Bueno, otro más para la actualización. Qué cuarentena tan productiva xD.


ºLa bruja perladaº


Madurez al caldero que comienza a arder

Has de cambiar pero no cambies mi mundo a la vez

porque ahora mi mundo eres tú.

Paso a pasito, pasito a paso por ti.


Lo que asusta a un niño no dura mucho tiempo. Especialmente, cuando eras huérfano y te despertabas bajo el cuidado de una bruja. Y no era una bruja como esos cuentos aterradores que su madre siempre le contaba para que no fuera a jugar al bosque o saliera de noche. No estaba arrugada ni tenía los dientes deformes y amarillentos y aunque sus ojos sí eran extraños, no eran rojos ni cambiaban de color según humor.

Justo al contrario, era hermosa, parecía poseer una paciencia innata y hablaba sin tapujos. Le habían fastidiado los adultos que siempre le trataban como si fuera demasiado niño para no comprender que no iban a comer esa noche o que habían asesinado a la pastora y matado a las ovejas. Los adultos tienden a subestimar a los niños. Así que le gustaba que no lo hiciera.

Se llamaba Hinata y tenía unos poderes increíbles. ¡Fantásticos!

Y también su hogar era increíble. No sólo su misteriosa casa. Es que tenía de todo. ¡Hasta cascada propia!

Por si fuera poco, al contrario que los humanos, tenía dragones que le aportaban leche. La cual estaba deliciosa. Mucho más que la de cabra, oveja o vaca.

El lugar era como un patio de juegos para él. Más incluso que su corta ladera. Y tenía animales que entendían su idioma, aunque él no tanto. Así que se esforzó en enseñar a las ranas a hablar como él. Se bañó desnudo en la catarata e hizo mil cosas que en otras condiciones, su madre jamás le habría dejado hacer.

Y encima, la bruja siempre tenía algo interesante entre manos. Desde pócimas que sabían raras y cuyas hierbas le pedía que fuera su valiente caballero en ir a buscarlas —no realmente así, pero en su imaginación sí—, hasta de las que estaban deliciosas y aliviaban cualquier tipo de dolor.

La tristeza no duró demasiado y el tiempo tampoco.

A medida que crecía se volvía más valeroso, más curioso y hasta más temerario.

Su aventura por el bosque duró poco aquella vez en que se perdió, conoció al demonio guardián. Un enorme ser de uñas afiladas, colmillos largos que no dudó en intentar comérselo. Gracias a sus jóvenes reflejos consiguió esquivarlo, hiriéndose en el transcurso. Tropezó y justo cuando una de las uñas estaba por atravesar su cuerpo, la bruja apareció.

A causa de aquel acto, ocurrieron unas palabras que marcarían para siempre su corazón.

—Está bien. Yo te protegeré.

Se llenó por completo de amor, de ese tipo de amor extraño, inocente y puro. Comprendió que ella realmente no había querido herirle en ningún momento. Tampoco comérselo.

Tocarla se convirtió en algo más fácil. Y a veces, él necesitaba un poco de ese calor maternal que ella podría infundir sin saberlo.

Pero un día, despertó, recostado sobre ella mientras leía. Y se percató de que algo había cambiado en él. Era como si alguien hubiera abierto una puerta de su mente que no comprendía. Una extraña alarma que se repetía cada mañana en que despertaba, tenso y sudado en su cama y con su miembro endurecido o restos en sus calzoncillos.

No comprendía por qué sucedía y tampoco estaba dispuesto a preguntárselo a ella. Decidió que era lo suficientemente mayor como para tomar sus propias riendas y se alejó. Se volvió más celoso de su intimidad, de sus cosas y sólo compartía con ella momentos leves.

Necesitaba desfogarse muchas veces para que sueños extraños no se metieran en su cabeza.

—Hueles a algo distinto, mocoso —le dijo uno de los dragones una vez—. Ya no eres un niño. Dentro de poco, volverás a dar un estirón y serás un hombre. Y sólo hay una hembra para tus capacidades por aquí. Llegará el momento en que tendrás que tomar tus propias decisiones. Espero que estés preparado para el destino que tomarás.

Naruto no lo comprendió y cuando se lo expresó al dragón, éste escupió fuego sobre uno de los cascarones y se lo entregó cuando se enfrió.

—He tomado mi decisión de darte una pieza de mi hembra para ti. Es el camino que yo he escogido. Tú decides qué hacer con ese huevo. ¿Lo conviertes en algo bueno o algo malo? Lo mismo sucederá cuando llegues a la edad que te digo. Pero tendrás que vivirlo para poder comprenderlo mejor. Así que tiempo al tiempo.

