DESPEDIDA


—¡Vamos, Trunks! ¡Todavía estoy esperando que me roces siquiera! —se burló de su hijo para motivarlo—. ¿O es que se te ha ido todo el brío de tanto follar con tu novia?

El muchacho se detuvo abruptamente. El ambiente rojizo en la cámara de gravedad disimuló su rostro rojo carmesí y, enseguida, se recompuso de la vergüenza para volver a la carga con una ráfaga de puñetazos que a duras penas alcanzaban a su padre, que danzaba en el aire de aquí para allá en torno a él.

Notó la tremenda diferencia de poderes que había entre ambos y se propuso acortar esa distancia con él todo lo posible antes de su vuelta al futuro. Dentro de la cámara, la gravedad artificial era similar al de la Sala del Alma y el Tiempo del templo de Kamisama, salvo que no había diferencias en el plano temporal con respecto al exterior y que tampoco notaba esa presión ni los cambios de temperatura. De todos modos, ese entrenamiento le ayudaría a conseguirlo. Era cuestión de supervivencia, después de todo.

Dio una voltereta hacia atrás después de que su padre le rechazara con el antebrazo una patada al aire. Se quedaron quietos un instante y, luego, aumentaron su poder para comenzar el siguiente asalto.

Desde el laboratorio, la madre del chico los observaba desde el monitor que conectaba con el sistema de videovigilancia.

—Ha quedado mejor de lo que hube planeado en su día —admitió en referencia a la estancia especial.

Miraba algo preocupada el entrenamiento de su vástago, temiendo que su padre resultara ser demasiado estricto con él.

—Esta versión es la quinta, creo recordar —comentó a su lado su padre, con un cigarrillo atrapado bajo el bigote—. Desde que ella la creó, hemos ido añadiendo diferentes modificaciones, como cambios en la presión de oxígeno...

—O este ingenioso sistema de prevención de daños al exterior —observó señalando uno de los planos que se extendía sobre el escritorio donde trabajaba—. Lo veo. Muy audaz, Bulma.

—Gracias —le sonrió la artífice del invento, que entraba por la puerta del laboratorio.

Andaba cargando cajas con cápsulas hoi-poi y diferentes artefactos para comprimirlos en ellas. Serían el obsequio más preciado que llevaría su homóloga de vuelta a su hogar o, al menos, el segundo menos preciado. Se quedó mirando el jersey de cuello de cisne gris que vestía bajo la bata, imaginando qué clase de souvenir ocultaba debajo—. Aquí te traigo lo necesario para que montéis una igual en el futuro, un par de naves espaciales para que los Trunks entrenen mientras tanto, y además las piezas más el plano para producir más eficientemente el electrofluido azul número 15.

—¡El combustible de la máquina del tiempo! —se asombró la mayor.

—El mismo —volvió a sonreír la actual—. Me dijo Trunks que tardabas un año para cargar la mitad del depósito con vuestros medios, así que supongo que esto os vendrá de perlas por lo que pueda suceder.

—¡Por supuesto que sí! Todo ese material nos viene como agua de mayo para lo que está por venir allí.

La anfitriona miró el monitor.

—Aunque me parece que estaréis bien seguras con los chicos —dijo confiada.

La otra observó también la pantalla.

—¿No estará siendo demasiado severo con él? —apuntó preocupada cuando la imagen le devolvió la de un guerrero atacando sin piedad a su hijo.

—¿Qué te puedo decir? —suspiró la primera—. Casi prefiero no mirar esta pantalla.

Entonces, Trunks incrustó el puño en la mejilla de su padre y este dio un par de volteretas laterales hasta que se detuvo, se puso en pie y le embistió con la rodilla en el pecho.

Las dos dejaron de respirar un segundo, con la imagen de Vegeta de pie, cruzado de brazos, y la del muchacho en el suelo, a cuatro patas y, supusieron, sin aliento. Al momento lo vieron levantarse, sonriente y, sin moverse más de un milímetro, detuvo en la palma de la mano, un puñetazo de su padre que iba directo a su mandíbula.

"Suficiente".

Una de las dos apagó el monitor y decidieron no hacer caso a las salvajadas de esos bestias.

—Queridas, voy con vuestra madre —comentó el dr. Brief, señalando la esfera de su reloj de pulsera con un dedo—. Falta poco para el almuerzo, no os demoréis, por favor.

—Descuida, papá —respondieron al unísono y se rieron a la par, también.

La puerta se cerró y allí se quedaron ellas, envueltas en un silencio incómodo que no podían rellenar con lo que circulaba por sus mentes. No necesitaban ni tampoco querían compartirlo. La intimidad y los miedos eran personales e intransferibles para no ahondar en una llaga fantasmal e innecesaria.

