V. Katsuki

Dans cette douce souffrance
Dont j'ai payé toutes les offenses
Écoute comme mon cœur est immense
Je suis une enfant du monde


En el momento en el que lo tuvo enfrente, sintió que le flanquearon las piernas. «No dejes que nadie lo note, Katsuki». No era como que hubiera pensado que jamás volvería a verlo: uno siempre acababa encontrándose a los enemigos. Pero tan pronto no sabía qué hacer. El verano apenas empezaba a morir en las hojas de los árboles, faltaba tiempo para el invierno. El día del solsticio aún estaban besándose, aún había bailado. Primer y último baile. Se dijo.

Lo encaró sabiendo que tenía a Deku y a Kirishima tras él. Y a los lobos. Todos transformados. Shouto Todoroki tenía a cinco guardias detrás y una mirada orgullosa e inexpresiva. La mirada de siempre. Katsuki no se detuvo a examinarla, con miedo de encontrar un reconocimiento que no sabía si quería, si podía soportarlo. Ya le temblaban las piernas y se estaba esforzando demasiado por aparentar tranquilidad.

Qué tranquilidad había si el ejército del Rey Vampiro estaba a las orillas del bosque de Yuei.

Shouto estaba tal y como lo recordaba: la misma máscara sobre el ojo izquierdo, el mismo chaleco azul, el mismo porte. ¿Lo vería diferente? Era obvio que estaba diferente. Podía ser el mismo rostro —los mismos ojos rojos, el mismo cabello rubio parado y rebelde—, pero ya no llevaba el uniforme de la guardia. A cambio tenía el pecho lleno de ornamentos de la manada y una capa roja raída de debajo de enredarse siempre en las ramas. El pecho descubierto. Unos pantalones viejos con unas botas igual de viejas. Una espada en su cintura, metida en la vaina.

Era un lobo. No un guardia real.

—Katsuki.

—Su Alteza.

No lo llamó Shouto.

Le devolvió la cortesía buscando en su mirada alguna clase de reconocimiento, aunque fuera un gesto dolido. Pero Shouto Todoroki era tan difícil de leer como siempre.

Una cualidad muy buena en una guerra, tuvo que aceptar Katsuki.

—Mi padre está dispuesto a perdonar a los habitantes del bosque —empezó Shouto, sin cambiar el gesto—, si le devuelven lo que es suyo.

No quitó los ojos de Katsuki, pero él supo perfectamente a lo que se refería. Volteó un poco la vista hacia atrás, hacia Kirisihima, que tenía los ojos entrecerrados. Para la expresión usualmente afable del dragón —a la que se había acostumbrado a costa de verlo libre—, aquel era un cambio significativo.

—El dragón —adivinó.

—También otra cosa —dijo Shouto. Katsuki tuvo un presentimiento, no uno bueno—. Tiene otra condición.

—Se supone que sólo debo decírtela a ti.

—Tira la espada —espetó Katsuki— si quieres que me acerque.

—Lo mismo digo.

Hubo un silencio hasta que finalmente Katsuki se desabrochó el cinturón y lo dejó caer al suelo. Shouto Todoroki hizo lo mismo. Y, quizá por qué era muy estúpido o muy confiado —o porque quería confiar en el príncipe vampiro—, sacó una estaca que tenía en la pierna, por seguridad y la tiró también.

Luego se acercaron.

Shouto Todoroki seguía oliendo a vampiro y el olor lo intoxicaba. No era un olor agradable para los lobos, apestaba demasiado a sangre seca, pero Katsuki se había acostumbrado a él a fuerza de estar piel contra piel, a fuerza de los besos, de sus labios en el cuello de Shouto Todoroki. Intentó no pensar en eso.

Eran enemigos.

Pero después de unos pasos lo tuvo tan cerca que sentía que las piernas le temblaban aún más. «Contrólate».

Shouto Todoroki le agarró un brazo, acercó sus labios a su oído. Nadie más que él fue testigo de las palabras del príncipe.

—Tengo un plan. Pero tienes que capturarme. —Katsuki abrió mucho los ojos. Los guardias de Shouto lo vieron, pero no se extrañaron, así que supuso que su gesto estaba acorde a lo que el príncipe debería estar diciéndole—. El Rey todavía está lejos, Katsuki, pero tengo un plan; lo juro.

—También me quiere a mí.

—Insiste en que le robaron un licántropo —confirmó Shouto—. Por favor. Quieres matarlo. Sé cómo.

Era demasiado tentador. Katsuki se recordaba diciéndole que, el día que quisiera destrozarlo todo, lo buscara. Así que había cumplido su palabra. Una de sus manos se dirigió a su espalda. Hizo una seña apenas perceptible que supo que Deku vería. «Alerta», quería decir. Y también que estuvieran listos para atacar.

Los guardias que acompañaban a Shouto Todoroki, que reconoció como la misma guardia del rey, no alcanzaron a verlo.

—Muy bien —concedió—. Espero que sepas actuar.

Fue rápido. Aferró uno de los brazos de Shouto para hacerlo hacia atrás de él y sé hasta dónde estaban sus armas, unos pasos más atrás. La guardia no tuvo tiempo de reaccionar cuando le puso la estaca en el cuello a Shouto, que no se resistió.

