Nota: Dedicado a todos los que con paciencia, confiaban en que dejaría la historia acabada ;)
txukyahm, un saludo! Gracias por pasarte de nuevo a dejar un review ^^ y me alegro de que vivas esa tensión final con tanta intensidad :)
Camilo navas, en realidad, el capítulo anterior fue de los más cortos que he escrito... el 22 en realidad está dentro de la media, jajaja
hp-931, gracias de nuevo a ti por pasarte y compartir tu opinión :)
Vivi-ntvg, hay quien piensa que de tanto creer que algo malo va a pasar, termina pasando xD Zelda se obsesiona demasiado, es un personaje lleno de inseguridades y eso hace que el conflicto de la narración se agrande un poco más (eso intento yo, claro está, jajaja).
Jessica, muchas gracias ^^ espero que disfrutes este capítulo :)
Capítulo 23 - Pasado y Futuro
Todo un mundo se interponía entre él y su princesa.
Primero fueron Mahim y Garsen. Luego llegaron Theodwise y la aldea de Idilia. Ahora era Hyrule entero.
Ya no había noches tranquilas junto al crujir de una hoguera, ni viajes a caballo con la pequeña familia que formaba con Zelda y los sheikah. Ahora entendía lo que significaba que ella fuera la princesa, y volvía a lamentarse por no recordar nada de su pasado. Tal vez años atrás se mantuvo así, cerca y lejos a la vez, vigilante y dispuesto para cuando necesitase su ayuda. Y no tenía forma de saberlo, pero estaba casi seguro de que el Link de hacía cien años, a pesar de esa distancia, también se habría enamorado de ella. Se habría enamorado de su sensibilidad hacia el pueblo, de su sentido de la responsabilidad, de su inteligencia… y de sus ojos, por supuesto.
—Symon, ¿has visto a Zelda?
—Está reunida con Tyto, el patriarca del poblado orni. Creo que también quería hablar contigo. Hay una pequeña aldea al sur de Tabanta que quiere venir a ver a la princesa de Hyrule. Y… al Héroe de la Espada.
—No. Sabes de sobra que vienen a verla a ella —sonrió —supongo que podré verla más tarde, una vez nos hayan dado esas cabañas que dicen. ¿Crees que nos quedaremos mucho en el poblado orni?
—No tengo ni idea… yo quisiera volver a Hatelia, me preocupa dejar tanto tiempo solo el molino.
—El molino estará bien, tranquilo.
Symon sonrió y se limitó a encogerse de hombros. Poco podían hacer, ahora que todo el reino les distanciaba de casa. Aunque salieran corriendo en ese preciso instante, tardarían mucho tiempo en llegar.
Después de la revelación de Theodwise en Idilia, todo habían sido prisas, interrupciones, gente. No había podido estar ni un minuto a solas con Zelda y tenía la impresión de que ella tampoco lo estaba pasando muy bien. Pero ese mismo día habían llegado al poblado orni, estaban sobre el lago Ornitón. Al fin, el deseado desenlace de su viaje había llegado.
Sentía cierto vértigo. Sí, vértigo era la palabra, porque ya no podía vivir más tiempo con medias tintas, era necesario confesarle que había algo inexplicable que lo empujaba hacia ella, como jamás lo había empujado hacia ninguna persona. En cuanto le hablase del pasado se lo diría. Y le diría que el pasado ya no le importaba, sólo el futuro. Diosas, tenía que ser cuanto antes. Así podrían planificar el viaje de vuelta a casa. Haría que Prunia fabricase un telescopio en casa para que ella dibujase sus mapas estelares, cabalgarían con Sombra y Nieve entre los árboles del bosque de Hatelia. Limpiaría la llanura de chatarra ancestral para que ella no volviese a sentir pánico al mirarla. Irían hasta la playa de aldea Onaona, y la besaría al atardecer, con los pies en el agua cálida del mar del sur. Todos esos planes pintaban tan bien en su cabeza que casi no podía esperar para llevarlos a cabo.
