¡Lo se! Se que estoy con otro fic en curso, pero es que una idea asalto mi mente de súbito y solo he podido escribir esto.

Es algo completamente distinto a lo que estoy acostumbrada, estoy un poco confundida porque por primera vez la historia completa se formo en mi mente, con final y todo y quiero poderlo escribir tan rápido como sea posible, antes de que se desvanezca xD.

A los que le dan una oportunidad, decirles muchas gracias :D. No se abstengan de dejar criticas constructivas y demás. Decirles, también, que será un fic corto, no podría decirles cuantos capítulos exactamente, pero pienso escribirlo tan bien como me sea posible. Esta idea me emociona y me aterra pues es una trama que puede chocar a algunos. Creo que me he basado un poco en una pelicula que vi hace un tiempo llamada Silencio (Hush), lo digo porque la idea en esencia es la misma pero yo llevaré la trama más allá xD.

Advertencias: Universo Alterno, OOC en los personajes, violencia explícita.

Disclaimer: Naruto no me pertenece, es obra de Masashi Kishimoto.

—Debes hacerlo todo perfectamente, nunca debes fallar.

—¿…Por qué? ¿Por qué no puedo cometer errores, papá?

—Porque solo así alcanzaras la cima, solo así serás feliz…

Felicidad. Una palabra que fue parte de mi vida desde que tengo uso de razón. Recuerdo que las primeras palabras serías de mi madre para conmigo fueron: "Quiero verte feliz". Sus lindos ojos violeta con leves tonos grisáceos me miraban con infinita ternura y amor, podía verme reflejado en sus pupilas. Papá también procuraba recordarme lo importante que era el ser feliz, más que la avaricia o la envidia.

Crecí rodeado de afecto… pero también de la más dura exigencia. Mi familia era perfecta a ojos de todos, la pareja más romántica, los padres más amorosos. La gente a su alrededor trataba de imitar cada gesto de ellos; cada acción noble. Los miraban con tanta apreciación que rozaba la admiración.

Sí, esa es la palabra: admiración. Minato, mi padre, era el hombre magnífico, todo cuanto hacia resultaba exitoso. Muchos decían que había nacido bajo una estrella pues no era normal que un ser humano fuera tan perfecto. Recuerdo, con demasiada nitidez, como al entrar a un salón con mi madre al lado y yo detrás todas las mirabas se enfocaban en su persona, en esos rizos rubios que parecían tener vida propia y brillar más que nada, en su porte, su ancha espalda…

Entonces él daba una mirada de inspección a todo el lugar y sus iris azules parecían refulgir de satisfacción al notar el nerviosismo de la gente. Daba un asentimiento y tomaba de la mano a su esposa, mi madre. Lo que seguía después era un sinfín de murmuraciones, cuchicheos llenando toda la estancia, llegando hasta mis oídos:

—¿Por qué tuvo que elegirla como esposa?

—Esa mujer es muy poca cosa para un hombre como él.

Era muy pequeño para entender exactamente lo que querían decir… pero no tanto como para no ser consciente del odio que se destilaba. Kushina Uzumaki esto, Kushina Uzumaki lo otro. Me molestaba de sobremanera que mi padre no hiciera absolutamente nada para defenderla, la llevaba de un lado a otro, exhibiéndola, sin preocuparse de como los comentarios podian afectarle.

—Papá, ¿por qué no defendiste a mamá?

—Naruto…

—Mamá, ¿por qué no le dijiste a papá que te protegiera?

Ambos me miraban, sin embargo, la diferencia de expresiones era como un abismo para mí. La mirada de mamá era de paciencia y amor, en cambio, la de mi padre, era glacial y seria. No supe que hacer ni a quien mirar, me limite a bajar la cabeza, sintiendo la intensidad que subía cada vez más con el pasar de los segundos. Uno, dos, tres, cuatro… cuenta hasta donde puedas y pasará, me decía, cuenta una y otra vez y todo pasará…

Pero nunca pasaba.

El ruido sordo de un golpe resonaba en las paredes, uno muy duro que dejaba la piel ardiente y roja, temblando. El grito de mi madre se escuchaba después y luego unos cálidos brazos rodeándome. El susurro de su débil voz traspasaba todo mi ser, palabras de amor y caricias que no disminuían en nada el dolor que sentía, al contrario, lo aumentaban.

