Los personajes de Twilight no me pertenecen, la historia es mía.

Disfrútenlo


Primerizo

Bien dicen que la paciencia es virtud de sabios, sin embargo, Edward no hacía parte de ese selecto grupo; pese a ser muy inteligente, aún era joven y sus hormonas hablaban mucho más alto. Así que, días después de su cumpleaños, mientras Isabella les contaba sobre la literatura romántica, decidió cobrar su regalo. Tenía derecho, ¿verdad?

Sin perder la costumbre, escribió una carta; bien podía mandarle un WhatsApp, pero le gustaba escribirle con su puño y letra, y también sabía que a ella le gustaba ese gesto. No había nada más lindo que verla feliz.

Isabella, por su parte, pese a estar concentrada en la clase y ser un tema demasiado apasionante para ella, no evitaba mirar de reojo a su alumno favorito; su respiración se aceleraba e intentaba controlarlo, pero no había terminado de acostumbrarse a tenerlo ahí y no desearlo a cada momento. Mucho más ante su imagen, con un bolígrafo que bailaba entre una hoja de papel, dejando a su paso una letra hermosa, palabras que no pudo leer desde donde estaba. Estaba segura que escribía una carta, pero ¿Era para ella? no podía ser de otra manera, sin embargo, no evitó sentir una oleada de celos, imaginando que le estaba escribiendo a otra persona.

Cuando él levantó la vista de la hoja, la miró y guiñándole le sonrió, todas las ideas absurdas escaparon de su mente y continuó con la clase, ahora mirando a cada rato el reloj, rogando que el tiempo pasara rápido para poder leer lo que le había escrito.

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Querida mía

El sol está en su punto más alto, pese a no poder verlo, pues sabes que las nubes espesas de nuestro querido pueblo, no lo permiten. Sin embargo, resplandeces. En ese altillo que hace sus veces de escenario, destinado solo para los maestros, te ves hermosa, Princesa Negrori¹; incluso detrás de ese horrible escritorio roído por el tiempo.

«Aquella era la hora solemne en que me inspiro

En que del alma brota el cántico inefable del beso y del suspiro» ²

Hablas de Víctor Hugo y eres hermosa, Juliette, querida mía…

Si su idilio duró 23 mil 650 cartas, deseo que el nuestro dure 47 mil 300 más.

Me siento feliz de poderte llamar novia….

Ma fiancée³, te invito hoy a nuestro lugar, a las cuatro. Solos tu y yo.

Nunca tengo suficiente de ti.

Siempre tuyo, E.

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Cuando Bella llegó a la cita, se acercó a abrazarlo, besarlo en los labios y envolverlo por el cuello, alzándose un poco en las puntas de sus pies. Él tuvo que agacharse un poco para corresponder el gesto, mientras hacía lo propio con sus brazos alrededor de su cintura.

—Novia… —Ella sonrió sobre su boca.

—Novio… —Él hizo una mueca.

—Me gusta que me llames así, pero prefiero Chico Cullen.

—Está bien, Chico Cullen. —Rio—. Adoro tus cartas.

—Lo sé.

—Gracias, engreído. —Con el pasar de los días, mientras su relación avanzaba, Edward había adquirido una confianza asombrosa en sus actos, cosa que a Bella le encantaba y Edward se sentía más cómodo en cada ocasión—. ¿Y qué es todo esto? —Señaló a la manta extendida de manera pulcra en el césped, sobre la cual había una cesta de picnic y una bolsa de regalo, finamente adornada con un listón azul. Él se encogió de hombros, restándole importancia, pese a que se había esmerado en alistar todo, porque sabía que eso era el preámbulo para un momento demasiado importante, por el cual esperó mucho tiempo.

—Solo quería hacerlo especial, porque quiero reclamar mi regalo de cumpleaños. —Y esta vez, sí se sonrojó. Bella lo encontró encantador, así que lo besó, atrapando su labio inferior entre los dientes, conteniendo la sonrisa y la excitación. En medio del beso, encontraron la manera de caminar hasta la manta y sentarse, él apoyado contra un tronco caído y Bella a horcajadas.

—Ajá, y cómo es eso.

—Pues eso. —Nervioso se estiró un poco para mostrarle el regalo—. Lo empaqué para ti.

—Eres mucho mejor que yo en esto. Como dije, más parece un regalo para mí que para ti.

—Créeme, es todo para mí —Bella sonrió e intentó ponerse en pie, para ir a cambiarse, pero Edward se apoderó de su cintura, impidiéndole moverse siquiera un centímetro lejos de su cuerpo—. No tan rápido, princesa, me gustaría disfrutar de mi regalo con más calma. Comamos.

