Capítulo 11. Lo último que quiero ver.

–Dese prisa. –dijo la doctora a la enfermera, al percibir que a Sora le volvían los dolores.

–Sí. –dijo la enfermera, que salió corriendo.

–Yo…–empezó a decir Sora.

–Estás embarazada. –dijo la doctora. Sora vio que Jou se encontraba también en la sala de urgencias en la que estaba siendo atendida.

–Doctor. –dijo Sora débilmente, intentando aguantar el dolor.

Jou salió al pasillo a hablar con la doctora.

–En el estado actual, tanto la madre como el bebé corren peligro. –explicó la doctora. Jou suspiró. –¿Qué pasa?

–Se trata del padre. Era un paciente con Behçet y tomaba dosis importantes de colchicina. –con lo que le explicó Jou, las cosas empezaban a encajarle a la doctora.

Mientras tanto, Sora seguía aguantando los dolores.

–Yamato. –musitó Sora.


Ajeno a lo que ocurría en Tokio, Yamato permanecía en el patio de su casa de Nagasaki mirando las flores que un día trajo Sora.


–¡Doctor! –llamó Haruhiko apurado una vez que le habían avisado de que Sora había sido ingresada.

–¿Está mi hermana bien? –preguntó Daisuke que llegaba corriendo, seguido de su padre, que al ser mucho más mayor, no podía seguir el ritmo de su hijo.

–¡Díganos! ¿Qué ha pasado? –preguntó Haruhiko apurado.

–Por favor, señor Takenouchi. Cálmese. –intentó tranquilizar Jou al ver los nervios del hombre. –Su hija… está embarazada.

–¿Embarazada? –preguntó Haruhiko.

–En cualquier caso, tanto la madre como el feto están en serio peligro. –dijo Jou.

Entonces la doctora apareció por el pasillo.

–¡Doctora! –dijo Haruhiko yendo hacia ella nervioso.

–¿Es usted su padre, verdad? –preguntó la doctora. –Cálmese, por favor.

–El bebé, el bebé… – decía Haruhiko.

–El padre estaba tomando una medicación con fuertes efectos secundarios. Aunque el bebé nazca, no podemos asegurar que nazca sano. –informó la doctora.

–No puede ser. –dijo Haruhiko mientras que Daisuke apretaba la mochila que llevaba en la mano con fuerza por la rabia.

–Por favor, le ruego que la salve. –dijo Haruhiko mientras la doctora entró a la sala de urgencias.

–¡Sora! –gritó Daisuke antes de que la doctora cerrara la puerta.

–Sora. –dijo Haruhiko abatido.


–¿Ya estás despierto? –preguntó Natsuko a su hijo. –Últimamente no duermes mucho.

–No me acostumbro a la nueva almohada. –dijo Yamato, aunque sabía que su madre no se iba a tragar ese motivo.

–¿Piensas en Sora? –preguntó su madre.

–En absoluto. –dijo él. –Debería olvidarme pronto y encontrar a alguien.


Una vez que estabilizaron los dolores de Sora, fue llevada a una habitación. Su padre se encontraba a su lado, vigilante ante cualquier cambio que se pudiera producir en el estado de su hija.

–Papá. –dijo Sora débilmente, que se despertó por la luz que entraba por la ventana.

–Sora. Llamaré a la doctora. –dijo el hombre levantándose y yendo hacia la puerta.

–Papá. ¿Cómo está mi bebé? –preguntó Sora débilmente.

–Pues… –empezó a decir Haruhiko cogiéndole de la mano. Entonces entró Jou.

–He tenido un sueño. –dijo Sora. –Nos tomábamos una foto de grupo. En la hierba, nos sentábamos alineados, con todos.

–¿Todos? –dijo su padre.

–Tú y Daisuke estabais allí; y mamá también; también la madre de Yamato; y en mis brazos había un bebé. Yamato se había curado de su enfermedad. Y todos nos tomábamos una foto. Todo el mundo sonreía. Estaba tan feliz… Aunque eso no pasará nunca.


Como cada día, la familia se encontraba desayunando.

–¡Papá! –gritó Sora bajando del piso de arriba con una camisa en la mano. Hacía unos días que le habían dado el alta hospitalaria. –¡Has dejado tu ropa desperdigada por todas partes! ¿Cuántas veces tengo que decirte que dejes la ropa en el cesto de la ropa sucia? ¡Daisuke, deja de tirar los envoltorios de tus galletas por ahí!

–Sí. –dijo Daisuke ante el tono que estaba poniendo su hermana y ver todos los envoltorios tirados por ahí. Era consciente que era mejor no hacerla enfadar.

–¡Mimí, llevas mis calcetines! –dijo Sora.

–Lo siento. –se disculpó ella.

–¡Y Taichi! –se quedó Sora pensando qué podría haber hecho él mal.

