Aviso: No poseo los derechos sobre los personajes ni las historias originales de la serie el Zorro de Family Channel. No recibo dinero a cambio de publicar este relato. Esta historia comienza justo después del último capítulo de la serie, y es la continuación de El Nombre que Falta. Por si alguien no se quiere leer la primera historia voy a incluir un resumen, pero si vas a leerla te sugiero que lo hagas ahora y no sigas leyendo la introducción.

El Nombre que Falta comienza con Diego de la Vega siendo un niño que puede ver fantasmas y tiene premoniciones. Su madre le apoya, pero su padre quiere que lo oculte, por eso ella decide llevar a Diego al poblado indio donde el niño puede aprender del chamán. Además aprende a rastrear, a montar a caballo y a luchar, todo ello a espaldas de su padre. Cuando su madre muere dando a luz a una niña, Diego se da cuenta de que ambas siguen en la casa, aunque ignora el motivo. Don Alejandro decide que Diego reciba el sacramente de la Confirmación para evitar que su don se siga manifestando. A pesar de que su don está bloqueado aún es capaz de ver a su espíritu guía, que por supuesto es un zorro.

Ya de adulto viaja a España, donde inicia sus estudios académicos y de esgrima. Además conoce a un grupo de personas interesadas en el esoterismo y que tienen diferentes dones. Una de ellas, Francisca, es medium. Ellos rescatan a Diego cuando un hombre lo atrapa y trata de utilizar sus dones en su propio beneficio. Francisca además de ayudarle con su videncia se convierte en su amante. El grupo se disgrega cuando dos de ellos, incluida Francisca, huyen de España.

A través de un fantasma, una mujer llamada Agueda, Diego se entera de que el hombre que lo capturó va a realizar un sacrificio ritual. Decide intervenir y con ayuda del fantasma y fortalecido por las oraciones de un gran número de religiosas, consigue sabotear la invocación y rescatar a la niña. Como recompensa por su ayuda, Agueda se convierte en un ángel a las órdenes de San Miguel.

Una de las cosas que aprende es a utilizar un don que ya tenía desde que nació. Se trata de un velo mágico, un hechizo que debidamente utilizado distrae la atención de quienes están a su alrededor. Francisca le advierte de que cuanto más lo use con una persona, más poderoso se vuelve. Además le dice que las criaturas de ojos color ámbar pueden ver a través de ese hechizo, poniendo de ejemplo a su gata, que además es su familiar, es decir, un animal que la ayuda con su magia.

Cuando Diego vuelve a California decide convertirse en el Zorro y utilizar su velo para protegerse a sí mismo, a Felipe, y a su caballo Tornado, que además pasa a ser su familiar. Con el tiempo tanto el chico como el caballo aprenden a utilizar parte de la magia de Diego de formas inesperadas.

Diego contacta con su madre y se entera de que su hermana no es capaz de seguir adelante. Consigue averiguar su nombre, y finalmente que su padre supere su dolor y reconozca que no está enfadado con ella ni la culpa de la muerte de su esposa. La niña se va, pero la madre de Diego sabe que aún quedan asuntos por resolver y se queda.

Don Alejandro le cuenta a Diego que una mujer trató de llevárselo cuando acababa de nacer, y que creen que quería intercambiarlo por otro bebé con una marca de nacimiento en la pierna. La mujer consiguió huir con el otro niño.

Capítulo 1. El secreto que no quiere ser revelado.

Diego se dirigió a su padre.

"Precisamente de eso quería hablarte, padre. Gilberto descubrió algo que llevo ocultando desde que volví de España."

Su padre lo miró algo extrañado, pero no lo interrumpió. Diego sintió la garganta seca. Siempre le parecía que había dejado demasiado coraje a el Zorro y muy poco a Diego. Al fin habló en voz baja.

"Padre, soy el Zorro."

Al decirlo, por un momento todas las estrellas de cinco puntas que Felipe y él llevaban años marcando en distintos lugares de la plaza, parecieron brillar en su mente con luz plateada.

"Perdona Diego. ¿Qué has dicho? No he entendido nada."

Diego se sintió algo confuso. "Que soy el Zorro" repitió un poco más alto. Las estrellas volvieron a brillar.

"¿Por qué hablas así, es una broma?"

"Padre. ¿No entiendes lo que digo?"

"Ahora sí, cuando hablas claro. ¿Qué es eso que querías contarme?"

"¿Puedes venir conmigo un momento?"

Ambos se acercaron a Felipe y Victoria. Diego indicó a su padre que se situara junto a ella, y mirándolos dijo claramente. "Soy el Zorro."

Felipe dio un respingo, asombrado, pero los otros dos lo miraban desconcertados. Las estrellas brillaron tanto que por un momento Diego se sintió aturdido.

"¿Estás hablando en francés?" preguntó ella.

Su padre le tocó la frente con expresión preocupada. "Creo que todo lo que ha pasado hoy te está afectando. Deberíamos volver a casa para que puedas descansar."

"Sí, supongo que será lo mejor."

