.

.

.


III

LATTE MACCHIATO


Mike cerró el grifo de la ducha y se hizo el cabello mojado hacia atrás. El agua caliente lo había revitalizado luego de una larga tarde de entrenamiento y aunque sentía los músculos cansados, todavía le quedaban un par de cosas por hacer. Abrió la mampara y en el medio del vapor tomó la toalla que descansaba contra la pared, se rodeó la cintura con ella y con la mano limpió el espejo, desempañándolo.

Se miró. Aún no tenía la barba y el bigote lo suficientemente largos como para recortárselos y consideró que a Nanaba no le molestarían a la hora de que la besase… si es que podía llegar a besarla.

Una electricidad le recorrió el cuerpo de pies a cabeza. Logró imaginarse el tacto de sus labios rosados y suaves contras los suyos y el delicioso perfume frutal embriagándole la nariz. Se imaginó a sí mismo rodeándole la pequeña cintura y cubriendo su menudo cuerpo en totalidad. Le había encantado esa mujer. Por algún motivo, desde que habían regresado de aquel maldito bar, no había podido dejar de imaginársela junto a él.

Sintiendo que se estaba emocionando demasiado con sus propios escenarios inventados, se dispuso a salir del baño. Abrió la puerta con fuerza, tratando de devolverse a tierra a sí mismo pero no logró tal cosa, así como tampoco logró que su amigo moviese un pelo.

Erwin estaba sentado en el sofá-cama que había adoptado para dormir desde que se había mudado con él luego de que su relación anterior llegase al trágico final que Mike había estado previendo desde hacía años. Estaba absorto en la lectura de un libro viejo que el hombre supuso era de Historia y en un intento de llamar la atención del rubio, se aclaró la garganta.

Su amigo elevó la vista con desinterés.

–Voy a salir –le informó Mike al ver que Erwin no estaba dispuesto a pronunciar palabra.

–Bueno –dijo el otro–. Que te vaya bien –y volvió a perderse entre las hojas viejas.

–Erwin –Mike estaba perdiendo la paciencia y eso era mucho decir ya que se caracterizaba por estar siempre lejos de la ansiedad–. Voy a salir con Nanaba –soltó, esperando una reacción de parte del rubio pero ésta nunca llegó.

Él le miró extrañado primero y confundido, después. Paseó los ojos por la pequeña sala de estar del apartamento que hasta hacía tres meses había sido solo de Mike y su perro Zackly, como si estuviese hurgando en su mente en búsqueda de un recuerdo que se le perdió entre el whiskey de la noche anterior y la tristeza en la que cada vez estaba más sumido.

–¿Nanaba? ¿Quién es?

"Válgame Dios. Lo estamos perdiendo".

–Es la amiga rubia de la chica con la que te llevaste tan bien anoche, ¿te acuerdas? Hange…

El nombre de la castaña provocó que Erwin abriese los ojos sorprendido de sí mismo por haber olvidado a la otra mujer que había estado acompañando a Hange. El hecho de que no se hubiese olvidado de Hange era una buena señal.

Cuando habían regresado al apartamento luego de que dejasen a las chicas en su edificio, los hombres no habían intercambiado más que las palabras necesarias. Erwin se había metido a la ducha con la finalidad de despejarse y quitarse de encima el olor a alcohol y Mike se había sentado en el sofá de su amigo –que en realidad era suyo– recordando las hermosas facciones de la mujer que le había arrebatado la cordura.

Había estado lejos de estar borracho pero podía decirse con certeza que Nanaba lo había dejado ebrio. Era tan bonita, tan delicada. Sus ojos eran celestes pero para nada opacos y las facciones ovaladas le daban un aspecto angelical a su rostro. Mike no podía convencerse de que hubiese encontrado a un ser casi élfico en un lugar tan horrendo. Había sido como hallar una pepita de oro en un montón de barro.

–Así que tú y ella…

–Intercambiamos números –le dijo– pero cuando la llamé, me atendió Hange –vio cómo Erwin entrecerraba los ojos al oír aquello y Mike se permitió reír sarcástico–. No te preocupes, no te la voy a robar.