–Un momento, yo ni siquiera vivo aquí. –dijo el castaño.

–Sí, es verdad. –reconoció Sora. –Me voy.

–Bueno, por lo menos vuelve a estar animada como de costumbre. –dijo Daisuke.

–No estoy tan segura. –dijo Mimí.

–Pero lo está intentando. –dijo Taichi.

–Bueno, será mejor que os deis prisa o llegareis tarde. –dijo Haruhiko.


En el hospital, Sora volvió a su trabajo con energías renovadas.

–Voy a hacer la ronda. –dijo Sora con un montón de carpetas en los brazos.

–Déjame llevar algunas. –dijo Miyako.

–Estoy bien, no os preocupéis. –dijo Sora.

–Hace poco que te han dado el alta. No deberías de forzar tanto. –dijo Hikari.

–Hey, salgamos todos a comer. –dijo Shin.

–Gracias. –dijo Sora ante el esfuerzo de sus compañeros. –Estoy bien, no os preocupéis. Nos vemos luego.

Después de la ronda, Sora se pasó por el despacho de Jou.

–Quería decirle que quiero prolongar mi residencia aquí, en el área de pediatría. –dijo Sora.

–Entiendo. –dijo Jou.

–Muchas gracias. –dijo Sora. Y se dirigió hacia la puerta.

–Sora. –llamó Jou antes de que ésta saliera.

–¿Sí?

–No importa. –dijo Jou tras una larga pausa.

–Gracias por preocuparse por mí. –dijo Sora. –Sé que he causado muchos problemas, pero de ahora en adelante, me centraré en mi trabajo. Me gustaría que siguiera guiándome.


Yamato se encontraba en el baño de su casa teniendo una crisis. Los ojos reflejados en el espejo parecían vacíos. Al percibir que su madre entraba, intentó disimular.

–Aunque aquí no hayan tantos recursos como en Tokio, ¿no crees que sería una buena idea acudir a un hospital aquí? –preguntó Natsuko extendiéndole unos folletos.

–No voy a mejorar. –dijo Yamato saliendo del baño algo más recuperado.

–Pero no has estado tomando la medicación. –dijo Natsuko siguiendo a su hijo.

–Te preocupas demasiado. A estas alturas no se puede evitar. –dijo Yamato sentándose en la salita.

–Ya estás con eso otra vez. –dijo Natsuko cansada de la actitud que había tomado su hijo.

–Vine aquí porque no quiero causarle más problemas a nadie. –dijo Yamato con firmeza. –Si te causo problemas tendré que plantearme cosas.

–Sabes que puedes depender de mí tanto como quieras.

–Si tan sólo se pudiera morir con esta enfermedad, sería todo mucho más fácil. –dijo Yamato.

–¡¿Cómo puedes decir eso?! –dijo Natsuko escandalizada.

–Sólo bromeaba. –dijo Yamato para tranquilizar a su madre, aunque era lo que pensaba realmente.

–¿Puedes decir esas bromas delante de Takeru? –preguntó Natsuko. Entonces Yamato giró la cabeza, viendo la foto sonriente de su hermano.

–Lo siento. –dijo Yamato.

–Pensé que habías vuelto a ser tú mismo desde que estabas con Sora. –dijo Natsuko. –Pero en cuanto la dejas te vuelves así.

–No quiero volver a oír hablar de Sora. –dijo Yamato.


En Tokio, Haruhiko intentaba poner uno de los sacos de arroz en un estante elevado, pero la edad empezaba a hacerle mella y cada vez le costaba más. Entonces, vio la mano de su hija ayudándole a subir el saco.

–No deberías ayudarme. –dijo Haruhiko.

–Estoy bien. –dijo Sora que iba a coger el saco que faltaba por subir.

–¡No, ni hablar! ¿Qué estás haciendo? Vete. –dijo Haruhiko, obligando a su hija a no esforzarse. –Ah, mira, la comida está lista, ve a calentarla.

Sora se sentó, mientras su padre seguía cogiendo sacos.

–¿Qué pasa? –preguntó Haruhiko.

–Lo siento mucho. –se disculpó Sora. –Por preocuparte.

–No estoy preocupado. –dijo él sentándose también. El descanso le iba a venir bien. –Sólo me contengo. Tengo que hacerlo para no ir por él y traerlo de vuelta. Quiero mostrarle cuánto has sufrido desde que se fue.

–Pero sólo sería un estorbo para él. –dijo Sora.

–Aún así. Está bien que quieras que sea feliz pero…

–Yo también seré feliz. –interrumpió Sora. –Te lo prometí, ¿no?

–Sí, es cierto.

–Pero no podré mantener mi promesa con él. –dijo ella.

–¿Qué promesa?

