Los personajes de Ranma ½ no me pertenecen. Este fic está creado por diversión y sin ánimo de lucro.

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Le odio.

Le odio, le odio, le odio, ¡le odio!

Si hubiera un ranking de gente a la que odiar, él sin duda ocuparía el primer puesto, sentado en un trono, hasta con una jodida corona.

Mierda, ahora que lo he pensado hasta puedo verlo ahí, con una pierna apoyada sobre su rodilla, sonriendo, confiado, disfrutando de todo mi sufrimiento.

Esa es quizás una de las cosas que más me molestan de él, que por mucho que le incomode toda esta absurda situación, se dedique a no hacer un solo gesto. Oh no, el señor es demasiado presuntuoso hasta para mover una ceja, se limita a observar con aburrimiento, quizá rezando más que yo porque se acabe de una vez. Ni me mira, no recuerdo siquiera que lo haya hecho nunca más que de pasada. No le intereso lo más mínimo, aunque él a mi tampoco.

Estas citas anuales son una pérdida de tiempo. Aunque obvio nuestras madres no opinan lo mismo.

La misma escena se lleva repitiendo demasiado tiempo, todos sentados, comiendo, fingiendo interés. ¡Ya estoy harta! Harta de que siempre me digan lo que he de hacer, o incluso cómo debo comportarme. Harta de que las decisiones más importantes de mi vida sean tomadas por otros. Oh no, por supuesto que no pienso casarme, mucho menos con el imbécil que tengo en frente, mucho menos por una promesa que se hizo incluso antes de que yo naciera. Alguien tiene que ponerle fin a esta locura, y visto lo visto, voy a tener que ser yo.

Empuño las manos hasta que mis nudillos se ponen de color blanco, en esta ocasión mi madre me ha obligado a ponerme un kimono. Estoy incómoda, apenas puedo andar o siquiera respirar con esta cosa, pero fui incapaz de llevarle la contraria. Cuando la señora Tendô da una orden se obedece y punto. Ojalá mi padre viviera para poder ver este penoso espectáculo. Seguro que él sería mucho más racional, seguro que él me salvaba de este disparate.

—El té está delicioso —dice educadamente la que se supone será mi futura suegra, es una mujer encantadora, eso es indiscutible, aunque parece igual de empecinada que mi madre en que esta absurdez de matrimonio salga bien.

Como cada año, he tenido que aguantar todo el camino la perorata de mi madre acerca de la moderación y el recato natural de una mujer japonesa. Como cada año, desde que apenas cumplí diez, tengo que sentarme a la mesa de un restaurante tradicional con esta mujer y su hijo. Mi futuro marido si no detengo esto de inmediato.

Los matrimonios acordados son propios de otro siglo, ¿pero de qué van? ¡Sólo tengo dieciocho años! Y desde luego casarme no está entre mis planes cercanos, ni remotamente. Estoy más que segura que ese estúpido piensa igual que yo, aunque no se digne a decir ni una palabra.

Se cree demasiado bueno para mí, seguro. La mayor desgracia que me ha podido acompañar todo este tiempo es que, además de campeón junior de artes marciales, sea absurdamente atractivo. Así le parta un rayo o le rompa la nariz algún contrincante en su siguiente torneo. Eso sería toda una liberación.

—Este año ha llovido mucho, seguro que tendremos una hermosa primavera —sugiere mi madre. Oh dios, ¿es que no se cansan de tener estas conversaciones de ascensor?

—Así es, aún no es febrero pero los ciruelos están floreciendo, quizá los cerezos también se adelanten —dice Nodoka volviendo a sorber su té, ¿pero cuánto planean alargar la sobremesa?

—Eh… —mi voz sale pequeña, tímida de dentro de mí, creo que la moderación y la feminidad japonesa de la que tanto me ha advertido mi madre está más que lista para irse a la mierda de una buena vez, ya he aguantado más que suficiente—. Sobre este matrimonio… —alzo la mirada, y me sobresalto al ver que por primera vez ese idiota me presta atención, ¿siempre ha tenido los ojos de ese color? Su mirada es intensa, penetrante, me hace sentir nerviosa, tanto, que me detengo dos segundos a reorganizar mis pensamientos —, es absurdo. Me niego a casarme —concluyo al fin, apartando la mirada a toda velocidad.

Se hace el silencio, las dos mujeres pierden sus sonrisas. Esto me va a traer horas de regañina, pero mejor eso que seguir perdiendo el tiempo.

—Akane, por favor… —dice mi madre con rictus serio, es un aviso. Cuando salgamos de aquí tengo una buena bronca asegurada.

—¡No! No podéis obligarme, ¡sólo me casaré si de verdad amo a una persona, no por una absurda promesa!

—Akane —Esta vez mi madre pronuncia mi nombre apretando los dientes. Bueno, el mal ya está hecho, no pierdo nada por mostrarme tal cual soy. Me pongo en pie y recojo los bajos del kimono de seda, le dirijo una mirada fulminante al papanatas que tengo enfrente.

—No pienso casarme contigo ni muerta —declaro más firme de lo que lo he hecho jamás, y me doy cuenta que esta es la primera conversación que mantenemos, al menos la primera vez que le dirijo la palabra sin mediación de nuestras madres. Él parpadea, se levanta de la mesa y sonríe de lado.

—Bueno, en eso estamos de acuerdo, ¿quién iba a decir que debajo de tanto encanto escondías ese carácter? Ahora veo por qué no decías una palabra, tenías miedo de que me diera cuenta de que eres una marimacho insufrible —se mete la manos en los bolsillos, ¿¡por qué parece tan aliviado!? Eso me cabrea aún más, con todo el esfuerzo que me ha costado decir todo esto.

—¡Niños! —pide Nodoka, alzando las manos inútilmente, en una súplica porque recuperemos la compostura.

—Me largo —declara él, y sin más, atraviesa el salón tradicional y se pierde en los jardines del restaurante. Yo sólo puedo mirar con envidia, ojalá y pudiera andar así de rápido.

—Y-yo también me voy —digo altiva, saliendo por el mismo lugar pero dando pasitos pequeños, tanto como me permite el carísimo kimono que me ha plantado mi madre.

Obviamente me levanto con la suficiente rapidez como para no ver las contenidas sonrisas en sus rostros.

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Los kimonos de seda pueden parecer bonitos en las fotografías, pero en realidad son incómodos y poco útiles, y más cuando intentas huir indignada de una comida arreglada con tu supuesto prometido.