Sonrió.

Los guardias se quedaron congelados un momento, sin saber qué hacer. Él por su parte, se alegró de haberle advertido a Deku lo que estaba a punto de pasar.

—No los dejen vivos —espetó.


No apretó más de lo necesario la cuerda con la ató las muñecas de Todoroki. Odiaba sentir que estaba haciéndole algo que odiaba a una persona mínimamente decente. Lo odió un poco más cuando una de las yemas de los dedos de Shouto acarició levemente una de sus muñecas. Se obligó a ignorar el contacto y levantó la vista. Ante el resto de la manada, el príncipe vampiro tenía que dar la impresión de prisionero. Shouto no se opuso. Los siguió de regreso al campamento donde se habían quedado todos los guerreros. No cambió la expresión de la cara ante las miradas curiosas de la gente, ante los gritos. Ni siquiera cuando alguien le aventó algo.

—La gente odia a los vampiros por aquí —comentó Katsuki.

Shouto no respondió. El lobo supuso que ya lo esperaba.

Se separaron de la multitud.

Katsuki se hartó del silencio. Nadie estaba cuestionando lo que había hecho, aunque para entonces Midoriya ya debería de estarle preguntando cosas. Quizá Kirishima lo entendería más —después de todo, sabía más cosas—. Jirou seguía transformada en lobo y Kaminari se miraba los dedos. Katsuki bufó ante tanto silencio.

—Ustedes dos —se dirigió a Jirou y Kaminari—. Busquen a Aizawa, díganle que es urgente. Seguro alguien ya le fue con el cuento de que tengo prisionero al príncipe vampiro. —Los dos asintieron. Cuando se fueron, Katsuki clavó su mirada en Shouto—. Tienes un plan, ¿no? Empieza a hablar antes de que me arrepienta de confiar en ti.

—Puedo darte una oportunidad de matarlo —dijo, simplemente. Miraba al piso, hasta sus botas, azul oscuro, también como el chaleco. Sus manos, atadas, descansaban sobre sus piernas—. Sé exactamente cómo funciona su cerebro, Katsuki. Sé dónde estará.

—¿Cómo sé que esta ves funcionará?

—Hace tiempo que no consume sangre de dragón. —Shouto alzó la vista y la fijó en Kirishima—. El efecto no dura para siempre.

—¿Hay un plan o…?

—Tengo un plan.

No parecía muy seguro.

Katsuki apretó los labios. Ya sabía lo que le estaba pidiendo desde el momento en el que le dijo que, el día que tuviera ganas de destruir todo, lo buscaría: asesinar a su padre. No comprendía su todavía había algo sentimental allí, alguna conexión. Pero tampoco entendía cómo carajos un vampiro podía tener descendencia de alguna clase, así que había cosas que simplemente no se preguntaba.

—Sólo cuenta el plan. Deku puede mejorarlo. O proponer algo mejor. Sólo considera algo —advirtió Katsuki—. Si se te va a ocurrir ser la carnada, mejor no digas nada.

Shouto Todoroki negó con la cabeza.

—¿Y bien? —preguntó Deku.

Les contó el plan.


No era un plan horrible, conclusión de Katsuki. Incluso Aizawa, una vez que Deku lo refinó y le agregó algunas cosas, lo aprobó.

Aizawa. Aquel hombre lo había entrenado. También a Izuku. Pero a él siempre le había exigido mucho más. Quizá porque Midoriya no tenía su temperamento, porque se había acostumbrado mejor al entrenamiento, porque le había demostrado a Katsuki que incluso las personas que no tenían magia servían de algo. Katsuki en cambio siempre había estado enojado, siempre había estado convencido de que era el mejor, hasta que Aizawa había llegado a patearle el trasero una y otra vez.

Shota Aizawa le había enseñado a aprovechar sus sentidos de licántropo cuando estaba peleando con alguien, aunque no estuviera transformado. No, no le había enseñado, se corrigió Katsuki: lo había forzado a hacerlo.

—Fue una decisión impulsiva.

Ya lo sabía. No necesitaba que se lo dijeran. Pero que Aizawa lo remarcara lo obligaba a hacerle frente a eso.

¿Por qué lo había decidido? Podría haber esperado. Podría haberle propuesto otro encuentro donde le daría una respuesta. Pero no, había tenido que seguirle la corriente. ¿Qué significaba aquello? Ya había perdido los estribos pensando en lo mucho que no odiaba a Shouto Todoroki.

—Ya lo sé. —Una pausa. Al parecer Aizawa esperaba que se explicara más—. No es un mal plan. Si funciona, nos ahorraría una batalla. Creo.

—No seas tan ingenuo. Nos va a comprar tiempo. Los clanes seguirán existiendo aún después de Enji. ¿Qué te dije la primera vez que partiste con la misión de matar a Enji Todoroki?

—Que sólo nos compraría tiempo —repitió Katsuki, de memoria.

—Sí. Matar a la cabeza nos da tiempo. Nos da la oportunidad de aprovechar el caos. No es el fin.

—Es el medio.

Lo sabía. El fin era poder volver a vivir en paz. Pero de alguna manera había esperado que al matarlo, todo empezara a arreglarse de alguna manera, al menos en sus momentos más ingenuos. Katsuki alzó la vista hasta ver a Shouto Todoroki. Deku seguía hablando con él.

