PRÓLOGO

Los personajes pertenecen a Stephanie Meyer pero la historia es de mi completa autoría.

Estaba siendo un día de mierda. Uno de esos días, en los que lo mejor hubiese sido no levantarse de la cama, y las cosas iban a empeorar aún más.

Desde que había puesto un pie en la calle ese día, se habían sucedido una serie de catastróficas desdichas. Su coche había muerto cuando apenas había recorrido dos manzanas de distancias. La muerte de su vehículo había sido literal; de repente escuchó un ¡Boom! Y empezó a salir humo de la parte delantera. La cantidad de humo iba aumentando a medida que la velocidad de su coche iba disminuyendo hasta hacerla quedar parada en mitad de la carretera.

Si solamente se hubiese quedado parada no habría tenido mayor problema, pero cuando te quedabas tirada en mitad de una de las principales arterias de la ciudad de Nueva York y provocabas un atasco monumental, las cosas se complicaban.

Tuvo que escuchar como la gente, sobre todo taxistas le gritaban todo tipo de improperios, e insultos desagradables. Por si eso fuera poco, tuvo que soportar al conductor de la grúa divagar sobre la falta de conocimientos que tenían las mujeres acerca de mecánica y aguantarse las ganas de mandar a paseo a ese estúpido machista puesto que era el único que podía mover su coche y deshacer el caos que ella, de manera involuntaria, había provocado.

Treinta minutos más tarde, con su coche de camino al taller, consiguió meterse en una boca de metro y tomar la línea que la llevaría directo a su trabajo. Trabajo al que por cierto llegaba casi una hora tarde.

Trabajaba en una empresa de telecomunicaciones como recepcionista en el área de atención a clientes, es decir, se pasaba la mayor parte del día atendiendo quejas de clientes insatisfechos con el servicio prestado.

Sin duda, no era su empleo soñado, pero le ayudaba a pagar las facturas. Tenía una licenciatura en administración, pero no había conseguido abrirse un hueco en ese mundo, por lo que tuvo que conformarse con lo primero que encontró.

El vagón se detuvo e Isabella abandonó la estación de metro y aceleró el paso para llegar hasta la oficina. Su estómago le dio un vuelco al pensar en la imagen de su jefe, que debía estar esperándola impaciente.

Cayo Voulturi era un cincuentón acomodado en su puesto y que se divertía atosigando a sus empleados, mejor dicho, empleadas, aprovechándose de su cargo.

Inspiró y entró en el edificio. En cuanto abrió la puerta de la oficina, divisó la figura de Cayo que la miraba fijamente, expectante, con los brazos cruzados sobre el pecho y una ceja enarcada.

—¡Buenos días, señorita Swan! Gracias por honrarnos con su presencia, aunque sea una hora tarde. —Saludó burlón.

—Lo siento, señor. El coche me ha dejado tirada en mitad de la calle, no he podido llegar antes. —Intentó explicarse.

—Una lástima —Dijo chasqueando la lengua— ¡A mi despacho! —Bramó girándose e invitándola a acompañarle.

Bella se quitó el abrigo y lo dejó de cualquier manera sobre su asiento para dirigirse hacia el despacho de Cayo.

—¡Suerte! —Susurró Dimitri, su compañero de trabajo.

Isabella sonrió a modo de agradecimiento y se adentró en la guarida del lobo, como solían llamar ella y el resto de los trabajadores al despacho del jefe.

—Cayo, siento mucho haber llegado tarde, pero lo compensaré recuperando esa hora al final de la jornada laboral.

—Ese no es el problema, Bella. Tus resultados no están siendo buenos. El porcentaje de conflictos resueltos favorablemente en tu expediente ha disminuido drásticamente. Uno de cada tres clientes que atiendes nos abandona.

—Yo no tengo la culpa de eso. Siempre les atiendo de manera amable e intento ofrecerles lo mejor, pero si la compañía no mejora los problemas con la cobertura, nosotros estamos atados de pies y manos. Las personas viven conectadas a sus teléfonos y si no pueden hablar o tener internet dónde y cuando quieran, se marcharán a otras compañías que si puedan ofrecerles esa seguridad.

—La cuestión es que…, yo debo informar a mis superiores de los resultados obtenidos y los tuyos no son precisamente buenos. Si mis superiores ven tu informe probablemente decidan prescindir de tus servicios.