Apenas me calzo mis sandalias comienzo a caminar hasta uno de los hermosos estanques de agua y piedra intentando tranquilizarme, pero no sé cómo ese imbécil ha conseguido alzar toda mi ira contra él con un simple insulto. ¡Marimacho! Marimacho, yo… ¿Pero cómo se atreve?¿Qué sabrá de mí? Nada, absolutamente nada, y aún así se permite juzgar e insultarme delante de mi madre y la suya, es un condenado imbécil.

Resoplo, tengo ganas de partir tablas de madera a puñetazos, pero hasta que no regrese a mi dojô, mucho me temo que no podré hacerlo.

Y de pronto comienza a llover. Miro al cielo indignada, ¿en serio? ¿Ahora? No me queda más remedio que correr y resguardarme bajo el techado de una pequeña pagoda, que se alza en medio del lujoso jardín como un elemento ornamental más. Las puertas son falsas, toda la pintura en madera cada vez más descascarillada, pero su techado es amplio y el suelo que se alza tras tres escalones se mantiene seco y suave. Me sirve.

Suspiro al llegar, mis sandalias están empapadas, también mis hombros y el bajo del kimono, mi madre va a matarme, ahora aún con más razón.

—¿Me estás siguiendo? —Su voz me sorprende, pego un respingo y me llevo una mano al pecho, ¿pero qué hace aquí?¿Acaso se puede tener más mala suerte? Le miro asqueada, aún lleva las manos en los bolsillos y me observa con fastidio. Ni siquiera se ha molestado en vestirse mínimamente formal para esta tonta cita; lleva el uniforme del instituto, negro y abotonado hasta el cuello. Sobre su hombro cuelga una pequeña trenza y su flequillo rebelde hace que apenas se distinga el color de sus ojos. Quizás por eso me ha sorprendido tanto antes, no esperaba que fueran de ese color tan azul.

Para completar su look lleva unos grandes auriculares al cuello que no parece estar usando más que como adorno.

Chasqueo la lengua y miro hacia afuera, rogando porque cese la lluvia.

—No te preocupes, me iré enseguida —digo sabiendo que mi compañía le es tan grata como a mí la suya. Sorprendentemente le escucho reír bajito.

—Vaya, con que por esto no te dejaba hablar tu madre… —dice con clara intención de continuar sus ofensas, ni siquiera le voy a dar el gusto de mirarle.

—¿Y a tí qué te impedía abrir esa gigantesca bocota, imbécil?

Le escucho volver a reír, en serio le debe resultar súper divertido recibir insultos. Además de idiota debe ser rarito.

—En una cosa estoy de acuerdo contigo, esto ha llegado demasiado lejos —dice, me giro rauda, ¿es posible que en él encuentre un inesperado aliado?

—Eso es, no quiero volver a tener otra de estas absurdas citas, ¡nunca jamás! —declaro, a lo que él mueve la cabeza de forma afirmativa.

—Obvio, aunque…

—Qué —Casi escupo, como si hubiera algo más que decir respecto a la situación.

—Quizás mi madre es un poquito más difícil de convencer —Se lleva una mano a la nuca y cierra los ojos, como si se estuviera rebanando los sesos en la resolución de un problema matemático, trago saliva, es obvio que la mía tampoco se va a rendir fácilmente.

—¿Y qué propones? —digo, esta vez sí, enfrentándole y con la mirada fija, él se cruza de brazos pensativo.

—Ummmmh… —Pasa unos instantes en esa postura, haciéndose el interesante —.¿Y si te buscas un novio? Si sales con algún idiota no nos pueden obligar a que nos sigamos viendo.

Arrugo las cejas.

—¿Yo? Búscate tú una tipa que te soporte, no quiero tener un pelele al lado con tal de no tener que verte a tí.

—Es lo mismo, si queremos que rompan de una vez este compromiso tendremos que hacer un esfuerzo y que nos tomen en serio —remarca él—. ¡Ya somos adultos!

—Cierto… —tomo aire, lo cierto es que no es tan mal plan—. Decidido, el año que viene cuando se acerque la fecha de la cita, le diré a mi madre que tengo novio y que anule todos sus absurdos planes.

Él asiente, satisfecho.

—Muy bien, yo haré lo mismo.

Es un trato, nos observamos teniendo algo en común, al fin. La lluvia comienza a cesar, miro hacia el suelo de piedra mojado, si salgo con este tonto kimono voy a matarme, aún así suspiro. No soporto la tensión por más tiempo.

Él parece haber pensado lo mismo, pues sale de la pagoda antes que yo con paso resuelto, de regreso al restaurante. Camino detrás suya, hasta que siento como se me va un pie, mi tobillo se tuerce y me caigo al suelo con un gruñido, me raspo las manos, se me empapa el kimono. La humillación perfecta para terminar con un día perfecto.

Intento levantarme, pero antes de que pueda apoyar una rodilla en el suelo ahí está él. Me mira preocupado, en sus labios puedo leer la pregunta que haría cualquier persona normal, pero él no es una persona normal. Me ayuda a levantarme de un solo ademán, me duele comprobar que es fuerte, lo suficiente como para alzarme sin esfuerzo.

—Eres muy torpe —se queja, aprieto los dientes.

Cómo me voy a alegrar de no volver a verle.

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No sé cómo demonios ha pasado. Parpadeo incrédula, aquí estamos otra vez, tanto él como yo.

Esta vez mi madre ha renunciado a ponerme un kimono y hemos llegado a un acuerdo en el que yo, al menos, iba a la maldita cita y ella me dejaba vestir como me diera la gana.

He optado por un vestido negro, de cuello alto y ajustado. Casi parece que vengo de luto, quizás lo estoy.

Al otro lado de la mesa le veo a él, le dedico una mirada interrogante, ¿qué demonios ha pasado? ¿No cumpliste tu parte del trato?¿Cómo nos ha salido tan mal?

Obvio ya no lleva su uniforme de instituto, ambos nos graduamos el año anterior y acudimos a clases en la universidad, por suerte en campus separados. Lleva unos pantalones vaqueros y una camisa de estilo chino en color negro, parece que nos hayamos puesto de acuerdo hasta en nuestro humor.

—Este año es más frío que el anterior —comenta Nodoka bebiendo un poco de sopa de miso, mi madre sonríe encantada.

—Así es, esta vez los ciruelos no han dado flor todavía.

