Capítulo 1
Estaba lloviendo a mares, no es que eso fuese muy extraño en Forks, pero para mí no era el mejor momento. Deambulaba por las calles cuando pasaban las dos de la madrugada, sin paraguas y calada hasta los huesos. Como había salido de aquella casa con tanta prisa, olvidé coger mi chaqueta y mi bolso, por lo que las llaves del coche todavía las tenía aquel impresentable…
El muy hijo de…
Suspiré frustrada… ¿A quién quería engañar?
La culpa había sido mía por creer en sus mentiras, por no escuchar los consejos de mis amigos de dejarlo y alejarme cuando todavía estaba a tiempo.
Ahora ya era tarde…
Me había roto el corazón y después de verme hundida todavía se dignó a pisotearme y hacerme sentir más mierda de lo que ya me sentía.
¿Y ahora que iba a hacer? Ir al único lugar donde sabía que no me juzgarían: con Edward.
Cuando llamé a su puerta me di cuenta de lo ridículo de la situación, yo en su lugar me echaría a patadas de su casa, apareciendo a esta hora y con estas pintas. Pero la puerta se abrió dejándome ver a Edward medio dormido, tenía puesto solo un pantalón de pijama y me miraba entre sus parpados entrecerrados, con evidentes muestras de estar todavía dormido y tenía las marcas de la almohada en su rostro. Se frotó los ojos con fuerza y después parpadeó para mirarme de arriba abajo. Seguro que mi imagen asustada, mi ropa empapada, mi maquillaje corrido y mi pelo revuelto.
— ¡Bella! –exclamó asustado—. ¿Qué te ha pasado?
Intenté contestarle… juro que lo intenté, pero cuando abrí mi boca solo un sollozo salió de mis labios. Ya no solo por el dolor de sentirme traicionada por un hombre que suponía querer, era el sentirme estúpida y lerda por creer en alguien en el que nadie creía… y ahora estaba pagando las consecuencias.
Edward me abrazó y tembló de frío, tenía su pecho descubierto y yo estaba empapada, pero no solo eso, estaba empapada de la lluvia de Forks, algo helado y capaz de hacerte congelar en dos segundos. Sin mediar palabra me llevó hasta su baño y abrió grifo de agua caliente. Comenzó a quitarme la ropa mientras yo seguía llorando sin parar, sabía que una vez había empezado era un caudal sin final… mis lágrimas durarían horas…
Cuando quise darme cuenta estaba en ropa interior bajo el agua caliente de la ducha y con Edward a mi espalda sujetándome para que no me cayese, mi rodillas parecían gelatina y apenas podía sostener mi propio peso. En otras circunstancias estaría haciendo una broma sobre el tema "Edward y yo desnudos en la ducha…", pero no era el momento.
Unos minutos después estaba sentada en su enorme sofá blanco, con una de sus camisetas puesta que me llegaba casi hasta las rodillas, envuelta en una manta y con una taza de té humeante entre mis manos.
— ¿Ahora me dirás que ha pasado? –preguntó con dulzura.
Eso era lo que más me gustaba de Edward, pese a todo lo que él y yo habíamos vivido él siempre era amable y dulce conmigo. Suspiré y lo miré de reojo, ahora se había cubierto el pecho y esperaba ansioso mi respuesta.
— James me engañó con otra… lo encontré en la cama con ella —solo decirlo me provocó rabia… sabía que era mi culpa por confiar en él, pero no podía evitar sentirme traicionada.
Edward resopló y fijó la vista en sus manos entrelazadas.
— ¿Te hizo daño? —preguntó en tono sombrío, yo lo miré raro, era obvio que me había hecho daño… ¡me engañó! ¿No era eso suficiente?—. Físico, quiero decir... ¿te golpeó… o… algo? —especificó adivinando mis pensamientos.
Negué con la cabeza y él soltó el aire que estaba conteniendo.
— No te diré que ya te lo he dicho porque sabes que no soy así… —continuó— pero debería hacerlo…
— Lo sé… —contesté en un murmullo.
— ¿Sabes quién era? La otra digo… —dijo después de unos segundos.
— ¿Importa? –pregunté con voz rota.