Esa noche, Tyto, el patriarca de los orni organizó un banquete para celebrar la llegada de la princesa de Hyrule al poblado, y también el fin del Cataclismo. No era una celebración muy multitudinaria, los orni eran cautos y tradicionales, pero sí se sirvió comida y bebida en abundancia. Había una mesa larga presidida por el patriarca, y ella estaba allí, siendo el centro de las miradas, teniendo que saludar a todo el que se presentase. Incluso él se vio obligado a atender miles de preguntas y a personas que curioseaban la Espada y lo miraban con respeto. Era raro, había estado antes en la aldea y ahora lo miraban como si fuese otra persona. Había pasado de ser "ese muchacho loco que se atreve a volar y un día de estos va a matarse" a "mira, es él. Es el Héroe de Hyrule".
—Pronto habrá luna llena. Su alteza real debería bendecir la llegada de la primavera con algún ritual… sería tan maravilloso que mostrase la luz de la Trifuerza al pueblo… —dijo Theod, que, sentado a su lado, admiraba a Zelda como si la viese por primera vez.
—No sé si es conveniente mostrar la Trifuerza si no hay una razón para ello —dijo él. Recordaba la luz dorada y cegadora, su intensidad. ¿Para qué semejante derroche si no había ninguna amenaza real? Las diosas hicieron la Trifuerza con un propósito, pero no era el propósito de servir de entretenimiento a los hylianos.
—Crees que sabes mucho de esto, ¿no es así, joven? Y en realidad no sabes nada.
—Yo he visto la Trifuerza. Y también a Ganon —dijo él, frunciendo el ceño —por tanto, ya sé más que tú.
—Con que te ocupes de seguridad es suficiente, de saber ya nos encargaremos los sacerdotes y los sheikah. Era, es y será siempre así. Cada cual tiene su papel en esta historia —dijo Theod, ignorando sus palabras.
—Por supuesto que voy a ocuparme de su seguridad, eso no lo dudes —gruñó él, y volvió su atención a la comida.
—Aunque tal vez sería mejor buscar a guardias formados. Es preciso crear una nueva corte de nobles y caballeros.
—Buena suerte con eso. Y por cierto… Zelda no quiere ser princesa.
—Mi buen muchacho, no se trata de lo que quiera, sino de lo que es. Es alguien diferente a todos nosotros, con sangre sagrada. Por mucho que quiera evitarlo, de ahora en adelante su vida cambiará. Se reconstruirá el castillo e impartirá justicia con la gracia de la diosa Hylia, la gracia que vive dentro de ella y sus dones. Y… podrías dirigirte a su alteza real con mayor respeto… no se trata de una aldeana cualquiera.
Link no dijo nada más. No le apetecía discutir con aquel idiota. Sabía que él no poseía conocimientos sobre nobleza y protocolos, pero a Zelda nunca le había importado. Y trataba de ser el mejor caballero, dentro de sus limitaciones, lo había intentado y seguiría intentándolo si ella lo estimaba necesario.
—Dime, Héroe de Hyrule —dijo Theodwise, volviendo al tema —¿estás dispuesto a sacrificarte por la princesa de Hyrule como ella se sacrificó por ti?
—¿Qué quieres decir?
—Está claro que sientes algo por su alteza real, pero… ¿eres capaz de renunciar a eso por el bien del reino? Mira a tu alrededor. Niños, padres, madres, ancianos. Todos parecen iluminados con su presencia, y la necesitarán, necesitarán que vuelva a ceñirse la corona. Es la época de luz que vino anunciada por las leyendas. No puedes evitar que eso suceda, ni retener a la princesa en una apartada aldea, fuera de la vista de todos. No ha nacido para ser una aldeana, ni para vivir durmiendo en una tienda de campaña. Ella es la luz de Hyrule… no encierres esa luz en una diminuta casa de campo. No es lo que un caballero haría. Ni tampoco un verdadero héroe.
Aquella noche, Link perdió el entusiasmo. Perdió incluso el apetito, estaba aguijoneado por las palabras del falso adivino.
Tuvo una ocasión. Una fracción de segundo en medio del caos en la que podría haber agarrado a Zelda de la mano tras la cena para llevársela de ahí a un lugar tranquilo. De hecho, esa era su idea. Llevarla hasta la Posta Orni. Sombra estaba allí y eso era una justificación para perderse con ella un instante. En lugar de eso dejó el instante pasar y se marchó él solo, lleno de dudas, cruzando el gran puente colgante que había a la entrada del poblado.
