Capítulo 10
SAKURA había pensado volver a casa para ver a su madre pero, por supuesto, Sasuke no estaba dispuesto a dejar que tomase el tren.
–Estás loca si crees que voy a dejar que tomes el tren en tu estado –le dijo, observándola con una peculiar sensación de vacío mientras guardaba el resto de sus cosas en la maleta.
–No puedes decirme lo que tengo que hacer.
–Yo no pondría eso a prueba.
Sakura levantó la mirada, retadora.
– ¿Ah, no?
–El médico dijo que no deberías estresarte y haré lo que tenga que hacer para que te calmes –Sasuke sacudió la cabeza, dejando escapar un suspiro. – ¿Por qué no te das un baño? Luego podremos hablar tranquilamente.
– ¿De qué? ¿De cómo has manipulado esta situación?
Sakura respiró profundamente, intentando no pensar en la humillación de haber sido engañada; una conquista fácil para un hombre que tenía que estampar su autoridad en todo lo que hacía.
Y también intentaba no entristecerse al pensar que iba a marcharse de aquella casa. Era fabulosa, exactamente la casa con la que había soñado siempre, aunque hubiera sido un medio para llegar a un fin.
–Debería haber imaginado que tú no tendrías nunca una casa como ésta – Sakura se dejó caer sobre un sillón, intentando contener las lágrimas.
– ¿Qué quieres decir? –Sasuke se preguntaba si sabría lo impredecible que era, como un purasangre que se asustaba por cualquier cosa.
Tal vez debería haberle contado que acababa de comprar la casa, incluso haberle pedido opinión, demostrar que la involucraba en el proceso. ¿Debería haberlo hecho?, se preguntó.
Poco acostumbrado a cuestionarse a sí mismo, Sasuke intentó recordar que lo había hecho de buena fe. Además, ¿qué había de malo en utilizar los medios a su disposición para conseguir lo que quería? ¿Desde cuándo era un crimen intentar que las cosas fueran a tu favor cuando sabías que eso era lo que debías hacer?
–A ti no te gustan las casas en el campo con habitaciones pequeñas y muebles antiguos –le espetó Sakura. –No sé cómo he podido creer que venías aquí los fines de semana a relajarte. Tú estás pegado al ordenador veinticuatro horas al día, ¿por qué ibas a querer relajarte en el campo? Además, si quisieras relajarte, ¿por qué ibas a venir aquí cuando podrías ir a un hotel en cualquier parte del mundo?
Sasuke miró alrededor, levantando las cejas.
–Curiosamente, no me parece tan claustrofóbica como había imaginado.
–No entiendo cómo has podido engañarme.
Él suspiró, pasándose una mano por el pelo.
–Voy a llenar la bañera...
– ¡Ésa no es una respuesta!
–Lo sé.
–No voy a darme un baño contigo vigilándome –dijo Sakura, poniéndose colorada.
–Ya lo sé –asintió Sasuke.
Aunque estaba seguro de que, si salía del baño cubierta por una toalla, ninguno de los dos podría controlarse.
La dejó sentada en el sillón mientras él llenaba la bañera de espuma. Cuando salió del baño cinco minutos después, afortunadamente ella seguía sentada en el sillón porque la alternativa era que estuviera esperándolo con la maleta en la puerta.
– ¿Qué vas a hacer con la casa cuando me haya ido? –le preguntó.
Sasuke sacudió la cabeza.
–Hablar contigo es como caminar sobre cristales rotos –respondió, preguntándose cómo podía aquella mujer ponerlo nervioso sin intentarlo siquiera. –Diga lo que diga, vas a interpretarlo de la peor manera posible.
– ¿Ahora yo soy la culpable?
–He hecho lo que he podido para cuidar de ti, he comprado esta casa porque pensé que te gustaría. Podía imaginarte paseando por el jardín, lejos del ruido y la polución de Londres. Y te gusta la casa... ¿entonces cómo es posible que me haya convertido en el malo de la película?
–Me has mentido para salirte con la tuya, ése es el problema.
–Hemos hecho el amor y tú lo deseabas tanto como yo.