Fue testigo de cómo el rubio resoplaba algo molesto e intentaba, en vano, volver a su lectura.

Erwin siempre había sido un hombre taciturno pero desde que había roto con Marie, su carácter se había agriado y ya casi nada quedaba de aquel sujeto que más allá de su seriedad, se animaba a mostrarse jocoso a veces y podía llegar a ser bastante simpático dentro de su imperturbabilidad. Lo conocía desde hacía un par de años y nunca lo había visto tan roto y tan vulnerable, permitiéndose el estar distendido solo cuando iba a aquel bar de dudosa reputación y se entretenía con la música vieja y el whiskey.

–Podría arreglarte una cita con ella, si quieres –le propuso Mike a Erwin–. Sé que te gustó. No es tu target pero hay que reconocer que tiene cierto encanto.

–¿Y cuál sería mi target? –preguntó el rubio, inquiriéndolo con la mirada.

–Digamos que todo aquello que se parezca a Marie. Y si es Marie, mejor –le soltó.

Mike era conocedor en carne propia de lo mucho que Erwin detestaba que trajese a su ex a colación. Cada vez que oía su nombre, las cejas gruesas del rubio parecían encresparse y resoplaba intentando contener algún tipo de blasfemia. Estaba herido y era de entenderse, porque todo había sido demasiado reciente pero Mike no iba a permitir que su amigo se hundiera en un pozo de mierda; tenía que superarla, hacer el luto, quitarla de su vida. Un tipo como él no tenía que perder el tiempo en perras malagradecidas.

–No la nombres –exigió Erwin en voz baja, de la misma manera que hacía siempre que Mike la invocaba en una conversación.

–¿Por qué? –provocó él, arreglándose el flequillo mojado– Si no te acostumbras a oír su nombre, explotarás, porque déjame decirte que Marie y todas sus variantes, son nombres muy comunes en Inglaterra.

–Pues volveré a Escocia entonces –amenazó su amigo. Estaba visiblemente molesto.

–Oh, una lástima que en Escocia también haya muchas Maries –Mike se animó a poner más leña al fuego. No le tenía miedo a las amenazas de Erwin porque sabía que para con él no eran más que palabras… aunque a Mike le hubiese venido bien recuperar la soledad de su apartamento.

El rubio dejó el libro a su lado y se puso de pie, enfrentándolo. No iba a golpearlo, por supuesto, pero de alguna manera necesitaba hacerse respetar. Estaba en desventaja ante el físico de Mike y además de que sabía que no quería dormir bajo un puente aquella noche, no iba a arriesgarse a perder la amistad más sincera que tenía en ese momento.

–Mike, estoy mal –le dijo Erwin, con semblante serio–. Tú no lo entiendes, pero…

–Ya sé que estás mal. Se te nota a la legua –lo interrumpió– pero dime, ¿hasta cuándo piensas estar así? Porque la verdad, tu aura oscura está afectando el feng shui de mi apartamento y la verdad que no me gusta para nada –se animó a bromear–. Incluso Zackly se aleja de ti y de tus cosas y ambos sabemos que le encantaría mearte los zapatos.

Erwin sonrió levemente y aquella era la primera sonrisa sincera que se permitía durante el día.

–Imposible que sepas cómo me siento si tú jamás te has enamorado –lo enfrentó un poco más tranquilo.

–No, no me he enamorado –Mike se encogió de hombros–. Bueno, al menos no me había enamorado hasta anoche. –Erwin lo miró confundido–. Sí, Erwin, hablo de Nanaba. Creo que ésta es la correcta.

Oyó al rubio soltar una carcajada y aunque al principio le pareció que era motivo para mosquearse, luego resolvió que era mejor ver a Erwin así que tirado en su sofá-cama y en pijama, leyendo libros que olían a panteón de momia.

–Siempre dices lo mismo: "ésta es la correcta". Eres como el pastor mentiroso. El día que te enamores de verdad, no te lo voy a creer.