Los momentos perdidos se fueron sucediendo uno tras otro, alimentados por las dudas de Link. Por ejemplo justo a la mañana siguiente, cuando fue a ver a los sheikah a su cabaña y la encontró allí, husmeando entre libros y pergaminos. Por la tarde, tras la visita de un grupo de goron que vivía en una ladera de la cordillera gerudo. Y por la noche, siempre por la noche. Zelda era la primera en salir, o la última, y lo buscaba con la mirada, expectante. Él solía escabullirse antes de que fuese ella la que diese el paso necesario.
Cada vez que la evitaba era como si la distancia entre ambos se hiciese más y más grande, porque cada vez se daba más cuenta de lo que ella representaba en realidad. Theod tenía razón. Era luz, y era egoísta querer esa luz para él solo. Si había otra manera de obtenerla no lo sabía. Pero sí sabía que Zelda no podría limitarse a vivir en su diminuta casa de Hatelia. Como siempre sospechó, ella terminaría marchándose. Tal vez lo mejor era dejarla ir antes de dar un paso que hiciese daño a ambos.
Pasados los días, empezaron a encomendarle pequeñas misiones. Un caballo perdido. Un campamento bokoblin que asustaba a los viajeros. Un muro derrumbado junto a un río. Todo eso servía para distraerle un poco de su pesar.
—¡Linky, espera!
Él se detuvo justo a la salida del poblado orni. Llevaba la mochila de viaje y todo lo necesario para adentrarse en la cordillera de Hebra. Esta vez había que buscar a un montañero desaparecido, llevaba días sin dar señales de vida desde que partió hacia el refugio de montaña, cerca de la zona de entrenamiento de vuelo de los soldados orni. Estaba anocheciendo, pero quería partir lo antes posible, de ese modo podría acampar justo al pie de la montaña.
—¿Ha pasado algo?
—No, no —dijo Prunia, recuperando el aliento —es que Zeldy-Zeldy quería hablar contigo antes de que te marcharas.
—¿Está bien?
—Sí, claro. ¿Por qué no iba a estarlo?
—Entonces no puedo entretenerme, otro día será. Dejo en tus manos su seguridad, sería conveniente que hablases con Teba o Harth si es necesario.
—Si es necesario, ¿qué? —preguntó Prunia. Estaba nerviosa e impaciente.
—Pues que alguien la custodie o algo así. Hay mucha gente ahora a su alrededor, alguien debe mirar por su seguridad.
Prunia soltó una carcajada que sólo sirvió para hacerle sentir más molesto. No estaba de humor para sus tonterías.
—¿Qué crees que es el poblado orni? ¿Los salones del rey Rhoam Bosphoramus o qué?
—No creo nada. Volveré en un par de días —dijo, dándole la espalda y echando a andar.
—¡Espera! ¿Qué diablos te pasa, Linky?
—Nada, es que me distraes. Dile a Zelda que volveré en un par de días.
Echó a andar entre malhumorado y angustiado. Todo había cambiado, y ya no había vuelta atrás, quisiera Prunia admitirlo o no.
Durante días, se perdió en la gran estepa nevada de Tabanta, con la sinuosa cordillera norte de Hebra elevándose en el horizonte, oscura y amenazante.
Esa era la última de una serie de misiones, de trabajos que conseguían distraerle del hecho de que Zelda y él aún no habían hablado nada. Tendrían que hacerlo sin importar cuáles fueran las consecuencias, estaba claro que ella era más que consciente de todos sus esquinazos, era demasiado inteligente como para no ver sus torpes maniobras de evasión. Él evitaba un doloroso adiós, un rechazo o… Diosas, alguna de las cosas que le hacían vivir angustiado y creyendo que todo había sido sólo un bonito espejismo que llegaba a su final.
Había empezado a planear la vuelta a casa. La idea sólo existía en su cabeza, pero deseaba que cuando el problema del centaleón de la estepa quedase resuelto, no hubiera nada más. El problema era que no sabía qué hacer con Zelda. No podía dejarla atrás, no se veía marchándose y dejándola en mitad de la nada, era una idea demasiado dolorosa. Pero tampoco podía encerrarla en su casa como había insinuado Theodwise. ¿Qué era entonces lo correcto? ¿Debería seguirla como una sombra dando tumbos por poblados y aldeas? ¿Debían reconstruir el castillo? Él necesitaba volver a casa para poder pensar, pero eso implicaba separarse de ella y de los sheikah por un tiempo.
Esa misma noche, dio con el centaleón.
