—¡Sango! ¡Sango!
La joven se detuvo en su entrenamiento matutino y observó la figura que estaba acercándose entre los árboles. Su ceño se frunció inconscientemente, con el cuerpo en tensión preparándose para cualquier cosa, y a su lado sintió a Kirara gruñir.
—¿Qué ocurre, Aiko?
La niña llegó a su altura y la sonrisa que en ese momento había en sus labios consiguió tranquilizarla lo suficiente como para relajarse y guardar la espada en su funda. Se pasó las manos por el pelo, apartando los mechones que se habían escapado de su coleta, en el mismo momento que Aiko mostraba la mano que había estado escondiendo todo este tiempo en su espalda.
—¡Toma! — sonrió, mostrando los huecos de sus dientes caídos— Son de parte de Miroku. Me ha pedido que te las traiga.
No quiso, pero las mejillas de la exterminadora se ruborizaron y su corazón aumentó de velocidad. La cogió y con cuidado se las llevó a la nariz para olerlas; tenían un aroma dulce y muy, muy agradable.
¿Cómo podía ese idiota tener esos detalles tan bonitos?
Sango luchó por no soltar el suspiro que nacía desde lo más profundo de ella. Cuando todo parecía ir bien entre ellos, él hacía una estupidez, ella se enfadaba muchísimo y se prometía no volver a darle una oportunidad ni creer que podría pasar algo entre los dos… pero, entonces, él le hacía estas cosas, y ella…
Era una mujer perdida.
Lo supo desde el momento que sonrojó, mortalmente avergonzada, porque él solamente la hubiera mirada o le hubiera sonreído. No había querido, nadie supo lo mucho que peleó contra ese sentimiento, pero finalmente había caído irrevocablemente y ahora no hacía más que pagar consecuencias de enamorarse de un mujeriego que coqueteaba con toda chica que se encontrase en su camino, aprovechándose de su belleza, su inteligencia, carisma…
Sango suspiró -vale, no pudo evitarlo- por la tristeza y resignación que asolaba su pecho y su corazón se estrujó un poco más cuando un rostro apareció en su memoria. ¡Cuánto echaba de menos a su mejor amiga! Esas palabras de aliento que siempre tenía para todo el mundo, sus charlas sin sentido mientras se bañaban juntas o compartían la habitación y la dulce sonrisa que conseguía hacer desaparecer los problemas… Si tan solo pudiera contarle el lío en el que se encontraba, si tan solo pudiera escuchar su voz una última vez…
—Muchas gracias, Aiko— terminó diciendo, sacando de una patada esos pensamientos de su cabeza, apartándolo al rincón más escondido que podía; aunque no importaba lo que hiciera, estos nunca terminaban por desaparecer y no dejaban de atormentarla allí donde estuviera. Pero sabía que su amiga no quería que ella estuviera triste, así que debía hacer todo lo posible por salir adelante, así como también tendrían que hacer otros…
Aiko sonrió como si estuviera orgullosa de su logro y entrelazó sus dedos con los de la mujer cuando ella le tendió la mano para que volvieran juntos a la aldea. Había entrenado lo suficiente por esa mañana y además había quedado con el jefe de la aldea. Kirara saltó al hombro de la niña y ella inclinó la cabeza, riendo por la caricia que le hacía una de las colas de la gatita en la mejilla.
Por unos minutos, se establecieron en un apacible silencio.
—¿A ti te gusta Miroku?
La vocecilla de la pequeña junto con el tono de inocencia que usó consiguió que su corazón pegara un salto y toda la sangre corriera a su rostro sin contemplación. Si no fuera por los años de entrenamiento, hubiera tropezado por la sorpresa.
—¿Qué?
—Sí, ya sabes— se encogió de hombros, como si no estuvieran hablando de algo que conseguía hacerla perder los nervios a la exterminadora— Mamá dice que Miroku es muy bueno y fuerte y que hacéis buena pareja. También dijo algo de niños bonitos, pero no lo entendí muy bien— frunció el ceño, ligeramente desconcertada.
Sango no supo cómo no le explotó el rostro por la cantidad de sangre que se había acumulado ahí. Gimió por lo bajo y luchó por no empezar a gritar que eso no eran más que tonterías y mentira, no quería parecer como una loca frente a Aiko.