— Realmente no –dijo encogiéndose de hombros.
Nos quedamos en un incómodo silencio durante unos minutos, que ninguno se atrevía a romper.
— Victoria… —dije sin emoción— Victoria Richardson.
— ¿Qué? –preguntó confundido.
— James estaba con Victoria… —confirmé mientras una lágrima caía por mi mejilla.
Edward se acercó y la secó con ternura.
— ¿Estabas enamorada de él? –preguntó en un susurro.
Yo negué con la cabeza.
— No… sabes que ya no creo en el príncipe azul —dije en voz alta—, pero era tan… perfecto. Me había imaginado mi vida con él… una casita blanca con las ventanas azules, niños rubios, perro… ya sabes —hice un gesto con la mano y él sonrió con ternura—. Creo que hablar con Renée me hace mal, ya estoy pensando en tener niños —reí sin humor—, pero ya tengo veintisiete años y ni si quiera tengo pareja estable… es patético.
— ¡Eh! –dijo indignado—. Yo tengo tú misma edad… no somos tan "mayores" —bromeó haciendo comillas en el aire.
— Las mujeres maduramos antes —dije medio sonriendo.
— Sí sois tan maduras que hasta os caéis de los arboles —rió con fuerza.
Mis mejillas enrojecieron al recordar aquella bochornosa situación cuando con dieciséis años Alice, la hermana de Edward, y yo nos subimos a un árbol para poder ver el entrenamiento de los chicos del equipo de baloncesto, entre los que se encontraban Edward y Jasper, el mejor amigo de este y el chico por el Alice suspiraba.
Los entrenamientos eran en el gimnasio a puertas cerradas, porque las chicas más populares del instituto siempre se ponían como locas a gritar guarrerías a los jugadores desconcentrándolos. Entonces el entrenador Clapp había decidido que nadie, excepto el equipo, podría entrar a mirar.
Esa norma también era para Alice y para mí, aunque siempre nos comportábamos y nunca decíamos nada fuera de contexto. Pero nosotras no estábamos de acuerdo, queríamos ver a los chicos a como diese lugar. Así que nos subimos a ese árbol para poder ver por una de las ventanas superiores del gimnasio.
Todo fue perfecto, pero el problema llegó cuanto tuvimos que bajarnos, el cordón de mis converse se atoró entre la grieta de una de las ramas y me tropecé cayendo encima de Alice, y esta se sujetó a mí mientras caíamos al suelo las dos.
Emmett, mi hermano mayor, pasó por allí en ese momento y comenzó a reírse escandalosamente haciendo que el equipo de baloncesto al completo saliese a ver lo que había pasado. Alice, muy digna, se puso en pie y recolocó su ropa mientras alzaba la barbilla, yo intenté imitarla, pero mi cordón desatado me hizo tropezar de nuevo y acabar sonrojada entre los brazos de Edward.
— Tonta —susurró Edward codeando mis costillas y sacándome de mis recuerdos.
— Pero basta de hablar de mí… ¿qué tal con Tanya? —pregunté para cambiar de tema.
Edward se tensó a mi lado y me miró con el ceño fruncido.
— Lo dejamos hace unas semanas… ¿no lo recuerdas? —preguntó sorprendido.
Yo sentí que todo el color abandonaba mi rostro… un premio a la peor amiga del mundo para Isabella Swan por favor. Me mordí el labio inferior y miré a Edward con una disculpa.
— Lo siento —gemí— de verdad… es que… uf… Edward tú estás mal y yo aquí contándote mis penas.
— No importa… tú me fuiste a buscar a aquel bar de Port Angeles cuando me emborraché hace dos días —dijo encogiéndose de hombros.
Negué con la cabeza al recordar el estado en que lo encontré.
— ¿Cómo estás? —pregunté con cautela.
Edward resopló y se pasó la mano por el rostro.
— Tampoco estaba enamorado… aunque parezca tonto yo también había planeado eso de la casita, los niños y el perro —dijo en tono de añoranza pero un poco avergonzado.
Me acerqué a él para abrazarlo y después nos quedamos uno al lado del otro con nuestras cabezas apoyadas una contra la otra.