Las pocas veces que exigía algo o cuestionaba a papá resultaban en bofetadas y golpes que me dejaban enormes moretones en el cuerpo. Nunca respuestas, siempre golpes.

Había días en que deseaba llorar hasta el cansancio, no era capaz de decir lo que pensaba, no era capaz de hablar sin permiso ni de ser como los demás niños. Tuve que buscar distracciones, encerrarme en mis pensamientos, pensar hasta volverme loco, odiaba la soledad… pero al menos no dolía tanto como la falsedad de mi familia.

—Por favor, Minato, no quiero que golpees más a Naruto…

Yo yacía acurrucado en una esquina oscura de la sala de la casa escuchando la conversación, tratando de esconderme como un ratón. A unos cuantos metros estaban ellos.

—Él es tan solo un niño. No digo que no lo quieras, sé que lo haces. Pero por favor, él…

—Él es mi hijo. Y hare de él el hombre que debe de ser. Heredó tu sentimentalismo barato, tu actitud salvaje, no voy a dejar que sus genes Uzumaki prevalezcan por sobre los míos. Él es Naruto Namikaze.

—Minato, él esta tan adolorido…

—No me provoques, Kushina. Dios sabe lo que tuve que aguantar teniéndote como esposa, las habladurías de la gente. Si tu no puedes estar a mi altura al menos haré que mi hijo lo esté. Él será mi orgullo, será feliz y, sobre todo, será perfecto.

¿Qué era ser perfecto? Preguntaba más de una vez en mi mente mientras veía el techo de mi habitación, papá sería feliz si yo era perfecto; si era perfecto no habría más problemas, ni más golpes… no vería la mirada cansada y triste de mamá, lidiando con todas las mujeres y hombres malvados que la veían como alguien inferior.

Daria todo de mi para serlo, para enorgullecerlos, para poder ser feliz.

—O—

Debes hacerlo todo perfectamente, nunca debes fallar.¿Cómo he llegado a esto? ¿Papá? ¿Mamá?

Me siento agitado, mareado, me tiemblan las manos y las piernas y… ¿qué es esta sustancia que mancha mi ropa?

¿Qué es lo que tengo en mi mano derecha?

Hoy es mi cumpleaños número catorce, ¿verdad?

Necesito respirar, necesito aclararme, necesito recordar.

Pero… también me siento tan aliviado, tan lleno de euforia, sin aparentar frente a nadie, sin ser el hijo perfecto, el Namikaze perfecto. ¿Qué es esto? ¿Felicidad?

Bajo la mirada lentamente, hasta que esta choca con el piso. Brillante, lujoso y teñido de rojo. Un líquido que va esparciéndose poco a poco, llegando hasta la punta de mis zapatos. El olor es algo metálico, algo dulce, llega a mis fosas nasales como un nuevo aire, algo que nunca antes había imaginado que existiera siquiera. Entonces me doy cuenta de la realidad, lo que he hecho, el porqué, lo que me llevó a estar fuera de mí.

Él cuchillo en mi mano lo corrobora, el metal escurriendo sangre, creando un sonido muy tenue, como gotas de lluvia cayendo en el pasto.

Sé lo que he hecho.

El cuerpo de aquel niño frente a mí, sus ojos abiertos de pánico, me miran con compasión y dolor. Pero no me siento culpable.

Después de todo solo busco mi propia felicidad.

—O—

—Por favor, por favor, por favor… no… no…

Esta por anochecer, la luz del atardecer empieza a filtrarse por las ventanas. Se me ocurre que el paisaje debe de ser muy bello de ver desde mi posición, cierro los ojos e imagino la gama de colores que adornan el cielo, las estrellas empezando a aparecer tímidamente, la brillantez de sus rayos reflejándose en los lagos.

—Por favor…

Pero no es lo importante ahora mismo. Ajusto la mascara que llevo y miro detenidamente a la mujer frente a mí, rasgos claramente asiáticos, piel blanca, cabello oscuro, cuerpo delgado pero esbelto. Una mujer hermosa pero no tanto como mi madre. Doy un paso al frente y ella, en respuesta, se deja caer al suelo de rodillas, las lágrimas bañándole las mejillas. Pienso que es normal, nadie en su sano juicio reaccionaría de otra forma al verse atrapado con alguien como yo.