—Miroku y yo solo somos amigos, cariño— se obligó a decir con tranquilidad mientras caminaban por el boque, rumbo a la aldea— Como tú y como Keiji.
Vio a la niña fruncir el ceño pensativo.
—Keiji me dijo ayer que quería salir conmigo.
Una sonrisa se mostró en los labios de la exterminadora y aprovechó la oportunidad para cambiar de tema, además de que, por supuesto, le interesaba.
—¿Sí? — la observó feliz— ¿Y qué le dijiste tú?
—Bueno…— Aiko apretó los labios y su labio inferior sobresalió ligeramente—, le dije que no…
—Oh—la sonrisa se borró de sopetón y Sango se mordió el labio inferior.
Quiso preguntarle por qué, pues, aunque le había sorprendido el rechazo pues ellos eran muy buenos amigos, lo que más le confundía era la mirada llena de tristeza y desilusión que se había instalado en el semblante de la niña. Estaba por exponer sus pensamientos cuando una voz las sobresaltó.
—¡Hey, hola, chicas!
Sango levantó el rostro un segundo después que la niña y sonrió cuando vio una nube de humo por la que apareció Shippo, quien cayó frente a ellas de un ágil salto.
—Hola, Shippo. ¿Vienes de entrenar?
—Sí— sonrió, mostrando sus hoyuelos— ¿Y vosotras? ¿De dónde venís?
Sango creyó que la niña le respondería -había apreciado que ambos se llevaba bien-, pero cuando transcurrieron un par de segundos en silencio y nadie dijo nada, le echó un curioso vistazo. El sonrojo de sus mejillas y el brillo en su mirada la golpeó con fuerzas, y supo, sin necesidad alguna de palabras, lo que ocurría.
Ahogó un suspiro, enternecida y divertida por la situación.
—De entrenar también— terminó respondiendo, escondiendo la sonrisa que pugnaba por salir en sus labios— Y Aiko ha venido a verme, ¿verdad?
—S-sí— murmuró saliendo de sus pensamientos y enrojeciendo aún más a ser posible.
Shippo desvió la atención hacia la niña y su sonrisa fue más pronunciada, lo que tampoco se le pasó por alto para la exterminadora.
—¿Cómo estás, Aiko? Hacía tiempo que no te veía.
—B-bien— la niña se removió avergonzada— E-es que he estado a-ayudando a mi madre con las telas y no he salido m-mucho.
—Vaya…
—P-pero e-esta tarde es-estoy libre— añadió súbitamente, como si se hubiera obligado a decirlo antes de que fuera demasiado tarde.
Sango advirtió como Shippo le echaba una mirada sorprendida antes de que su expresión se suavizase.
—¿Te gustaría que diéramos una vuelta por el río? He encontrado unas crías de zorro por aquí son muy bonitos y les encanta jugar.
«Mmmm, interesante», pensó con diversión disimulada la mujer mientras los observaba sin perder ningún detalle. «Kagome se volvería loca si estuviera viendo lo mismo que yo. Shippo ha madurado y mucho, ya no es el mismo muchachito enamoradizo de antes.»
La sonrisa que le dedicó Aiko pudo iluminar el mundo entero.
—¡Claro, me encantaría!
Le correspondió la sonrisa, pero, un segundo después, el cuerpo del demonio zorro se irguió y su cola se tensó, alertado. Sango le echó una mirada intrigada.
—¿Qué ocurre, Shippo? — preguntó mientras lo veía observar su alrededor minuciosamente.
—Noto algo— musitó quedamente.
Sango se tensó y sacó la espada de su funda, en el mismo momento que Kirara se transformaba delante de ellos.
—Sango…
—Tranquila, Aiko, tú no te separes y estarás bien— susurró Sango, mirando también entre los árboles, buscando la más mínima cosa que alertara de un peligro. Por el rabillo del ojo observó como Shippo se acercaba a la pequeña, cubriéndola con su cuerpo— ¿Hueles algo?
—Sí— asintió Shippo— Huele a algo putrefacto…
—Demonios— masculló entre dientes. Hacía tiempo que no aparecían por esa zona, pero como bien sabía, nunca se podía estar seguro con ellos.
—Creo… sí, son dos. Y grandes— añadió cuando notaron el suelo empezar a retumbar conforme se iban acercando.
—¿Dos? — gimió Aiko asustada.