Casi podía olerlo en el ambiente, era una sensación como de electricidad. Hacía un frío terrible y los dos soldados orni que lo acompañaban estaban dormidos, inflando sus plumas como un pájaro infla sus plumas para darse calor. Pero él estaba muy despierto y casi podía masticar la adrenalina.
La horrible bestia se presentó desafiante, en mitad de la noche, emitiendo dos chorros de vapor caliente por la nariz. Los dos soldados ni se inmutaron, fue él, él solo el que desenvainó a tiempo, el que corrió y se arrastró por la nieve para herir al monstruo en una pezuña y hacerle perder el equilibrio. Era un ser descomunal, mayor que el que había en el Bastión de Akalla. Diosas, ¿cómo no iba a vivir la gente aterrorizada con semejante monstruo?
La batalla no fue fácil. Él estaba torpe, entumecido por el frío, y el monstruo estaba en su territorio. Uno de los orni fue herido en un ala y regó de rojo la nieve, el otro se quedó paralizado por el terror. También él sintió terror, un terror ajeno y extraño que fue apoderándose de él, haciendo que sus estocadas fracasasen, pero ¿qué era eso? ¿De qué diablos tenía miedo? Se había enfrentado al mismo Ganon sin que le temblase la mano y ahora se dejaba intimidar por un mal menor… El frío inicial dio paso al calor de la adrenalina. Sudaba, sentía cómo todos sus músculos estaban calientes y dispuestos para reaccionar. Sólo tenía que hacerlo, el don de la lucha era algo intrínseco en él, sólo tenía que concentrarse y dejarse envolver por su instinto. Además, no podía permitir que ese monstruo siguiese suelto. De ese modo fue como consiguió encontrar el valor necesario para asestar un golpe peligroso y mortal en la criatura. Los orni lo vieron todo perplejos, y fue su narración de los hechos la que le hizo ser un poco más consciente de lo que él mismo había logrado, pues en los últimos instantes de la batalla estaba tan ciego con el objetivo que podía decirse que ni se dio cuenta de lo que había hecho.
Durante el viaje de regreso al poblado orni, el grupo estuvo de buen humor, incluso el orni que había sido herido sonreía sin cesar, triunfante, al ver dado caza a una de las peores criaturas al noroeste de Hyrule. Él se sentía reflexivo. No podía adherirse a la euforia de sus compañeros, había algo rondando su cabeza, algo que le robaba el sueño. Y fue la última noche, la última acampada antes de volver al poblado, la que le sirvió para entender una verdad tan simple como reveladora: tenía miedo a morir. Sí, todo el mundo tiene miedo a morir, es de sentido común, es por eso que la gente no va por ahí a ciegas, luchando contra monstruos. Pero él había venido al mundo sin memoria ni conciencia de lo que es el miedo, y nunca lo había sentido tan vívido como cazando al centaleón de la estepa.
El primer día en que se enfrentó a un bokoblin estando medio desnudo y con un puñado de piedras como arma, no pensó en su muerte, ni en el "qué pasaría si muero". El día en que saltó al vacío con un trozo de tela desde la altiplanicie de la Meseta de los Albores, no pensó en qué pasaría si algo fallaba y perecía estrellado en el suelo. Daba igual. Nadie iba a notar su ausencia, si vivía o si moría. Estaba solo, era sólo un alma solitaria hambrienta de respuestas. Pero ahora, ahora, no podía morir. Si moría no volvería a ver a su nueva familia. No podía desaparecer sin asegurar un futuro para Zelda, porque ella estaba tan sola en el mundo como él. Y eso, y ninguna otra cosa, fue lo que hizo que su brazo temblase cuando se alzó contra el monstruo.
En la mesa de Tyto había pato braseado, salmón de montaña asado con finas hierbas, patatas fritas, largas y doradas. La primavera había traído la primera cosecha de habas verdes, asadas en sus vainas, crudas, fritas con un poco de pimienta… cocinadas en todas sus variedades. Había huevos, quesos, patés… Tyto no había escatimado nada para agradecer su gesta, y aquella era la mejor cena que había pasado por delante de sus golosos ojos en mucho tiempo.