Con más dudas que respuestas Naruto regresó con Hinata. Le entregó el cascarón pero durante mucho tiempo estuvo en su mente, dando vueltas como un enigma al que no encontraba solución.

Claro que no estaba listo por entonces.

Empezó a afeitarse cuando la barba ya casi cubría la mitad de su rostro. Era fina y rubia, así que realmente podría haberlo ignorado, pero cada vez que se miraba en el reflejo del lago no se reconocía, así que le pidió a Hinata lo necesario.

Su rostro había cambiado, notó cuando se quitó el bello.

Más maduro, más marcado y cuando ella le preguntó a cuenta de su edad, sopesó que debía de rondar los veinte años.

Llevaba allí con ella mucho tiempo. Y no podía evitar preguntarse qué habría sido del resto del mundo en esos años. ¿Viviría alguien en su vieja casa? ¿Quedaría alguien que le reconociera?

Cuando Hinata le ofreció llevarle al exterior no pudo evitar la sorpresa, la emoción, como si volviera a ser un niño o un adolescente que iba a descubrir algo nuevo. Ni siquiera pudo dormir esa noche.

Pero, así como él estaba impaciente, Hinata estaba preocupada. Cuando le preguntó por qué no le contestó y hasta alguna de sus estrellas resbalaron de su cabello para convertirse en motas de plata en el suelo de madera.

Por un instante, otras preguntas empezaron a surcar su mente, mientras la observaba a ella y el polvo de estrellas que dejaba caer.

¿Qué pasaría con ella de marcharse? ¿Volvería a verla? ¿Le borraría la mente?

¿Quedaría algo para él ahí fuera?

—¿Estás listo? —le preguntó ella al amanecer.

—Lo estoy —aseguró.

Pero cuando atravesaron la niebla descubrió que no.

El mundo había cambiado mucho. Pensó que se trataría de la vieja perspectiva de un niño pero no. Su poblado ya no estaba. No quedaba nada ni nadie. Lo que Hinata le contara al despertar era cierto. Ni siquiera pudo quemar a sus muertos.

Habían levantado murallas, creado una ciudad con banderas que ni siquiera comprendía.

Sí, había mucha más gente paseando por las calles que apestaban a estiércol, fruta madura y olor corporal. Las moscas zumbaban alrededor de sus cabezas y los caballos las espantaban con las crines.

Una moza llamó su atención entre las demás. Pareciera que en vez de vender el género estuviera vendiéndose a sí misma. Le pareció demasiado irreal, demasiado grotesca.

¿Tenía que abandonar lo que conocía por eso? ¿Abandonar la maravilla que era esa bruja? Lo que sus ojos habían descubierto, su instinto… no.

—¿Quieres quedarte?

La voz de Hinata detuvo su momentáneo ataque de pánico. Extendió la mano hacia ella y cuando se la tomó, negó.

—Quiero volver. A casa. Nuestra casa.

Hinata los regresó en un visto y no visto y nada más llegar, se dejó caer sobre el verde césped, respirando su aroma, embriagándose de nuevo de las sensaciones a su alrededor.

En lo alto, en el cielo, vio al viejo dragón sobrevolar. Su boca se abrió con una siniestra sonrisa de fuego. Sabía que eso era para él.

Miró a Hinata mientras se quitaba el sombrero y sacudía los cabellos. Tenía de nuevo estrellas sobre él, brillantes, danzando en sus hebras. Sus ojos perlas se posaron sobre él y le sonrieron a la par que sus labios. Parecía aliviada.

Y él… quizás pareciera enamorado.

De ella, de pie, como su lugar seguro.

Empezaba a comprender las palabras del dragón. El cascarón de huevo. Había tomado una decisión y no tenía vuelta atrás.

—Hinata.

Ella detuvo sus pasos hacia la casa, con el sombrero en la mano.

—Dime.

—¿Puedo realmente quedarme aquí? —preguntó.

Ella se acercó hasta arrodillarse a su lado. Siempre olía a hierbas, a flores. Con un aroma mezclado y especial que le cosquillea la nariz desde que pasara la adolescencia. Extendió su mano libre hasta su frente, apartándole los cabellos con una sonrisa.

—Todo el tiempo que quieras.

Le sujetó la mano antes que la retirase. Ella se sorprendió por un instante.

—¿Y si no quisiera irme nunca? —cuestionó.

—Entonces, no has de irte. Nadie te obliga. Esta es tu casa, Naruto —aseguró dándole un apretón en la mano—. El mundo fuera es realmente tu hogar, pero si no quieres ir, ya te lo dije. Te he tomado como mi aprendiz, tienes permiso para vivir aquí hasta que no seas más que hueso en polvo.

