Superficial Love
Disclaimer: Todos los personajes (a excepción de la mención de uno) le pertenecen a J.K. Rowling. La trama, basada en la película To All The Boys I've Loved Before, es una idea solicitada por warelestrange (Lorena Pavez). El resto, lamentablemente, es mío.
¡Hola, leyentes!, ¿cómo están?, ¿todo bien? Pues me alegro. Este es mi primer fic Dramione (y el primer fic que publico, oooh), así que me disculpo de antemano si resulta ser un asco. Me da la impresión de que tanto Hermione como Malfoy me salieron un poco OoC, cosa que, en lo personal, me molesta bastante porque soy muy fan del canon. En fin, este es mi regalito de amigo secreto para Lore. Espero de todo corazón que se parezca un poquito a lo que esperabas (sé que querías lemon, pero no supe cómo meterlo y que fuese creíble…, ¡perdón! *corre antes de que le tiren tomates*).
Un agradecimiento muy grande a mi Ange querida, AKA AngelinaPriorincantatem, por apoyarme en todos mis "proyectos" de fic y ayudarme a corregirlos. Te amo, loca, eres la mejor escritora/beta/amiga del mundo. También le agradezco a la bella Aylin Macuer por ser la segunda en echarle una revisada, me ayudaste a eliminar varios errores que pasé por alto. Y, cómo no, muchísimas gracias a Cygnus Dorado por la bellísima portada. Sin ustedes, esto no sería lo mismo.
Dato inútil: escribí la historia escuchando Superficial Love de Ruth B (aunque, evidentemente me demoré más de tres minutos y medio en escribirlo… chiste malo, lo siento -en verdad, no-). Se las recomiendo por si quieren escuchar algo mientras leen. Obviamente, elegí el título por la canción.
p.s. Sé que esta idea ha sido tomada por otras personas. Si se parece a algún otro fic que se inspiró en la película (To All The Boys I´ve Loved Before), es pura coincidencia. Espero no estar pasando a llevar a nadie.
Superficial Love
"You're really cute, I must admit
But I need something deeper than this
I wanna know when I'm looking at you
That you don't only see the things you want to"
— Superficial Love by Ruth B
Era un frío día de mediados de noviembre y no especialmente idóneo para salir a correr por los pasillos. Pero tampoco era como si ella tuviera mejores opciones. Además, temía resbalarse y caer estrepitosamente por las heladas, y casi congeladas, piedras del suelo. Aun así, valía la pena el riesgo de sufrir tal humillación… Bueno, pensándolo bien, ¿realmente valía la pena?
Debía huir. Luna le había advertido que él la estaba buscando y, cuando lo vio merodeando por los alrededores de la biblioteca, tomó la decisión más desesperada: salir corriendo. Sabía que él la perseguiría a donde fuera y que la alcanzaría enseguida… Siempre ha sido muy rápido y ella demasiado torpe con los pies, pero debía huir o, al menos, intentarlo. De alguna manera. De cualquier manera. Después de todo, ya presentía lo qué él le iba a responder: ella no le gustaba, él sólo la veía como una amiga. No, peor. Él sólo la veía como una hermana. Y, con el dolor de su alma, lo entendía. ¡Merlín! Su amistad era envidiable precisamente por eso. Pero, después de tantos años, la admiración que él causaba en ella, en todos, la empujó a verlo con otros ojos. Era tan valiente, tan noble, tan bueno… Se preguntaba cómo era posible que no le haya gustado desde antes. Se preguntaba por qué tenía que comenzar a gustarle en el momento más inoportuno.
Seguramente, se trata de algo temporal. Si en el mundo muggle era tan común, ¿por qué no en el mundo mágico? Fijarse en el mejor amigo era algo completamente humano, completamente natural. Era algo simplemente pasajero, episódico, trivial, ¿verdad? Era un paso más hacia la verdadera amistad…
¿Verdad?
Aun así, por muy insignificante que resultara su "situación", necesitó desahogarse. Necesitó librarse de esos sentimientos que enturbiaban su relación con él. Necesitó dejarlo por escrito; escrito en una carta que jamás enviaría, pero que le recordaría sus delirios en el futuro y le ayudaría a superar su "enamoramiento".
Todavía se ríe de las anteriores cartas. Eran su secreto, su placer culpable y, de algún modo, su tesoro. En ellas escondía profundos pensamientos, fuertes sentimientos y bellas palabras. De hecho, si no fueran tan bochornosas, se las mostraría al mundo. Porque sí, estaba orgullosa de sus cartas, de sus cinco extensas cartas.