Pero estaba nervioso, maldita sea. Cuando quería tragar una bola de comida se le atravesaba antes de llegar al estómago. Le tembló la mano cuando brindó con sus dos compañeros orni, y con Teba, y con Tyto. Y los culpables de su estado eran los dos preciosos ojos esmeralda, estaban fijos en él todo el tiempo, ya no había manera de escabullirse ni de retrasar más el momento. Oyó claramente cómo Zelda rechazó varios ofrecimientos posteriores a la cena. "No, esta noche no, Prunia, tengo algo que hacer." "Gracias Tyto, tal vez mañana pueda echar un vistazo a tu idea de incluir eso en el nuevo tapiz." Y él no era menos. Había declinado la invitación de los orni a beber licor de montaña tras la cena, querían llenar con bebida uno de los cuernos del centaleón. "Otro día", dijo, sin dar más explicaciones.
Al terminar de cenar, los comensales se fueron dispersando. Hacía frío en la calle, las noches de primavera en la montaña seguían siendo heladas y todavía quedaba nieve sin derretirse. Se frotó las manos mientras se despedía de Symon cuando sintió un golpecito en la espalda.
—¿Vamos?
—Sí, vamos.
Zelda había sabido librarse de los sheikah y despedirse de todo el mundo sin parecer descortés. Y mientras caminaban ya a solas hacia la plaza de Revali, él sentía cómo el nerviosismo crecía más y más.
—¿Estás bien? No estarás muy cansado… —insinuó ella, nada más pusieron el pie en la enorme plataforma de madera donde habían decidido reunirse.
Hacía frío y eso encendía las mejillas de Zelda. El viento hacía que los pinares de los alrededores sonasen como un mar, y allí en medio, iluminados apenas por un par de antorchas, estaban al fin solos. Si no fuese porque le asustaba lo que ella pudiera decirle o lo que él pudiera contestar, se limitaría a abrazarla y a sentir que, después de muchos días perdidos, al fin estaba donde quería estar.
—Estoy bien, no te preocupes.
—No he visto tu apetito habitual en la cena… lo más normal hubiera sido que dejaras tu zona de la mesa limpia de comida y llena de platos vacíos, y no al revés…
—Estos orni utilizan un tipo de especias que no termina de convencerme… Me reservo para comidas menos especiadas —bromeó, haciendo reír a Zelda. También ella estaba nerviosa, podía notarlo, pues su torpe excusa no era tan graciosa como para levantar así su risa.
Bromearon un poco más sobre la comida, sobre beber baku del cuerno del centaleón y sobre alguna cosa que dijo ella sobre el trabajo de ese día y que él a duras penas logró asimilar.
—Link, ¿tú quieres que te hable del pasado o no? —preguntó Zelda, recuperando al fin la seriedad.
—Ya te dije ayer que sí, no he cambiado de idea.
—Hay mucho que decir —suspiró ella —no será suficiente con una pequeña charla esta noche. No lo será si de veras quieres saber todo lo que yo recuerdo.
—Quiero saberlo todo.
—Entonces-
—Pero… —la frenó, rodeándole la muñeca. Zelda estaba nerviosa y gesticulaba con las manos —pero puedes empezar por decirme sólo lo más importante. Después habrá más tiempo de contar historias.
—Lo más importante… —murmuró ella.
—No sé qué es lo que consideras más importante. Si es lo que pasó el día en que casi muero, o es ese mensaje que quisiste darle al Árbol Deku, en el centro del bosque de Kolog.
—¿El Árbol Deku te dijo que quería darte un mensaje?
Él asintió. Cuando se topó con el Árbol no entendió nada, sólo quería largarse de allí con la espada. El árbol Deku le explicó entonces que la princesa de Hyrule había dejado allí la Espada para que la custodiase hasta que él volviese, y que su destino estaba aún por definirse, y… y que ella tenía un mensaje importante. Pero sólo debía darlo en persona, no era adecuado para un árbol contar algo así.
—¿Acaso no era verdad que deseabas que el Árbol me dijese algo en tu nombre? Los árboles que hablan parecen de fiar… no creo que vayan por ahí contando mentiras…
—Sí, era verdad —sonrió ella, entre nerviosa y aliviada al oír que él bromeaba sobre el asunto para relajar la tensión.
—¿Y bien?
—En realidad, ambas cosas están relacionadas. Tu muerte o casi muerte… el mensaje que quise dejarte y n-no… todo se perdió un poco cuando vi que no recordabas nada.
—Pues ya ves que sigo queriendo mi mensaje.
—Siempre fui un error —dijo ella, con la vista perdida en el pasado —no servía para ser princesa, ni tampoco para ser sheikah. No era la mejor estudiante que Rotver y Prunia tenían, ni tampoco era una gran devota a los ojos de los sacerdotes de la luz. A sus ojos era un fracaso, lo mismo que a los ojos de padre. Y… entonces apareciste tú.