–Pues ahora mismo no me estás creyendo –atacó Mike, animándose a mostrarse molesto–. Es que tú la has visto, ¿verdad? No recordarás su nombre pero sí su aspecto, estoy seguro. Ningún hombre en su sano juicio se olvidaría de Nanab…

–No la recuerdo, no –le interrumpió Erwin, totalmente sincero. En su tono de voz no había ni un ápice de mentira–. Tengo la vaga imagen de que es rubia y un poco más alta que la castaña de su amiga pero nada más. Estaba borracho, Mike. ¿Cómo quieres que recuerde a alguien que sólo vi por un rato? –quiso saber.

–Me juego la cabeza de que a Hange la recuerdas muy bien –la expresión que Erwin dejó ver, le dijo que sí lo hacía– pero bueno, mejor que no te acuerdes de Nanaba. Después de todo, ella es para mí.

Dejó atrás a su amigo, descolocado con sus palabras y empezó a dirigirse hacia su habitación pensando si le convenía o no ponerse colonia. Después de todo, Nanaba trabajaba en una cafetería y el aroma a comida mezclado con fuerte perfume no era una combinación muy agradable…

–Mike –le llamó Erwin justo cuando se disponía a cerrar la puerta. El hombre se dio media vuelta y lo miró. En su rostro se paseaba cierta consternación–, ¿crees que puedas organizar algo para Hange y para mí?

"¿Y ahora qué?".

–Podría –Mike intentó lucir indiferente pero se moría de ganas de hacerle saber a su amigo que haría su mejor esfuerzo. Erwin se merecía que lo torturaran un poco–. Déjame tantear el terreno con Nanaba y ver qué tan receptiva se muestra a que tú y su amiga se enrollen. Porque la quieres para enrollarte, ¿no?

Aquella pregunta la hizo con doble intención porque sabía que Erwin no era adepto a los revolcones de una noche por más necesidad que tuviese de olvidar a Marie. Era algo que iba más allá de los límites morales y afectivos de su correcto amigo, siempre propenso a hacer lo que era lo mejor para él aunque "lo mejor para él" fuese lo peor ante los ojos de otros. Si Mike hubiese estado en su lugar –cosa que hubiese sido extraña el verlo sufrir por una mujer que lo dejase por otro– hubiese recurrido a cuánta fémina se le acercase con el fin de quitarse del cuerpo el recuerdo de la otra y llenarse la memoria de buenas noches en un intento de opacar aquellas con la mujer que amó.

Pero estaba tratando con Erwin Smith.

–No lo sé–soltó y Mike no pudo disimular su sorpresa– pero tampoco la quiero para casarme. Ya sabes que he renunciado a eso. Simplemente, estoy considerando la posibilidad de conocer a alguien nuevo y esta Hange… –el rubio se hizo una pausa– Es verdad que estaba borracho, también es verdad que casi no recuerdo a la amiga de la que tanto me hablas pero de las pocas memorias que tengo de anoche, la mayoría son con esa mujer. Recuerdo las canciones de Queen y los ojos pardos. Recuerdo que llevaba gafas y que casi la beso. Puede que quizás –Erwin lo miró y le sonrió, entre burlón y sarcástico– ésta sea la correcta.


xxxxx


Su reloj de pulsera marcaba las nueve y media por lo que faltaban treinta minutos para que pudiese, por fin, irse a casa. Se apoyó con ambos codos sobre la mesada de granito gris y miró hacia la pared blanca que tenía en frente, tratando de buscarle algún defecto o detalle en el que no hubiese reparado durante toda su jornada de trabajo. Los sábados de noche en aquel Starbucks siempre eran así de mansos e insoportables pero estaban obligados a abrir y, de cierta manera, Nanaba comprendía por qué su compañera había decidido faltar.

Cada día que pasaba allí dentro era más consciente de lo mucho que detestaba ese trabajo pero no podía darse el lujo de renunciar. Si bien su padre le había ofrecido el pagar todas sus expensas para que ella se dedicase enteramente a ser la abogada que él quería que fuera, Nanaba había resuelto que si la mínima independencia que podía conseguir tenía como contraparte el trabajar en una cafetería, estaba dispuesta a hacer el sacrificio.