– ¡Eso fue antes de saber que lo tenías todo calculado para que me metiera en la cama contigo! Es como si me hubieras chantajeado... como si hubieras manipulado todos mis sueños para conseguir lo que querías.
–Sakura, ve a bañarte, por favor.
Sasuke no sabía cómo controlar la situación. ¿Dónde estaba su legendario talento para convencer a los demás?
–Voy a bañarme y, cuando salga, quiero que me lleves a la estación.
–Haré algo mejor: yo mismo te llevaré a casa de tu madre.
–Muy bien. Pero no te quiero aquí mientras me estoy bañando.
–Como quieras.
–Y no se te ocurra entrar mientras me estoy bañando. No hay pestillo en la maldita puerta.
–No entraré a menos que te quedes dormida. Lo creas o no, me importa lo que te pase.
Le importaba. Sakura tragó saliva, conteniendo la tentación de preguntarle cómo podía estar tan tranquilo mientras ella era un volcán en erupción.
¿Pero por qué no iba a estar tranquilo? Lo único que quería de ella era sexo. Nunca le había dicho una palabra cariñosa, ni siquiera en los momentos de pasión. Incluso cuando sus cuerpos estaban unidos, jamás se dejaba llevar por los sentimientos.
¿Cómo podía amar a un hombre así?, se preguntó. ¿Cómo podía dejar que tirase sus defensas en cuanto la tocaba? ¿Dónde estaban su orgullo y su autoestima?
Furioso consigo mismo, Sasuke se dio cuenta de que algo dentro de él amenazaba los principios por los que había regido su vida. Y también se daba cuenta de que no le gustaba que Sakura se apartara de él como estaba haciendo en aquel momento. Quería que estuviese pegada a él, pendiente de él. Era turbador reconocerlo, de modo que intentó concentrarse en lo más práctico: llevarla a casa de su madre. Sería un largo y aburrido viaje, pero así tendría tiempo para trazar un plan B ahora que el plan A había fracasado de manera espectacular.
–Si no te importa marcharte... –insistió Sakura.
Sasuke la miró durante unos segundos antes de darse la vuelta para salir de la habitación. Pero solo en la cocina, frente al ordenador, era incapaz de concentrarse en los informes y los correos.
Le dio exactamente media hora y luego volvió a subir a la habitación, haciendo ruido para alertarla de su presencia. Pero cuando abrió la puerta, Sakura estaba ya vestida, con la maleta cerrada.
–Has dicho que ibas a llevarme a casa de mi madre. Si has cambado de opinión...
–No he cambiado de opinión.
Ella no dijo nada y su silencio le gustaba menos que sus protestas y sus acusaciones.
– ¿Has decidido no volver a dirigirme la palabra? –le preguntó, tomando la maleta como si no pesara nada. Se sentía raro, incómodo en su propia piel mientras bajaba la escalera.
– ¿Cuánto tiempo tardaremos en llegar a Yorkshire? –le preguntó Sakura.
–Varias horas, pero pararemos en el camino para que estires las piernas – respondió él.
Después de casi tres horas de viaje, el silencio era tan opresivo como un par de grilletes. Sakura miraba por la ventanilla, perdida en sus pensamientos, y cuando pararon en una estación de servicio para estirar las piernas entró en la tienda y volvió con un montón de revistas y una botella de agua mineral. Una vez que reanudaron el viaje se puso a leer con aparente fascinación la vida de los ricos y famosos mientras él miraba la carretera e intentaba entablar conversación sin ningún éxito.
Sólo cuando por fin llegaron al pueblo dejó las revistas a un lado.
– ¿Qué vas a contarle a tu madre?
–No lo sé. La verdad, imagino.
–Es un buen principio.
–Se va a llevar un disgusto –dijo Sakura, llevándose una mano al estómago. Su madre y ella habían formado un frente unido contra el mundo desde que su padre murió... ¿cómo iba a sentarle aquello a una mujer de valores tan tradicionales? Como una manzana envenenada seguramente.
–Subestimas a la gente –murmuró Sasuke.
–Tú no conoces a mi madre.
–La conozco lo suficiente. No es de porcelana y sabe que en la vida ocurren cosas inesperadas –dijo él, patéticamente aliviado de que al menos le dirigiese la palabra.
