Disclaimer: Yakusoku no Neverland/The Promised Neverland; los personajes no me pertenecen, créditos a Kaiu Shirai y Posuka Demizu. Pero los Oc's son míos. Yo sólo uso a sus bebés para emparejarlos y hacer historias cursis. Semi-AU [Universo Alterno]. Situaciones exageradas. Nada de lo ocurrido aquí tiene que ver con la serie original; todo es creado sin fines de lucro.

Notas: ¡final! :D

Aunque de hecho falta el epílogo, xd


Niños del Nunca Jamás

XV


Ray:

Siempre ha sido egoísta, y lo sabe.

Y lo será un poco más, por ahora.

Por eso, hace que Ariel cruce la salida y se reúna con los otros niños, que lo esperan impacientes para salir inmediatamente de allí, lejos de todo el desastre en el que se ha convertido su supuesto hogar. No le pregunta si el niño quiere irse, de hecho, lo empuja con toda la delicadeza que puede y dirige una severa mirada de advertencia, pidiendo en silencio que obedezca por su propio bien y el suyo también.

Y una vez lo ve irse y perderse en el bosque, siente que puede respirar.

Da media vuelta, y sacando un interruptor de su bolsillo, lo observa cansado un par de segundos.

—Hasta aquí llegamos.

Después, lo presiona.

Y el lugar explota.

(Y es justo como había soñado morir tantas veces.)


Emma:

Un estruendo hace que el suelo tiemble y ella se tambalee. Pronto se aparta del borde del muro y observa el pilar de humo que se hace presente desde el sitio donde se encontraba la Sede, y una tristeza la embarga. Está pensando entonces en todas aquellas mujeres dentro que desde su comienzo han sido esclavas del lugar y seguramente han caído con él.

Es un pensamiento muy triste.

—Espero que todas... encuentren el paraíso prometido.

Las lágrimas nuevas solamente siguen estorbando el cruel paisaje que ya no se anima a contemplar más. Así que se gira y dedica su atención a las otras personas junto a ella.

Y piensa, de manera melancólica, que es la primera vez que ve a Gilda hacer una expresión real. Y aunque sea una desolada y triste, está contenta con ello.

—¿Qué te hicieron? —Murmura la mujer, empapando sus anteojos con sus propias lágrimas, que salen a montones con cada centímetro que se acerca al ente que las ha salvado—. ¿Qué te hicieron, Don?

Emma no lo entiende del todo, pero basta con creer que ha de ser otra pobre alma destruida que alguna vez fue importante para la niña rota que tiene a un par de pasos.

La que pone cuidadosamente las palmas lastimadas y ensangrentadas en las mejillas adornadas de cicatrices del hombre de mirada muerta y con los números en el cuello como ellas. Y siente ligera pena por ese pobre niño destrozado.

(Si mira mejor, él y ella están tan resquebrajados que siente que juntos podrían verse igual a algo así como un rompecabezas perfecto.)

—Duele, ¿verdad? —Pregunta Gilda, forzando una sonrisa y bajando la cabeza—. Duele... mucho. Debe de doler mucho. Lo siento...

Emma se siente una simple espectadora por primera vez. Y piensa que eso es relajante de alguna manera.

—Perdóname, Don... Fui débil, y me convertí en lo que ambos odiamos... Lo siento tanto...

La mujer llora como una niña, pegada al muchacho. Y él, silencioso, espera pasar los minutos hasta poner una mano sobre la cabeza, regalando un consuelo bastante peculiar.

Emma no puede evitar sonreír con la imagen, porque son tiernos y tristes al mismo tiempo.


Norman:

Sus manos escarban con cuidado entre la tierra y las rocas, pacientemente. Pronto halla lo que estaba buscando, y haciendo uso de su última energía, lo sujeta y aparta de la destrucción. Arrastra el cuerpo lejos del polvo y el vidrio, hasta quedar en un lugar cómodo en medio del pasto de alguna de las plantaciones que no han sido arrasadas por la explosión.