Tomó una gran bocanada de aire, conteniéndola en los pulmones. Llegaba un punto durante la jornada en el que el olor del café le era intolerable y le enfermaba verse rodeada por porciones de pasteles y tartas con precios inflados. No había nadie en aquel local salvo una pareja que se hallaba sentada en una de las mesas más apartadas, conversando animadamente desde hacía, por lo menos, media hora y la rubia calculó que los capuccinos ya se les habrían enfriado.

Una ráfaga de aire gélido le golpeó el rostro cuando la puerta del local se abrió y dejó pasar a un cliente. Haciendo un esfuerzo por despejarse, se incorporó y enderezó los hombros, maldiciendo a su vez a aquella persona que se le había ocurrido venir por un café a esa hora de la noche, cuando ya estaban por cerrar.

Su sorpresa fue inmensa cuando identificó al hombre que se dirigía hacia el despachador y cuando sus miradas se cruzaron, Nanaba sintió que el corazón se le detenía por un segundo.

Era Mike, el hombre que había conocido la noche anterior, el extraño con el que había decidido intercambiar números telefónicos por alguna razón. Llevaba una gruesa campera y una bufanda envuelta alrededor del cuello y tenía las mejillas y la nariz congestionadas por el frío. Cuando vio a Nanaba, elevó un poco las comisuras y se acercó hacia ella con determinación. La rubia miró hacia los costados en busca de Gelgar, su compañero y gerente, rogando que él tomase su pedido para así librarse de aquella situación incómoda.

–Buenas noches –la saludó Mike. Tenía la voz ronca.

–Buenas noches –le saludó ella. Tuvo que esforzarse para no tartamudear y se detestó por eso. Estaba excesivamente nerviosa, hasta el punto que le parecía patético– ¿Qué vas a tomar? –preguntó y se colocó frente a la caja registradora, lista para apretar botones.

El hombre alto se entretuvo mirando la cartelería que se hallaba a espaldas de Nanaba, tratando de dar con algo que le llamase la atención. Parecía indeciso y algo nervioso, tenso como lo estaba ella, quizás un poco aturdido por el capricho que el destino había tenido en volverlos a juntar. Nanaba se quedó allí, frente a él y en silencio, lanzándole alguna mirada furtiva cada tanto para apreciar mejor su aspecto y fue allí que se dio cuenta de lo atractivo que era.

Las luces blancas de la cafetería que generalmente no beneficiaban a nadie, le resaltaban las vetas verdes de lo de los ojos y sacaban destellos rubios de su cabello castaño claro. El bigote y la barba estaban prolijamente arreglados y emanaba un perfume amaderado que la mujer supo agradecer en un ambiente que olía siempre a bebidas calientes. Se le veía aún más grande y los hombros anchos cernían la tela de la campera por debajo de ésta.

–¿Qué demonios es un latte macchiato? –la pregunta de Mike hizo que volviera a poner los pies en la tierra y ante tal cuestionamiento, no pudo ocultar una sonrisa. Era la primera vez que alguien le preguntaba aquello.

Él pareció ciertamente sorprendido y deleitado por verla sonreír así de repente por lo que Nanaba se esforzó en poner un semblante serio.

–Es como un café con leche pero al revés –le explicó ella, tratando de ser lo más sencilla posible. No iba a ponerse a describir el proceso por el cual preparaban aquella bebida en el local.

–¿Eh? –Mike no se veía como si Nanaba hubiese respondido a su pregunta sino que al contrario, se le notaba aún más confundido que antes.

Hubiese estado mintiendo si dijera que aquello no le despertó cierto grado de ternura. Era cómico y encantador ver a un hombre de su edad y complexión esforzándose por entender el complejo mundo de una cafetería que poseía tal variedad de bebidas con nombres tan exóticos que hasta a los propios baristas les costaba pronunciar a veces. El italiano forzado de Mike –que seguramente ni se había percatado que había dicho dos palabras en italiano- había sonado tosco y rudimentario pero Nanaba estaba convencida de que no había oído un acento tan seductor en su vida.

