de eso, pero, igual, le promete que buscará algo, aunque sabe que su hermano está perdido, porque ha probado la comida de Cynthia, su esposa, y vaya que esa mujer tiene talento—.

— ¿Cómo por la escuela? —Pregunta, sintiendo la necesidad de buscar una libreta y empezar a tomar notas (en algún rincón de la casa, hay un cuaderno lleno con los consejos paternales que Genevieve y Jacob le dieron desde el momento en que Grant respiró por primera vez).

—Tiene que ser un sitio con buenos planes educativos, instalaciones, no puedes inscribir a tu hijo en el primer sitio que te parezca conveniente sin revisarlo primero, ¿de acuerdo? Menos en América, con las cosas como están —mutantes.

Kristian nunca desarrolló una habilidad por su cuenta, pero, gracias a los cuentos de terror de Alana —y suyos, luego del accidente—, es algo que agradece todos los días, aunque la genética lo mantiene al filo del asiento, aterrado de que Martha pueda mostrar alguno cuando menos lo espere.

Vivir en Noruega, donde los mutantes tienen derechos como todos los demás, es un consuelo.

Grant tampoco ha manifiesto habilidades, pero a él le tomó dieciséis años hacerlo y a Alana, doce, así que no se ha animado a bajar la guardia todavía.

—De acuerdo, la escuela. ¿Algo más, papá del año? —Cuestiona, burlón.

—Los vecinos. Tienes que encontrar buenos vecinos, hermanito; no quieres terminar viviendo junto a un psicópata.

Pone los ojos en blanco y se cambia el teléfono de oído. Grant se fue a la cama hace un rato, así que tiene la sala a su completa disposición.

—Si trato de averiguar qué clase de personas son antes de vivir junto a ellos, el psicópata terminaré siendo yo —bromea, pero su hermano no lo pilla:

—Vale la pena el riesgo —comenta con total seriedad.

—O—

Es un sábado por la noche, mientras conduce para recoger a Grant en el edificio de Alana, que un lujoso Aston Martin rojo pasa a toda velocidad junto a su camioneta por una carretera desértica antes de detenerse abruptamente a pocos metros de distancia, con un chillido de llantas y un parpadeo de luces que se apagan y encienden melodramáticamente.

La carretera está rodeada de árboles espesos, algunos vehículos estacionados y pocas farolas en funcionamiento, por lo que, prácticamente, están a oscuras, ya que tampoco hay una luna en el cielo que los auxilie.

El vehículo rojo queda apostado en diagonal entre los dos caminos, así que Thor no puede usar ni uno ni otro para avanzar. Detiene la camioneta y sale de ella, sólo para asegurarse de que el otro conductor esté bien y ver si tiene problemas con los que le pueda ayudar —para mandarlo al carajo e ir por su hijo, que debe estar esperándolo para ir a cenar—.

Cierra la puerta con un golpe seco al mismo tiempo que la del Aston Martin se abre y un hombre de mediana estatura y revuelto cabello negro sale de él, tambaleándose como si estuviera alcoholizado, soltando palabrotas que suenan parecidas a un chiste por su forma de arrastrar las letras.

El viento helado y la oscuridad no ayudan a mitigar su primera mala impresión del sujeto, menos cuando da media vuelta y lo observa, alzando las manos y una pierna en el aire en una pésima imitación de la pose más famosa de Karate Kid.

— ¡Alto ahí, amigo! puedo defenderme so-li-to, así que no intentes pasarte de listo —balbucea y, en cuanto cierra la boca, se va de costado sobre el auto, golpeándose contra el toldo y maldiciendo por lo bajo.

Está usando gafas tintadas. De noche. Las llevaba puestas mientras conducía, el muy imbécil. Y está ebrio. Hurga en el bolsillo de su chaqueta para sacar su teléfono y llamar a la policía, porque un idiota así no debería andar suelto —desde que se convirtió en padre, se volvió muy responsable, ¿de acuerdo? No quiere que algún pobre niño termine embarrado en el pavimento gracias a un inepto como este—.

Marca al novecientos once y, mientras espera que tomen la llamada —obvio—, el hombre se tambalea hacia adelante del auto para abrir la cubierta y hurgar en el motor. Thor escucha un chisporroteo y se da cuenta de que lo último que quiere es que el tarado termine electrocutado —irónicamente— frente a él, por lo que se apresura a detenerlo. Sea lo que sea que el hombre hizo con el motor —que no luce como ninguno que haya visto antes—, provoca que apenas tenga tiempo de hacerlo a un lado antes de recibir una descarga que lo manda de espaldas al suelo, deseando, mientras todo le duele como el diablo, tener el Mjolnir a la mano para convertir esa cosa en un despojo de metal y cables —ha pasado mucho tiempo desde la última vez que extrañó a su martillo así—.

—Hey, ¡no estás muerto! —canturrea el borracho, encantado. Se arrodilla a su lado—. Felicidades y gracias por evitar que yo lo esté. Eres especial, ¿no? ¿Cómo los llaman? ¿Mutt… mutti… mutantes? ¡Esa es la palabra! También soy especial, mucho gusto —le ofrece la mano, pero Thor la ignora, concentrándose en verlo feo—: Anthony Edward Stark —parpadea, como si dudara de si ese es su verdadero nombre. Y lo es: ya que tiene la información suficiente para unir los puntos, lo reconoce de spots en la TV—. Tony para los amigos, que no son muchos, pero todo el mundo me dice así, de todas formas. ¡Oye, tú, deja ahí! Para Bruce Banner antes de que robara el prototipo de mi nuevo auto —señala por encima del hombro, hacía el vehículo, que acaba de comenzar a humear cual chimenea—. Oye, yo pagué por él y sus modificaciones. Puedo usarlo cuando se me antoje.

Thor apoya las manos en el suelo para incorporarse en el momento exacto en que una camioneta negra aparece y se ve obligada a detenerse junto a la suya, incapaz de seguir avanzando. Una mujer, increíblemente atractiva, baja del lado del conductor, al mismo tiempo que un hombre… uhm, increíblemente atractivo, baja del extremo opuesto. Ambos van hacia ellos, la mujer, pelirroja, con una expresión de pocos amigos y el hombre, rubio, bufando como si estuviera lidiando con un niño travieso, como si esto fuera cosa de todos los días.

— ¡Hey, Stark! —Exclama la mujer, sujetando al susodicho del hombro una vez lo tiene cerca, hincándole los dedos de una forma que debe doler, porque el hombre se queja de inmediato y hace un esfuerzo por alejarla, sin éxito. Thor se alegra al verlo sufrir, sobre todo después de la electrocución, que lo tiene expidiendo vapor como carne a la parrilla—. ¿Qué te dijimos acerca de robar del laboratorio autos que no han sido probados y conducirlos estando tan ebrio que seguro tienes visión doble?

—Ah, no lo sé: ¿sé un buen chico? —Bravuconea el otro y, de inmediato, los dedos de la mujer se hunden con más fuerza en su hombro, manteniéndolo de rodillas cuando Thor ya se ha puesto de pie.

El hombre rubio va hacia los otros dos y sujeta el brazo de la mujer para detenerla.

—Creo que fue suficiente, Nat. Afortunadamente, nadie salió herido —le regala una mirada significativa a Thor, que se palmea la camiseta para tratar de airearla. Enarca una ceja—. ¿Cierto? —Pregunta, más para confirmarlo y ofrecerle ayuda que para confrontarlo.

Le contesta con un encogimiento de hombros, porque no tiene nada mejor qué ofrecer.

— ¡Sólo estás furiosa porque logré burlar la seguridad del laboratorio de tu novio! —Masculla Stark, sujetándose de los brazos del hombre rubio para incorporarse precariamente, señalando la cara de «Nat» con un dedo tembloroso. Ella da un paso al frente y Tony se apresura a ocultarse detrás del sujeto musculoso—. ¿Por qué tuve que contratarte? ¿No se suponía que serías una asistente buena onda y sexy? Steve, ¿seguro que no es una espía rusa o algo así?

El denominado Steve sólo suspira y se masajea los lagrimales con una expresión exhausta.

Thor ya tuvo suficiente.

—Si no les importa, ¿podrían mover el auto para que pueda seguir mi camino e ir por mi hijo? —Gruñe.

Nat — ¿Natasha, Natalie?— lo mira y da media vuelta antes de contonearse —no puede evitar mirarla, ¿okey? Desde que Jane se marchó, su contacto con mujeres ha sido mínimo; no es sencillo conseguir ligues teniendo un niño— hacia el auto, mirar el desastre humeante y negar con una murmuración en ruso entre los dientes.

—Lo siento, pero esto no va a moverse ni de broma: el núcleo está derretido —se encoge de hombros y ve a Tony con el ceño fruncido—. Tuviste suerte de que no estallara, así como de no provocar un accidente que pudiste lamentar después. También tiraste millones de dólares y meses de trabajo a la basura, ¿por qué? ¿Por qué Pepper te regañó otra vez?

Steve va hacia ella, dejando atrás a un oscilante —y ofendido— Stark. Lo ve apoyar las manos en el capote del carro tras cerrarlo y empujarlo por la calle con cuidado, casi sin esforzarse, hasta colocarlo en la orilla, donde no puede seguir bloqueando el flujo vehicular. La pelirroja también se aparta, para llamar a lo que suena como un servicio personal de grúas. Steve le hace un gesto con el brazo, indicándole que puede seguir su camino y, hasta cierto punto, no sabe si fruncir el ceño o agradecerle; da media vuelta y va a su camioneta, ocupando el asiento del conductor para ponerse el cinturón con cierto vacío en la boca del estómago.

Nunca había conocido gente tan extraña, ni en un lado ni en otro.

Al circular junto a ellos —no tiene que ofrecerles ninguna despedida ni nada de eso, ¿no? Terminó electrocutado por culpa de uno de ellos—, escucha a Tony gritar, haciendo una bocina improvisada con las manos alrededor de su boca:

— ¡Hey, Thor! ¡La próxima vez que nos veamos, ¿me firmas una camiseta?! ¡Era tu fan cuando estabas con los Vengadores! ¡Sin ti apestan!

De nuevo, se encuentra dividido entre dos opciones: reír o hacerle un gesto grosero con el dedo.

—O—

La siguiente vez que se ven, una semana después, es porque Tony, un tal Clint Barton y la pelirroja, que resulta ser una Natasha después de todo, allanan su departamento, sin dejar rastros discernibles en la puerta.

En cuanto la abre y distingue las siluetas tres individuos en su sala de estar, hace a Grant, a quien acaba de recoger de la escuela, a un lado con un gesto de la mano para mantenerlo en el corredor y siente el comienzo del chisporroteo de energía en las puntas de sus dedos, alistándose para atacar, en caso de ser necesario.

Nunca ha hecho esto aquí —técnicamente, tampoco en el otro mundo, excepto en la Batalla Final—, pero, por proteger a su hijo, puede carbonizar lo que le pongan delante.

—Hey —interviene Natasha, alzando las manos en son de paz y caminando hacia él con ese meneo de caderas que la hace lucir súper femenina. Lleva un vestido blanco que resalta el furioso tono de su cabello—. Sé que fue mala idea entrar de esta manera, pero el imbécil aquí —señala a Tony con el pulgar—, es decir, mi jefe —corrige al oír refunfuñar al susodicho—, necesitaba usar el baño.

