Disclaimer: Los personajes pertenecen a Stephenie Meyer, pero la historia es completamente mía. Está PROHIBIDA su copia, ya sea parcial o total. Di NO al plagio. CONTIENE ESCENAS SEXUALES Y VIOLENCIA +18.


Capítulo beteado por Melina Aragón: Beta del grupo Élite Fanfiction.

Link del grupo:

www. facebook groups / elite . fanfiction /

Capítulo 1:

Infinito

.

PASADO

.

1944. Paris, Francia

París estaba con buen clima ese día, pero los habitantes parecían temerosos de salir. Las nubes apenas abarcaban el cielo azul, lugar en el que no habrían lágrimas caídas hasta entonces.

Isabella miraba maravillada por la ventana del coche, asimilando que estaba en la ciudad de la moda. Todo parecía hecho como en los retratos de su madre.

—¿Hacia algún lado en especial, mademoiselle —inquirió el chofer, girando levemente la cabeza mientras la miraba.

Ella se mordió el labio y se fijó en la zona de tiendas y restaurantes, queriendo involucrarse rápidamente en la cultura de la que tanto hablaba su acabada madre. "Si tan solo ella estuviese menos borracha para verlo", pensó.

—¿Qué importa, Gustav? —le respondió en un perfecto francés—. Mi padre te pagó para que me vigiles día y noche, no sé para qué.

—Estamos en tiempos de guerra, mademoiselle.

—En Alemania también —señaló—. Berlín era menos seguro.

Ella se cruzó de brazos y esperó a que el hombre dejara de marcar tanto el ceño. Estaba aburrida de ser la adolescente del que todos tenían que preocuparse.

—Son órdenes del general Swan, mademoiselle.

El general Swan. Siempre era él.

—Entonces llévame al restaurante de allá —dijo, entrecerrando sus ojos mientras sacaba la cabeza por la ventana—. ¡Hola, Paris! —canturreó.

El restaurante era uno de los pocos que gritaba vida. La gente parecía no querer acercarse a los coches, como tampoco hacia la zona poblada. Bella no sabía por qué, si todo el lugar era tan bonito, en especial ese restaurante cercano a la torre, donde todo estaba decorado con instrumentos musicales ya usados.

—Entre, o tendré que llevarla al hotel cuanto antes —sentenció el hombre.

Bella rodó los ojos como una vil y rebelde adolescente de dieciséis años, y con temeridad, abrió la puerta mientras el coche estaba en movimiento y corrió con su caro vestido, metiéndose en el mercado como si se le fuera la vida en ello. Lo único que escuchó fueron los gritos del chofer, por lo que apresuró el paso y sonrió, sintiéndose libre de las ataduras de su padre. Cuando ella miraba hacia atrás, comprobando que ya lo hubiera perdido, chocó accidentalmente con un hombre que llevaba pescados frescos en su espalda.

—¡Lo siento, señorita! —exclamó.

—Fue mi culpa —se rio, volviendo a correr hacia la zona de los restaurantes.

Vio palomas cerca de las calles, comiendo los restos pequeños de algunos alimentos cercanos a los locales de comida. En la esquina se encontró con ese lugar tan lindo, que tenía muchas flores y resaltaba de todos los demás. Tenía letreros colgados en las paredes de ladrillo, promocionando sus platillos franceses con sencillez.

Se dispuso a entrar, acongojada porque lamentablemente había muy pocas personas. Cuando subió un peldaño, no notó que había un gato anaranjado y panzón, por lo que se fue de bruces a la cerámica. Dio un grito y cuando asumió que su rostro iba a dar con el suelo, sintió una mano sujetándola desde la cintura, apegándola a un pecho masculino, juvenil y ancho. Ella tenía los ojos cerrados mientras sentía el perfume de él, que le resultaba cálido, varonil y muy suave. Subió los ojos con lentitud y pestañeó, asombrada del parisino que la miraba. Fue inevitable que sonriera, perdida en sus cuencas de color topacio, una tonalidad que nunca había visto en los ojos de una persona. El hombre sonrió, algo preocupado por su estado y Bella creyó que era la sonrisa más linda que alguna vez podría ver en su corta vida.

—¿Está bien, señorita? —le preguntó él, alejando la charola y poniéndola sobre una de las mesas.

Bella pestañeó, estremecida con su voz.

—Sí —respondió—. No vi al gato.

—Siempre hace lo mismo —se lamentó él—. Lo siento.

Edward la contempló mientras buscaba la manera de pagar el error de su gato, pero fue inevitable que se fijara en sus detalles. Le parecía bellísima. ¿Quién era? ¿Cómo una mujercilla tan linda podía atreverse a estar sola por estos lugares?

Tragó.

—¿Puedo invitarle algo? Por las molestias.

