Hello! Ay, disculpen por demorar tanto! En recompensa (?), vengo con un capítulo más largo jajaja No es que tenga cero capacidad de síntesis, nooo! Gracias a todos por leer y por sus amables palabras! la experiencia de escribir no sería lo mismo sin su apoyo y retroalimentación! Siento si no hay tanto romance aún, pero las cosas se irán dando lentamente entre los protagonistas. A propósito, este será un capítulo más centrado en Yoh, así que espero que lo disfruten! Les deseo una maravillosa semana!


Capítulo 11: Conflicto

A pesar de su posición, Yoh no era una persona arrogante ni pretenciosa. De hecho, si bien tenía acceso a una cantidad exorbitante de dinero, y podía utilizarlo como le diera la gana, no disfrutaba de él. Su hermano mayor compartía esa apreciación, pero, lamentablemente, si deseaba tener poder en ese mundo capitalista y corrompido, una buena economía era un requisito mínimo para subir en la jerarquía social.

Por eso mismo, le llamaba la atención la inversión monetaria en decoración y otras frivolidades en la mansión de los Kyoyama. Su nueva relación con ellos lo había forzado a mantenerse cerca, llevando un par de días hospedando en una habitación cuidadosamente preparada para él. Recordó cuando se infiltró en su equipo de seguridad y pasó una noche en los aposentos de los guardias, los cuales eran bastante cómodos y acogedores. Ahora, su nuevo cuarto era mucho más grande de lo necesario, con un número de muebles exagerado. Eran listos, esos rubios. Entre más objetos en la alcoba, más lugares para esconder micrófonos y cámaras. Yoh no podría retirar esos aparatos, incluso sabiendo en qué rincón se encontraban. Sería sospechoso que un nuevo aliado de la familia fuese tan paranoico. Se resignó a ser cuidadoso con sus acciones en ese lugar, y a dormirse con la certeza de que alguien lo observaba.

Como todos los días, se levantó temprano. Jamás por gusto, sino por obligación. Se alistó, poniéndose desanimadamente ese traje formal negro que esperó no tener que volver a usar por un largo tiempo. El Asakura salió de la alcoba, saludando cordialmente a quien se encontrara por los pasillos. El equipo de seguridad lo odiaba y el resto de los sirvientes apenas lo toleraba. Él mantenía su sonrisa intacta, sin importar la sensación de incomodidad que le causaba saber que todos lo querían diez metros bajo tierra.

Agradeció al no encontrarse con ningún Kyoyama en el camino. Solían devolverle una sonrisa falsa, con ojos llenos de desprecio. La menos terrible era Eliza, mientras que el más escalofriante sería Fausto. Tuvo un ligero recuerdo de su padre, Micky, relatándole que conocía a alguien que conservaba frascos con órganos en un cuarto secreto.

"¿Por qué los guarda?" preguntó Yoh, con la poca inocencia que le quedaba a los doce años.

Recordó a Mikihisa, mirándolo con ojos entrecerrados, ocultando sin éxito una sonrisa.

"Se los come" contestó, con su mejor intento de expresión macabra. El menor de los Asakura se horrorizó, cubriéndose el rostro. Hao, sin embargo, puso los ojos en blanco. Para él era una broma absurda de su padre.

Para Yoh, ahora con veinticuatro años, aún era un misterio.

—Buenos días, joven Asakura —la voz de Amidamaru resonó en sus oídos, obligándolo a volver a su presente.

—Buenos días, colega—saludó el castaño, haciendo una pequeña reverencia al encontrarse con el hombre.

Vio la emoción en el rostro de su acompañante ante esas palabras. Antes de ser enviado como informante a la mansión de Fausto, Amidamaru e Yoh tenían una relación muy amena. El mayor siempre fue muy respetuoso con su verdadero jefe, incluso cuando él insistía constantemente en que no era necesaria tanta formalidad.

—Es extraño verlo por aquí a esta hora —comentó el hombre, caminando junto al castaño por los pasillos de la mansión.

Yoh se iba temprano, volvía para sus lecciones con Anna, y desaparecía nuevamente, retornando a su hogar temporal cerca de las doce. Es que, desde su regreso, Hao lo tenía de un lado a otro cumpliendo con distintas tareas, sabiendo que todo era parte de un plan mucho más grande. En otro contexto, el menor de los Asakura se hubiese quejado, sin embargo, agradecía tener excusas para no estar en esa mansión.

—Todos lo que tenía que hacer esta mañana se canceló —explicó Yoh, siendo consciente de que su sonrisa desaparecía—. Tengo que ir a un funeral.

Dos niños pequeños y su madre.

No tenían culpa de haber nacido en ese mundo tan despiadado. Sus vidas llegaron a su fin prematuramente, a manos de un criminal cuya identidad aún no era revelada. Mappa Douji. Responsable de tres atentados en distintas ciudades de Japón, involucrando a los tres clanes rivales que buscaban aliarse. El oscuro presentimiento en Yoh no desaparecía; Hao estaba metido en eso. Intentó comunicarse con su hermano para hablar al respecto, no obstante, su jefe parecía demasiado ocupado para él, confirmando en el interior de su mente sus sospechas.

—Me enteré por su empleado Ryu —comentó Amidamaru, eligiendo cuidadosamente sus palabras—. Lamento el incidente con sus familiares.

—Yo también —dijo el castaño, forzándose a mantener sus sentimientos en orden.

Su día recién comenzaba. Tenía que permanecer tranquilo, y no dejar que esas situaciones lo afectaran. No servía de nada preocuparse por algo sin solución. Aunque el simple pensamiento de que su gemelo estuviese trabajando a sus espaldas le hervía la sangre. Eran un equipo, y respetaba que Hao tuviese secretos. Pero eso, eso era un asunto completamente distinto. Yoh suspiró, sintiendo los ojos curiosos de Amidamaru sobre él. Recordó por qué se dirigía al patio, después de haber caminado hasta allí por inercia.

—Amida, ¿me das unos minutos con Anna antes de comenzar tu clase?

—Le daré todo el tiempo que necesite —susurró él, poniéndose tenso cuando divisaron a la rubia a la distancia.

Yoh dio una media sonrisa. Amidamaru no estaba feliz con su alumna, pues él no cumplía con sus altísimas expectativas. Le repetía que sus lecciones eran demasiado básicas, muy cortas, que él era suave y tímido, que ella necesitaba aprender más que eso. El castaño sabía que ella estaba ansiosa por lograr defenderse y por poder combatir contra alguien, y él en serio deseaba que alcanzara sus objetivos.

Lo triste es que ella no tenía idea. No sabía que no importaba lo mucho que aprendiera, su muerte estaba escrita, y no sería capaz de vencer a ese oponente jamás.

Él deseaba que ella tuviese la oportunidad. Que fuera lo suficientemente rápida para correr. Que sus reflejos le permitieran esquivarlo. Que ella pudiera darle un sólo golpe en el lugar correcto, enviándolo al otro mundo en un instante.

Sonríe. Sonríe. Sonríe.

Que la amargura no fuera evidente en su rostro.