—Tenemos que esperar a mañana por la noche —dijo—. ¿Qué hago con él?

Aizawa tuvo el descaro de encogerse de hombros.

—No sé. Tú lo trajiste. Asegúrate que nadie lo mate hasta mañana en la noche, porque con ese plan estúpido que tienen, lo vas a necesitar.

—No es un plan estúpido.

—Es impulsivo.

—Sí. Pero evita una batalla.

—Compra tiempo, Katsuki.

—¡Eso es lo que necesitamos!


En algún momento se quedaron solos. Porque Katsuki corrió a Deku, condujo a Shouto hasta la tienda que usaba para descansar en el campamento de La Manada antes de que se asomara el sol y ocurriera un accidente. Antes de que alguien tuviera tiempo de cuestionar lo que estaba haciendo.

Quería quedarse a solas con él.

Quería mirarlo a los ojos y preguntarle todas sus razones. Quería hablar de otras cosas. (Aunque Katsuki nunca tenía idea de cómo hablar de las cosas). Shouto Todoroki no dijo nada hasta que estuvo a cubierto.

Y entonces, cuando Katsuki oyó su voz, sintió que le temblaban las rodillas otra vez.

—Dijiste que cuando quisiera destruirlo todo, vinera a buscarte.

—¿Qué te hizo cambiar de opinión? —preguntó. Se sentó en el suelo, entre las cobijas, alejado de Shouto Todoroki, que todavía tenía atadas las muñecas para que no pudiera usar sus manos—. Antes no parecías…

—No quiero que Momo pase por lo que pasó mi madre.

—Así que yo no tengo nada que ver y creí que…

—Tampoco quiero que mi padre los ataque. Sabes cómo acabará eso.

—No, no sé, podemos ganar. Podemos aplastarlos, podemos…

—No lo harán. En una batalla, a campo abierto, no pueden. —Shouto sacudió la cabeza—. ¿De día? El ejército es temible. Mi padre lo hizo así. Y es el mejor estratega que conozco, Katsuki. ¿De noche? Los vampiros no sé quedan atrás. Van a la yugular. Y, de nuevo, no hay un estratega que iguale a mi padre. No lo vas a derrotar en el campo de batalla, Katsuki.

Sabía que tenía razón. Carajo, por eso había ido a matarlo en primer lugar.

—Bueno, yo no tengo nada que ver.

—No quiero que vuelvas a ese calabozo —musitó Shouto—. Pero Momo…, ella… Ella ni siquiera sabe.

—¿Qué?

—Katsuki, los vampiros no tienen hijos —dijo Shouto—. Ningún vampiro los tiene, excepto…

—Sí, sí, tu padre. Porque hizo algo.

—No soy un vampiro completo —musitó Shouto. Le salió baja la voz. Temblorosa. Para alguien que siempre tenía un tono tranquilo y sosegado, aquello fue una sorpresa—. No podría.

Katsuki se quedó sin palabras. Sin ninguna. Sólo abrió la boca por la sorpresa, buscando que su cerebro y su garganta conectaran.

—… ¿Qué?

Ni siquiera pudo gritar.

—Mi madre es mortal —explicó Shouto—. Llevó en su vientre a los cuatro hijos de un vampiro, hasta que mi padre estuvo satisfecho y decidió que yo iba a ser su heredero perfecto. Bueno, no sé si lo decidió o si fue porque mi madre se volvió loca.

Katsuki frunció el ceño.

—… ¿Qué?

—Sólo hay una manera que alguien como yo sobreviva en el vientre de su padre, Katsuki. —Intuía que la respuesta era horrible, aunque no tenía ni idea de qué podía ser. Pero tampoco quería oírla, porque probablemente lo iba a hacer odiar más al rey vampiro y odiar menos a Shouto Todoroki y no estaba seguro de si quería ninguna de las dos cosas. ¿Le cabía más odio dentro contra el Rey Vampiro? ¿Y podía afrontar el hecho de tenerle algo parecido al aprecio a Shouto Todoroki?—. Tienes que darle lo que necesita.

—Sangre.

La palabra le viene a la mente por inercia. Al ver los ojos de Shouto Todoroki, sabe que acertó.

Cuatro hijos. Nueve meses cada uno. No quiere ni pensarlo.

—Momo no lo sabe —le dijo—. Mi padre quiere que tenga a mis herederos para probar que es posible que una encantadora pase sus poderes a un niño vampiro. Y se me está acabando el tiempo para evitarlo.

—Joder.

—Sí.

—Así que, esta vez, ¿quieres destruirlo todo?

Shouto Todoroki se encogió de hombros.

—Sí.

Volvió el silencio. Se quedaron sin decir nada un rato, y el silencio pareció extender el tiempo. Katsuki se le quedó viendo a los labios, en la misma expresión de siempre. Se quedó pensando. En todos los momentos en los que se había quedado mirando al vacío pensando en él. En todas las ganas que le había dedicado a convencerse de que era su enemigo, de que lo odiaba, de que todo lo que había pasado en el palacio ya no significaba gran cosa, porque las circunstancias habían cambiado.

