¡Bienvenidos! ahora se preguntarán de donde ha salido esta loca idea. Bueno, siempre sentí que el Increíble Mundo de Gumball necesitaba más historias del tipo oscuras y deprimentes, básicamente porque son mi estilo y no me agrada ver que muy pocos usuarios han subido este tipo de Fanfics. Sólo me bastó con ponerme a pensar en el tema para sacar la idea de este fanfic, y además incorporarlo a una serie de historias que pienso escribir sobre los protagonistas de mis caricaturas favoritas representando a los siete pecados capitales, (ya saben, pereza, gula, lujuria, ira, codicia, envidia y soberbia). En este caso Gumball representaría a la codicia, le puse este pecado porque sentí que es el que más encajaba (además de la soberbia) con su personalidad, además de que los gatos suelen estar asociados con este pecado en la mitología de países como Ruisia y otros de Asia.

Sin nada más que decir, disfruten de la lectura.


«Sólo levántate, respira y vive, días tras día, Gumball Watterson. ¿Es fácil, no es así?

No sonrías como si aún yacieran mil mentiras bajo tu lengua, y mil más por ser contadas.

Que no parezca que has reído bajo el velo de un otoño blanco, sobre los restos de la muerta primavera, y has vislumbrado tantas vidas perderse en el barro escarchado.

Que no sospechen que has matado»

Tomó la carta burdamente escrita con el extremo de una afilada rama, para luego ahogarla entre las sucias y gélidas aguas de la laguna.

Nadie debía leerla, nunca más.

Estaba empezando la primera nevada del invierno, que siempre era la más brusca y cruel, por lo que Gumball tenía que apresurarse y llegar a casa antes de perder toda visibilidad entre un mundo blanco.

Así es, al cruzar la puerta vería a su familia con expresión malhumorada, para luego soltar un comentario sarcástico y criticón sobre cualquier cosa que se le ocurra en el momento, desde el arreciar de la nevada hasta la cantidad de perritos calientes con los que su padre se atragantaría en la cercana navidad.

Luego, dependiendo de la situación y de las ganas del universo de fastidiarlo, se puede o no desarrollar toda una trama digna de una caricatura de la nada, para terminar con él y su familia corriendo un maratón para evitar que la escuela explote o algo por el estilo.

Gumball sonrió irónicamente.

«En ese caso es mejor que vaya yendo a casa, porque más tarde ya no podremos conducir el trineo de Santa en plena lluvia de ácido y panecillos de queso» pensó con una risa mal disimulada, la cual cayó al segundo siguiente.

Volvió a sentarse, esta vez con una expresión pensativa.

Contempló el collar dorado que aún permanecía enredado en una de sus manos, viendo el recuerdo de un hombre alto, fornido y desgarbado que hacía sólo un par de horas corría entre la mata de árboles y tierra que era aquel bosque. «Alexander» se llamaba. si asumimos que el grabado del collar era de su propio nombre.

«Podría ser el su padre, hijo o hermano» una vocecita en el fondo de su cabeza chilló.

No, era imposible que una cosa como él tuviera una familia.

«tienes una familia» replicó casi en silencio, para luego callarse por completo.

«Alexander» se desplazaba entre raíces con torpeza, con la misma cara que ponía el abuelo Franky cuando el tema de la conversación se desviaba a "policías", "fiscales" u "ordenes de arresto" y con un prominente maletín a cuestas. Por ello, era fácil asumir que aquel hombre no andaba en asuntos muy legales, ni llevaba una vida plena, ni había nadie que soltara más de una lágrima si él llegase a abandonar este mundo.

Su pulso no tembló demasiado cuando, al ver que el hombre se sentaba a descansar a orillas de un lago, él se acercó por detrás con un cuchillo rojo.

—Aunque lo lavara nunca dejaría de tener ese color, ¿sabes? Y además es mucho esfuerzo —se quejó Gumball, sabiendo bien que el hombre dejó de escucharlo hace tiempo— Lamento que tuvieras que morir por un cuchillo sucio, pero ¿Qué esperabas de un tipo que asalta y mata a otros sólo para robarles? Al menos tuve la delicadeza de apuntar a tu cabeza, eso te mató al instante.

Sin respuesta.