— ¿Tan malos somos como para que nadie se interese en nosotros en serio? —preguntó Edward al aire.
Yo no contesté… solo suspiré y cerré los ojos.
— ¿Tienes algo de alcohol? —pregunté en un murmullo.
Edward se apartó de golpe y me miró con los ojos muy abiertos.
— ¿Quieres emborracharte? —preguntó sonriendo después de unos segundos.
— Sí… no estamos en un bar y nadie tendrá que ir a recogernos cuando ni si quiera sepamos nuestro nombre —dije sonriendo.
Edward no contestó, solo se puso en pie y buscó algo en el aparador de la cocina, volvió con una botella de tequila y dos vasos.
— ¿Dónde están el limón y la sal? —pregunté enarcando una ceja.
— Así… a pelo… quiero ver a Isabella Swan borracha… esa imagen quedará en mi retina hasta el día que me muera —dijo riendo.
Yo gruñí y le quité uno de los vasos y la botella de las manos, me serví una copa y la bebí de golpe haciendo que mi garganta ardiese. Edward me imitó y suspiró mirándome entre sus pestañas.
— La verdad es que me hacía falta esto —dijo señalándonos a los dos intermitentemente con un dedo.
— ¿Emborracharte bebiendo tequila a pelo? —pregunté.
— No, una conversación contigo… lo echaba de menos —dijo con voz soñadora—. ¿Recuerdas cuando nos tumbábamos en la hierba y hablábamos durante horas?
— Sí –sonreí—, teníamos ¿Cuánto… quince?
— Creo… entonces era todo más sencillo… —murmuró bajando la mirada— ahora está el alquiler, el gas, el trabajo, las mujeres…
— Es una mierda… —concreté tomándome otra copa.
— Cuando estuvimos juntos en el instituto no creí que el amor fuese tan complicado —confesó mientras se servía otra copa y la bebió de golpe—, no sé si es porque me conoces mejor que nadie, o solo porque tú marcas la diferencia.
— Nuestra relación fue la más larga que he tenido… —pensé en voz alta— ¿no te parece patético eso también? Mi relación más larga fue con mi novio de secundaria —recité en voz alta para poder creérmelo.
— La mía también… —dijo Edward sonriendo de lado— echo de menos esos días… ¿recuerdas que nos hemos pasado tardes besándonos sin parar?
Reí mientras me sonrojaba.
— Sí y también recuerdo cuando casi nos pilla Charlie y saltaste por mi ventana sin pantalones —comencé a reír a carcajadas sintiendo ya los efectos del alcohol—. la señora Werty no volvió a mirarte con los mismos ojos —continué riendo.
— Es que tu vecina era muy cotilla… ¿qué hacía un sábado a la una de la madrugada mirando por la ventana? —preguntó incrédulo.
Ambos estallamos en carcajadas, hasta quedarnos en completo silencio.
— Entonces creía que pasaría el resto de mi vida a tu lado —confesé en un susurro mientras jugueteaba con un hilo suelto de la camiseta de Edward que tenía puesta.
— Yo también lo creía… —susurró Edward dándome otro codazo en las costillas.
— Parece mentira que no hayamos tenido esta conversación en… años…
— Cierto… —negó con la cabeza— no tuvimos un final muy digno…
— Me dejaste por teléfono… eso fue muy cobarde —le reté.
— Estabas en la otra punta del país… pero la verdad es que fue muy patético… —dijo riendo— aunque tienes que admitir que nuestro reencuentro fue de película.
Mi mente vagó de nuevo al pasado. Edward y yo habíamos estado juntos prácticamente desde que comenzó el instituto. Mantuvimos una relación de cuatro años, que se rompió cuando nos separamos para ir a la universidad. Pasé los cinco años de universidad odiándolo más cada día, por abandonarme después de prometerme que no lo haría nunca, pero sobre todo por hacerlo por teléfono. Con eso me dio a entender que yo había sido tan poca cosa para él que solo merecía una llamada de teléfono como despedida. Me había enfadado mucho con él, pero cuando ambos acabamos nuestras carreras y nos reencontramos en Forks… solo hizo falta una mirada y una sonrisa para que nos echáramos a correr a los brazos del otro… parecía una escena de película de sobremesa en la que los eternos enamorados se reencuentran y corren a cámara lenta hasta fundirse en un abrazo.