Eso basta para apagar cualquier instinto homicida en él, por lo inverosímil que suena. Los mira con una ceja enarcada y Tony se encoge de hombros, como si la mujer no acabara de hacer una insinuación vergonzosa acerca de su sistema de evacuación.

—Tome como dos litros de Mountain Dew antes de llegar, ¿qué esperabas? —Se excusa.

Cuando Grant asoma la cabeza por el marco de la puerta, observándolos con esos grandes ojos azules y un rictus de aprensión en la boca, al menos tiene la decencia de lucir arrepentido por haber perturbado la santidad del hogar de un niño.

— ¿Puedo saber qué hacen en mi casa? —Quien habló no fue Thor Odinson, sino el Thor que vio Jötnar, Elfos Oscuros y un millar de muertos invadiendo las tierras que su padre le dejó para reinar.

Tony termina ofreciéndole empleo, de entre todas las cosas, con una voz ligeramente estrangulada, que, de nuevo, acaba con sus ganas de bronca.

—O—

Todo el mundo sabe de la batalla interminable entre Tony Stark y Justin Hammer, así como de la sospecha de que los recientes intentos de homicidio en contra del magnate y su novia, Virginia Potts, tienen que ver con el proveedor de armas. Al parecer, Stark se ha cansado de depender de la policía —que no ha hecho más que llamar a los constantes accidentes eso precisamente—, por lo que, a espaldas de todos, empezó a formar un pequeño grupo de gente especial que no se las vea negras al lidiar con alguno de los muchos artefactos que Hammer manda en su dirección —hace tres meses, le explica Clint, fue un asesino armado con una armadura biónica que los miembros del equipo de seguridad apenas pudieron contener. Muchos de ellos terminaron gravemente heridos—.

— ¿Y qué diablos te hace pensar que aceptaré involucrarme en algo tan peligroso cuando tengo un hijo a quien cuidar y que no debería estar escuchando conversaciones de adultos tras las puertas? —Agrega, cuando el chirrido característico de la entrada de la recámara de Grant le deja saber que es exactamente eso lo que el niño está haciendo.

Clint suelta una risita y Natasha trata de contener una sonrisa divertida mientras bebe de su vaso con agua, al mismo tiempo que oyen el clap de la puerta al cerrarse por completo.

—Adorable —dice Tony y Thor tiene la necesidad de sujetarlo por el cogote y apretar.

A lo mejor es sólo que su sarcasmo le recuerda un poco al de Loki…

Auch.

Por ocho años se las ha arreglado para no dejar que su existencia joda la suya, pero sigue siendo complicado, ¿sí? — ¿Cuántas veces ha ido al parque donde lo vio o a la tienda donde se topó con su hermana, esperando encontrarse con él? Pero no ha tenido suerte… aunque, visto desde otra perspectiva, tal vez —.

Leyó los libros de Clarissa L'affeison hace mucho y, en ellos, descubrió recortada la vida de un Loki en Asgard de una forma que él —nadie— jamás entendió. Es como si el personaje viviera en un grito perpetuo de agonía en medio de una multitud negándose a escuchar. A pesar de ser consciente de que así fueron las cosas para su «hermano» desde que el secreto de sus padres vio la luz del día, sólo espera que el sufrimiento no fuera tan grande como el proyectado en el libro, porque, de ser así, bueno… no puede culpar a Loki por haberse unido a Hela, por haber tomado un beso envenenado, esperando morir entre sus brazos.

Se rasca la nariz con el pulgar, profundamente incómodo, y se da cuenta de que Tony sigue hablando:

—No estoy pidiéndote que te portes todo Kevin Costner conmigo, grandote. Te estoy pidiendo que lo pienses, porque tengo una mujer en mi vida a quien debo cuidar y que me ha abandonado muchas veces porque soy incapaz de hacerlo.

—Emocionalmente hablando —interviene Natasha por lo bajo.

Tony la fulmina con la mirada, pero no se muestra arrepentida.

—Sólo quiero saber que hay alguien ahí lo suficientemente fuerte para cuidarle la espalda en caso de que algo en mi contra se desvíe en su dirección —se inclina en el asiento para verlo a la cara y Thor le sostiene la mirada sin parpadear—. Puedo verlo en tus ojos: necesitas algo de acción en tu vida, porque no creo que esto de ser el padre asombroso y la figura promocional de un montón de cruzadas infructuosas a favor de mutantes te llene de satisfacción, laboralmente hablando.

—Tony… —sisea Clint, mirando a Thor con un dejo de disculpa.

Tony no da marcha atrás ni se muestra avergonzado por su uso de palabras.

Esa actitud le habría granjeado muchos malos momentos con otras personas, de no tener un mini-ejército de guardaespaldas haciendo justamente eso por él. Incluso él tuvo que salvarle el trasero el otro día, evitando que fuera chamuscado por su propio auto.

—Alguien que puede sobrevivir una descarga eléctrica que a cualquier otro hubiera matado me parece la persona correcta para proteger a mi mujer y, ¿quieres que te diga algo más? Pago bien —continúa, sonando orgulloso de sí mismo.

—Y ofrece prestaciones asombrosas —intercede Natasha de nuevo, ganándose una palmada en el muslo que acaba con Tony retorciéndose de dolor cuando la mujer le sujeta el pulgar y se lo retuerce con maestría.

Comienza a pensar que es más que una simple asistente en la vida del empresario...

—No me interesa el dinero —aclara, recargándose en el respaldo de la butaca.

Cuando Jane se fue, las dejó atrás, aunque las amaba. Él las odia, porque son incómodas, pero, al menos, lo ayudan a mantener la espalda recta y a lucir imponente en medio de toda ésta locura. Como un rey.

Tony sonríe.

—Algo me hizo pensar que dirías eso. Entonces, ofrezco acción y mucha: será como una vieja historia de vikingos, te lo aseguro. No te aburrirás ni una sola vez al día, lo prometo.

Por algún motivo, es eso lo que consigue enganchar su atención, por más que no quiera.

—O—

Comenzar a laborar en la Torre Stark le permite conocer a un montón de gente interesante, como Steve Rogers —el hombre musculoso y rubio de la otra noche—, quien sirvió en la milicia, donde experimentó con algunos cambios genéticos —de los que no me gusta hablar, lo siento—, Natasha Romanoff — no, no soy una espía rusa… por el momento—, Clint Barton —soy un padre de familia abnegado, igual que tú, minus el mojo mutante. Aunque, si alguien se mete conmigo, posiblemente acabe con una flecha entre los omóplatos—, Bruce Banner, el novio de Natasha y el encargado de la mayoría de las experimentaciones que se realizan en la Torre —un consejito: no me hagas enojar, por favor—, Wanda Maximoff, otra de las asistentes de Tony —si te lo preguntas, puedo mover cosas con la mente: no es tan asombroso como suena, pero, siendo madre de gemelos, me ayudó a mantenerlos quietos cuando eran pequeños… sobre todo cuando uno es velocista y el otro puede mover las cosas con la mente mejor de lo que jamás lo hice yo—, el hermano gemelo de Wanda, Pietro —fui el primer velocista de la familia, antes de que el pequeño Speed llegara, y estoy seguro de que no me metía en tantos problemas como él— y Victor Shade, la pareja de Wanda y padre de sus hijos, que sigue siendo todo un misterio para él, al igual que sus habilidades —que, según Tony, son las mejores del equipo y las que de más líos los han sacado—.

Hace buenas migas con Sam Wilson, el mejor amigo de Steve, y éste también le presenta a su No Sé Qué Eres En Mi Vida, Bucky Barnes, un sujeto con una prótesis biónica en el brazo y un perpetuo ceño fruncido cada vez que está cerca de Tony.

Por una semana entera, en verdad cree que Peter Parker es el hijo adoptivo de Tony y Pepper, hasta que el chico le aclara, con la cara roja de vergüenza, que sólo es un interno y que su verdadera madre adoptiva es una mujer llamada May, quien también es su tía —Tony lo calla, dándole un beso paternal en la sien que lo hace enrojecer más, y le dice algo que suena como te adoptaría si pudiera… también a tu tía, pero estoy comprometido, no es personal—.

Es gracioso que, aunque las primeras semanas sólo debe perseguir a Pepper por aquí y por allá —es una mujer más activa y obsesiva con el trabajo de lo que jamás fue Jane—, asegurándose de que no se meta en problemas y lo más interesante que hace es ayudarla a cargar fajos de papeles, se siente contento con el nuevo cambio.

Se da cuenta de que nunca tuvo muchos amigos, aparte de sus hermanos, y de que tampoco hizo demasiado por encontrarlos. Tuvo compañeros, colegas y eso, pero cerca de él no hay nadie a quien pueda recurrir como hacía con Sif o los Tres Guerreros. Con Loki.

Esta nueva rutina le parece… adecuada, conveniente, y no puede creer que tuvieron que pasar poco más de treinta años para que se diera cuenta.

Un día, cuando Tony los invita/obliga a reunirse fuera del trabajo para comer shawarma, recuerda con pesadumbre que ésta vida, humana, no será tan larga como la que tuvo como Dios, así que se convence de que debe exprimir cada gota de tiempo lo mejor que pueda, con la gente a la que ama, como su familia, y aquella que comienza a importarle, como sus compañeros de trabajo.

Sus nuevos amigos.

—O—

Es un par de meses después de empezar a laborar con Tony, que éste lo lleva a la cafetería para hablar a la hora del almuerzo.

Le explica, en medio de tragos de café y mordidas a un gran emparedado submarino, que se enteró de que ha estado buscando un sitio conveniente en dónde vivir que sea mejor para Grant que el penthouse y, enfrente, le pone una tableta con imágenes de una casa hermosa, de muros de color café intenso, techos a dos aguas pintados de blanco y paredes recubiertas de ventanales polarizados que reflejan las copas de los árboles de los alrededores y la intensa luz del sol —ni siquiera le importa que, cada vez que recorre las imágenes, Tony deja una gran marca de grasa encima de la pantalla—. El sitio tiene un jardín increíble, con una piscina construida entre un mar de pasto, rodeado por arbustos floreados perfectamente cuidados y un puñado de rosales de todos los colores posibles. Una extensa muralla de robles que conducen a un bosquecillo da la impresión de separar este pequeño universo de todo lo demás.

—Vaya —es lo único que puede decir, porque el sitio es encantador, como sacado de un cuento de hadas (que podría haberle gustado a él, porque no es fanático de esas cosas).

Tony sonríe, satisfecho consigo mismo.

—Esperaba que dijeras eso. Wanda lo mencionó: sus hijos toman clases con el profesor que vive aquí —toca la pantalla con el dedo, repartiendo más manchas—. La casa está dividida por dentro como una dúplex y el hombre lleva un tiempo tratando de rentar la parte superior. El departamento tiene dos habitaciones, cocina, baño, todo lo que puedas necesitar y, lo más conveniente (según lo que me dijeron que estabas buscando), es que, cerca, está la mejor escuela de la zona y no lo digo sólo por sus planes de estudios: Wanda me comentó que el motivo por el que sus gemelos estudian ahí, es que los profesores y el alumnado son muy open minded con todo lo referente a la diversidad, así que, si te preocupa que tu hijo desarrolle una habilidad al entrar a la adolescencia, éste es el sitio adecuado para él y, ya que el periodo de inscripciones está por comenzar, ¿qué piensas?