Continuó avanzando hacia Anna, quien frunció el ceño apenas lo vio. Creyó que se quedaría quieta, de brazos cruzados, firme en su misma posición. Sin embargo, con ese mismo semblante intrigado, también dio unos cuantos pasos hacia él. Eran sutiles e ínfimas indicaciones de que cada vez era más receptiva a su presencia, reconfortando y angustiando a Yoh al mismo tiempo. Tenía que ganarse la confianza de la rubia, y todos en ese clan tendrían que estar convencidos de que él jamás podría dañarla. Así, después de acabar con ella, sería fácil culpar a otro. Estaba funcionando, lento, pero eficiente. Aunque, una parte de Yoh ansiaba poder gritarle a Anna que no creyera en él y que se alejara mientras la posibilidad aun existiera.

—¿Qué haces aquí? —preguntó ella, sus ojos severos sobre los suyos.

—También me alegra verte —contestó el castaño, no tan sorprendido por su mal humor matutino.

La vio juntar sus labios, forzando una línea recta. Anna no apreciaba ni la ironía ni el sarcasmo, siendo que ella estaba muy familiarizada con su uso. Yoh suponía que al haber sido criada como una princesa era de esperarse. Y sí, tal vez era una princesa, no obstante, los títulos no significaban nada para él.

—¿Por qué tan elegante? —cuestionó la rubia, mirándolo de pies a cabeza.

Él sabía que las intenciones de Anna eran todo menos halagarlo, aun así, se puso nervioso cuando ella llevó una de sus manos al cuello de su camisa blanca, quitando una pelusa o cabello del cual él no se percató.

—Venía a hablarte de eso —respondió, aclarando su garganta—. Es el funeral de mis familiares.

Vio la expresión de Anna suavizarse. Continuaba siendo descuidada en ese ámbito; sus pensamientos fueron muy obvios cuando sus ojos miel brillaron con arrepentimiento y pena. Esas demostraciones emocionales podrían costarle caro, e Yoh hizo la nota mental de hablarle al respecto más adelante.

—Ya veo —respondió ella, su voz menos energética y demandante que hace algunos segundos.

—Me parece que tus padres irán por un momento a presentar sus respetos, y luego atenderán a otra ceremonia.

—Veintiún muertos en el casino de mi padre —dijo ella, la neutralidad volviendo a su rostro—. Harán un evento la memoria de los fallecidos más tarde.

—¿Te dijeron algo más?

Él desconocía qué tanta información le estaban entregando a Anna sobre esa clase de temas. Tenía entendido que los Kyoyama intentaban que su hija estuviera al corriente de todo, pero la naturaleza de esos últimos eventos eran una rareza incluso en ese mundo.

—No sin insistir —una pizca de orgullo en la voz de Anna aligeró la carga en el pecho de Yoh—. Encontraron la misma firma de los otros atentados en la escena del crimen.

—Hubo una reunión al respecto —explicó Yoh, poniendo las manos dentro de los bolsillos de su pantalón—. Hoy veré a mi hermano y le preguntaré qué información tienen hasta ahora. Por eso llegaré un poco más tarde a la lección de hoy, tendremos que posponerla una hora.

Ella lo miró desaprobatoriamente, sin embargo, asintió.

—Más te vale informarme con lujo de detalles qué averiguaste —advirtió, una chispa enérgica y resuelta en su mirada—. Ese idiota Mappa lo que sea se está metiendo con la gente equivocada.

El Asakura rio ante tanta motivación, pero Anna no erraba. Cualquier individuo que hiciera ese tipo de desafío tendría que estar demente. Esa persona estaba cavando su propia tumba, a menos que fuera alguien sumamente hábil y confiado como para tener la mínima esperanza de sobrevivir.

De nuevo, ese mal presentimiento se sintió como una punzada en el pecho. Su risa se apagó, y fue muy tarde cuando notó que Anna lo miraba con ¿preocupación?

—¿Por qué esa cara? —preguntó, cruzando los brazos con intriga—. ¿Hay algo que no me estás diciendo?

Muchas cosas, pensó Yoh. Varios de esos secretos se irían con él hasta la muerte. Observó esos ojos, enfocándose en su hermosura y no en la triste realidad que los rodeaba. Recordó el día en que se conocieron, cuando tuvo que esforzarse por mantenerse lo más indiferente posible, ignorando que la belleza de la rubia le había quitado el aliento. Sin embargo, su primera impresión fue que Anna era una niña malcriada y arisca. Qué suposición tan apresurada.

Era resiliente, fuerte, confiada, observadora, determinada e inteligente. Poseía un gran sentido de superación propia, y era una persona de sentimientos intensos. Parecía ser más racional que emocional, aunque en ocasiones se dejaba llevar por el momento.

Pensó esa vez en que casi la besó, y el terrible error que era caer con tanta facilidad entre sus redes.

Ella era peligrosa. Sobre todo, para él.

—Te diré lo que quieras —contestó el castaño, con una impecable sonrisa—. Sólo tienes que hacer las preguntas correctas.

Anna frunció el ceño, analizando sus palabras. Antes de poder indagar más, él le dio la espalda, caminando hasta dejarla sola otra vez.


Todos los presentes en el templo vestían de negro. No había otro color permitido, y cualquier otra vestimenta que contrastara con la adecuada sería vista como una falta de respeto a la familia de los fallecidos. Los funerales sintoístas estaban llenos de detalles según la tradición. Ren no compartía esa religión, aun así, conocía cada paso de esas ceremonias. La muerte era un simple contratiempo en su trabajo, y estaba demasiado acostumbrado a ese tipo de eventos.

Esta vez, lo escabroso de la naturaleza del incidente que acabó con la vida de los fallecidos, generaba un ambiente de tensión difícil de ignorar. El misterio detrás de los últimos atentados contra distinguidos clanes de la mafia había dado de qué hablar entre los miembros de ese mundo. El heredero de los Tao y líder de su banda en Japón ansiaba conocer la identidad del sujeto que se había atrevido a amenazar la vida de su hermana. Lo mataría, eso era seguro. Su equipo de inteligencia estaba investigando por medios no tan legales, sabiendo que harían un mejor trabajo que la policía. No tenía tiempo que perder.

Caminó hacia la salida, viendo de soslayo a Hao. El Asakura se mantenía de pie, recibiendo las condolencias y respetos de distintas personas. Ren lo miró con ojos entrecerrados, despreciando esa falsa expresión de cortesía en su rostro. El castaño se mantuvo solemne en todo momento, con ojos serios y fríos ante cada palabra dicha en memoria de sus familiares fallecidos. El chino sabía que él no estaba conmovido, y su gran generosidad al pagar cualquier gasto que el funeral implicara era por deber y apariencias, jamás por cariño.

Sus ojos ámbar se posaron casualmente sobre los de Yoh, quien obviamente también asistió al evento. Conocía esa mirada suya a la perfección. Podría haber aprendido a poner la mejor cara de póquer en el mundo, pero esta vez optó porque el duelo fuese transparente en sus ojos. Tal y como Ren, Yoh tenía grandes habilidades para deshacerse de cualquier obstáculo humano que se encontrara frente a él, aun así, nunca podría dañar a alguien indefenso. Las cenizas de sus familiares eran el ejemplo de un límite que el menor de los gemelos Asakura no sería capaz de cruzar.

