Último capítulo:
Del otro lado del arcoiris.
"Cuando te diga que te voy a olvidar, no me lo creas por favor"
Quédate esta noche, Mon Laferte
.
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No debían haber pasado ni cinco minutos cuando llamaron a la
puerta. O quizá hubieran pasado cinco horas. La verdad era que no
lo sabía, y tampoco le importaba. No iba a levantarse a abrir.
Luego empezó a sonarle el móvil, y también lo ignoró, pero a
continuación se oyeron unos fuertes golpes en la puerta.
–¡Abre la puerta, Marinette! Sé que estás ahí.
Era la voz de Adrien.
Los ojos de Marinette se abrieron pero rápidamente se giró en su cama y se cubrió con la manta.
–¡Vete! –le gritó.
Un silenció acompañó aquella última órden, creyó que se había marchado, ya que no recibió respuesra de vuelta, pero entonces, de repente, se abrió la puerta del dormitorio y entró el rubio.
–Levántate de la cama; ahora –le ordenó.
Marinette se incorporó como un resorte.
–¿Cómo has entrado?
–Por la ventana de la cocina. Cuando hayamos acabado de hablar de nosotros, tendremos unas palabras sobre medidas de seguridad.
Marinette lo miró sombría.
–Creo que estás confundido, no hay ningún «nosotros», Adrien.
Adrien enarcó su ceja un tanto confundido pero a la vez intuitivo.
-Es una broma ¿cierto?
-Me engañaba al creer que
esto tenía alguna posibilidad, pero ahora que sé qué clase de hombre eres.
Adrien palideció ligeramente antes de apretar los labios.
–¿Has dejado que esa zorra te envenene el oído y has decidido que soy culpable?
-Ya te lo dijo entonces -afirmó Marinette.
-Sí, me he enterado de que subió a la suite y estuvo hablando contigo. ¿No pensabas decírmelo?
Lágrimas de rabia empañaron los ojos de Marinette que apartó la colcha y se levantó.
–Subió porque tú la habías mandado a hablar conmigo. ¡Ah, y no te olvides de su encuentro en las escaleras! ¿Te excitas mallugándola mientras ella gemía en tu oído? –lo increpó–. «¡Dios!
Me encanta cuando te pones así de rudo…» –murmuró remedando
a Lila–. «Echaba tanto de menos oírte decir mi nombre…».
Adrien se quedó mirándola boquiabierto, no esperaba eso.
–¿Estabas allí?
Marinette se cruzó de brazos.
–No me quedé hasta el final, si es lo que estás preguntando.
–Pues es una lástima, porque si te hubieras quedado sabrías cuál
es la verdad, en vez de hacerte daño a ti misma con conclusiones
precipitadas. Y dejemos una cosa bien clara: yo no la mandé a
hablar contigo.
–¡No te atrevas a volver esto en mi contra! Me mentiste cuando me
dijiste que tenías que ocuparte de unos asuntos. Y me mentiste de
nuevo cuando volviste a la exposición con la culpa escrita en la cara.
–Ella era el asunto del que tenía que ocuparme, porque se presentó
allí sin invitación. No quería que creara problemas, así que bajé
para decirle que se fuera y no sé cómo consiguió burlar a los
guardas de seguridad y subió a nuestra suite.
–¿Y tú vas a hablarme de medidas de seguridad? ¡Pues vaya unas
medidas de seguridad que tienes en tu hotel…!
–Lila es muy… astuta.
–¿Te refieres a que sabe cómo hacer que los hombres hagan lo
que quiera? ¿Incluído tú?
–No. Ya te lo he dicho: rompí con ella. Rompí con ella hace mucho.
–Pues hay una foto en la portada de cierta revista que parece
indicar lo contrario –apuntó ella–. Y no vayas a decirme que es falsa
porque no nací ayer.
Adrien resopló exasperado.
–No es falsa. Estuvo en la villa hace dos días.
A Marinette le flaquearon las rodillas. Cuando Adrien la sostuvo e intentó conducirla a la cama, se resistió.
–¡Por Dios!, ¿quieres tranquilizarte? –la increpó él.