Y así lo hicieron; Edward le contó que él mismo había preparado los sándwiches y robado el mejor vino de su casa.

—Entonces, ahora eres un ladronzuelo de vinos. Si te descubren, dirán que fue por mi mala influencia —Edward soltó una desenfadada carcajada y Bella sonrió en medio de su segunda copa.

—Robaría toda una bodega de vinos para ti, solo por verte así.

—Verme cómo, ¿borracha?

—Sonriente. Estás feliz.

—Tú me haces feliz, no necesito vino para eso —Edward sonrió tímido.

—Me alegra saber eso, sin embargo, el vino te atribuye el más hermoso sonrojo a las mejillas, digno de una obra de arte.

Bella no supo qué responder, solo pidió una copa más y se la terminó de un solo trago antes de besarlo de nuevo—. Dame un momento y vuelvo —jadeó, agarrando el paquete y corriendo a esconderse para cambiarse y sorprenderlo.

Mientras tanto, Edward era un manojo de nervios, no había querido pasarse de una copa de vino, pero se maldijo por no hacerlo, quizá el alcohol lo ayudaba en ese momento crucial. Olvidándose de los protocolos y etiquetas, tomó un gran trago el vino directamente de la botella,

¿Y si no lo hago bien? —se decía para sí mientras sus dedos desordenaban su cabello, ponía el corcho a la botella y torpe, recogía y limpiaba los restos de comida, llenando todo en la cesta y poniéndola a un lado—. Ni siquiera sé por dónde… ¡Mierda! —se maldijo y por primera vez se arrepintió de no haber visto los videos porno más explícitos y completos.

Pero todos sus pensamientos se fueron al olvido cuando Isabella apareció ante sus ojos, ataviada de la casi nula tela negra con encaje del mismo color. Uniendo sus pechos con una ínfima tirita, que parecía querer romperse por el estirón. Ella se dio la vuelta, lento, cual serpiente en el Edén, tentando a su dulce e inocente presa.

Dos lasos, uno en su espalda y otro al inicio de su redondo trasero, formando un corazón, eran los que sujetaban la preda a su cuerpo, y ahora, parecían rogar ser desatados. Jadeó al seguir con su inspección… esas medias en malla, que le llegaban hasta la mitad de los muslos, logrando que se vieran muchísimo más largas y perfectas; para terminar el atuendo, unos tacones también negros. Edward solo podía pensar en una imagen con esos zapatos: Isabella sobre él, dominándolo, mientras su duro tacón se enterraba en su pecho.

—Dios… —jadeó él. Le parecía una visión, una diosa venida del mismo cielo.

Isabella por su parte intentó caminar despacio y con seguridad, pero los nervios le estaban ganando, no iba a perder su virginidad, eso lo había hecho antes de salir del instituto, pero era la primera vez con Edward, de quien había empezado a enamorarse; era algo que aún no podía asimilar, pero que en fondo sabía era inevitable, pues su corazón se sentía pleno ante la caballerosidad, la atención y los profundos sentimientos que se reflejaban en los ojos del joven muchacho.

—¿Te gusta tu regalo? —preguntó Isabella, dudosa.

—Más me gustas tú —Edward se puso en pie, son un dedo soltó el labio que ella tenía atrapado entre los dientes y empezó a rodearla con lentitud, con la mano alzada acariciando con delicadeza su piel, haciéndola estremecer.

—¿Tienes frío? —le preguntó e Isabella negó con la cabeza, cerrando los ojos y disfrutando del toque parsimonioso de los dedos del Edward.

—¿Así tratas a todos tus regalos? —preguntó Isabella en medio de un jadeo, cuando las manos de él pasaron por su pezón ya erecto.

—Solo los regalos que quiero conservar para toda la vida —respondió. Isabella se giró para enfrentarlo y lo besó con furia, hasta que sus labios ansiaron probar más piel, sin embargo, Edward la detuvo.

—Quiero contemplarte. —Ella solo asintió y se dejó hacer, disfrutando de su mirada de fuego—. Quiero verte, como cuando te espiaba en este mismo sitio, cuando no sabías que lo hacía y anhelaba tocarte.

—No te veía, no sabía que existías, pero sentía tu mirada, y eso me traía cada día aquí. —Edward dejó un pequeño beso sobre el hombro desnudo de Isabella, antes de proseguir con sus movimientos.

