"Crónicas que arrojaron al fuego"
A mi hija Leya Elizabeth Urrely Lorenzo, que aprendió
a lidiar con determinación sus propias batallas y pérdidas.
A la DraCs. Lilliam Álvarez Díaz, Académica de Mérito,
digno ejemplo de la mujer científica que no muere en el intento.
Y Dios me hizo mujer, /de pelo largo,
ojos, nariz y boca de mujer.
Con curvas /y pliegues
y suaves hondonadas
y me cavó por dentro,
me hizo un taller de seres humanos.
Tejió delicadamente mis nervios
y balanceó con cuidado
el número de mis hormonas.
Compuso mi sangre /y me inyectó con ella
para que irrigara /todo mi cuerpo;
nacieron así las ideas, /los sueños,
el instinto.
Todo lo creó suavemente /a martillazos de soplidos
y taladrazos de amor,
las mil y una cosas que me hacen mujer todos los días
por las que me levanto orgullosa /todas las mañanas
y bendigo mi sexo.
"Y Dios me hizo mujer " (Gioconda Belli)
Este no es mi diario, sino un conjunto de páginas que hablan de algo natural como son los sentimientos. Acaso pasarán por alto, dada la épica que me tocó vivir, pero esta es una parte a valorar. Quien las toque y se conmueva, tocará a una mujer. Y palabra que lo soy, tan orgullosa de mi sexo como de los hombres que me apoyaron al reafirmar esa condición. Ellos eran quienes merecían llamarse titanes, por su grandeza humana, olvidando el origen violento del sustantivo. Los amé y amo con ternura de amiga, madre, hermana y también, ¿por qué no? amor carnal que me perdió salvándome y amor del alma que me salvó, si bien matándome por dentro. Les debo parte de lo que hoy es Hange Zoë, un compendio de virtudes y defectos…, el resto corrió por mí.
Y Dios me hizo mujer
La presentación de los reclutas era tediosa; cientos de nombres que dentro de unos meses no significarían nada, a menos que llegaran a destacarse. Luego, un oficial instructor que arrojaba sobre ti sus gérmenes y frustraciones, llamándote lo mismo que de seguro le decía su madre cuando se negaba a ayudarla. Entonces accedías al ejército con diecisiete años y no quince, como establecieron después. Yo me las arreglé para ser aceptada sin cumplir la edad, gracias a la estatura y unas respuestas ingeniosas que permitieron ocultar mis años.
Cuando el oficial preguntó su nombre, lo primero que me hizo despertar –literalmente, pues tomaba una siesta parada como lanza en ristre; y en sentido figurado, como mujer—, fue su voz.
—¡Soy Erwin Smith, y quiero unirme a la Legión de Reconocimiento para tener una vida libre!
Intenté buscar esa presencia dentro de la formación, encontrándome con el chico más endemoniadamente se… serio, formal y estoico que hubiese visto. Siquiera el instructor se atrevió a cubrirlo de oprobios, quizás porque era la viva imagen de la pulcritud. Aunque lo intentara, no conseguiría mancharlo con nada.
—¡¿Y usted, cómo se llama?! —el oficial me sacó del momentáneo ensueño.
—Woah… —musité, aun pensando en aquel ejemplar humano que sin dudas tenía una perfecta constitución.
—¡¿Woah, qué?! —se inclinó para mirarme fijamente— ¡Vaya nombre más ridículo! ¿Apellido?
—Uhm, no… ¡Soldado Hange Zoë, señor! —me cuadré de inmediato, haciendo el saludo.
—¿Cree que puede burlarse de un superior? —el hombre ya me había cogido tirria— ¡A partir de ahora será Woah Hange, mientras dure bajo mi mando!
Vaya un mal paso, aquel recluta había causado que yo empezara con el pie izquierdo. El nombrete me lo recordó el instructor hasta el cansancio, pero ni Moblit ni Erwin se unieron al sarcasmo general y en verdad lo agradecí.