La primera la escribió a los ocho años. Estaba dirigida a un muggle de su colegio. Se llamaba William Hawthorne. Era un chico moreno, de ojos cafés y muy inteligente para su corta edad. Había sido su único amigo durante su vida no mágica y él único que la defendió de los que la molestaban por sus dientes o su enmarañado pelo. Ya que, debía admitirlo, incluso antes de saber que era bruja, ella era una sabelotodo con poca vida social.
Su segunda carta era, por lejos, la que más vergüenza…, ¿vergüenza?, quizás más que sólo vergüenza, le daba. Se la escribió, en su primer año de Hogwarts, a un chico de cabellos rubios platinos y ojos grises. Él era, definitivamente, muy apuesto. Y los años no hicieron más que aumentar su atractivo físico. Pero ella, en segundo, aprendió por las malas que la apariencia no lo es todo. Luego de conocer a Lockhart, su ex profesor de Defensa contra las Artes Oscuras, quien tenía un rostro tallado por los mismos ángeles pero un cerebro del porte de un maní, y a Malfoy, quien era un soberano imbécil por donde se le mirara y quien se creía mejor que ella por ser "más puro", no le quedó duda que, efectivamente, el interior es lo más importante.
Más de una vez estuvo tentada en romper en mil pedazos esa carta que era la prueba de una equivocación. Después de todo, Malfoy había resultado ser un mortífago… desertado, pero un mortífago al fin y al cabo. Sin embargo, un sabio había dicho que el mejor maestro es el error. Y mejor no repetir ese error. Así que, aún con reparos, la conservó.
La tercera la escribió en cuarto año. Viktor fue el primer hombre maduro que se fijó en ella. Todavía recuerda cómo la miraba mientras estudiaba en la biblioteca. Recuerda cómo le decía que la encontraba la mujer más bella del mundo. Recuerda ese primer beso robado durante el Baile de Navidad. Recuerda las cartas que se enviaron ese verano. Lo recuerda como su primer amor. Pero, por la distancia, la llama de ese amor se apagó poco a poco y todo quedó en una simple amistad. La última vez que lo había visto había sido en la boda de Bill y Fleur… le parecía una eternidad. Desde entonces, no sabía nada de él, no directamente. Aunque había oído (¿o leído?) que comenzó a jugar para un famoso equipo de quidditch cuyo nombre no recordaba.
La cuarta fue como una iluminación, un golpe de realidad. En sexto, cayó en la cuenta de que le gustaba Ronald. Y casi desde el primer día. A veces podía comportarse como un completo idiota, con un humor muy cruel y con el rango emocional de una cucharadita de té, además de ser demasiado flojo a la hora de hacer los deberes y poner atención en clases. Pero, a pesar de todo, era un buen chico, valiente, leal a sus amigos, capaz de admitir sus errores y metidas de pata (e intentar enmendarlas), con un gran talento para el ajedrez mágico, quien más de una vez le hizo soltar una carcajada, y, por qué no decirlo, un héroe de guerra. Sí, Ron Weasley era muchas cosas, pero, sobre todo, era uno de los que le robó un poco el corazón.
Durante la Batalla de Hogwarts, se percataron que sus sentimientos eran correspondidos e intentaron salir. Fueron unos lindos dos meses, pero ambos coincidieron que su relación era mucho más cercana a la amistad que al amor romántico después de tantos años siendo sólo eso, amigos, y decidieron cortar en buenos términos.
Al regresar al colegio para terminar su séptimo año, Ron retomó su relación con Lavender Brown, quien se había recuperado de las mordidas de Greyback sin otra secuela que las cicatrices de las mismas. No se atrevía a admitirlo frente a Ron, pero ella no estaba muy contenta con esa relación. Si llegara a comentárselo a su amigo, seguro él pensaría que era por celos, pero estaría equivocado. Ella simplemente pensaba que era la relación de pareja más vacía que había pisado la tierra. Pero Ron ya era un hombre grande que podía tomar sus propias decisiones. Y ella no deseaba involucrarse en un lío por meter las narices donde no la han llamado...
Esa carta la guardaba con especial cariño porque, aunque su "amor consciente" no duró mucho, su "amor inconsciente" había comenzado desde el primer momento.