—Suena increíble —confiere, aunque sigue pensando que está perdido en algunos detalles.

Tony es muy acelerado. Estaba pensando que sus planes de mudarse se llevarían a cabo lento. Muy lento. Y ni siquiera se lo ha comentado a Jane —cualquier cosa referente a Grant, es algo que deben considerar juntos, así lo acordaron—.

— ¡Qué bien! ¡El primer año está completamente pagado y corre por mi cuenta! —Exclama el empresario, antes de volver a concentrarse en su comida, al mismo tiempo que inicia una partida de Candy Crush en la tableta, cuya pantalla no parece tener salvación aparente de sus dedos pegajosos.

Claro, eso era lo que no estaba pillando.

—O—

—Me parece fascinante —comenta Alana, días después, cuando lo acompaña a comer con Grant al mismo restaurante donde se encontró con la hermana de Loki (Freyja, le recuerda una vocecilla entrometida patinando por su mente) hace tanto.

No está ansioso, no está a la espera de averiguar si ésta vez sí tendrá suerte. Está convencido de que, habiendo tanta variedad gastronómica en la ciudad, sus posibilidades de toparse con Loki o cualquier miembro de su familia son reducidas, pero, con todo y eso, su estúpido corazón no consigue tranquilizarse, a pesar de que su cerebro le lee todo un pergamino de las razones por las que no es conveniente alimentar una esperanza así.

Loki es una zona muerta en su vida, ¿no? Así es más sencillo para todos.

Grant se mete un puñado de papas fritas llenas de cátsup en la boca y se encoge de hombros.

—Me gusta nuestra casa, ¿por qué tenemos que mudarnos? —Pregunta, pasado un largo rato en silencio.

Thor se aclara la garganta y toma un trago de su soda con hielo. Cambios, piensa. Los cambios con complicados para todos.

—Porque en el edificio hay poca gente de tu edad con la que puedes convivir —empieza a explicar pacientemente.

—De hecho, no hay nadie —les recuerda Alana, pellizcando la corteza tostada de su sándwich para quitarle una semilla de tomate que quedó encima.

—Claro —acepta Thor, pateándola por debajo de la mesa cuando ve al niño mortificarse más—. Quizás un nuevo ambiente te permita relacionarte con otros niños. Siempre es bueno tener amigos, Grant.

El niño frunce el ceño y se muestra particularmente mosqueado. Se parece tanto al Thor que creció luchando con cocodrilos en Asgard… es risible y tierno.

— ¿Quién te dijo que quiero tener amigos? Los niños de mi escuela son estúpidos, no me agradan. Seguro en otro lugar todos serán iguales, así que, ¿para qué molestarse? —Inquiere, tomando una papa rizada para mojarla en el vaso de salsa de tomate con movimientos bruscos.

Antes era un chico adorable y dócil, pero, desde que inició el tercer grado y sus compañeros de clase comenzaron a volverse insoportables, su personalidad cambió a una más cerrada y arisca, como si ese fuera su mecanismo de defensa por default.

Thor hace una mueca y lo observa sin parpadear hasta que los ojos le arden. De cierto modo, la soledad de su hijo le ha recordado la de Loki, cuando Frigga se vio obligada a cobijarlo bajo su ala al darse cuenta de que no era tan hábil como los demás en el campo de entrenamiento, y eso le parte el corazón, porque fue precisamente aquél vacío el que llevó a Loki a odiar al mundo que lo crió, a rebelarse contra él y a aferrarse, con uñas y dientes, a lo poco — a él— que tenía a su disposición.

No quiere un dolor semejante en la vida de su niño, uh-uh. Quiere que Grant sea feliz.

Para Jane, tratar con esto es más sencillo viviendo en Londres, comunicándose con el niño pocas horas al día y dándole consejos que, en realidad, no se aplican a Grant porque ella no ha tenido que contemplar su ostracismo de cerca, igual que Thor, para quien todo ha comenzado a convertirse en algo angustiante.

Ha llegado a pensar que, si las cosas siguen por éste camino, tendrá que tomar a su hijo y lanzarlo por encima de una valla a una jauría de niños —salvajes— para ver qué pasa. Tal vez la adrenalina lo obligue a actuar.

—Grant… —murmura Alana, sonando apenada, pasándole una mano por el cabello —. ¿Sabes? Yo pensaba lo mismo hace unos años y me hacía sufrir mucho. Hubo un momento en el que creí que no necesitaba a nadie más en mi vida, aparte de mi familia, pero, luego, cuando me decidí a salir al mundo de nuevo, me di cuenta de lo incómodo que era, porque había perdido práctica para tratar con otras personas.

»—Tuve que esforzarme mucho, porque no tenía idea de qué hablar, de cómo comportarme, de qué hacer para acercarme a un grupo y tenía miedo de que todos se burlaran de mí o de que me hirieran o salieran huyendo —Grant está al tanto de que su tía, como su padre, es mutante, pero muy pocas veces ha tenido la oportunidad de verla usar sus dones, que ella evita como la plaga.

Para él, eso es una petición silenciosa de no le digas a nadie lo que soy, así que la ha cumplido, aunque Thor nunca se ha ocultado de nadie. Piensa que es otro de los motivos por los que el niño se ha mantenido lejos de sus compañeros: para no verse sometido a la tortura de ser hijo de un mutante.

Wanda le ha contado historias terribles vividas por sus gemelos antes de que encontrara la academia a la que asisten, donde todo se volvió más sencillo para ellos: su hijo menor, Billy, quien, además de telequinesis tiene poderes electroquinéticos igual que Thor, tuvo un incidente con un bully al que electrocutó sin querer como respuesta a su acoso constante —el pobre tipo salió bien… traumado, pero bien—.

Tommy, el hermano mayor de Billy —por unos minutos, sé que no es mucho, pero para Tommy siempre ha sido importante ser el hermano mayor— estuvo a punto de ser enviado a una de esas instituciones —prisiones— para mutantes adolescentes, tras hacer explotar accidentalmente el salón de clases, pero Victor y Wanda no lo permitieron, lo que resultó en la expulsión del chico.

Billy abandonó su vieja escuela también y, por un tiempo, tuvieron que estudiar en casa, a veces, con ayuda del abuelo Xavier —esa información en particular lo sorprendió, porque es extraño escuchar cosas de la vida privada de uno de los mutantes más reconocidos de la ciudad—, quien trató de convencerlos de inscribirse a su escuela para mutantes, a lo que los gemelos se negaron vehementemente, alegando que un sitio tan seguro como ese no les permitiría descubrir cómo enfrentar al mundo por su cuenta —creo que mi papá los persuadió, explicó Wanda, poniendo los ojos en blanco, por más que lleven años casados, ha sido una batalla interminable entre Charles y él desde que se conocieron—.

El punto es que Billy y Tommy han tenido que soportar mucha mierda de gente intolerante debido a que, prácticamente, toda su familia es mutante, desde la copa del árbol genealógico hasta las raíces, lo que los ha convertido en un blanco andante.

Si bien en la familia Odinson sólo él y Alana son mutantes y la gente sólo está al tanto de él, debe ser suficiente para que su hijo tenga una diana en la frente.

A veces no puede con la intransigencia humana y extraña el sistema con el que creció en Asgard con todas sus fuerzas —luego, recuerda las mentiras alrededor de su familia y se le pasa—.

»—Pero, al final, todo resultó mejor de lo que imaginé y pude retomar mi vida —continúa su hermana, capturando su atención de nuevo—. Ahora hay gente en ella que me hace compañía y no me siento tan sola como antes. Tengas los motivos que tengas para mantener distancia con el mundo, créeme, no lo valen. Eres un chico listo, agradable y apuesto: mereces que alguien se dé cuenta de eso.

Grant frunce el ceño, tuerce la boca de una forma que le recuerda mucho a su madre, y clava la vista en el plato medio lleno encima de la mesa.

—Hay alberca —añade Thor con esperanza, aunque, técnicamente, no tiene idea de si tendrán permitido usarla, ya que Tony le dejó claro que el primer piso de la casa le pertenece al dueño y no sabe si el patio estará off limits para ellos, pero usará todas las cartas que pueda para convencerlo de que necesitan un nuevo ambiente, uno que le permita desarrollarse mejor.

Grant lo mira como si creyera que se está burlando de él.

—No sé nadar —le recuerda, haciendo un puchero.

Básicamente, no quiso tomar clases en la escuela con los otros ya que le daba miedo ahogarse y, cuando comenzó a interesarse en verdad, al ver a los demás, fue demasiado tarde para inscribirlo al curso. Le prometió enseñarle, pero no ha tenido tiempo y cree que el niño ha comenzado a verlo como un bulo de su parte.

—Pues podemos aprovechar para que aprendas —le asegura, sonriendo—. Te prometo que no lo pos-pospondre… m-mos… más…

Alana frunce el ceño y lo observa, extrañada. Grant imita el gesto de su tía cuando se da cuenta de que la mirada de Thor ya no está fija en él, sino en el pequeño grupo de personas que acaba de cruzar la puerta, a espaldas de ambos.

En su mayoría, se trata de adolescentes.

Hay uno alto, de cabello dorado, lacio y despeinado cayendo en todas direcciones, ocultando parcialmente la larga hilera de zarcillos plateados que le decoran las orejas. Lleva el brazo derecho alrededor de un joven de cabello negro, peinado hacia un costado en una especie de flequillo abombado, guiándolo entre las mesas mientras el chico habla con otro a su lado, idéntico a él, pero con el pelo teñido de blanco perlado. Cuando éste chico voltea en su dirección por accidente, le recuerda a Pietro y se pregunta si serán los gemelos Maximoff —cuando los chicos iban a nacer, Vis (así llama Wanda a su pareja) y yo tuvimos problemas y estuvimos separados un tiempo, así que Tommy y Billy llevan mi apellido. No han querido cambiarlo, como Pietro y yo no lo hicimos a Lehnsherr cuando nos reencontramos con papá, recuerda verla encogiéndose de hombros, como si fuera lo más normal del mundo—.

Detrás de los tres adolescentes caminan dos adultos, sumergidos en una apresurada y acalorada conversación, llena de ademanes, que los hace lucir como un antiguo matrimonio confianzudo —el corazón no le da un vuelco en el pecho, para nada—, ambos de cabello negro, uno con atisbos de canas en las sienes e imponentemente alto, el otro, más joven, pálido e insolentemente hermoso…

¿Thor está conteniendo la respiración? De pronto, tiene una crisis de desrealización.

El hombre alto dice algo que hace reír a Loki con desdén, cortando cualquier represalia que tuviera preparada para el comentario previo; Thor se siente como si alguien hubiera metido una cuchara para helado en su pecho, con el propósito de sacarle el corazón y presionar la manija para soltarlo en un contenedor de basura.