–Lo último que le gustaría ver. –dijo Sora. –Lo he estado pensando durante mucho tiempo, pero no puedo hacer nada.

–Lo último que quiere ver, ¿eh?


–Hazte cargo de esto, por favor. –dijo Sora a una enfermera en el control mientras le daba una carpeta. Cuando salió, escuchó una voz que le resultó familiar.

–Sora.

Sora no esperaba encontrarse con Maki Himekawa. Las dos mujeres fueron a hablar más tranquilas al área de descanso.

–Siento haberte dicho aquellas cosas tan horribles la última vez. –se disculpó Maki. –Quería disculparme desde hace tiempo.

–No importa. –dijo Sora. Entonces se generó un silencio algo incómodo que rompió Sora. –Felicidades por tu boda.

–¿Eso te dijo? –preguntó Maki, al sorprenderse de que la felicitara.

–Sí.

–Entiendo. Bueno, sólo quería disculparme. –dijo Maki levantándose. Después de dar varios pasos, Maki se detuvo y se giró. –Es mentira. Te mintió.

–¿Qué?

–No vamos a casarnos. Volvió a Nagasaki. Le pregunté por qué no volvía contigo, y me dijo que por amor. Me contestó que por amarte, tenía que decirte adiós. No volverá por su propio pie. Probablemente ahora esté muy asustado.

Durante el resto del turno, Sora no dejó de pensar en lo que le contó Maki. Yamato le mintió por amor. No es que ella fuera el obstáculo para él, sino que él mismo se consideraba el obstáculo para ella. Entonces, tomó una decisión.


Sora reunió a su hermano, a Mimí y a Taichi en casa y les contó sus intenciones.

–Voy a ir a Nagasaki. –dijo Sora. –Quiero estar con él.

–¿De qué hablas? –preguntó Taichi. –Antes de hacer nada deberías pensar en tu propia salud.

–Cuando me enamoré de él pensé que podía ser lástima, que quizás sentía pena por él por su enfermedad.

–Pero no es el caso, ¿verdad? –continuó Taichi por ella.

–Exacto. Fue divertido y el tiempo que estuve con él lo disfruté muchísimo.

–Es cierto. –dijo Daisuke. –No parecías estar con alguien enfermo.

–¿Pero no desapareció de tu vida por pensar que esa felicidad terminaría por la enfermedad? –preguntó Mimí.

–No, no lo creo. –negó Sora. –Presente lo que se presente, creo que el tiempo que pase con él en el futuro seguiré siendo feliz. Aunque me haya dejado porque me ama, quiero seguir ofreciéndole mi sonrisa, porque yo también le amo.

Los tres parecieron aceptar las razones de Sora. Mientras tanto, en la trastienda, Haruhiko había escuchado toda la conversación, esperando que esta vez sí, su hija pudiera encontrar la felicidad.


Unos días después, Sora viajó a Nagasaki. Se dirigía a la casa de Yamato. Subía a buen ritmo por las escaleras. Tras haber pasado el pequeño parque que había, se paró en seco, le faltaba algo.


Natsuko, vestida con uno de sus tradicionales kimonos, regaba las plantas de color morado con una regadera.

–¡Qué bonitas que están las flores! –escuchó Natsuko. Sin poder creerlo, la mujer se giró y vio a Sora allí, con su sonrisa.

La pelirroja levantó sus brazos y enseño varias bolsas con macetas y flores. Después de haber casi subido todas las escaleras, había vuelto a bajar para comprarlas.

–¡Le he comprado más flores!

Una vez repuesta de la sorpresa, Natsuko invitó a Sora a pasar. Tras preparar un poco de té, se pusieron a charlar.

–¿Cómo está su vista? –preguntó Sora.

–Bien. –respondió Natsuko. –Está algo más optimista y sigue yendo al hospital casi a diario. La boda se acerca, así que está un poco ocupado.

–La boda, ¿eh? –Sora sabía que Natsuko mentía. Entonces se creó un silencio un poco incómodo. –Yo…

–Es mejor que no lo veas. –interrumpió Natsuko consciente de que Sora no se había creído ni una palabra. –Si le ves, puede que no reaccione bien. Olvídale, por favor.

–Quiero verle. –dijo Sora sonriéndole. –Por favor, déjeme verlo.


Yamato se encontraba en la orilla de la playa mirando al horizonte, como tantas otras veces había hecho a lo largo de su vida. Pensó en la primera vez que la vio en esa misma playa: ella miraba el mar vestida de negro riguroso y él, que también vestía de luto, empezó a sacarle fotos sin su permiso. Ella le recriminó su mala educación. Yamato sonrió. Lo cierto es que no comenzaron muy bien su relación.

–Click, click. –Yamato se giró al escuchar esa voz. –Click.

Sora estaba allí sonriendo, simulando que sujetaba una cámara de fotos.

