-N/A: ¡Hola! ¿A que no me esperabais? Yo tampoco, la verdad jajajaja. Pero creo que ya tocaba saber cómo sigue esta historia. Además, el siguiente será EL capítulo y ya tengo ganas de llegar a él. ¡Disfrutad del capítulo! N/A-


INDELEBLE


IV. Paralizados

Cuando vinieron a por ella, Hermione no se había vestido todavía. Fue Draco quien abrió la puerta para recibir a dos Aurores que no conocía. Su primera reacción fue erguirse en su metro noventa y mirarlos con los ojos entrecerrados; él y su padre podrían odiarse, pero eso no eliminaba el tremendo parecido entre ellos, y todo el mundo había aprendido a respetar (más bien temer) a Lucius Malfoy.

—¿Qué queréis? —preguntó.

—Venimos a por Hermione Granger —respondió uno; había perdido parte de la confianza con la que había llamado a la puerta.

Hermione, que se había puesto la ropa rápidamente, se asomó por detrás de Draco.

—¿Por qué? —quiso saber. Se plantó junto a su prometido y se cruzó de brazos a la defensiva.

Los Aurores se miraron; probablemente ni ellos mismos tenían claras sus órdenes.

—Se la está investigando por posible cómplice de una fuga.

La bruja estuvo a punto de reír, pero mantuvo su expresión impertérrita.

—No recuerdo conocer a nadie en Azkaban a quien me apetezca ver libre —señaló, haciéndose la sueca. Sabía perfectamente de qué hablaban, así como sabía que no tenían pruebas que la incriminaran sencillamente porque ella no había hecho nada.

—Acompáñenos, por favor —pidió un Auror, cogiendo su varita con más firmeza.

—Tranquilo —dijo Draco, mirando su mano; más que preocupado, sonaba amenazante—, no queremos que haya un accidente.

Hermione apoyó una mano en el brazo del mago y negó con la cabeza. Sabía que Draco se enfrentaría a quien hiciera falta con tal de defenderla, pero, como ya le había demostrado en muchas ocasiones, ella no necesitaba ayuda.

—Vuelvo en un rato —dijo. Él frunció los labios, pero terminó cediendo. Se dieron un beso, con la mano de Draco sobre su mejilla. Los dedos se demoraron allí unos segundos, y Hermione sonrió—. Te quiero —susurró.

—Yo también te quiero —respondió él—. Si tardas más de una hora iré a buscarte.

Hermione rio; Draco Malfoy contra el mundo. Cuando salió y la puerta se cerró a sus espaldas, miró a los Aurores con renovada seriedad y movió las manos hacia delante.

—¿Vamos ya o va a venir Gaunt hasta aquí?

La cogieron cada uno de un brazo y se aparecieron en el Ministerio. En vez de llegar al pasillo principal, estaban directamente en las mazmorras, frente a una de las muchas salas de interrogatorios. Si Hermione no se equivocaba, era la misma en la que habían retenido a Parkinson y Greengrass. Quizás Gaunt estaba intentando mandar un mensaje: Colabora o tu visita se convertirá en una estancia más larga.

—Siéntese. —En la sala había una silla vacía, una mesa y, al otro lado, el señor Thomas Gaunt con las manos entrelazadas sobre esta y expresión que intentaba pasar por amable en el rostro.

Los Aurores, al ver que la bruja no se movía, la cogieron de los brazos y la obligaron a avanzar. Hermione se apenó al recordar los tiempos en los que pensaba que el cuerpo de seguridad estaba a favor de la gente y no de los mandamases. Ese más de un año fuera de casa había cambiado muchas cosas, al parecer.

—No me gusta que hayamos tenido que vernos de nuevo en tan poco tiempo, señorita Granger.

—A mí tampoco —secundó esta. Los Aurores entonces la soltaron y, a un movimiento de cabeza de Gaunt, salieron de la sala y cerraron la puerta a sus espaldas. El mago y ella estaban solos. Hermione se sentó en la silla vacía, se cruzó de piernas e inspiró hondo—. ¿Por qué ha sido esta vez? —preguntó con calma.

Thomas Gaunt la escudriñó durante varios segundos antes de inclinarse hacia delante y preguntar, no sin cierta sorna:

—¿No lo sabe?