—Y sin embargo están llenos de capullos —repone mirándome por encima de la mesa—. Akane, te estás convirtiendo en una preciosa mujer.

El halago me pilla desprevenida, me sonrojo mientras tomo con mis palillos un poco de tempura.

—M-muchas gracias… tía —termino comenzando a comer por tener algo que hacer.

—Tu muchacho también está mucho más apuesto, me enteré que quedaste campeón del torneo interuniversitario, Ranma —comenta mi madre, y el cretino parece imitarme a toda prisa.

—Ah, sí… gracias.

Ambas mujeres parecen satisfechas, le fulmino con la mirada y los carrillos llenos, ¿en serio tenemos que volver a pasar por esto?

La comida termina y una amable señora sirve el té. Es ahora o nunca, tengo que intentarlo una vez más. Días antes de la fecha de la cita le dejé muy claro a mi madre que estaba saliendo con alguien, que me gustaba mucho un chico y que estábamos enamorados. Información que ella ignoró por completo. No es que no la oyera, es que decidió activamente no hacerlo. Mis hermanas tampoco es que ayudaran demasiado, ante mis palabras, Kasumi se dedicaba a sonreír manteniendo la compostura, mientras que Nabiki me hacía preguntas incómodas para las que obviamente no tenía respuestas.

Aún así debo volver a intentarlo.

—Bueno, esto... yo…. —alzo la mirada y tomo aire, las dos mujeres y el idiota me miran con atención—. Mucho me temo que no podemos continuar con estas agradables comidas anuales. Tengo novio, y estoy muy enamorada de él —declaro intentando que en mis palabras no trasluzca la mentira, que de una vez las cosas me salgan bien.

Nodoka se lleva una mano al pecho, afectada, mi madre a mi lado bebe su té.

—No digas tonterías —repone sin perder la compostura—. Akane no tiene novio.

—¿Qué? ¿Cómo te atreves a dudar de eso? —pregunto fingiendo consternación, veo al idiota de Ranma llevarse una mano a la frente, ocultando su rostro—.¡Por supuesto que tengo novio!

—Es curioso… —Nodoka se queda pensativa y mira a su hijo—. Ranma me dijo exactamente lo mismo hace un par de días —se cruza de brazos.

—¿Te dijo que Akane tiene novio? —pregunta mi madre divertida.

—No, me dijo que él tiene novia, ¡Él! Con lo lento que es… no te haces a la idea lo que le ha costado siquiera elegir la ropa para esta cita, ¡novia! ¡Ja! —se ríe Nodoka, Ranma da un golpe en la mesa con el puño cerrado.

—¡Mamá! —Se queja con la cara más roja que un semáforo, no sé qué demonios está pasando, ¿es que acaso el imbécil resulta ser un chico tímido? No puedo evitar reírme disimuladamente.

—¡Oh! Tu cállate, lo has hecho hasta peor que yo —Me acusa con un dedo, se me borra la sonrisa de un plumazo.

—Idiota, ¡ahora sí que lo has estropeado todo! —Me quejo, es obvio que nuestro plan hace aguas por todos lados.

Antes de que me de cuenta, ambos estamos de pie, mirándonos iracundos.

—Niños… —murmura Nodoka intentando de nuevo que haya paz, pero estoy muy lejos de calmarme, me siento humillada, y esta vez no llevo ese tonto kimono.

Resoplo y salgo al jardín dando sonoros pasos. Me calzo mis zapatos de tacón bajo. Esta vez no llueve, pero me maldigo una y mil veces por no acordarme de que estamos en pleno invierno y que no llevo abrigo. Camino airada y sin saber porqué, mis pasos me llevan de vuelta a la pagoda, la misma que el año anterior. Se mantiene igual de mal cuidada, pero por lo menos sigue en pie. Refunfuño y me arropo con mis brazos mientras el vaho se escapa de mi boca en forma de cúmulos blancos.

Mierda, aprieto los dientes. El imbécil no tarda más de dos minutos en llegar. Me mira serio, él sí se ha puesto su abrigo y lleva las manos en los bolsillos, en su habitual actitud de indiferencia. Sube los escalones con paso cansino y se apoya contra la pared de contrachapado.

—Deberíamos hablar —dice. Oh, claro que deberíamos.

—Lo has estropeado —Le acuso dando saltitos, él gruñe huraño.

—Tú tampoco lo has hecho bien. Para decir una mentira hace falta un poquito más de elaboración. Para empezar, ¿cómo se llama tu novio?

Me quedo pensativa un momento, lo justo para sentirme ridícula.

—¿Yoichi? —digo el primer nombre que me viene a la mente, el de un compañero de clases.

—¿A qué se dedica? ¿Estudia? ¿Trabaja? ¿Dónde os conocisteis? ¿Qué es lo que más te gusta de él?

La retahíla de preguntas me pilla desprevenida, me quedo sin habla, él sonríe fanfarrón.

—¿Ves? Por eso te han pillado.

—Mira quién fue a hablar —Le acuso, empiezo a no sentir los dedos de los pies.

—Lo mío es diferente, mi madre es demasiado lista, ella… ¡sabe cosas! ¿Vale? Es inútil intentar engañarla, es como si viera la mentira. Sabe perfectamente con quién he estado o lo que he estado haciendo sin necesidad de darle explicaciones, lo huele. Es como un teckel —le invade un escalofrío que no reprime, yo no puedo evitar estallar en carcajadas.

—Oh dios, ¿acabas de comparar a tu madre con un perro salchicha?

—Tshhhh, más bajo —dice mirando a los lados.

Eso sólo hace que vuelva a reír, y la cara de consternación de Ranma no puede hacerme más gracia.

—Como sea, este plan tuyo no ha salido bien —digo enjugándome las lágrimas—. Necesitamos otro.

—Pues más vale que se te ocurra algo —gruñe resoplando por la nariz.

—Si esto sigue así… en cuanto tengamos la mayoría de edad nos obligarán a casarnos —ahora la que tiembla soy yo, y no precisamente de frío. Ranma me mira espantado.

—¡No pueden hacerlo!

—Oh sí, sabes perfectamente llevarle la contraria a tu madre —respondo con sarcasmo.

—Vale, ahora ya sé por qué no encuentras un novio de verdad: No hay quien soporte ese carácter que tienes.

—Habló el tipo con la bocota más grande sobre la tierra —Esta vez soy yo la que le acusa con un dedo, él estrecha la mirada—. La fecha se acerca, sólo nos quedan dos años.