—Kirara, ve a buscar a Miroku, lo necesitamos— ordenó Sango, y la gata obedeció sin dudarlo— Shippo, saca a Aiko de aquí, llévala a la aldea.
—¿Y dejarte sola? — se negó categóricamente— Ni hablar, no pienso dejarte con dos demonios.
Sango luchó por no poner los ojos en blancos. No era precisamente el mejor momento para ponerse a discutir.
—No voy a estar sola mucho tiempo. Miroku llegará pronto. Tú quédate en la aldea por si acaso vienen más demonios.
—Pero…
—¡Shippo, no hay tiempo! — le increpó, fulminándole con la mirada. Observó como Aiko se sorprendía y se pegaba más al cuerpo del demonio y la disculpa que pugnaba por salir, murió en sus labios.
La cara de él se contrajo en una mueca y por un par de segundos permaneció en silencio. Entonces, terminó asintiendo, la decisión pintada en su mirada.
—Vale, vale, lo que tú digas— espetó agarrando la mano de Aiko para empezar a correr— Pero volveré nada más pueda y…
—Demasiado tarde.
De pronto, de entre la maleza, un par de figuras aparecieron cortándoles el paso, acorralándoles entre ellos. Aiko chilló por la impresión y se vio también rodeada por Sango y Shippo, quienes se pegaron para defenderse mejor, dándose la espalda.
El agarre de ambos niños se hizo más fuerte.
—No dejaré que te toquen.
Una risa gutural se escuchó y Sango observó fijamente a sus oponentes. Tal y como habían pensado era altos, le sacarían por lo menos cuatro cabezas, y eran enormes. Gigantes con colmillos afilados, brazos y piernas como troncos de árboles y un solo y siniestro ojo en el rostro. Un mazo con pinchos puntiagudos es lo que tenían como armas.
—Pero mira que bocaditos tenemos aquí— sonrió el que estaba frente a la mujer y esta atisbó ver sus dientes podridos— Es buen aperitivo para lo que nos espera después, hermano.
—Y qué lo digas— se carcajeó su compañero— ¿Te dejo a ti a la mujer y me quedo yo con esos dos niños? Parecen deliciosos.
—Muy bien… Pero no los hagamos esperar. Mi estómago ruge.
En menos de lo que se tarda en parpadear, Sango vio al demonio correr hacia ella.
—¡Chicos, cuidado! — gritó en el momento que blandía su espada e iba en dirección al demonio para interceptarlo por el camino— ¡Eso es lo que tú te crees! ¡Acabaré contigo!
El demonio rio y alzó el mazo segundos antes de hacerlo caer sobre ella. Fue en el último momento en el que Sango se desvió a un lado gracias a sus increíbles reflejos y consiguió hacerle un buen tajo en brazo en el instante que la tierra temblaba. Oyó a lo lejos al otro demonio gruñir y, aunque sentía su corazón adolorido por la preocupación de lo que le podría pasar a los niños, sabía también que Aiko estaba en buenas manos. Shippo ya no era el niño de antes, estaba en camino de convertirse en un hombre fuerte y seguro, y confiaba en que podría cuidarla bien1; al menos hasta que ella se encargarse de su oponente.
—¡Maldita! — rugió iracundo su contrincante— ¡Te arrancaré la cabeza y usaré tus huesos como palillo de dientes! — volvió a lanzar el mazo en su dirección.
—¡Para eso tendrás que pillarme antes!
Esquivó el golpe y consiguió hacerle otra herida en la pierna. Aprovechó el par de segundos en el que este se retorcía por el dolor para echarle un rápido vistazo a los otros dos y se encontró con Shippo quemando el único ojo del ser mientras se contraía por el dolor y la rabia. Aiko no se despegaba de su espalda.
Sango supo entonces qué podía hacer. Si le hería en el ojo también podía dejarlo incapacitado y le sería mucho más fácil acabar con él.
—¡Me estás dando demasiados problemas, maldita pulga!
El demonio se tiró hacia ella y Sango hizo como que huía, lo justo como para acercarse a uno de los árboles de allí y subirse a una rama. Cuando el demonio se había acercado demasiado, la exterminadora se tiró sobre él con la espada preparada para clavársela en su único ojo.
Una mano apareció de la nada.