Naruto entrecerró los ojos.

—¿Qué harás entonces? —inquirió—. ¿Tomarás otro humano como experimento o aprendiz?

Ella dudó por un instante. Siempre que lo hacía su boca se tensaba. Hinata siempre parecía pensar demasiado, como si buscara respuestas en esa vieja y larga vida de la que él no formaba parte. Y eso, sin quererlo, creaba algo espantoso en él.

—No puedo confirmarlo —dijo finalmente—. Porque en un principio, tampoco pensaba tomarte a ti. Eres como el sol, Naruto —recalcó—. Me atrajiste con tu valor y calor.

Entonces, sucedió.

Algo rápido, sin que ninguno de los dos se lo esperase hasta que sus bocas chocaron. Naruto se apartó y se preparó. Un golpe. Un grito. Una maldición. Algo de magia que le hiciera croar, cualquier cosa.

Sin embargo, Hinata no se movió. Su rostro se puso como una escama de dragón rojo y las estrellas bailaron en su cabello como si fueran estrellas fugaces.

La emoción terminó y quedó eclipsada por otra que conocía más: la que ansiaba conocimiento.

—¿¡Por qué!? ¿Cómo? No, espera, sé que los humanos hacen eso. Pero pocas veces. Generalmente sólo tienen sexo por doquier sin importarles el lugar. Unen poco sus bocas, así que esto es extraño.

Era una larga y extensa conversación que iba cada vez a más.

Naruto se apoyó sobre los codos, dejándola hablar, con el cosquilleo en sus labios, mirando al cielo, preguntándose si ella le permitiría repetirlo.

Hinata se lo permitió. Incluso fue ella misma quien lo inició. Lo tomó de las mejillas y pegó con fuerza sus labios. Una y otra vez, chupando. Tanto que Naruto sintió que le dolieron los labios.

—Espera, espera —suplicó poniéndose en pie—. Así no.

Hinata le miró desde sus pies, con los ojos muy abiertos.

—¿Cómo entonces? —cuestionó poniéndose en pie.

Él se rascó la nuca.

—Bueno, no soy experto sobre esto. Pero mi a mis padres besarse muchas veces y nunca parecía doloroso como lo estás haciendo.

—Yo he visto a hombres besar así a mujeres. Aunque estas chillaban y se retorcían —recordó—. Seguramente, dejándose llevar por la depravación humana.

—Eso no lo conozco —reconoció abrumado. Sólo conocía las acciones de amor de sus padres o como mucho, cuando el panadero le daba cachetadas en el trasero a su esposa—. Déjame probar como lo hacía mi padre.

Ella asintió y le miró tan fijamente que no pudo evitar sonrojarse. Carraspeó.

—Ehm… ¿puedes cerrar los ojos? —cuestionó avergonzado.

Ella dudó.

—Entonces no veré cómo es.

—Pero lo sentirás. Porque sólo verás mi rostro con los ojos abiertos —explicó.

Hinata finalmente accedió. Cerró lentamente los ojos y sus pestañas brillaban. Su boca se relajó en espera y cuando finalmente volvió a besarla, esa vez, más delicado, más lento, fue maravilloso. Como si el viento a su alrededor los rodeara y agitara dentro de un tarro perfecto.

Ella se dejó llevar lentamente, abriendo sus labios, ofreciéndose más a él. Cuando sintió su lengua contra la suya, retrocedió, avergonzada y sorprendida.

—No, eso no —aseveró sonrojada hasta las orejas—. Esas cosas tan humanas… tan íntimas… tu lengua ha rozado la mía.

—Sí —reconoció lamiéndose el pulgar—. Y ha sido interesante, ttebayo.

Hinata negó, volvió a tomar el sombrero que había caído a sus pies y caminó hasta la casa. Naruto la siguió sin comprender.

—Detendremos esto aquí —avisó—. No me besarás con lengua.

—¿Por qué no? —preguntó haciendo un puchero.

Ella bufó. Sus orejas se pusieron de punta y por un instante, le pareció aterradora.

—He dicho que no o te daré de comer gusanos de tierra.

Naruto levantó las manos, rindiéndose.

—Vale, tú ganas —dijo.

Pero no lo pensó.

Abandonó la cabaña silbando, dejando a una bruja furiosa y avergonzada cuyas estrellas en el pelo bailaban de emoción.

Si, la bruja había vivido mucho. Sí, conocía cosas vistas por los hombres. Y sí, podría transformarlo en un gusano de tierra, un sapo o lo que quisiera.

Pero había una cosa a la que no podría negarse por más que quisiera: a probar de él.

Continuará...