Hermione negó con la cabeza.

—Que yo sepa, mis antiguas compañeras de clase no se han metido en ningún otro lío. Y yo tampoco —agregó. A no ser que Gaunt se hubiera sacado otra nueva ley de la manga, lo cual era muy posible, viendo la situación.

El mago chasqueó la lengua y meneó la cabeza como si estuviera decepcionado.

—Como quiera, lo haremos a su modo. —Se reclinó contra la silla y la expresión de afabilidad desapareció de su rostro—. Esta mañana ha llegado a mis oídos que Ginevra Weasley se ha ido del país.

Hermione parpadeó varias veces. No sabía hasta cuánto podría mantener la fachada de ignorancia, pero iba a aguantarla todo lo que pudiera.

—Sí, algo mencionó. Entrenamientos de Quidditch, creo.

—¿Y sabe cuándo piensa volver?

Las comisuras de la boca de la bruja estuvieron a punto de levantarse, pero se contuvo. A pesar de que en parte sentía envidia porque ahora su amiga no tendría que lidiar con todo aquello, también se alegraba precisamente por lo mismo.

—Cuando termine, supongo. Nunca he entendido cómo funciona el Quidditch, no me gusta ningún tipo de deporte.

Los ojos verdes del señor Gaunt se convirtieron en dos finas líneas. Por su boca apretada, sabía que el hombre estaba perdiendo la paciencia, pero al parecer no quería perder los estribos y mostrarse como realmente era.

—¿No cree que es muy conveniente que se haya marchado justo ahora, a un día de la Ceremonia?

Hermione dejó las manos sobre la mesa entre ellos y entrelazó los dedos, imitando el gesto del hombre frente a ella. Aquella conversación era un pulso y ella solo estaba dispuesta a perder si le daba un buen motivo para ello. De momento, podían seguir jugando al tira y afloja.

—Si lo que insinúa es que Ginny ha huido para eludir formar parte de esta… —iba a usar una palabra mucho más fuerte, pero decidió no darle al mago ni la más mínima excusa para acusarla de agresiva— nueva ley que usted ha diseñado, ¿no cree que eso habla más de la ley que de mi amiga? —planteó.

Dura lex, sed lex.

Hermione tuvo que echar mano de toda su fuerza de voluntad para no poner los ojos en blanco.

—Yo no la calificaría de «estricta» solamente, señor Gaunt.

El hombre suspiró teatralmente y negó con la cabeza, como si fuera un profesor decepcionado porque su mejor alumno había hecho una estupidez.

—Me veré en la obligación de actuar, señorita Granger. —Esas palabras inquietaron a la bruja, que inconscientemente se inclinó hacia delante—. Pero tranquila, su amiga no tendrá que volver. Aunque ahora tendremos que hacer unas modificaciones en la Ceremonia, claro.

—Qué lástima —replicó Hermione sin poder contener su sarcasmo—. Espero que este pequeño inconveniente no arruine sus planes.

Thomas Gaunt soltó una carcajada desdeñosa.

—Cuando usted seguía siendo una chiquilla que aprendía a convertir un botón en un escarabajo yo ya estaba planificando esta ley, porque preveía que nadie más sería lo suficientemente valiente como para intentar salvar a nuestra comunidad.

Hermione volvió a apoyarse en el respaldo de la silla y soltó un silbido de falsa admiración.

—Debe de ser increíble ser usted: tener un concepto tan alto de sí mismo… Dígame: ¿fue muy difícil subir al pedestal que usted mismo se construyó?

El hombre chasqueó la lengua y la miró con condescendencia.

—Pasaré por alto su insolencia solo por esta vez, señorita Granger, pero recuerde que ya no está en Francia. —Sonrió con crueldad antes de preguntar—: ¿Ya tiene el vestido de novia? Espero que no, por lo que pueda pasar.

La bruja frunció los labios, intentando contener la rabia que se estaba apoderando de ella; cerró las manos en sendos puños, que ocultó en su regazo. No le había pasado desapercibida la mirada que Gaunt había dedicado a su anillo de compromiso.

—¿Tiene algo más que preguntarme sobre Ginevra o puedo irme a desayunar ya? —preguntó. Ya se había cansado de aquel juego, porque presentía que estaba perdiendo sin darse cuenta.