El dolor se extendió por todo su cuerpo, las garras se le habían clavado en el costado con fuerzas, y el aire desapareció de sus pulmones cuando voló por varios metros hasta caer sobre el suelo.
Durante un par de segundos, Sango vio todo negro.
Creyó escuchar como la llamaban. Creyó escuchar pasos. Incluso creyó escuchar risas.
La oscuridad cada vez se iba haciendo más y más profunda, absorbiéndola por completo. Luchó por salir a la superficie, pero era como si chapoteara en un mar bravío que no hacía más que unirla una y otra vez.
El demonio rugió a lo lejos.
—¡SANGO!
Sango se desmayó.
·
Cuando se despertó, no encontró más que silencio. Le costó un par de intentos volver a sentir cada parte de su cuerpo y otro para abrir los ojos.
Al hacerlo, descubrió que estaba en su habitación y que esta se encontraba vacía.
«¿Qué ha pasado? ¿Qué ocurrió con los demonios? ¿Dónde están Shippo y Aiko?» pensó con los recuerdos apareciendo en su cabeza. Soltó un siseo cuando, al moverse, el dolor se extendió por su costado, distribuyéndose por todo su cuerpo.
El sonido de la puerta corriéndose la alertó y rápidamente miró hacia el lugar.
Las preguntas murieron en su garganta cuando observó la figura que se encontraba observándola desde el pasillo.
Su corazón se detuvo por un instante antes de estallar y bombear a gran velocidad.
No, no podía ser verdad lo que estaba viendo.
—Tú…— susurró, sintiendo un nudo apretándole con fuerzas la garganta.
La figura -¿o era una ilusión que había creado su mente?- sonrió tímidamente y Sango sintió viajar al pasado; a una época donde, aunque todo era muy difícil y peligroso, se podía atisbar la posibilidad de un futuro juntos.
—Hola— habló, y su voz sonó igual que la recordaba, incluso mucho mejor, más dulce y tranquila—, ¿cómo estás? ¿Te duele mucho? — se adentró un par de pasos en la habitación, sin dejar de mirarla en ningún momento.
—Me he vuelto loca.
La mueca de confusión que mostró su visión se le hizo dolorosamente familiar.
—¿Qué? — parpadeó repetidas veces.
—Tú… no puedes estar aquí— respondió y mientras lo iba haciendo el dolor se iba apoderando de su pecho; se le escaparon las lágrimas por más que ella trató de impedirlo— Tú no estás aquí, tan solo eres… yo no… Ay, no sabes lo mucho que te echo de menos, amiga…
—Sango…
Corrió hasta sentarse junto a ella, pero algo en su interior se murió cuando vio cómo se encogía en el momento que intentaba tocarla. Intentó que el dolor no se mostrara en sus facciones mientras se echaba hacia atrás para obedecer la muda petición de su amiga. Nadie sabría jamás lo mucho que la había echado de menos cuando recordó todo lo que había pasado y el deseo que había tenido que reprimir para estar a su lado. Y, ahora, por fin, que la tenía a su lado… ella…
—No me toques— susurró la exterminadora con su rostro consumido en lágrimas, entrecerrado en sus manos, incapaz de mirarla— Porque no podré sentirlo y entonces es cuando me romperé por completo. Al menos ahora puedo mentirme y decirme que es verdad, que estás a mi lado como tantas veces deseé; pero si me tocas…
—Sango…— musitó, también con las lágrimas saltadas. Así que era eso… No, no podía dejar que sufriera más— Amiga… Hermana mía…
Lentamente extendió su brazo y colocó un mechón de su pelo tras la oreja. Sintió como ella se tensaba igual que la cuerda de su arco y oyó el jadeo que salió de sus labios.
Aguardó, expectante, la reacción de la mujer.
Con el corazón encogido en un puño, vio como apartaba ligeramente las manos de su rostro, observándola por entre sus dedos. A pesar de que debía tener el rostro demacrado por las lágrimas, le sonrió dulcemente, pues le salió desde lo más profundo de ella. Se la veía tan perdida y confundida…y esperanzada… que hacía que su corazón saltase en su pecho.
—¿De verdad eres tú?
La vio sonreír, sus ojos achocolatados acompañaron esa sonrisa con un brillo de cariño y alegría, y Sango sintió su estómago retorcerse.