—¿No nos conocíamos de antes de tener yo la espada?
—No. O… al menos yo no lo recuerdo. Es posible que me vieses o que yo te viese, tu padre era capitán de la guardia. Pero no nos conocíamos.
—Así que me conociste cuando saqué la Espada Maestra.
—Creo que el día que supe que alguien lo había hecho fue uno de los peores días de mi vida —admitió ella. Los ojos le brillaban con los recuerdos, pero mantenía la compostura.
—¿Yo también pensaba que eras un fracaso? ¿Es ese el problema? —se alarmó él.
—No… y eso lo volvía todo peor aún —Zelda dibujó una sonrisa entre triste e irónica —tú siempre fuiste bueno conmigo. No importaba lo mal que yo pudiera llegar a tratarte o las veces que intentase librarme de ti… no fueron pocas, créeme.
—No lo entiendo —dijo, agitando la cabeza —si yo estaba para ayudarte, es lo que decía ese estúpido tapiz ancestral, ¿no? Y además hice un juramento de caballero… ¿Por qué querías librarte de mí?
—Porque verte… ver la Espada… eso me hacía darme cuenta de lo inútil que era yo… era como sentir que el tiempo se me estaba agotando y no conseguía avanzar nada. Era inútil para ser la princesa, inútil para despertar el poder. Tú ya lo habías hecho, lo habías conseguido, eras un orgullo y no se esperaba nada más de ti… o eso creía. Al principio. Cometí errores y me equivoqué contigo como jamás me había equivocado con nadie en toda mi vida.
Zelda dudó un momento. Contenía las lágrimas, estaba seguro, así que le agarró la mano. Ella la rodeó de inmediato y suspiró, tratando de encontrar las palabras para continuar.
—El mensaje del árbol entonces… —dijo él, intentando que ella se centrase.
—Te quiero.
Por Din, Farore y Nayru. Dos lágrimas se escurrieron veloces por el rostro de Zelda, y ella se las secó de inmediato, casi con rabia. Él se quedó mudo, así que ella siguió adelante.
—Ese era el verdadero mensaje, no era un simple agradecimiento hacia ti. Es… la explicación a todo. Te quiero. Y si lo hubiera dicho antes tal vez… tal vez…
—Tranquila —le secó las lágrimas con los pulgares mientras hacía esfuerzos para no rodearla e impedir que dijese una sola palabra más.
—Tú siempre fuiste la clave de todo, Link. Pero no lo entendía. ¿Por qué iba la diosa Hylia a arrojarte a mi mente una y otra vez? Las diosas no hacen eso… ¿no? Pensé que era un problema mío, que estaba enamorada como una imbécil y por eso no podía pensar en otra cosa. Si iba a meditar en las fuentes, terminaba pensando en ti, si estaba en mi estudio o con los sheikah perdía el hilo de todo y pensaba en ti. Incluso te aparecías en mis sueños, cuando rogaba a Hylia por una visión como las que tenía mi madre. E Hylia me la enviaba, pero ¡ah! Ilusa… yo no era capaz de comprenderlo, sólo creía que verte en mis sueños era parte de mi estúpida obsesión contigo, no entendí el mensaje oculto que había en todo eso.
—¿Crees que me aparecía en tus sueños como una especie de señal?
—Por supuesto que sí… aunque en aquel momento yo pensé que era sólo porque me gustabas, o me disgustabas, porque me sacabas de quicio o porque me volvías loca y todo eso al mismo tiempo.
Él se quedó un momento pensativo. Pensativo o pasmado ante aquella revelación. Él también soñaba con ella a menudo, a lo mejor también era una señal. ¿Qué son las señales en realidad?
—Uhm —gruñó, tras un silencio que sólo sirvió para que Zelda temblase de impaciencia.
—¿Uhm? ¿Eso es todo? Diosas, Link… —sonrió al fin, agitando la cabeza con resignación.
—Dame tiempo para que asimile eso.
—Eres cruel y te burlas de mí… —dijo, arrugando un poco la nariz, aunque él tomó como algo positivo que también ella bromease para romper la tensión del momento.
—¿Y cuándo descubriste que era verdad? ¿Cuándo supiste que yo… yo era una especie de mensaje?
