Los personajes pertenecen a Craig Bartlett.

Perdida


Helga llego empapada a su casa, de costumbre Mirian y Bob mostraron su decepción al saber que no era Olga. el temblor que sentía como siempre a nadie le importo, simplemente porque quien estaba muriendo del frio y con una fiebre aseguraba no era la gran Olga. Suspiro. Eso era una costumbre en su familia.

Subió a su habitación, se bañó y cambio para irse directo a la cama. El rugir de su estómago lo ignoró, a pesar del hambre que tenía y de temperatura que ya comenzaba a manifestarse, Helga también lo ignoró, así como lo hacían con ella. Se giro sobre la cama notando la tenue luz que salía por la parte inferior de su armario, la figura de Arnold yacía esperándola para su habitual sesión de poemas y fantasías que con amor genuino recitaba la pequeña rubia.

–Hoy no, Arnoldo–se dio la vuelta. Cansada, triste. Una lágrima cayó, con rudeza la apartó –no más Helga, ya no mas

Muchas veces la decisión de ignorar a los demás ya la había roto. Esa vez intentando abrir sus sentimientos revelando los celos que sentía al ver la unión tan estrecha que tenían Lila y Olga pensó -inocente- que quizás las cosas podían cambiar. Posiblemente la atención que tanto deseaba por fin se la daría, aunque fuera acosta de su hermana, pero, de nuevo, y no se asombraba, la volvían a decepcionar.


–se acabó– dijo abrazándose para evitar más el frio–ya no hay retorno

Olga tardó en percatarse que alguien faltaba en la lancha, grito su nombre durante unos minutos, pero no obtuvo respuesta alguna. Miró con tristeza a la luna, de nuevo había fallado.

–Te llevaré a casa, Lila

La pelirroja noto el decaimiento de su temporalmente hermana mayor. –Por supuesto

Caminaron en silencio hasta llegar a la parada de autobuses. Lila insistía en irse sola, pero Olga, responsable -o sin ganas de llegar a casa- decidió acompañarla. Se despidió con una de sus cálidas sonrisas. Subió a un taxi. Durante el trayecto no pudo evitar sentir culpa. Helga como pocas veces expresaba lo que sentía y lo único que ella hacia era ignorarla, así como sus nefastos padres.

Abrió la puerta topándose con Bob y Mirian que la esperaban con preocupación, noto un suéter mojado tirado al lado de la puerta. Era de Helga.

–¿Estas bien Olga? Nos tenias preocupados, ya es muy noche

–Si y ¿Helga?

–¿Salió? – dijo Bob– ni cuenta me di

Tan ellos. Pensó Olga. No, tan nosotros. Aclaro con amargura.

–Iré a dormir – paso al lado de la habitación, tuvo la intensión de tocar, pero de seguro Helga ya estaba dormida– buenas noches, hermanita bebé

La noche paso, Olga embargada por la culpa no pudo conciliar el sueño, Helga ardía en fiebre, pero nadie estaba para cuidarla. Sus padres dormían plácidamente.

La mañana llegó y todos volvían a su rutina. Olga despertó gracias al desayuno que Mirian le llevaba. Como odiaba tener toda la atención.

–Gracias… ¿y Helga?

–Se fue temprano, cuando quise que saliera por el periódico ya no estaba

–No comió

–Nunca lo hace, casi siempre me quedo dormida, pero, ahora que estas aquí no puedo evitar levantarme temprano y feliz. Me haces feliz Olga – la mayor sintió un golpe en el estómago.

–Mamá, ¿quieres a Helga?

–Claro que Si, pero no sé como llevarme con ella, lo intente, pero esa niña es un caso perdido. –Mirian parecía decepcionada de si misma –En fin, lo que importa ahora eres tú, mi hermosa Olga

Olga dejo la comida a un lado y entro al cuarto de Helga. La habitación era tal como se esperaría de una niña de nueve años, peluches y algunos posters pegados a la pared. Sin pretenderlo comenzó a limpiar un poco pero no tanto para no levantar sospechas. Recogió algunas envolturas de comida chatarra y papeles hecho bolitas. Curiosa los fue abriendo, notando que eran unos versos muy bellos, los fue aplanando, queriendo quitar las arrugas, fue leyendo cada uno quedando maravillada con las escrituras de Helga.

–Son muy buenos

Terminó le leerlos cuando noto que al ordenarlos en el penúltimo tenía letras, al voltear la página. Era una línea, clara y con letra legible, bastó para que Olga dejara de sentir el piso bajo sus pies.

Los odio, me quiero morir.

Aunque supiera lo ruda, temperamental y cruel que Helga llegaba a ser nunca se esperó ver algo así, ira y tristeza embargaban el frágil cuerpo de una niña que apenas comenzaba a vivir. ¿qué hacían de mal? -si es que hacían algo bueno, por supuesto-Todo, era como si se esforzaran por ser la peor familia para una niña.

Olga caminó rápido hasta quedar al pie de las escaleras, decidida a contarle a sus padres lo que sucedía, sin embargo, comprendió que no tenia sentido, ellos no harían nada por Helga, por ella si y eso la hacía sentir lo peor.

No sabía cómo ni cuándo, pero, haría todo lo posible por ayudar a su hermanita bebé. Era una promesa.

-/-

Eran las seis de la mañana, segura que todos dormían aun Helga se alisto y salió rumbo a la escuela, tenia mucho tiempo de sobra así que eligió irse donde Phoebe. Tardo unos veinte minutos en ella y otros diez en tener valor de tocar, curioso que en esa casa siempre era tratada con mucho cariño, los padres de Phoebe eran muy gentiles con ella y ella correspondía a esa amabilidad.

Phoebe se percato del decaimiento de su amiga, supuso que sus padres u Olga le habían hecho algo, de nuevo.

El desayuno era delicioso, la madre de Phoebe parecía cocinar con un ingrediente mágico.

–¿Qué tienes, Helga? –se aventuro a preguntar. En su casa no tenían la libertad de charlas así que espero cuando ya iban de camino a la escuela.

–Ya no los aguanto– Helga le conto todo, lo cansada y dolida que se sentía con todos los de su familia.

–No se que decir– dijo sincera. Sabía lo nefasta que era la familia de su mejor amiga, pero, verla en ese estado, ya no sabia que más hacer. Había intentado lo posible por que Helga se sintiera bien cuando alguno de sus familiares le fallaba.

–Ni yo sé que hacer

Siguieron en silencio hasta llegar a la esquina de la escuela, todos los niños se despedían de sus padres y entraban, los mayores llegaban en grupo entre bromas.

Helga suspiró, no podía permitir que nadie notara su decaimiento. Se dio dos palmaditas en el rostro e ingreso a la institución educativa empujando a cuanto niño se le cruzaba.

–A un lado inútil… Muévete zopenco… quítate princesa – se abría comino entre todos. Pronto vio a su querida presa– a un lado cabeza de balón – y lo empujó, estorbas

Fue un segundo, rápido y fugaz, pero Arnold se dio cuenta de algo diferente en Helga. Breve, efímero. En los ojos de la rubia vio un sentimiento que yacía años no veía en ella.

Esta triste.