Y quedaba la quinta carta. La maldita última carta. ¿Por qué escribiste esa carta?, se recriminaba mientras huía. Si ahora corría en dirección a la lechucería, el primer lugar que se le ocurrió cuando vio al objeto de sus inquietudes buscándola en la biblioteca, era por esa carta. Si tan sólo pudiera volver en el tiempo… pero ya ni los giratiempos la podían ayudar.
La había escrito a fines de septiembre. En realidad, la escribió en un arrebato de inspiración. Todas las aventuras vividas los años anteriores… simplemente la dejaron embobada por él.
El problema principal de todo era que su amiga, la querida Ginny, salía con el chico en cuestión y, además, estaba enamorada de él desde que supo de su existencia. Y Hermione no estaba dispuesta a cometer tamaña traición contra Ginny intentando acercarse a Harry. Lo mejor era reservarse sus sentimientos y olvidarse de ellos, tal cual lo hizo con los que sintió por William y Malfoy.
Pero, si la vida fuera tan sencilla, quizás no sería tan divertida. Y, si esa quinta carta no hubiera salido a la luz, todo su plan hubiera funcionado. Sin embargo, su plan no funcionó. ¿Quién hubiese imaginado que la tabla suelta bajo su cama no era un buen escondite? ¿Y cómo diablos pudo Lavender ingeniárselas para descubrirlo? Eran preguntas sin respuestas. Hermione, simplemente, no entendía cómo todo le había salido tan mal.
Cuando su chismosa compañera de cuarto encontró su ingenioso escondite lleno de cartas, no se le ocurrió mejor idea que leerlas. Y, al encontrar la que estaba dirigida al Ron, en una explosión de celos, decidió enviar la que había escrito a Harry y destruir la que podría (¿podría?) cortar su relación con el "Rey Weasley". Claro, debido a que jamás anotó fechas en las misivas, cualquiera podría pensar que estaba enamorada de cinco hombres a la vez… o cuatro, si Lavender no hubiera destruido una.
Mientras pensaba todo esto, le dieron ganas de pegarse un manotazo en la cara, pero prefería usar sus brazos para correr. Aunque no tuviera caso. Harry podía localizarla en cuestión de segundos con su dichoso mapa.
Ugh.
Ese maldito mapa. Seguro que lo usaría apenas se aburriera de buscarla sin ayuda mágica.
Al fin, divisó la Torre Oeste en la que se encontraba la lechucería. Apretó el paso. Tarde o temprano se enfrentaría a Harry. Pero mejor tarde. Cuando estuvo frente a la puerta, la abrió y cerró lo más veloz que pudo, y subió rápidamente las escaleras. Nunca había corrido tanto en su vida. Su carrera equivalía al ejercicio que realizaba en media decena de años. Y su cuota de deporte estaba saldada por los próximos cinco.
Pero, en cuanto llegó al final de las escaleras y pisó las ramitas llenas de excrementos de aves que cubrían el suelo, pensó que, quizás, ese fue el peor destino que se le pudo ocurrir. Un joven rubio, de espaldas a ella, estaba atando un carta a la patita de una majestuosa lechuza. Y, sólo para empeorar la situación, escuchó un portazo escaleras abajo. Harry había llegado. ¡Santo cielo, qué rápido la había pillado! En pocos segundos, viviría la situación más incómoda de toda su vida. ¡Cómo no se le había ocurrido sellar la puerta con un hechizo! A veces, no creía merecer su título de "la mejor bruja de su edad". A veces, se creía muy tonta.
—¡Granger! —Malfoy se giró hacia ella, sorprendido por el estrépito de la puerta—. Qué coincidencia, justo quería hablar contigo —la saludó, arrastrando las palabras y mostrándole un sobre.
No podía ser verdad.
Él también había recibido su carta.
Merlín, odiaba a Lavender. Deseaba que se cayera de la Torre más alta del castillo y se la comiera el calamar gigante.
Y si él la había recibido, entonces… la muy maldita envió todas las endemoniadas cartas. No quiso pensar en todas las consecuencias que podría tener eso.
El ruido de unos pasos subiendo la despertaron de su trance. Debía hacer algo ya. Debía convencer a Harry de que ella no le quería. Debía hacerlo, aunque fuera mentira. Pero, ¿cómo?
No hubo tiempo para pensar. Apenas escuchó detrás suyo las últimas pisadas de su amigo, se lanzó al cuello del chico que tenía delante y le besó con desesperación. Porque así se sentía, total y completamente desesperada. Sólo por eso se atrevió a besarlo. Sino, jamás lo hubiese hecho. Ni por un millón de galeones.