Bella asintió mientras observaba sus rasgos, sintiéndose irremediablemente atraída a él. Edward, por su parte, creyó que perdía el sentido ante la rojez de sus mejillas y sus labios carnosos, una invitación sinigual que era difícil de evadir. Pero lo que creyó que jamás olvidaría, por muy volátil que fuese su recuerdo, era la forma de mirarlo. Aquella imagen nunca la olvidaría.

.

.

.

PRESENTE

.

.

.

Brooklyn, NY, 1960

Sus dedos marcaban el piano de manera lenta, sutil, dolorosa, cayendo en un espiral sinigual mientras su mirada se perdía en el horizonte, nublada, sin sentido, repleta de recuerdos. La melodía seguía siendo suya, como la primera vez, una ocasión más de la tarde, siempre siendo parte de sus más miserables y tortuosos recuerdos. Sin embargo, cuando ella se presentaba en su mente, sentía que todo volvía a tener una razón.

La gente aplaudió, pero él bajó la mirada, incapaz de enfrentar a la masa, porque cada vez que tocaba esa canción, Edward recordaba a Isabella hasta que las lágrimas brotaban sin control.

Aún la amaba.

Se levantó del banquillo y siguió su camino con la frente en alto, oyendo cómo los clientes de uno de sus famosos restaurantes, susurraban lo talentoso que era.

—Sr. Cullen. —Oyó detrás de él.

—¿Sí? —susurró.

—Alguien quiere verlo.

—¿Quién?

—Dice que es periodista —le comentaron.

—Que me vea en mi oficina —ordenó.

Cuando se marchó, todos siguieron aplaudiéndolo pero Edward no digirió atención hacia nadie, solo se limitó a seguir los ruidos de su empleado, aquellos pasos conocidos que le indicaban hacia dónde dirigirse. Edward finalmente se sentó en su silla y esperó a que la otra persona dirigiera la palabra, expectante.

—Buenas noches, Sr. Cullen.

—Buenas noches. ¿Con quién tengo el gusto?

La mujer miró a Edward y se cruzó de piernas, observando hacia sus ojos.

—Soy Tanya Denali —le informó—. Periodista del New York Times.

Edward levantó las cejas.

—Vaya, ustedes aquí nuevamente. Preferiría que…

—Ya lo sabemos, no quiere a la prensa y ya. Lo entiendo, pero permítame hablar con usted.

Suspiró y se puso ambas manos entrelazadas frente a los labios.

—La escucho.

Tanya sostuvo su mirada azul frente al guapo dueño de la cadena de restaurantes francesa más importante del país. No imaginó que fuese tan atractivo en persona. Nadie le advirtió que tenía una mirada tan profunda, dolorosa y madura, aun para sus treinta y seis años, menos con su desastroso historial de relaciones. Un matrimonio fallido y otros tres noviazgos rotos por su carácter misterioso y desapegado.

—Usted es toda una celebridad en el país, no nos culpe por buscarlo.

Edward se echó hacia atrás, medio riendo mientras tomaba un puro y lo encendía.

—¿Una celebridad?

—Ya sabe por qué. Es un sobreviviente, y además de eso, un hombre que logró construir una cadena de restaurantes impresionante…

—Y un ermitaño que toca todas las noches frente al piano de la plaza central, ¿no es así?

Tanya apretó los labios.

—Ya sé quién soy, Srta. Denali, y sé lo que perdí para lograr todo esto.

La mirada triste de Edward Cullen hizo que Tanya sintiera un hueco en el pecho, pero también mucha ansiedad por saber qué escondía ese rostro lleno de dolor.

—Por eso he venido.

—¿Qué?

—Sé parte de lo que perdió. Su historia me interesa, Sr. Cullen, porque sé que usted amó mucho.

Edward tragó y se afirmó del escritorio, angustiado de recordar ese aroma que nunca pudo olvidar. El rostro de esa mujer que amó con tanto ahínco volvió a su mente como si la viera por primera vez. La extrañaba como quien extraña el aire. Cada día sentía que perdía el valor de sí mismo sin ella.

—Y no quiero revivir su dolor en vano, sólo… Quiero saber acerca de uno de los tantos sobrevivientes de esa época llena de dolor. Usted es un famoso pianista, todos los días toca esa canción, desde que llegó, y desde eso han pasado…

—Diez largos años —la interrumpió él, levantándose de la silla.

Tanya asumió que Edward iba a sacarla de su oficina, pero él apretó los labios para decir:

—Acompáñeme.

Él caminó guiado por sus sentidos, saliendo de su restaurante exclusivo. Los tacones de Tanya sonaron por detrás, lo que le aseguró que ella le seguía el camino.

—¿Adónde vamos, Sr. Cullen?

—Al piano —le respondió.

.

Tanya se sentó a un lado del piano y miró a Edward, que tenía sus ojos cerrados.

El instrumento estaba frente a ambos, blanco y pulcro, siendo parte de la belleza neoyorkina.

