Hace unas horas que Don y Gilda la habían dejado sola en la enfermería y se habían ido a dormir, Grace Field estaba en completo silencio omitiendo el sonido de sus suaves sollozos.

Pidió estar en la cama junto a la venta, Emma quería luz, porque en esos momentos todo estaba oscuro, le dolía el alma, mucho más que su pierna y se sentía inservible y sin fuerzas.

Observaba la luna de a ratos y luego su vista se nublaba a causa de las lágrimas, su cabellos naranjas estaban despeinados debido a los ataques de histeria que la obligaban a agarrar su cabeza.

Se mantenía ensimismada en sus pensamientos, ello hasta que la puerta se abrió y observó la silueta de Ray.

—¿Qué haces aquí?— Preguntó en tono bajo

—Ocasionalmente vengo a ver si estás bien— Respondió aun con la mano en el picaporte —Estás despierta... Pero, supongo que... No... no importa, me voy, adiós...

—Espera— Detuvo el paso del azabache con su llamado —No te vayas

—Debes dormir

—Dormiré, lo prometo, pero quédate...— Rogó Emma

—Emma...

—Ray, quédate, por favor...— Rogó nuevamente mientras las lágrimas bajaban de sus ojos y apretaba las sábanas con sus manos

Ray soltó el pomo de la puerta y la cerró detrás suyo, avanzó hacia la cama de Emma y se quedó en silencio mirándola.

—¿Puedo sentarme?— Preguntó cabizbajo

La peli-naranja asintió y apegó su cuerpo un poco más hacia la pared. Ray se sentó y nuevamente ambos permanecieron en silencio.

—Emma, Norman...

—No quiero pensar, absolutamente en nada, por favor...— Emma se giró hacia Ray

El susodicho solo quedó expectante de sus orbes esmeralda, lucían vacías y perdidas. Es contorno estaba rojo debido al exceso de llanto.

—Ray...— Emma apoyó su cabeza en una de sus piernas —Tú... tú siempre tarareas una canción, podrías... ¿Podrías tararearla?

Ello lo dejó perplejo, esa canción traía una mezcla inigualable de sensaciones, sin embargo, su corazón ardía en desesperación al verla así de débil, triste y perdida, ello que quebraba el alma.

Acató al pedido de la oji-esmeralda y empezó a tararear, mientras tímidamente su mano acariciaba los mechones naranjas de Emma.

Emma poco a poco sentía sus párpados pesados y su estado de ánimo quedo neutro y relajado, se sentía cómoda y protegida, Ray le producía aquella sensación que le daba paz a su alma.

—Ray...— Emma tomó la mano que acariciaba su cabello y entrelazó sus dedos con la susodicha —No me abandones... no me dejes... Por favor

Como una perla, transparente como el corazón de Emma, bajó una lágrima por la mejilla de Ray y reprimió un sollozo mordiendo su labio.

—Nunca, Emma. Jamás lo haré...