Ella no estaba atenta al beso. Sólo quería asegurarse de que Harry la viera y se fuera de allí. Que creyera que ella lo había olvidado. Que creyera que él ya no le interesaba. Que se convenciera de ello. Por eso, al escucharlo bajar y cerrar en un segundo y mucho más sonoro portazo la puerta de la lechucería, puedo finalmente respirar con tranquilidad… y darse cuenta entre los brazos de quién estaba.
Hermione no había puesto demasiado empeño. Su intención jamás fue realmente besarlo. Pero, de pronto, se vio envuelta por un brazo que la sujetaba por la cintura y sorprendida por la respuesta de un beso que, definitivamente, no se esperaba. Por eso, a pesar del frío que hacía en el lugar, comenzó a sentir calor. Él presionó con su lengua la comisura de la boca de ella, pidiéndole acceso a su boca.
Hermione, por su parte, sin siquiera meditarlo y dejándose llevar, entreabrió sus labios, permitiendo que la lengua de él entrara con libertad en su boca. El sabor a pasta de dientes y el fuerte olor de colonia masculina borraron cualquier rastro de racionalidad que le quedaba. Insegura acerca de dónde colocar sus manos, las subió hasta la nuca de él y enredó sus dedos en sus rubios cabellos. Estos eran tan suaves como siempre imaginó. En un intento por acercarlo más, Hermione se apretó contra él, degustando el calor que el cuerpo de Malfoy desprendía.
Mientras sus bocas intentaban fusionarse y sus lenguas se entrelazaban, Draco llevó la mano que tenía libre al enmarañado cabello de ella, intentando, también, acercarla más a su cuerpo.
El beso se volvió, por momentos, más intenso. Cuando Hermione sintió que la mano de él, la que había estado sujetándola por la cintura, se deslizaba por su cuerpo, llegando a la parte baja de su espalda, su cerebro volvió a funcionar. Bajando sus manos al pecho de Malfoy, lo empujó suavemente hasta romper el beso y lograr separarse. Al mirarlo, se percató de que él seguía con los ojos cerrados. Ella prefirió no detenerse en ese detalle.
Dando un paso atrás, se apartó del chico y recordó la razón por la que lo había besado. Corrió a una de las ventanas de la lechucería que tenía una buena vista del Castillo y observó cómo Harry se alejaba del lugar. Soltando un suspiro de alivio, se giró sobre sus talones.
Draco, entre tanto, se había llevado una mano a la boca y se tocaba los labios visiblemente confundido. Sus ojos grises, clavados en ella, la observaban inquisitivamente. Hermione se sorprendió al percibir un rubor rosado manchando las pálidas y afiladas mejillas de él, y sus hinchados labios enrojecidos. Ruborizada y concluyendo que ya tenía suficiente por el resto de su vida, se dispuso a salir de ese inmundo lugar.
Sin embargo, no pudo dar ni dos pasos. Rápidamente, fue acorralada contra una de las paredes de piedra.
—¡Malfoy! Suéltame —exclamó, girando el rostro hacia un lado, evitando así mirarlo a la cara.
Intentó zafarse de su agarre, pero no lo logró. Draco la tenía totalmente atrapada entre sus brazos, los que apoyaba a ambos lados de su rostro. Él era bastante más alto, de modo que, para tener sus rostros a la misma altura, estaba inclinado hacia ella.
—Así que… —comenzó él, con la voz ronca.
Hermione sintió su aliento mentolado contra su cuello. Se atrevió a voltearse a él y vio cómo le miraba sus labios. Algo en sus ojos la asustó pero, a la vez, le gustaba que la mirara así. Enseguida, quiso pegarse una bofetada por pensar eso.
Lo escuchó aclarase la garganta y observó cómo su nuez de Adán subía y bajaba. Sus manos empezaron a sudar.
Ahora necesitaba huir de él.
—… es cierto, ¿no? —continuó Draco, sin cambiar su postura.
Hermione no entendió a qué se refería hasta que recordó la carta que el chico tenía en la mano; en la mano que estaba a su derecha y que le impedía escapar. Observó el sobre celeste y le dieron ganas de llorar. Al parecer, también se había equivocado respecto a eso: debió romper esa carta en mil pedazos como siempre estuvo tentada a hacer.
Volvió a empujarlo, esta vez con más insistencia. Él entendió su intención y, reticente, se separó de ella.
—No es lo que crees —dijo ella, aún pegada a la pared y mirando cautelosamente a Malfoy por si se atrevía a acercarse otra vez.
