CAPÍTULO 1: EL VALLE DEL FIN
Yo lo maté. Le hundí la mano en el pecho; los dedos en el corazón, en el alma; lo convertí en huesos, en carne, en una pira, en ascuas, en nada.
"¡Naruto!"
"¡Sasuke!"
Estaba él sobre la cabeza de Madara, traidor; yo sobre la Hashirama, Hokage; y como ellos nos odiábamos, y también nos amábamos, quizá en menor medida, no lo sé; sólo estaba claro el odio, que antes significó rabia, y antes de eso, rencor, y antes de eso, rivalidad, y antes de eso, lo significó todo.
"¡Naruto!"
"¡Sasuke!"
La cascada rompía su sangre contra el lago y el sonido resonaba por todo el valle, lo llenaba entero, te saturaba los oídos y te retumbaba en los huesos, te hacía sentir pequeño, insignificante, un chiste, una puta mierda, y aunque gritaras con todas tus fuerzas, al final daba igual: las aguas lo harían más.
"¡Naruto! ¡Te voy a matar!"
"¡Sasuke! ¡Maldito imbécil!"
Y con las gargantas partidas en dos saltamos el uno contra el otro, y el suelo se partió, también, bajo nuestros pies; y el aire silbó, de tan rápido que nos movimos, y la carne fue un destello, una mancha de pintura, y el chakra púrpura chocó contra el chakra carmesí, y a esas alturas, no había nada que hacer con esos dos chicos enloquecidos.
"¡Chidori!"
Y su técnica no era azul, sino negra, y blanca, y los pájaros sonaban como mil cuervos, como una nana, como una maldición, como un lamento.
"¡Rasengan!"
Y mi herencia no era azul, sino roja, como la sangre, y el Zorro gritaba dentro de mi estómago, como un amigo, como un enemigo, como una condena, como un regalo.
Entonces, chocamos.
Entonces, el tiempo se detuvo.
La cascada dejó de vomitarnos su agua,
el lago dejó de dividirse en ondas perfectas,
su chakra dejó de ser relámpagos,
el mío congeló sus burbujas
y ya no había gritos, ni voces, sólo el latido de mi corazón
y el suyo
llenándolo todo (el Valle, Konoha, el Continente, la Galaxia)
Y justo cuando lo miré a los ojos y pensé que en ellos había algo que aún merecía salvarse, el Zorro carcajeó como lo hacen las hienas, como lo hacen las Nornas, y con voz dulce me susurró al oído:
"¿De veras merece tu perdón?"
La conexión se quedó en nada.
Ambos presionamos con todas las fuerzas que quedaban, y luego con algunas más, y su ojo izquierdo se dividió en tres marcas, como el derecho antes de él, y de sus labios ahora oscuros brotaba sangre ligera como el té, y en esos momentos pensé que iba a morir en aquel valle, a morir como un perro, como un criminal, lejos de todo lo que me importaba, muerto por alguien que me había importado, que quizá aún lo hacía, y me dije, joder, me dije que eso no estaba nada bien.
"¡No! ¡No! ¡Zorro! ¡Dame más poder!"
Noté su satisfacción, pero no su respuesta.
"¡Zorro! ¡Kyubi! ¡Ayúdame! ¡Necesito poder!"
Y el zorro reía, por lo demás mudo.
"¡Zorro! ¡Zorro! ¡Por favor! ¡Dame más poder! ¡No me dejes morir aquí!"
"¿Quieres poder?", dijo al fin.
"¡Sí! ¡Quiero tu poder!"
"Si te lo doy, quedarás en deuda conmigo."
Pensé que aquello era un mal plan, que sin duda me quería atrapar, engañarme, pero, ¿qué era una deuda comparada con la muerte? ¿Qué es el miedo a lo incierto comparado con la mayor certeza de todas?
"¡De acuerdo! ¡Lo entiendo! ¡Pero dame poder, dámelo, te lo ordeno, te lo ruego, dame tu maldito poder!"
"Tus deseos son órdenes, señor", se burló el Zorro. "Este es el trato: a cambio de mi fuerza, tu cuerpo."
"¡Sí!"
"A cambio de mi experiencia, tu conciencia."
"¡Sí!"
"A cambio de la victoria, su vida."