—Perdón por haber tardado tanto en volver— le dijo en voz baja, apartando las manos de sus ojos y sosteniéndolas con fuerzas— Pero hubo algún que otro… contratiempo.
—Oh, Dios mío…— sollozó y sin poder aguantarlo más se tiró a sus brazos; aun sin creerse que de verdad la estaba abrazando, que estaba junto a ella— Kagome, Kagome, Kagome… eres tú, estás aquí…
La muchacha del futuro la acogió con gusto y sus lágrimas acompañaron las de ellas, mientras ambas se fundían en un fuerte y agridulce abrazo. Cada una supo leer los sentimientos que inundaba el pecho de la otra, pues no necesitaban palabras para saber lo duro que había sido esta separación, lo mucho que se habían hecho falta…
A Kagome le habían dicho siempre que la familia no se escogía, que eso venía con la sangre, pero gracias a este loco e inesperado viaje, ella descubrió que eso era mentira. A la familia sí podías elegirla y ella no podía estar más orgullosa de permanecer a la que habían formado.
No la cambiarían por nada del mundo.
·
«— ¡SANGO! — el grito de Shippo se escucha prácticamente por todo el bosque cuando ve como su amiga cae a unos metros de ella.
El pánico asciende por su garganta, sobre todo, cuando escucha al demonio al que se enfrentaba la chica reír e ir hacia ella. Debe hacer algo, lo sabe, pero no puede ayudarla, no puede porque si dejaba al otro pondría a Aiko en peligro. Pero Sango no se mueve y el demonio cada vez se encuentra más cerca.
Estaba tan desconcentrado que no nota los aspavientos que hace el demonio y como tira el mazo hacia él. El grito de Aiko consigue sacarlo de su ensoñación y rápidamente la empuja para que se apartara del camino, causando que, aunque no le diera de lleno, terminara por rozarlo a él.
El dolor se extiende por su cuerpo como una cálida y áspera manta.
De pronto, escucha algo cortar el viento y una saeta se clava en la cabeza del demonio que estaba conteniendo.
Shippo no sabe qué hacer. Lo ve exhalar rugir y exhalar su último aliento. El cuerpo se tambalea y, adolorido, corre hacia a Aiko para que ambos no fueran aplastados.
Caen, él encima de ella, y pasan un par de segundos antes de atreverse a levantar la mirada. Es entonces cuando un aroma en el ambiente lo paraliza y piensa que es un error lo que está viendo.
Un fogonazo rojo apenas se vislumbra cuando se dirige hacia el segundo demonio, quién se había girado cuando ve a su hermano caer, y en menos de un segundo este también ha sido derrotado. Pero eso ni siquiera lo ve el pequeño demonio, pues no pudo apartar la mirada del lugar donde la había fijado, de la persona que se encuentra arrodillada junto a Sango.
—Ka… Kagome— susurra a pesar del nudo que se ha instalado en su garganta.
Como si hubiera escuchado el llamado, la chica mira hacia donde él está y sus ojos se abren con sorpresa cuando se encuentra a ambos niños acurrucados en el suelo. En su mirada hay un brillo de preocupación, alivio y algo mucho más profundo y doloroso, y la ve levantarse inmediatamente.
—¡Encárgate de Sango! — le dice a alguien que no es capaz de identificar, porque no puede apartar su atención de ella— ¿Estáis bien? — pregunta cuando llega a la altura de ellos.
Shippo quiere hablar, pero lo único que suelta es un sonido lastimero, entre el jadeo y el sollozo. Porque esos ojos que pensó que jamás volvería a ver lo observan con la mismo preocupación y ternura de siempre, porque ella -de alguna manera que aún desconoce- ha vuelto a su lado y esta vez se asegurará de no dejarla marchar pase lo que pase.
—Kagome…
Su cuerpo actúa solo y cuando se da cuenta, se ha tirado a los brazos de la que había sido su madre por demasiado tiempo. Estos lo sostienen con fuerzas y él entierra el rostro en su cabellera azabache.
—Ya estoy aquí— susurra Kagome mientras lo acuna en sus brazos, oyéndolo llorar, ella haciéndolo también— He vuelto, Shippo, y no pienso marcharme.
Cuando se da cuenta, tal vez por el golpe, tal vez por el sinfín de sentimientos que lo desbordan, ha perdido el conocimiento con el rostro húmedo por las lágrimas que no dejan de salir. Su respiración tranquila y constante ayuda a que no se vuelva loca. Estará bien, solo necesita descanso...