Le gustaría verla sonreír; echaba tanto de menos su sonrisa que casi le dolía. Se preguntó entonces cómo podía haber construido su vida alrededor de una mujer, Tayuya, que había sido poco más que una anécdota. Su ruptura con ella le había dejado un sabor amargo, pero había exagerado la importancia de esa ruptura en su vida. Si ni siquiera recordaba su rostro...
¿Lo habría estropeado todo con Sakura?, se preguntó entonces.
Cuando llegaron a la casa de su madre, después de una larga y tediosa jornada, ella lo miró por fin.
–Gracias por traerme.
–No vas a librarte de mí tan fácilmente.
Sakura desearía que no la mirase así, con esa media sonrisa que hacía que se derritiera por dentro. ¿Lo haría a propósito?
–Supongo que quieres ser un caballero y llevar dentro la maleta.
–Naturalmente.
Sakura salió del coche, suspirando, mientras Sasuke abría el maletero.
– ¡Cariño, qué sorpresa! –exclamó su madre al verla–. No te esperaba... si me hubieras llamado, habría hecho algo especial de cena.
Mebuki era una mujer bajita y regordeta con el pelo corto y los mismos ojos jades que su hija. Cuando sonreía, dos hoyitos asomaban en sus mejillas.
–Mamá...
–Deja que te vea, Saku. Qué guapa estás.
–Mamá, he venido con Sasuke... el hijo de Mikoto. Él me ha traído hasta aquí.
Sasuke apareció en ese momento con la maleta en la mano y, casi sin pensarlo, Sakura se apoyó en él. Lo hacía por instinto, como algo natural. Le había dado el poder de ser su ancla y no podía ni imaginar lo que tardaría en volver a sostenerse sola, a ser independiente.
–Estamos aquí por una razón –dijo él, pasándole un brazo por los hombros.
– ¿Por qué razón? –preguntó Mebuki, mirándolos con cara de sorpresa.
–Mi madre debería estar aquí también, pero pronto le daremos la noticia.
– ¿Qué noticia? –exclamó Mebuki.
–Cariño... –Sasuke miró a Sakura–. ¿Quieres contárselo tú o...?
No era así como Sakura había esperado darle a su madre la noticia de que iba a ser abuela, sino más bien sentadas en la cocina, tomando una taza de té.
–Verás, mamá... estoy embarazada.
–Y eso no es todo –dijo Sasuke. Por fin, era capaz de pronunciar las palabras que se le habían atragantado hasta entonces. –Yo soy el padre del niño y vamos a casarnos cuanto antes.
Su madre no se había desmayado del susto como ella había temido. De hecho, el grito que lanzó era de auténtica alegría.
Pero Sasuke la había puesto en una posición muy difícil y ahora, con su madre al teléfono dándole la noticia a Mikoto, Sakura por fin se volvió para mirarlo, furiosa.
– ¿Cómo has podido hacerme eso? –le espetó, dejándose caer sobre un sillón, agotada.
Sasuke respiró profundamente antes de clavar una rodilla en el suelo.
–Mírame, estoy de rodillas.
– ¿Qué haces?
–Es culpa tuya. Tú haces que caiga de rodillas.
–Eso no tiene ninguna gracia –susurró Sakura.
–Yo no bromearía sobre algo tan importante. Sé que te mentí sobre la casa y lo siento mucho. Y sé qué piensas que te llevé allí para aprovecharme de ti... pero no es eso, Sakura. Quería tenerte a mi lado y elegí la manera más estúpida de hacerlo. No me paré a pensar que podría hacerte daño, que te sentirías engañada. Sólo sabía que no quería estar sin ti.
–Pero... tú no me quieres.
Sasuke suspiró pesadamente.