—Ella depende de mí…

Entrecierro los ojos sin entender a que se refiere, no le he dirigido la palabra y pareciera que trata de apelar a mi compasión, como si me conociera, como si supiera quien soy o lo que realmente quiero. Nadie sabe eso, ni yo mismo, ¿quién se cree? Me acercó más, con extrema lentitud, quiero disfrutar de cada gesto suyo, liberarme y ser feliz por un momento.

Ella vuelve a murmurar cosas sin sentido, alza las manos y las pone en su pecho derramando más lágrimas. Sabe lo que ocurrirá, sabe lo que soy, es obvio por la manera en la que estoy vestido, la manera en la que le miro, sé que piensa que soy un peligro y está en lo correcto. Por que en menos de lo que se imagine voy a tomarla por el cuello y estamparla contra la pared, ahorcarla hasta que esté satisfecho y luego, como si de una obra se tratase, cortarle la garganta tan profundamente que la sangre saldrá disparada por todos lados, a montones. Al igual que lo hice con los demás miembros de la casa, un hombre mayor, una chica de no más de 13 años, otro hombre más joven, todos y cada uno ahora muertos, tirados en el piso como trapos usados.

—No me mates, por favor, no me mates…

Otras personas me rogaban por lo mismo, como si con esas simples palabras pudieran detener mi instinto. No funciona así, ¿es que no lo ven?

—¡Por lo que más quieras! ¡Déjame vivir!

He tenido suficiente. Mi mano enguantada se alza y para directo en su garganta, con una fuerza descomunal choco su delicado cuerpo contra el muro, duro y rígido, puedo oír la exclamación de dolor que sale de sus labios, la falta de aire en sus pulmones es evidente pues empieza a retorcerse y luchar. Pero es inútil, tengo mucha mas fuerza, soy un hombre grande, fuerte… ella no podrá alejarme un centímetro siquiera.

—N…no… por…

Aprieto su garganta y la miro a los ojos, ella también me mira mientras siento como su aliento se desvanece. Negros, sus ojos son del color de la noche, tienen una extraña calidez que por un segundo me hacen dudar. Sin embargo, me fuerzo a mí mismo a terminar lo que empecé, tenso la mandíbula y agudizo la mirada mientras empiezo a apretar más y más fuerte con una mano y, con la otra, saco de uno de mis bolsillos un cuchillo.

Casi puedo oler aquel líquido carmesí, casi…

—No… la… ma… mates… ella…

Detengo mis pensamientos. La vuelvo a mirar, ella pone una mano encima de mi brazo extendido y aprieta con tal fuerza que rasguña parte de mi piel.

—Ella… e… lla… es… —sus labios secos, partidos, tratan de vocalizar tanto como pueden—ella…

¿Ella? ¿Quién es ella?

Las convulsiones empiezan, nada más sale de sus labios excepto gemidos ahogados y quejidos de dolor. Es el momento, de nuevo siento la adrenalina correr vertiginosa por todo mi cuerpo, la euforia alcanzando su punto más alto. Mi pulso descontrolado y emocionado. Es lo que es estar vivo, lo que es estar feliz… por un efímero momento.

No dudo más, tomo el cuchillo y con precisión exacta pongo el filo de la hoja en la suave piel, justo donde se encuentra su pulso, aprieto la punta hasta que un hilillo de sangre corre y luego, rápidamente, realizo el corte por toda la longitud. Al momento chorros de sangre manchan parte de mi mascara y ropa, sigo manteniendo aquel cuello sujeto a mi mano. En cámara lenta, veo fascinado como gotas rojas salpican la pared, todo es tan rápido e intenso que intento grabar en mi memoria cada segundo.

La emoción se propaga por todo mi ser y trato de retenerla tanto como puedo, pero es imposible, lo sé, solo dura un misero minuto.

Cuando el silencio vuelve a adueñarse del ambiente todo ha acabado, así tan fácil como comenzó. Y la decepción, aquella vieja amiga, junto con la soledad vuelven a invadir mi ser. Vuelvo a ser Naruto Namikaze, vuelvo a estar infeliz. Dejo de sostener el cuerpo y este cae, exánime, sobre el suelo. Echo la cabeza hacia atrás y miro el blanco puro del techo, la enorme casa en la que me encuentro parece burlarse de mí, incluso algo tan inerte albergaba en su interior tanta vida; una familia que al parecer era bastante feliz pero que yo mismo he destruido.