Thomas Gaunt se levantó y los dos Aurores que la habían traído allí entraron en la pequeña sala.

—Que pase un buen día, señorita Granger. Nos vemos el domingo. —Cuando la mujer ya se iba, añadió—: Ah, por cierto: a partir de este momento está prohibido salir del país, así que, si tenía intención de visitar a la señorita Weasley, será mejor que lo deje para más adelante.

—Una lástima: nunca he estado en Sudamérica —repuso Hermione con tranquilidad, sin darse la vuelta para mirarlo. Sin embargo, se detuvo de repente, como si acabara de recordar algo—. Por cierto, me gustaría recibir una copia de todo lo referente a la nueva ley. Para echarle un vistazo, ya sabe.

Tenía la mirada clavada al frente, en la pared del pasillo, por lo que se permitió una sonrisilla de suficiencia.

—Por supuesto, señorita Granger. No tenemos nada que ocultar y menos a una abogada de Relaciones Mágicas Internacionales. Estoy seguro de que lo encontrará todo sin mácula.

Hermione estuvo a punto de replicar que aquel asunto estaba lejos de ser impecable, puro o prístino, pero quería salir ya de allí, así que se mordió la lengua y dejó que los guardias la guiaran hacia afuera. Nunca habría imaginado que el Ministerio se convertiría en un lugar asfixiante, pero tampoco se habría planteado ni en mil años que intentarían encadenarla con grilletes en forma de anillo de oro en el dedo. Bajó los ojos para observar su anillo de compromiso y tragó saliva con fuerza al pensar en la posibilidad de que la unieran a la fuerza a alguien que no fuera Draco. La idea la ponía nerviosa y furiosa al mismo tiempo, así que estaba decidida a hacer todo lo posible porque esa ley desapareciera de la faz de la tierra como si de una pesadilla se tratara.

Los Aurores la soltaron cuando llegaron a la puerta de su piso. Hermione llamó al timbre y se frotó los brazos, donde la habían sujetado con fuerza. Estaba adolorida y seguro que el día siguiente tenía dos manos marcadas en un tono violáceo.

En cuanto Draco abrió la puerta, varita en mano, soltó un suspiro aliviado y la estrechó entre sus brazos. Él también la estaba apretando, pero Hermione cerró los ojos y le devolvió el abrazo, porque estar contra su pecho era una de las cosas que más la tranquilizaban del mundo.

—¿Qué ha pasado?

Hermione fue a la cocina y se sirvió una taza de café.

—Ha sido una conversación corta, pero intensa —explicó—. Y creo que ha sido más importante lo que hemos callado que las palabras que hemos intercambiado.

Draco le ofreció una bolsa de papel. Dentro había distintos cruasanes y bollos. Hermione los miró con avidez y sacó un cruasán que parecía relleno de chocolate blanco. Su prometido esperó pacientemente a que le diera un mordisco y lo saboreara para preguntar:

—¿Te ha amenazado?

Lo dijo con expresión sombría y los ojos entrecerrados. Desde el colegio, Draco había cambiado mucho, pero a veces sacaba ese lado más oscuro, propiciado por el historial familiar de escarceos con las artes oscuras (aunque Lucius Malfoy lo negara y nunca hubieran podido relacionarlo con ningún acto ilegal).

—Sí y no —respondió Hermione con cautela—. Me ha interrogado sobre Ginny. Me he hecho la tonta, por supuesto.

Draco esbozó una sonrisa ladeada.

—Yo creo que no podrías parecer tonta ni aunque hicieras tu mayor esfuerzo.

La bruja no pudo evitar sonreír con arrogancia, pero siguió relatando su encuentro con Thomas Gaunt. Su sonrisa se agrió.

—La mala noticia es que, debido a la huida de Ginny, Gaunt ha mandado cerrar cualquier salida de Gran Bretaña a otros países. Ahora, técnicamente, si intentamos volver a Francia nos pueden encerrar por infringir la ley.

Draco cerró una mano en un puño y le dio un golpe a la mesa.

—¡Joder! —exclamó. Se quedó pensando—. Creo que en la mansión una de las chimeneas está conectada por la Red Flu a la villa que mi madre heredó en Francia. Y ya sabes que ni los Malfoy ni los Black han hecho ascos nunca a la magia negra.