—¿Qué no es lo que creo? —preguntó él.
Draco estaba recuperando su pálido color de piel, y Hermione reparó en que, efectivamente, los años le habían sentado bien. Sus característicos rasgos puntiagudos se había vuelto más maduros, sus hombros y espalda eran más anchos, su pelo estaba desordenando (probablemente, por sus manos) y sin la gomina que acostumbraba a usar, y un poco de vello facial cubría su mandíbula, dándole un aire despreocupado pero, aún así, elegante.
Era extraño fijarse en esos detalles ahora, siendo que lo había visto hace tan pocos meses al atestiguar a su favor en el juicio del Wizengamot. Bueno, en realidad, apenas lo había mirado aquella vez.
—Esa carta la escribí hace años, Malfoy —se explicó al fin—. Tú ya no me gustas.
—Entonces, ¿por qué me besaste?
¿Por qué lo besó? Ahora la respuesta le sonaba poco convincente y, de hecho, muy ridícula. Había mil formas más civilizadas en la que podía haber involucrado su lengua para alejar a Harry sin tener que besarse con otro chico. Pero Malfoy no necesitaba saber eso, por lo que decidió contratacar.
—¿Por qué me respondiste el beso?
El chico dudó. Nuevamente, sus mejillas se mancharon de un rubor rosado. Hermione deseó, por un instante, saber Legeremancia para poder averiguar qué pasaba por la cabeza de él. ¿Por qué se ruborizaba?
—Yo pregunté primero —respondió él fríamente.
—Y yo no tengo que explicarte nada —alegó Hermione.
Cansada de la charla sin sentido, caminó hacia el hueco que daba a las escaleras, pero Malfoy se interpuso en su camino.
—¿Ah, no? ¿Me envías una carta de amor, te lanzas a mi cuello, me besas, y no tienes nada que explicar? Pues no estoy muy de acuerdo contigo, Granger.
—Me importa un bledo que estés o no de acuerdo conmigo, Malfoy, déjame salir —exigió, intentando pasar por cualquier hueco que el cuerpo del chico dejara libre, pero Draco la sujetó de los hombros y no pudo moverse más.
—No, no hasta que me respondas. ¿Por qué me besaste?
¡Merlín santo!, ¿por qué tanto interés? Si tanto le molestaba, que se lave la boca y ya.
—¿Si te respondo, me dejarás ir? —preguntó, cansada.
—Claro.
—Agh, no sé por qué me pasan estas cosas a mí… —Draco la soltó y se cruzó de brazos, pero siguió parado frente a las escaleras, obstruyendo el paso—. Vale, necesitaba librarme de Harry.
—¿Potter? —repitió extrañado—. ¿Qué tiene que ver cara rajada en todo esto?
—¡No lo llames así! Leyó la carta que le escribí y supongo que está intentando hablar conmigo, pero…
—Espera, espera, espera —le interrumpió—, ¡¿también le escribiste una carta a Potter?!
—Malfoy, hay cinco cartas… Bueno, hubieron cinco, ahora hay cuatro... creo.
Draco abrió los ojos de par en par, completamente sorprendido.
—Y yo que me sentía especial —dijo, con un ligero tono de decepción en su voz, pero sin dejar de sonar burlón.
—Tú no eres especial.
—Que tú no lo veas no significa que no sea cierto.
—¡Merlín! —exclamó Hermione—. Ya me cansé de ti, ¿me puedo ir ya?
—No, aún no me queda claro todo tu drama.
—¡¿Qué más quieres saber, hurón entrometido?! —gritó ella, volviendo a tratar de pasar sobre él y salir de la maldita lechucería.
—No me llames así, insufrible sabelotodo —dijo él, abriendo los brazos e impidiendo cualquier posibilidad de huida.
—Ni tú me llames así —le respondió Hermione.
—¿Por qué te querías deshacer de Potter?
—¡Porque me gusta pero es mi mejor amigo!
Se tapó la boca con la mano, pero no tenía caso. Ya lo había dicho. El rostro de Malfoy enserió, y frunció un poco el ceño. Hermione contaba los segundos para que largara una carcajada. Pero la carcajada nunca llegó.
—Está bien, ignorando el hecho de que te guste un flacucho como Potter, todavía no entiendo cómo entré yo en tu ecuación —dijo él, evidentemente interesado en el tema.
Hermione no lo podía creer. ¿Cómo podía Malfoy perder una oportunidad tan buena para reírse de ella? ¿Y por qué de pronto se veía tan interesado en su vida no-amorosa?