Ren decidió abandonar el lugar, caminando entre la multitud en silencio. Su aparición ahí era una simple muestra de amistad en medio de una alianza de origen turbio. No confiaba en Hao. No confiaba en nadie. Todos sus movimientos se basaban en la estrategia, y, aunque le convenía tener de su lado a los Asakura, no bajaría la guardia.

—¿No irás a darle tus respetos al líder de los Asakura? —preguntó Yoh, quien de pronto se encontraba caminando junto a él.

El chino evitó demostrar cualquier señal de sorpresa. El castaño se había vuelto ágil y sigiloso, muy distinto al torpe chiquillo que Ren enfrentó cuando eran pequeños. Se habría esforzado bastante por llegar a ese punto, supuso.

—Con que me haya visto aquí es suficiente —respondió él, arqueando una ceja—. ¿Vamos a algún lado juntos, que me estás persiguiendo?

—Sólo quería ponerme al día con un viejo amigo.

El de ojos dorados miró a Yoh sonreír tranquilamente. Mantenía esa expresión despreocupada de siempre, cuando se encontraba cómodo y no tenía que fingir ser alguien que no era.

—¿Cómo está Jun? —preguntó el castaño, recibiendo inmediatamente el desprecio de Ren.

Yoh comprendió al instante, alzando las manos en señal de paz.

—No estoy jugando —prometió—. En verdad quiero saberlo. Después de la explosión en el hotel donde hospedaba, seguro se sentirá nerviosa.

—Está bien —respondió el Tao, sus ojos hacia el frente—. Duplicamos al personal de seguridad que la cuida, y nos cercioraremos de que no corra riesgos innecesarios.

—Eso es bueno.

Ren miró de reojo a Yoh, escéptico al pensar en sus verdaderas intenciones. ¿En serio sólo buscaba charlar casualmente? Era extraño, sin embargo, no completamente desconocido. Solían conversar brevemente en el pasado, incluso con su amistad deteriorándose progresivamente. Pensó que actuaba con esa familiaridad debido a que sus clanes estaban replanteando su relación.

Fijó los ojos hacia adelante, viendo su limosina a la distancia. Su día estaría lleno de tediosas reuniones de negocios. No sería tan malo distraerse un momento, de hecho, lo utilizaría con el fin de obtener alguna información sustancial. Exacto, no sería una charla, sino una pequeña y esporádica misión como líder de su familia.

—Supe que eres profesor de mi prometida —comentó el chino—. ¿Cómo va eso?

—Recién estamos empezando. Aunque te advierto, si ustedes no han logrado mejorar su relación después de que se casen, tendrás que cuidar tus espaldas.

—Siempre lo hago.

Escuchó a Yoh una pequeña risa, aun cuando la intención de Ren no era bromear. Frunció el ceño por la falta de seriedad de su acompañante, siendo que estaban saliendo recién de un funeral.

—Veo que superaste rápido el duelo de tus familiares —el de ojos ámbar fue observado por un confundido Yoh—. Noté esa cara perturbada hace unos momentos, y casi me la creí.

El Asakura negó con la cabeza, y puso sus manos en los bolsillos, dirigiendo la vista al frente.

—Claro que me molesta lo que les ocurrió. Eran dos niños pequeños, y si bien la mayoría de los presentes no lo sabía, nosotros estamos al tanto de que no fue un accidente.

—Si te afecta, ¿por qué luces tan relajado?

—Porque sé que nuestras familias encontrarán al responsable y le darán su merecido.

El chino volvió a mirar de soslayo al castaño, con esa máscara neutra que veía en él con mayor frecuencia con el pasar de los años. Sin embargo, sus ojos reflejaban intenciones sombrías. No admitiría que ese brillo siniestro que en ocasiones compartía con su gemelo le causaba escalofríos. No debido al temor, sino por la sensación de que algún día Yoh terminaría cediendo a la venganza y al desprecio al igual que Hao. Tener dos Asakura dementes sería un otro dolor de cabeza del cual debería deshacerse tarde o temprano.

Sonrió. Definitivamente, Yoh se estaba convirtiendo en alguien muy interesante.

—Me agrada tu actitud, Asakura —continuaron caminando juntos, casi alcanzando el transporte de Ren—. Te negaste por mucho tiempo a actuar como se espera de nosotros. Lamento que la muerte de tu padre haya sido el empujón que te faltaba.

—Yo también. Encontré la motivación que necesitaba después de algo trágico. Es triste, ¿no? Saber qué es lo que está en juego después de perderlo.

Ren dio una media sonrisa.

—Así es como funciona, Yoh. Por eso mismo, no podemos permitirnos cometer errores estúpidos.

—Hao me lo repite a menudo.

—Pues es un hipócrita.

Yoh volvió a reír, con más soltura que antes.

—Suele decir que los deslices son cosa suya, aunque ambos sabemos son intencionados.

—No me gusta hacia dónde está yendo esta conversación —gruñó el chino, rodando los ojos—. Por mí que haga lo que quiera, mientras no involucre a mi hermana.

—Eso debería estar estipulado en el tratado de paz entre ambos clanes.

—Créeme, me aseguraré de eso.

Llegaron hasta la limosina de Ren. Uno de los empleados abrió una de las puertas traseras, listo para recibir a su jefe.

—Gracias por escoltarme hasta aquí —dijo el chino, el sarcasmo evidente en su voz.

—Es lo mínimo que puedo hacer por un amigo —contestó Yoh, con algo de ironía y sinceridad al mismo tiempo.

Ren preferiría volver a ser su rival. Era mucho menos incómodo que estar en esa transición de enemigos a aliados en la que se encontraban. Esa relación estaba muy lastimada, y sabía que, aunque sus familias estuviesen en buenos términos como en el pasado, no volvería a ser lo mismo. Estaba seguro de que el castaño se sentiría de forma similar, sobre todo cuando era el Tao el autor de una de las peores cicatrices en su cuerpo.

—Hasta luego, Yoh —se despidió el chino, subiéndose a su vehículo—. Nos vemos en la fiesta.

Sonrió complacido al ver la confusión en el castaño. Fue obvio para Ren que el Asakura no estaba enterado de los temas tratados en la última reunión entre los líderes de sus clanes, y el hecho de manejar información ajena al muchacho le daba satisfacción. Mientras Hao existiera, Yoh permanecería como el segundo al mando, manteniéndose por debajo del nivel jerárquico del chino.

Su empleado cerró la puerta, y el heredero de los Tao continuó con su día, haciéndose cargo de las múltiples tareas implicadas al ser el jefe de su clan.


Yoh intentó que la frustración no llegara a su rostro, aun así, sabía que estaba haciendo un pésimo trabajo. Hace pocos minutos, había visto a su hermano ahí, recibiendo saludos y condolencias, rodeado de personas de distintos bandos. No se sorprendió al ver a tantos mafiosos reunidos, aun cuando él y su gemelo recién comenzaban a actuar públicamente como la cara visible de su clan. Supuso que Hao habría decidido que, si iban a asumir ante todos su liderazgo, lo harían sin discreciones. Pasaron varios años en la oscuridad, de seguro se sentiría liberado de abandonar los apodos, los disfraces y todo lo que implicaba conservar su identidad oculta.

Caminó hasta Horo, quien se encontraba apoyado de brazos cruzados sobre el auto que lo transportaba.