Dudas.
Pero entonces:
"...Sí."
Y ocurrió.
Los que se juntan con las Bestias obtienen sus armaduras, y sus garras, y sus colas, para que todos sepan que ahora ya no son humanos, sino algo menor, algo peor, otra bestia, humano-bestia, bestia-humano, un error, una blasfemia.
"¡SA-SU-KE!"
Mis manos, las de un zorro. Mis colmillos, afilados. En mis mejillas, seis cicatrices anchas. Luego, las orejas del zorro. Las burbujas del zorro. La cola del zorro. Primero, una; ahora, eran dos.
Mi cola se dividió, y fue como si me inyectaran el poder en las venas, con una aguja, o más bien con una manguera: lo notaba llenarme los brazos, las piernas, el cuerpo entero; mi corazón se hinchó, y latió con furia, y cada latido me dolía como un tiro en el pecho; mis pulmones respiraban fuego; mis ojos veían carmesí; mi conciencia se disipó, y se fue a otra parte.
El Zorro de Nueve Colas abrió los ojos.
Detrás de sus barrotes, una sonrisa.
Yo lo veía todo desde alguna parte, flotando en el vacío; lo veía todo como un espectador, como alguien ajeno a la batalla, y en cierto modo, era mejor así.
Mi cuerpo se movía bajo los hilos del Kyubi.
Sasuke debió de notarlo. Sus ojos se abrieron hasta parecer dos grandes canicas, y siguieron la división de mi cola con espanto; luego se estrecharon, se cerraron, y volvieron a abrirse con un grito que no era más que desesperación.
En mi estómago, el Zorro se reía por lo bajo.
Me inyectó más fuerza.
Mi Rasengan dobló su tamaño
atravesó su Chidori,
lo disipó,
apartó su brazo a un lado,
partió todos los huesos en él,
e impactó contra el pecho de mi mejor amigo, abriéndolo como si fuera un muñeco de peluche, sólo que de él no salía algodón, sino sangre a borbotones, y montones de carne íntima en la que prefiero no pensar.
Su cuerpo se estrelló contra la superficie del lago, y ya no tenía alas, ni la piel teñida de ese color enfermo, sino que era Sasuke Uchiha de nuevo, con su cabello negro y sus ojos negros también, y por un momento, me invadió algo que parecía nostalgia.
En su esfuerzo por no hundirse, debió de proyectar gran cantidad de chakra en su espalda, y también debió de fallar a la hora de hacerlo, pues su impacto contra el lago sonó como un suicidio desde un sexto piso, así: ¡plof! Un golpe seco, con algo líquido debajo.
En mi estómago, el Zorro reía, satisfecho.
Los gritos de Naruto (pues en aquel momento, él no era yo; sino algo distinto) inundaron el Valle. Entonces, hasta la cascada calló.
Aterrizó en el lago. Su chakra despedía ondas que sacudían el agua, y la ropa de Sasuke; el pelo de Sasuke; los órganos de Sasuke. No sé si existe un infierno, pero aquella visión debe pertenecer a él.
Él (yo) le cogió del tobillo y, con un placer que me duele admitir, lo lanzó hasta la orilla del lago. El cuerpo (casi cadáver) de Sasuke rodó varias veces hasta detenerse, lleno de sangre, de tierra, y de miseria en general.
La bestia que era yo, y al mismo tiempo no lo era, caminó rabiosa hacia el cuerpo del perdedor, que ahora no era humano, que ahora era una cosa, objeto de mi frustración, de nuestra frustración; un muñeco que se derramaba desde dentro; una caricatura que se merecía todo lo que le hiciera; hacia eso caminamos el Zorro y yo, y a esa misma cosa pateamos como se patea a una lata, a un ratón, a un mendigo; le pateábamos con infinito odio, con inefable desprecio, mientras decíamos, a dos voces, la mía y la del Zorro:
"¡Te lo merecías!", y: "¡Sufre, niñato!"
"¿Por qué tuviste que hacer esto?", y: "¡Crío estúpido! ¡Sucio Uchiha!"
"¡Esto es por hacer daño a Sakura! ¡Por mentirnos! ¡Por abandonarnos!", y: "¡Esto es por controlarme! ¡Por manipularme! ¡Por tenerme aquí encerrado!"