Al proceder con el entrenamiento de las maniobras multiaxiales, nos topamos de frente; se retiraba luego de hacer una de las demostraciones más ponderadas y yo iba camino a realizar la mía. Hasta entonces, el fugaz atisbo no me había revelado el temerario azul de sus ojos, agua mansa para sumergirse de lleno, profunda tristeza que deseé consolar. Me devolvió la mirada y creí ver un amago de rubor en sus mejillas, delicioso para un rostro tan varonil. Si era cierta la empatía, mejor alejarme a tiempo ¿Desde cuándo un chico se me hacía más interesante que un libro de química orgánica? ¿Y él, por qué tenía que sonrojarse? No me consideraba guapa, ni era de formas exuberantes. Inteligente, sí, pero esa cualidad en una mujer pasa a segundo plano cuando se trata de relaciones ¿Había descubierto algo más, que ni yo ni otros?
—¡Soldado Woah Hange! ¡Concéntrese, mire hacia delante!
Oí a duras penas el vozarrón del oficial, metida en mis pensamientos… El "aquello" a primera vista sí existía y podía distinguirlo mejor a través de los lentes. No me atreví ni a pensar en la maldita palabra, que para mí significaba disímiles emociones, falta de aire y una taquicardia bastante molesta. Incapaz de contenerme, seguí a mi tormento con la vista y ¡bam! dí de lleno contra un poste de maniobras.
—¡Soldado Woah Hange! —"a ese paso llegaré al número cincuenta", pensé, irritada— ¡Le aseguro que si usted no fuera una de las reclutas más prometedoras, estaría camino a los vertederos!
—¡Lo siento, oficial instructor! —me recompuse de inmediato, cuadrándome frente a él— ¡Creí ver un titán!
El resto de los soldados se agitó, mirando alrededor con expresiones de pánico, al notar que había sido falsa alarma, algunos rieron por lo bajo y otros muchos comenzaron a odiarme.
—Qué simpática, la señorita —gruñó el instructor, y advertí en su disgusto que no habrían segundas oportunidades si aquello se repetía—. Camine llevando este balde con agua hasta que yo descubra ese titán, y usted bien sabe que eso puede tardar un poco, ¿verdad? —tal como lo dijo, me plantó una cuba de madera sobre la cabeza— ¡Ah, y no se le ocurra derramar una gota!
Soporté aquel castigo en su nombre, aunque pedí que alguien o algo lo alejara del sitio, mientras yo estuviera sometida a esa vergüenza.
Pronto descubrí que a mi afición por investigar, se añadía poco a poco y sin que pudiera impedirlo, el afán de conocer a ese muchacho tan hermético. Su carácter apenas dejaba lugar a la interacción y muchas de las reclutas que iban a por él salían trasquiladas. Quizás porque siempre me atrajeron los desafíos, o bien por sentirme como las demás chicas de mi edad, no cerré las puertas al idilio. El mejor abono para el amor son las pésimas condiciones, así que en el cuartel proliferaba igual que la mala hierba. No importa cuánto intentas arrancarlo, siempre busca una grieta dónde afianzarse. La guerra, el hambre o las necesidades jamás han sido barreras para él. Hubiese querido ignorarle como lo hacía con la infinita devoción del soldado Moblit Berner; pero inevitablemente, Erwin se convirtió en el primer flechazo de juventud.
Jugó a mi favor que sabía mostrarme discreta, no estaba en mis genes correr detrás de un chico y sí el priorizar los estudios tanto como los entrenamientos. Contrario a las demás reclutas, era mi capacidad de análisis e ingenio lo que generaba una envidia a muerte, y no mi físico. Siempre he considerado el atractivo como un don terciario, primero el intelecto y la disposición, sumado al hecho de que vivíamos en un ambiente adverso..., la belleza no pasaba a la historia, si tu fin era la boca de un titán. Además, ya me había convencido mi percepción que a Erwin jamás le atraería con banalidades. Necesitaba mostrarme capaz de conseguir mis objetivos, ascender y trascender, con el mismo empeño conque él iba ganándose el primer lugar. Al inicio pasé algo desapercibida, hasta que por fuerza tuvo que darme crédito, pues le había comenzado a pisar los talones.
Justo en una de las prácticas del bosque, finalmente, volvimos a chocar y le arrebaté un titán de madera sin darle tiempo a cortarlo. Había puesto demasiado ímpetu en la acción, sin percatarme de los cables, absolutamente enmarañados. Al recogerlos, mi cuerpo dio contra el suyo y nos precipitamos hacia el suelo. Erwin me sostuvo del talle buscando protegerme, aunque nada evitó un buen golpe al llegar a tierra. No obstante, mi orgullo sufrió más cuando me hallé sobre él y un estremecimiento involuntario probó que no éramos indiferentes al estar cerca.