Hermione dio un sorbo al café y torció el gesto al encontrarlo muy amargo por el contraste con el dulce de antes. Le añadió otro azucarillo y removió con la cucharilla mientras negaba con la cabeza. Miró a los ojos a Draco, esos cautivadores ojos grises que tanto llamaban la atención.

—¿De verdad crees que podemos ir a tu casa y decirle a tu padre: «Buenos días, vamos a usar esa chimenea para escapar de una ley que tú has ayudado a sacar adelante»?

—Esa ya no es mi casa —corrigió él. Para Draco era muy importante distanciarse de su pasado y eso incluía el lugar en el que se había criado así como a la mitad de sus progenitores—. Tienes razón, probablemente mi señor padre nos mandaría directamente a Azkaban antes que permitirnos huir.

—Además, nosotros nos iríamos, pero ¿y todos los demás? Esa estúpida ley va a continuar existiendo y va a seguir afectando a casi todos los que conocemos del colegio —señaló Hermione.

Sabía que el rubio no mostraría tanta reticencia a dejar al resto atrás siempre que ellos dos pudieran estar juntos, pero Hermione no podría vivir con esa mancha en su conciencia. Su espíritu Gryffindor y su ética se lo impedían. Y su orgullo herido también, por qué no admitirlo: Thomas Gaunt y ella habían empezado un pulso y ella no estaba dispuesta a ceder.

Antes de que Draco pudiera responder, oyeron un repiqueteo en la ventana. Hermione la abrió con un movimiento de varita y una lechuza, sin detener su vuelo, dejó caer un sobre marrón en la mesa de la cocina. El animal se marchó, pero ninguno de los dos le hizo caso, porque el sobre había empezado a aumentar de tamaño en cuanto tocó la madera. Ahora medía lo mismo que el antebrazo de Hermione y estaba sellado con cera negra y la «M» del Ministerio.

Draco observó con desconfianza, varita en mano, cómo Hermione rompía el sello y sacaba su contenido.

—Es la documentación que le he pedido a Gaunt. Voy a investigar casa paso, cada proceso y cada voto para encontrar un vacío legal o alguna irregularidad que nos permita detener la Ceremonia de mañana —explicó.

—Como preveo que estarás ocupada durante las siguientes horas y no me necesitarás para nada, voy a visitar a Theo y Blaise —dijo Draco levantándose.

Hermione sonrió; sabía que al mago le hacía ilusión reencontrarse con sus viejos amigos, aunque no lo confesara nunca. Seguía reservándose las muestras de afecto para cuando estaban los dos solos.

—Salúdalos de mi parte.

Draco se inclinó para darle un beso en los labios. Le robó un cruasán antes de marcharse.

. . .

Al final, Draco le mandó una lechuza avisando de que se quedaría a comer en casa de sus amigos, que al parecer vivían juntos. A Hermione no le importó, porque todavía tenía que realizar una segunda lectura de las cuarenta páginas que le había mandado Gaunt. Suspiró con nostalgia, pensando en todos los libros de Derecho Internacional y Aplicación Legislativa Mágica que se había dejado en Francia. Aunque, claro, si le hubieran dicho que no la dejarían volver, se los habría traído consigo.

Al final, media hora antes de la cena, cerró el informe de golpe y se levantó frustrada. Nada, no había encontrado nada que le sirviera. Gaunt había sido tan minucioso que hasta había añadido la cláusula que impedía el abandono del país durante los próximos meses, hasta el día en que se celebrarían las «bodas oficiales», para las que faltaban poco menos de tres meses.

Para desestresarse, decidió darse una ducha. Desgraciadamente, el ático que habían alquilado no tenía bañera, así que tuvo que conformarse con pensar mientras el agua la golpeaba suavemente desde arriba.

Estuvo diez minutos bajo el chorro de agua caliente, pensando. Ojalá con una ducha se solucionaran todos sus problemas, pero permanecer en silencio con sus pensamientos como única compañía también tenía su lado nocivo: no paraba de pensar qué había salido tan mal para llegar a esa situación y qué habría podido hacer ella para solucionarlo de haberse dado cuenta a tiempo.

