Felices fiestas a todos y a todas y feliz año nuevo. Que el nuevo año sea mucho mejor que el anterior y os traiga sorpresas agradables y felicidad.

Con este epílogo culmina el fanfic. Sé que no del gusto de todos, sé que incluso polémico, pero esta es una versión de una realidad como tantas otras. A veces sale bien, otras sale regular y la mayoría, para qué nos vamos a engañar, muy mal. Pero yo he tenido la suerte de conocer, gracias a mi trabajo como voluntaria, tanto víctimas como maltratadores y maltratadoras rehabilitados y sé que, en ocasiones, la historia puede acabar en perdón y en una auténticamente merecida segunda oportunidad.


Epílogo

El día de su boda, Inuyasha la sorprendió con un viaje a las Bahamas como regalo. Los niños se quedaron con sus abuelos y ellos se fueron de viaje de novios. Fue maravilloso. No tuvo nada que ver con aquella primera fatídica luna de miel. En aquella ocasión, él sí que fue el marido atento y profundamente enamorado con el que ella había soñado. La llevó a hacer excursiones, a los mejores restaurantes y le hizo el amor varias veces al día. Estaba extenuada cuando regresaron, pero feliz.

Yukino o Yuki, como la llamaban formalmente, nació el tres de abril, en un día radiante. Tenía los ojos de su padre, pero, por lo demás, era igualita que ella. Inuyasha estaba encantado por ese hecho. Decía que siempre había deseado tener una hijita clavada a su madre; jamás lo habría adivinado. Inuyasha siempre le había parecido la clase de hombre que solo desearía tener hijos varones; también parecía de esa clase de padre protector y cariñoso con sus hijas. El paso del tiempo le daría la razón.

Su primer año de matrimonio les sirvió para arreglar algunas conversaciones pendientes entre ellos y asentarse realmente como pareja. Así debió ser la primera vez. No era de extrañar que no funcionara en el pasado…

Las relaciones con la familia fueron a mejor. Rin, como de costumbre, era la más natural y espontánea. Inu No e Izayoi los visitaban con frecuencia y estaban encantados con su reconciliación. Inuyasha le confesó que estaba encantado de poder volver a sentirse cómodo junto a sus padres. Sesshomaru fue quien más difícil lo puso. No hizo más que poner pegas y trabas desde que recibió la noticia y no paraba de repetirle que lo llamara si Inuyasha se pasaba de la raya otra vez. Para la boda de Sesshomaru, por mandato de su esposa, se hizo una tregua que perduraría hasta que Sesshomaru sintiera que podía confiar en Inuyasha, lo cual al fin sucedió dos años atrás. Sonrió al recordar que ella también puso a Inuyasha en período de prueba.

Las dificultades de los niños se fueron paliando con el tiempo. Inuyasha consiguió que Setsu no repitiera curso y estuvo estudiando con él durante años para evitar que tuviera dificultades. Los profesores apreciaban mucho el esfuerzo que estaban haciendo en casa, y, con el paso de los años, su hijo empezó a sacar matrícula en todo. Kei, por su parte, ya no era nada tímido con su padre; lo había aceptado como un padre de verdad. Presenciar en primera fila el cambio en la relación que se sucedió entre los dos fue maravilloso.

Kikio Tama no pudo hacerles más daño, aunque se la volvieron a encontrar en más de una ocasión. Para su desgracia, descubrieron que, cuando Inuyasha la despidió y se ocupó de dar las peores referencias de ella, tuvo que huir hasta allí para poder esconder su desastroso currículum y encontrar trabajo. Decidieron no darle ninguna importancia al hecho de tenerla cerca. Eran felices, y ella no podía volver a romper esa felicidad o a desestabilizar su matrimonio. Si quería mirar, que lo hiciera. A ellos no les importaba.

El día de su primer aniversario, Inuyasha le dio toda una sorpresa con una fiesta al puro estilo de sus padres. Lo había organizado todo a sus espaldas e incluso le compró un precioso vestido para la ocasión. Ella lloró de felicidad cuando le prometió que cada año daría una fiesta así para celebrar su unión. Diez años después, seguía manteniendo su promesa: le prometió en sus votos matrimoniales que cuidaría de su matrimonio y lo estaba cumpliendo. La preciosa pérgola que había diseñado y mandado construir en el jardín para ella solo era una muestra más de su amor. Todas las noches se sentaban en la pérgola y miraban las estrellas juntos, tomando chocolate en invierno y limonada en verano. Era su rincón romántico.