¿Cuántos años cumplo hoy? Cuento con los dedos de mis manos… 21.

Guardo de nuevo el cuchillo y miro el cuerpo de la mujer que acabo de matar, de inmediato sus palabras hacen eco en mi mente. Es hora de irme, empero, siento pocas ganas de hacerlo. Miro por la ventana, la noche ha consumido todo el lugar, pienso en lo alejada que esta la casa de todo, una de las razones por la que escogí venir, nadie sabría nada y, cuando se dieran cuenta, ya sería demasiado tarde.

La quietud de la estancia es casi enviciante, invitándome a descubrir lo poco o mucho que esconde.

Doy media vuelta y salgo de la habitación, camino por una especie de pasillo y pronto veo unas gradas que están en medio, mismas que conducen a un gran salón adornado con muchos recuadros de paisajes y otros tantos con fotos familiares. No logro distinguir bien en medio de la oscuridad por lo que paso de largo. Una pequeña biblioteca, una oficina, la cocina y la salida al jardín es de lo que consta la casa, sin contar con las habitaciones principales del piso de arriba.

Todo esta limpio y pulcro y, por un momento, me hace recordar a mi propio hogar. Un enojo me corroe de pies a cabeza y trato de menguarlo respirando hondo una y otra vez. Una, dos, tres, cuatro…

No pasa, nada pasa.

Como siempre.

Toco por inercia mi mejilla imaginándola adolorida. Levanto la mirada y puedo ver frente a mi aquellos ojos azules observándome con frialdad. Mi corazón late más aprisa, retrocedo varios pasos para tratar de esfumar esa maldita ilusión y sin querer choco contra una mesa, volcándola y haciéndola rechinar contra el piso. El sonido es fuerte y retumba como una sinfonía fúnebre.

Inhalo bocanadas de aire como un loco, los recuerdos atacándome como un torbellino, cada parte del cuerpo doliéndome, mi corazón desgarrándose y presionando contra mi pecho, a punto de explotar…

Debes hacerlo todo perfectamente, nunca debes fallar.Solo así alcanzaras la cima, solo así serás feliz…

Tomo mi cabeza con las dos manos. Me duele tanto, es tan doloroso que siento que me voy a volver loco…

No soy perfecto, no soy feliz, no soy…

—¿Hay alguien ahí?

Levantó la mirada inmediatamente. No estoy solo. Aprieto los dientes con rabia, pensar en que pudieran descubrirme, en haber fallado de manera tan catastrófica, es peor que una puñalada en el pecho. Miro a diestra y siniestra buscando a la emisora de aquella voz.

—¿Alguien…?

Arriba. Con destreza me deslizó por la oscuridad hasta el lugar donde creo que esta. Pronto veo las gradas que antes bajé, una silueta delgada yace en lo alto, en el primer escalón, aún hablando y preguntando a la nada. Su voz, pienso rápidamente, es dulce, muy dulce y suave, como un arrullo. Los recuerdos, el dolor en el pecho y en el cuerpo pronto se desvanecen ante la perspectiva de lo que haré, una vez más, alisto el cuchillo y a grandez zancadas me dirijo a donde esta ella.

Silencioso, peligroso, es así como hago las cosas. Prefiero tomarlos desprevenidos, con la guardia baja y después librar una lucha cuerpo a cuerpo. A mitad del camino observo como aquella figura empieza a bajar, escalón a escalón, detengo mis pies, una alarma se enciende en mi cuerpo al saber que si se detiene y voltea la mirada me verá yendo hacia ella e, inevitablemente, gritará. Y odio los gritos, retumban en mi mente durante noches y no me dejan dormir.

Rápido, es mejor que haga todo rápido antes de que se de cuenta.

—¿P-primo… eres tú? ¿Ya llegaste?

Frunzo el ceño y sin más preámbulos retomo mis pasos, no puedo ver el rostro de aquella chica pues la oscuridad tapa la mayor parte de él y también parte de su cuerpo. No importa, saber su identidad es lo último que necesito. Me escabulló detrás de unas cortinas y veo como ella llega al final de las escaleras, se queda parada un momento. Puedo oír su respiración acompasada.

Ahora.

Es el momento, ir hacia donde esta y atraparla es pan comido. Tapar su boca y apuñalarla en la garganta sería la forma más fácil. Trago saliva. Un solo movimiento, con un solo movimiento acabaría todo y de nuevo volvería a estar solo.