—¿Qué significa esto, Woah Hange? —el instructor nos observó cruzado de brazos, a ese punto del adiestramiento, ya las imprecaciones y castigos habían cedido paso a mejores criterios, incluso a algún que otro elogio. Para nada me satisfacía volver a los inicios— ¡¿Acaso pretende romancear con los titanes?! ¡La premiarán masticándola, si le llega a pasar lo mismo durante una misión!
—¿Romancear con ellos? La verdad es que no lo tenía previsto —me recompuse, abandonando la enojosa posición. Sacudí mi uniforme con indiferencia y deshice el entuerto de cables—. Ahora que usted lo menciona, cuando logre capturar uno vivo puede que intente sensibilizarlo.
—¡Esta chica es un desperdicio de habilidades, morirá por su empeño de besar a un titán!
—Mis más sinceras disculpas, instructor —bajo la usual compostura de Erwin Smith, noté que le había satisfecho mi respuesta—. No preví que el equipo enlazara sus cuerdas con el otro. Fue por mi causa que…
—A callar, Smith. Esa galantería déjela para su tiempo libre, no la emplee con un monstruo delante —dijo, caminando alrededor nuestro y terminó enfocándose en él—. Los conozco muy bien a los dos, como para saber quién es el culpable. Debí preverlo, el soldado más sobresaliente y capaz siempre acaba enredándose con una genio descocada.
—¡¿Q-qué?! —salté, olvidando todo el protocolo militar. Completamente enrojecida por los dos, me paré muy firme— Oficial instructor, jamás escuché de fórmula semejante. Y le aseguro que no es el caso, ¡apenas hemos intercambiado unas palabras!
—Entiendo que se preocupe —la expresión de mi compañero no se alteró en lo mínimo—, le garantizo que nuestra relación se basará en el respeto mutuo y la reciprocidad entre colegas.
—Tsk, así empiezan todos y luego andan haciendo tonterías que les cuesta la vida —suspiró el instructor, no le faltaba lógica porque así habían caído varios simplones, pero jamás nosotros—. Continúen.
—¡Sí, señor! —nuestras voces retumbaron en el bosque y debieron atraer a los que habían terminado alejándose. Vi a dos o tres chicas de mi dormitorio aparecer entre los árboles y ponerse a cuchichear; las mismas que antes rechazara Erwin. Los demás soldados fueron donde el oficial.
Acabé de componer el equipo, sin levantar un segundo el rostro. No me atreví a confrontarlo, a pesar de que lo escuché preguntarme si estaba bien. Le respondí sin templanzas que no había sido nada, internándome en la maleza.
—¡Si hasta parece un hombre! ¿Qué satisfacción le puede ofrecer alguien así a ese dios rubio? —era la voz de una de las reclutas, a mis espaldas— Y ella tan atrevida, no sólo se le cruza delante, sino que lo enreda…
—Erwin debe tener pésimo sentido del gusto —rió la segunda—, como para interesarse en esa tabla ¡Es tan escasa de todo que ni pegándosele conseguirá sentirla!
Quizás aparentara indiferencia respecto a ese tipo de comentarios, pero lo cierto era que muy adentro y a mi pesar, dolían como púas.
Fue un tormento el día siguiente, mis compañeras de habitación se portaron el triple de fastidiosas al caminar hacia las duchas. Nunca tuve problemas en aceptarme como soy; pero bastó aquella escena sin mayores implicaciones para volverse unos monstruos. Regodeándose al señalar mis defectos, agregaban que ningún ente masculino iba a lanzarse a conquistarme, puesto que yo carecía de atractivo; máxime si abundaban las reclutas encantadoras y bien dispuestas a compartir sus gracias. Por supuesto, dejaron claro que Moblit Berner no era un chico normal, porque su virginidad a esas alturas daba mucho que discutir.