—Será mejor darse prisa —apuntó la mayor—, o cuando lleguemos no quedará nada.

La otra accedió y se concentró en surtir el portacápsulas de todo y más lo que necesitara su invitada. Se cerraba en banda a dejar paso al dolor y a los celos, era inútil e injusto con su otra yo.

—¿Todo listo?

Asintieron y salieron con el resto de la familia.


Las despedidas las había vivido Bulma de otra manera, muy distintas a la despedida que habían organizado para ellos, con familia al completo y los dioses incluidos. Había bromas, risa, alegría y la promesa de un futuro halagüeño.

—¿Estás seguro de que no quieres seguir con mi yo del futuro y ser un kaioshin? —le ofreció Shin el puesto a Trunks.

—Muchas gracias, pero no creo que esté hecho para serlo —rechazó amablemente el muchacho—. En el momento que venzamos a Dabra y Babidi, cederé ese honorable cargo.

—Pero perderás tus poderes de sanación —apuntó Goku, que había querido estar presente—. Es una lástima.

—No se trata de eso, Goku —señaló Bulma—. El no vive para pelear, lo hace por necesidad.

—No te enteras de nada, Kakarot. Arregla las cosas a su manera.

—No lo entiendo —contestó el saiyan—. Pero supongo que estará bien.

La mujer más madura sonrió condescendiente. Él no lo comprendería porque disfruta con la lucha y con cada logro que consiga en cuanto a poder, y por eso mismo le resulta tan cómodo superar a los enemigos que se le planten delante, porque vive por esos retos.

—Muchas gracias por recibirnos, querida —comenzó la mayor—, nunca me cansaré de repetirlo. Además, ha sido un verdadero placer comprobar la paz que reina en este mundo.

—La alegría es compartida —le sonrió la anfitriona—. Veros sanos y salvos ha sido un completo alivio para todos. ¿Llevas ahí lo necesario, verdad? —señaló la mochila de cuero que le colgaba a la otra del hombro.

—Está todo en orden, descuida. —Entonces se acercó a abrazarla, conteniendo a duras penas la emoción, y se volvió para rodear con sus brazos a sus padres y a la versión preadolescente de su hijo—. Crece tan fuerte y sano como tu hermano mayor —le deseó enternecida, y el chico asistió convencido y orgulloso de que así sería. Se irguió y miró a sus padres, a su amigo y, por último, a su amor. Deseaba con todas sus fuerzas que esa imagen se grabara a fuego en su mente, que perdurara intacta como una fotografía entre las páginas ajadas del libro de su vida, como un anhelo convertido en realidad, un apunte proveniente de otra versión de su propia historia—. Ayúdame, hijo.

Creyó ser parte de su propia ensoñación. Difícilmente podía asimilar un momento tan amargo y tan decisivo como esa despedida. Una vez estuvieron arriba, Bulma se asomó al borde del vehículo para verlos por última vez, retener en la memoria la vida rebosante de ese mundo y llevar consigo, como otra cápsula más en la mochila, una pizca de esa alegría, ilusión y esperanza.

—¡Venid a visitarnos cuando queráis! —les invitó la más joven, agitando la mano con efusividad.

—Hazte más fuerte, Trunks —le deseó el saiyan a su hijo—, y cuida de tu madre por mí.

Desde arriba, las lágrimas rodaron sin contención por los rostros sonrientes de sus invitados. Abajo, Bulma apoyó una mano sobre los brazos cruzados de Vegeta y le acarició la espalda, consciente del apoyo que necesitaba ante el miedo de ser demasiado arriesgado dejarlos marchar. Se había convertido en un esposo y padre sobreprotector, aunque a su pecualiar manera.

La cápsula se cerró y, a los pocos segundos, despegó para romper la barrera de la dimensión que los separaba.


Un zumbido y un gorgoteo precedió a la expulsión del líquido azul en el grueso envase de vidrio. La máquina que lo producía era todo un éxito, pues gracias a la rapidez con la que funcionaba marcaría un antes y un después en el desarrollo energético del planeta y, evidentemente, era un seguro en caso de emergencia.

Bulma agarró el recipiente una vez se llenó y, cerrado, lo sostuvo en el aire para observarlo a contra luz con el fluorescente del laboratorio.

—¡Esto es fabuloso! —exclamó.

—¿Verdad que sí? —coincidió la otra, de apariencia exactamente idéntica a ella salvo por la vestimenta, algo pasada de moda pero muy estilosa.

—Aún me cuesta creer que esté por pasar todo eso que nos habéis contado —comentó mientras le ofrecía un cigarrillo a su igual—. Vamos fuera, con este cacharro aquí no debe ser seguro fumar.