Pero se encontraba allí, de nuevo, enfrente de él. Tan vulnerable que le dolía. Así que se acercó, poniéndose en pie, hasta donde Shouto se había quedado parado, como salero, sin saber en dónde estar. Su mano se dirigió hasta la máscara que le cubría el lado izquierdo.

Y entonces recordó. La manera en que su pelo se desacomodaba cuando Katsuki hundía en él sus dedos. Las marcas —siempre momentáneas— que se le hacían en la piel cuando sus uñas le recorrían toda la piel, cuando sus dientes se hundían en su cuello y en sus hombros.

Sus dedos rozaron la máscara, como haciendo una pregunta que no se atrevía a verbalizar.

—Sí —dijo Shouto.

Katsuki se la quitó.

Puso las yemas de los dedos sobre la cicatriz.

Se acercó un poco más.

Su otra mano jaló de la cuerda con la que había atado las muñecas de Shouto Todoroki para obligarlo a acercarse a él, para quedar a milímetros de su rostro.

—¿Te acuerdas de lo último que te dije?

—Que dirías que sí cuando estuviera dispuesto a destruir todo.

—Pregúntamelo.

«Quizá sólo nos queda este día», pensó. Quería recordar a lo que sabían los besos de Shouto Todoroki, lo que se sentía recorrerle a besos la piel y ver cómo arqueaba la espalda mientras le clavaba las uñas en alguna parte del cuerpo y gemía su nombre. Su mano empezó a deshacer el nudo de la cuerda. Sus ojos se fijaron en los de Shouto.

—¿Puedo?

Katsuki cerró los ojos.

—Sí.

Shouto lo besó.

Fue exactamente como todos los besos hasta ese momento. La cuerda de las muñecas de Shouto cayó a un lado después de un momento, y Katsuki sintió sus manos en su cadera, sintió las uñas del vampiro clavarse en su piel.

Lo había extrañado. Por fin podía admitirlo, incluso ante sí mismo.

De un tirón se quitó la capa roja y de un par de tirones, mientras seguía besándolo, empezó a quitarle el chaleco azul y la camisa que llevaba. Quería hundirle las uñas en el pecho, desordenarle el cabello. Quizás sólo les quedaba ese día. Quizá después ya no podían hacerlo. Quién sabe en qué iba a acabar todo eso.

—Katsuki.

La manera en que dijo su nombre lo hizo detenerse y mirarlo.

—Te extrañé —confesó Shouto Todoroki—. Lo que sea que sea esto, lo extrañé.

Katsuki le sonrió, de medio lado, confiado. Siguió desvistiéndolo, llenándole el pecho de besos, dejándole que sus uñas se le clavaran a los costados, en la cintura, en la cadera. Y luego se dejó caer de rodillas. Miró hacia arriba y contuvo las ganas de reírse ante a expresión de Shouto Todoroki.

—¿Puedo?

El otro supo a qué se refería.

—Sí.


Despertó enredado entre las cobijas del suelo y el cuerpo de Shouto Todoroki, que dormía plácidamente a su lado. El príncipe vampiro tenía la cabeza en el pecho de Katsuki, que no podía moverse sin despertarlo. Por la rendija de la entrada se veía el sol en todo lo alto del cielo. Probablemente pasaba de medio día. Katsuki no podía moverse si no quería despertarlo. Y no quería.

Quería quedarse viéndolo dormir.

Era la primera vez en semanas que su cerebro no estaba gritando y que se sentía en paz.

Se quedó viéndolo dormir. Tenía el cabello rojo revuelto con el blanco, después de que Katsuki se lo había desordenado tantas veces la noche anterior. Su piel, sin embargo, seguía tan inmaculada como siempre. No había ni rastro de los dientes de Katsuki en ella. Movió una mano —la que estaba libre, la que no estaba presa del cuerpo de Shouto— y la dirigió hasta el cabello del vampiro.

Cerró los ojos y suspiró. Se le había olvidado lo que era que su cerebro no gritara, que sus pensamientos no lo abrumaran tanto.

No entendía demasiado bien lo que pasaba entre él y Shouto Todoroki. No sabía sí lo conocía bien o mal. Podía leer los cambios sutiles en su expresión, pero nunca sabía qué estaba pensando en realidad. Podía encontrar todos los lunares de su cuerpo, lo había oído decir su nombre entre gemidos. Pero no se sabía su historia. Sabía lo que otros decían sobre él.

Volvió a revolver —aún más—, su cabello. Resultaba incomprensible pensar que aquel joven que estaba durmiendo en su pecho, apaciblemente, con el cabello todo revuelto, era el mismo príncipe vampiro que estaba siempre impecable, que siempre parecía demasiado lejano a los mortales.

Y estaba allí entre sus brazos.

Shouto Todoroki abrió los ojos y alzó la vista para encontrarse con la mirada de Katsuki.

—¿Todavía es de día? —preguntó.

—Después de anoche, no puedes decirme que no vas a traicionar a tu padre por mí. Aunque sea un poco. —Katsuki no contestó la pregunta. La dejó pasar.

—Que buen concepto tienes de ti mismo.

—Sí.

Shouto se estiró un poco, moviéndose, para besarlo.

—¿Y qué si te digo que sí, quizá, un poco? —preguntó.