Me preparó para la acción y adoptó una postura de ataque. Aprieto el mango del cuchillo hasta hacerme algo de daño, total y completamente listo para saltarle encima. Salgo de mi escondite con un sonido sordo y limpio e inmediatamente me lanzo al frente. Pero me quedo congelado al instante, mis ojos se abren desmesuradamente. Mi mirada choca con la suya de forma tan aplastante que no sé que hacer.

Me siento descubierto, completamente atrapado y con las manos en la masa.

De pronto empiezo a caer en cuenta de la realidad.

Espero el grito, aquel horrible sonido que formara parte de mis pesadillas. Pero los segundos, minutos pasan y no hay mas que silencio. Abrumado, completamente confundido no despegó mi mirada de la suya. ¿Por qué? ¿Por qué no grita? ¿Por qué no corre?

—¿Quién anda ahí?

Poco a poco recobro la calma perdida, sin embargo, mi corazón no deja de latir precipitadamente. ¿Qué dijo? ¿Acaso…?

—Primo, si esto es una broma—observo como cierra los ojos—le diré a mamá y…

Dejo de escuchar por completo, mi audición falla considerablemente cuando ella empieza a dirigirse directo a mi y la luz de la luna la ilumina. Mis ojos jamás habían visto un ser tan singular. Un rostro pálido, de porcelana, y el perla, el perla en aquellos ojos grandes y bonitos. La nariz respingada y pequeña, pómulos suaves y levemente coloreados por el frio. Sus labios moviéndose mientras seguía hablando, de un tono rojo rayando lo rosáceo.

Bella.

No hay otra palabra para describirla o quizá esa palabra es insuficiente. Me quedo helado admirándola en silencio, admirando como los rayos blanquecinos forman un hermoso contraste con su largo cabello negro y ese vestido azul de falda larga que lleva.

De pronto la veo a unos cuantos metros de mí, callada, no sé desde cuando está así, lo único que sé es que no puedo dejar de mirarla. Trato de pensar mejor, sacudo mi cabeza y eso hace que la mascara que llevo se deslice fuera de su lugar, vuelvo a enforcar la vista en su figura… vuelvo a quedar fascinado.

Sin dudarlo empiezo a caminar hacia ella, inundado de un sentimiento que no se como describir pero que se expande en mi fuero interno a velocidad alarmante. Sigue parada, mirándome de frente y las preguntas acechan mi mente, ¿no me ve? ¿acaso no puede verme? ¿no puede ver mi mascara, el cuchillo lleno de sangre que llevo en una mano? ¿Mi ropa manchada?

Toda pregunta queda si ser respondida cuando me planto mas cerca suyo. Lo noto, noto como su mirada sigue estando en el mismo lugar que deje, no me siguió, como si solo se guiara por el sonido y no por las imágenes.

Imágenes…

Algo se aclara en mi mente.

—Qu-quizá… fue mi imaginación…

Suspira con pesadez y yo me doy cuenta de lo obvio, aquellos ojos que parecen perdidos en la nada, que parecen no ser capaces de ver lo que tienen enfrente… es ciega. Ella es ciega. No puede verme, el alivio que siento queda eclipsado por una tibieza extraña en mi corazón. Algo que nunca había sentido.

Veo el arma en mi mano y, aunque se lo que debería hacer con ella, vuelvo a posar mis pupilas en su rostro. La extraña necesidad de acercarme más me deja estupefacto. ¿Quién es esta chica?

—Ah… Hinata, Hinata, pronto te volverás loca.

Su risa me envuelve y de pronto ya no se quien soy. Guardo el cuchillo y me arrodillo en el frio piso de madera mientras la veo alejarse nuevamente hasta el segundo piso, tropezando unas cuantas veces con algunas cosas de la casa. Cuando su figura desaparece por el pasillo me doy el lujo de gemir desconsolado, esperanzado, o lo que sea, porque me doy cuenta que a ella no quiero matarla.

No quiero terminar con algo tan hermoso.

Y quiero, por el contrario, seguir viéndola más tiempo.

¿Por qué?

—Hi…nata

Mi voz es tan débil que apenas suena como un susurro, pero, de alguna forma, es tan clara y fuerte en mi corazón. Pienso, atontado, que su nombre es tan bonito como ella.

Hinata…

Como un lugar soleado, lleno de calidez.