–¿Qué haces aquí? –preguntó ella.

–Pescar. –contestó él. Ella se acercó un poco más.

–No llevas nada. –dijo Sora riendo.

–Apuesto a que no sabes nada de pesca. –dijo él.

–Sé que por lo menos necesitas una caña. –dijo ella.

–¿Qué haces aquí? –preguntó él.

–Pescar. –contestó ella, riendo por la tontería. Yamato también sonrió.

–¿Has cambiado de peinado? –preguntó él, a sabiendas que llevaba el mismo peinado de siempre.

–Sí. –dijo ella siguiendo el juego. –Lo cambié porque mi novio me rechazó. Era lo peor.

–¿En serio?

–Sí, pero ya estoy bien.

–¿Has encontrado a otro, entonces?

–Por supuesto que no.

–Ya me parecía.

–¿Qué quieres decir con eso?

–No pareces el tipo de chica que es popular entre los hombres.

–Eres un maleducado.

–¿Acaso no lo sabías ya?

–Sí, lo sabía bastante bien.

–La próxima vez, deberías encontrar a alguien más decente.

–Sí, encontraré a alguien que no sea tan maleducado.

– A alguien que no sea maleducado y que pueda ver. –con esa frase de Yamato, el juego parecía llegar a su fin.

–Eso no tiene nada que ver con amar a alguien. –dijo Sora.

–¿A qué has venido? –preguntó Yamato. Su tono había cambiado a uno mucho más serio. Se puso tan serio que hasta a Sora se le borró la sonrisa. –¿Hay algo que quieras decirme?

–¿Cómo estás? –preguntó Sora.

–Ya no es asunto tuyo. –respondió él. Aunque sus palabras dolieran, al saber la verdad, Sora era consciente de que a Yamato le costaba más decirlas. No se iba a dar por vencida.

–Yamato. Una vez me dijiste que querías ver Nagasaki en profundidad al menos una vez más. Si es cierto, ¿puedo ir contigo? –Pero Yamato se giró y echó a andar. Sora le siguió. –También me gusta esta ciudad, así que…

–Maki llegará pronto. –interrumpió Yamato. –Maki y su padre se han portado muy bien conmigo, así que ya no tengo ninguna preocupación. Probablemente sea la etapa con más estabilidad de mi vida.

–Sólo un día. –dijo Sora, consciente de que Yamato mentía. –Por favor, dame el día de mañana. Sólo quiero un poco de tiempo.

Yamato hacía caso omiso y seguía caminando por la playa. Al no obtener respuesta, Sora se puso delante de él para que parara.

–Déjame estar a tu lado. –insistió Sora.

–Cuando Maki llegue no puedes estar aquí. ¿Hay alguna razón importante por la que hayas venido?

–No. –respondió Sora. Después hizo una larga pausa. –He decidido ser pediatra.

–Ya.

–Por ahora, sólo quiero ser una buena doctora e intentar hacer a los niños tan felices como sea posible.

–Me alegro por ti. –dijo Yamato, aunque en el fondo le dolía estar siendo tan frío. –Buena suerte.

–Gracias. –dijo ella. Ambos se quedaron mirando varios segundos. –Adiós.

–Adiós. –dijo él.

Sora pasó por su lado para marcharse. Yamato se giró mientras veía cómo se marchaba, tentado de llamarla o de seguirla, pero no fue capaz.

Cuando Sora salió de la playa, las lágrimas le corrían por la cara mientras recordaba los momentos que vivió con él.


Natsuko preparaba la mesa para la cena. Cuando escuchó la puerta corredera, se dirigió hacia la entrada y vio a su hijo.

–¿Vienes solo? –preguntó Natsuko.

–Si me hablas de ella, se ha marchado. –se limitó a decir él. Entonces Yamato vio que la mesa estaba preparada para que cenaran tres personas. –No hay manera de que vuelva conmigo.

–Lo sé, pero Sora parecía saber que le estás mintiendo. –dijo Natsuko.

–¿Qué?


En casa de los Takenouchi empezó a sonar el teléfono.

–¿Diga? –cogió el teléfono un apurado Haruhiko, debido a la ausencia de noticias de su hija. –Sora. ¿Estás en un hotel?

–Sí. –respondió Sora desde la habitación de hotel. –Papá, lo siento.

–¿Por qué? –preguntó Haruhiko.

–Después de todo, no ha funcionado.

–¿Cómo es eso?

–No soy la adecuada para él. –dijo ella. Las lágrimas le seguían corriendo por la cara, pero intentaba disimular ante su padre para que no se preocupara.

–Vaya, qué mal. –se lamentó Haruhiko. –Vuelve a casa.

–Sí.

Daisuke le arrebató el teléfono a su padre.

–¿Hermanita?

–¿Daisuke?

–Estamos a tu lado, hermanita. Hasta que no te cases, no me casaré.