Los ve sentándose en una mesa alejada, parcialmente oculta por otros comensales, y es el chico rubio quien se ofrece a ir al mostrador para ordenar. Todos le recitan su pedido y, antes de marcharse, Thor lo ve deslizar la mano por el cabello negro del joven a quien rodeaba con el brazo, quien le sonríe con embelesamiento.

Loki está de frente a su mesa, por lo que puede ver su cara cada vez que se mueve un poco, permitiendo que las cabezas de los gemelos dejen de bloquearlo.

—Wow, jamás creí ver el Efecto Jane Foster relacionado a alguien que no es Jane Foster —corta la voz de Alana, por lo que se obliga a mirarla, recordando que está ahí.

Tanto su hermana como Grant lo observan pasmados.

— ¿Qué, quién? —Éxito, Thor. Bien hecho.

Alana lo contempla como si estuviera desquiciado y, de la nada, revienta en risas que agitan la mesa y suenan igual que copas de vidrio impactando contra el piso. El ceño de Grant sólo se frunce más y Thor no tiene idea de si es porque no entiende el comentario de su tía o, peor, porque lo hace.

El escándalo de Alana hace que un montón de clientes giren las cabezas hacia ellos, también los que ocupan la mesa de Loki.

Confirma que los gemelos son los Maximoff —porque se parecen a Wanda tanto como Grant a él y, de hecho, también hay un poco de Victor en los dos—, puede ver el rostro del hombre alto —guapo, para su desolación—, antes de que se harte de prestarles atención y vuelva a darle la espalda a su mesa y, lo más excitante de todo: sus ojos se cruzan con los de Loki, tan verdes como siempre.

¿Cómo pudo dudar acerca de recordar sus facciones? Están labradas en sus neuronas para la posteridad: todo sigue igual, desde el corte de sus pómulos hasta el ángulo de la nariz y la curvatura de su boca, tan rosa como una barra de goma de mascar —y eso es precisamente lo que desea hacer con ella—.

Quiere llorar, gritar, morirse, revivir, correr hacia él, sujetarlo, pegarlo a su pecho, no volverlo a soltar, tomar a su hijo, huir, no mirar atrás, regresar, hablar, pedir, suplicar, olvidar, dejar todo en el pasado…

Loki ni siquiera parpadea. Sólo ladea la cabeza, como haría un gato fisgón y, cuando uno de los gemelos le pregunta algo, rompe el contacto visual y se inclina sobre la mesa para responderle, dando la impresión de que el suceso no tiene la menor relevancia. Luego, el hombre alto vuelve a llamar su atención y Loki se concentra en él con toda la fijación del mundo, el ceño fruncido y la boca en un rictus parecido a los que mostraba cuando tenía que convivir con Sif o alguien que no era de su agrado, pero aquí no parece más que un exceso de concentración.

No sabe si le duele lo que pasó.

De hecho, le duele, pero no sabe dónde.

¿En todas partes, quizá?

Loki no vuelve a mirarlo y, cuando Grant informa que quiere ir a casa, Alana se pone de pie y comienza a recoger las cosas de todos, señalándole a Thor que debe ir a pagar. Se pone de pie como un autómata y se mueve despacio, igual que si hubiera una energía tirando de él, tratando de obligarlo a moverse entre las mesas e ir hacia aquél que amó hasta la muerte, literalmente, en otro universo.

¿Por qué Loki siempre se las arregla para hacer algo que lo lastima de una manera insoportable? Debe ser talento natural.

Mientras la dependienta lo atiende, mantiene el cuello tieso para no caer en la tentación de husmear, de saber si, mientras no puede darse cuenta, los ojos de Loki están fijos en su espalda como espinas. Mataría por un espejo.

Pasa saliva e inhala, llenándose los pulmones, tratando de recomponerse.

La empleada le devuelve su tarjeta tras firmar el recibo y, justo como le pasó cuando se topó de frente con Freyja L'affeison, al dar media vuelta choca de lleno con el objeto de sus frustraciones, quien, por a saber cuánto —desgraciado— tiempo, ha estado de pie a sus espaldas sin que se percatara.

Es como recibir otra descarga eléctrica del motor del auto de Stark —pérdida total, por cierto, para el coraje de Bruce Banner—.

Loki, que estaba distrayéndose con su teléfono, está a punto de soltarlo con el impacto repentino, pero los reflejos de Thor reaccionan al último segundo, haciendo que levante las manos y aprese el aparato en el aire… entre los dedos sobresaltados de Loki, tan gélidos como siempre.

¡Diablos!

Loki levanta la cara lentamente y lo ve a los ojos, frunciendo los labios antes de sonreír, un amplio rubor extendiéndose por sus pómulos.

—Gracias —ronronea por lo bajo, con esa voz que anheló oír por años, y Thor lo admira con una fijación que arde—. Disculpa, estaba en otro mundo —explica, agitando el cabello de un modo que parece casi coqueto, seductor.

¿Qué significan sus palabras? ¿Otro mundo? ¿Lo está probando?

Pasa saliva, sintiendo un nudo en la garganta demasiado grande. Sin querer, su agarre se vuelve más intenso, al grado de poder escuchar el plástico del teléfono crujir.

Aquí estás. Por fin, aquí estás.

La sonrisa de Loki resbala por su cara igual que mantequilla en un sartén caliente, evaporándose hasta desaparecer completamente.

—Siguiente —llama una irritada empleada a espaldas de Thor, que se da cuenta, tarde, de que hay algo parecido a la duda en la cara de Loki, misma que no tiene signo alguno de reconocimiento en ella, como pasó cuando fue a buscarlo al Monte bajo la tormenta y Sigyn parecía haberse convertido en su único universo, al ser la única que no le dio la espalda en medio de su pesar.

Lo ve tragar con dificultad y se descubre deslizando los ojos por cada recoveco de su rostro, tratando de familiarizarse de nuevo con él, como hizo cuando lo vio volver tras pasar siglos separados luego de su partida de Asgard en el carro que él mismo le proporcionó.

Siente la necesidad de levantar una mano y apartarle un mechón de cabello corto de la frente, de inclinarse los pocos centímetros que tienen de diferencia y robarle el alma a besos…

—Ese podría ser yo —dice Loki, con voz ronca, frunciendo el ceño—, si me devolvieras mis manos —hay una nueva sonrisa tentativa, casi tímida, en su boca.

Lo suelta como si el contacto lo hubiera quemado. Donde sus manos hicieron presión no hay más que piel roja. ¿Le hizo daño sin querer?

— ¡Lo siento, es que…! — ¿Por qué suenas como si no hubiéramos compartido toda una vida, como si no me conocieras? ¡Di mi nombre! Pasa saliva y separa los labios con torpeza—. Lo…

— ¡Papá! —Exclama Grant desde la puerta del establecimiento, donde espera junto a Alana, pegados a un extremo para no bloquear la entrada—. ¿Podemos irnos ya?

Thor mira al niño, sintiéndose entre la espada y la pared. Mientras tanto, Loki lo rodea y va al mostrador a pedirle a la encargada un té negro helado. La chica le responde con familiaridad y le informa que su bebida estará lista pronto. Lo oye agradecerle y, al dar media vuelta para volver a la mesa donde sus acompañantes lo esperan, lo descubre mirándolo por el rabillo del ojo, pero no como si estuviera interesado en reconectar con él, sino parecido a alguien que piensa que acaba de tener un encuentro del tercer tipo con un fulano muy raro.

Una mano invisible le sujeta las entrañas y comienza a retorcerlas, porque, de todos los encuentros que fantaseó con Loki, ninguno fue tan crudo como éste, que se siente sacado de la Dimensión Desconocida.

Casi puede escuchar el theme zumbando en sus oídos, provocándole bradicardia.

Loki le regala una sonrisita que claramente quiere decir por favor, no me estrangules en un callejón oscuro, weirdo y que provoca que algo pétreo e insoportable se instale en su vientre. Lo ve partir y sentarse con sus acompañantes como si nada hubiera pasado.

Al recuperar el aliento, se obliga a ir con Grant y Alana, que lo tratan igual que a un paciente psiquiátrico.

Cuando salen a la calle, mira por los ventanales que rodean el establecimiento y se da cuenta de que Loki vuelve a hablar con el hombre de sienes blancas, con una sonrisa boba en la cara, apoyada en el dorso de una mano. Ha recuperado el rubor en las mejillas y detesta saber que no es por él, ya que ni siquiera le dio la impresión de reconocerlo.

Mierda. Esa siempre fue una de las peores posibilidades dentro de su cabeza, ¿no? Tiene sentido que, por supuesto, sea una realidad.

Es el Destino tratando de burlarse de él otra vez, como siempre.

—O—

Confirma la mudanza con Tony, dándose cuenta de que es él quien necesita un cambio urgente de entorno, sólo para poder concentrarse en cosas nuevas, distraerse y sacarse la sensación de la piel de Loki de la mente.

Al principio, no funciona y la fijación empeora con el tiempo.

Cada noche comienza a darle pánico el momento de irse a la cama, porque, en cuando apaga las luces, el fantasma de sus recuerdos aparece frente a él, permitiéndole hundirse en su cuerpo, tomar, marcar y poseer violentamente, como el Loki de Asgard le exigía hacer.

Un par de veces se descubre con arcadas ante la idea de que éste Loki viva algo tan intenso con alguien más, como la chica del vídeo de baile o el hombre que lo acompañaba en la cafetería.

Los celos son algo caliente e intolerable que lo envenena por dentro, aún si no debe ser así. Es sólo que, habiendo tenido contacto con él de una vez por todas, recuerda que Frigga le dio a entender que Loki nació específicamente para él. Y saber que no lo recuerda se siente como una nueva afrenta que quiere reclamarle, por más estúpido que suene.

Evitar caer en la tentación de tratar de averiguar todo sobre él se vuelve un reto complicado, sobre todo teniendo que ver con un hombre como Tony, quien, por supuesto, tiene un software de investigación/vigilancia que le permite saber todo sobre cualquiera en cuestión de segundos —Víctor (a quien ha evitado preguntarle, como a su mujer, cómo es que sus hijos conocen a Loki, de entre toda la gente), es el encargado de esa área y Thor está seguro de que descubrirá cuáles son esos poderes increíbles del hombre antes de poder ponerle una mano encima a la computadora. Tal vez es mejor que las cosas sean así—.

Sabía que volver a tenerlo cerca detonaría reacciones como éstas y, precisamente por eso, luchó por mantenerse alejado. La vida tuvo que reírse de él al permitirle tocarlo y de paso informarle que Loki no tiene idea de quién carajo es ni de lo que compartieron en una vida pasada, porque, de ser así, lo habría notado en su cara, ¿verdad? ¿Quién puede ser tan frío… es decir, tan insensible para ignorar un romance tan intenso como el que tuvieron sin siquiera parpadear?

Y esa sonrisa, Dios, ¡esa voz!, la sensación de sus manos, el rubor en sus mejillas, el recuerdo de la tibieza en su interior, de sus uñas rasgándole la espalda con desesperación y sus piernas abrazándole el cuerpo, impidiéndole soltarlo, salir de él…

Está enloqueciendo.

Lento.