Antes de su marcha a París, ya circulaban por el país británico consignas a favor de las familias numerosas y tener descendencia cuanto antes mejor, pero Hermione no le había hecho caso. Había supuesto que era como todo: una moda que había vuelto. También sabía que el Ministerio había encargado a los mejores medimagos del país una investigación para encontrar una solución a la descendiente natalidad del país.

Al parecer, sí era cierto que el camino hacia el infierno estaba plagado de buenas intenciones. Y lo más triste es que casi todo el país se había resignado y había aceptado la Ley de Descendencia como su única salvación. A Hermione lo que más la indignaba era que los obligaran a tener hijos: eso era una decisión personal e individual, no un requerimiento del gobierno. Ella quería tener hijos en un futuro lejano, cuando ocupara un puesto de trabajo con el que estaba satisfecha y sintiera que por fin era el momento adecuado. Y los quería tener con Draco, no con quien fuera que ese análisis de dudosa elaboración dictaminara que era más compatible mágicamente con ella.

Salió de sus oscuros pensamientos cuando oyó en ese momento que la puerta del ático se abría. Se movió como activada por un resorte y cogió un poco de gel, que empezó a frotarse por los brazos.

—¡Hermione, soy yo!

—¡Ahora salgo! —respondió ella.

Se duchó y se secó con rapidez. Iba a ponerse el pijama cuando escuchó varias voces procedentes del salón, por lo que decidió ponerse ropa normal antes de ir a investigar quiénes eran las otras personas que estaban en su piso.

Con el pelo todavía soltando gotas de agua por todo el pasillo, se asomó a la parte central de la casa, que tenía concepto abierto y juntaba salón, comedor y cocina, y vio con sorpresa que allí estaban la mitad de sus compañeros Slytherin.

Pansy le dedicó una breve sonrisa, Theodore asintió con la cabeza en su dirección y Blaise le guiñó un ojo. Daphne Greengrass, para su asombro, también había acudido, y se sentaba en el sofá con las piernas cruzadas y muy recta.

—Hola otra vez, Granger —la saludó.

—Hola —respondió ella en tono desconcertado.

Harry fue el que más entusiasmo demostró al verla: se levantó del sillón y recorrió la distancia entre ellos a grandes zancadas para darle un abrazo.

—¡Hermione, cuánto me alegro de verte!

Se separaron y se examinaron el uno al otro. Hasta que la bruja no tuvo a su mejor amigo delante, no se dio cuenta de cuánto lo había echado de menos. Sobre todo porque Harry era un despistado sin remedio y respondía a sus cartas cuando Merlín se apiadaba de ella y le recordaba al mago que tenía correspondencia pendiente.

—¿Qué hacéis todos aquí? —preguntó Hermione, mirando especialmente a los Slytherin.

Draco dio unos pasos en su dirección y la miró con expresión de disculpa, asumiendo la culpa.

—Hemos estado hablando sobre lo de mañana y cuando les he dicho que tú podrías explicárnoslo todo mejor hemos creído que era mejor venir y que nos contaras qué has averiguado.

Hermione cogió una silla de la mesa del comedor y la llevó al lado del sofá, porque era evidente que no había suficientes asientos para todos. Se sentó con expresión derrotada.

—No me he cruzado nunca con una ley tan bien planeada. Para alguien que se dedica a la legislación, esto es una obra de arte. No hay pincelada fuera de lugar ni elemento que desentone. En teoría solo lleva en marcha unos pocos meses, pero yo diría que ha sido planeada durante años.

Sus palabras fueron apagando las esperanzas de todos los ocupantes de su salón. Para cuando terminó de hablar, ya nadie sonreía.

—Pues vaya —fueron las elocuentes palabras de Zabini—. ¿Tú no sabes nada, Potter?

El exgryffindor negó con la cabeza.

—Lo único que sé es que me di con un canto en los dientes cuando vi que la Asamblea Popular sacó adelante el proyecto de ley. Además, esta mañana Gaunt nos ha hecho prometer a todos los Aurores que no revelaremos nada.

Pansy miró a su novio con suspicacia.

—No me habías dicho nada. ¿Voto de silencio? —preguntó en su mejor tono analítico de futura Inefable.

El mago pareció meditar sus palabras antes de hablar. Debía de ser duro no saber hasta dónde podía contar.