–Gracias. –dijo Sora, que no pudo evitar reír ante la forma que tenía su hermano de mostrarle su apoyo. Daisuke le pasó el teléfono a Mimí.

–Hola, Sora. –dijo Mimí.

–¿Mimí? –preguntó Sora mientras se limpiaba lágrimas de los ojos.

–Hiciste lo que pudiste, Sora. Te admiro mucho. Vuelve pronto a casa. –entonces Mimí le puso el auricular a su hija.

–Vuelve a casa. –dijo Pal con su voz infantil.

–Sí.

Después le pasaron el teléfono a Taichi.

–¿Sora?

–¿Taichi?

–Te prepararé algo para comer. –dijo su amigo. –Algo que te encante. Así que vuelve con hambre.

–De acuerdo. Lo estoy deseando.

–¿Lo ves? Todo el mundo espera que vuelvas. –dijo Haruhiko volviendo a coger el teléfono.

–Lo sé.

–Muy bien, adiós. –se despidió su padre antes de colgar.

–Buenas noches.


–Vamos a cenar. –dijo Natsuko a su hijo, que permanecía triste. Cuando iban a empezar, alguien llamó al timbre de casa. Madre e hijo se miraron ya que no sabían quién podía ser a esas horas. Yamato fue a abrir y se encontró con el doctor Kido.

–Siento venir de repente tan tarde. –se disculpó Jou. Después de dejar entrar a Jou, el médico sacó una carpeta de su mochila. –Los niños querían darte esto. Parece que es una fotografía. Están muy preocupados por Sora.

–¿Preocupados?

–Sí. No saben qué ha pasado, pero saben que no es la misma. –explicó Jou. –Conozco a Sora desde que era una niña. Ahora que somos supervisor y supervisada, no soy quién para decir nada sobre su vida privada. El hecho de haber venido puede que sea innecesario y que además le haga daño, pero lo siento, no puedo callar más. No puedo seguir viendo en silencio cómo os amáis mientras que os hacéis daño.

–¿Le ha pasado algo? –preguntó Yamato. Jou le explicó que estuvo varios días ingresada.

–Estoy seguro que ha sufrido mucho. Ella sólo quería estar a tu lado. Sólo quería que estuvieras con ella y cogieras su mano.

A Yamato le dolía cada palabra que decía el médico. No soportaba escuchar que Sora sufría por su culpa.

–He estado con ella hoy. –dijo Yamato. –Vino sin preocupaciones. No dijo ni una palabra de lo que le había ocurrido, y sólo vino a animarme. Incluso así, yo…

–No puedes volver atrás en el tiempo. No puedes cambiar lo que ya ha ocurrido. Pero la gente es diferente. Puedes borrar los recuerdos tristes con esperanza y las lágrimas con una sonrisa.

–Pero no puedo…

–Aunque pierdas la vista, ya has encontrado lo más preciado. –interrumpió Jou intentando convencer a Yamato. –Por favor, no desperdicies sus sentimientos. El único que puede corresponder a sus sentimientos eres tú, Yamato. Sólo tú.

Una vez que Jou se marchó, Yamato se sentó con la carpeta que le había dejado el médico de parte de los niños. La abrió y vio una foto de todos los niños dedicada con las firmas de todos. Recordó el día que sacó esa foto con su primera cámara que posteriormente regaló a Agu.

Flashback.

–¿Preparados? Decid "cheese". –dijo Yamato. Una vez que sacó la foto, Agu cogió su cámara.

–Gracias. Ahora os sacaré una a vosotros dos. –dijo Agu refiriéndose a Yamato y Sora. Ellos se quedaron parados, los niños les cogieron de las manos y los arrastraron para que posaran para la foto.

–¡Venga, vamos! –decían todos. Una vez que colocaron a Yamato y Sora juntos, Agu enfocó.

–Allá va, "cheese". –dijo Agu. Agu disparó. –Otra más.

Fin del flashback.

Yamato veía la foto de él y Sora juntos. Los niños habían dibujado con un rotulador rojo las líneas de un paraguas que los cubría a los dos con un corazón en la parte de arriba del paraguas. No podía dejar de mirar la cara sonriente de Sora. Mientras miraba su cara, a Yamato le caían las lágrimas de sus ojos. No paraba de recordar cosas que ella le había dicho desde que se conocieron.

No sé cómo explicarlo, pero siento celos de tus ojos.

Creo que estoy enamorada de ti.

No era tristeza; no era soledad. Sólo sentí… que quería verte.

Hoy he descubierto algo que puedo hacer. Coger tu mano.

Me alegro muchísimo de haberte conocido.

Déjame estar a tu lado.