–No, no quiero. ¿Por qué no me dijiste que también la embarazaste? –le espetó levantándose de nuevo de la cama –. ¿Sabes qué? Me da igual. Lo que quiero es… ¡Lo que quiero es que salgas de mi casa!
–Te mintió, Marinette. Nunca hubo ningún bebé. Y no me voy a ninguna parte. No hasta que me hayas escuchado.
Y, dicho eso, tomó asiento en la cama y la sentó a ella en su
regazo, rodeándole la cintura con los brazos para que no pudiera
escapar.
–Piensa con la cabeza –le dijo Adrien–. Llevas casi cuatro meses
conmigo en mi casa; ¿acaso has visto paparazzis merodeando
por la villa durante ese tiempo?
Marinette apretó los labios.
–No, pero…
–Y entonces, ¿por qué iban a presentarse allí ahora, de repente, si no les hubiesen dado un aviso para que fueran? Ella lo orquestó
todo de principio a fin.
–¿Por qué?, ¿porque está desesperada por que vuelvas con ella? ¿Y qué me dices de la camisa que llevaba en esa foto? ¿Vas a
negar que era tuya?
–Probablemente fuera alguna camisa que se quedó sin decírmelo, del tiempo que estuvimos viviendo juntos. No sé cómo entró en la villa; apareció de repente y se abalanzó sobre mí.
Marinette sacudió la cabeza, incapaz de contener las lágrimas que se agolpaban en sus ojos. Adrien maldijo entre dientes y, tomó su rostro entre ambas manos para que lo mirara.
–No te hagas esto; ¿no ves que no merece la pena?
A Marinette se le escapó un sollozo.
–Es que no puedo quitarme esa imagen de la cabeza…
–Pues inténtalo. Aunque no me hubiera engañado, dudo que
hubiéramos llegado a casarnos.
No iba a hacerse ilusiones, no iba a hacerse ilusiones, no… ¿A
quién quería engañar? Un llamita de esperanza había prendido ya
en su corazón.
–¿Que no…? –balbució.
Él negó con la cabeza.
–La chispa inicial se apagó muy pronto. Y los dos lo sabíamos, pero
ella no quería admitirlo y al principio yo no me atrevía a cortar con ella porque me sentía un poco… culpable.
Ella parpadeó.
–¿Culpable? ¿Por qué?
–En varias ocasiones me oyó preguntándole a Louis por ti, y eso la ponía celosa. Siempre sospechó que yo sentía algo por ti y…
bueno, no se equivocaba.
A Marinette se le cortó el aliento.
–¿Tú… sentías algo por mí?
–Cada vez que nos veíamos me costaba más dejar de pensar en ti.
Supongo que en parte por eso…
–¿…eras tan cruel conmigo?
Adrien se rio suavemente.
–Bueno, no podía tirarte del pelo, como habría hecho un colegial
encaprichado de una compañera de clase.
–Adrien…
–Yo jamás te engañaría con otra, Marinette –la interrumpió él–. Te lo juro. Te quiero; solo a ti.
Al oír eso, Marinette sintió como si el corazón se le hubiera parado un
instante antes de que empezara a latir apresuradamente. Parpadeó
para contener las lágrimas, se echó hacia atrás y escrutó su rostro.
–Tú… no puedo creerte -añadió incrédula.
–Después de aquella noche que hicimos el amor por primera vez no podía sacarte de mis pensamientos. Estuve a punto de
llamarte al menos dos docenas de veces cada día, y hasta te
odiaba un poco porque durante semanas fui incapaz de
concentrarme en nada. Y cuando Louis me dijo lo del embarazo, lo
primero que pensé fue que por fin tenía una razón para formar parte
de tu vida…
–Y luego esa razón desapareció –murmuró Marinette.
Adrien apoyó su frente contra la de ella.
–Ese fue uno de los peores días de mi vida –murmuró, su voz ronca
por el dolor–. Y lamento mucho cómo reaccioné, sin saber toda la verdad. Tienes todo el derecho a odiarme por las cosas que te dije. Pero es que… perder a Louis y a mis padres después de enterarme de que ese bebé no llegaría a nacer… me volvió loco. No te pido que me perdones ahora, pero… ¿crees que podrás perdonarme algún día? –le suplicó.