—Cuando era tarde. Ganon despertó y yo seguía siendo tan inútil como siempre. Todos quisisteis darme ánimos y ayudar. Luego… todo sucedió muy deprisa. Los guardianes, el fuego por todas partes. Es algo largo de contar y…
—¿Intentaste sacrificarte por mí? —intervino él —quisiste recibir un impacto mortal que era para mí. Y en el último segundo, el Poder Sagrado despertó, como resultado de ese sacrificio.
—¿C-cómo lo sabes? —ahora era Zelda la que lo miraba boquiabierta.
—Yo también he hecho mis averiguaciones. Sé que fue en la llanura, frente a las murallas de Hatelia, sé lo que ese lugar te hace sentir. Y… esta no es mi primera visita al poblado orni. He oído sus canciones y leyendas antes.
—Entonces… ¿siempre lo has sabido? —se escandalizó ella, liberando las manos del abrazo de las suyas.
—No exactamente. Durante mis viajes por Hyrule he oído muchos cuentos. Algunos oscuros, otros menos oscuros. Cada historia parece distinta dependiendo de la boca del que la cuenta. Y ese parecía uno de esos cuentos sobre caballeros de Prunia. No… no pensé que fuera verdad. La canción dice algo de un sacrificio y que fue el amor lo que despertó el poder sagrado. Suena a cuento de hadas y nunca se me ocurrió que algo así fuese verdad.
—Pues ya ves que no es ningún cuento —se desinfló ella, apartando la mirada.
—Ey —intervino, sosteniéndole la cara con ambas manos para que no evitase sus ojos —no creas que me tomo esto a broma. Soy torpe, ya sabes… no sé expresarme bien. Pero no sabes lo que todo esto significa para mí.
—¿Entiendes ahora por qué era tan difícil contarte todo esto? ¿Crees que me habrías creído si te lo hubiera dicho desde un principio?
—No habría sido igual —reconoció —y ahora entiendo que no es fácil. Nadie va diciendo por ahí a un desconocido que cien años atrás lo quería y se sacrificó por él.
—No hables de esto en pasado, por favor —Zelda deslizó las manos por la solapa de su túnica, estremeciéndolo, seguro que podía sentir el corazón latiendo desbocado debajo —No digas que "te quería".
—Deja que hable un momento en pasado, ahora es mi turno —ella asintió, aún atrapada entre sus manos —No sabes lo raro que ha sido todo esto para mí hasta que te conocí. Hasta que te conocí he ido dando tumbos, y he estado solo. Podría no despertarme un día y nadie se daría cuenta. No pasaría nada. Podría desaparecer, perderme en esa noche de la que un día desperté, y nadie vendría a buscarme.
—Yo sí —se apresuró ella, interrumpiéndole.
—Espera, deja que acabe.
—Perdona…
—No tenía miedo. Si saltaba de cabeza al cráter de un volcán o si me lanzaba desde el pico más alto de Hyrule… todo daba igual. Tu voz fue la que me despertó. Eras lo único y durante mucho tiempo sólo significaste eso: un motivo como cualquier otro para seguir adelante. Ahora todo ha cambiado y sí tengo miedo. Soy un maldito cobarde —sonrió, agitando la cabeza —ey, me tiemblan las manos como a un niño que nunca ha levantado un arma y te juro que jamás me habían temblado las manos. Y es porque ya no estoy solo… es porque yo también te quiero.
Zelda se mantuvo en tensión, un instante, para después oscilar como una hoja entre sus manos, o a lo mejor era él el que temblaba un poco, no estaba seguro.
Sólo tuvo que acercarse un poco y besarla. Ella ya tenía los ojos entornados y los labios entreabiertos, ya había anticipado el beso en su cabeza. Y esta vez fue un beso presente, libre de las cargas del pasado. Apenas se separó para mirarla ella volvió a atraparlo, una y otra y otra vez. "No, bésame", "bésame, Link" repetía, como la noche en Vah Naboris, y aquello era suficiente para que él se volviese loco. Se dieron besos húmedos y cargados de ansiedad, como si ambos estuvieran tratando de decirse otra vez lo mismo, pero con sus bocas, como si, aunque lo repitiesen, nunca fuese suficiente.
Tras un tiempo imposible de calcular, él se apartó un poco. Tenía los labios endurecidos e hinchados por los besos, tanto como ella. Y desde luego se le había olvidado por completo el frío de aquella noche en la montaña.