Yamato no lo pudo resistir más. Dejando las fotografías en el suelo, salió corriendo para buscar a Sora. Después de bajar todos los escalones, cruzó el río por un puente hasta que llegó a la ciudad. Pese a ser de noche, había bastante actividad en las calles. Por fin llegó al hotel en el que reservó la pelirroja la última vez que fue a Nagasaki, aunque al final se quedara en su casa. Yamato preguntó por Sora en la recepción.

–Ha dejado el hotel hace un momento –respondió el recepcionista.

–Gracias. –dijo Yamato. De nuevo, empezó a correr por las calles céntricas de Nagasaki. Entonces, su vista empezó a emborronarse, cayendo al final sobre unas cajas de basura. Se levantó con dificultad y siguió corriendo aunque tuviera más dificultad para ver. Su ritmo de carrera bajó considerablemente hasta que se paró en la acera. Estaba agotado. Mientras recuperaba el aliento, pensaba que no encontraría nunca a Sora. Entonces, más adelante, en la acera de enfrente, la vio esperando el autobús. Aunque su alrededor estaba borroso, consiguió reconocerla. Entonces, el autobús llegó y la pelirroja se disponía a subir.

–¡Sora! –gritó Yamato. Yamato la vio de pié a través del cristal, sujetándose con una mano en la agarradera. Yamato empezó a correr detrás, pero los coches que venían de frente le deslumbraban demasiado y sería imposible alcanzar al autobús. Yamato cayó de rodillas.

–¡Sora! –gritó abatido.

Después, vio venir una silueta corriendo hacia él. Era como un ángel, sólo que no era un ángel. Cuando se acercó más, el rubio vio que era Sora. Había visto a Yamato correr hacia el autobús y la chica hizo que el chófer parara para bajar. El chico sacó fuerzas de flaqueza, se levantó y también corrió hacia ella hasta que por fin juntaron sus cuerpos y sus almas en un abrazo.

Sora sonreía, se sintió feliz en los brazos de Yamato. Mientras que para el chico aquel abrazo le resultó el más reconfortante de su vida. Le supuso un gran alivio y tranquilidad.

Un poco más tranquilos, se sentaron cerca del río.

–Sora, te he hecho pasar por mucho. –dijo él.

–Lo encontré. –dijo Sora. –He encontrado lo que quiero mostrarte antes de que pierdas la vista. Te mostraré el mañana.

–Nuestro mañana. –dijo Yamato asintiendo con la cabeza mientras Sora le cogía de la mano.


–Se ha extendido mucho. –dijo el doctor que atendía a Yamato en Nagasaki.

–Sí, ya no puedo ver como veía antes. –dijo Yamato. Había partes que veía borrosas e incluso triple. –Mi ojo izquierdo también ha empeorado.

–Continuaremos con los inyectables. –dijo el doctor.

–Por favor, hay algo que me gustaría hacer mientras pueda seguir viendo. –dijo Yamato.


El verano llegó a Nagasaki.

Esto ocurrió un poco antes del día en que Yamato perdiera la vista.

Haruhiko, el doctor Kido, Mimí, Pal, Taichi y Daisuke, que iba de espaldas grabando con su cámara a los demás caminaban por las calles de Nagasaki elegantemente vestidos.

–¡Date prisa, papá! –dijo Daisuke al ver cómo su padre se quedaba rezagado.

–¿Qué has traído? –preguntó Taichi.

–Una cosa. –dijo Haruhiko, que llevaba algo envuelto en la mano, como si fuera una carpeta.

Unos minutos después, llegaban a una colina. Los chicos se habían quitado las chaquetas de sus trajes, ya que entre la caminata y el calor asfixiante del verano podía hacer estragos.

–Así que esto es Nagasaki. –dijo Haruhiko, que no había estado nunca allí.

–Tengo el presentimiento de que veremos sus lágrimas, señor Takenouchi. –dijo Jou.

–No lloraré por algo como esto. –dijo Haruhiko.

–¿Podemos apostar, entonces? –dijo Jou.

–¿Quién quiere apostar a que papá llorará? –preguntó Daisuke, que seguía grabando a los demás con su cámara.

–¡Yo! –dijeron todos a la vez levantando la mano. Incluso Pal levantó la mano. Después, incluso el propio Haruhiko levantó la mano.

–¿Vas a apostar contra ti? –preguntó Daisuke.

Tras subir la colina entre risas, por fin llegaron frente a la Iglesia de Oura, conocida como la Basílica de los Veintiséis Santos Mártires de Japón.

–Es increíble. –dijo Taichi.

En lo alto de las escaleras, salió una sonriente Natsuko, vestida con un tradicional kimono negro para la ocasión.


Dentro de la basílica, Haruhiko se puso la chaqueta de su traje. Mimí salió cerrando una puerta y se acercó al hombre.

–Venga, vamos. –dijo Mimí animándole a entrar.