—¿Has visto a Hao? —preguntó el castaño—. Le dije que necesitaba hablar con él, y lo perdí.

O tal vez se escondía de él.

—No lo habrías perdido de vista si no hubieses pasado a saludar a tu amiguito, el chino.

El de ojos negros lo observaba enfadado, con una ceja alzada. Yoh lo miró con gracia.

—También es extraño para mi volver a ser su amigo.

—¿Amigo? —preguntó exasperado—. ¿Olvidas que casi te mata?

—No, y tampoco olvido esa vez que trataste de atropellarme.

Era el castaño quien arqueaba una ceja, mientras Horo se rascaba el cuello, riendo nerviosamente.

—No le has dicho a Hao sobre eso, ¿verdad?

—¿Estarías vivo si se lo hubiese dicho? —preguntó Yoh, parándose junto a él, con su espalda apoyada contra el auto.

El de cabello celeste sacudió la cabeza.

—Claro que no —respondió, de pronto exaltándose—. ¡Sabes que fue tu culpa! Tú me provocaste, con eso de "Soy tu jefe, no te atreverías"

—Lo sé, Hoto —recordó el castaño, sonriendo levemente—. Fue una época difícil para mí, disculpa haberme comportado como un cretino.

Su empleado y amigo resopló, dándole un ligero codazo.

—No me pidas perdón o me harás sentir culpable.

—No le des órdenes a tu jefe —bromeó Yoh, recibiendo una mirada poco amable en respuesta.

Horo le dio otro codazo, esta vez más fuerte. El Asakura se quejó, llevando una mano a la zona afectada. Aun así, comenzó a reír. Ambos observaron a su alrededor, en búsqueda del gemelo de Yoh. Cada vez había menos gente en las afueras del templo, por lo cual encontrar al joven perdido debería ser una tarea fácil. El castaño cruzó los brazos, con los ojos entrecerrados.

—Hao se está escondiendo de mí —concluyó, enderezando su postura—. Le dije que me esperara, y aun así se fue.

—¿Por qué haría eso? —interrogó el de ojos negros—. Pensé que apreciaría la compañía de su hermanito en momentos de tensión.

La voz llena de burla de su amigo hizo no le causó gracia a Yoh.

—Siempre que hace esto aparece con alguna sorpresa desagradable.

—Tranquilo, jefecito —dijo, otra vez con ese tono lleno de sorna—. Le tienes demasiada fe a Hao como para creer que te esperaría. Aunque no por eso deberías frustrarte, de seguro está ocupado, nada más.

—Hmm… —el castaño se mantuvo pensativo, saliendo de sus reflexiones con un suspiro—. Tienes razón. Trataré de contactarme con él más tarde.

Horo envolvió los hombros de Yoh con un brazo, sacudiendo su pelo mientras sonreía ampliamente.

—¡Ese es mi jefe! El que no se preocupa por detallitos sin importancia.

—…el jefe que no te da miedo.

—Yoh, todos le temen a tu hermano loco.

El castaño negó con la cabeza, al mismo tiempo que Horo cubría su boca horrorizado, mirando en distintas direcciones.

—¡Es broma! —aseguró al aire, buscando con paranoia a algún espía de su líder—. Yo daría mi vida por Hao Asakura, el mejor jefe que podría haber tenido.

Yoh parpadeó confundido, ladeando la cabeza.

—Horo, ¿qué haces?

—Salvando mi pellejo —susurró—. Siento que tu gemelo está en todas partes. Apuesto a que escucha esta conversación entre las sombras.

—Hao no es un dios. No puede hacer esas cosas.

—…A veces siento que sí.

Rendido, Yoh decidió que sería mejor volver a la mansión de los Kyoyama. No le entusiasmaba la idea de haber fallado en algo tan sencillo como hablar con su hermano, y su instinto le decía que Anna estaría menos que complacida con él. Si bien conversó durante todo el trayecto con Horo, su mente no dejaba de divagar. Su hermano no le había informado los resultados de su reunión con Ren y Fausto, y además lo estaba evitando. Era una pésima señal, ya que la última vez que comenzó a actuar de esa forma fue previo a su encuentro íntimo con Jun Tao, apresado por varias semanas bajo el poder de su antiguo amigo. Lo más lógico es que después de los recientes atentados se mantuvieran aún más comunicados, y su distanciamiento no dejaba de darle un mal augurio.

—Ya llegamos —anunció Horo, desde el asiento del conductor. Estacionó el auto, y giró aún sentado en su puesto—. Que te vaya bien con tu alumnita, profesor Yoh.

Su tono sugerente y el guiño con el ojo no fueron apreciados por el Asakura. El castaño bajó su párpado inferior con un dedo y le mostró la lengua a su acompañante, quien bufó indignado.

—Qué maduro, jefe.

Sin despedirse, Yoh salió del vehículo y cerró la puerta.

No tardó en cruzar la mansión y entrar a la habitación que le habían asignado para ponerse ropa más casual. Lo primero que hizo fue quitarse la corbata, lanzándola por los aires sin fijarse en donde caería. Lo que no esperó, fue recibirla como un proyectil de vuelta, en un costado de la cabeza. Volteó a ver a su atacante, contemplando una mirada similar a la suya.

—¿Me buscabas? —preguntó Hao, sentado junto a un escritorio vacío.

Yoh intentó procesar lo que estaba pasando, mientras su hermano lo miraba con una sutil sonrisa.

—¿Hace cuánto llegaste?

—Irrelevante.

El menor suspiró, comenzando a desabotonar su camisa.

—Pensé que te habías ido después del funeral.

—Me fui —contestó Hao, sus ojos fijos en los de su hermano—. Y vine hasta aquí.

—No lo había notado.

—¿Sarcasmo? No seas impertinente.

—No seas condescendiente.

El mayor de los gemelos inhaló profundamente, y se levantó de su silla, cogiendo un maletín que se encontraba junto a sus piernas. Yoh lo miró dejar el objeto sobre el colchón de la cama, y dio media vuelta listo para marcharse.

—Oye, ¡espera! —le pidió, cruzando los brazos—. ¿Qué es eso?

Hao lo miró sobre su hombro.

—Un informe sobre la reunión de ayer —respondió—. Y algo que necesitarás para el viernes.

Yoh lo miró confundido, haciendo a Hao suspirar, volteando con los brazos cruzados para quedar frente a su hermano.

—Los Kyoyama y los Tao tendrán a sus equipos de inteligencia trabajando en paralelo a la policía para descubrir al responsable —explicó, su mirada severa puesta sobre su hermano—. Piensan duplicar su seguridad y además estamos trabajando en un acuerdo con los Kamogawa…

—¿Mercenarios externos? —preguntó Yoh, uniendo el entrecejo—. ¿No es suficiente con nuestros tres clanes…?

—Todo indica que el responsable es miembro de la mafia japonesa. Debido a sus ataques, es obvio que es alguien que maneja información confidencial y que conoce bien a nuestras familias.

El de cabello largo se sentó sobre el colchón, con una expresión indescifrable en el rostro. Otra mala señal, supuso Yoh. Su hermano continuó hablando.

—Será una persona que se ha involucrado antes con los tres clanes y que tenga resentimiento, o, por el contrario, es alguien nuevo intentando de entrar al juego y busca llamar nuestra atención. Cualquiera sea el caso, los Kyoyama están paranoicos, y Ren lo tomó de manera personal.