—Puede que le gusten las machorras y espere por ti… Aunque ya te digo, un hombre nuevecito aquí…, mala espina —dijo una, encogiéndose de hombros—. Pero Erwin es otra cosa, puedo apostar a que de virgo no tiene nada y bien que me sorprendería verlo enredado contigo. Toda su seriedad guarda un historial detrás, te lo aseguro. Debe ser de los que persigue a las pobres inocentes para deshonrarlas, apuntándose un tanto. Y luego, si te vi no me acuerdo.
—¿Qué sabes tú? —la miré de reojo. Habíamos llegado a las duchas y me disponía a entrar, pero me detuve a observarla— ¿Acaso lo conoces, para denigrarlo así?
—No hallo más explicación a que ande tras de ti —y me propinó un soberano empujón, lanzándome dentro de la ducha. Mi columna dio contra la llave sobresaliente y tuve que cerrar los ojos producto al dolor. Otra de las chicas había sujetado antes mis prendas, de modo que me vi sin ropa de cambio. Infelizmente, la puerta que cerraba el rectángulo de paredes tenía un clavo torcido en forma de oreja, igual que la división; con rapidez, enrollaron un cable grueso entre ambos, anudándolo de forma compleja—. Diviértete bañándote, apestarás menos cuando vayas con él.
—Bueno, si le llevamos la ropa, igual quedará hecha un asco —la segunda lanzó una carcajada— ¡Mejor usemos las duchas del otro dormitorio y vamos a dejarla meditar a solas!
Lo mejor que pudieron decidir, porque agradecí verme libre de presencia tan horrible. Traté de mantener la ecuanimidad, aprovechando para darme un baño y puesto que se habían llevado mi ropa, no tuve más opción que volver a ponerme la usada. Escalé con esfuerzo las paredes que dividían los baños y logré salir.
Al regresar al cuarto que compartíamos, esperaron a que cruzara el umbral para asirme de los brazos y sentarme a la fuerza en una silla frente al espejo.
—¿Saliste de la ducha? ¡Pues hora de peinarse, Zoë!
—¡¿Eh?! ¿No les fue suficiente con la broma? —respondí, observándome el moño. La imagen devuelta por la superficie de azogue me satisfacía plenamente. Si les demostraba enojo, iba a darles el gusto— ¿Qué tiene mi cabello?
—¿Cómo que qué tiene? —la primera me atacó, cepillo en mano, deshaciendo el peinado. Ví mi cabellera deslizarse hasta enmarcar el rostro; un torrente castaño, largo y hermoso. Me sentí hasta presumida, si cabe decirlo— ¡Debe haber una maraña horrible debajo si no lo desenredas nunca! Ya que deseas coquetear con Erwin, decidimos embellecerte un poco.
—¡No quiero peinarme! ¡Y menos por lucirle mejor a un engreído!
—¿Eres tan dura para el combate, pero siquiera puedes tolerar esto? —dijo, y comenzó a darme soberanos tirones con el cepillo, regodeándose con mi sufrimiento.
—Vamos a cortarle los mechones. Son bastantes nudos como para tomarse la molestia de peinarla —intervino la otra, daga en mano. Sentí que la pasividad se me iba al suelo. Éramos cuatro, serían tres contra una… Ya para entonces me había dispuesto a contraatacar, analizando las posibilidades sin mover un dedo—. La mayoría de nosotras lo cortó al ras, Zoë ¿Por qué tienes que ser la única que lo lleve tan largo?
—Déjalo como está, no quiero parecerme a nadie.
—¡Vamos a raparla! —gritó la tercera y las demás aprobaron la idea, bien dispuestas.
Debía esperar a que la primera soltara el mechón, o disminuirían mis posibilidades ofensivas. Apenas dejara el cabello libre del cepillo, me volvería y nunca más iban a proponerme cambiar el estilo. Conté para mis adentros, aguantándome las ganas de vapulearlas.
—Si puedes atraer a Erwin luciendo como un chico desgreñado ¡más le gustarás calva! —soltó la segunda, ya cerca de mí con la daga—. Y Moblit amará tu nueva imagen… ¡Ambos se volverán loquitos por ti!