–Tenía mi vida controlada, o eso creía. ¿Cómo iba a saber que enamorarme de ti sería el equivalente a ser atropellado por un camión? Siempre pensé que el amor sería algo que podría controlar como controlaba el resto de mi vida. Pero entonces apareciste tú y la mitad del tiempo no me reconocía a mí mismo. Y cuando te fuiste... –Sasuke carraspeó, sus ojos llenos de emoción. –Cometí el error de pensar que todo volvería a la normalidad, que me pondría a trabajar y dejaría de pensar en ti, pero no fue así. Tenías razón al decir que la única lección que había aprendido de Tayuya era a ser una isla, pero ahora me doy cuenta de que ser una isla no es lo que quiero. Y también me he dado cuenta de que nunca amé a Tayuya. No sabía lo que era el amor hasta que apareciste tú.
Sakura estaba conteniendo el aliento por si acaso aquello era un sueño. Pero Sasuke estaba allí, delante de ella.
–Jamás pensé que pudieras amarme –dijo por fin. –Cuando rompimos decidí que debía olvidarte y seguir adelante con mi vida, pero luego descubrí que estaba embarazada...
–Y yo te pedí que te casaras conmigo.
–No quería casarme contigo si no me amabas. Pensé que algún día me odiarías por atarte a mí a la fuerza.
–Cuando me dijiste que estabas embarazada fue algo tan inesperado... pero la verdad es que me acostumbré a la idea a una velocidad sorprendente – dijo Sasuke. –Y en ese mismo instante me di cuenta de que no quería dejarte escapar. Al principio, pensé que era porque quería que el niño tuviese un padre, pero la verdad es que no quería que te casaras con otro hombre. El único marido que ibas a tener era yo –añadió, con esa espléndida arrogancia que siempre le había parecido curiosamente enternecedora.
–Así que compraste la casa perfecta para convencerme.
–Pensé que eso me haría irresistible, sí. Tal vez creas que soy un mentiroso, pero sólo era mi torpe manera de demostrar que te quería en mi vida. Debería haber encontrado otra manera de decírtelo, pero... no sabía cómo hacerlo.
–Eres el hombre más testarudo que he conocido nunca –dijo Sakura, emocionada.
–Mi vida ha cambiado por completo desde que te conocí y no sabes cuánto me alegro –le confesó él, apretando su mano.
–Te quiero tanto, Sasuke... pero necesito saber que tú también me quieres.
– ¿No es eso lo que estoy intentando decirte? Te quiero, estoy loco por ti. Y si no estuviéramos en casa de tu madre...
No tenía que terminar la frase porque Sakura sabía muy bien lo que quería decir y porque ella sentía lo mismo.
–Pero estamos aquí –siguió Sasuke, con un brillo posesivo en los ojos–. Y antes de que vuelva tu madre, dime que te casarás conmigo.
– ¿Tu qué crees, amor mío?
Sasuke no dejó que la hierba creciera bajo sus pies. Tres semanas más tarde se casaron en una ceremonia íntima pero preciosa, rodeados de parientes y amigos. La casa que había comprado en Berkshire se convirtió en su residencia principal y Sasuke admitió por fin que el único momento en el que se sentía vivo de verdad era cuando estaba con ella. Trabajaba menos horas y los valores domésticos que antes aborrecía ahora le parecían maravillosos.
–Ya veremos lo que dura eso cuando haya un niño llorando a las tres de la mañana –bromeaba Sakura.
Pero cuando Sarada nació dos días antes de la fecha prevista, un querubín de mejillas regordetas, los ojos y cabellos negros como de su padre, Sasuke se convirtió en una fuerza de la naturaleza. Siempre había dado el cien por cien en todo lo que hacía y, como era de esperar, puso el mismo entusiasmo en la paternidad.
Aquello era un milagro, le decía, y su hija estaba destinada a tener unas cualidades superlativas.
– ¿No te apetece buscar otro precioso milagro? –murmuró una noche, mirándola de una forma que aún podía hacer que se derritiera.
Sakura, que había dejado su trabajo en Londres para abrir un invernadero en Berkshire, se resistió durante seis meses. Pero la segunda vez no hubo estrés durante el embarazo y entre Sasuke y su madre la tenían mimadísima.
Y el paso del tiempo no disminuía el amor que sentían el uno por el otro.
Para Sasuke, ella era el aliento de su vida. Y en cuanto a Sakura, ¿quién había dicho que los cuentos de hadas no se hacían realidad?
FIN