—¡Lo que me faltaba! —Pensó Isabella sin llegar a verbalizarlo. No solo había perdido su coche, si no que ahora estaba a punto de perder su trabajo.

—Aunque estoy seguro de que podemos hacer algo para solucionarlo. —Dijo Cayo acercándose hasta ella y caminando a su alrededor.

—¿A qué te refieres, Cayo?

—Bueno, me has dicho que con los clientes siempre eres amable e intentas ofrecerle nuestros mejores servicios, tal vez…podrías hacer conmigo lo mismo. —Sugirió acariciando un mechón de su melena castaña.

—¿Qué…quieres decir? —Preguntó Bella titubeante mientras que se alejaba de él deshaciéndose de su contacto. No le gustaba nada el cariz que estaba tomando la conversación.

—Lo que quiero decir, es que, si tú me ofreces algún aliciente, algo que me motive a tenerte aquí en la oficina, yo podría manipular tu expediente y hacer que te quedes aquí.

Isabella sintió como se congelaba ante las palabras de Cayo. Acababa de tomar consciencia del significado de sus palabras y la mirada lujuriosa y hambrienta que él le estaba dirigiendo, confirmaba sus sospechas.

—Lo siento Cayo, pero no soy de esas. —Le espetó apartándose de él— Haré como que no he escuchado lo que acabas de decir. Por mi puedes mandar ese expediente. Si mi etapa en esta empresa ha llegado a su fin lo aceptaré.

Bella avanzó intentando salir de la oficina, pero Cayo se abalanzó sobre ella y la agarró forzándola para besarla.

—¡No, no! —Gritaba intentando deshacerse de su agarre.

—Vamos, Bella. No seas tonta, lo vamos a pasar muy bien. —Cayo consiguió apoderarse de su boca y comenzó a besarla, pero Bella, mordió sus labios haciendo que se separase de ella.

Bella elevó la rodilla hasta golpear la entrepierna de su jefe haciéndole caer y aprovechó el momento para salir huyendo de allí.

—¡Maldita zorra! ¡Estás despedida! ¡Despedida! ¿Me oyes? —Gritaba Cayo limpiándose la sangre que emanaba de su labio inferior. Aún permanecía doblado sobre si mismo, intentando recuperarse del golpe— ¡No se te ocurra volver a poner un pie en esta oficina o yo mismo me encargaré de echarte!

Las palabras de Cayo cada vez sonaban más difusas media que se alejaba y abandonaba el edificio. Ni siquiera era consciente de haber salido de ese despacho corriendo, ni del momento en el que tomó su abrigo y su bolso ante la mirada sorprendida de sus compañeros.

El aire frio de la ciudad le dio de lleno en cuanto alcanzó la calle. Solamente en ese momento fue consciente de que estaba llorando. Nunca pensó que su jefe pudiese llegar a la acción. Tanto ella como sus compañeras habían soportado sus insinuaciones, pero en el fono creían que era inofensivo, aunque ella misma acababa de comprobar que no era así.

Se limpió el rostro y se puso de nuevo el abrigo. Lo único que quería era llegar a su casa, darse una ducha caliente y esperar que Jacob llegase a casa para refugiarse en él.

Jake, su novio. El hombre del que estaba completamente enamorada desde hacía cuatro años y con el que pensaba formar una familia. Precisamente, los planes que tenía con Jacob habían sido el único motivo por el que aguantaba ese trabajo, trabajo que ya tampoco tenía.

Ambos querían mudarse a una casa, dejar el pequeño apartamento que compartían, casarse y formar una familia. Pero para eso se necesitaba dinero y con el sueldo de Jacob no les llegaba.

Trabajaba como contable en una asesoría, y aunque estaba bien remunerado, no era suficiente para cumplir todos sus sueños. Su jornada laboral era de ocho a cinco, por lo que aún no estaría en casa, pero mejor así. De esa manera le daría tiempo a calmarse antes de contarle todo.

Tomó el metro de vuelta, esta vez sin prisas. Asimilando todo lo que había ocurrido en esas últimas horas. Lo lógico sería ir a denunciar a Cayo, pero no se encontraba con fuerzas. Quería encerrarse en su casa y olvidar todo lo ocurrido.

Llegó al portal de su edificio y subió las escaleras que la llevaban a la segunda planta. En cuanto abrió la puerta se dio cuenta de que algo no iba bien: la televisión estaba encendida, y el equipo de música sonaba inundando la estancia. Observó la chaqueta de Jacob tirada sobre el sofá, y un par de metros más allá su corbata. La puerta de la habitación permanecía cerrada, algo que era extraño, pues Jacob siempre la dejaba abierta.