—¿Dos años para buscarme una novia? Eso está chupado —dice recuperando toda su arrogancia, pero yo puedo más, me voy a congelar. Soplo aire caliente sobre mis manos.

—Se te ha dado genial hasta ahora… —ruedo los ojos, él arruga la nariz, como si hubiera algo que le incomodara mortalmente.

—El año que viene no pienso estar aquí, seré libre y feliz con una chica bonita, de buen carácter y que no sea tan torpe.

—¿Torpe? —pregunto indignada, ¿es que acaso me va a echar en cara lo de la caída del año pasado? Pero antes de llegar a replicar le veo hacer algo absurdo, fuera de toda lógica. Se quita el abrigo y me lo echa encima sin cuidado, como quien deja caer algo que le molesta. Forcejeo con la gruesa prenda, y cuando consigo asomar la cabeza, él ya se ha ido.

Me arrebujo en la calidez que ofrece el abrigo de Ranma, aliviada. Huele a él.

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No me lo puedo creer. Pero más que con incredulidad creo que ambos nos miramos con aburrimiento, ¿qué no iba a buscarse una novia guapa? Pero aquí estamos otra vez, comiendo en el mismo restaurante tradicional, en las mismas fechas, con nuestras madres luciendo sus kimonos y sus amplias sonrisas.

Hay que joderse.

—¿Qué tal tus clases, Akane? —pregunta la madre de Ranma, cojo mi bol de arroz y un poco de pescado.

—Bien, ya estoy en segundo curso —digo sin más.

—Ah, qué bien. Es deseable que una buena esposa también tenga una buena formación, ¿no crees, Ranma?

El imbécil comienza a comer de forma descarada y gruñe en contestación, ¿es que no puede ser más firme con todo este asunto?

—Ranma también se está esforzando mucho, ¿verdad? Este año ha quedado segundo en el campeonato universitario —comenta mi madre con una sonrisa, pero esa afirmación no parece hacerle mucha gracia al chico de la trenza, quien se atraganta con su comida. Cosa que las dos mujeres ignoran de forma muy cruel.

—Ya apenas os queda poco más de un año, entonce seréis mayores de edad y habréis terminado vuestros estudios —afirma pensativa Nodoka, mi madre asiente.

—Debéis comenzar a pensar en el futuro, un buen trabajo, una buena casa… —continúa mi madre el juego.

—...un buen matrimonio —dicen a coro, completamente sincronizadas. Se me erizan todos los bellos de la piel y Ranma no parece sufrir mejor suerte.

—¡No! —exclamo poniéndome en pie.

—¡Pero qué os habéis creído! ¡Ya hemos soportado durante mucho tiempo esta tontería!

—Niños… —sermonea Nodoka como todos los años.

—No somos niños, somos adultos y tenemos derecho a elegir la persona con la que vamos a estar el resto de nuestras vidas —recito más que cansada de tanta pantomima, mi madre da un golpe en la mesa.

—¡Akane! Tú más que nadie debes entender el motivo de este matrimonio. Tu padre y el de Ranma eran grandes amigos, y ambos hicieron la promesa de casaros. Por desgracia Soun murió, pero su deseo y su promesa sigue viva en mí.

- Hemos intentado hacéroslo fácil, pero seguís siendo un par de cabezotas inmaduros. Nuestro dojô necesita un maestro, ¿y quién mejor que el hijo del mejor amigo de tu padre? Es un chico apuesto, y con un gran futuro en las artes marciales. Tienes suerte —termina su discurso y me mira grave, no puedo más que estallar.

—¡Mi padre al menos habría escuchado mi opinión en todo esto! No tienes por qué llevar sus deseos hasta las últimas consecuencias. Además, tan bueno no será porque te recuerdo —digo apuntando a Ranma, quien está rojo como la grana—, que ha quedado segundo en el campeonato.

—¡Eh! —se queja por el ataque—. Tú tampoco eres ningún chollo, apenas y miras por donde andas, tienes un carácter horrible, eres más ruda que un gorila y estudias tonterías.

—¡La historia no es una tontería!

—¡Es una tontería si no quieres ser una mantenida, estúpida!

Es el colmo, quizás no es del todo culpa suya, quizás es sólo la situación pero siento cómo las emociones se me van de las manos, se escapan entre mis dedos. Voy hacia él y le propino una brutal bofetada que le cruza la cara. Está claro que no lo he pensado bien, él se lleva una mano a la mejilla y me mira con más odio del que he visto jamás en sus ojos.

—Bien, ya estaba cansado de tantas gilipolleces —dice, y como en las ocasiones anteriores se marcha sin decir palabra.

Me miro la mano, arde, aún tiembla por el impacto.

—Akane… —Me giro, ambas mujeres me miran muy serias—. Ve a disculparte —ordena mi madre, las miro aún alterada.

—¡Pero ha sido él quien me ha insultado!

—Ve —repite, cojo aire y levanto la barbilla. Salgo del restaurante, esta vez no me olvido mi abrigo.

Mientras camino hacia la pagoda siento como toda mi furia se va disipando hasta quedarse en nada, de repente sólo siento nervios. Pero no es justo, ha sido él quien me ha insultado, ¡ellas lo han visto! Por qué debería yo…

Está ahí, con las manos en los bolsillos, esperando. No me mira, pero ha vuelto a ese lugar, nuestro lugar. Algo dentro de mí se retuerce, algo pincha y me hace sentir incómoda. Incluso desde esta distancia puedo ver lo hundido de sus hombros, su enfado fraguándose en lo profundo de su corazón. No quiero casarme con él, pero tampoco quiero que me odie, al menos ya no.

Llego hasta él y tomo asiento contra la pared del edificio, resguardada del frío viento. Sabe que estoy ahí, pero no se mueve, sólo espera.

—No debí golpearte —digo sacando de mí las palabras que tanto se niegan a salir por mi boca—, pero tú tampoco debiste insultarme.

Asiente en silencio, mirando concentrado hacia la hojarasca. Está claro que se sintió terriblemente ofendido con lo del segundo puesto, debe estar más afectado de lo que aparenta.

—¿Qué vamos a hacer? —pregunta, ignorando por completo mis palabras anteriores. Las ha aceptado y ha pasado al asunto de importancia de inmediato, es un chico práctico.

—¿No pudiste encontrar novia? —digo burlona, elevo la mirada intentando encontrar en él algún gesto que le delate.