—¡¿De qué demonios están hablando?! —escuchar esos dos nombres juntos provocó una reacción endotérmica en mi paciencia. Hice ademán de pararme, y la que me peinaba volvió a retornarme al asiento con brusquedad— ¿Creen que vine al ejército para tener un harén? —aproveché aquel gesto para sujetarla de la muñeca y dando un giro, conseguí hacerle una llave para después lanzarla sobre mi cabeza. Por un instante, sentí una punción en el cráneo y el cepillo quedó prendido al cabello. La chica permaneció junto a la pared, tiesa. No esperé a que las restantes se agruparan, aparté de una patada a la tercera para conseguir algo de tiempo y me lancé a despojar a la otra de su daga, considerándola más peligrosa. Con movimiento raudo le oprimí la muñeca, descargando un rodillazo en sus nudillos. La mano se abrió de inmediato, y el arma fue a parar bajo la litera que compartíamos. No me llevó medio segundo entrelazar los dedos tras su nuca, pegándole otro rodillazo en la frente.
—Me hubiera gustado ser menos violenta, pero no me dieron opción —suspiré mientras sacudía las manos. Observaba el cuadro; todas aplastadas contra el piso, lloriqueando quejumbrosas—. Cielos, verlas tan maltrechas da lástima —dije, colocando la silla en su lugar, así como la mesita donde iba el viejo candelabro, aún apagado—. Ahora, voy a ordenar el sitio y haremos como que dormimos. La guardia comenzó su recorrido, estarán aquí pronto. Sería fatal para quienes aspiran a la Gendarmería, ¿cierto? —sabía que las tres optaban por el puesto. Les tendí la mano a dos y las ayudé a levantarse. Tirándoles los brazos por encima de mis hombros, logré llevarlas medio a rastras hasta sus camas. Allí las dejé, retornando hacia la que había lanzado contra la pared. Me preocupaba seriamente, pues no se había movido…, para mi tranquilidad, el pulso indicó que vivía y también la respiración, muy leve. Palpé la columna y sus costillas, buscando posibles fracturas. Nada, bien que sabía volverme cuidadosa a la hora de no dejar marcas ni daños visibles…
–¡¿Eh?! —mi compasión hizo que distrajera la seguridad. Las otras saltaron desde sus camas, inmovilizándome contra las losas. A mi entender, había dejado los puntos claros y esperaba convivir en paz; sin embargo, no todas las personas poseen la ética de ir de frente o respetar a su enemigo, si éste venció en buena lid. Vi como la supuesta moribunda se levantaba y abrazándose por el dolor, les indicó que me sujetaran con fuerza. Una llave oprimiéndome cada hombro, impidió que pudiese hacer más que retorcerme furiosa y alzándome, quedé a merced de sus voluntades. En esa condición, la carta de atraer a la guardia con mis gritos me pareció la más eficaz— ¡Suéltenme, idiotas! ¡Tú, no te acerques!
Las dos que me aprisionaban, paradas a los flancos, prensaron aún más los brazos contra la espalda. Inmovilizándome de la cintura hacia arriba, pisaron con saña mis pies, garantizando que no usara las extremidades con una buena patada.
—¡Rápido, amordázala! —Incitó la que se hallaba a la izquierda— ¡Usa tu pañuelo!
La del frente desató el que lucía al cuello y se acercó. Únicamente pude girar la testa como una posesa, y darle un buen mordisco en la mano a la que me retenía por la derecha. Lanzó un grito y la de la diestra me aguantó del cabello, tironeando hacia atrás. "Es morena, espero que no se vea mucho la marca. No puede quedar evidencia de los golpes dados por mí" —pensé mientras la del pañuelo me silenciaba—. "Tiempo, hasta que llegue la guardia".
Fue cuando sentí el golpe, directo al estómago. El dolor se propagó como un relámpago por todo el abdomen, obligándome a cerrar los ojos e inclinar mi cuerpo hacia delante. Me levantaron buscando golpear el mismo sitio, pero esa vez pasó el puño a ras del seno izquierdo. Se miraron atónitas, ante una dureza imprevista que no correspondía con aquella zona tan delicada.
—¿P-por qué lleva esto? —la primera notó la faja cubriéndome un punto débil que desde el principio quise proteger. Si lucía menos femenina, eso me importaba muy poco.
—¡Es increíble! ¿Pretende hacerles creer a todos que se trata de un chico? —volvieron a cuestionar la situación— ¡Como si no bastara lo conservadores que son estos uniformes!