Luego, las dos voces, a coro, como si fueran sólo una:
"¡Muere, maldita sea!"
Una mano sujetó la mía desde atrás. No sentí su presencia hasta entonces. ¿Fue la rabia, o la diferencia de habilidad?
Me di la vuelta. Un rostro conocido. El pelo blanco apuntando al cielo; la máscara negra, tapándole hasta la nariz. Un ojo oscuro y el otro rojo, dando vueltas. Kakashi.
"Ya está bien, Naruto. Ya está bien."
Supongo que en otro momento, Kakashi se habría creído su compasión. Habría esperado a ver mi reacción, a ver si me calmaba, si volvía en mí, si comprendía lo que había hecho. Creo que si aquella conversación hubiera sucedido un poco atrás, mi profesor me habría dado un voto de confianza, y por lo tanto, su vida habría estado en peligro: Dentro de mí, el Zorro se preparó para hacerle pedazos.
Claro, que después de todo lo que había pasado, sería ridículo mostrar consideración hacia alguien como yo.
Los ojos de Kakashi buscaron los míos, y de pronto yo me hundía en la inabarcable profundidad del lago, me hundía despacio en su abrazo, y de algunos lugares en mi cuerpo —mi mejilla, mi esternón, mi estómago, mis costados— brotaban hermosas burbujas de color turquesa. Eran preciosas. Quise tocarlas con los dedos, pero no me podía mover...
Para cuando el Zorro me despertó del genjutsu, dos o tres segundos después, yo ya estaba en el suelo, y en los lugares desde donde habían salido aquellas burbujas ahora sólo notaba el resultado de los puñetazos de Kakashi.
"¡Joder!", grité, dispuesto a levantarme, a levantarme y a matar, pero mi voz quedó muda en medio de una prisión de agua.
Era la misma técnica que había utilizado Zabuza. La reconocí al instante, y por eso sabía como contrarrestarla: con la ayuda del Zorro concentré una gran cantidad de chakra, y a punto estaba de hacerlo estallar cuando Kakashi hundió la mano en la esfera azul y, con una voz desnuda de toda emoción, murmuró: "Chidori."
Y los crueles relámpagos, amplificados por el agua que me oprimía, me enviaron a dormir.
Abrí los ojos, y ya no era un zorro.
Kakashi estaba acuclillado junto a Sasuke. Le murmuraba algo, no sé el qué, no podía oír nada. Apenas estaba consciente.
Sí que pude ver el destello de odio en los ojos de mi mejor amigo mientras nuestro profesor, su mentor, se levantaba, abandonándole, dejándole ahí, sangriento y por sorpresa aún vivo. El Sharingan de Sasuke destelló contra la espalda del jonin, y éste me miró, y su propia pupila giratoria destellaba también, sólo que de otra manera, con una forma distinta, una que nunca antes había visto. Un aire extraño envolvía a Kakashi. ¿De verdad era él?
"Sensei", dije, y mi voz sonaba seca como las arenas del desierto. "Sálvale. Salva a Sasuke."
Para entonces, mi rabia se había disipado casi por completo, y un inmenso sentimiento de culpa me invadía, como las tropas de un ejército, desde todas direcciones.
La mirada de Kakashi no fue de pena, ni de compasión, sino de la más absoluta indiferencia.
"Naruto, te estás muriendo", me dijo, y cuando miré hacia abajo, confuso, supe que era verdad. "El Chidori de Sasuke te ha volado el costado."
Nada más fui consciente de mi herida, el dolor se hizo insoportable. ¿Cómo podía haberlo ignorado hasta entonces? ¿Fue la rabia? ¿Fue cosa del Zorro? ¿Cómo era que seguía despierto, cómo era que seguía vivo? Eso no era normal, no era cosa de lógica, así que pensé que lo coherente, lo que haría una persona normal y con la cabeza bien puesta, sería desmayarme ahí mismo. Y así hice.
Dejé que todo se desvaneciera en la negrura:
El Valle del Fin
La cascada
El lago bajo ella
Sasuke, el traidor
Sasuke, mi amigo
Kakashi,
y su nueva mirada
ese extraño sello
que jamás había visto
¿qué sería?