—Este es su piano favorito, ¿no?

Edward asintió y palpó la banquilla para sentarse.

—¿Por qué? Sé de buena fuente que usted tiene uno en su hogar.

Suspiró.

—Porque me recuerda al que tocaba cuando tenía veinte años.

Tanya observó cómo Edward Cullen se acomodaba, aún con los ojos cerrados, palpando las teclas en busca del sonido ideal.

—¿Por qué todos los días y a la misma hora?

El hombre tragó.

—Porque a esa hora lo usaba en París.

Tanya sacó su cuadernillo y un lápiz, dispuesta a escribir lo que aquel hombre fuera a decir, pero él elevó la barbilla, oyendo bien el sonido de las hojas.

—Primero escúcheme, luego haga su trabajo.

—L-lo siento, señor…

—¿Sabe por qué he decidido contárselo justo ahora?

—¿Por qué?

Edward botó el aire y sus ojos volvieron a amenazar con las lágrimas.

—Hoy es trece de septiembre. Sería su cumpleaños.

Tanya supo de inmediato que aquel corazón roto volvía a la miseria al recordarla.

—¿De quién?

Edward comenzó a tocar mientras los mismos recuerdos lo abrumaban hasta el desenfreno. La melodía asimilaba un camino lleno de romance, un sentimiento vivo expresado en la abstracción absoluta de la música. Sus dedos se clavaban en las teclas, como si con ella pudiera tocar a alguien, ansiándola, deseándola y desquiciándose ante la necesidad.

Tanya observaba, perdida en sus expresiones. Rápidamente se le ennudeció la garganta, fue automático. El dolor que expresaba este hombre nunca lo había visto en su vida, pero de solo presenciarlo le partía el alma en pedazos.

Edward siguió su melodía mientras su respiración se desacompasaba, destrozado como la última vez que pudo verla. Su pecho subía y bajaba de desesperación, un sentimiento que lo había estado embargando los últimos dieciséis años. Sentía que volvían a arrebatarle la vida, que la quitaban de sus brazos y que sus gritos le ensordecían hasta no caber en la agonía.

Revivía su pérdida, su dolor y el amor que aún conservaba por ella.

Edward tuvo que parar mientras Tanya sentía una lágrima cayendo por su mejilla.

—Eso…

Edward dejó de escucharla y se palpó el abrigo, buscando en el bolsillo interior. Cuando topó con la fotografía, misma que nunca pudo volver a ver, simplemente la sacó de su escondite de siempre y la tocó, como si pudiera ser testigo de sus rasgos otra vez.

—Esta canción se la compuse —susurró Edward mientras aguantaba las lágrimas.

—¿A quién, Sr. Cullen?

Tragó.

—A la mujer de mi vida —respondió.

Él cerró sus ojos.

—¿Y ella…?

—Ella vive en mis recuerdos.

Tanya observó en silencio cómo surgía el dolor otra vez.

—Su nombre era Isabella Swan.

—¿Era?

Edward arqueó las cejas.

—La perdí para siempre.

—¿Por qué lo dice, Sr. Cullen?

Él apretó los puños y sus manos temblaron.

—Porque la guerra me la arrebató. Simplemente perdí al amor de mi vida. Nunca volveré a verla.

—¿Por qué?

—Porque murió.


Buenas tardes, traigo un nuevo fanfic para ustedes. En este caso es una pequeña historia que necesitaba sacar a la luz cuando antes. Es corto, aproximadamente 6 capítulos sin contar el epílogo y posibles outtakes que puedan salir, todo dependiende de si lo quieren o no. De todo corazón espero que le den una oportunidad, es algo diferente a lo que acostumbro a hacer, más que nada porque serán capítulos cortos. Sin embargo, la intensidad y la complejidad de las personalidades y la historia siguen siendo como me gustan. No tengan miedo a vivir esta historia por lo que es, un viaje lleno de dolor, pero con un amor que incluso vivirá por los años que les siguen

Respecto al capítulo, ¿qué les ha parecido? Sé que pueden tener miedo a leerla por lo que puede llegar a pasar y el final de lo que han leído, pero créanme que, a veces, creemos cosas que no son, especialmente cuando el dolor es blanco en nuestras vidas. ¿Realmente Bella está muerta? ¿Qué creen ustedes?

Espero sus reviews, chicas, ya saben cómo me gusta leerlas y disfrutar de las emociones que dejan ir en cada palabra que me dejan. Un gracias, por muy mínimo que les parezca, es la manera más completa de tenernos entusiastas a las autoras para seguir dejando nuestra imaginación fluir

Recuerden que para quienes dejen un review, recibirán un adelanto del próximo capítulo vía mensaje privado, y si no tienes cuenta, simplemente deja tu correo en el review, palabra por palabra separada, de lo contrario no se verá

Cariños a todas

Baisers!