–El café con leche tiene más café que leche –más allá de sus nervios y el arrebato de timidez, Nanaba se mostró dispuesta a dejar ver una sonrisa. A él parecía gustarle tal cosa–. El latte macchiato, es más leche que café. Significa, literalmente, "leche manchada".

–Ah –dijo el hombre y se quedó mirándola un par de segundos; segundos que para la rubia fueron horas–. Bueno, dame uno de esos, por favor.

–Está bien. ¿De qué tamaño?

–¿Eh?

–No sueles venir mucho a estos lugares, ¿no? –la rubia se animó a preguntar. Le causaba gran curiosidad lo liado que se veía Mike.

–De hecho, es la primera vez que vengo a uno –confesó él con algo parecido a la vergüenza.

Nanaba entrecerró los ojos al oír aquello y en su cabeza se empezaron a atar los cabos que hasta aquel momento, por sus nervios, había dejado sueltos. ¿Cuál era la probabilidad de que alguien que nunca va a cafeterías llegue justamente a una en donde ella está trabajando, un día que tuvo que cubrir a una compañera? No. No existía tal casualidad. Existía una causalidad; una causalidad de cabello castaño y ojos miopes, la cual había estado hablando con Mike aquella misma tarde mientras ella se torturaba con sus pensamientos en la bañera.

–Hanji… –murmuró, al principio creyendo que era imposible que Mike la oyera pero, en efecto, la oyó.

–Sí, fue Lady Frankenstein –confesó el hombre, sintiéndose acorralado de repente aunque Nanaba no había dicho ni hecho nada aún–. Pero por favor, no le digas nada. Ella simplemente quiso ayudarme –agregó mirándola directamente a los ojos, tratando de hacerle entender que hablaba en serio.

–¿Ayudarte? ¿A qué…? –entonces, Nanaba se dio cuenta de que estaba increíblemente lenta ese día– Oh…

Vio a Mike tragar saliva pesadamente y su mirada se volvió aún más fuerte, más densa. El único motivo por el que estaba allí era ella y la rubia no podía evitar que aquello la intimidase en demasía. Jamás en su vida un hombre se había molestado en hacer tal cosa y aunque no le agradaba la idea, debía de confesar que encontraba un poco fascinante el vivir tal experiencia por primera vez. Además, Mike le atraía bastante, por no decir mucho, y el saberse conocedora de que era algo mutuo…

–Tienes tamaño pequeño, mediano o grande –la rubia intentó retomar su trabajo al percatarse de que el ambiente entre ellos dos se estaba cargando de tensión sexual.

–Dame mediano –resolvió el hombre pero aún seguía observándola de "esa" forma, de una manera en que Nanaba sentía que era capaz de quitarle las prendas simplemente con la mirada y ella no pudo evitar sentir frío al verse desnuda ante él.

–¿Algo para acompañar? –la rubia intentó formular todas las preguntas que una buena empleada de Starbucks debía de hacerle a un cliente–. Tenemos tartas, pasteles, donuts, muffins…

–Lo que tenga menos calorías –la interrumpió Mike.

–¿Tarta de zanahoria te parece bien? –propuso ella.

–Sí.

–Bien –dijo y abriendo el mostrador, tomó una porción de trata, colocándola así en un plato descartable de cartón–. Son seis libras con cincuenta –informó.

–¿S-Seis libras? –al oír el precio, el entrecejo de Mike se arrugó y por un momento Nanaba creyó verlo palidecer. Tuvo que esforzarse para no reír ya que aquello no dejaba de parecerle un sketch mal guionado.