—¡Malfoy, no quiero hablar de esto contigo! —le respondió.
—Pues es una pena, porque vas a tener que hablar igual.
—¿Acaso vas a obligarme?
—Te podría sorprender.
En realidad, ella no logró entender qué tan real y sincero estaba siendo Malfoy. El tono burlón y el rostro ligeramente divertido no dejaban entrever que el chico había practicado suficientes veces el Imperio para saber utilizarlo perfectamente.
—Por las barbas… No lo hago porque me estés amenazando, sino sólo porque necesito desahogarme —cedió aburrida.
—Miéntete todo lo que quieras, arbusto.
Hermione le lanzó una mirada mordaz.
—Por mucho que me guste Harry —comenzó—, Ginny es su novia, y yo no voy a traicionar a una amiga por un… capricho.
—Ginny… ¿es la hermana de la comadreja?
—No empieces, Malfoy —dijo Hermione, con voz cansada.
—¿Y por qué le escribiste a un capricho una carta de amor? No entiendo a los muggles, ¿acaso no sabes que este tipo de cartas no se escriben ni mandan a la ligera?
Hermione se giró a mirarlo. Malfoy volvía a levantar el sobre celeste. Ella se percató que estaba abierto cuidadosamente, al punto que apenas se notaba que estaba abierto. ¿Qué podía significar eso? ¿Por qué lo abrió con tanto cuidado? Es más, ¿por qué lo abrió? Si no lo conociera lo suficiente, hubiese esperado que lo botara a la basura en el mismo instante en que se hubiera percatado de quien era la autora de la carta. Al fin y al cabo, la consideraba una muggle, un ser indigno para un Malfoy, una impura… ¿no? O, quizás, sólo quizás, la guerra había cambiado un poco a su antiguo enemigo.
—¿Por qué tan preocupado? —rebatió confundida—. En todo caso, yo no he enviado esa carta.
—¿Qué? ¿Tú no la has enviado? Ahora sí que no entiendo nada. ¿Quién lo hizo sino?
—Lavender encontró el escondite de mis cartas y las envió… todas —explicó.
—¿Quién demonios es Lavender? —preguntó Malfoy, frunciendo nuevamente el ceño.
—Lavender Brown, una compañera de curso que es novia de Ron —respondió ella, sin darle mucha importancia.
—¡Salazar! Gryffindor parece un hervidero de hormonas. ¿Y por qué ella mandó tus cartas?, ¿se te adelantó o algo? No entiendo nada.
"Tú nunca entiendes nada, estúpido", quiso responder, pero se decidió por explicarle que nunca estuvo contemplado mandar las cartas y que Lavender las envió sólo por unos celos estúpidos.
Malfoy se quedó callado un momento. Sus ojos, que no se despegaban de los de Hermione, eran tan claros, que la chica sintió que era examinada por rayos X.
—¿Eres Granger, verdad? —preguntó al fin—, ¿eres la que saca las mejores notas en todas las materias? ¿Eres tú la mejor bruja de nuestra generación o como sea que te llamen?
—¿Te burlas de mí?
—Explícame qué clase de imbécil escribe cartas que no va a enviar.
—¡No me llames imbécil! —exclamó, indignada—. Y son… son una especie de terapia, me ayudan a… a dejar de sentir estas cosas.
—¿Y por qué quisiste dejar de sentir estas cosas por mí?
Quiso preguntarle con qué cara le decía eso. ¿Acaso no era él mismo que se burlaba siempre de ella; él que la llamaba sangre sucia; él que, en cuarto año, le había lanzado un hechizo para hacer crecer sus dientes; él que, en quinto, la molestó a ella y a sus amigos con la Brigada Inquisitorial; él que, durante todos sus años en Hogwarts, se dedicó a estropear sus planes y a ser un matón; y él que, tal vez por las razones equivocadas, se volvió mortífago en sexto?
Pero, claramente, al rubio se le había escapado eso. Sus mejillas rosadas y el arrepentimiento en sus ojos lo gritaban a los cuatro vientos. Decir eso insinuaba muchísimas cosas. Por eso, alejándose de la pared y acercándose al chico, Hermione repitió su pregunta.
—¿Por qué me besaste, Malfoy?
N/A: Sí, lo sé, yo también me muero por saber qué podría responderle Draco, pero…, no, espera, no tengo peros (jajaja). Ojalá lo hayan disfrutado.
Un saludo,
Mary
XO