— Eso también fue patético —dije riendo.
Edward rió conmigo hasta quedarse en silencio.
— Todo habría sido más fácil si yo hubiese soportado más la presión y no te hubiese dejado —dijo en un murmullo.
— ¿Por qué lo hiciste? —pregunté sin pensar—. Nunca me lo has dicho.
Edward suspiró y dejó la botella de tequila a un lado. Me miró a los ojos y no sé qué pudo ver en ellos que sonrió tenuemente de lado.
— ¿Recuerdas que te hablé de Laurent? —preguntó, yo asentí— era mi compañero de habitación, él era muy… promiscuo por así decirlo, cada día estaba con una chica diferente. Un fin de semana que yo estaba hecho polvo porque te echaba de menos él me convenció para que saliese… accedí no sé muy bien por qué… el caso es que a la mañana siguiente estaba en una cama que no era la mía, con una pelirroja a mi lado y no recordaba absolutamente nada de lo que había pasado. No pareció justo para ti que te engañase de ese modo… así que te dejé. Después me enteré de que esa noche estaba tan borracho que me quedé dormido en cuanto toqué la almohada… pero ya no tuve valor para volver a llamarte y suplicarte perdón.
— ¿Me engañaste en la universidad? —pregunté incrédula.
Edward abrió la boca y cerró varias veces…
— Técnicamente no pasó nada, solo creí que lo había hecho —dijo algo incómodo mientras se rascaba la parte posterior de su cuello.
— Éramos unos críos… ya han pasado muchos años… —le resté importancia— la verdad es que el día que me dejaste yo también salí hasta tarde y no recuerdo mucho lo que hice.
— Patéticos… —concordó Edward riendo.
— Ni que lo digas… —confirmé— ¿Sabes que es lo peor?
— ¿El qué?
— Que sigo sin mi casita blanca con las ventanas azules, sin mis niños rubios y sin mi perro —gemí intentando no llorar de nuevo.
Edward rió y pasó un brazo por mis hombros.
— Yo estoy igual —dijo sonriendo y tragando otra copa de tequila.
— La mejor opción es que nos olvidemos de todo eso… —dije con voz pastosa— las casas blancas con ventanas azules solo salen en las películas de Hollywood.
Edward asintió con la cabeza demostrando que estaba de acuerdo conmigo.
— O podemos elegir la otra opción —dijo sonriendo y mirándome intensamente.
— ¿Qué otra opción? —pregunté confundida.
— Que tú y yo, juntos… nos compremos esa casa, tengamos a esos niños y adoptemos a un perro —dijo con total convicción.
Yo incliné mi cabeza hacia un lado mientras pensaba en sus palabras… hasta que estallé en carcajadas.
— Muy buena Edward… —dije entre jadeos mientras me sujetaba el estómago.
— Hablo en serio —dijo frunciendo el ceño— lo hemos intentado durante… —hizo una pausa mientras pensaba— nueve años y no hemos encontrado a nadie lo suficiente bueno para nosotros, nos conocemos prácticamente desde que teníamos pañales.
— Pero tú y yo… juntos… se me hace raro —dije confundida.
— No lo es tanto… —dijo sonriendo— ya lo hemos hecho en más de una ocasión… ¡por dios Bella, perdimos nuestra virginidad juntos!
— Pero ya hace mucho de eso… hemos cambiado —intenté buscar una excusa, el alcohol no me dejaba pensar con claridad.
— Bella… venga… ¡haremos felices a Esme y a Renée! —gritó antes de reír escandalosamente.
— Y le darás un ataque al corazón al Charlie…
— Tendremos a Carlisle cerca cuando se lo digamos —dijo riendo.
— Edward… estás loco —reí con él.