—¿Qué opinas? —preguntó el menor, cruzando los brazos.

—Un demente escandaloso no va a intimidarme.

Yoh frunció los labios, estudiando el semblante indiferente de su gemelo.

—Estás demasiado tranquilo —notó el menor, intentando que el dolor no fuera tan evidente en él—. No creí que las vidas de Luka y Yohane fueran insignificantes para ti.

Su hermano mayor sonrió, despejando el cabello largo de su cuello con una mano.

—¿Sería profesional de mi parte dejarme llevar por la ira y por el duelo cada vez que un familiar muere? No.

El menor continuó observándolo, odiando esa sonrisa en el rostro de su gemelo. Como si leyera su mente, y quisiera provocarlo, Hao curvó la comisura de sus labios aún más.

—Ay, Yoh. Ese tipo de comportamiento es lo que me hace temer por el día en que tomes mi lugar. No creo que tengas lo que se requiere, no todavía.

—Tal vez no quiera tomar tu lugar.

Era Yoh quien sonreía, sus ojos destelleando con desafío.

—No tienes opción —recordó el mayor, levantándose del colchón—. Además, sería una pena verme en la obligación de acusarte de traición. Porque eso es lo que ocurre cuando le das a espalda a tu familia, si es que lo has olvidado.

Hao caminó hasta su hermano menor, como un animal camina hacia su presa.

—Me disgustaría ver tu cara ensangrentada decorando los pasillos —dijo, presionando las mejillas de su gemelo con ambas manos—. Mamá se pondría muy triste.

Yoh alejó de las muñecas a su hermano, quien lo miraba con una cara burlona. Esas bromas de mal gusto sólo las haría un psicópata. O su gemelo.

—¿Qué pasa, Yoh? —preguntó el mayor, notando que su hermano parecía perderse en sus propios pensamientos.

—Necesito oírlo de ti.

Hao arqueó una ceja, y cruzó los brazos sobre su pecho.

—Tienes que ser más específico, Yoh.

—¿Tuviste algo que ver con el asesinato de Luka y Yohane?

El mayor entrecerró los ojos. Intriga, diversión, sorpresa. Yoh estudió su mirada con atención, esperando no perder ningún detalle. Necesitaba la verdad, por muy horrible que fuera. Necesitaba saber si Hao había dado ese paso, cayendo a un precipicio que el menor había evitado a toda costa.

—No.

Ambos se miraron fijamente. Después de años aprendiendo a mentir y a engañar, los dos se habían convertido en expertos para manipular la realidad. El menor alzó ligeramente el mentón, analizando cada ínfimo detalle en el semblante de su gemelo.

—No te creo.

—Me complace escuchar eso.

Hao sonrió, poniendo una mano sobre el hombro de su hermano.

—No debes confiar en nadie, Yoh. Ni siquiera en mí.

Yoh continuó mirándolo, frustrado por esas respuestas tan vagas. No tenía pruebas de que Hao estuviese involucrado en ese fatídico ataque, aun así, su instinto le decía que su gemelo no era completamente inocente. Esa mente retorcida suya habría encontrado alguna excusa para acabar con la decendencia de su familiar traidor, sin embargo, Yoh no lograba encajar el resto de las piezas. La aparición de un enemigo misterioso que atacara a todos no calzaba en esa suposición, dejándolo solo en un callejón sin salida.

—Lee el informe del maletín —ordenó su hermano, dándole la espalda—. Y espero que hayas mejorado tus habilidades para bailar.

Ese comentario lo confundió y lo distrajo de cualquier reflexión. Yoh ladeó la cabeza, mirando a su gemelo que ya estaba por salir de la habitación.

—Habrá una gala el viernes por la noche. Se anunciará el compromiso entre Ren y Anna, y será nuestro debut público entre la escoria elitista. No puedes faltar.

—¿Una gala, en medio de tantas muertes?

—Es una demostración de tranquilidad, y poder. No es tan difícil de entender, a menos de que se te haya freído el cerebro con otras ideas estúpidas que yo desconozca.

Yoh inhaló una gran bocanada de aire. Tenía que repetir en su cabeza como un mantra que no estaba bien dispararle a su gemelo. No por tercera vez.

—Nos vemos, hermanito.

El menor vio la puerta cerrarse, resoplando irritado. Observó sin entusiasmo el maletín sobre el colchón. Desde su regreso, Hao se había esmerado en darle múltiples tareas. Si bien creyó que sería un mes relajado, se estaba volviendo en un desafío.

—No tuve que haberlo rescatado —susurró, dejando su cuerpo caer encima de la cama.


El menor de los Asakura llegó hasta el patio en el horario acordado con su estimada estudiante. Solía llegar un par de minutos antes de cada lección, porque Anna detestaba esperar. Él soltó una risa, pensando en que era una de las muchas cosas que disgustaba a la rubia. No imaginaba a Ren casado con ella; sería un misterio quién intentaría matar a su pareja primero.

La vio, y a medida que avanzaba, hizo esfuerzos descomunales por mirarla directamente a los ojos. Vestía con un sostén deportivo, y unas pequeñas calzas. Un conjunto revelador en comparación a las otras prendas que la había visto utilizar. No era ciego, por lo tanto, tampoco era inmune a la imagen de una joven de su edad tan atractiva. El rostro de Anna carecía de imperfecciones, y su cuerpo descubierto era un deleite para su mirada.

Su lado más débil quería tocarla. Necesitaba tener entre sus manos esa diminuta cintura, y se sentía sediento cada vez que admiraba sus labios rosados y tentadores. Deseaba tenerla contra la pared, como en Kyoto, dejándose llevar por sus sentimientos y olvidando cualquier rastro de razón.

No.

Todo había cambiado. En un principio ella dijo que evitaría su compromiso con Ren a toda costa, pero ahora era algo a lo que ella había accedido. Además, había demasiado en juego. No debía encariñarse con ella, ni pensar en esos escenarios imposibles cuando su misión era traicionarla.

Anna volteó a verlo, haciendo que su cabello rubio se meciera en el movimiento. Lo tenía peinado en una coleta alta, descubriendo la blanca piel de su cuello.

No te distraigas, pensó, enfocándose nuevamente en sus ojos.

Le llamó la atención que lucía algo cansada, sin esa chispa especial que se hacía más evidente cuando ambos se miraban.

Él abrió la boca para saludarla, abriendo los ojos sorprendido cuando fue silenciado prematuramente por el dedo índice de la rubia.

—No conversemos. Empecemos de inmediato.

Yoh parpadeó perplejo, y la miró inclinarse hacia el suelo para levantar una botella con agua. Forzó sus ojos hacia otro lado, ya que el ángulo que ella le ofrecía arriesgaba con hipnotizarlo. La notó bebiendo una importante cantidad de líquido, y volvió a dejar el envase en su lugar.

—¿No quieres oír lo que averigüé? —preguntó el castaño, repentinamente nervioso cuando ella se paró frente a él.

—No es necesario —le dijo ella, una pequeña sonrisa de suficiencia en sus labios—. Después de entrenar con Amidamaru hablé con el jefe del equipo de inteligencia de papá. Ya lo sé todo, así que podemos dedicarnos a lo que vinimos sin perder más tiempo.