La otra aceptó el pitillo y caminó junto a ella por los pasillos hasta el jardín, donde se sentaron en unas coquetas sillitas blancas bajo una sombrilla. Era diferente a visitar la otra línea temporal. Allí sí se sentía en su propia casa, de hecho, lo era. Era similar a vivir en un constante déjà vu.

Se habían asustado al verlos llegar e incluso creyeron que se trataba de algún enemigo disfrazado. Pero con paciencia y algunas carnes a la brasa, aliñadas con buen vino, pudieron contarles sobre quiénes eran, de dónde venían y a qué se debían atener en ese mundo.

—Ah —exhaló—. Da gusto volver a casa.

—Me alegro por ti, querida —dijo la actual, tomando asiento a su lado y prendiendo el canutillo. Aspiró una buena bocanada y se detuvo a contemplar el cielo de color crepuscular. Empezaban a asomarse algunas estrellas, tímidas. A la izquierda, donde empezaba la arboleda, habían desplegado la nave espacial para que entrenaran los chicos, y ambas miraron con nostalgia la enorme esfera que desprendía luces intermitentemente desde el interior de sus ventanucos. No duraría mucho el invento, deberían ponerse cuanto antes a erigir la cámara de gravedad en el interior del edificio—. Ha debido ser difícil para vosotros vivir con tanta agitación estos años.

—Ni que lo digas —confirmó la viajera en el tiempo. Imitó a su compañera y encendió su cigarrillo—. Entre Babidí, Black y el Rey de Todo casi no me ha dado tiempo a asimilarlo.

La mujer que pertenecía a ese tiempo la miró curiosa, jugueteando con la uña del pulgar en la boquilla del pitillo y apretando los labios, insegura de si debía hacer la pregunta o no. Sonaría impertinente, pero se moría de la curiosidad y, qué demonios, ¡era ella!

—¿Qué tal está Vegeta?

La visitante abrió los ojos con desmesura y se atragantó con el humo, que expulsó por la boca y la nariz con una sonora tos.

—Lo estabas deseando preguntar, ¿verdad? —dijo al fin, sin resuello.

La otra se encogió de hombros.

—Las hay con suerte. —Dio una calada—. Dilo ya, anda. —Expulsó el humo. Se esforzaba a sonar tranquila con ayuda del tabaco, pero la ansiedad la corroía—. ¿Habéis follado?

—¡Oye! —dijo ruborizada y divertida.

—Hay confianza.

—Bueno, a ver por dónde empiezo —reía la nueva inegrante—... Es muy diferente a como lo recuerdas. Es igual de engreído, estúpido, altivo, bruto y competitivo, eso es así.

—Pues está como siempre —se quejó la otra.

—Espera, impaciente —le interrumpió—. ¿Recuerdas lo que dijo Trunks? Que se preocupa —dijo y la otra asintió—. Pues no sabes hasta qué punto.

—¿De veras?

—Era tan adorable verlo enfurruñado porque no podía protegerme en este mundo —suspiró mirando al cielo, enamorada como una colegiala—. Hasta me pidió perdón... Bueno, creo que eso también vale por ti, y por todas las Bulmas que haya —se rió de su propio chiste sobre las líneas temporales.

—Sí, ya, por todas, pero la que te lo has tirado has sido tú —la acusó señalando con el cigarrillo el jersey de cuello vuelto que aún vestía—. Sé lo que escondes ahí.

—¿El qué? —Se miró y cayó en cuenta de lo que se refería—. ¿Esto? Oh, no es lo que parece.

—Venga ya. A la del pasado puede que se la cueles, pero a mí no —Dio otra calada antes de continuar—. Cuéntame más.

La paz del estanque le servía de analgésico para mitigar el dolor de su pecho. Era consciente de que no le ocurría nada físicamente, pero realmente sentía que algún hueso de las costillas se le había astillado y que las esquirlas se le clavaban en el pulmón o en el corazón.

La había perdido. Se había marchado a un lugar que sabía estaba en peligro de un momento a otro y al que no podría protegerla. O protegerlas, porque allí había dos de ella.

Un chasquido tras él le hizo mirar por encima de su hombro. Vio a su mujer caminando a hurtadillas hasta allí.

—Oh, oh —se lamentó Bulma, que se puso tiesa como una vara en cuanto lo vio—... No sabía que estabas aquí, pensaba que estabas entrenando.

—¿Quieres apagar eso? —le pidió él señalando con la mirada lo que sabía que escondía tras ella—. Si no puedes dejarlo, no te obligues. A mí me da igual. Pero deja de torturarte.