Marinette se llevó las manos a su cara para intentar ahogar la mezcla de tristeza y enojo que la invadían, miró a Adrien y limpió lo que le quedaban de lágrimas.
–Te perdoné en el momento en que accedí a tener este hijo contigo
–dijo ella, poniendo una mano en su vientre.
Los ojos verdemar de él la miraron llenos de emoción y la tomó de las caderas para abrazarla.
–No te merezco…
Ella tomó su rostro entre ambas manos y murmuró con una media
sonrisa:
–Es verdad, no me mereces, pero soy tuya; toda tuya.
Un cosquilleo recorrió a Adrien, que tumbó a Marinette en la cama antes de colocarse a horcajadas sobre ella.
–Dilo otra vez –le pidió, con su boca a unos milímetros sobre la de
ella.
–Soy tuya –susurró ella con fervor, sin poder contener ya las
lágrimas.
Los ojos de Adrien se humedecieron también. La desvistió con manos temblorosas, pero al llegar a sus ropa interior se detuvo vacilante.
–Los médicos dijeron que no pasaba nada por que lo hiciéramos, ¿no?
–Lo dijeron hace semanas, pero tú decidiste torturarnos a los dos.
Adrien contrajo el rostro, compungido.
–Te lo compensaré. ¿Te parece bien?
Ella asintió de inmediato y se
rio.
–Sí, amor mío. Me parece mejor que bien.
...
4 meses después de aquel feliz día en que Marinette y Adrien
confesaron su amor, tuvo lugar una exposición, en una
prestigiosa galería de arte, con un éxito impresionante.
Todos los cuadros tenían pegados el punto rojo indicativo de que
estaban vendidos. Adrien lucía una sonrisa de oreja a oreja viendo cómo todas las miradas, así como las cámaras de los
reporteros que habían acudido al evento, apuntaban a su
hermosa mujer embarazada que departía animadamente con
todos los asistentes. Marinette estaba más radiante que nunca y Adrien aún no podía creer que fuera a ser padre en algunas semanas.
Todas las noches ponía la mano sobre el vientre de Marinette para sentir los latidos del aquel niño al que pronto tendría entre sus
brazos.
–Debe de estar muy orgulloso, ¿eh, señor Agreste? –le dijo un reportero, sonriendo.
–Es para estarlo, ¿no crees? –replicó Adrien con el pecho
henchido de satisfacción, sin dejar de mirar a su esposa.
Sabine llegó abrazando a Marinette en ese momento. Adrien contemplaba la escena orgulloso
de ver cómo Marinette se había integrado plenamente en aquel ambiente mientras saludaba cortésmente a los invitados de la gala.
Marinette lo miró desde el otro lado de la galería, con sus
maravillosos ojos azules bailando de felicidad. Adrien se acercó a
ella y le pasó el brazo por la cintura.
–Llevas mucho tiempo de pie, cariño, ¿no estás cansada?
–Todavía no –dijo ella, acurrucándose en su pecho–. ¿Has leído lo que ha escrito el crítico de arte en el folleto de la
exposición?
–¿Por qué no me lo lees, tú? –dijo él, con una sonrisa de
indulgencia. Marinette abrió el tríptico de papel cuché y se puso a leer cuidadosamente las palabras mientras las iba señalando
con el dedo.
–Adrien Agreste trae de nuevo el talento que viene a aportar un nuevo aire fresco al mundo del arte. Su impre-impresio-
impresionante colección ha
despertado un interés más allá de nuestras fron-fronteras –
Marinette hizo una pausa y lo miró muy sonriente–. ¿Estás feliz, cariño?
Adrien la atrajo hacia sí y apoyó tiernamente la cabeza encima
de la suya.
–Más que eso. Soy el
hombre más afortunado del mundo por tenerte.
Marinette le puso los brazos alrededor del cuello apretándose
contra él. Los latidos del bebé resonando entre los cuerpos de
sus padres parecían unirlos en un futuro sólido y esperanzador.
–Te amo, Adrien –dijo ella–. Te amo con toda mi alma.
–¿Sabes una cosa, cariño? –dijo Adrien mientras una nube de
paparazis se arremolinaba alrededor de ellos para captar el
momento–. Yo también te amo con toda mi alma… y todo mi
cuerpo.