—¡Mira, aunque esté sucio sigue siendo un cuchillo que alta calidad! —dijo, enseñando el arma larga y filosa—. Como mi mamá siempre dice: "mientras más filo tenga, mejor cortará". Aunque creo que se refiere a las tijeras que usa cuando necesita agrandar la ropa de papá.

Silencio.

—Mmm… creo que debería dejar de hablarle a los cadáveres e ir a casa ¡Con mi familia~!

Una sola lágrima brotó de su cara sonriente.

Al llegar a su hogar, Gumball vio a todos ya arropados en sus camas y un recipiente con carne asada en la mesa de la cocina.

Abrió el maletín que su más reciente víctima llevaba encima, encontrando cosas por las que seguro valía la pena el asesinato. Quizás no dinero como tal, pero si joyas, muchas de ellas. Brillantes amatistas que se hacían ver como estrellas en lo más alto de la pila, lazulitas compactas, destacables a pesar de carecer de cualquier resplandor, zafiros de todas categorías, desde los brillantes zafiros estrella hasta los lujosos zafiros violetas, sin mencionar a los rubíes, que según una página de gemología pirata eran un tipo de zafiro.

Como cereza del pastel encontró, más grande que cualquiera de los demás, un majestuoso diamante rosado de corte princesa.

Se impresionó a si mismo con lo mucho que conocía sobre gemas preciosas, aunque los motivos no eran algo por lo que sentirse orgulloso.

Comió distraídamente mientras miraba el televisor y se preparaba para ir a la cama. No le perturbaba en absoluto el hecho de tener al menos cien mil dolares en joyas robadas. No sólo porque ya tuviera experiencia con la incompetente fuerza policial de Elmore, sino porque también estaba preparado para este tipo de contratiempos.

Desde un inicio había aceptado que no siempre el fruto de los robos sería dinero en metálico, y que como tales las gemas y lo métales preciosos (oro, plata, platino, etc.) eran complicados de vender y levantaban muchas sospechas, por lo que necesitaba un espacio seguro para esconderlos en lo que intentaba sacarles beneficio.

El sitio perfecto fue sin duda el "sótano", o mejor conocido como el lúgubre pasadizo secreto que sólo él conocía.

Lo descubrió un día cuando, desprevenido, se apoyó en una pared al azar. En serio tuvo suerte de que no hubiera nadie más alrededor, y que al parecer su familia no notó la madera movida o la desaparición de algunos objetos de su cuarto. Al entrar e inspeccionar el lugar halló diversos artículos de interés, todos pertenecientes a los antiguos propietarios o incluso a los propietarios antes de esos propietarios. Tenían una gruesa capa de polvo y la mayoría estaban rotos o demasiado viejos como para ser funcionales, pero sin duda tenían al menos una pizca de valor monetario.

No hacía falta mencionar que los más pequeños y transportables ya habían sido vendidos o destruidos en alguno de sus robos, pero los de mayor tamaño (el colchón, las estanterías, las varias sillas) aún permanecían en el sitio con Gumball sin saber muy bien que hacer con ellos.

En fin, ocultó el maletín entre algunas cajas polvorientas y volvió a la superficie, asegurándose de no dejar nada a la vista por si su familia descubría el cuarto antes de tiempo.

Y hablando de su familia.

No se sintió extrañado de que sus padres no lo hayan llamado o salido a buscarlo, pues sus prolongadas ausencias ya se habían vuelto un tema habitual. Claro, las primeras veces su madre lo había reprendido y casi enloqueció cuando un día él llegó pasadas las doce de la noche, pero en la actualidad lo veían como algo normal. De seguro asumían que estaba en la casa de algún amigo o con Penny, el único que aún tenía ciertas sombras de duda era Darwin, ya que conocía lo suficiente a su hermano como para saber que esto era raro.

Justo antes de subir a su recamara, y ya con el pijama puesto, su mirada se desvió nuevamente al collar de oro que se negaba a quitar de su muñeca.

¿Cómo sera que todo esto comenzó?

¿Cuándo perdió el miedo al denso mar de árboles que veía siempre a través de su ventana? ¿Cuándo tuvo ánimos de sacar el viejo y oxidado cuchillo de la caja de recuerdos? ¿Por qué?

Ah sí, por dinero.