Toma asiento a un lado del azabache, y suelta un sonoro suspiro. Mira las estrellas con gusto.

—No es tan fácil morir, Ray —comenta con un tono divertido. Su compañero gruñe, dándole a entender que de verdad eran ciertas sus sospechas—. Estabas lejos de la explosión —menciona, más para sí mismo que para su contrario—. De hecho, muy lejos. ¿Decidiste vivir?

—Qué te importa.

—¿En serio dejaste que te cargara hasta aquí?

—Estoy cansado —excusa, medio molesto. Aunque unos minutos después también se sienta y mira el desastre frente a él—. ¿Por qué me trajiste aquí?

—Tan solo quería que me acompañes a ver un amanecer desde el muro —declara más animado, con una sonrisa amena surcando de nuevo su cara manchada de su propia sangre y del polvo del derrumbe—. ¿Lo harías?

—Suena aburrido y cursi —niega el azabache, sacudiéndose la cabeza y quitándose la arena del cabello—. Pero lo haré.

—¿De verdad?

—Si me dices cómo demonios conseguiste tal cosa.

Cualquier persona normal no entendería a lo que se refiere específicamente Ray.

Pero Norman no es una persona normal.

Así que, respirando hondo, se pone de pie y ayuda a su amigo a hacerlo también. Así ambos se encaminan hacia el bosque cercano de allí, en dirección al muro que no puede verse todavía.

—Yo fui recogido a mis doce años —empieza, con calma. Ray guarda completo silencio y presta atención—. Aunque tenía sospechas del lugar, fue hasta el día de mi entrega que lo comprobé, así que me preparé para lo peor. Aunque, al contrario de morir, tuve la oportunidad de vivir. Al tener sangre de un Ratri, mi destino era convertirme en el sucesor y seguir con la promesa.

—¿Y lo rechazaste? —inquiere, molesto.

—No. Lo acepté, de hecho —aclara, borrando su sonrisa. Ray abre un poco más grande los ojos, sorprendido al escucharle—. Sentí alivio de saber que viviría, y no me importó que eso fuera a llevar a miles de niños a su muerte. No los conocía, no había por qué preocuparse por algo así como sus muertes.

—Eras asqueroso.

El albino se ríe, ligeramente nervioso.

—Lo era —acepta como si nada—. E iba a seguir siéndolo hasta el día de mi muerte. Pero entonces me topé con alguien muy especial cuando cumplí trece años.

—¿Alguien especial? ¿Quién, tú madre?

—No recuerdo su nombre, creo que no me lo dijo —suspira—. Pero ella, a diferencia de las demás mujeres de la Sede, no se inclinó ante mí. De hecho, me miró con odio. Yo entonces pude darme cuenta de lo mucho que ella había sufrido, así que sin darme cuenta–

«—Lo siento.

La voz resuena débilmente por el corredor, pero llega perfectamente a aquella jovencita, quien tras analizar el significado, queda completamente en blanco.

Norman mueve los labios de nuevo.

—Lo siento —repite, y esta vez, es él quien baja la mirada. Siente que los papeles se están invirtiendo, y prefiere no prestar atención a eso—. De verdad lo siento.

—¿Lo... sientes...?

Lentamente, vuelve a mirarla.

Y nota los ojitos brillantes diluirse en algo así como tristeza genuina y culpa, junto con melancolía.

—¿Por qué tú...? —Balbucea la niña, rompiéndose otro poco. Cubre su boca y baja la cabeza, apoyándose en la pared cercana para no caerse—. ¿Tú no eras... como ellos...?

La ve derrumbarse, y por ello siente algo oprimiendo su pecho. Así que se acerca, y arrodillándose, le dirige una mirada cargada de arrepentimiento.

—De verdad lo lamento. Y yo... prometo que... intentaré ayudarte.

Ambos lloran en voz baja, a escondidas de los monstruos que quieren devorarse su carne blanda. Porque al final, siguen siendo simplemente un aperitivo y siempre lo serán.»