Ante el pensamiento de Loki, ningún otro romance cuenta y, de la nada, su cuerpo se descubre necesitado, ansioso por redescubrirlo y domarlo, coqueteando con el ímpetu de tener que conseguirlo a la fuerza, como esa primera vez dentro del agua, atrapándolo entre las fauces y arrastrándolo al terreno peligroso para obligarlo a ser suyo…

Está enfermo, ¿sí?

Y no puede estarlo, porque ésta vida no tiene que ver con la otra —ese debe ser el significado de la amnesia de su alma gemela, ¿no? ¡Es decir, de Loki! ¡De Loki! —y, aquí, tiene una persona que depende de él más de lo que Loki nunca lo hizo, así que no puede perder el juicio en nombre de una calentura sin sentido.

Porque Loki, al final de cuentas, siempre fue eso: la ansiedad por sumergirse en lo prohibido de todas las maneras posibles.

Se da cuenta, decepcionado de sí mismo, de que Loki está mejor sin saber quién demonios es y permaneciendo lejos de él.

—O—

Si la casa se veía hermosa en fotografías, es aún mejor en persona: todo está rodeado de vegetación, desde el camino pavimentado que conduce a una elegante cochera con espacio para dos autos grandes, cercado por pequeños arbustos de color verde bandera, perfectamente podados, hasta los cuatro peldaños del pórtico, sitiados por altos pastos de limón que huelen delicioso y pronto le dan paso a hermosos tiestos de cerámica alargados que contienen flores de colores variados. La puerta principal está hecha de cristal y revestida de una armadura de acero, pintada de blanco, con motivos de vides que se retuercen en todas direcciones.

Es como estar en el escenario de una historia fantástica.

Steve, Sam y Pietro se ofrecen a ayudar con la mudanza, que no es tan complicada, tomando en cuenta que el trato venía con muebles incluidos —abandonar las incómodas butacas de Jane en el departamento anterior para que próximos arrendatarios obtengan un trato similar no le duele demasiado y tiene la excusa perfecta para explicarle por qué no las llevó consigo, aunque no cree que le afecte mucho, tomando en cuenta que ella las botó primero—, así que sólo deben ocuparse de trasladar pertenencias personales y objetos como lámparas, colchones y utensilios de cocina.

Todo con un velocista es mil veces más sencillo.

O debería serlo porque, en cuanto Thor usa la clave que Tony le proporcionó para abrir la puerta —tras llamar al timbre un par de veces sin obtener respuesta—, un gran tamaskan, de sedoso pelo grisáceo en el lomo y blancuzco en el pecho, aparece corriendo a toda velocidad por un pasillo que conecta con lo que debe ser la entrada a la residencia del dueño de la casa, que abarca toda la primera planta.

El animal, imponente, se planta en la puerta para impedirle el paso, separando las patas como si se estuviera preparando para embestir. Empieza a ladrar, el sonido haciendo eco en las paredes, y, de inmediato, Grant salta al interior de la camioneta, cerrando la puerta con un golpazo, porque le tiene pavor a los animales grandes. Pietro, por otro lado, hace un sonido que suena como un Oww y trata de acercarse al perro para darle una palmada en la cabeza, ignorando los enormes colmillos llenos de saliva rabiosa que la criatura despliega amenazadoramente, pero, cuando está a un palmo de distancia y el perro hace ademán de sujetarle la mano con la boca, se lo piensa mejor.

Suerte que es rápido: cualquier otro ya estaría sangrando y convertido en Frodo Nueve Dedos Baggins.

— ¡Nir! ¡Hey, Nir! —Exclama una voz gruesa desde el interior de la casa y Thor ve aparecer una sombra alta por el mismo corredor por el que el perro llegó—. ¡Ven aquí!

Thor parpadea y siente el estómago pesado cuando descubre, con horror, que se trata del hombre con quien Loki estaba en la cafetería, el sujeto con las sienes salpicadas de blanco, ojos azules y barba de candado.

El perro responde ante su voz y, por un segundo, parece confundido entre obedecer y seguir gruñendo. Emite una queja aguda y, cuando el hombre se inclina para sujetarlo por el grueso collar azul que está usando y tirar, con gentileza, de él hacia atrás, se mueve con docilidad, resignándose a seguir con la bronca en otro momento.

—Lo siento —les dice el hombre, mirándolos con una pequeña sonrisa que no alcanza del todo sus ojos: es como si quisiera estar haciendo cualquier otra cosa antes que esto. Thor está seguro de que él mismo tiene la expresión de alguien que acaba de chupar un limón pasado, porque encontrar al hombre en lo que, se supone, será su nuevo hogar, es una sorpresa desagradable—. No me di cuenta de que la puerta del departamento estaba entreabierta —se rasca detrás de la oreja, incómodo—. El timbre lo puso un poco nervioso y debió escapar cuando escuchó el pitido de la cerradura. ¿Puedo ayudarlos con algo?

O sea que, todo este tiempo, el idiota sólo estuvo ignorándolos; se siente una pizca más irritado, llegando a un nivel en el que casi teme que comiencen a humearle las orejas.

Pietro da media vuelta para empezar a sacar cajas y maletas del compartimento de las camionetas a toda velocidad. El hombre lo observa con ojos ligeramente más abiertos por la sorpresa, pero, por lo demás, no parece perturbado.

Cuando queda claro que Thor perdió la capacidad de hablar —y que, si lo hace, será con un bufido huraño—, Steve da un paso al frente y se encarga de explicar la situación.

El hombre, que termina presentándose como Stephen Strange, se muestra ligeramente incómodo, pero, tras meditarlo un poco, decide abrir la puerta por completo, sujetar el collar del perro y contenerlo para permitirles el paso, señalando la escalera del vestíbulo que lleva hacia la planta superior.

—Si todo está en regla, no creo que haya problema con que se instalen —se encoge de hombros, desinteresado. ¿No se supone que es el dueño de la casa? ¿Con quién diablos habló Tony? O, mejor dicho, el pobre mandadero de Tony que se hizo cargo de los arreglos (duda que fuera Natasha) —. Voy a llamar al idiota que se largó en vez de quedarse y hacerse cargo de lo que le correspondía para pedirle que vuelva y, mientras tanto, me aseguraré de que Nir los deje trabajar tranquilos —ni Thor ni Steve comprenden el comentario, pero no hacen preguntas.

—Gracias —responde Steve, sonriendo, mientras Stephen se inclina para sujetar el collar del perro nuevamente y halar de él con suavidad para llevarlo por el corredor hacia el departamento inferior.

El perro hace lo más parecido a un berrinche canino, plantando los cuartos traseros en el suelo, prorrumpiendo lloriqueos por lo bajo y lanzando miradillas desesperadas hacia la comitiva que lo están obligando a aceptar en su territorio.

Strange ríe y, al final, lo carga, llevándolo consigo como si fuera un niño pequeño. Thor ve al animal menear la cola con gusto y lamerle la mejilla de la misma forma.

—O—

—Nadie dijo que habría un perro —se queja Grant cuando todo queda listo.

Los chicos se marcharon hace un rato, tras descansar con algunas bebidas frías en la sala elegantemente amueblada, así que están solos en su nuevo espacio, disfrutando del hermoso atardecer encima de las altas copas de los robles del exterior, divisándose por los muros de cristal que cubren dos lados del área que corresponde al salón, el comedor y la cocina de acero inoxidable.

En la pared de vidrio que tiene delante, hay una puerta corrediza que se abre a una pequeña terraza, ataviada con muebles de mimbre café protegidos del sol por un techo de tejas coloniales oscuras. Al otro costado de la terraza, cerca del borde, hay una escalera de caracol, hecha de vidrio y acero, que conduce al patio cubierto de pasto verde donde se encuentra la piscina, tapada, en estos momentos, con una lona azul.

Thor sonríe: el sitio es perfecto, pero nadie le dijo que tendría que vivir encima del posible interés romántico de su interés romántico imposible.

No está loco de emoción con la idea, pero es tarde para empacar todo de nuevo y decirle a Tony «mejor no», después de lo contento que se mostró con la respuesta de Thor ante su iniciativa. Igualmente, los trámites de inscripción de Grant para la nueva escuela ya fueron iniciados, así que está atrapado.

Es un adulto: puede con esto. Será como… ver a una ex-pareja con su nuevo amor —parecido a cuando Jane lo llamó hace unos meses para decirle que conoció a «alguien» en Londres y lo único que pudo hacer fue desearle más suerte de la que tuvieron juntos—.

Pero es Loki, no Jane.

Si tiene una relación con éste tal Stephen-¡Jódete!-Strange, significa que posiblemente lo tendrá rondando por estos lares seguido, ojos vacíos de cualquier tipo de familiaridad que Thor pueda ansiar.

No le urge verlos besándose, ni conviviendo como en la cafetería, menos descubrir si las paredes son lo suficientemente delgadas para oírlos teniendo sexo o siendo asquerosamente melosos entre ellos. ¡Maldita sea! Ahora que esa imagen pasó por su cabeza, no tiene idea de cómo sacarla.

Se coloca las manos en los ojos, levanta el rostro hacia el techo y respira profundo. De nuevo, la vida se está riendo de él, lo sabe y le duele. Mucho.

— ¿Quieres que pidamos comida china? —Le pregunta Grant, obviamente sin ganas de lidiar con su diatriba personal.

Lo oye levantarse e ir hacia el teléfono, debajo del que hay un montón de menús locales que el antiguo dueño debió dejar atrás.

—Pide lo que quieras —le dice, haciendo un esfuerzo por controlarse.

No le gusta que Grant lo vea débil. No le gusta que nadie lo haga, siendo honestos.

Por su parte, sabe que no podrá pasar bocado alguno, menos cuando escucha la puerta de la entrada abriéndose de nuevo, los fuertes ladridos de Nir, el perro, y voces en el recibidor —el eco no le permite identificar si se trata de Loki, pero se siente con tan mala suerte desde que lo reencontró, que seguro así es—.

Quiere meterse bajo la cama de su nueva habitación y morir, pero eso traumatizaría a su hijo, seguro.

—O—

La primera noche, sufre una crisis de insomnio y se da cuenta de que es porque, a pesar de que el reloj marca las tres de la mañana, está esperando escuchar alguna señal de la presencia de Loki en una parte de la casa, ronronear para Strange como hacía para él en Asgard.

Siente pavor ante la idea de escucharlo gemir y suspirar para alguien más, de descubrir que puede querer a otra persona con la misma intensidad con la que, en una vida anterior, lo amó a él —si es que en verdad lo hizo—.

Aprovecha sus párpados abiertos para analizar todo lo que cree saber de él en éste sitio, desde los datos más nimios —como la existencia de su hermana—, hasta los más desquiciantes, como la trama de los libros de la que solamente puede ser su madre: si Loki no lo recuerda, ¿cómo diablos es que los relatos de Clarissa L'affeison acertaron en tantos detalles de cómo era Asgard, de lo que compartieron ahí?

De nuevo, piensa que cabe la posibilidad de que la mujer sea mutante y tenga un don diseñado especialmente para meterse con su cabeza, porque los ojos de Loki al fijarse en los suyos no poseían claridad alguna: sus pupilas sólo le dijeron eres un extraño muy, muy aterrador la última vez que se cruzaron con las suyas.