—¿Algo va mal? —se extrañó ella.
—No. Ha sido increíble —dijo, meneando la cabeza con una sonrisa estúpida. ¿Cómo iba a ir algo mal con ella derritiéndose en sus labios? Pero… pero aún había voces contradictorias en su cabeza. Tenía que seguir arriesgándose y librarse por siempre de ellas.
—¿Entonces?
—Hay algo que me preocupa, y que no he tenido el valor de enfrentar —admitió.
—Pues… te pido de corazón que me lo digas, yo de ahora en adelante intentaré decirte todo lo que quieras, no cometeré más errores en ese sentido.
—Es… es mi casa.
—¿Tú casa?
—Es pequeña.
—¿Quieres una casa más grande? ¿Es ese el problema? —preguntó ella con el ceño fruncido, sin entender. Claro que él tampoco se estaba expresando bien… Diosas, aún estaba aturdido.
—Yo… no querría separarme de ti, Zelda.
—¿Y por qué diablos ibas a hacerlo?
—Eres la princesa de Hyrule y-
—No, no lo soy —interrumpió ella, arrugando la nariz.
—Maldita sea, sí lo eres —dijo él, sosteniéndola por las muñecas —no importa lo cabezota que te pongas al respecto.
—Está bien. Lo soy.
—Tal vez… mi casa no es suficiente. Es pequeña, está lejos del mundo. Y no puedo privar a Hyrule de su princesa.
—¿Qué diablos…? Bien. Intentaré hablar sin enfadarme —dijo ella, resoplando, aunque ambos estaban aún envueltos por una especie de nube de felicidad que parecía difícil de romper —tu casa es el lugar más perfecto que hay en todo Hyrule. He tenido pesadillas pensando que te enfadarías conmigo, o que querrías más espacio para ti solo y que terminarías pidiéndome que me marchase de allí. Así que te pido… o más bien te suplico, que me dejes seguir viviendo contigo y que apartes cualquier idea absurda de tu cabeza, porque no deseo otra cosa más que volver contigo allí.
—¿Y el castillo?
—No me importa el castillo.
—¿Y si la gente quiere verte?
—Entonces dejaré que vengan, o iré a buscarlos… viajar es placentero. Siempre y cuando un caballero me escolte como es debido.
Sonrió y la besó una vez más, para después abrazarla, lleno de alivio. Se sentía tan ligero que parecía como si los pies fueran a despegarse del suelo en cualquier momento. Y quería a Zelda con todo su corazón, no había más.
—Link, prométeme que no volverás a hacer caso de las estupideces de Theodwise, de los sheikah, o de cualquiera que no sea yo —dijo ella, sobre su hombro —sólo yo puedo decidir si quiero estar contigo o no.
—Lo prometo.
Zelda se acurrucó un poco más sobre él, dándose por satisfecha.
—Oye, Zelda.
—Mmmm.
—¿Crees que los sheikah se enfadarían si te pidiese que esta noche yo… esta noche… —balbuceó, aturdido ante su propia idea —… que durmieses conmigo en mi cabaña?
—Oh, menuda osadía —bromeó ella, riendo sobre su hombro —No tienen por qué enterarse.
Zelda se separó de él para agarrarlo de la mano y arrastrarlo tirando de él en dirección a la cabaña.
—Prunia se enterará. Siempre se entera de estas cosas —dijo él, con un deje de preocupación que sólo conseguía hacer reír más a Zelda.
—Sí, se enterará y nosotros lo negaremos todo. Será divertido.
—¿Y si se lo cuenta a Impa?
—¿Te asusta Impa?
—Uhm, no exactamente…
—Nota para mi diario: además de los cucos, Link siente miedo de Impa.
—No es verdad, maldita sea…
—Entonces tienes miedo de Prunia, a pesar de que es una niña indefensa…
—¿Una niña indefensa? Diablos, Zelda, ahora entiendo que discutiésemos en el pasado.
—¡Ja! Esto no es nada… sólo hay que esperar a que me saques de quicio cuando te pongas cabezota con alguna cosa.
—No soy cabezota… ¿era cabezota? ¿Me lo vas a contar?
—Ya veremos.
-FIN.
Nota:
Muchas gracias a todos por seguir mi historia :) Deseo de corazón que os guste el final ^^
Un fuerte abrazo, -Nyel2
