- Señor alcalde, don Diego pregunta si puede atenderle. -

El alcalde alzó la vista de los papeles en los que estaba trabajando, mientras trataba de disimular su ansiedad. Con voz algo forzada respondió. - Hágale pasar Mendoza, lo estaba esperando. -

Diego entró llevando una cartera en la mano. - Buenos días señor alcalde. -

- Buenos días don Diego. -

- Me ha dicho el sargento que me estaba esperando. -

- Así es. -

- Entonces. ¿Sabe usted quién me ha pedido que viniera?. -

- No estoy dispuesto a perder el tiempo con usted don Diego. Sé que el Zorro le ha amenazado para que venga a vigilar la gestión de los impuestos. -

Diego parecía algo confuso. - Antes de reconocer algo así debo preguntarle si piensa usted detenerme por colaborar con un criminal. -

- Entiendo que no está usted aquí por su propia voluntad. -

- Desde luego que no, pero no me atrevo a negarme. Me dijo que los vaqueros del rancho no serían un obstáculo. -

- ¿Un obstáculo para hacer qué?. -

- La verdad, señor alcalde, eso tampoco me atreví a preguntárselo. Su espada estaba demasiado cerca de mi cuello. Se coló en mi habitación sin que ninguno de los hombres que vigilaban se diera cuenta de nada. Mi padre estaba furioso, me sorprende que los gritos no se oyeran desde aquí. El Zorro solo me dijo que si me quedaba con Victoria también tenía que quedarme con el trabajo de vigilar el bien del pueblo. -

- Bien, entonces sugiero que empecemos. Hay mucho que hacer si tiene usted que ponerse al día. -

- Lo que no entiendo es por qué colabora usted. ¿También lo ha amenazado?. -

- ¿Qué le hace pensar eso?. - dijo de Soto dejando ver su irritación.

- Bueno, no sería la primera vez que lo hace. -

El alcalde se relajó un poco. - Cierto, la extorsión es uno de los delitos de los que le acuso. -

El alcalde depositó un montón de papeles sobre la mesa. - Aquí tiene los movimientos del último año. Puede usted utilizar aquella mesa. -

- ¿Todo esto solo es de un año?. -

- En efecto. Gestionar un pueblo es complicado. -

Diego sacó un lápiz y un papel de su cartera. - Pues será mejor empezar ya si quiero volver a casa antes de la hora de la cena. -

Francisco y Ramón Escalante llegaron juntos cuatro días antes de la boda y se alojaron en la taberna. Esa noche Victoria decidió cerrar pronto para cenar a solas con ellos.

- Nuestros padres estarían orgullosos de ti. - dijo Francisco. - Has sacado adelante la taberna con tu esfuerzo. -

- Por no hablar del marido que has encontrado. No vas a necesitar seguir trabajando tan duro y nunca os faltará de nada ni a ti ni a tus hijos si los llegas a tener. - añadió Ramón.

- Hay algo que me preocupa. He oído rumores acerca de tu boda. - intervino Francisco otra vez. - Algunas personas dicen que te casas con él solo por su dinero y porque sabes que podrás pedirle lo que quieras. -

- Ya sabes como son los rumores, Francisco. Diego es un buen hombre que me trata con respeto y me quiere. Reconozco que fui algo infantil al enamorarme de el Zorro, pero ahora sé que es mejor un marido en el que pueda confiar. -

- Si él te acepta no tengo nada que decir. - dijo Ramón.

- Diego conoce mi pasado y eso no le ha impedido pedir mi mano. - Se volvió hacia Francisco que seguía serio. - Os puedo asegurar a los dos que seré fiel a Diego y trataré de quererlo como merece. -

- Hay muchos rumores de cambios. Es muy posible que California pase a formar parte de Méjico. ¿Si hay algún peligro crees que podrá protegeros a ti y a vuestros hijos?. -

- Una espada no es la única forma de solucionar los problemas. Estoy segura de que tiene bastantes recursos como para afrontar cualquier crisis. Es el hombre más inteligente que conozco. -

- Excepto con las mujeres, que por lo visto es bastante ingenuo. - rió Ramón.

- Ya, pero no va a tener que preocuparse nunca más. Si alguna se le acerca con malas intenciones se las verá conmigo. - Los tres rieron.

El día de la boda Victoria salió de la taberna del brazo de su hermano Francisco. Caminaron la escasa distancia hasta la iglesia. A Francisco le sorprendió ver soldados alrededor de la iglesia y en las azoteas de dos de los edificios de la plaza.

- ¿Esperan que el Zorro se presente en tu boda?. -

- Supongo que sí. -

- Pero tú no crees que vaya a venir. -

- Rompimos y no he vuelto a verlo. Creo que ha pasado página. - Francisco la miró suspicaz. - No hay nada de qué preocuparse, estoy segura. -

Diego la esperaba en el altar, acompañado por su tía Esperanza. Si su madre viviera habría sido la madrina de boda, acompañando a su hijo junto al altar, y tanto Diego como su padre notaban su ausencia. Tampoco el padre de Victoria podía ser el padrino, pero por suerte ella podía contar con su hermano mayor.

Los novios leyeron las palabras del libro de oraciones, prometiendo amarse y respetarse, y acoger a sus hijos. Don Alejandro aportó las trece monedas de plata que simbolizaban los bienes que los esposos compartirían. Luego Diego puso en el dedo de Victoria el anillo que había pertenecido a su madre y a continuación Victoria puso un sencillo aro de oro en el dedo de Diego.

El alcalde se encontraba en la cuarta fila de la iglesia. Don Alejandro había insistido en invitarlo y ni Diego ni sorprendentemente Victoria se habían opuesto. Pasar tiempo trabajando con don Diego le había confirmado su inteligencia y su habilidad, aunque a veces le parecía ver en él algo más. La ausencia de el Zorro le había permitido centrarse en la gestión del pueblo y la ayuda de don Diego le estaba resultando útil para que sus habitantes empezaran a mostrarle más respeto. Estaba convencido de que había dedicado demasiado tiempo y esfuerzo a capturar a un bandido en lugar de tratar de granjearse la amistad de los caballeros locales. Quizá esta boda pudiera ser un nuevo comienzo también para él. Los de la Vega eran influyentes y fáciles de manipular… sí, quizá era hora de pasar página.

Durante la celebración Victoria bailaba con Diego, y sus hermanos estaban sentados en una de las mesas que se habían colocado cerca de la pared dejando sitio en el centro. Ambos habían bebido bastante.

- ¿Alguna vez la habías visto tan contenta?. -

- No desde que éramos niños. -

- Es curioso, yo solo la he visto mirar así a otro hombre. Y llevaba una máscara. -

- Diego no está tan mal cuando no se está tropezando con los muebles. Se enfrentó a el Zorro por ella. -

- Bueno, el Zorro lo tiró al suelo de un puñetazo, según nos contó no fue una gran pelea. -

- Pero consiguió a Victoria, así que salió ganando. Lo que me extraña es que recuerdo a Diego cuando éramos niños y jugábamos juntos. Era muy diferente. -

- Quizá Victoria sepa que es más de lo que aparenta. -

Se miraron el uno al otro. - ¿Alguna vez has pensado que él pudiera ser el Zorro?. -

- ¿Diego?. ¿El Zorro?. - Se miraron y se echaron a reír a carcajadas. - ¡No!. -