—Ninguna que no espantara mi madre —comenta fastidiado, yo arrugo las cejas, con que iba en serio…

—Pensaba que eras un chico tímido, y al final resulta que sí te interesan las mujeres —comento como quien no quiere la cosa, él finalmente cede y me mira.

—¿Y cuándo he dicho lo contrario?

Eso también es verdad, vuelvo a fijar la vista en el jardín intentando pasar por alto su afirmación.

—Muy bien, entonces el problema no son las mujeres, sólo encontrar la adecuada.

Él enarca una ceja, me mira dubitativo.

—No entiendo…

—Yo te buscaré novia —Me planto frente a él, sabiendo que al fin he dado con la solución perfecta.

—¿Que qué? —Me observa perplejo, como si no hubiera escuchado bien mi propuesta.

—Te buscaré novia; una chica apropiada, que te guste a ti y a tu madre, y el año que viene nos despediremos para siempre.

—Vaya… —parpadea perplejo—, ¿y qué pasa contigo?

—¿Yo? —repito sin entender.

—Este matrimonio arreglado nos implica a los dos, es decir, que si tú encuentras a algún estúpido que te aguante tampoco tendremos que casarnos. Será mucho más seguro si yo también te arreglo alguna cita, deberías empezar a maquillarte un poco —concluye ofensivo, aprieto los labios conteniéndome.

—¿Hay trato o no? —insisto tendiéndole la mano, él la mira un instante dubitativo antes de estrecharla.

—Es un trato —afirma, y parece que lo jura sobre su maldito apellido, pues es como si hubiera crecido y se mostrara ante mí imponente, listo para la batalla.

Tira de mi mano y el acto me pilla completamente desprevenida, sonríe malévolo y se acerca a mi oído. De repente siento que he comenzado a temblar.

—¿Cómo te gustan los hombres, Tendô? —pregunta confidencial, le doy un codazo en las costillas y me alejo un paso. Si piensa que puede seguir burlándose de mí está muy equivocado.

—Tómatelo en serio, nos jugamos mucho —insisto con gravedad.

—Lo he preguntado en serio —asevera sobándose el golpe, pero aún con la burla en sus ojos.

—Te aseguro que me sirve cualquiera que no seas tú —termino cruzándome de brazos, parece que se le ha borrado la sonrisa de golpe, pero pronto recupera su buen humor.

—Conque sí, ¿eh? —medita misterioso.

He tenido suficiente, terminemos cuanto antes con esto. Hace un frío que pela y siento que mi paciencia se agota a cada nueva palabra que intercambio con él.

—Dame tú número de teléfono, así podré avisarte cuando te consiga la cita —Le pido mostrándole a la vez el mío.

Cada vez parece más entusiasmado con la idea, no tarda más de dos segundos en sacar de su bolsillo un teléfono más o menos moderno. No puedo evitar fijarme en que tiene una foto suya practicando artes marciales de fondo de pantalla… Narcisista de manual.

Intercambiamos nuestros números, nos miramos un instante antes de regresar al salón a terminarnos el té.

Sólo tenemos un año. Un año para conseguir que ese idiota encuentre el amor, o quién sabe, quizás para que lo encuentre yo.

Al fin y al cabo, ¿tengo algo que perder?

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তততত

ԹԺԹԺԹԹԹԺԺԹԹՁՁԹԺԹԺԹԹԹԺԺԹԹՁՁ

ঞঞঞ DiEz pEoReS PriMeRas ciTAs —ঞঞঞ

ԹԺԹԺԹԹԹԺԺԹԹՁՁԹԺԹԺԹԹԹԺԺԹԹՁՁ

তততত

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—Cita 1—

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La cleptómana y el ocultista

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¿Cómo me he metido en esto?

Ah, sí. Ya lo recuerdo.

Ha sido culpa de ese idiota.

Me sobo las sienes intentando prestar atención a la conversación e ignorando el tremendo dolor de cabeza que me causa, pero es que el tipo que tengo en frente está tan nervioso que no frena ni para tomar aire. Diarrea verbal creo que le llaman, y esta debe ser digna de ingreso hospitalario.

Sonrío displicente, trato de ser educada.

—...porque es súper, súper importante repasar bien el calendario maya y cruzar los datos con la posición de Júpiter. Hay una web que si metes las coordenadas correctas te devuelve el momento más apropiado para…

En serio, ¿de qué está hablando? ¿Qué dijo que estudiaba? Esto parece marciano, aunque me cuidaré mucho de mencionar palabra alguna sobre nada externo al planeta tierra.

Vuelvo a mirar mi café, me lo he acabado hace demasiado tiempo. Levanto la mano y le hago un gesto a la camarera que entiende a la perfección.

—...y por si fuera poco, en aquel instante vimos una luz, y te puedo asegurar que no era ningún reflejo, todo estaba a oscuras, así que…

Y sigue, es increíble que no se haya percatado que hace un buen rato que está hablando solo.

—Discúlpame —le interrumpo un instante, lo cierto es que en esta cita lo último que me esperaba era un chico flacucho, de piel cetrina y que además fuese un apasionado de las artes ocultas. No entiendo en qué estaba pensando ese imbécil cuando se propuso buscarme novio—, Gosunkugi, ¿no?

Él me mira con desánimo, como si acabase de explotar su hermosa burbuja de absoluta felicidad.

—Hikaru Gosunkugi —repite, nos hemos presentado hace un rato, pero el caso es que con tanta charla se me ha olvidado por completo su nombre—. Vamos a la misma clase de Historia de la restauración meiji.

Oh. Ruedo los ojos y pestañeo.

—Hasta hicimos un trabajo grupal juntos, ¿no lo recuerdas?

Sonrío.

—¡Claro, es verdad! Gosunkugi, es sólo que tienes un apellido difícil de pronunciar —sonrío aún más, no quiero ofenderle con mi nula capacidad para retener nombres y caras—, pero dime, ¿de qué conoces a Ranma Saotome?

Parece envuelto por una sombra siniestra que se acrecenta al oír ese nombre. Su esquelético cuerpo se nota a través de la camisa blanca que luce y que sólo le hace parecer aún más pálido, casi un cadáver. El cuello le asoma delgado y enclenque, más parece el de un ganso que el de una persona. Traga saliva y su nuez se mueve de forma exagerada.

—¿Sa-Saotome, dices? —juraría que ha comenzado a sudar— Ah, debes de referirte al que concertó la cita.

