—¡Félix! —llamó alegre Bridgette al verlo, en medio de las calles de París.

Tan solo divisarlo había provocado que corriera por los adoquines hasta llegar a él, con los brazos extendidos dispuesta a darle un abrazo de bienvenida. (Porque —palabras de la boca de Félix— ella era su hogar)

El susodicho, al instante que la escucho y la vio, la esquivo hábilmente, y ella se quedó abrazando el poste de luz.

—¡Félix! —llamó nuevamente, volviendo a intentar.

La esquivo y ella infló sus mofletes.

—¿No quieres que te abrace?

—No.

Ella rió.

—No seas vergonzoso, sé que lo quieres...

Extendió los brazos.

—Ven Félix, ven con tu adorable novia.

—¡Vete y abraza a Claude!—dictamino su novio. Yéndose.

Eso, la dejo perpleja.

—¿Qué? —persiguiéndolo desde atrás.

—Lo que escuchaste —siguiendo caminando.

—¿Estas celoso? —inquirió media divertida.

—Estoy molesto...—deteniéndose para encararla— Porque si tan poco significa para ti los abrazos ¿Que sientes cuando a mí me los das?

—¿Qué quieres decir con eso?

—¡Lo que dije! Abrazas a todo el mundo.

—No es cierto.

—¡La otra vez, abrazaste al repartidor de pizza! —exclamó. (Ya no había vuelto a llamar a ese lugar, aun si las preparaba deliciosamente)

—E—Eso, eso fue porque estaba deprimido ¡Había terminado con su novia! ¿Es por eso que no me hablaste ese día? ¿Y no quisiste comer la pizza?

—Eso no justifica el abrazo. Eso no justifica que abraces a todo el que se te cruce. Porque al hacerlo, me hace creer que solo soy uno más del montón, uno más que le abrazas, lo tomas de la mano, le revuelves el pelo...

—No los beso en la boca —Félix gruño con el ceño fruncido —No puedo evitarlo soy así —repuso—Pero… podría abrazar a mil personas y no significaría para mi tanto, como sostener tu mano.

Esa misma que tomó, entrelazando sus dedos con los de ella, llevándosela hasta su mejilla, esas que de inmediato se colorearon, aun si las manos de Félix estaban heladas.

—Aun si no te toco, me haces sentir de todo. No eres uno más del montón, eres especial para mí —sus ojos azules brillaban sobre los celestes de él— Te amo...

Las mejillas de Félix se colorearon.

—Y solo a ti te amare —el joven tragó saliva ante la pasión, seriedad e intensidad que emanaba su novia—¿Ahora, puedo abrazarte?

A los pocos segundos, sugirió con una sonrisa traviesa. Ese cambio de carácter, le hizo emitir una suave carcajada al muchacho, la miró y sin meditarlo, atrajo a su novia hacia él, chocando hombro con hombro mientras un brazo la rodeaba. Fue un abrazo de costado, pero un abrazo al fin al cabo, que los dos compartieron todo el tiempo en que duro su caminata por París.

—Sabia que querías una abrazo mio.

Félix bufó, pero no dejo de abrazarla.