—Sería un halago. Aunque sea sólo una parte.

—Entonces sí, quizá, un poco. —Una pausa—. No eres la única razón, de todos modos, Katsuki. —Eso lo dijo más serio—. No te halagues tanto.

—Sigue siendo un halago. Tener un papel en que hayas traicionado al Rey Vampiro. —Se sentía como un triunfo—. Ayúdame a destruirlo todo. A evitar que los vampiros sigan masacrando todo. A evitar que tengamos que escondernos. A evitar que los dragones se extingan. —Hizo una pausa porque había algunas palabras que nunca le habían salido con facilidad, pero igual las dijo, aunque sintiera que lo estaban quemando por dentro—. Por favor.

—¿Por qué? Soy un vampiro…

—Me gusta cuando estás conmigo —admitió Katsuki—. Además, esto… —lo besó—, seguro puede destruir algo. Un vampiro y un hombre lobo. No es natural, ¿o sí?

Shouto no respondió. Se le quedó viendo. Y Katsuki supo que estaba sintiendo algo, pero no supo qué.

—¿Por qué quieres destruirlo todo?

—No sé. Me gusta. Todo merece perecer. Especialmente esta mierda de vida. Quiero ser libre. Quiero poder vivir en otro lado que no sea este bosque, quiero no tener que proteger a la gente de los vampiros todo el tiempo. Por eso quiero quemarlo todo.

No pudo descifrar la mirada de Shouto Todoroki, pero lo miraba como si fuera a llorar. Katsuki no supo cómo reaccionar.

—También quiero ser libre.

—Destruyamos todo, entonces —le propuso—, que todo arda.


—Katsuki.

Su voz lo sorprendió cuando volvió. Había salido, en la tarde, poco antes de que oscureciera y lo había dejado allí, al cubierto del sol. No sabía cómo funcionaba lo de no ser un vampiro completo, pero no iba a averiguarlo en ese momento. Lo encontró sentado, entre las mantas que eran el piso de aquella tienda, todavía. Katsuki no tenía demasiadas cosas.

—¿Creías que te había abandonado?

—Estaba empezando a considerarlo.

Diría que era extraño lo cómodo que se sentía cerca de aquel príncipe vampiro. Pero no lo era.

—Ya oscureció, nos estamos preparando —le dijo Katsuki—. Tu padre también. ¿Crees que intenten atacar?

—No si Kirishima los puede frenar antes. Y el hada. ¿Ashido?

—Ashido —confirmó Katsuki, que a duras penas, y sólo por un milagro, se sabía su nombre—. Ella y el dragón están en los lindes. Vigilan por si acaso. Junto con el resto de los lobos.

Varios guerreros se habían quedado en el campamento, algunas de las brujas, por si tenían que defenderlo. En el peor de los casos había que evitar que los vampiros se internaran más profundo en Yuei, en donde pudieran alcanzar a todas las personas que habían evacuado.

—Deku está esperando —le dijo—. Tenemos unos diez minutos, antes de tener que irnos.

Se había adelantado a posta. Quería esos diez minutos. Los que le había negado la última vez, los que había apresurado la última vez. Ya sabía que podía pasar si las cosas salían mal y, si pasaba —aunque Katsuki se negaba a pensar en la posibilidad, la única alterativa era matar a Enji Todoroki—, al menos quería el recuerdo de los últimos diez minutos que iba a desperdiciar con Shouto.

Nunca antes había tenido ganas de desperdiciar el tiempo.

Le extendió una mano.

Shouto la tomó y se levantó con el leve jalón de Katsuki. Cuando se hubo incorporando, Katsuki volvió a jalarlo para acercarlo a él y lo tomó de la cintura. Suspiró.

—Hay muchas cosas que no digo —le dijo— porque no sé cómo decir.

«Crecí con el odio», intentaba decirle. «Y el odio te alimenta porque ves morir a la gente y ves las masacres y el odio te sigue alimentando».

—Katsuki.

—Cállate, espera. —La voz le salió más dura de lo que esperaba—. No me interrumpas o nunca voy a decirlo. —Se le estaba calentando la cabeza, odiaba esa sensación—. No te odio. No sé por qué. Debería, quizá. Debería, ¿no? —Ladeó la cabeza—. Probablemente esto vaya a acabar mal. Lo que… Esto… Entre nosotros.

—Katsuki.

—¡Espera! Lo que quiero decir es que no me arrepiento de haberte conocido, idiota. —Lo suelta todo de golpe, porque si lo sigue interrumpiendo nunca va a decírselo.

Ojalá el mundo fuera otro.

Ojalá.

La mano de Shouto apretó la suya.

—Katsuki. —Fue casi un murmullo. El vampiro acercó su rostro hasta que estuvo a milímetros—. Dímelo cuando hayas acabado con mi padre.

—¿No me guardarás rencor por eso?

Una parte de Katsuki seguía dudosa de que Shouto Todoroki no fuera a sentir nada por lo que estaban a punto de hacer. Después de todo, había esperado hasta estar prácticamente acorralado para poder tomar una decisión.

La respuesta tardó más de lo necesario.

—No sé.

«No lo hagas».