—Prometí que destruiría este mundo y pondría a salvo a los Niños del Nunca Jamás.

—Sigue siendo muy cursi —bufa en voz baja—. ¿Y cómo es que lograste todo esto? —interroga, abriendo los brazos para demostrar la masacre del lugar.

—Es complicado. Tuve que usar muchos recursos —declara cansado. Ray hace una cara de descontento, esperando a escuchar lo que tiene que decir—. Poco tiempo después, empecé a trazar el plan. Conseguí información sobre William Minerva de la base de datos de los Ratri, usé códigos que nadie antes había obtenido para hallar pistas, me encontré con Smee y él me entregó el bolígrafo, y yo lo modifiqué para enviar cierta señal a un hombre fuera de las granjas que había escapado de una plantación y se escondía en un refugio, ubicado en cierto lugar al que William Minerva había localizado como «B06-32». Con él me comuniqué antes de que cometiera su suicidio, y lo convencí de cooperar conmigo.

—Lo obligaste, ¿no es así? Como lo hiciste conmigo.

—Si quieres tomarlo así... Le di información de cómo destruir un lugar llamado Goldy Pond, y luego de eso... conseguí su apoyo incondicional. Nuestro contacto se cortó en cuanto fui enviado a Lambda, donde experimentaron conmigo por un año. En ese tiempo, logré inducir en los niños del laboratorio un nuevo lenguaje a base de código morse. Cuando regresé aquí, me convertí en el peón de Peter Ratri y, teniendo acceso a los documentos más importantes de las plantaciones, logré dar con sus fallas y las usé a mi favor. Mandé al hombre de B06-32 a Grand Valley y Glory Bell a que liberaran los niños de allí, por eso esas plantas cayeron hace doce años y en Grace Field decidieron imponer la ley de que cada Mamá tuviera una Hermana de apoyo por si las cosas se complicaban.

—Sí, entiendo eso.

—También me encargué de que la niña con la que me encontré fuera ascendida a Mamá en cuanto acabaran sus pruebas, ya que era imprescindible porque...

—Porque fue ella quien te dio este sueño, ¿verdad?

—Supongo que sí —afirma, con un tono nostálgico y una mueca amarga. De pronto, suelta una risita—. Aunque, no esperaba que al final fuera ella quien diera a luz al niño que tiene mi ADN. Eso no era parte del plan, el niño en sí no lo era.

—¿Nunca oíste el término «accidente»? Según el mundo humano, así llaman a los niños que no han sido planeados.

—No quiero llamar a un niño de esa manera —se queja, un poco fastidiado. Ray rueda los ojos—. Aunque, por cierto, tú de hecho tampoco formabas parte de mi plan inicial.

—¿Ah?

—Cuando me crucé contigo, y me golpeaste...

—No te golpeé.

—... supe que serías de utilidad —prosigue, ignorándolo—. El odio se podía ver en tus ojos, pero era un odio abstracto. No era a «alguien», era a «algo». Y después de investigarte, pensé en todas las cosas útiles que podrías hacer. Especialmente, si es que yo moría antes de lo previsto.

Ray guarda silencio, no quiere decir algo hiriente luego de oír esas palabras tan heladas contra la vida. A pesar de que, de hecho, él estaba a punto de quitarse la suya.

—Afortunadamente, no sucedió. Cuando me mandaron de vuelta a Lambda, pude comunicarme perfectamente con un niño a quien, según sé, tuvo el mejor historial físico de experimentación. Sentí lástima al comienzo por lo que le hicieron, pero él de inmediato dejó que yo le usara para llevar a cabo el plan. Fingí hacer una revuelta y destruir ese laboratorio, y él fingió huir. Antes de irse, le di pistas sobre lo que debía hacer.

—¿Y eso es?

Norman sonríe, y se detiene de pronto. Ray igual, aunque mostrando una expresión de extrañeza por el actuar de su compañero. Pero cuando mira al frente, a donde observan los ojos azules del albino, queda paralizado.