Lo aprieta con ternura, sintiendo su corazón querer salir de su pecho. Levanta la mirada y se encuentra a la niña, quién los mira con la confusión y la sorpresa plasmada en su mirada. Recuerda entonces la forma en la que Shippo estaba sobre ella, protegiéndolo, y no puede más que sonreír enternecida. Su pequeño "hombrecito" estaba creciendo…
—Kagome.
Se levanta cuando InuYasha aparece a su lado con Sango en sus brazos. La muchacha no puede evitar lanzarle una mirada preocupada, pero sabe que su amiga es fuerte y podrá superarlo. Aún con Shippo en sus brazos, mira hacia la pequeña.
—¿Tú tiene alguna herida?
Ella sacude la cabeza y desvía su atención al demonio.
—¿Cómo está?
—Tranquila, estará bien— lo mira y desea pasar una mano por su mata de rizos como tantas veces había hecho.
—Deberíamos ir a la aldea— ordena InuYasha, observando en todas direcciones— Podrían venir más en cualquier momento.
—Sí, claro, ¿nos dices dónde está? — le pregunta a la niña. Ella asiente rápidamente y juntos se encaminan con ella al lugar.
—¿Tú… tú eres la hermana de Sango? — la voz de Aiko la sorprende. La pilla mirándola de reojo, escrutándola concienzudamente.
Kagome siente su corazón saltar ante la denominación y parpadea para no volver a llorar.
—Sí.
De pronto, oyen un rugido y ven a Kirara descender del cielo con alguien a su espalda.
El corazón de Kagome salta cuando ve esos inconfundibles ojos azules, ese báculo y el ropaje oscuro de su amigo.
—Señorita…
Había vuelto junto a su familia»
·
—¿Qué haces?
Kagome se sobresaltó y fulminó con la mirada al recién llegado. InuYasha tan solo le sonrió burlón, con ambas manos escondidas en las mangas de su traje, mientras se colocaba junto a ella. La muchacha desvió la mirada más allá y su semblante se dulcificó.
—Míralo, ha crecido tanto…— una pequeña sonrisa se mostró en sus labios, llena de cariño y nostalgia.
—Keh, ¿qué esperabas, mujer?
Ella tarde un par de minutos en responder; lo hace cuando él pensaba que ya no lo haría, y el silencio que se había instalado entre ellos era uno pacífico y lleno de palabras.
—No lo sé— sacudió la cabeza, sus palabras sonando un poco incrédulas— Aún me cuesta creer que ya haya estado más de seis meses sin… recordaros— su cuerpo actuó solo y cuando se dio cuenta, estaba rodeando el brazo de él con el suyo. Sintió entonces la mano libre de InuYasha aferrándose a ella— Y que, si no hubiera sido por ti, yo nunca…. Jamás podría…
—Lo sé— replicó InuYasha, sabiendo lo duro que se le hacía decir esas palabras; él también tenía momentos en los que pensaba que todo era un sueño y que cuando despertara, volvería a estar solo. Aún se despertaba en mitad de la noche, sudando y jadeando, y no se podía tranquilizar hasta que no notaba el cálido cuerpo de la chica junto al suyo, su dulce aroma entrando por sus fosas nasales…
Sintió el cuerpo de la muchacha estremecerse y en un acto automático, deshizo el agarre de sus manos y la atrajo hacia sí, pasando el brazo por sus hombros. El dulce aroma de ella la rodeó y su corazón saltó como un idiota. Era mucho, muchísimo mejor a cómo lo recordaba.
El silencio se instaló de nuevo entre ellos y Kagome suspiró en su interior. Jamás pensó que podría estar en ese momento, disfrutando de la tranquilidad mientras estaba con su medio demonio. Había costado, pero después de tantas pruebas que le había puesto la vida, después de tantas desgracias y adversidad, había conseguido superarlas todas y cada una de ellas, junto a él, y por fin todo había vuelto a la normalidad.
Bueno, "normalidad" precisamente no, porque en ese momento se encontraba en el mismísimo cielo y estaba segura de que no cambiaría el pasado, aunque le aseguraran que no habría más dolor y sufrimiento.