—O—

Las primeras semanas que viven en la nueva casa, no vuelve a encontrarse con Strange, algo que agradece, aunque el sujeto parece ser una persona social, ya que, cada vez que Thor está en la sala de su nuevo hogar, tratando —sin mucho éxito— de concentrarse en lo suyo, escucha la puerta principal abriéndose un montón de veces, Nir siempre recibiendo a los recién llegados con ladridos escandalosos, y, en ocasiones, voces en el patio, donde hay una gran mesa de jardín debajo de un techo de pérgola. Nunca tiene el valor de asomarse a la terraza para ver quiénes componen el grupo de invitados, pero recuerda que Tony le mencionó que los hijos de Wanda tienen buena relación con el profesor dueño de la casa, así que supone que pueden ser ellos, igual que en la cafetería, y otros compañeros —es gracioso que Strange le diera la impresión de tener pinta de todo, menos de maestro—.

La puerta que bloquea el pasillo que conduce al departamento de la planta inferior siempre está cerrada, por lo que, si acaso ve algo cada mañana al llevar a Grant a la escuela e ir al trabajo, es la sombra de Nir, moviéndose de un lado a otro, y una silueta oscurecida al otro lado del vidrio corrugado que, adivina, debe corresponder a Strange.

Sus horarios nunca coinciden, ya que Strange parece marcharse a sus labores más tarde que ellos, lo que considera una bendición. Al mismo tiempo, cuando Thor llega tras recoger a Grant de casa de Alana, quien lo cuida por las tardes, las luces del piso inferior permanecen apagadas, por lo que supone que Strange suele marcharse alrededor de las seis y volver tarde, claro, cuando su hogar no se convierte en un refugio para gente ruidosa.

No hay rastros de Loki y eso es lo mejor — ¿no? —. Al menos, así no tiene que verse sometido a una tortura peor que el veneno de una serpiente goteando sobre su cabeza…

Cuando es obvio para el perro que su presencia será permanente en la casa y Grant debe convivir con él cuando Nir comete la osadía de subir la escalera de caracol hacia su terraza, donde le gusta tumbarse en el suelo de azulejos fríos gracias a la sombra proveída por el techo de tejas, el niño se da cuenta de que la mascota no es tan aterradora ni desagradable como pensó en un principio y, una tarde, cuando Thor debe dejarlo sólo un par de horas para ir a comprar víveres, a lo que el chico no quiso acompañarlo, vuelve sólo para oírlo hablar, entusiasmado, de que, cuando el vecino subió a buscar al perro, conversó con él un rato y le dijo que estaba bien si quería ir al patio de vez en cuando para hacer su tarea en la mesa de madera, rodeada de los rosales, o pasar un rato en la alberca.

—Me dijo que le gustan los videojuegos tanto como a mí, que sus alumnos lo convencieron de jugar Pokemon Go!, pero que lo dejó a las dos semanas, cuando se hartó, y los obligó a responder un examen sorpresa sólo para molestarlos —cada vez que agrega algo más sobre Strange, su sonrisa se ensancha y la expresión de Thor se vuelve más recia, pero el niño no lo nota, porque su padre le da la espalda mientras acomoda las compras en la alacena—. También me dijo que, si algún día necesito algo en la escuela, puedo buscarlo. Es el profe más cool, ¿sabes? —Enfatiza y Thor se siente capaz de aplastar la lata de verduras que sujeta con fuerza—. Ya lo había visto por ahí y todos lo adoran, incluso los que no son de preparatoria. Dicen que siempre se las arregla para engañar a la chica de la cafetería y conseguir que le dé papas gratis.

—Suena increíble —sisea, sardónico, poniendo los ojos en blanco: claro, tiene lógica que robarle a una pobre chica te vuelva guay ante un montón de chiquillos.

Supone que a Loki le gustaría alguien así, recortado con un patrón diferente al de todos los demás, aunque, a decir verdad, Strange no le dio la impresión de ser tan fuera de lo usual, al contrario, pero, a lo mejor, le es más fácil relacionarse abiertamente con adolescentes porque, a fin de cuentas, en eso consiste su trabajo.

Grant ríe.

— ¡Es genial! Creo que le tomaré la palabra. Pa, ¿mañana puedo hacer la tarea en el patio? Le dije que no sé nadar, así que prometió mantener la cubierta de la alberca, pero me prometió dejarme probar su Wii. Dice que últimamente no ha tenido tiempo de usarlo, así que me lo dejará si lo quiero. ¿Puedo?

Lo mira por encima del hombro, ansiando decirle que no, pero es la primera vez que el chico se muestra tan entusiasmado ante la idea de convivir con alguien, sobre todo desde que se mudaron, que no tiene el corazón para hacerlo. Frunce los labios y agita la cabeza, sintiendo la cola de caballo moviéndose por su espalda.

A lo mejor ya es hora de que se corte el pelo.

—Uhm, ¿porque no se lo cuentas a tu madre y le preguntas si te deja hacerlo? —Sabe que está jugando sucio, pero también que no hay manera de que Jane le permita convivir con un sujeto que apenas conocen.

Seguro dirá cosas como no sabes qué intención tiene, no es normal que un adulto se muestre tan interesado en pasar tiempo con chicos, mejor permanece cerca de niños de tu edad, ¿sí? y, como siempre, Grant se obligará a obedecerla, sólo para tenerla contenta. Se siente mal por hacer una movida así, pero no lo quiere cerca de Strange ni de nada que tenga que ver con Loki.

—O—

Es el día en que todo se va al diablo en el trabajo, que, al mismo tiempo, algo con Grant también lo hace.

La mañana empieza normal para él, llegando a las oficinas Stark en las que Pepper trabaja tras dejar al niño en la escuela —donde consiguió, ¡por fin!, un par de amigos, ambos mutantes dispuestos a aceptarlo sin rechistar en su pequeño grupo social—, al mismo tiempo que un repartidor entra a la recepción con una pila de cajas de donas, como las que la recepcionista ordena cada tanto para colocarlas en la sala de descanso, en caso de que alguien no tuviera la oportunidad de comer algo en su hogar o necesite un bocadillo recreacional.

Al verlas, el estómago le gruñe de hambre, pero deja de pensar en el desayuno que se saltó porque se les hizo tarde para subir las amplias escaleras hacia la oficina de Pepper y reportarse. Llega a la cima cuando el repartidor se apresura a salir por la puerta con paso apretado y, al mismo tiempo que la recepcionista desata la cinta que mantiene unidas todas las cajas, un montón de bichos electrónicos, pequeños, redondos y plateados, salen de ellas, moviéndose por el escritorio de la mujer, que grita con voz aguda, como arañas.

Por un segundo, no puede creer lo que está viendo y su cara lo revela, pero la rapidez con que los aparatos se mueven le impide concentrarse en su incredulidad: de pronto, los tiene, literalmente, en los zapatos y sólo puede quitárselos de encima con la inercia de patearlos, pero las máquinas se recuperan rápido, volviendo al ataque.

Cuando uno de los guardias de seguridad toma su arma con la intensión de comenzar a disparar, sabe que tiene que moverse rápido. Va hacia Pepper, a quien haya en el proceso de levantarse de su mesa para ir a averiguar qué pasa.

—Ataque —le dice, sin molestarse en explicar más, cerrando la puerta de la oficina a sus espaldas.

La ve palidecer antes de presionar a toda velocidad el botón de pánico debajo de su escritorio —Tony ya no les parece tan paranoico, como lo hizo cuando lo mandó instalar—.

Los gritos en el edificio aumentan, al igual que el sonido chirriante de las pequeñas máquinas tratando de abrirse paso por los recovecos debajo de la puerta. Cuando una consigue entrar y trata de pisarla, su densidad no le permite destruirla, lo que es un bache en el camino. Más y más entran por el hueco que usó la primera, que echa a correr hacia el escritorio de Pepper, berreando con un ruido metálico que les taladra los oídos.

Pepper se trepa a la mesa con toda la agilidad que le permite la apretada falda y él siente el chisporroteo de la electricidad en las puntas de los dedos, la ve destellando en sus ojos: puede distinguir los rayos y truenos pidiendo salir, exigiendo ser usados en el campo de batalla. Pepper, por un momento, luce aterrada más de él que de los artefactos que comienzan a subir por la caoba de la mesa.

Una telaraña de electricidad se desprende de sus manos, alcanzando cada pequeño aparato con una certeza milimétrica, incluso los que, uhm, bueno, no tenía que destruir, como las computadoras, las lámparas y el televisor.

Cuando el sistema de los artilugios se funde ante el despliegue de energía, las máquinas emiten chillidos que suenan casi anomalísticos. La primera en caer es la que estaba lista para inyectar un suero de color verde brillante en la pantorrilla de la empresaria, que sigue con los ojos muy abiertos por el miedo —un paso más hacia atrás y se habría caído de la mesa—.

En cuanto se asegura de que no hay más peligro cerca de ella, va a ayudar a los demás, a las secretarias que se quedaron atrapadas en una bodega, con un puñado de bichos acosándolas al otro lado de la puerta, a los trabajadores que tratan de mantener a las cosas lejos de ellos con empujones de carpetas y golpes de los zapatos y, sobre todo, a aquellos que fueron inyectados con el suero y que convulsionan en el suelo... en el mejor de los casos —distingue personas que yacen inertes detrás de escritorios o tumbados en sillas, con espuma en la boca—.

El sonido de las sirenas de la policía y las ambulancias es bienvenido en medio del caos.

—O—

Pepper se aferra a su brazo, tratando de mantener la entereza, hasta que Tony aparece, pálido y sudando, por la puerta del edificio tras hacer una carrera hasta aquí desde el aeropuerto, donde su jet apenas estaba aterrizando tras volver de Chicago cuando recibió la llamada de Happy, informándole la situación. Thor lo ve correr hacia ella para abrazarla con una fuerza que debe doler y darle un beso en la mejilla, recorriendo con sus manos cada centímetro de ella, desde los hombros hasta las manos, para asegurarse de que en verdad está bien. Cuando Pepper le afirma, con voz temblorosa, que así es, Stark exhala con alivio, pero, posteriormente, se toma dos segundos para hiperventilar, mirando al piso.

Es la primera vez que Thor lo ve tan asustado.

Al conseguir volver a su actitud all bussiness —que no le cree ni por un segundo—, Tony va a tomar una de las máquinas fundidas, que analiza antes de dedicarle una mirada impresionada.

—Ten cuidado de no pincharte con la aguja —le pide Pepper, angustiada, pero Tony no le da mayor importancia.

—Sabía que eras la persona correcta para cuidar de ella —murmura por lo bajo. Toma una bolsa de plástico que encuentra en el escritorio de la recepción y mete la máquina en ella, sellándola con el cierre hermético—. Será mejor que le lleve esto a Banner para echarle un ojo en el laboratorio; tal vez podamos descubrir si hay algún antídoto que podamos usar o la manera de elaborar uno y ayudar a los que acabaron en el hospital —masculla, metiendo la bolsa en el interior de su chaqueta con un gesto burdo de las manos—. ¡Ese Hammer me las va a pagar! —Exclama, agitando un puño en el aire.