Bulma se sintió como una niña pequeña pillada in fraganti en medio de una trastada. Miró el cigarrillo, dio una calada corta y lo arrojó al suelo para apagarlo de un pisotón. Tenía razón, no tenía sentido autoengañarse, pero tampoco quería matarse poco a poco.

Se acercó a él hasta ponerse a su lado, y se fijó en el leve movimiento del agua, que reflejaba la luz de un par de farolas.

—Vegeta, estarán bien —comenzó. No sabía qué decirle para animarlo—. Les he dado una colección abundante de cosas para ayudarles a seguir adelante, y Trunks ha aprendido a desenvolverse mejor en la lucha contigo. Debemos confiar en ellos.

Vegeta cerró los ojos y asintió una vez en silencio. Era cierto, sin embargo, no era capaz de sentirse menos impotente.

Notó los tibios dedos de ella en torno a sus brazos, su cuerpo dejado caer sobre él y, por último, su cabeza apoyada contra la suya.

—Te quiero, Bulma.

Como un resorte, la mujer se apartó de él y lo observó extrañada. ¿Había dicho lo que creía que había dicho? Aguardó sin hablar por si iba a añadir algo o aportar algún dato más a esa revelación, pero el tiempo pasaba y él ni se alteraba, haciendo pensar que eso que había oído había sido fruto de su imaginación.

"Imposible", pensó.

—¿Podrías repetir, por favor?

—¿El qué?

—Eso que acabas de decir —lo miró con los ojos entrecerrados.

—No ha abierto la boca. Lo habrás soñado.

Bulma se empezó a enfadar.

—No he soñado nada, lo he oído alto y claro —replicó.

—Pues si lo has oído, ¿para qué preguntas nada? —contestó con tono indiferente, un tanto hastiado, incluso, como si no tuviera más importancia que comentar el estado del tiempo.

Ella se arrimó de nuevo, abrazando por completo su brazo torneado y aplastando a conciencia su cuerpo contra el de él.

—Porque me gusta verte cuando me lo dices, saiyan —le dictó pegando los labios al oído, sugerente, y terminó con un beso en el lóbulo.

El otro elevó una de las comisuras de sus labios y giró el rostro hacia ella. No podía estar siempre lamentándose por la del futuro, cuando sabía cuidarse ella sola y la del presente estaba con él para seguir torturándole con su sensualidad y sus regaños mientras la protegiera con su vida.

—Todavía no sé de lo que estás hablando —le dijo antes de lanzarse a morder sus labios, hambriento.

—Cretino —espetó en susurros, excitada por el cosquilleo que había dejado en sus labios el paso de sus dientes, y le devolvió el beso—. Dime una cosa. —Él se separó un poco para verle mejor el rostro—. ¿Con sesenta años tendré aguante en la cama?

Él miró para otro lado en acto reflejo, colorado.

—No te cansas de ser tan vulgar —contestó.

—Con esta mujer tan vulgar, curiosa, bella, inteligente y sofisticada te casaste —enumeró.

—Suerte que no has dicho humilde —ironizó Vegeta.

—Soy realista —admitió Bulma—. Pero tú te evades...

—No te voy a decir nada cuando tú fuiste la que la empujó a la cama conmigo.

—Lo sé, pero...

—Pero cállate —le dijo y la besó con profundidad. De paso, la abrazó por completo, impidiendo que siguiera con su interrogatorio malsano.

Sin argumentos. Así la dejaba casi siempre la única persona capaz de contradecirle si era menester o, sencillamente, dejarle callada. Sintió que la elevaba por los muslos y la posaba en sus caderas, con todo lo que aquello suponía, y se aferró a su nuca y su cuello con la devoción de una primera y anhelada vez.

—Yo también te quiero —suspiró sobre la boca de él, como si derramara sobre ella un elixir que lo alimentara y reconstituyera del dolor que sabía que tenía pero contenía, como hacía con todos sus sentimientos.

No quería pensar más, pero tampoco le dejaba. Era estéril preocuparse de cualquier cosa más allá de los hábiles dedos que se abrían paso por debajo de su ropa interior. Podría haberse acostado al final con ella, o tal vez no, lo esencial era que las heridas del pasado o las de otro pasado en otro mundo, estaban cicatrizando. Se le escapaba lo que hubieran hecho o dicho entre ellos, pero fuera lo que fuera, había supuesto un pequeño cambio en su actitud y que, al fin y contra todo pronóstico, esas tres pequeñas y simples palabras habían escapado de su boca para confirmar, de una santa vez, lo que sus ojos, sus labios y su ser entero le gritaban cada vez que daba la vida por ella o por su hijo.

La amaba. Se amaban. El resto vendría como fuera y se iría de la misma manera.


Almería, enero de 2020