Mike pagó su latte macchiato y su tarta de zanahoria con cierto pesar y mientras Nanaba le daba la espalda para prepararle la bebida, sintió cómo la mirada del hombre se le paseaba por la línea de la espalda recorriéndole cada vértebra y se le detenía en los pequeños glúteos en los cuales nunca, nadie, parecía reparar. Más allá de lo inhibida que se sentía, no podía evitar reconocer que el verse apreciada de esa manera estimulaba y hacía crecer el bajo autoestima del que siempre había sido dueña. Ningún hombre hasta ese momento parecía haberse sentido atraído por su físico –aunque sí por su inteligencia– y aunque al principio, y como toda adolescente, tal cosa la perturbaba, había aprendido a asumir que sus atributos se encontraban en su mente, en un lugar en el que casi nadie se molestaba en indagar.

–Aquí tienes –Nanaba se dio media vuelta y colocó el latte macchiato frente a Mike, sonriente. Era obligación sonreírles a todos los clientes pero aquella sonrisa no se le había hecho difícil de mostrar–. Que lo disfrutes.

–Gracias –dijo él y con el latte macchiato en una mano y la tarta de zanahoria en la otra, se quedó allí de pie, sin moverse.

Nanaba intentó no mirarlo pero luego de un par de segundos, comenzó a preguntarse qué demonios estaba haciendo. Mike no se decidía a ir hacia una de las mesas, sino que tenía sus ojos en ella y estaba hecho de piedra, como si intentase decirle algo pero no se animase. El hombre tomó aire y entonces la rubia se percató de que estaba tratando de hallar algo de valor.

–¿Me acompañas? –le preguntó él de repente y a Nanaba se le congeló la sangre.

–N-No puedo –balbuceó. Le hubiese encantado decir que sí–. Estoy en horario de trabajo.

–Ya están por cerrar –Mike insistió. Al parecer, no estaba dispuesto a echarse atrás luego de conseguir la valentía necesaria–. Además, ¿no crees que sería un poco triste el verme solo bebiendo este latte macchiato y comiéndome la tarta? –al tono jocoso le sumó una sonrisa–. Me costó seis libras. No quiero dar un mal espectáculo –agregó.

A la rubia no le quedó otra que ceder ante sus encantos y luego de asentir con la cabeza, se dirigió hacia la cocina, sintiendo que el corazón se le salía del pecho y hacía retumbar las costillas.

Se encontró a Gelgar sentado y con el móvil en la mano, seguramente jugando a algún juego y esperando a que la hora pasase para poder cerrar. Cuando vio que Nanaba se le acercaba se puso de pie inmediatamente como si la gerente fuese ella y no él, y lo hubiese pescado haciendo el vago.

–Un amigo ha venido a por un café –le informó a su jefe. Le pareció extraño el llamar "amigo" a Mike– ¿puedo sentarme con él hasta que cerremos?

Gelgar elevó una ceja y para disgusto de Nanaba, se tomó varios segundos para analizar su respuesta.

–Está bien –dijo finalmente, aunque no se le había oído demasiado convencido por alguna razón.

Nanaba volvió a ir hacia el frente del local y vio que Mike se había sentado en una mesa contra el ventanal y observaba hacia afuera mientras el humo de su latte macchiato se elevaba en el aire.

Fue entonces que se dio cuenta de que tenía hambre y antes de ir hacia donde se encontraba el hombre –quizás inconscientemente quería retrasar la situación– se preparó un té y se sirvió una porción de pastel de merengue que nadie comía por considerarlo demasiado empalagoso. Lo debitó en su nombre y luego de unos minutos, se acercó a Mike con su té y su pastel y él la miró encantado.

Se sentó frente a él y ni bien estuvieron cara a cara, Mike tomó el latte macchiato y le dio un sorbo, tomándose el tiempo necesario para analizar su sabor.

–No está mal –apreció el hombre.

–Hay bebidas mejores –le dijo ella, mientras cortaba un poco de pastel con el tenedor de plástico –Podría haberte recomendado algo más decente. Discúlpame.

El hombre negó con la cabeza a la vez que la veía llevarse el trozo de pastel a la boca. El sabor dulce del merengue le apabulló las papilas gustativas pero no le importó. Le encantaban las cosas dulces y, de cierta manera, le ayudaban a controlar un poco la ansiedad.