Yoh ni siquiera trató de ocultar su sorpresa y confusión. Exigía saber cuál era la fuente de la motivación de Anna, ya que a él le serviría una probada de ese fuego. Jamás vio a alguien adaptarse tan rápido, con esas ganas tremendas de aprender cómo funcionaba el juego. Apenas conocía las reglas, y ya estaba haciendo sus primeras movidas.

Ella sonrió desafiante, poniéndose en posición para atacarlo. Él negó con la cabeza, estaba loca. Compartió una sonrisa con la rubia, imitando su pose, esperando a que ella intentara hacer algo. No obstante, comenzó a fijarse en los detalles. Sus mejillas ligeramente sonrojadas, los rastros de sudor en su frente y en el resto de su cuerpo. Su mirada, apasionada, pero más apagada que de costumbre. Estaba cansada.

—¿Estuviste entrenando antes de que llegara? —preguntó Yoh, relajando sus puños cerrados y su postura.

—Tenía tiempo libre y no quería desperdiciarlo descansando.

—¿Entrenaste con Amidamaru durante la mañana y otra vez durante la tarde? —el castaño se enderezó, demostrando su falta de interés por iniciar un combate.

Anna se mantuvo firme, analizando su ofensiva.

—¿Cuántos ejercicio has hecho hoy, Anna?

Sabía que no debía ser insistente al respecto, ni tampoco preocuparse por el bienestar de la rubia.

—Cuatro horas —contestó, irritada.

—¿Cuatro horas?

—Hablas demasiado.

La mano empuñada de la rubia rozó la mejilla de Yoh, quien no esperaba un ataque repentino. Si no fuese por el salto que dio por inercia, ella lo habría logrado. Él la observó atónito, aumentando la sonrisa confiada de Anna. Volvió a dirigir otro golpe, que fue detenido por una de las manos del Asakura.

—Tienes que descansar —le dijo, soltando su mano.

—¿Te da miedo que al fin logre golpearte? —preguntó ella, divertida—. No pensé que fueras orgulloso. Ni cobarde.

Yoh resopló resignado. Qué mujer tan terca. Le permitió continuar atacándolo, con sus inexpertos y aleatorios golpes, que cada vez se encontraban más lejos de su objetivo. Con el pasar de unos minutos, la rubia estaba frustrada, y agotada. Aun así, continuó intentando.

El castaño volvió a esquivarla, alarmándose cuando Anna se detuvo, empalideciendo progresivamente a pesar del esfuerzo físico.

—¿Anna?

Acortó la distancia entre ellos, alertándose aún más cuando la rubia no le contestó, y puso sus manos alrededor de los brazos de Yoh, sujetándose con dificultad. Se tambaleó levemente, y él supo qué estaba por pasar. Al parecer, ella también.

—No… no pienso desmayarme frente a todos… —susurró, arrastrando ligeramente las palabras, sus piernas temblando.

Yoh quiso poner los ojos en blanco. No podía creer que en ese instante ella estuviese preocupada por llamar la atención de alguien. Estaba a punto de desvanecerse y hacía semejante comentario.

—Tranquila —le dijo, rodeando su cuerpo con los brazos, haciéndola sentarse sobre el pasto—. Vas a estar bien.

La ayudó a recostarse, consciente de que, incluso en ese estado, lo fulminaba con la mirada. Con total calma, se sentó junto a ella en el suelo, a la altura de sus pies. Estiró las piernas de Anna y las levantó en un ángulo obtuso con ambas manos.

—Es un truco —reveló, viendo que la rubia lo miraba con una ceja arqueada—. No me preguntes por qué funciona, no puse demasiada atención cuando me lo explicaron.

Aumentando lo bochornoso del momento para la rubia, uno de los miembros del equipo de seguridad caminó hacia ellos.

—¿Todo bien? —preguntó el hombre, mirando con desconfianza al Asakura.

—Muy bien —respondió Yoh, sonriendo ampliamente, sin ser muy convincente—. Sólo estamos practicando yoga.

Miró de reojo a Anna, y supo que, con las energías para hacerlo, se hubiese golpeado el rostro con la palma de la mano.

—¿Está seguro? —insistió el guardia, fijándose en el mal aspecto y el inusual silencio de la rubia.

—Por supuesto —afirmó el castaño, volviendo su vista al hombre—. ¿Sabes? Hace calor. A Anna le vendría bien una bebida azucarada o un helado.

El guardia frunció el ceño.

—¿No tienen de eso? —preguntó Yoh, sorprendido—. ¿Cómo es que en una mansión tan grande no tienen refrescos ni helados?

—N…no es eso, sólo que…

—¡Genial! Gracias por tu cooperación.

El hombre suspiró resignado, y caminó directamente hacia la cocina. Yoh soltó una pequeña risa, mirando a Anna si soltar sus piernas.

—¿Cómo te sientes?

—…escucho un sonido extraño y… estoy mareada…

Por lo menos hablaba con más facilidad que hace unos momentos.

—Espera un poco más, ya pasará. Con algo dulce vas a sentirte mucho mejor.

La escuchó inhalar hondamente, soltando el aire en un suspiro. Yoh dio una media sonrisa conmovido. No tenía que ver su cara para percibir sus emociones negativas. Pasaron algunos segundos en silencio, hasta que el castaño decidió hablar.

—¿Te sientes mejor?

Anna asintió, con la cabeza contra el césped. Yoh bajó las piernas de la rubia con cuidado, hasta que quedaron encima del suelo. Ella se apoyó sobre sus codos con la intención de sentarse, haciendo que el Asakura se moviera hacia su torso, ayudándola a adquirir una posición más cómoda. Ella lo miró de soslayo, uniendo el entrecejo.

—No pongas esa cara —le dijo el castaño—. Yo te dije que descansaras, y tú quisiste seguir.

—Estás aquí para enseñarme, no para reprocharme.

Él rodó los ojos. Un "gracias" no estaría demás.

El guardia no tardó en llegar con un refresco para la rubia. Ella lo bebió irritada al ver la sonrisa complacida de Yoh.

—Tengo sed —explicó ella, dejando el envase vacío a un lado—. No estoy cansada.

—Está bien que quieras aprender a defenderte y a luchar, pero ese nivel de agotamiento físico no es saludable para ti.

—¿No dicen que la práctica hace al maestro?

—No si te sobre exiges, Anna —la escuchó resoplar, y tuvo que reformular sus palabras—. Es… contraproducente. En lugar de avanzar, vas a estancarte y así no alcanzarás tus metas.

—Es fácil para ti hablar de esa forma cuando parece que nada puede herirte. No estás expuesto como yo.

Oh, la rubia no tenía idea de lo vulnerable que él era.

Anna se levantó del suelo, e Yoh temió que volviera a palidecer. Sus temores fueron en vano; ahí estaba, de pie y lista para continuar.

—Sigamos.

—No.

Él se levantó, ocultando el escalofrío que esa mirada temible le causó.

—¿No? —preguntó incrédula, cruzando los brazos con molestia.

—Dejaremos de practicar combate esta semana... o hasta que logremos trabajar con otra cosa.

—¿Con otra cosa te refieres a…?

Yoh sonrió, inclinándose sobre Anna.