La camarera me sirve mi segundo café, yo estrecho la mirada sobre el pobre chico.

—Te escucho —digo, quizás un poco más amenazante de lo que debería.

—P-pues llegó un día al club de ocultismo y comentó que tenía una amiga muy necesitada de… ¿amor? Obvio todos se negaron por completo a salir contigo, ya sabes, estamos muy centrados en nuestro proyecto a cerca de la posición de júpiter.

—Ajá —remuevo el café con mucho ímpetu y me lo llevo a los labios. No dejo de sonreír como una esquizofrénica—, continúa.

—P-pero luego pronunció tu nombre y… bueno, pues… Yo siempre he pensado que eras una chica muy… muy interesante. Sí, eso es. Me daba pena que no tuvieras una cita, así que me ofrecí.

—Es decir —Me he bebido mi café de un trago y prácticamente he estrellado la taza contra la mesa, intento contenerme— ¿Fue allí y regaló una cita conmigo al primero que dijese "sí"? ¿¡Al maldito club de ocultismo!?

—Bueno, he oído que antes lo intentó en el club de maquetas de Gundam, pero todos se negaron por su pánico a las mujeres; honestamente, son un poco freaks —termina Gosunkugi con una sonrisa de superioridad.

Cojo aire. Lo mato, voy a matarlo. Me pongo en pie y de camino tiro la silla sobre la que estaba sentada, Gosunkugi da un brinco, tanto que está a punto de encaramarse a una de las lámparas del techo.

—Muy bien, vamos a aclarar unas cuantas cosas —estoy enfadada, no, más que eso, me siento humillada—. ¡Yo no estoy necesitada de amor! Esta cita no es para eso —Me mira temiendo mis palabras, el hecho que de que Ranma haya decidido jugármela tampoco me da derecho a comportarme grosera.

Respiro, cojo aire intentando llevar algo de claridad, no, Gosunkugi no tiene la culpa de haber malinterpretado la situación.

No es mi tipo, eso seguro, pero no parece mal chico. Cuando me quiero dar cuenta, toda la cafetería nos está mirando.

—Akane Tendô —murmura entrecortado—. ¿N-No estarás insinuando que… que tú… que nosotros...? —mueve los dedos de forma nerviosa—. No sé si estoy preparado.

—¿Qué? —Un momento, ¿Qué está insinuando?

—P-pero si eres considerada con mis sentimientos yo… yo…

—¡Que no! —estallo absurdamente sonrojada, ¿pero qué se ha creído? Oh dios, este tipo se cree que me gusta, lo cree EN SERIO.

Vuelvo a coger aire, no puedo más.

—¿Vamos a otro lugar? —propone, asiento en sepulcral silencio. Necesito aire fresco.

Él paga la cuenta con esos gestos nerviosos y rígidos que le caracterizan. Antes de que me dé cuenta estamos caminando juntos por la facultad, él ha vuelto a su charla ininteligible, yo le ignoro pensativa.

—Ya verás, este es el resultado de todos mis estudios.

Por algún motivo le he seguido hasta el pasillo de clubs de aficiones alternativas, relegados en un edificio viejo y quejumbroso. Nunca he estado aquí. Sobre la puerta, con un simple papel escrito en gruesas letras a rotulador negro se lee con claridad "Club de ocultismo".

Él sonríe, supongo que a su manera trata de impresionarme. Abre la puerta y me quedo quieta en el umbral, apenas doy un paso dentro cuando siento el fuerte olor.

—¿Qué es eso? —pregunto llevándome una mano a la cara.

—Es formol, para conservar muestras biológicas —comenta de pasada, comenzando a caminar por la oscura habitación como si la conociera como la palma de su mano.

Dudo si dar siquiera un paso más, todo lo que veo me resulta siniestro, a lo que no contribuye la tenue luz azulada que pende de un triste casquillo del techo. Hasta donde me alcanza la vista, hay estanterías llenas de botes con contenidos extraños; una rana, hierbas, gusanos, peces muertos… un mapache disecado.

Suficiente, más que suficiente.

—Gosunkugi, acabo de recordar que tengo clases —digo con una sonrisa a tensión, él me mira desilusionado.

—No tienes clase hasta las cuatro, aún hay tiempo.

Oh joder, ¿se sabe mi horario? Por si la situación no era ya lo suficientemente espeluznante, mi incomodidad acaba de ascender hasta las nubes.

—Pero me he apuntado a algunas de refuerzo —insisto dando un paso hacia atrás.

—¿Con tus buenas notas? —Se extraña, cada vez parece más y más apesadumbrado—. Quédate un rato, aún no te he enseñado en lo que estoy trabajando.

—Otro día, ¿de acuerdo?

—Oh, claro. Otro día —sonríe, y sus marcadas ojeras se marcan aún más sobre su cadavérico rostro. Me recorre un escalofrío.

Me despido pobremente con una mano y salgo disparada del club de ocultismo, acelero el paso, ¿pero qué ha sido eso? ¡La peor cita de la historia! Ese idiota de Ranma Saotome no tiene perdón, ¡es un sádico! ¡Un demente! Oh, pero me las va a pagar, ya lo creo.

Cuando estoy llegando a la puerta del edificio detengo mis pasos, giro sobre mis pies y me planto delante de otra vieja puerta. Sobre ella un cartel igual de cutre que el del Club de Ocultismo: "Club de maquetas de Gundam" leo, aprieto los dientes.

Tomo el pomo y abro la puerta, dentro hay una amplia mesa y mejor luz, varias estanterías llenas de maquetas de robots, botes con pinceles y pequeños tarros de pintura. Al contrario que en el otro lugar este huele ligeramente a aguarrás.

Tres tipos me miran incrédulos y despegan la vista de sus maquetas, parece que es la primera vez que una mujer asoma las narices por ese lugar.

—¡Que sepáis que habríais tenido mucha suerte de salir conmigo! —exclamo antes de volver a cerrar y huir a toda prisa.

En serio, le mataré.

Sigo corriendo por el campus, ni siquiera me detengo a saludar a un par de compañeras de clase cuando siento vibrar mi teléfono en mi bolso. Casi parece que me haya leído la mente.

[

El idiota_13:42:

Tenemos que hablar AHORA

Me_13:42:

Esa es mi frase

El idiota_13:43:

Estoy metido en un lío

Me_13:43:

Oh, cuantísimo lo siento, ¿puedo hacer algo para ayudarte?