—No exactamente. O sea, puedo participar en una conversación siempre y cuando no hable de mis funciones como Auror que impliquen la Ley de Descendencia.

—¿Entonces si te pregunto cuáles son los nombres de los Aurores que se encargarán de la vigilancia mañana, no puedes responderme? —lo interrogó Hermione.

Harry abrió la boca, pero ningún sonido salió de ella. Volvió a juntar los labios y negó con la cabeza con frustración.

—¿Y si te pido que me confirmes con un «sí» o un «no» si fueron los Aurores Argall y Bowen quienes transportaron los resultados del test de compatibilidad mágica de San Mungo al Ministerio?

Harry apretó los labios brevemente antes de volver a intentar hablar.

—Sí. —Al darse cuenta de que a eso sí que podía responder, sus ojos se iluminaron—. ¡Sí! —repitió con entusiasmo—. Eso sí que puedo hacerlo.

Pansy y Hermione intercambiaron una mirada de satisfacción.

—Vaya, parece que hemos encontrado un vacío.

—En cuanto volvamos a casa, buscaré una manera de minimizar el juramento para poder beneficiarnos de su posición de Auror.

Los demás miraban a las dos brujas con una mezcla de incomprensión y maravilla.

—Bueno, ¿y qué más se puede hacer? —preguntó Daphne, cruzándose de brazos—. Porque yo no pienso casarme mañana —sentenció.

Hermione nunca había interactuado en demasía con esa bruja, pero no la recordaba tan decidida, con tanto ímpetu.

—Bueno, técnicamente no es un matrimonio como lo conocemos. Es una unión —especificó Hermione—. Sé para vosotros suena exactamente igual, pero legalmente tiene implicaciones diferentes.

—A mí me suena mal, así me suena —masculló Theo—. No planeaba pasar el domingo descubriendo con qué bruja se supone que tengo que procrear. —Por su cara, parecía que prefería cortarse un brazo a tener hijos.

Draco, que estaba sentado cerca de Hermione, alargó una mano que ella tomó. Entrelazaron los dedos, sujetándose con fuerza, como si tuvieran miedo de que, al soltarse, nunca más pudieran volver a estar juntos. Y tal vez así fuera.

—¿Y ahora qué hacemos? —Harry lanzó la pregunta al aire, pero todos se giraron hacia Hermione.

Esta nunca en su vida había odiado tanto como en ese momento no tener una respuesta.

—No se me ocurre nada que vaya a detener una ceremonia que se celebra en menos de veinticuatro horas. Lo siento —se disculpó.

—No es culpa tuya —fue Greengrass quien habló, mirándola con decisión— que nuestro país nos haya traicionado.

Blaise soltó una carcajada.

—Joder, Daphne, qué radical te has vuelto.

La bruja rubia enarcó las cejas.

—¿Tú crees? ¿De qué manera llamarías tú al hecho de que nuestros representantes hayan votado a favor de una ley que solo nos perjudica a los de nuestra edad, Blaise? Nos han convertido en chivos expiatorios. Somos el mal menor.

Hermione no dijo nada, pero estaba completamente de acuerdo.

—Nunca pensé que viviríamos una de esas épocas que luego aparecen en los libros de Historia —suspiró Harry.

—Y menos mal, porque siempre he sido un estudiante pésimo —bromeó Blaise. Todos le dedicaron una mirada asesina—. ¿Qué? Habrá que tomárnoslo lo mejor que podamos, ¿no? Ya que no podemos hacer nada —se defendió.

—Que sea Blaise la voz de la razón me perturba sobremanera —dijo Pansy en tono ácido.

Todos se sumieron en un silencio turbulento, observándose con sentimientos indefinibles. Lo único en lo que Hermione podía pensar era que había muchas probabilidades de que el día siguiente alguno de esos hombres fuera señalado para convertirse en su futuro marido.

Cuando sus ojos se posaron en su prometido, tuvo un presentimiento funesto.


-N/A: ¿Qué os ha parecido? ¿Quién es vuestro personaje favorito? Todavía falta que aparezca Luna, pero de momento no es su momento. Pronto los ocho personajes más importantes estarán relacionados de una manera complicada pero decisiva para la historia, ya veréis ;)

¿Me dejáis un review? N/A-

MrsDarfoy