—Esa cabeza obstinada —explicó, apuntando con su dedo índice la frente de la rubia.

Ella lo miró con seriedad, lista para insultarlo. Él no tenía ganas de eso.

—Ven —le dijo, sujetándola de la muñeca, caminando a través del patio—. Vamos a dar un paseo

—¿Qué crees que haces? —preguntó ella, halando inútilmente su brazo para que Yoh la soltara—. ¿A dónde me llevas?

—No lo sé aún —contestó, demasiado animado para el gusto de Anna—. Lo averiguaré en el camino.

—¡Suéltame ahora! —exigió, mientras que Yoh continuaba arrastrándola sin dificultad por el patio.

El castaño miró sobre su hombro a Anna, quien no estaba en absoluto complacida. No tardaron en llamar la atención de algunos guardias, entre ellos Amidamaru.

—Señorita Anna —dijo el hombre, mirando más a Yoh que a la rubia—. ¿Está todo en orden?

—Sí —respondió el Asakura, recibiendo una mirada asesina de Anna—. Sólo la estoy secuestrando. De nuevo.

—Te crees tan divertido —dijo entre dientes ella, aun forcejeando.

Los guardias observaron a Amidamaru, esperando alguna explicación. Él soltó una risa nerviosa.

—Seguro es parte del entrenamiento de la señorita Anna.


Pese a sus protestas, ambos se encontraban en un auto conducido por Ryu. Yoh miró de soslayo a Anna, quien iba sentada y de brazos cruzados, observando a través de la ventana con el entrecejo unido. Llevaban un par de minutos en el vehículo cuando el castaño le pidió a su fiel amigo que se detuvieran en el camino, rodeados por nada más que un espeso bosque.

—¿Nos bajaremos aquí? —preguntó la rubia, arqueando una ceja—. Pudimos haber caminado, no estamos lejos de casa.

—Es una larga distancia para alguien que casi se desploma por agotamiento —explicó Yoh, escuchando a Anna resoplar.

Ryu miró alarmado a través del espejo retrovisor. Sin decir nada, sacó de la guantera una barra de chocolate, ofreciéndosela a la rubia que miró extrañada.

—Señorita, por favor, acéptelo. Es para las energías.

—¿Suelen esconder dulces en sus vehículos? —preguntó ella.

—Oh, créame —dijo Ryu—. Tenemos muchas otras cosas guardadas. Desde que el señor Hao está a cargo, todos nuestros autos tienen que contar dulces y con…—

—Oh, Ryu —interrumpió el Asakura, con una risa nerviosa—. Por favor, no hablemos de eso.

—No debería avergonzarse, joven Yoh. Me alegra que su hermano sea tan precavido.

Anna observó al castaño, quien por alguna razón desconocida cubría su cara sonrojada con ambas manos. Ella entrecerró los ojos, prefiriendo ignorarlo. Agradeció a Ryu por el chocolate, bajándose del vehículo junto a Yoh. Caminaron en silencio entre los árboles, hasta que la carretera dejó de ser completamente visible.

—Aquí estaremos bien —dijo el Asakura, sonriendo mientras se sentaba cruzando las piernas en el césped.

Ella ladeó la cabeza, exigiendo sin palabras una explicación. Yoh le dio palmadas al césped junto a él, indicándole a la rubia que se sentara. Anna puso los ojos en blanco, sin embargo, imitó a su acompañante, ocupando el lugar señalado.

—Entonces —preguntó ella, observando a su alrededor— ¿Por qué me trajiste hasta aquí? ¿Vamos a hacer algo en especial?

—No. No vamos a hacer nada.

La rubia sintió su párpado inferior temblar. Tenía que estar bromeando.

—¿Interrumpimos mis lecciones para venir a perder el tiempo?

—Oh, esta es mi parte favorita de entrenar —respondió él recostándose sobre el suelo—. Y es fundamental.

—…olvídalo —dijo ella, preparada para irse—. Me marcho de aquí.

Yoh la sujetó de la muñeca, recibiendo una mirada furiosa de Anna. Él suspiró, soltándola sin romper el contacto visual.

—Desde que supiste la verdad sobre tu familia no te has dado un respiro. Vas de clase en clase, de lección en lección, buscando superarte a ti misma, aprendiendo cómo funciona este mundo desconocido. Admiro tu espíritu, pero si no te detienes y no trabajas con tus emociones, tanto esfuerzo no servirá de nada.

—¿Trabajar con mis emociones? ¿Desde cuándo te volviste psicólogo?

—Pueden parecerte estupideces, sin embargo, terminarás dándote cuenta de que lo que te digo es verdad. No conseguirás avanzar mientras tu mente y tu corazón no se encuentren en el lugar correcto.

Ella alzó ligeramente la barbilla, estudiando a Yoh con atención. Él dio una media sonrisa, volviendo a recostarse en el suelo.

—Necesitas despejar tus pensamientos. Si te mantienes con toda esa ira, frustración, y temor, permanecerás estancada.

Anna frunció los labios, y sin la mejor de las disposiciones, imitó a Yoh, recostándose en el césped junto a él. El castaño volteo a verla, riendo cuando vio su rostro de enfado y los brazos cruzados.

—Relájate —le dijo divertido, escuchándola suspirar molesta.

—Siento que esto es inútil.

—Va a ser inútil si sigues siendo tan cerrada. Créeme, si no me dedicara a hacer esto todos los días me habría vuelto loco.

—…no pensé que mi entrenamiento se basara en mirar las nubes en medio de un bosque.

—Es agradable, ¿no?

—Eres el profesor más perezoso que he tenido.

—Lo mejor será que hagamos este ejercicio en silencio.

—…¿Me estás callando?

—Es entrenamiento, Anna —Yoh intentó fingir seriedad, pero se le hizo imposible cuando vio la cara de indignación de la rubia.

—Te haré caso exclusivamente para demostrar lo absurdo que es todo esto.

—Bien —él se apoyó sobre sus codos, incrédulo ante tanta terquedad—. Hagamos esto juntos; cinco minutos en silencio. Concéntrate en tu respiración y en los sonidos que nos rodean.

—¿Y después meditamos con las piernas cruzadas y nos elevamos en el aire?

—Puedes burlarte si no te sientes mejor después de este ejercicio.

La rubia sonrió satisfecha, convencida de que saldría victoriosa contra su acompañante. Yoh le sonrió de vuelta, sacudiendo la cabeza en negación. Estaba listo para escuchar a Anna admitiendo que se había equivocado, ansiando que los minutos pasaran rápido.

Ambos inspiraron hondamente, sin decir otra palabra.

Anna mantuvo los brazos cruzados sobre su abdomen, esperando que la iluminación sagrada que Yoh le había prometido llegara rápidamente. No podía esperar a volver a su hogar para continuar sus prácticas. Aunque estuviese cansada, detenerse le parecía una opción burda; tenía demasiado que hacer, tantas cosas por aprender. Odiaba sentirse como una muchacha inocente y vulnerable, ansiaba demostrar a todos que era mucho más que eso. Y sí, llevaba años de desventaja comparada al resto de las personas que la rodeaban en ese círculo social tan peculiar. Por eso mismo, necesitaba esforzarse al máximo.

Suspiró.