Es broma

Muérete

El idiota_13:43:

La cita que organizaste no ha ido bien

La tipa es una pirada

Ven a rescatarme

Me_13:44:

¿Quieres que hablemos de citas de mierda y de pirados?
Porque creo que tienes bastante que explicar

El idiota_13:44:

Por favor, estoy encerrado en el baño de la cafetería al lado del parque

VEN

Me_13:44:

No puede ser tan grave

Además, tengo clase a las 4

El idiota_13:45:

Te da tiempo de sobra y te invito a comer lo que tú quieras

pero sácame de aquí por favor

Me_13:45:

uy, espera que me lo pienso

NO

El idiota_13:45:

eres una rencorosa, así no vas a encontrar marido

VEN YA

]

¿Qué he hecho para merecer esto? Resoplo por enésima vez, no tengo muchas más alternativas, además tenía que decirle unas cuantas cosas a la cara, no se me ocurre mejor momento que este.

Comienzo a caminar hacia el parque, se trata de un gran espacio verde con cientos de árboles, y que entre sus muchas sendas, esconde incluso un pequeño templo. Hace de unión entre algunas de la facultades del centro de la ciudad y no es raro cruzarse con apurados estudiantes que corren hacia sus clases, y otros tantos que se tiran en la hierba a tomarse un descanso de las mismas.

Tengo una ligera idea de la cafetería a la que se refiere, no es un lugar demasiado glamuroso, de hecho es famoso por el café barato y las grandes porciones de yakisoba para llevar. Desde luego nada adecuado para una primera cita.

Nada más poner un pie en la acera de enfrente me sorprende la multitud que se agolpa alrededor de la entrada, no es habitual tener que esperar, y mucho menos que haya tanto tumulto. Entre las cabezas de distinguen gritos y exclamaciones.

Alzo una ceja, lo de meterse en un lío lo había dicho de forma literal. Intento abrirme paso, averiguar qué está pasando. Aparto a un par de chicos, doy un discreto codazo y me cuelo en primera fila.

El cocinero y uno de los camareros discuten a voces con una pequeña y encantadora chica vestida de rosa. Toda ella parece un gigantesco cupcake de volantes, impresión que sólo se acrecienta con su rizada y voluminosa cabellera alrededor de su angelical rostro, coronado con un lazo de encaje.

Enseguida reconozco a Azusa Shitarori, la campeona de patinaje artístico con la que arreglé la cita de Ranma. En buena hora.

—¡Devolvedme a Joséphine! —exclama estirándose y de puntillas, intentando alcanzar un objeto que sostiene en alto uno de los hombres, con sus ojos enormes llenos de lágrimas.

—Señorita, por última vez, ¡no puede llevarse parte del mobiliario!

—¡Es Joséphine, malvado! ¡Suéltala, le haces daño!

—¡Es un servilletero! ¡Y haga el favor de devolver los platos, el jabón de manos y la bufanda de una de nuestras clientas!

—Isabella, Jackeline y Marianne ya están a salvo en mis manos, ¡y ahora dadme a Joséphine! —grita abalanzándose sobre ellos intentando capturar a Joséphine, momento en el cual todos caen al suelo y los gritos e improperios se incrementan. Miro a los lados, estoy más que segura de que en breve aparecerá la policía.

Una cosa sí hay que concederle a Ranma, su cita está pirada.

Aprovechando el revuelo me cuelo en la cafetería que permanece más o menos llena, aunque los comensales no pierden ojo de la discusión. Llego hasta el baño masculino y llamo a la puerta con los nudillos.

—Ey, ¿estás ahí dentro? —pregunto tentativa, escucho el pestillo y veo asomar el rostro del imbécil. Tiene varios arañazos en el rostro y cara de pocos amigos.

—¿Se ha ido ya? —pregunta mirando hacia los lados.

—Lo primero, de nada por venir a rescatarte, princesa. Lo segundo, no, sigue ahí fuera peleándose por un servilletero.

Termina de asomarse del baño y suspira agotado. Le faltan varios botones de su camisa china y lleva el pecho al descubierto, de tal forma que tiene un aspecto a medias entre un descarado exhibicionista y un vagabundo.

Se intenta tapar con fastidio.

—¿¡Dónde demonios la encontraste!? —me echa en cara, yo no le quito ojo. Esa camisa fue la misma que se puso hace dos años, en la cita anual con nuestras madres, ¿es que acaso tiene una camisa para las citas? Por algún motivo eso me molesta.

—Pues era amiga de una amiga, te puedo asegurar que no fui a buscarla adrede a ningún club de freaks —se la devuelvo, él me mira resentido pero con cierto humor.

—¿No fue bien tu cita? —pregunta con sorna.

—Por lo visto, mejor que la tuya —digo apuntando a su destrozada ropa, él resopla.

—Cuando apenas acabábamos de pedir la comida se me echó encima gritando "¡Colette, Colette!", pensaba que le había dado un ataque de tos, hasta que descubrí que quería los botones, ¡los botones! Me arrancó tres antes de que pudiera darle esquinazo —exclama incrédulo.

—Bueno, al menos un tipo raro no te ha llevado a su club donde guarda sapos en botes y un maldito mapache disecado —respondo estrechado la mirada.

—¿Te llevó allí? —comienza reírse, como si el hecho de verme en una situación absurda fuese divertido.

—Se sabe mi horario, Saotome, ¡mi horario! Yo no le veo la maldita gracia —resoplo.

Eso le hace reír más fuerte, termino de perder la paciencia y le doy un codazo en las costillas.

—Muy bien, suerte en salir de aquí, imbécil.

—¡Ey! Pensaba que te servía cualquier hombre que no fuera yo —dice rencoroso, reconozco a la perfección esa frase, es lo que le dije la última vez bajo la pagoda.

¿Me la lleva guardando desde entonces? Ranma Saotome no es un imbécil, es otro majadero.

—Tu próxima cita la iré a buscar a un circo —Él alza una ceja, puedo adivinar que incrédulo—. No te molestes en arreglarme a mí una nueva, adiós.

Pero cuando intento salir veo un coche patrulla aparcar en la puerta. Esto cada vez se pone peor. Ranma me alcanza con un par de zancadas, mira afuera y silva sonoramente. Los agentes se bajan y acorralan a Azusa y al cocinero contra el capó.

—Bueno, creo que con esto podemos decir que hay un empate —comenta. Lo cierto es que es verdad. Venga, soy más madura que esto, él y yo habíamos hecho un trato. Una primera cita desastrosa no es motivo para rendirse.