La rodeó un par de veces más y empezó a desatarle con lentitud y mano temblorosa el primer lazo—. ¿Ves la importancia de contener los impulsos más primarios? En este momento le pondría un altar a Fräulein Helga por entrenarme durante toda mi vida en eso. Desearía desenvolverte como cuando abrí el regalo que me diste, de un solo movimiento, pero es mucho más satisfactorio hacerlo así, poco a poco desvelando hasta la última parte de tu piel. —Cuando hubo terminado con ese, le pasó sobre la cabeza la tirita que sostenía las copas de los pechos, haciéndola caer hasta su cintura. Edward se deleitó con la imagen y pasó casi rosando los pezones ahora expuestos, antes de desatar el siguiente lazo, el cual ya suelto, dejó la sencilla tarea de deslizar con suavidad el resto de la ínfima prenda.

—Eres como la Eva de las pinturas renacentistas, como la musa de Botticelli —murmuró, admirando a Isabella como si la mirara por primera vez y no hubiera pasado más de un año observándola desnuda.

Isabella sonrió y lo arrastró hasta la manta que Edward había extendido sobre el césped, besándolo y desvistiéndolo en el proceso. Edward estaba nervioso, era visible en el temblor de sus manos cuando se recostaron y empezó a jugar con la piel de sus muslos, acercándose a donde Isabella más lo deseaba.

—Eres maravilloso, con el rose más simple de tu piel con la mía, siento que voy a incendiarme, pero no quiero más juegos.

—Pero quiero ocuparme de ti, déjame a…

—No, quiero sentirte dentro, Edward. Te deseo.

Y sin mediar más palabra lo haló y él se acomodó con facilidad entre sus piernas.

Aunque los nervios aún no abandonaban por completo el cuerpo de Edward, en algún momento dejó esos pensamientos de lado y se dijo que se dejaría llevar por el instinto, al fin y al cabo, todos los seres vivos se apareaban por instinto ¿cierto? Así que para él no podría ser distinto. Sin embargo, cuando estuvo sobre Isabella empujó su cadera, mientras las pestañas de Isabella se movían perezosas y lo miraba con ojos brillantes y boca de manzana.

—No, Edward, por ahí no —murmuró al sentir que el miembro de Edward quería abrirse paso por otro lugar un poco más al sur.

Edward, obnubilado por el deseo no escuchó y volvió a empujar, obteniendo el mismo resultado. Y aunque Isabella estaba en las mismas condiciones, se dio el tiempo de tomarlo entre sus manos y guiarlo. Con el siguiente empuje lo sintió en todo su esplendor, dejando salir un entrecortado jadeo ante la sensación; Edward, por su parte, cerró con fuerza los ojos, intentando controlarse.

—Dios… —murmuró—. Dios… Es tan apretado… tan húmedo… caliente… tan… —al sentir que se quedó quieto, ella alzó su cadera al encuentro de Edward, enterrando las uñas en el firme trasero de su amante, el cual jadeó con dificultad—. Dios… —repitió—. Isabella, no te muevas… si te mueves creo que… —ella reaccionó y puso atención a las palabras de Edward, quien con todo el autocontrol del mundo se mantenía inmóvil sobre ella.

—¿Qué pasa? —preguntó con un suspiro un poco insatisfecho, su cuerpo deseaba seguir, Edward era grande y, contrario a lo que pensó al inicio, que quizá le incomodaría, no fue así, Edward en su interior era perfecto, y quería sentirlo moverse dentro y fuera de ella, alimentando el fuego que amenazaba con consumirla de un momento a otro.

—Es que yo nunca… —Edward se sonrojó e hizo a un lado el rostro, cerrando más los ojos para evitar la mirada de Isabella—. Yo nunca… y siento que si me muevo un centímetro más voy a… —estaba tan apenado que solo quería salir corriendo, cavar un hoyo de unos mil metros y enterrarse por siempre. ¿Qué pensará ahora Isabella? ¿Qué no es suficientemente hombre para satisfacerla y ahora lo dejaría? Edward de verdad pensaba que si ella hacía eso se lo tenía bien merecido.

Pero Isabella, aclarando más su mente y reaccionando al significado de las palabras de Edward, no pudo más que sentirse una idiota, ¿cómo no lo vio? Las señales estaban ahí, la inocencia con la que la miraba, sus sonrojos… pero ¿inocencia? Si tantas veces la miró desnuda, los toqueteos en el instituto… y era tan coqueto que daba a entender que era muy versado en el asunto. Sin embargo, una vez más comprobó que las apariencias engañan. Sus manos, que ahora estaban en la espalda de Edward, subieron hasta sus hombros y de ahí a su rostro, el cual acarició con ternura antes de besarlo con ternura, acariciando su rostro en el proceso, intentando tranquilizarlo. Sin decir palabra lo alejó, empujándolo para que quedara de espaldas a la manta.