Bella se acercó para abrirla, pero las palabras que escuchó salir de allí la hicieron agarrar más fuerte el tirador de la puerta.

—¡Oh, sí, Jake! ¡Más duro, sí! ¡Más fuerte! —Gritaba la mujer extasiada.

—¿Así, nena? ¿Así te gusta? —La inconfundible voz de Jacob llego hasta ella.

Sin querer retrasar más el momento, abrió la puerta de la habitación y se encontró a su novio, desnudo, penetrando de manera desenfrenada a una mujer que lo aferraba con sus piernas por las caderas.

—¡Sí, Jake, sí!

En ese momento fue cuando reconoció la voz de la mujer. Era Leah, su vecina. Aquella a la que su novio había llamado tantas veces hippie desquiciada, aquella que supuestamente era insoportable y le sacaba de sus casillas, aquella, que ahora mismo alcanzaba el orgasmo con el miembro de él en su interior.

—¡Oh Dios! —Jadeó Bella tapándose el rostro con las manos.

Fue su estremecimiento el que hizo reaccionar a la pareja que aún continuaba follando en su cama.

—¡Mierda, Bella! —Jacob salió del interior de su amante e intentó cubrirse son la almohada. Sin embargo, Leah, permanecía tumbada boca arriba, esbozando una placentera sonrisa, recuperándose aún de los últimos retazos de su orgasmo.

—No te acerques a mí! —Gritó Bella al ver como Jacob avanzaba desnudo hasta ella.

—¡Esto no es...!

—¡No te atrevas a decir que no es lo que parece! ¡No me ridiculices más! ¡No te rías más de mí! —Continuó gritando, dirigiéndose a la salida.

—¡Bella, por favor!

Isabella se detuvo en seco al escuchar la suplica de él. Sintió como una oleada de furia la invadía y de repente actuó; tomó la figura de cristal que la madre de él les había regalado el año pasado por navidades y volteándose la lanzó con todas sus fuerzas.

—¡Cabrón! —Gritó observando como el cristal se hacia añicos a escaso centímetro de su cara.

Bajó las escaleras corriendo, sin pensar, sin sentir. Ese mismo día había perdido su coche, su empleo y a su novio. Su vida se estaba desmoronando por momentos.

Tan sumida iba en sus pensamientos y en su dolor, que ni siquiera se fijó en que el semáforo que regulaba el paso de peatones para cruzar la calle estaba en rojo, mucho menos vio el volvo plateado que se dirigía hacia ella y solamente fue consciente de que algo iba mal cuando escuchó el chirrido de las ruedas frenando a su lado. Cerró los ojos en previsión de lo que se avecinaba.

Sintió como el metal golpeaba su cadera, no excesivamente fuerte, pero si lo suficiente como para derribarla.

El frio del asfalto contactó con su espalda, todo su cuerpo se entumeció. La sangre golpeaba fuertemente su cabeza. Gritos, voces, coches pitando…y de repente esa voz.

—¡¿Estás bien?!¡Por Dios, te juro que he intentado frenar!, ¡Abre los ojos! ¿Estás bien? —Pedía de manera exigente esa aterciopelada voz.

Isabella abrió los ojos y se encontró con una preocupada mirada verde que la observaba con preocupación.

—No. —Susurró a media voz antes de volver a cerrar los ojos.

No estaba bien. No podía estarlo después de todo lo ocurrido. Su día había sido una mierda y para terminar con broche de oro, acababa de ser atropellada por un coche.

Su vida se acababa de ir al garete... ¿O no?

¡Hola! ¿Qué tal todo?

Aquí empieza una nueva aventura. El día de Bella ha sido una mierda, hablando claro, pero… ¿Mejorará la situación? ¿Es esto el fin o solo el principio de algo nuevo?

Espero que le deis una oportunidad a esta historia.

Las actualizaciones serán todos los viernes y como siempRe participaré en la iniciativa del grupo Elite Fanfiction Martes de adelantos, donde cada martes tendréis un pequeño avance de lo que nos deparará el capítulo de cada semana.

Muchas gracias a todos y espero leer vuestras impresiones y que esperáis de esta historia en los reviews.

Un Saludo.

Missreader28