Mientras se estaban sirviendo los postres en el comedor, se retiraron para acostar a su hija de diez años. Inuyasha había escogido un hotel restaurante donde pidió tres dormitorios conectados: uno lo ocupaban ellos; otro, los niños; y el otro, su hija menor. Tras darle las buenas noches, cerró la puerta que conectaba los dormitorios y suspiró.

― Creo que no voy a volver a bajar… ― musitó, agotada.

― Me quedaré contigo. ― admitió él sin apartar la mirada de ella.

― ¿Y los niños?

― Estarán bien, ya son mayores y no están solos. — le recordó — Mis padres les echarán un ojo hasta que se cierre el baile. Entonces, yo mismo bajaré a buscarlos.

Tenía razón. Sestsu y Kei ya eran dos adolescentes estupendos que empezaban a independizarse de ellos y a interesarse por el sexo opuesto. Eran tan guapos que no le sorprendía que siempre estuvieran acompañados por alguna chica.

― Te has esforzado mucho en organizar esta fiesta, no quiero que creas…

― ¿Que te lo has pasado tan bien que estás agotada? – terminó por ella — Cada año me supero más.

― Eso es cierto.

Lo miró completamente de acuerdo con lo que había dicho. Cada año se superaba más y más para hacerle olvidar al monstruo de sus pesadillas. Hacía tanto que no tenía pesadillas… Todo era gracias al esfuerzo que ambos estaban haciendo. Si bien no siempre era perfecto, pues Inuyasha aún tenía demonios de la culpabilidad a los que enfrentarse y ella miedos irracionales que no lograba desterrar, habían alcanzado un modo de vida por el que nunca habría apostado ni un céntimo. No se podía olvidar, pero… se podía cambiar tanto… y se podía perdonar tanto…

Los dos habían cambiado y los dos habían tenido que perdonar muchas cosas; algunas de ellas serían consideradas como imperdonables por muchos. Ojalá Inuyasha, algún día, pudiera perdonarse a sí mismo por completo, y ojalá ella pudiera hacer exactamente lo mismo consigo misma. Esa era la parte más difícil de su historia: ser capaces de perdonarse a sí mismos.

Le rodeó con sus brazos, hundió la cabeza en su pecho y suspiró contra él, sonriendo al sentir como su marido también la estrechaba entre sus brazos. Quizás les costara el resto de su vida, pero terminarían por curarse por completo. Estaba a punto de transmitírselo a Inuyasha cuando sonaron los teléfonos de ambos al mismo tiempo. Era el sonido de un mensaje; seguramente, del grupo que compartían con sus hijos.

Inuyasha sacó el móvil y ojearon juntos la pantalla. Setsu y Kei pretendían escaparse a otra fiesta con un par de chicas que habían conocido en los baños. Subieron un selfie que se habían sacado con ellas para demostrarlo. Eran muy guapas y parecían simpáticas.

— ¿En el baño? — Inuyasha frunció el ceño — No me gustan esas chicas. ¿Qué clase de chicas se conoce en un baño?

— Supongo que habrán coincido en el pasillo, haciendo la cola…

— ¿Y se han puesto a ligar? ¡Adolescentes!

— ¿Acaso has olvidado que tú eras un auténtico picaflores a su edad?

¡Y qué celosa estaba siempre por aquel entonces! Deseaba tanto que Inuyasha ligara con ella y no con las otras que, cuando le pidió aquella primera cita, creía estar soñando.

— Creo que será mejor que me dé una vuelta por ahí abajo, para asegurarme de que todo está en orden. — se excusó — No tardaré demasiado.

Tras darle un suave beso, se marchó murmurando algo sobre unas estafadoras profesionales. Ella se quedó mirando la puerta hasta mucho después de que se marchara, mientras una sonrisa se iba dibujando en su rostro. Años atrás, creía que le estaba dando una segunda oportunidad a Inuyasha, pero, en realidad, se la estaba dando a toda su familia, incluida ella misma. Todos merecían esa segunda oportunidad.