Se despidieron de Victoria, que los miraba curiosa, y montaron en sus caballos. De camino Diego se dirigió a Felipe para decirle: "He decidido contarle algo a mi padre y me gustaría que nos acompañaras." Por toda respuesta Felipe sonrió.

Mientras volvían a casa decidió intentar decirle una parte y dejar el resto para más adelante, cuando pudiera averiguar qué estaba pasando.

"En España sí que aprendí a luchar, fui discípulo del maestro Kendall. He estado practicando en la hacienda a escondidas y me gustaría enseñarte el lugar que escogí para ejercitarme"

Don Alejandro pareció entenderlo correctamente. "¿Por qué me has ocultado algo así?"

"Porque hay algo más, y tiene que ver con las capacidades que heredé de mi madre."

Don Alejandro parecía aturdido. "No entiendo qué tiene que ver que luches con la espada con tus sueños y tus visiones."

"Puedo explicártelo si quieres, pero debes tomar tú la decisión. ¿Estás seguro de que quieres saberlo?"

Don Alejandro dudó, y vio algo en su hijo que no había visto antes. Parecía expectante, así que decidió dejar a un lado sus dudas y hablar con él. "Estoy seguro. Quiero saberlo."

Al llegar a la hacienda y tras dejar los caballos Diego guió a su padre a la biblioteca. Se miraron durante un momento y don Alejandro quiso animarle. "Adelante, hijo. Estoy preparado."

Diego inspiró profundamente y empezó a hablar. "En España aprendí a luchar, pero no solo con la espada. También conocí a varias personas que conocían ciertos secretos y me enseñaron a utilizar uno de mis dones. Cuando llegué de España el alcalde os encerró a Victoria y a ti. Fui a hablar con él diciéndole que los caballeros no lo toleraríamos. Me respondió que si se organizaban sabría que había sido yo el causante y que me encerraría también. Entonces me di cuenta de que si actuaba, tú y yo pagaríamos las consecuencias, y que tendría que enfrentarme a él sin que pudieran identificarme. Llevo desde entonces actuando a escondidas."

Don Alejandro lo miró, sorprendido. "¿Quieres decir que tú has estado ayudando a el Zorro?"

Diego suspiró. "No exactamente padre, yo soy el Zorro."

Diego no pudo evitar sonreír al ver a su padre negar con la cabeza casi de manera imperceptible. Su mente se negaba a asimilarlo. Don Alejandro le miraba entre fascinado y escéptico. "No es que quiera desconfiar de ti, pero es que todo esto es muy extraño." Tras una pausa añadió "Hijo, no tienes por qué compararte con alguien como él. Tú también luchas a tu manera."

Diego miró a Felipe. "Parece que le está costando creerme. Era de esperar." Felipe se encogió de hombros y señaló la chimenea.

"¿Felipe ya lo sabía?" se sorprendió don Alejandro.

"Lo supo desde el principio." contestó Diego. "Me ha ayudado en muchas ocasiones."

Diego se dirigió a Felipe. "Si eres tan amable."

Felipe pulsó el resorte de la chimenea que activó el mecanismo, dejando al descubierto la entrada de la cueva.

"Aquí está lo que quería mostrarte."

La cara de Don Alejandro reflejaba más asombro que nunca. "Es la salida secreta que hizo mi abuelo. Creí que el mecanismo estaba estropeado."

"Lo estaba." Contestó Diego. "Hace años que lo investigué y conseguí arreglarlo, pero decidí guardar el secreto."

Diego atravesó la puerta seguido de Don Alejandro, pero Felipe se quedó en la biblioteca para dejarles hablar a solas.

Al bajar las escaleras Don Alejandro vio la mesa con los productos químicos, la percha con la ropa y el antifaz, y a Tornado.

Por unos instantes se quedó sin palabras. "¿Es la cueva del Zorro?"

Diego recordó lo que le dijeron acerca del velo mágico y le puso la máscara en las manos sabiendo que el contacto físico le ayudaría a entenderlo.

Volvió a decírselo despacio. "Padre, soy el Zorro."

Don Alejandro respiraba con dificultad. Diego le ayudó a sentarse.

"Entonces por eso sabes esgrima, porque has estado practicando con el Zorro." insistió el hombre mayor.

Diego le puso el sable en las manos. "Es el sable de Sir Edmund. Lo gané cuando pude vencerlo en combate."

Don Alejandro miraba el sable y a Diego alternativamente. Tratando de comprenderlo. "No puede ser" murmuró. Diego estaba preocupado. Finalmente se puso la máscara y se colocó frente a él.

"¿Sabes quién soy?"

"Eres el Zorro."

"Bien." se deshizo el nudo y llevó las manos de don Alejandro hasta la máscara. El la retiró con manos temblorosas.

"Entonces. ¿Es cierto? ¿De verdad eres el Zorro?"

Diego se rió sin poder contenerse. "No sé qué más hacer para convencerte."