Porque las vivencias eran lo que nos hacía ser como somos y había luchado, vivido y sentido mucho al lado de InuYasha como para que eso desapareciera. Su vínculo ahora era demasiado fuerte e inquebrantable. Atrás se había quedado esa muchacha insegura y asustadiza. Él seguía siendo un idiota la mayoría del tiempo, sí, y la hacía enfadar cada dos por tres, por supuesto; pero también sabía que detrás de sus "idiota" se escondía un "te adoro" o bajo sus "keh" no podía haber otra cosa que un "me vuelves loco, mujer".
Habían tenido que rozar el Infierno para descubrir y saborear lo que era el Paraíso.
Y volvería a hacerlo las veces que hicieran faltas.
—¡Kagome!
La mencionada sonrió cuando vio al pequeño acercarse a ella junto con Aiko. Quiso abrir los brazos para que él se acurrucara en ellos como siempre había hecho -había echado muchísimo de menos eso cuando dormían, la suavidad de su cabello entre sus dedos, su respiración tranquila junto a ella-, pero se había dado perfectamente cuenta de lo que estaba pasando y no quería hacerlo sentir abochornado -ella también había pasado por esa edad-; así que se limitó a erguirse y separarse un poco del medio demonio, aunque sus manos se unieron por voluntad propia.
—Hola, chicos. Shippo, ¿ya te encuentras mejor? — lo miró de arriba abajo para asegurarse.
—¡Sí! — afirmó enérgicamente— No fue nada, yo soy fuerte como un roble.
—Ya lo veo— rio ligeramente— Lo hiciste muy bien, aguantaste como todo un hombre… Estoy muy orgullosa de ti— lo miró con cariño.
Las mejillas del demonio se colorearon y Kagome notó como sus ojos se cristalizaban, pero, después de parpadear repetidas veces, las lágrimas desaparecieron y lo único que quedó fue la brillante y amplia sonrisa que le dedicó.
—Bueno— decidió cambiar de tema, centrándose en la pequeña que no dejaba de lanzarle miradas curiosas—, no sé si me he presentado formalmente, porque, bueno, este último tiempo ha sido una locura, pero yo soy Kagome, aunque creo que ya lo sabes— sus labios se curvaron— ¿Tú cómo te llamas?
La niña se sonrojó por la atención.
—Mi nombre es Aiko.
—Aiko— se metió Shippo, sin apartar la mirada de la joven del futuro—, ¿te acuerdas cuando hace tiempo te dije que yo no tenía madre? — preguntó con voz suave y Kagome sintió como su corazón aumentaba de velocidad— Pues mentí. Es ella. Por algunos… sucesos, ella tuvo que marcharse, pero ha vuelto, y no piensa marcharse jamás, ¿verdad?
No supo cómo InuYasha lo descubrió, pero estaría eternamente agradecida de que le pasara el brazo por la cintura y la sostuviera, porque la mirada que le estaba dedicando Shippo era demasiado intensa, decía tantas cosas, que sus piernas habían empezado a temblar y amenazaban con no sostenerla. Quién lo diría, con 16 años casi 17, y madre de un hermoso, valiente y dulce demonio; seguro que si lo contaba en su tiempo se llevarían las manos a la cabeza y solamente con la primera parte de la frase, ya con la segunda seguramente la encerrarían en su manicomio.
Pero era su realidad, y Kagome no podía amarla más.
—Lucharé con uñas y dientes con cualquiera que lo intente— balbuceó como una tonta, llena de emoción— No volveré a marcharme lejos de ustedes.
Le pareció raro que InuYasha no aprovechara para meterse con ella así que lo miró por el rabillo del ojo y descubrió que la estaba mirando con la mayor cara de idiota que podía haber en el universo, como si no se creyera que estuviera ahí, como si pensase que en cualquier momento desaparecería.
Su corazón se expandió en su pecho por todos los sentimientos que la embargaban.
—¡Hasta que os encuentro! — una voz los sobresaltó.
Sango y Miroku se acercaban a ellos, él sosteniéndola a ella. Todo el mundo sabía que la chica ya se encontraba mejor y podía caminar sola, pero ninguno comentaba de la cercanía que recientemente habían adquirido. Una nueva y más… íntima.
—¿Qué pasa? — preguntó Sango cuando al llegar a ellos descubrió que tanto Shippo como Kagome tenía los ojos llorosos, InuYasha tenía un semblante adusto y Aiko tenía una amplia sonrisa.