—Ofendes a nuestro género, Zoë —asintió la de mi derecha— y no podemos ni queremos aceptarlo.
—¡Piensa lo que te dé la gana! —mi rabia hizo que farfullara, pese al improvisado bozal— ¿Se creen muy bravas, embistiéndome a la vez? —molesta, bajé la voz, de cualquier forma apenas comprendían las palabras— Tsk, y se consideran mujeres…, pero ninguna de ustedes tiene agallas para doblegarme.
—¿Qué les parecería si antes de que pase la guardia —la que tenía al frente se ensañó con mis solapas y dio un tirón hacia abajo, haciendo saltar los botones de la camisa hasta la mitad— la dejamos tirada frente al dormitorio de los chicos?
—Bueno, es el recinto que le corresponde. Aquí está de más —aprobaron las otras.
A empujones, me arrastraron hasta la puerta, lidiando con mi resistencia. Entretenidas con su venganza, no calcularon que la guardia estaría ya bastante cerca, pero yo había escuchado los pasos. De seguro ellos también oyeron mi voz, pues llegaron justo cuando abrían la hoja de madera, conmigo a rastras. Acalorada por la pelea, sentí que la temperatura me subía más al ver al instructor, a Mike Zacharius y a Moblit Berner frente a nosotras. Creo que fue de las pocas ocasiones en que lamenté mi desarreglada presencia.
—¡¿Qué mierda es esto?! —gritó el oficial, paralizando en el acto cualquier intento de mis compañeras de llevar a feliz término la venganza— ¡El horario de sueño merece un respeto! —conforme vociferaba los apellidos de todas y cada una, iba pulverizándonos con la mirada. Quedamos de pie lo más firme posible, aunque me costaba mantener la actitud. Luego de observarme detenidamente, hizo un gesto a Moblit para que atendiera mi lastimosa condición de víctima— ¡Soldado Berner, quítele esa mordaza a la recluta Hange!
No lo pensó dos veces para cumplir la orden. El pobre, contenía las ansias de saber qué había ocurrido; siendo un caballero en toda la extensión de la palabra, se le hacía inconcebible que las mujeres pudieran llegar a esos extremos. Sus ojos indagaron entonces sobre mi estado, agité una mano para despreocuparlo mientras con la otra cerraba el imprevisto escote de la camisa.
Entretanto, el instructor seguía su careo, en compañía de Mike.
—¡Darán la explicación de semejante descalabro a los superiores, en la celda para los soldados pendientes a juicio! —Sentenció, inmutable ante las expresiones de arrepentimiento, rabia o llanto de las otras— ¡Zacharius, Berner, ahora ya ven lo útiles que son estas esposas durante la guardia! ¡Nunca se sabe cuándo se las necesitará! —Indicó al primero que además tomara las de su amigo, para que procediera con el arresto y él mismo le colocó unas a la principal ejecutora de mi castigo— ¡Andando! ¡Zacharius, venga conmigo! ¡Berner, encárguese de que Hange reciba atención médica! —la orden fue acompañada por una exhortación a reunirse con él y Mike, apenas me dejara en la enfermería.
Observé de soslayo el odio acérrimo en los semblantes de las chicas y cómo eran trasladadas hasta la prisión de los reclutas. Recuerdo que deseé no tropezarme con ellas más adelante, o las peleas tendrían el sabor de la muerte. Apenas doblaron el corredor, Moblit no pudo contenerse más, alzándome la barbilla con su índice contempló mi rostro, preocupado. Fue la primera vez que lo miré directo a los ojos y no mediaban los lentes. Conociendo su extraña fascinación por mí lo evité mientras pude; reflejarme en ellos equivalía a conocer el alma de un hombre y enfrentar una intimidad para la que mi juventud no estaba lista. Momentáneamente seducida por el bello contraste de aquellos tonos pardos y amarillos, reconocí el arrojo y nobleza, la candidez y aplomo en sus iris de lince. Amparada en mi debilidad por Erwin, logré apartar la incómoda sensación de que terminaría por gustarme… Error, YA me gustaba.
Sus pulgares limpiaron las comisuras de mis labios, que habían sufrido pequeños cortes y manaban hilos de sangre.