— Hablo en serio Bella… —dijo completamente serio de repente— imagínatelo, una niña con el pelo color café y los ojos verdes, correteando detrás de un cachorrito color canela… mientras tú estás a su lado y tienes en brazos a un bebé con rizos cobrizos y los ojos marrones, estás sentada en el columpio del porche de una casa blanca, con las ventanas azules y una valla rodeando el jardín… llego yo con mi bata de médico y el maletín en una mano sonriendo mientras camino por el sendero de piedra que lleva hasta la casa…
— Eso suena a telenovela barata… —dije entre risas, pero la imagen había sido demasiado perfecta.
— Sabes tan bien como yo que será nuestra única oportunidad de cumplir nuestro sueño… —susurró mirándome fijamente.
— Y si… ¿qué pasa si encontramos a una persona de la que nos enamoramos perdidamente? —pregunté tomándome en serio sus palabras.
— Sabes que eso no pasará… si no ha pasado en nueve años… ¿por qué habría de pasar ahora? —preguntó.
— ¿Pero y si pasa…?
— No seas tan dramática… si quieres le preguntamos a la pitonisa Alice para asegurarnos —dijo riéndose a carcajadas.
Golpeé su pecho en broma y el sujetó mi mano antes de que pudiese retirarla.
— ¿Qué dices? —preguntó mirándome a los ojos.
— ¿Pero… me lo estás proponiendo en serio? —pregunté incrédula.
— Por su puesto… sabes que no bromearía con algo como eso —la confianza que mostraban sus ojos me hizo temblar.
— Estás borracho… mañana te arrepentirás de lo que estás diciendo —susurré ya sin una gota de alcohol en mis venas.
— ¿Eso es que aceptas? —preguntó sonriendo.
— No he aceptado, solo constato un hecho —me fui por la tangente.
— Estoy lo suficiente sereno para saber lo que estoy haciendo… no me arrepentiré… te lo prometo —llevó mi mano a sus labios y la besó suavemente.
— Edward… es una locura… ¿qué tú y yo tengamos una casa hijos y perro? —pregunté algo alterada y toma consciencia de la realidad de su propuesta.
— Empezaremos con los hijos… la casa y el perro vendrán con el tiempo —dijo riendo.
— Estás loco si piensas que voy a aceptar.
— Bella… piénsalo… no tienes porqué aceptar ahora, tomate tu tiempo para tomar una decisión…
— Es que es una locura Edward… no nos amamos —dije con voz temblorosa y casi al borde de la desesperación.
— Pero nos queremos, nos queremos mucho más de lo que nos han podido querer muchas de las personas que se llamaron "nuestras parejas" —dijo enfatizando las dos últimas palabras.
— Pero no hay amor… solo cariño… para mí será como estar con mi hermano —arrugué la nariz.
— No lo será… además… no sería la primera vez…
— Edward… —lo detuve sabiendo a lo que se refería.
— Bella, solo te pido que lo intentemos, a los dos nos han tratado de estúpidos en temas de amor, creo que nos merecemos ser un poco felices.
— Pero… —intenté interrumpirlo pero no me lo permitió.
— Pero nada… tenemos un hijo y si vemos que las cosas funcionan nos vamos a vivir a una casa más grande y tenemos otro —contestó con tanta tranquilidad como si hablase del clima.
— ¿Pero tú te estás oyendo? —pregunté sorprendida—. Tendríamos que acostarnos juntos para que eso pasase…
— ¿Y? —preguntó abriendo mucho los ojos—. Ya te he dicho que no será la primera vez, sé que han pasado muchos años, pero no has perdido ni una pizca de la atracción que ejercías sobre mí —susurró en mi oído mientras deslizaba un dedo por mi muslo descubierto.
— ¡Edward! —dije en un jadeo.
— ¿Ves? Yo tampoco te soy indiferente… —ronroneó— piénsalo Bella… merecemos ser felices.
— Edward yo… —dejé de hablar cuando sentí sus labios en mi cuello dejando besos de mariposa que me hicieron estremecer.
— ¿Tú qué, Bella? –preguntó golpeando su aliento contra mi cuello— ¿Aceptarás mi oferta?
— Sí… —gemí muy bajito.
Se alejó un poco de mí y me miró a los ojos intensamente.
— Entonces tenemos un pacto —extendió su mano hacia mí y yo se la estreché sintiendo esa electricidad que siempre sentía cuando tocaba a Edward.
— Un pacto de amigos —susurré.