—Nada, no pasa nada— sonrió Kagome, acercándose a su amiga— ¿Tú cómo estás? ¿Te duele menos el costado? Puedo buscarte unas hierbas que seguro…
—Tranquila— la cortó con ternura— Me he tomado el té que me dejaste esta mañana y no me duele mucho, de verdad.
Ambas se miraron y se sonrieron; todavía con la incredulidad pintadas en sus caras.
Kagome estaba segura de que todavía tendría que pasar un tiempo antes de que asumieran que no era un sueño, sino la realidad.
—Yo tengo que irme— susurró Aiko, de pronto, y se ruborizó aún más cuando sintió todas las miradas puestas en ella— Mamá me dijo que volviera pronto a casa. Ya nos vemos, ¿vale?
Shippo se despidió de ella y Sango, Kagome y Miroku lo hicieron después. Además, las mujeres advirtieron como el niño no dejaba de mirarla mientras esta se alejaba y antes de darse cuenta se estaban mirando, compartiendo un mismo pensamiento.
—Se la ve espléndida como siempre, señorita Kagome.
—Gracias, Miroku. A vosotros también os veo muy bien, a todos— los miró a cada uno con cariño— No sabéis lo feliz que me hace volver a veros, estar de nuevo con ustedes.
Sango se adelantó y cogió las manos de su amiga para apretarlas con fuerzas. La sonrisa parecía que partiría su rostro si se hacía más grande.
—Y tú tampoco entiendes lo mucho que te echamos de menos y que te necesitábamos— sus ojos se cristalizaron, pero esta vez no lloró. Ya no más lágrimas.
—¿Prometes que de verdad no vas a irte? — susurró Shippo por lo bajo.
No pudo aguantarlo. Abrió los brazos y suspiró cuando el demonio se refugió en ellos, apretando sus bracitos en torno a su cuello.
—Lo prometo. Nada y nadie volverá a separarnos— respondió en voz baja en el mismo momento en el que sentía los brazos de Sango también rodeándola.
—Es un placer tenerla de vuelta, señorita.
—Pero allí tenías tu vida— habló InuYasha, que había permanecido inusitadamente callado, y su semblante serio le puso lo vellos de punta— Aquí solo encontrarás muerte y destrucción, tu vida peligrará en cada paso que des. Ya viste que lo más mínimo puede traer consecuencias desastrosas.
—No me importa— respondió con firmeza la muchacha— Porque vosotros estaréis a mi lado en, como dices, cada paso que dé. Tenemos una misión que cumplir, no la he olvidado, y no pienso echarme atrás, no después de todo lo que hemos pasado para que llegáramos a este lugar.
InuYasha la miró con mayor intensidad. Kagome se estremeció, pero la sostuvo con tenacidad. Finalmente, sonrió -esa sonrisa sesgada que mostraba uno de sus colmillos- y Kagome sintió su corazón temblar y derretirse.
—Keh, eres una idiota— le dijo.
Me vuelves loco, pero te adoro.
Y Kagome supo que, finalmente, estaba en su hogar.
¡Feliz Navidad y felices fiesta a todos!
Hoy el hombre con traje rojo que todo el mundo conoce vino por mi ventana (porque no tengo chimenea) y me dejó este regalito para todos vosotros. Y no, no era InuYasha (Ojalá).
Espero que lo disfrutéis tanto como yo lo hice haciéndolo. En este, decidí centrarme un poco más en Sango y Shippo (Miroku, a pesar de lo que parezca, yo te amo, que lo sepas) y como lo vivieron ellos. La relación de ellos (la hermandad y la maternidad) me parece uno de los puntos claves en el anime, así que no podía ser menos. Aún así, no he podido evitarlo y nuestro demonio demonio tenía que dar el puntito final *suspiro enamorada*
Con esto, se termina esta maravillosa historia que tanto me ha costado pero de la cual más orgullosa no me puedo sentir (lo siento, estoy un poco sentimental, jeje) para, en unos días, dar paso a otros de mis proyectos a los que estoy ilusionada y que me gustaría que le echarais un vistazo.
Bueno, no me enrollo más. ¡Felices fiestas a todos!
PD: ¿Os imagináis a Kagome como suegri? jajajajaj