Haruhiko entró y vio a su hija de espaldas y vestida de novia. Al escucharlo, Sora giró la cabeza sonriendo a su padre.

–No sé si estoy bien. –dijo Sora.

Cuando Haruhiko consiguió reaccionar, se puso delante de ella y desenvolvió lo que portaba consigo.

–Mira, mamá. –dijo Haruhiko poniendo frente a Sora la foto de su madre. –Mírala bien. Sora ha crecido y se ha convertido en una hermosa novia. Nuestra hija va a casarse. Sora, estás preciosa.

Haruhiko hablaba embargado de la emoción, mientras Sora también se emocionaba.

–Sora, eres una novia tan bonita. Estamos muy felices por ti. –decía Haruhiko. Sora se levantó.

–Papá, mamá, gracias. –dijo Sora abrazando a su padre.

–¿Pero qué dices? Somos nosotros los que te damos las gracias. Gracias, Sora.


Por fin llegó la hora. Acompañada de su padre, Sora se dirigía hacia el altar. Daisuke, con la foto de su madre en una mano seguía grabando con la otra.

No había muchos invitados, tan sólo la familia y amigos de Sora y por parte de Yamato sus familiares más cercanos.

En el altar, Yamato esperaba nervioso a Sora. Le encantaba la imagen que estaba viendo.

La ceremonia tuvo lugar sin ningún incidente. Los novios aceptaron libremente unirse en matrimonio, colocaron sus anillos e invitados como Haruhiko no dejaron de llorar durante toda la ceremonia.

Tras colocarse las alianzas el uno al otro, los novios se miraron con amor, uniéndose en un beso.

Tras la boda, llegó la celebración. Todos se reunieron en casa de Natsuko para degustar una deliciosa comida. Haruhiko no paraba de cantar. Lo mal que lo hacía era una muestra del grado de alcohol en sangre que llevaba el hombre. Iba tan borracho que cayó encima de Yamato.

–¡Papá!

–Estoy muy feliz por los dos. –dijo Haruhiko. –Me alegro que decidierais hacer este tipo de ceremonia. Así he podido ver a Sora vestida de novia y todo. Con esto puede que hasta mejores…

Yamato y Sora se miraron. Estaba claro que el hombre ya no sabía ni qué decía.

–Estoy muy feliz. –continuó Haruhiko con su perorata cayendo hacia el otro lado.

–Papá, ya basta. –dijo Sora. –Échate un rato.

–¡Suficiente! –dijo Daisuke con la boca llena mientras intentaba sujetar y arrastrar a su padre. –Te vas a dormir.

–¡Daisuke, espera! –dijo Haruhiko. –Tengo algo que hacer, espera un segundo.

Haruhiko, medio borracho consiguió llegar a la otra mesa, donde estaba el doctor Kido.

–Bonita boda, ¿verdad? –dijo Jou.

–Doctor. Muchas gracias. –dijo Haruhiko mientras echaba cerveza a un vaso ofreciéndoselo a Jou. –Realmente tengo que agradecértelo. Era una promesa. Beba a su salud. – La mirada del médico le decía a Haruhiko que no sabía a qué se refería. –Mira a Sora, está feliz.

Por fin, Jou aceptó el vaso y lo bebió de un solo trago. Haruhiko le aplaudió.

Mientras tanto, Taichi y Mimí se encontraban en el patio. Vestidos de traje, echaban unas canastas.

–Después de verla en traje de novia, apuesto a que tú también te has emocionado. –dijo Taichi.

–Empecé a llorar cuando me he empezado a imaginar a Pal vestida de novia. –dijo Mimí lanzando el balón a la canasta.

–¿Llorabas por eso? –preguntó Taichi. –Lo cierto es que tú nunca has llevado uno.

–No sé. –dijo viendo como Taichi encestaba. Taichi no volvió a coger la pelota.

–Tú serás la siguiente. –dijo Taichi sacando de su bolsillo dos angelitos como los que Yamato compró. –Te doy uno.

–¿Qué?

–Me lo dijo Sora.

–Así que compras esa clase de cosas. No tiene sentido. –dijo Mimí sentándose en un banco.

–¿Por qué? –preguntó Taichi. Mimí abrió su bolso y sacó otros dos angelitos.

–Yo también los he comprado. –dijo Mimí mostrándoselos al castaño. Taichi no pudo evitar sonreír.

–Vamos a guardárselos a Pal. –sugirió Taichi. –Dentro de diez, no, veinte años se los puedes dar y decirle "a mamá le fue bien en el amor gracias a ellos".

Mimí guardó los que compró en el bolso y Taichi le dio uno de los ángeles que había comprado él.

–Debes prepararte para muchos achuchones. –dijo mientras cada uno miraba su ángel.

–No importa, me gustan los niños. –dijo Taichi sin darse cuenta de lo que estaba diciendo.