–No te preocupes. No vine por el café –confesó Mike y volvió a hacerla presa de aquella mirada que despertaba tantos sentimientos encontrados: terror y fascinación. Deseos de huir y de quedarse allí para siempre.

–¿Y por qué has venido? –tuvo que felicitarse a sí misma por ser lo suficientemente osada como para formular aquella pregunta. Intentó no sonar como que se estaba haciendo la tonta sino porque realmente no comprendía las motivaciones de Mike.

Pero él era muy inteligente y al parecer podía leerla como si fuese un libro. Disimulando una sonrisa se encogió de hombros y luego de permitirse contemplarla nuevamente cuando comía un poco de pastel, soltó:

–Creo que tu amiga y mi amigo necesitan conocerse mejor –fue hábil para hallar un excusa que a la misma vez fuese beneficiosa tanto para él como para el otro hombre.

–Coincido –dijo ella. La rubia sabía cuánto le había gustado aquel tal Erwin a Hange.

De repente, fue testigo de cómo Mike la contemplaba con una expresión rara en el rostro y había dejado el latte macchiato sobre la mesa para hacerle una seña con la mano.

–Tienes… –Mike se señaló a un lado de la boca, en la comisura– Tienes merengue.

Nanaba se puso demasiado histérica para lo que la situación realmente implicaba pero es que desde que lo había visto entrar a la cafetería había estado esforzándose por mantener la entereza y era de esperarse que la cosa más nimia le provocase un ataque de nervios. En su desesperación por no quedar como una tonta, fue consciente de que no había traído servilletas consigo e intentó limpiarse con el dorso de la mano en la misma comisura que Mike se había señalado. Entonces supo que estaba confundiendo izquierda con derecha y maldiciéndose a sí misma se dispuso a quitar los rastros de merengue del lado correcto.

El hombre, motivado quizás por su falta de coordinación o por las ganas que tenía de establecer algún tipo de contacto físico, estiró su brazo y le alcanzó el rostro. La rubia dio un respingo cuando sintió su tacto sobre la mejilla izquierda y por poco milímetros el pulgar no le rozó los labios. Él parecía igual de aturdido por la situación pero a diferencia de Nanaba, que tenía los ojos abiertos como platos, se permitió mostrar media sonrisa.

–Nanaba –la voz masculina desde el fondo del local los sorprendió a los dos–. Vamos a cerrar –Gelgar los observaba desde el otro lado del mostrador con cierta consternación en el rostro.

Mike esperó por ella fuera del local mientras terminaba de limpiar las mesas y se quitaba el delantal verde. La rubia se lo encontró apoyado contra la pared de la fachada y bajo la luz amarillenta del alumbrado público. Cuando él la vio acercarse, río y la risa se elevó en forma de vaho. Hacía frío pero Nanaba tenía las mejillas hirviendo.

–¿Sueles irte caminando o tomas el bus? –le preguntó Mike antes de tomar una decisión por su propia cuenta.

–Suelo irme caminando –contestó a la vez que empezaba a dar los primeros pasos y él la imitaba.

–Esta zona no es lo suficientemente segura como para que una mujer ande sola a estas horas de la noche –observó el hombre con cierta preocupación.

–Lo sé –la rubia se encogió de hombros– pero el apartamento no me queda tan lejos y además, me gustan las caminatas nocturnas. Aunque, la verdad, en esta época del año comienza a hacer bastante frío como para dar caminatas –acotó al notar que se le erizaba la piel por debajo de la remera.

Oyó cómo el cierre de la campera de Mike se abría y entonces comprendió lo que estaba intentando hacer. Inquieta, lo miró, queriendo dar con las palabras y decirle que tal cosa no era necesaria pero él era rápido y, para cuando Nanaba quiso darse cuenta, ya había sido envuelta en la amplia campera.

La calidez y la colonia la sobrecogieron y no pudo evitar sentirse cómoda con aquel cliché. Él la ayudó a poner los brazos en las mangas y luego subió el cierre hasta que el frío metal le tocó la barbilla. Sus ojos se encontraron pero rápidamente Nanaba llevó la mirada hacia sus pies.