Realmente estaba agotada. No sólo en lo físico, sino que su mente se encontraba en un perpetuo disturbio. Intentaba ignorar sus pensamientos, aun así, la furia y la decepción entraban y salían de su cabeza como si fueran propietarios del lugar. Sus seres queridos la habían traicionado. El mismo Yoh, que trataba de ofrecerle paz mental, era el culpable en gran parte del alboroto en su corazón. Detestaba todo eso. Perder el control. Le provocaba sentirse desolada y furiosa con el mundo.

La rubia escuchó las hojas de los árboles mecerse con la suave brisa. Con los ojos cerrados, se concentró en los escasos rayos de luz que se filtraban en el bosque, acariciando su piel con calidez. Dejó caer sus brazos, sintiendo el césped bajo su cuerpo. Cada vez que exhalaba, dejaba ir una ínfima porción de dolor, aligerando la constante carga en su pecho. Por mínimo que fuera el efecto, se sentía mejor.

Maldito Yoh. Tenía razón.

Continuó con los párpados cerrados, dejándose llevar por una sensación de paz que no recordaba haber extrañado tanto. Su mente y su corazón debían encontrarse en el lugar correcto, pero ¿dónde era eso? En ese instante, su prioridad era estar en control. Dejar de sentirse asustada y volver a ser la persona segura que siempre fue. Pensar en tener poder sobre sí misma le generó tranquilidad, sonriendo ligeramente. Se perdió en ese bosque y en la armonía que ese lugar le brindaba.

—Anna.

Lo escuchó, sin intenciones de prestarle atención.

—¿Anna?

Uf… que odioso. La rubia abrió lentamente sus párpados, y lo primero que vio fue la cara del castaño, demasiado cerca para su agrado.

—Ha pasado media hora.

Anna se apoyó sobre sus codos, enarcando una ceja.

—Es imposible —negó ella, enfadándose cuando Yoh sonrió complacido—. No ha podido pasar tanto tiempo.

—Es así cuando te relajas —contestó, muy orgulloso de sí mismo—. Oh, es verdad. Lo que te dije eran sólo patrañas, ¿no?

—Me dijiste que serían cinco minutos —dijo Anna, levantándose del suelo—. ¿Por qué no me hablaste antes?

—Lo iba a hacer —explicó, parándose también—, pero te vi tan calmada que no quise molestarte. Además, yo también aproveché de relajarme.

Los labios de la rubia se separaron, indignada e incrédula.

—¿No me digas que usaste esto como excusa para descansar? —preguntó ella, su dedo índice golpeando la frente del muchacho—. Eres un maldito pillo.

—Esa no era mi intención, pero ya te lo dije, yo también hago esto cada día, así que aproveché de hacerlo junto a ti. Gracias por ser mi compañera de meditación.

Ella rodó los ojos. Podía ver la expresión apacible del Asakura. No obstante, había picardía en su mirada, algo que se repetía cada vez que Yoh ponía a prueba su paciencia. Así era con él. Tanteando el terreno, estudiando hasta dónde podían llegar. Anna sonrió levemente. Era su turno.

—Dijiste que haces esto a diario, porque, de lo contrario, te volverías loco —recordó la rubia, mientras ambos caminaban de regreso a la carretera—. ¿Qué es lo que causa tanto conflicto?

—Creo que hablé de eso contigo hace algún tiempo —dijo él, mirándola de soslayo—. Tengo que cumplir continuamente con mis responsabilidades. Pese a que un montón de gente nos respalda, mi hermano y yo estamos a cargo de nuestro clan. Por mucho que quisiera, no puedo olvidar las tareas que tengo asignadas.

—Pero llevas años viviendo así. ¿No deberías haberte acostumbrado a este estilo de vida? ¿Qué es lo que te está inquietando?

Yoh se detuvo, cruzando los brazos sobre su pecho. Anna dio una media sonrisa, volteando a verlo.

—¿Qué intentas? —le preguntó él, con la comisura de los labios levemente curvada.

—Tú crees que puedes analizarme, aun así, te incomoda cuando pregunto por ti. ¿No estás siendo inconsecuente?

La voz de la rubia tenía una mezcla de incredulidad y falsa inocencia que perturbó a Yoh. Estaba jugando con él. El castaño frunció los labios, y desvió la mirada. ¿Tendría que seguirle el juego?

—Vamos, Yoh. Dijiste que podría obtener lo que quisiera de ti siempre y cuando hiciera las preguntas correctas.

—¿"Obtener lo que quisieras de mí"? No creo haberlo puesto de esa forma.

—¿Me estabas mintiendo, entonces?

—¿Qué es lo que quieres, Anna?

Sin darse cuenta, ambos estaban frente a frente, separados por escasos centímetros. Ella alzó su rostro, una confiada y satisfecha sonrisa dirigida hacia su acompañante, quien la miraba con ojos entrecerrados, esperando una respuesta.

—Ya lo escuchaste —respondió la rubia, atreviéndose a acercarse un poco más—. Quiero saber quién te hace perder la cordura.

—¿Por qué asumes que se trata de una persona?

—Por la manera en que me estás mirando, Yoh.

Su nombre salió de sus labios casi en un suspiro, su dulce aliento rozando la piel del castaño. Sus manos se tocaron, y él deseó entrelazar sus dedos con los suyos. Quiso halarla hacia sí mismo, y tenerla en sus brazos. Estaba atrapado, y ella no era ingenua. Sabía que Yoh la quería, y eso le daba cierto poder sobre él. Era peligroso, teniendo tanto por arriesgar. Sin olvidar que era la flamante prometida de su antiguo amigo, y nuevo aliado. Él no podía ceder.

Nadie los estaba mirando. Estaban solos. Nadie tendría por qué saberlo.

Yoh sonrió ligeramente, encantado en esos ojos miel que lo miraban con insistencia. Una de sus manos sujetó el mentón de la rubia, acariciando con la yema del dedo su labio inferior.

—Sabes —susurró, atrayéndola hasta que sus labios se rozaron—. Desearía que tú fueras mi único problema.

—¿No lo soy? —preguntó ella, con una voz que lo tentó a silenciarla con su propia boca—. Dime, ¿qué más te enloquece?

—Debo cumplir con muchas tareas que no quiero —admitió, mirando sus labios—. Y deseo hacer otras cosas que no puedo.

—Puedes, pero no debes —Anna sonrió, alzando una mano hacia la mejilla de su acompañante—. Me alegra que lo tengas claro, Yoh.

Le dio una suave palmada en el rostro, alejándose abruptamente de él. El Asakura parpadeó perplejo, tratando de procesar qué demonios acababa de ocurrir. Volteó a ver a Anna, quien continuó su camino hacia la carretera como si nada hubiese pasado. Abrió su boca, tan sorprendido como frustrado.

La rubia miró sobre su hombro, arqueando una ceja.

—¿Te vas a quedar parado como un tonto o vendrás conmigo?

Yoh suspiró, resignado. Para llevar tantos años viviendo entre trucos y engaños, debería estar más atento. Tenía que admitirlo; Anna era una gran distracción. Un peligro. Un obstáculo. Un problema.

Él comenzó a caminar, pateando una piedra a su paso. Tal vez, sólo tal vez, sería ella quien acabaría destruyéndolo, mucho antes de que Yoh pensara ponerle una mano encima.