Un hombre lleno de cicatrices se halla a un par de pasos, llevando en sus brazos a una mujer, posiblemente una Hermana, con el vestido rasgado y ensangrentado, y durmiendo plácidamente.

—Que protegiera a los niños heridos.

Y tras un pequeño asentimiento con la cabeza, los pasa de largo y se dirige hacia algún lugar que no les importa realmente.

Ellos pronto retoman su caminata.

—¿Qué hay de Smee? —aventura distraído.

—Huyó al mundo humano en cuanto pudo. Sigue vivo, creo, o espero. Perdí contacto con él.

Ray asiente, no muy conforme.

Finalmente, se detienen frente a la enorme pared gris. Observan alrededor y hallan las sogas. El azabache sube primero, y ayuda a su compañero a hacerlo, puesto que su débil estado apenas le permite seguir caminando.

Y en cuanto llegan a la cima, pueden notar que el cielo empieza a hacerse más claro.

—¿Y cuántos años de tu vida de quitó este maldito plan? —atina a inquirir el mayor, frunciendo el ceño con bastante descontento.

—Um... Veinte años, supongo.

Ray se atraganta con su saliva, y mira horrorizado al albino. Éste le dedica una expresión confundida.

—¿Qué?

—¿Veinte años para un simple escape de una granja?

Al contrario de recibir un regaño o una cara de ofensa, como esperaría realmente, Norman le sonríe pacientemente.

—¿Aún no lo entiendes, Ray? —Pregunta con suavidad. El azabache queda bastante aturdido, así que no responde—. Prácticamente, he destruido los obstáculos más difíciles, he dado la llave y conseguido los recursos, y he abierto un camino para que los niños escapen de este mundo. Para que rompan la promesa de estas tierras. Y todo está en sus manos ahora; el bolígrafo, el ejército, la familia, los individuos más inteligentes que antes hubieran existido, que serían capaces incluso de sobrepasarme, y la ruta al dios del Nunca Jamás.

—¿Qué...?

—Por eso, lo logramos, Ray. Logramos hacer que los niños ganado vivan.

—Y yo estoy agradecida por ello.


Niños del Nunca Jamás:

Ambos giran al escuchar esa amigable voz femenina.

Y al mismo tiempo que los primeros rayos del sol emergen, la mujer les dedica una gran sonrisa cargada del más puro cariño y el más gran agradecimiento.

—Estoy agradecida desde el fondo de mi corazón por lograr hacer que mis niños vivan en libertad. Y por darme a mí la oportunidad de redimirme, a pesar de que realmente no lo merezca.

—Diríamos lo mismo, ¿o no, Ray? —Comenta el albino, mirando a su amigo, quien simplemente se cruza de brazos y le da la espalda. Entonces ríe nervioso y vuelve a mirar a la pelirroja—. Lo siento, suele ser un poco tímido cuando apenas conoce a las personas.

—No hables por mí. —Gruñe, fastidiado.

—Un placer conocerte —alega de manera amable, acercándose a la pelirroja y estrechando dulcemente la mano con ella—. Tú debes ser la madre de Edith.

—¿Conoces a Edith?

—No personalmente, aunque me hubiera gustado hacerlo —sincera, sintiéndose más desesperanzado de pronto. En cambio, la fémina agranda su sonrisa y con eso basta para devolverle los ánimos—. Mi nombre es Norman.

—Yo me llamo Emma —responde con calidez—. Un placer conocerte, Norman.

—Emma... es un lindo nombre.

—Gracias, y... De nuevo, gracias.

—¿Por qué?

—Por haberme ayudado por tanto tiempo —declara, con la voz rompiéndose rápidamente, aunque ya no se hallen más lágrimas en sus lindos ojos. Norman puede sentirse desesperado y feliz al mismo tiempo—. Por apoyarme y confiar en mí.

—No, de hecho, gracias a ti —contradice el albino, con un tono que deja ver su modestia ante la situación y una sonrisa que dicta su orgullo—. Nada de esto hubiera sido posible si no hubieras criado a estos niños, que se han vuelto fuertes a pesar de todo.