–Te queda enorme. Podrías acampar ahí dentro si quisieras –le comentó Mike graciosamente y retomaron la marcha.

Nanaba dejó que una carcajada suave le saliese de la garganta y ambos se sumieron en el silencio absoluto de la noche y las calles solitarias.

Durante las siete cuadras que caminaron juntos, Mike y Nanaba disfrutaron de la compañía del otro sin hacer uso de las palabras, oyendo los sonidos que provenían de los bloques de apartamentos y el paso de un tren no muy lejos. La rubia se regocijó con el hecho de no verse obligada a aparentar o actuar de una manera que no le era propia e internamente supo agradecerle a Mike por respetar su espacio y por ser, de cierta manera, tan parecido a ella.

Cuando llegaron al edificio donde ella vivía, Nanaba y Mike se pararon uno frente al otro y no fue hasta que la rubia comenzó a desprenderse la campera que el hombre habló:

–Entonces –rompió el silencio– ¿qué hacemos con Hange y Erwin? –preguntó.

Al oír el nombre de su amiga, elevó los ojos hacia la ventana del quinto piso en el que vivían. Vio a la persiana moverse levemente y no le costó demasiado el darse cuenta que del otro lado estaba Hange observándolos, con seguridad haciendo uso de esos binoculares que supuestamente se había comprado para observar aves.

"Hanji, podrías disimular un poco, ¿no?".

–Podríamos juntarlos –propuso Nanaba, intentado ver a su amiga por detrás de la persiana.

–¿Crees que aceptarían el juntarse ellos dos solos?

Nanaba se mordió el labio inferior, pensativa. Hange no era tímida y siempre le había gustado conocer gente nueva pero ¿era su extroversión tan grande como para acceder salir con un hombre sin dudarlo aunque fuera un segundo? Anoche había estado borracha, por lo que sus acciones no eran del todo válidas y la rubia tampoco conocía en carácter al amigo de Mike, por lo que no sabía hasta qué punto él se mostraría receptivo.

–¿Dices que nos juntemos los cuatro… como anoche? –al ver los ojos de Mike brillar, la rubia supo que había interpretado bien sus intenciones.

–Sería lo mejor. Digo, si a ti no te molesta.

–No, a mí no me molesta para nada –una ráfaga gélida hizo que se estremeciera y por algún motivo, Mike se acercó más a ella– pero no estoy dispuesta a volver a ese lugar –agregó.

–¿Te refieres a "Ciudad Subterránea"? –Nanaba asintió– No te preocupes. A mí tampoco me gusta ese sitio aunque lamentablemente tengo que ir bastante seguido para cuidarle las espaldas a Erwin –explicó el hombre y a Nanaba le hubiese gustado indagar más pero él continuó– ¿Dónde nos juntamos? ¿En el Starbucks?

–No –la rubia se apresuró a negarse. Lo que menos quería era que sus compañeros de trabajo empezasen a cuchichear. Una idea se le vino a la cabeza y aunque al principio le pareció inadecuada y estúpida, supo que era la más segura, al menos para Hange y ella. Después de todo, Mike y Erwin no dejaban de ser dos desconocidos– ¿Qué te parece si nos juntamos aquí, en nuestro apartamento? –propuso y al notar la sorpresa de Mike se alarmó– Quiero decir… podríamos cenar, a mí se me da bien el cocinar y no estaremos rodeados de borrachos que…

–Me parece genial –Mike la interrumpió, no dándole la oportunidad a que ella se cuestionase si había hecho bien o no– ¿Cuándo?

–Puede ser el viernes dentro de dos semanas, si te parece. Por ahora, estoy un poco complicada con un examen.

–Será el viernes dentro de dos semanas, entonces –Mike le dejó ver una amplia sonrisa de satisfacción y ella lo imitó si bien sabía que estaba sonrojada–. Erwin y yo traeremos las bebidas. Estoy ansioso por probar tus platos, Nana –el oír el apodo salir de sus labios hizo que a la rubia le temblasen las piernas – Dile a Lady Frankenstein de mi parte que gracias por lo de hoy.