Enji Todoroki no lo merecía. Lo que sí merecía era el olvido eterno, por todo lo que había causado, por todas las cicatrices que cubrían los brazos y los hombros de Kirishima, por todos los muertos, por todas las historias que había oído Katsuki —aunque fuera por casualidad, porque nunca nadie en su sano juicio se las contaba directamente— que incluían masacres de vampiros.

Se quedaron en silencio hasta que Shouto lo rompió.

—No aprendiste a bailar mientras estuviste en la corte.

—No tenía caso. —Katsuki chasqueó a la lengua—. No era necesario.

—Aquel baile…

—Fue estúpido —se apresuró a decir—. Y torpe.

—Me gustó.

«Y qué», pensó Katsuki. «Y qué si después casi me muero y todo se va al carajo y ni siquiera te dejé intentar enseñarme bien, porque estaba demasiado desesperado por cumplir una misión que se fue al carjo y…»

—Casi puedo oír tus pensamientos, Katsuki —lo interrumpió Shouto.

Katsuki lo besó, sin responder. Lo besó con una desesperación que no lo había besado antes, todo dientes, lengua y mordidas. Lo besó pensando que, si fuera la última vez que lo iba a hacer, tenía que ser un beso con el que quedara satisfecho.

Cuando se separaron, Shouto sonrió.

—¿Cuánto queda?

—No sé, cinco minutos. Y luego nos tenemos que ir. Todo tu maldito plan y de Izuku depende del tiempo.

O eran rápidos o su esfuerzo no iba a importar.

Shouto alzó un poco la mano que todavía tenía aferradas unas de las manos de Katsuki y puso la otra mano en su hombro, aprovechando que la de Katsuki estaba en su cintura.

—Bailar es como pelear. Como en un duelo —le dijo—. Y eres muy bueno, ¿recuerdas aquella vez que me ganaste?

—Soy mejor que tú.

Shouto no respondió a aquella afirmación.

—El baile y la pelea… son más parecidos de lo que son diferentes.

—¿Qué quieres? —preguntó Katsuki; empezaba a desesperarse porque Shouto llegara al punto. Detestaba cuando la gente le daba vueltas a las cosas.

—Un baile.

Katsuki respiró hondo.

—Sea —le dijo—. Será un desastre.

No se equivocaba. Pero si Shouto lo quería, se lo iba a dar.


Katsuki no tenía tiempo de pensar cuál era el estado del desastre en el frente, en las lindes del Bosque. Ellos habían entrado por la retaguardia, después de haber usado a Kirishima. Él prácticamente se había congelado después de volar entre las nubes. Culpa de la sangre caliente de las nubes. Deku había apretado los dientes y se había aguantado el frío, Ashido y Shouto ni siquiera se habían visto afectados.

(Deku podría haberse quedado atrás, pero había insistido en venir).

Kirishima y Ashido eran la distracción. Katsuki no le tenía respeto a los poderes de las hadas y de los dragones por nada. Su fuego podía acabar con los vampiros casi inmediatamente, era letal. Por eso los vampiros los habían masacrado. Las hadas eran temibles a su manera. Todas eran expertas en venenos (y podían secretarlos de su cuerpo).

Shouto y él estaban escondidos esperando a que el infierno se desatara.

Ni siquiera hablaban.

Los dos sabían que eso podría ser un fracaso, que era demasiado descabellado. Pero era su mejor oportunidad. Pasara lo que pasara. Se alejaron lejos de la retaguardia de las tropas vampíricas, esperando que se desatara el infierno. No sabían lo que estaba pasando al frente, pero quizá los vampiros empezaran a atacar. No había forma de saberlo.

Katsuki no pudo evitar morderse un labio. Era un gesto que odiaba y que le delataba el nerviosismo que sentía.

Sintió la mano de Shouto en su mejilla.

—No me distraigas.

Le salió la voz como un ladrido. La mano de Shouto se retiró inmediatamente.

—Están tardando —hizo notar.

Era una obviedad. Pero era cierto. Deku, Ashido y Kirishima estaban tardando más de lo necesario. Sabía que Kirishima temía que su fuego no funcionara como lo recordaba después de tanto tiempo de no usarlo. Nunca le había preguntado —porque ya no había ninguna necesidad—, pero suponía que habían usado alguna clase de magia para inhibir todos sus poderes. Por más que Kirishima intentara esconder el miedo detrás de las sonrisas que le dirigía a todo el mundo —especialmente a Deku—, si se fijaba el tiempo necesario, Katsuki todavía podía ver todo el miedo y todas las dudas.

—Estarán a punto —murmuró.

Pero también veía la desesperación por hacer algo, la valentía.

—Katsuki, no importa lo que pase…

—Ahora no te pongas sentimental —le espetó a Shouto, antes de que le soltara otro discurso que no necesitaba en ese momento. Lo miró—. ¿Nunca has visto mi forma de lobo?

Shouto Todoroki negó con la cabeza.

—Es magnífica —murmuró Katsuki.

Y se transformó.

En parte era para no tener que seguir respondiéndole, en parte simplemente porque quería estar listo. Cuando había estado como espía, lo que más había extrañado era hacer eso: transformarse, dejar salir al lobo. Las historias que la gente contaba sobre los licántropos que perdían su consciencia al transformarse eran mentira. Katsuki nunca lo había sentido. Él y el lobo seguían siendo la misma persona, la misma consciencia.