—Tony… —advierte Pepper cuando se da cuenta de las miradas interesadas que los oficiales en la escena lanzan en su dirección.

La pelea entre Industrias Stark y Hammer es una leyenda urbana ante el público, en realidad, porque atacarse entre ellos con máquinas que llevan agujas envenenadas integradas suena como una historia de ciencia ficción, pero Thor acaba de confirmar los extremos a los que el enemigo de Stark está dispuesto a llegar para sacarlo de la jugada en el campo del armamento militar.

Los humanos están desquiciados y son bastante depravados. Obvio, éste fue el mundo en el que le tuvo que tocar renacer.

— ¿La cuidas? —Le pide Tony, mirándolo a los ojos con algo parecido a la incertidumbre.

Está por asentir cuando Happy entra rápido a la estancia, tras pasar largo rato tratando de contactar a las familias de los heridos para ponerlas al tanto de lo ocurrido y permitirles saber los hospitales a donde fueron trasladados —los mejores que Tony puede pagar, por supuesto—.

Para sorpresa de Thor, no va hacia Tony, sino a él, ofreciéndole un teléfono con la mano extendida.

—Es tu hermana —le dice sin perder tiempo. De inmediato, con toda la adrenalina de la mañana aun fluyendo por sus venas, el pánico lo azota con la fuerza del puño de un jotun—, dice que es urgente.

Thor le arranca el teléfono con un zarpazo y lo pega a su oreja, buscando, de inmediato, un sitio despejado de ruido y bullicio para poder escucharla. Mete la mano en el bolsillo de su pantalón y descubre que su teléfono está tan descompuesto como los demás aparatos en la oficina; quiere golpear la cabeza contra una pared por no haberse dado cuenta antes.

—Al… —masculla con voz estrangulada.

— ¡Thor! —Chilla ella al otro lado de la línea en cuanto lo escucha y, para su horror, descubre que está llorando, desesperada—. ¡Es Grant! ¡La escuela me llamó cuando no pudieron dar contigo! ¡Tuvo una crisis: no responde, no habla, ni siquiera nos enfoca! ¡Tuvimos que traerlo al hospital!

El mundo se le cae a pedazos de una forma que ni siquiera el Ragnarök consiguió. El pánico por su hijo es más grande que cualquier otro que haya sentido y, de inmediato, siente algo frío y espantoso recorriéndole la espalda.

Por un segundo, se pregunta si podrían haberlo atacado con lo mismo que a los trabajadores de Tony, pero suena estúpido, sobre todo porque el niño estaba en la escuela cuando todo pasó. Una situación no se relaciona a la otra. Desea.

— ¡¿Dónde estás?! —Exclama con una voz que no suena como la suya.

Alana solloza mientras le dice el sitio y, sin siquiera mirar a Tony para dejarle saber qué pasa, hecha a correr hacia el estacionamiento para poner en marcha su auto y arrancarlo a toda velocidad.

—O—

Cuando llega al hospital, acribilla a una enfermera con preguntas hasta que la mujer puede dirigirlo a un área de observación, donde encuentra a su hermana y a un consciente — ¡gracias al cielo! — Grant en una cama, siendo revisado por un médico que lanza la luz de una lámpara hacia sus ojos claros.

Thor quiere hacer al hombre a un lado y aferrar a su hijo cuando lo ve sonreír de alivio ante su llegada, pero Alana, chocando contra su pecho para darle un fuerte abrazo, lo detiene. El médico sigue revisando al niño y les explica que es posible que sufriera una crisis de ausencia, aunque es extraño que durara tanto tiempo, por lo que ordena algunos estudios. Thor se compromete a realizarlos todos y, cuando una enfermera se encarga de programar las citas, les permiten irse a casa.

No deja que Grant camine, así que lo alza y lo lleva hasta el auto aferrado contra su cuerpo, encontrando consuelo en el hecho de tenerlo así de cerca. Alana se sienta con él en la parte trasera del carro y, cada tanto, le llena el cabello de besos antes de ponerse a gimotear, nerviosa. Grant luce culpable cada vez que la mujer se pone así y Thor quiere pedirle que pare, pero no es justo, porque, a fin de cuentas, fue ella quien tuvo que soportar lo peor de todo esto, si bien la angustia también lo está carcomiendo por dentro.

—No sé qué habría hecho de no haber sido por el profesor que me ayudó a traerlo —explica ella, haciendo un esfuerzo por controlarse, limpiándose los ojos húmedos con los pulgares y hablando entre hipidos—. ¡Diablos! ¡Perdí el control por completo, Thor, lo siento!

—Está bien, tranquila —trata de consolarla, pero hablar a través de dientes apretados no parece cooperar—. Fue mi culpa —técnicamente, por derretir su teléfono.

Grant, que parece a punto de quedarse dormido junto a su tía, sonríe con suficiencia.

—Les dije a mamá y a ti que el vecino es cool —murmura, somnoliento—. Cuando comencé a sentirme mal en el patio, fui a buscarlo y no me dejó solo mientras le pedíamos a mi maestra que te llamara, luego, todo se puso negro y comencé a escuchar voces y a ver cosas.

Casi choca con una motocicleta al pisar el acelerador en vez del freno al llegar a un semáforo. Aprovecha la pausa para mirar por encima del hombro, ceño fruncido y una agrura subiendo a su boca —ignora el gesto grosero que el conductor de la moto le hace con una mano—.

— ¿De qué hablas? —Pregunta, estremecido porque eso no es normal, ¿o sí?

—Pues vi… vi… un examen, creo. Ese que la maestra está planeando hacer dentro de dos semanas, para el que te dije que no he estudiado. Sé que la respuesta de la primera pregunta es doscientos cincuenta y cuatro y la de la segunda es… es… ¿ciento veinticinco? Odio las matemáticas. También la escuché decirme que pasé y felicitarme por mejorar mis notas —se encoge de hombros—. Hubo más cosas, pero no las recuerdo. Después, todo volvió a la normalidad y, cuando dejé de ver borroso, me di cuenta de que estaba en el hospital, con el doctor y la tía Alana.

Mientras el semáforo sigue en rojo, Thor y su hermana intercambian una mirada larga.

—O—

Tras instalar a Grant en su habitación y asegurarse de que no necesita nada, llama a Jane para dejarle saber lo que ocurrió y trata de calmar su ansiedad lo mejor que puede, aunque no le comenta la duda que comenzó a rondarle la cabeza desde que el niño le explicó en qué consistió su desmayo.

Cuando la astrofísica le permite terminar la llamada, luego de prometerle que hará todo lo posible por adelantar el viaje que tenía planeado hacer a Nueva York dentro de un mes, se sienta en la sala, agotado.

Fue un día terrible, en todos los sentidos posibles, y ni siquiera sabe cómo empezar a recoger los pedazos de lo que creyó firme para tratar de reacomodarlos en algo que le recuerde lo que era normal.

No quiere ni imaginar…

Su mente se llena del recuerdo de Frigga en cuanto cierra los ojos; se estremece. Tiene mucho miedo de que su hijo pueda ser…

Comienza a hacerse tarde y el cielo se tiñe de un delicado tono dorado, anunciando que el ocaso está cerca; escucha el ruido de la puerta principal abriéndose y a Nir ladrando en el departamento de Strange, a quien luego tendrá que darle las gracias por ayudar a su familia; por ahora, no encuentra las fuerzas suficientes para hacerlo.

El tipo le cae mal y sí, es sólo por celos, pero, a pesar de saberlo, no es capaz de controlarse. Si pudiera sujetarlo del cuello y lanzarlo al Himalaya, sería asombroso.

Media hora después, tras mandarle algunos mensajes a Tony para decirle el motivo por el que salió despavorido de la oficina, está por levantarse para ir a la cocina a buscar algo de beber, ya que tiene la garganta tan seca como el desierto del Sahara, cuando escucha pasos en la escalera al otro lado de la puerta y, poco después, el golpeteo rítmico de nudillos contra la madera. Tal vez Strange está tan sumergido en su papel de buen samaritano, que, en vez de esperar a que se dignara a buscarlo, vino para averiguar cómo se encuentra el niño —o a exigirle un agradecimiento, quién sabe—.

Bufando de fastidio, levanta las manos por encima de su cabeza, tratando de relajar los músculos de sus brazos, al mismo tiempo que da media vuelta y camina, sin prisas, hacia la puerta. Tira del pomo con rudeza y, en cuanto separa la hoja del marco, sus ojos se encuentran de golpe con los de Loki, que siguen teniendo el efecto de una espada entre las costillas.

Contiene el aliento y su corazón deja de latir al mismo tiempo que el otro enarca las cejas y una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios. Tiene el descaro de humedecerlos con la punta de la lengua y Thor se odia por fijarse en eso cuando la preocupación por su hijo debería ser lo único ocupando su mente.

Nir apareciendo a toda velocidad por la escalera y colándose a su departamento con un ladrido emocionado basta para distraerlo de la presión de la situación —Darcy tuvo razón hace mucho, al llamarlo colegiala: así debe paralizarse una al estar frente a Harry Styles. No es que sepa quién es…—.

— ¡Oye, tú, ven acá! —Exclama Loki de repente, con la misma voz que usaba para maldecir a Volstagg o Fandral cuando lo hacían enojar, y Thor se sobresalta. De inmediato, su corazón se recupera y empieza a palpitar otra vez, acelerado. Loki hace una mueca apenada cuando el perro se escabulle a la habitación de Grant y pueden escuchar al niño reír y pedirle que deje de chuparle la cara—. Lo siento. Lo siento —dice, como si en verdad conociera el peso de esas dos palabras—. Soy Loki —sonríe de nuevo y Thor pasa saliva, pensando como si no lo supiera, la amargura bullendo en su estómago igual que un geiser, pero de bilis—. L'affeison —no le ofrece la mano, afortunadamente, porque, de haberlo hecho, jamás se la habría regresado, igual que en la cafetería—. Vivo en el departamento de abajo y enseño en St. Germain —el cerebro de Thor escapa de la escena del crimen, bañado en sangre y con el arma homicida en la mano.

Obviamente, la víctima es su sinapsis.

Comienza a escuchar un zumbido, agudo y molesto.

»—Lamento haber tardado tanto en venir a presentarme —sigue parloteando Loki y Thor sólo entiende el tres por ciento de todo lo que sale por su boca. Es más: menos. De no ser una boca tan conocida, seguro no le sería tan sencillo perderse en la forma en que se está moviendo—. Soy algo esquivo con la gente y, cuando pensaba en hacerlo, lo posponía y lo posponía y lo posponía —hace más gestos con las manos que Jane— y, al pasar las semanas, pensé, bueno, ya para qué, así que lo dejé por la paz. La única vez que creí que tendría la oportunidad, tu hijo me dijo que no estabas, así que… oh, es cierto —lo apunta con un dedo largo, decorado con un anillo adornado con una elegante piedra verde. No es un broche, pero el estímulo basta para regresarlo a la primera vez que prendó uno en el extremo de su capa roja—: subí a preguntar cómo está, (es que me pierdo cuando hablo con otros). Me dio un susto de muerte. Lamento no haberme quedado a acompañar a su tía en el hospital, pero ella me dijo que estaba bien y tenía que volver a dar tres clases más…

De repente, hay una pausa. Extendida, tensa, incómoda.