Su padre no dijo nada más. Con lágrimas en los ojos lo abrazó. Tras un minuto en silencio por fin pudo volver a hablar:

"Eres mi hijo, y siempre te he querido a pesar de mi decepción cuando pensé que no eras capaz de luchar con la espada. Me hice a la idea de que tu don era pelear con las palabras y la leyes, pero ahora creo que no podría sentirme más orgulloso de ti. Solo espero que me perdones por las veces que te he recriminado que no actuaras. ¡Incluso llegué a llamarte cobarde!"

"No padre, no te disculpes. La culpa es mía por ocultarte este secreto. Quería mantenerte a salvo, pensé que podría esconderlo hasta que se hiciera justicia, pero jamás me imaginé que esto duraría tanto tiempo. La verdad es que no sé cuándo podré dejar de ser el Zorro."

"Sigo sin entender qué tiene que ver esto con los espíritus."

"Utilizo cierta magia para ocultarme. Hace que nadie se dé cuenta de quién soy cuando llevo la máscara. Si no fuera por ese truco hace años que alguien me habría reconocido. Funciona mejor con el tiempo, así que tengo que ser más cuidadoso con las personas que me ven por primera vez. Me temo que contigo la he usado demasiado tiempo."

Diego empezó a notar el cansancio acumulado durante todo el día. Necesitaba comer algo y retirarse, pero antes debía atender la herida de su brazo. "Padre. ¿Puedes llamar a Felipe? Necesito su ayuda con esto."

"Claro, pero yo también te ayudaré."

"¿Estás seguro?"

"Desde luego, he sido soldado, puedo hacerlo."

Mientras don Alejandro iba a buscar a Felipe, Diego se quitó la camisa y buscó un frasco que contenía un líquido transparente y paños limpios para lavar la herida. Ambos bajaron la escalera y Diego se sentó. Inmediatamente Felipe se situó a su lado y empezó a retirar la sangre seca con un paño humedecido.

Don Alejandro se acercó a mirar y se dio cuenta de algo.

"Es una herida de bala. Creía que Gilberto te había herido con la espada."

"No, uno de sus hombres me disparó."

"¿Tu magia no pudo protegerte?"

"Como te dije, funciona mejor con personas que llevan mucho tiempo viéndome como el Zorro. Esos hombres era la primera vez que me veían, y el riesgo era mayor."

"La herida no es profunda. Estarás bien en unos días si no se infecta, pero tiene que doler bastante."

"¿Ves ese frasco de ahí?" dijo señalando. "Necesito que me lo alcances. También uno de esos cuencos."

Diego se sirvió parte del líquido y lo tomó. No pudo evitar un gesto de desagrado. Ante la mirada interrogante de su padre le dijo "Es té de cactus. Amortigua el dolor, pero también da sueño. Tendré que irme a dormir temprano."

"Sí, ha sido un día muy largo."

Felipe ya terminaba de limpiar la herida y la vendó con cuidado.

"Antes de irnos quiero pedirte algo. Sé que es difícil para ti, pero me gustaría que lo consideraras."

Ante la seriedad de Diego, Alejandro también respondió con tono grave. "Dime qué te propones."

"Mencionaste un ritual que hizo mi madre, para saber si yo era tu hijo."

"Quieres saber si Gilberto era quien esa mujer decía que era."

Diego asintió.

"Pero tu madre usó dos gotas de sangre."

"Felipe recogió un trozo de tela manchado con sangre. Puedo sacar una muestra de ahí, pero tiene que ser ahora, antes de que la sangre se degrade."

Don Alejandro miró hacia otro lado, sin que sus ojos se dirigieran a ningún objeto en concreto.

"Creo que es importante saberlo." dijo Diego con suavidad.

"Yo... también necesito averiguarlo."

Diego se levantó de la silla y fue hacia la estantería. Cogió un cuenco de cobre, un frasco con una sustancia blanca y una varilla de incienso. Luego estiró el brazo izquierdo para alcanzar uno de los libros, un grueso tomo con tapas de color granate y hojas amarillentas.

"Felipe, llena el cuenco con agua hasta la mitad."

Felipe hizo lo que le pedían. Mientras tanto Diego encendió el incienso con una cerilla. Cuando Felipe trajo el agua, Diego le añadió los granos blancos, y tras recitar unas palabras que leyó en el libro sumergió un paño manchado de sangre. El agua se tiñó de rojo.

"Necesito una gota de tu sangre." dijo dirigiéndose a don Alejandro. Él asintió y cogió una pequeña navaja que había sobre la mesa, haciéndose un corte en el dedo anular izquierdo. Dejó caer una gota de sangre en el agua, y ambos vieron como se disolvía lentamente.

Diego comenzó a murmurar una letanía en un idioma extraño, y se tambaleó ligeramente, pero antes de que su padre pudiera alcanzarlo ya había recuperado el equilibrio. Cuando aumentó el volumen de su voz el agua en el cuenco empezó a agitarse, y el color rojizo se concentró en dos diminutas esferas, que se unieron y se coagularon para depositarse en el fondo del cuenco.

Don Alejandro sabía lo que significaba, y cerró los ojos, tratando de controlar su dolor. "Era mi hermano." confirmó Diego.