—Mírame —Susurró Isabella sobre los labios de Edward, pues él aún seguía con sus ojos fuertemente cerrados. Edward hizo caso a su pedido y con temor la miró. Isabella lo observaba desde arriba, a horcajadas sobre él, con sus ojos brillantes y llenos de pasión. Le sonrió, empezando un movimiento lento de su cadera sobre el eje de Edward, sin llegar a que la penetrara. Edward llevó sus manos a los pechos de Isabella, sintiéndose en la gloria al verla sobre él, llevando el control.

—Quiero sentir cómo me llenas, pero mírame cuando lo haga, Edward —le dijo tierna, pero con un tono autoritario, que no dejaba espacio para la réplica; y él no quería contradecirla, así que sus ojos no se movieron de los de ella. Isabella lo tomó entre sus manos y lo guio de nuevo a su interior—. Y no me importa si te corres antes que yo —susurró besándolo.

Edward ante esas palabras se dejó llevar otra vez por su instinto y, pese a la incomodidad del principio, se acopló al ritmo que llevaba Isabella, en una danza que al parecer llevaban en la sangre, en un vaivén tan antiguo como el universo.

No puedo contenerlo más y se dejó ir, llevado por la sensación más maravillosa que pudo haber sentido en la vida, nunca se había corrido de esa manera. Isabella sintió cómo se estremecía bajo ella y cómo cada parte del cuerpo de Edward temblaba; y toda esa sensación, acompañada por toda la excitación acumulada y el sentir cómo Edward la llenaba, fueron suficientes para que ella también lo acompañara al éxtasis de sus cuerpos.

Isabella se desplomó sobre el cuerpo de Edward, dejándose envolver por los protectores y fuertes brazos de su amante.

—Te corriste… —murmuró Edward, victorioso cuando sintió que las paredes de ella lo envolvían. Isabella no hizo más que soltar una risita perezosa.

—No estuvo nada mal para ser tu primera vez, Chico Cullen.

Edward se sonrojó e Isabella sintió, al estar tan cerca, cómo el calor subía desde su pecho hasta su rostro. Alzó la cabeza y se acomodó para mirarlo, con su mentón descansando en sus manos sobre el pecho de Edward.

—No quiero arruinar nuestro momento, pero aún tenemos que hablar sobre el porque no me dijiste que era tu primera vez. —Edward enterró el rostro en el cuello de ella, evadiendo su comentario.

—¿Te gustó? —preguntó, su voz sonó apagada.

—Fue fantástico, Edward. —Se alejó un poco para verlo en su cara, y sí, estaba diciendo la verdad. Sonrió engreído y la atrajo para besarla, subiéndola de nuevo sobre él, haciéndole sentir que estaba preparado para la siguiente ronda.

Y esa fue su rutina por más de dos semanas, aunque llamarlo rutina es un insulto, pues Edward siempre trataba de innovar, ya que había leído que la monotonía era de las peores cosas en las que podías caer cuando estabas en una relación estable. Si bien se encontraban seguido en el cuarto de aseo, a veces también la sorprendía en el salón de maestros; cuando pillaba que todos habían salido, la acorralaba ya sea contra la puerta o contra un escritorio, y ya casi todos estaban estrenados por la pareja.

Por su parte, Isabella se sentía en la gloria, y desde que se decidió a rendirse a los encantos del Chico Cullen, ni siquiera se había atrevido a pensar en las consecuencias o en el futuro que le depararía.


(1) Juliette Drouet fue la musa y amante de Víctor Hugo (poeta, escritor, y pintor romántico francés), fue actriz, así que cuando interpretaba a la Princesa Negroni, en 1883, conoció a Víctor Hugo, quien fue el amor de su vida. Se escribían a diario, una carta en la mañana y una en la noche; su extensa correspondencia asciende a 23 mil 650 cartas, colección que se conserva en la Bibliothéque Municipale de Fougéres, lugar donde nació Juliette.

(2) Cita, frases de una de las cartas que Víctor Hugo le escribió a Juliette.

(3) Ma fiancée: en francés, mi novia.


Siento demasiado la demora, ni la pandemia ha detenido mi vida y parece que las obligaciones se aumentaron. Espero que ustedes estén bien, acatando dentro de lo posible el aislamiento y el auto cuidado.

Ojalá hayan disfrutado del capítulo, déjenme saber sus opiniones, quejas y reclamos en sus reviews :D

Nos leemos pronto.

Besos.

Merce.