Thor lo mira de pies a cabeza como hizo en la cafetería y se da cuenta de que extraña las túnicas negras, el cabello largo, la piel fría y el olor fresco que le tomó mil baños limpiar de su cuerpo después de que Loki se fuera del reino… ésta persona que tiene delante huele diferente. Agradable, pero no como su Loki.

No es ese Loki, ¿no? Si así fuera, lo recordaría.

Pasa saliva y trata de recuperar algo de control sobre sí mismo, de hacer un resumen de todo lo que acaba de pasar.

—Vives en el departamento de abajo —ni siquiera se da cuenta de cuándo separa los labios para hablar, como si estuviera hipnotizado. Loki levanta una única ceja, contrariado— y enseñas en St. Germain —la segunda ceja sigue a la primera.

La pausa sólo se ensancha y, mientras Thor trata de comprender esas dos sencillas afirmaciones desde todas las aristas posibles, es obvio que Loki ha comenzado a pensar que es idiota.

Finalmente, lo ve sonreír con condescendencia y eso basta para calmar la taquicardia y la vergüenza.

—O—

Le permite ir a la recámara de Grant para extraer a Nir, que se encuentra tendido en la cama, a los pies del niño, permitiendo que éste le rasque la panza —se siente contrariado, porque la repulsión que su hijo sentía por los animales grandes murió rápido con el poco tiempo de convivencia que ha tenido con la mascota, en un claro testamento de que la terapia de exposición sí que funciona—.

—Éste solía ser el departamento de mi hermana y está acostumbrado a moverse por ambos como le da la gana —explica Loki, al ver la placidez del perro, acercándose para sujetar el collar como hizo Strange y tratar de levantarlo de la cama, pero el animal gimotea, berrinchudo, y Grant hace un puchero:

— ¿Puede quedarse? Sólo un rato: nos estamos divirtiendo —Loki y el niño, automáticamente, miran a Thor con ojos inquisitivos, provocando que no sepa cómo reaccionar.

Es difícil ser consciente de que nunca pudo negarle mucho a Loki y tampoco a su hijo: tenerlos juntos es como escuchar el reloj de una bomba haciendo tic-tac.

—Está bien —se encoge de hombros y Loki suelta al perro, que se lo agradece lamiéndole los dedos.

—Puedo venir por él después. O simplemente déjenlo salir a la terraza y encontrará su camino hacia abajo —sonríe—. Me alegra que estés bien, Grant —suena tan honesto, que el corazón de Thor da un vuelco en su pecho.

—Gracias por ayudarme —responde el niño, contento, y Loki da media vuelta para salir de la recámara, iluminada por la luz del atardecer que logra colarse por las cortinas naranjas.

Cuando pasa al lado de Thor, sus ojos se cruzan un microsegundo y, de nuevo, es agobiante darse cuenta de que no tiene idea de quién diablos es —o fue—.

Su Loki solía mirarlo diferente, igual que si Thor fuera el sol —uno que le dañaba los globos oculares al exponerse demasiado a él—. Ésta persona lo observa como si se tratara de un fulano cualquiera.

—Gracias por estar ahí —le dice al volver a la sala, desanimado y sólo para ganar tiempo y encontrar la manera de retenerlo, de permitirle conocerlo—. Mi hermana se impresiona fácilmente.

—La mía igual. Afortunadamente, la tuya no es mutante —si sufre un pequeño sobresalto con eso, porque no es cierto, no deja que se note—: Freyja lo habría quemado todo en un instante —ríe y ¿no es ese el sonido más bonito del mundo? (Está tan jodido, justo como sabía qué pasaría si se permitía acercarse a él) —. ¿Esas cortinas anaranjadas en la recámara? —Thor asiente, aunque ni siquiera recuerda dónde está—. No tienes idea de cuántas veces tuvimos que cambiarlas. Al final, pensamos en sólo pintar los cristales y dejar los cortineros vacíos: se exalta sin dificultad —llega a la puerta y, en cuanto su mano se posa en la manija, Thor siente pavor.

—Disculpa —exclama, lanzando al aire lo primero que le viene a la mente—, pero creía que el dueño del departamento de abajo era Stephen Strange —Loki se paraliza, dándole la espalda—. Fue él quien nos recibió cuando nos mudamos — ¿es tu pareja, vives con él? ¡Lo odio!

Para su sorpresa, Loki lo mira por encima del hombro, riendo despectivamente por la nariz.

—No —aclara—. Stephen es mi compañero de trabajo —da media vuelta y se recarga en la puerta, todavía cerrada. Cruza los brazos y se ve tan… quiere abrazarlo, hundir la nariz en su cuello, sentir la extraña temperatura de su cuerpo de nuevo—. Podría decirse que es mi Frank «Grimey» Grimes —quien quiera que sea. Loki rueda los ojos y Thor tiene que apoyar las manos en el respaldo de una silla para mantener el equilibrio. Su garganta sigue seca—. Lo detesto, pero no puedo quitármelo de encima: es nuevo enseñando y le cuesta trabajo relacionarse con los chicos, así que me pidieron que le diera una mano. Algunos de mis alumnos pasan tiempo aquí y, cuando tenemos que hacer un plan de estudios o algún proyecto, Stephen también, porque es más fácil para ambos —hace una mueca y no se da cuenta de la exhalación aliviada de Thor, que quiere reír como idiota porque, enserio, odiaba a Strange, pero ahora que sabe que no es nada en la vida de Loki, aparte de una molestia, comienza a pensar que no puede ser tan mal sujeto.

Loki siempre le guardaba rencor a personas inocentes, después de todo.

»—Aquél día tuve que salir a encargarme de un asunto personal, ¡sólo cinco minutos!, pero lo tuve lloriqueando en el teléfono un buen rato sobre cómo lo había dejado solo y ni siquiera le había avisado que alguien llegaría. En realidad, yo tampoco sabía: fue mi hermana quien se encargó de los trámites y no se molestó en decirme lo que acordó con… ¿tigo?

Se encoge de hombros, niega con la cabeza y termina ladeándola, sin saber qué más hacer: éste Loki habla mucho, pero es agradable. También peligroso, porque está despertando muchas cosas en él que deberían permanecer dormidas.

—Así que todo éste tiempo has sido sólo tú —murmura y Loki frunce los labios, contrariado.

—Ajá: desprovisto completamente de habilidades sociales, yo. Lo lamento —porque parece pensar que se está quejando de no haber sabido quién vivía en la parte inferior de la casa.

Y claro que le molesta: ¡la persona más importante de una de sus vidas estuvo viviendo en el mismo sitio que él todo este tiempo!

Semanas contigo, ¡meses! Contigo. Sin saberlo —y maldiciéndolo pensando que era Strange…—.

Aprieta los labios, al igual que las manos en la madera de la silla. Se siente tenso, así que mira hacia abajo, tratando de mantener todo bajo control, dentro de ese baúl donde quiso encerrar su vida pasada hace mucho.

—Loki —llama y ahora es su voz la que suena como un ronroneo, como la vibración en la garganta de un león antes de rugir. Levanta la mirada y se da cuenta de que el otro lo observa con ojos como platos, tal vez por la intensidad con la que acaba de usar su nombre. Necesita preguntárselo de frente, tratar de discernir si lo está engañando por medio de su cara, de lo que su voz puede ocultar, pero su expresión, no—. ¿No me recuerdas?

Duele.

Pasan un par de segundos, amenizados por el ruido de Grant hablando con Nir en la habitación y el canto de aves en el exterior.

Si algo delata el rostro de Loki, es que está tratando de hacer memoria y, al final, cuando separa los labios, lo hace entornando los ojos.

— ¿Hablas de la cafetería? —Pregunta, sin estar seguro, mirándolo a los ojos sin pesar—. No estaba seguro de que fueras tú: tengo memoria de teflón —hace un gesto apenado. No me digas, piensa él—, pero, si así fue, gracias por salvar mi teléfono. Soy un millennial: Dios sabe que lo quiero más que a mi hermana —da media vuelta para sujetar el pomo de la puerta otra vez y girarlo para salir al corredor—. Me dio gusto conocerte. ¡Por fin! —Ríe, como si fuera una broma privada—. Si necesitas ayuda con tu hijo, sólo dímelo, ¿sí? —Eso no le forma un nudo en la garganta, para nada—. Hasta luego, Thor.

Está tan concentrado en sentirse miserable, que ni siquiera cae en la cuenta de que nunca le dijo su nombre y, si bien Loki pudo obtenerlo por un millón de fuentes diferentes, hay una en particular que, a pesar de que éste encuentro no ha hecho más que refutar, sigue estando sobre la mesa.

—O—

En la página, ustedes votaron por ésta actualización, así que aquí está y espero que la disfrutaran :)

Ahora, otra cosa: por el momento tengo exactamente 61 historias terminadas pendientes de publicación, entre one-shots y WIPS, así que, cuando pongo la nota de «Historias SIN comentarios NO serán continuadas», no pretendo sonar brusca y «chantajear» a mis lectores para que me llenen el marcador de «no sé qué poner, pero continúa, por favor». No :)

Simplemente, por medio de sus comentarios en las Historias Abiertas, marco en cuáles centrarme y en cuáles puedo tomarme mi tiempo.

Es un malentendido que me pone los pelos de punta por lo subjetiva que puede ser la gente cuando mi intención es la de ser lo más objetiva posible y no extenderme tanto en una explicación, porque sé que muchos no leen las notas de autor, entonces mi intención con ese comentario es que sea lo primero que se vea antes de que le den «salir» a la historia.

También quiero que sepan que, aun sí sólo dos personas comentan un capítulo, por esas dos personas, incluso una, que se tomaron su tiempo de hacerse presentes, continúo la historia, misma que les dedico con mucho gusto y cariño, así que no caigan en el error de creer que estoy pugnando por una «cantidad específica» de algo pueril.

No culpen al ego de lo que fácilmente se explica cómo ansiedad al ofrecer un producto y tampoco creamos entender las acciones de alguien sin comprender sus motivos :p

Basta decir que me gusta conocer la opinión de la gente que convive con mi trabajo, incluso en otros hobbies, pero no soy una persona que se extienda mucho tratando de dar explicaciones, precisamente porque sé lo mal que se pueden interpretar :p

Dejando eso de lado: falta un solo capítulo para terminar ésta historia :)

Como ya dije, se las dedico con mucho cariño y, sobre todo, con mucho respeto, a las personas que la han seguido desde que publiqué el primer capítulo y me han dejado conocer su opinión, porque para algunos puede parecer que leen historias sobre romance, pero no es así: están leyendo sobre ansiedad y otros trastornos.

Bruma a un lado, recuerden que me encuentran en:

Página de FB: PruePhantomhive (recomendaciones, actualizaciones, nuevas historias y mis fandom).

Canal de YouTube: Prudence Hummel (ecología y reciclaje).

FictionPress: The state of dreaming (historias originales de suspenso, fantasia y sci-fi).