—¿Está bien, Hanji-san? —preguntó, formal. Desde que nos conocimos, era incapaz de dirigirse a mí de otro modo, aunque yo le hablara con plena confianza— ¿Cómo pudieron llegar a esto?
—Se las arreglaron para sorprenderme —intenté sonreír y tranquilizarlo—. Tuvimos algunas diferencias de criterio sobre mi género —con bastante desenfado abrí el rasgón de la camisa.
—¿Sobre qué? Ah…
Enrojeció al notar mis pechos cubiertos por la faja, quizás no fuesen voluminosos, pero nacimiento y curvas estaban definidas. No sabía cómo disculparse, retraído ante la súbita visión; se quitó el manto con ademán nervioso, y cubriéndome en el acto, evitó la tentación de mirar hacia donde no le correspondía. Si bien mantuvo su brazo alrededor de mis hombros, apoyando la gruesa tela para que no se deslizara. Su reacción me resultó graciosa, y tuve la corazonada de que a pesar de la edad, el innegable atractivo y su agradable corpulencia, aún era virgen; estatus nada común en un soldado. Tal como dijeron mis compañeras, para él sólo había existido yo desde la presentación de los reclutas y me pregunté si de verdad esperaba iniciarse conmigo. El pinchazo de un apetito contenido, aún sin despertar, se sumó a la dolencia por las magulladuras.
Su voz me devolvió a la realidad, sacándome de aquellas peligrosas reflexiones. Me observaba con gentileza, y un celo como si temiera que alguien fuese a arrebatarme de su presencia—… Hanji-san, veo algo enredado en su cabello, ¿me permite?
Convine, todavía desconcertada por las nuevas sensaciones. El roce de sus dedos apartando las hebras hizo que tragara en seco. No era propiamente una caricia, pero la sentí tal cual.
—… ¿U-un cepillo?
—Vaya, lo había olvidado. El causante de la reyerta —dije tomando el objeto de sus manos, y por vez primera lo vi reír. Quise morirme, ¿dónde estaba Erwin Smith, para evitar que le robaran el corazón que le pertenecía por derecho? Aquello me dio soberbia y dominándome, reí junto con Moblit.
—¿Prefiere cambiarse antes de acompañarla a la enfermería? —preguntó tímidamente— No se preocupe, sabré justificar la tardanza.
—Estoy bien, puedo curarme sola. Dile a tu superior que preferí dormir, no abandonaré el dormitorio por si me necesita para la declaración.
Vimos regresar a Mike con aire de pocos amigos y aproximándose demasiado para mi gusto, me acercó la nariz al cuello.
—¿Uh? ¿Eh? ¡¿Qué rayos haces, libertino?! —le grité, sobrecogida por el contacto. A poco estuve de romperle el tabique de un puñetazo, de no ser por Moblit, que me sostuvo la muñeca a tiempo.
—Ah, es la forma en que Mike socializa. Huele a las personas y se hace un criterio respecto a ellas —explicó, volviendo a rodearme con su brazo y apoyando la capa sobre mis hombros. Distinguí como intentaba cubrir del atisbo de Mike aquel escote improvisado en mi camisa y por ende, la visión de los pechos cubiertos por la faja. Suspiré, pensando qué criterio podía tener Zacharius por una olfateada, cuando había evidencias manifiestas de mi personalidad. De todas formas, agradecí haberme dado el baño—. Parece que le gusta.
—¿Q-que le gusto? —sonreí nerviosa y los observé por turno, irónica. La idea de añadir un tercer candidato a mi pequeña lista de intereses amorosos resultaba descabellada. Mike asintió devolviéndome la sonrisa, pero husmeó también a Moblit, haciéndolo sobresaltar.
—¡No lo malinterprete! Simplemente, le agrada y reconoce su inocencia en este caso —enrojeció al decirlo y ese gesto hizo que se viera muy simpático. Inmaduro para el amor, apenas conseguía encubrir sus sentimientos ante los demás—. Creo que lo mejor para usted sería regresar a su habitación, curarse y dormir. El juicio se realizará, si acaso, dentro de tres días.
—Moblit, el instructor no está muy satisfecho con tu retraso. Debemos elaborar el informe de lo sucedido —Zacharius le dio un palmetazo en el hombro, provocando que se apartara de mí y pudiéramos despedirnos. Luego se volvió para concretar—. Usted espere a que se le cite; la orden oficial es que permanezca sola en su dormitorio hasta el fin del proceso.