Después, ambos miran a Ray, y éste queda extrañado hasta que, pasados los segundos, comprende el punto.

—No voy a agradecerles, no soy un idiota como ustedes dos —vuelve a gruñir, hastiado. Aun así, lo único que recibe son miradas intensas que esperan impacientes—. ¡Bien! Ugh... Cursis de mierda... Gracias por existir, sin sus genes no hubiera sido posible este plan, de hecho.

—¿A qué te refieres? —pregunta Emma, curiosa y confundida. Por otro lado, Norman pronto empieza a entrar en pánico.

—A nada, a nada. —Trata de excusar el albino.

—No, de hecho... —continúa Ray, mirando el horizonte luminoso—... ¿Qué no acaba de escaparse la futura sucesora del Clan Ratri?

—Oh... Peter estará tan furioso. —Ríe Norman, divertido.

Los tres se sumen en ese momento ameno, y observan pacientes la salida del sol y los primeros rayos que golpean sus rostros con suavidad, alumbrando el desastre causado y la libertad que trajo con eso.

Es simplemente muy hermoso.

—Saben... —Norman es el primero en romper el silencio, y observa a Emma y Ray a cada lado suyo. Una enorme sonrisa de genuina paz y alegría adorna su pálido rostro—, me hubiera gustado haberlos conocido mucho antes. Hubiéramos sido... buenos amigos.

—Jamás sería amigo de alguien como tú, Ratri. —Declara el de pelo negro.

—Yo sí —afirma Emma, divertida, agarrando la mano del muchacho vestido de blanco—. Yo definitivamente hubiera sido amiga de ustedes dos.

Y el ambiente se vuelve tan dulce que empalaga.

Hasta que el ácido lo corroe, porque Norman cubre su boca de repente y se dobla hacia adelante. Chorros de sangre escapan desde su palma y caen al concreto, todo él termina por perder la fuerza y cae.

Emma lo sostiene y lo acuesta con sumo cuidado en el suelo, haciendo que use su regazo como una suave almohada. Norman no se queja, pero—

Sigue escupiendo sangre.

—Debemos tratarlo —explica Ray, con una voz quejumbrosa y desesperada—. Pero no aquí. El portal al mundo humano que se halla en Grace Field todavía no ha sido destruido, si vamos allá podremos–

—No.

Queda estupefacto, y observa de la misma manera al moribundo hombre.

—... ¿No...?

—No... es necesario —asegura débilmente, con una mueca nerviosa dibujada en la cara manchada—. No hay caso, Ray... Mi cuerpo ya no lo soporta.

—Debes estar bromeando. —Pide el científico, con una sonrisa torcida, la misma que deja ver cada vez que su mundo se tambalea.

—Me gustaría bromear, pero nunca fui bueno haciendo bromas —ríe ligeramente—. Así que esto es verdad... Simplemente, déjame descansar aquí. Estaré bien.

—No... ¡No, maldita sea! ¡No! —Ruge, poniéndose de pie y negando repetidas veces, furioso—. Tanto trabajo, tantas dificultades, ¡¿y me vienes con esto?! ¡¿Estás jugando conmigo?!

—Déjalo, Ray —pide ella, suavemente. Acaricia con cariño las hebras de blanca nieve de su compañero—. Al igual que yo... ya has aceptado tu destino, ¿verdad?

Norman sonríe a la par que siente sus ojos arder como el infierno.

(Nunca ha llorado de verdad. El sentimiento es desagradable, y quizá piensa que, de hecho, es realmente horrible.)

—Así es, Emma.

Y Emma le sonríe una vez más.

«Tengo tanto miedo, pero...»

Está feliz de saber que eso será la última imagen que verá antes de dormir para siempre.

«Está bien».

—Lo has hecho muy bien. Ya puedes descansar, Norman.

Cierra los ojos por el cansancio que sobrepasa al dolor.

—Muchas gracias por todo.


¿Fin?