–No me refería a los de Pal, sino a los míos. –dijo Mimí apoyando su cabeza sobre el hombro de Taichi y acercando su ángel al de Taichi. –Muah.

–¿Qué quieres decir con 'muah'? –dijo Taichi imitando la voz del ángel.


La celebración de la boda se había calmado bastante. Yamato se había salido de la salita y se sentó en otro lugar de la casa. Sora se acercó y se sentó junto a él al verlo tan pensativo.

–Sora.

–¿Sí?

–Creo que se acerca el momento. –dijo Yamato sin mirarla.

–Lo sé. –dijo ella. Sora llevó su mano hasta el brazo de él. Con ese gesto le hacía saber a su ahora ya marido que ella iba a estar con él cuando ocurriera.


La rutina volvió para Haruhiko. Mientras estaba en la tienda, llegó el cartero. Haruhiko lo tomó y entró en casa para dejarlo. Mientras entraba, veía las cartas. Todas menos una eran facturas. Había una carta desde Nagasaki que le había escrito Natsuko.

Querido Haruhiko.

Espero que estés bien a pesar de este calor del final del verano. Hay un pensamiento que me ronda por la cabeza desde el día de la boda. Se trata de qué habría pasado si Yamato no hubiera sido víctima de su terrible enfermedad.

Yamato habría seguido trabajando como fotógrafo y Sora seguiría trabajando en el hospital. ¿Habrían seguido caminos diferentes buscando la felicidad?

Mimí también volvió a su rutina trabajando en la floristería.

A través de la experiencia de esta enfermedad, han llegado al mismo camino.

Por su parte, Taichi hacía lo propio trabajando en el restaurante, donde poco a poco iba ascendiendo gracias a su habilidad entre los fogones.

En la empresa en la que trabajaba Yamato, Daigo seguía los pasos del que había sido su mentor y ya le encargaban reportajes de fotos bajo la atenta mirada de Ken.

Perdí a mi marido y a mi hijo pequeño y una vez maldije mi propia vida.

En el tiempo libre que tenían, Taichi y Mimí salían a pasear con Pal. En uno de esos días, Pal llevaba un globo de un pez amarillo y se le escapó, pero Taichi, atento, consiguió cogerlo antes de que alzara más el vuelo. Se agachó y se lo devolvió a la niña.

–Gracias, papá. –dijo Pal.

–¿Papá? –dijo Taichi una octava más aguda de la sorpresa. –Me ha llamado 'papá'.

–Vamos. –dijo Mimí sonriente, mientras cogía a la niña de una mano y Taichi con la otra y asegurándose de que el globo pez no se volviera a escapar.

Pero al ver la boda pensé que en la vida no hay callejones sin salida y que los caminos continúan.

Daisuke, como de costumbre, seguía haciendo rabiar a su padre bajo la atenta mirada de la fotografía de Toshiko.

Siempre que avances, un camino se abrirá.

El doctor Kido continuaba trabajando en el área de pediatría mientras los niños evolucionaban con sus enfermedades.

En Nagasaki, Sora había conseguido entrar a trabajar en un hospital con un horario flexible.

¿No son las sonrisas de Yamato y Sora prueba viva de ello? Ahora, siento desde el fondo de mi corazón que he tenido una vida feliz.

Los días de calor continúan. Así que, cuídate.

Natsuko Ishida.


Cada día que pasaba, Yamato y Sora procuraban salir a pasear. A veces Yamato no necesitaba ayuda. En otras ocasiones, durante el paseo el chico sufría alguna crisis y era Sora la que agarrada a su brazo iba guiándole. Un día, a la vuelta de uno de sus paseos, pararon en el pequeño parque que había en la colina subiendo a casa. Desde allí había una bonita vista. De repente, Yamato agarró asustado la muñeca de Sora. Sora le miró sonriente. Yamato dirigió su mirada hacia ella y de los hombros la colocó frente a él, con Nagasaki de fondo. Entonces Sora comprendió lo que le estaba ocurriendo a su marido. Aunque Sora quería llorar, procuró sonreír, para que fuera lo último que él viera. Para Yamato, Sora se iba difuminando, hasta que dejó de verla. Los ojos azules de Yamato se apagaron.


Tiempo después, en casa de los Ishida, había dos fotografías. Una de ellas era de la boda, en la que Yamato y Sora aparecían con toda la familia. En la otra, Sora y Yamato estaban sentados en el patio de los Ishida, con las flores y el mar de fondo. Sora sostenía un bebé y el bebé, cogía la mano de su papá.

Fin.


Notas de autora: Pues la historia ya ha llegado a su fin. ¿Qué os ha parecido? ¿Habéis gastado muchos pañuelos? Al final, dentro del drama, la cosa ha acabado bastante bien para todos. Besis.