Era un lobo enorme, mucho más grande que cualquier otro. Color miel, ojos rojos.

Cuando se transformó, le puso atención a la expresión de Shouto. Las sutilidades de los cambios en su rostro, la manera en que sus labios se abrieron por la sorpresa, sólo unos milímetros. Y sus ojos.

Shouto alzó la mano, como pidiendo permiso para tocarlo.

—¿Puedo? —murmuró.

Katsuki buscó la palma de su mano con su cabeza.

Y, después, de eso, los gritos, el fuego, el calor. Tanto Katsuki como Shouto se distrajeron y voltearon hacia la dirección del ruido. Vieron a Kirishima, transformado en dragón, en el cielo, lanzar su fuego directo a las orillas del campamento de los vampiros.

—Vamos —dijo Shouto.

Katsuki movió la cabeza, en un gesto que le indicaba que se montara en su lomo. No le gustaba la sensación de llevar a alguien a cuestas y menos le agradaba tener el olor de vampiro tan cerca. Pero no quería perderlo, ni separarse.

No supo si Shouto lo entendió, pero le hizo caso. Tenía de guiarlo, después de todo. Cuando sintió como lo abrazaba del cuello, se echó a correr.


Los planes siempre salían mal en algún punto. Katsuki lo sabía. Lo tenía grabado a fuego. Aizawa se lo repetía una y mil veces. «No importa lo mucho que planees, siempre habrá algo inesperado». Mitsuki también lo decía, aunque de otra manera: «Espéralo todo: no seas imbécil». Todas las posibilidades. Shouto lo condujo entre el caos que creó el fuego de Kirishima y el veneno de Ashido —y, Katsuki quería suponer, cualquier cosa que hiciera Deku, porque ese idiota siempre tenía un as bajo la mano— hasta donde se había refugiado Enji Todoroki. Y luego todo había empezado a salir mal.

O más bien, había empezado a irse por el camino que Katsuki no esperaba.

Shouto se había quedado atrás, lidiando con la guardia de su padre. Le había abierto camino, pero lo había dejado solo.

Katsuki se había deshecho él sólo de un par de guardias de Enji Todoroki antes de llegar hasta él. Se transformó al verlo y aterrizó en los dos pies. No tuvo tiempo de reaccionar, de detenerse, de nada. Enji Todoroki era rápido. Apenas alcanzó a sacar la estaca que tenía atorada en su bota antes de que el vampiro se lanzara contra él.

—¿Vienes a buscarme? —preguntó.

Katsuki no le vio el caso a responder en ese momento, significaba perder el tiempo. ¿Qué ganaba diciéndole que iba a matarlo? El Rey Vampiro lo sabía y Katsuki se lo había repetido a si mismo hasta el cansancio, hasta que su cabeza le había gritado de desesperación.

Respondió al ataque. A pesar de que ya lo sabía, si fue una sorpresa constatar que ya podía hacerle frente a la fuerza del Rey Vampiro. Ya no tenía acceso a la sangre de un dragón, ya no era invencible. Aquello lo hizo confiarse un poco más, sentir que sabía lo que estaba haciendo.

Sólo tenía que clavarle la estaca en el corazón.

Vio su oportunidad cuando el mismo Rey Vampiro dejó sin protección su lado izquierda, al abrir los brazos, buscando atacarlo. Se le abalanzó encima.

—¡MUERE!

No alcanzó a clavarle la estaca en el corazón.

En vez de eso, sintió el filo de una daga en su costado. Enji Todoroki se la había clavado usando su mano izquierda. El dolor fue inmediato. No, no sólo dolor. Ardor. Un ardor que se le extendió por todo el cuerpo en un momento y lo hizo soltar un alarido involuntario y arquear la espalda. Casi soltó la estaca, pero la aferró en la mano. Sin embargo, el rey vampiro aprovechó el momento para retorcer la daga dentro de él, porque Katsuki se quedó paralizado del dolor.

«Acónito», pensó.

No, no, no podía ser. No acónito. Por el dolor que sentía, además la daga era de plata. Y la cantidad de acónito era letal. Sintió la tentación de entrar en pánico, pero todavía tenía la estaca en la mano, aferrada apenas con las yemas de los dedos y Enji Todoroki estaba ganándole. Cuando la creía que estaba ganando, cometía errores.

(Le había ganado a Shouto desde el piso, ¿no? Cuando todas las posibilidades estaban en su contra. Esto era lo mismo).

Aprovechó una distracción del Rey Vampiro, aferró el brazo que tenía la daga clavada en su cuerpo, para que Enji Todoroki no pudiera moverlo y luego, con la mano que tenía su estaca, se movió lo más rápido que pudo, aunque el dolor lo estaba paralizando. Se la clavó justo a la altura del corazón.

Supo que lo tomó por sorpresa por la expresión que puso. (Dolorosamente parecida a la sorpresa de Shouto).

—Mue… re… —Ya no tenía fuerzas.

Pero Enji Todoroki se murió.

No había nada como una estaca en el corazón.