—Ya veo. Chicos, ¡gracias! —Le devolví a Mike la cortesía tomándolo por las solapas y aunque no conseguí alzarlo, sí lo atrapé con la guardia baja, dándole un sonoro beso en la mejilla. Abrió los ojos desmesuradamente y parpadeó turbado, luego emitió una especie de gruñido placentero. En el caso de Moblit, casi desfallece por la caricia. Pero yo estaba satisfecha de conseguir dos nuevos amigos.
Apenas entré a la habitación, encendí la vela del candelabro y me dispuse a renunciar a los pantalones. Reemplacé la camisa rota por otra limpia, decidiendo que no usaría más la faja, ni nada que reprimiera mi feminidad. Sintiéndome cómoda volví a la cama, ordené sábanas y mantas, que habían terminado hechas un embrollo sobre el colchón; mullí la almohada e incluso tomé dos en préstamo, buscando relajarme. Sin embargo, no conseguí dormir a pesar de la tranquilidad que inundaba el sitio. Dejando el lecho, fui hasta el escritorio y apenas me senté frente a él, tomé un libro académico que abrí al azar. Quería poner fin al hervidero de pensamientos que me atormentaba, el cargo de conciencia por ser tan débil ante las gentilezas de Moblit y el súbito abandono de quien consideraba el hombre ideal ¿Por qué no era inmune a las tonterías de la juventud, siendo muy distinta al resto de las chicas? ¿Acaso merecían tanto uno como el otro los minutos de cavilación que podía estarle dedicando a mis estudios? Resolví que mejor me concentraba en el volumen que tenía entre las manos.
—"Pese a la idea difundida de que los estrógenos no influyen en la excitación ni en el orgasmo en la mujer, los estudios han determinado que sí influyen en el apetito sexual…" ¡Oh, ya está bien, ¿no?! ¿Por qué tengo cinco tratados anatómicos fisiológicos? ¡Estudiaré algo bien denso, cálculo integral y topología algebráica! —de un manotazo arrojé al piso los textos de biología, dándome a buscar el tedioso libro de aritmética.
Los toques rápidos y suaves a la puerta me sobresaltaron. Estaba prohibido vagar por los dormitorios a esas horas, únicamente la guardia podía hacer sus recorridos a intervalos. Interrumpí la lectura para volverme y lanzar el volumen contra la hoja de madera.
—¡Quien sea, no pienso abrir! ¡Largo!
Escuché el tenue rumor de algo colocado sobre las losas y acto seguido, un pisar de felino, alejándose de mi alcoba. La curiosidad hizo efecto inmediato en mí, provocando que cambiara de parecer y fuera directo a la puerta. Sólo por el hecho de vestir una camisa que meramente cubría el inicio de los muslos, aparté unos pocos centímetros de la hoja.
Próximo al umbral, encontré un rollo de papel con una cinta amarilla.
Las galerías estaban desiertas y por más que traté de oír algún indicio de pasos, nada quebró el silencio. Cogí aquel mensaje, si es que lo era, sin pensarlo dos veces y retorné a la intimidad de mi alcoba. No demoré mucho liberando el pergamino de su atadura. Al abrirlo me llevé la más grata sorpresa. El dibujo reproducía un viejo grabado, en el que cierta guerrera humana conseguía someter a dos poderosos titanes, con la diferencia de que la mujer representada era yo.
—¿Uh? ¡Oye, esto está muy bien! —me sentí tan contenta, que fui a dormir con el regalo apretado contra mi pecho— ¡Vaya una idea genial, contaré titanes hasta que caiga rendida!
Al día siguiente, bien lo dijo Mike, fui llamada para declarar en el juicio. Moblit y él asistieron como testigos, exponiendo mi condición de víctima. No demoró mucho la sentencia del tribunal, donde se hallaba el instructor. Las reclutas serían expulsadas del ejército, sin derecho a presentarse nuevamente. Debo confesar que al mirar sus rostros avergonzados me sentí mal por ellas. Aunque me hicieran la vida imposible durante el poco tiempo que convivimos, de tener la facultad para revocar los eventos sin condenarme, las hubiese absuelto.