—Quiero arroz con huevo y un té verde —digo mientras me giro y le encaro, él asiente y me indica la barra.

Nos sentamos, un ayudante de cocina nos observa temeroso, aún así hacemos la orden. El pobre parece haberse quedado al mando de la cafetería, al menos hasta que el cocinero salga de la comisaría.

—Lo del club de Gundam fue rastrero —digo en cuanto me sirven mi vaso de té, él bebe agua y me mira de buen humor.

—¿Cómo te has enterado?

—¿Te parece bien ir por ahí diciendo que necesito "amor"? —repito, él se encoge de hombros.

Nos sirven nuestra comida, para Ranma yakisoba y a mi el arroz que había ordenado.

—¿Acaso no lo necesitas? ¿Todo esto no era para encontrarte un novio?

Le fulmino con la mirada.

—Yo al menos me lo tomo en serio.

—Sí, desde luego —asiente, a nuestra espalda se escuchan más voces. El coche patrulla acaba de poner las sirenas y comienzan una persecución. Al parecer Azusa se ha escapado y huye con su botín.

—No sabía que estaba así de loca —Me excuso pobremente—. Para la próxima cita me informaré mejor.

—Hablando de eso… —Se lleva un buen bocado a la boca, lo mastica con cuidado y pone cara de asco, aún así continúa hablando—. ¿Quién gana?

—¿Qué quieres decir? —pregunto a la par que yo también como un poco de arroz. Puaaaajjj, está muy salado.

—¿Quién gana de los dos? ¿Quien encuentre pareja o quien se la encuentre al otro?

—No lo había pensado… tampoco me lo estaba tomando como una competición —aunque ya veo que él sí. Debe odiar perder—. Supongo que gana quien más se haya esforzado, por tanto el ganador será aquel que encuentre la pareja ideal a la otra persona —replico orgullosa de mi conclusión, él deja de comer un instante y me mira interesado.

—Entonces volvemos a la casilla de salida, ¿cómo te gustan los hombres?

Estoy a punto de volver a mandarle a la mierda, pero tiene un poco de razón, ¿cómo espero que me busque una nueva cita si no le doy una sola pista? Me trago mi orgullo y decido contestar con honestidad.

—Me gustan amables y sinceros, si puede ser que sepan algo de artes marciales, por tener un hobby en común. También me gustaría que… que… —me sonrojo furiosamente, él siquiera pestañea, tengo su completa y total atención y eso me está poniendo nerviosa—, que fuera romántico —termino agarrando fuerte mi taza de té y rezando internamente porque me trague la tierra. La burla en sus ojos es demasiado evidente.

Se cruza de brazos y parece reflexionar un momento. Asiente con solemnidad.

—Entendido, ¿y físicamente?

—¡Eso no me importa! —exclamo abochornada, pero él sonríe como si pudiera ver a través de mí.

—Mentirosa, seguro que te gustan de esos que tienen cara de niña.

—Pues lo mismo va por ti, ¿o no las prefieres pequeñitas, con grandes pechos y dóciles? Como a todos los tíos…

—¿Dóciles? Ni mucho menos, pero quién no prefiere una chica complaciente —insinúa grosero, me llevo más arroz a la boca y me arrepiento al instante. Qué malo.

—Muy bien, complaciente y bonita. Entendido —respondo de forma automática, no es que me moleste especialmente, pero me duele un poco pensar que me alejo tanto de cualquier ideal. Quizás sí va a ser difícil que me encuentre un novio.

Parece darse cuenta de mi eventual mutismo pues cambia de tema de inmediato.

—¿Cómo está tu comida? —pregunta apuntándome con los palillos.

—Asquerosa, ¿y la tuya?

—Incomestible.

Nos entendemos sin más palabras, pagamos la cuenta como buenos ciudadanos y salimos del local.

Afuera ya sólo se encuentran los curiosos y un camarero haciendo una declaración a un policía que no deja de apuntar en su libreta.

Vale, puede que su cita fuera un poquito peor que la mía pero honestamente, fue sin querer. Él sin embargo hizo todo cuanto pudo para que lo pasara mal. Espero que la siguiente vez se esfuerce, al menos si quiere ganar.

—Bueno, espero mi siguiente cita con impaciencia, Tendô —dice con las manos en los bolsillos y su camisa ajada al viento. Se acerca lo suficiente para mostrarme su sonrisa socarrona llena de dientes. De alguna forma siento que tengo demasiado cerca sus pectorales, y debo admitir que está bien musculado.

Me alejo un paso por pura prudencia.

—Lo mismo digo, espero tu mensaje.

Asiente convencido y cabecea a modo de despedida, se aleja caminando tranquilo y le veo saltar sobre una verja, caminando sobre ella en un ejercicio de equilibrio colosal.

Es bueno, eso seguro, pero sigue siendo un imbécil.

Diría que al menos tengo el estómago lleno, pero sería mentira.

Me siento ligeramente expectante, y seamos sinceros, no creo que pueda tener ninguna cita peor que la de hoy, ¿verdad?

.


.

¡Hola de nuevo y bienvenidas!

Gracias por leer este nuevo fic y acompañarme en esta aventura.

No sé muy bien que decir al respecto, es un fic en primera persona, de humor y romance (sobre todo de humor) con el que pretendo alejarme un poco de mi depresivo trabajo anterior, jajaja.

Diez peores primeras citas sólo pretende alegraros el día, haceros reír y por momentos que me odiéis un poco y os comáis las uñas. Lo normal, espero que lo disfrutéis.

Tengo que agradecer a varias personas su publicación. A mi marido, que a ratitos me busca tiempo para que me dedique a lo que me gusta, aunque cueste. También a mi beta reader Nodokita, por siempre estar dispuesta dar más aunque ya esté hasta arriba de trabajo. A mi nueva beta SakuraSaotome porque estoy segura que me va a aportar un montón de nuevos puntos de vista (¡y la crítica siempre es bienvenida!). Además ambas trabajamos en la rama sanitaria hospitalaria y en estos días tan complicados hace falta más apoyo que nunca, saldremos de esta aún mejores.

Y por supuestísimo a LunaGitana, quién ha ilustrado con tanto arte la portada que me encantaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa.

Espero no teneros mucho siempre sin nuevas actualizaciones, intentaré con toda mi alma ser puntual.

Muchos besos, ¡vamos allá de nuevo!

LUM