La piel se le empezó a agrietar y la fuerza que estaba haciendo en la daga que estaba al costado de Katsuki. Él por fin pudo moverse unos pasos hacia atrás y vio caer el cuerpo ante sí. Una de sus manos buscó la daga y la sacó, pero el dolor y el dolor no se fue. Sentía el acónito extenderse por su organismo.

La vista se le estaba nublando. Todo el esfuerzo que había estado haciendo hasta ese momento se le había ido.

Se recargó contra la pared. Sentía la tentación de cerrar los ojos, intentar ignorar el dolor como pudiera.

Una voz lo detuvo.

—¡KATSUKI!

Shouto, por supuesto. Un minuto demasiado tarde.

Lo sintió sostenerlo del brazo, pero ni siquiera podía verlo bien. Sólo supo que impidió que se deslizara hasta el piso.

—Acónito…—murmuró.

Sentía la sangre chorrear en su costado.

—Y plata… —agregó.

Combinación letal.

Él y Shouto lo sabían perfectamente. Cerró los ojos. Sintió como el vampiro presionaba algo contra su costado, para evitar la hemorragia. Sintió sus manos desesperadas intentar hacer algo.

—Katsuki, no te duermas, ¡Katsuki!

—Lo maté…

—¡Lo sé, Katsuki! Conozco…, no, no eso, creo que hay una manera. —Su voz se oía lejana, a Katsuki le costaba concentrarse en ella—. Podría sacar todo el veneno de su sistema. —Las manos de Shouto dejaron de moverse de manera desesperada. Sintió como una por fin presionó un pedazo de tela que Katsuki no tenía claro de dónde había salido contra la hemorragia—. Pero… —La voz le sonó más cerca. Cerca del cuello—. Tienes que aceptar.

Supo lo que era en ese momento. Cuando los colmillos de Shouto lo rozaron.

—Es la única manera. ¿Puedo?

Katsuki abrió la boca.

—¿Puedo? —insistió Shouto, cuando Katsuki se tardó en responder—. Por favor, déjame salvarte la vida.

Hasta Katsuki oyó el «intentar» que le había hecho falta en aquella frase. Ni siquiera sabía si iba a funcionar.

Pero no quería morir allí.

Sería heroico y sería un mártir, pero él quería tener tiempo de destruir el mundo que había creado Enji Todoroki por completo. Quería tener tiempo de construir otro donde él y Shouto pudieran tener algo.

—Sí.

Shouto Todoroki lo mordió. El dolor lo hizo casi perder el conocimiento. Pero se esforzó en no dormirse. Estaba dejando que le salvaran la vida.


Tardó cuatro días en despertar por completo. Se sentía débil, acabado y todavía con rastros de acónito en el organismo, aunque no con una dosis letal. Shouto Todoroki estaba al lado de él.

Sonrió el verlo abrir los ojos.

Katsuki se quedó viendo sus labios curveados y la manera en que aquella sonrisa le llegaba a los ojos. Todo lo demás acerca de él gritaba preocupación, pero Katsuki se permitió perderse en esa sonrisa un momento.

—¿Por qué… estás… aquí?

—Me dio la gana.

—¿Y… el resto?

Carajo, le costaba respirar. Usar las cuerdas vocales.

—Hay un caos allá afuera. El Rey Vampiro está muerto, su hijo es un traidor. —Shouto cambió un poco su sonrisa para dedicarle una mueca de lado—. El resto de sus hijos está desaparecido porque huyó. Los clanes están vueltos un caos. Todo el mundo está aprovechando eso.

Katsuki sonrió.

—Lo maté.

—Sí.

—¿Me guardas rencor? —Era una pregunta sincera.

—No sé. —Y la respuesta también.

—¿Y ahora?

—No sé. ¿Podemos…?

—Sí.

—No sabes que estaba preguntando, Katsuki.

—Sí.

—¿Podemos intentar algo? Lo que sea.

«Construir un mundo donde podamos estar juntos» era la interpretación de aquello. Pero ninguno de los dos lo dijo. Todavía sonaba demasiado utópico, aunque podían ir empezando.

—Sí.

Shouto se levantó un poco. Katsuki intentó incorporarse. Pero todo el dolía de nuevo. No logró mucho. Shouto tomó con mucha delicadeza su barbilla y se acercó. Katsuki suponía que afuera el mundo estaba en llamas, pero tendrían que sobrevivir sin él hasta que pudiera ponerse en pie. Por lo pronto, ver a Shouto Todoroki a los ojos y adivinar lo que significaba su expresión era todo el esfuerzo que podía hacer.

—¿Puedo? —preguntó Shouto.

En vez de decir «sí», Katsuki dijo:

—Siempre.

Shouto lo besó.


1) Acabé esto a las 1.37am de hoy y apenas si leí para que no hubiera typos, así que por favor disculpen a la fanficker que está sleep deprived por no haber escrito todo con más previsión (porque pude haberlo hecho).

2) Esto se salió de mis manos en todos los niveles, así que gracias por leer mis mamadas. Tengo más fics en el tintero, pero dudo empezar a publicar hasta que acabe los advientos, aprovechando que con esos tengo una ligera (no mucha) ventaja.

3) Si leyeron en anónimo comenten, así sé que existen, gracias por leer más de 30K que salieron de mi cabeza en este desmadre. (Escuchen Derniére Danse de Indila).

Andrea Poulain