Este fic ha sido escrito para la HQRarepairweek en la que las parejas debían tener menos de 100 fics en total en Ao3 para ser consideradas como raras. El tema para esta historia ha sido: Coffee Shop.

Disclaimer: Haikyuu!! Pertenece a Haruichi Furudate y yo no gano nada con esto.

PARA LLEVAR

"¡Eh, Akaashi! ¿No estás un poco más rellenito desde la última vez que te vi? ¡Se te nota que te estás alimentando bien para desarrollar esos músculos!"

–Bokuto-san, la cámara engorda, eso lo sabemos todos –fue lo único que se le ocurrió decir para justificarse y aunque la videollamada continuó por otros derroteros, fue inevitable que se le quedara esa espinita clavada.

Bokuto enseguida le había dado la razón, en una manera de solidarizarse con él, al confesar que Hinata no estaba tan fuerte en persona como daba la impresión en televisión.

Lo cual Akaashi sabía que era falso, como también sabía que Bokuto era mucho más sensible de lo que aparentaba y que esa era su manera de suavizar el haber metido la pata.

En cualquier caso no tenía motivos para molestarse sino todo lo contrario. A pesar del tiempo, Bokuto aún recordaba sus años en la preparatoria cuando tener más masa muscular era una de sus preocupaciones.

Qué tiempos aquellos.

Ahora a duras penas le alcanzaba la vida para llevar una dieta saludable e ir caminando al trabajo como forma de realizar ejercicio los días de diario ya que los fines de semana podía dedicarle un poco más de tiempo. Aún solía quedar para jugar de vez en cuando con los quedaron en Tokio y no se dedicaban al voleibol profesional y, en cierto modo, lo disfrutaba más así, sin presión, como un simple hobby.

La frase de Bokuto quedó ahí sin pretenderlo, en stand by en su subconsciente, hasta que llegó de nuevo el lunes y el regreso al trabajo, saltando como una de esas notificaciones inesperadas en la pantalla de inicio del móvil, cuando de manera automática se encontró frente a la puerta de "Onigiris Miya".

Se detuvo un paso justo antes de que el sensor de movimiento detectara su presencia y abriese la puerta automática.

Todo por dentro le dio un vuelco, y si tardó unos segundos en reaccionar tan sólo fue porque se sintió abrumado de lo evidente que se veía de golpe.

Al fondo se podía ver a Osamu detrás de la barra, preparándolo todo para iniciar la jornada. Era temprano y el local aún estaba vacío a la espera incluso de la llegada del resto de empleados.

Akaashi se dio media vuelta y giró la esquina de la calle lo más rápido que pudo. El corazón aún le latía con fuerza y tuvo que apoyarse en la pared para tratar de calmarse. Se subió las gafas en el puente de la nariz y, resignado, dejó allí su mano para, a continuación, ocultar la vergüenza de su rostro tras ella.

Seguramente Osamu estuviera cortando algo con el cuchillo cuando alzó la vista un momento y a punto estuvo de verle allí parado como un idiota en la puerta sin entrar. No hubiera pasado nada de haber sido cualquier otro día. Miya le habría saludado con la mano y Keiji habría entrado para recoger su almuerzo sin tener que decir nada pues, a esas alturas, Osamu siempre le preparaba los onigiri a gusto del chef, haciendo del momento de la comida una especie de ruleta rusa de sabores que el joven editor esperaba cada día con entusiasmo. Pero también era absurdo engañarse a sí mismo al decirse que el corazón le latía porque había estado a punto de pillarle.

Había empezado a hacerlo antes, cuando se dio cuenta de que llevaba un mes yendo allí todos los días, dando un rodeo porque así hago algo más de ejercicio de camino al trabajo, con un café para llevar para el trayecto a pesar de que aquello no era un Coffee Shop y la cafetera era sólo para los empleados y con onigiris esperándole perfectamente empaquetados junto al vaso humeante de porexpán para que no tenga que perder tiempo en el que cada día era obsequiado con novedosas exquisiteces.

Era tan patéticamente evidente que hasta Bokuto, a cientos de kilómetros, se lo había dejado caer a su peculiar manera.

Estaba jodidamente pillado por Osamu Miya y sus malditos onigiris.

Horas más tarde, en la pausa para el almuerzo, no sólo el estómago de Akaashi lamentaba la decisión de su dueño, rugiendo a modo de protesta, sino que el propio chico se echó en cara su estúpido orgullo, cuando tuvo que comerse una de esas porquerías de máquinas expendedoras para salir del paso.

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Ya sabía lo que iba a pasar antes de que pasara. Siempre solía seguir los partidos de los Black Jackals por televisión así que cuando ese fin de semana perdieron, ya podía anticipar lo que encontraría en la videollamada semanal con Bokuto.

Por tanto, no debió extrañarle que fuese Atsumu quien lo llamó desde el vestuario buscando consejo sobre cómo lidiar con un Bokuto con el ánimo por los suelos. No era la primera vez que lo llamaban para algo así, de hecho, ocurría bastante a menudo, solo que él pensaba que a esas alturas de temporada ya se habían acostumbrado. Además, en esos casos siempre solía ser Hinata quien usurpaba el lugar de Bokuto al teléfono, quien normalmente no quería ni hablar.

Pero esa vez no fue Hinata sino Atsumu, y no tenía fundamento alguno estar sintiendo cosquillas en el estómago pensando que había algún motivo por el que el colocador había querido tomar la palabra.

Después de unos cuantos consejos y de varios intentos fallidos de sus compañeros de equipo porque Bokuto saliera en la videollamada, Akaashi se despidió con intención de colgar cuando la cara de Atsumu apareció de nuevo en primer plano para evitar que lo hiciera.

De nuevo el corazón le traicionaba, latiendo más fuerte y deprisa porque no sólo Atsumu era igual que su hermano sino que se encontró haciendo una lista mental de las diferencias que con la mala calidad de la imagen, era capaz de identificar. Un lunar aquí, un gesto así, esa otra expresión…

¿Realmente lo había visto tantas veces como para advertir esas insignificancias?

–Supongo que tendré que decirle a Osamu que estás bien y que te despedí de su parte –dijo Atsumu.

–¿Qué? –preguntó más que nada por ganar algo de tiempo para saber de qué estaba hablando.

–¿No estabas enfermo o algo? Me dijo que le extrañó que no fueras en toda la semana, y que le hubiese gustado despedirse en persona.

¿Despedirse?

De pronto todo su mundo se desmoronaba por su actitud estúpida y cobarde. Después del día de la revelación estuvo demasiado abrumado para volver, o al menos hasta que se hubiera aclarado un poco las ideas.

Y ya había pasado una semana en la que había acabado preocupando a Miya sin razón. Ya fuera una supuesta enfermedad o comederos de cabeza del tipo ¿habré hecho algo mal?, estaba claro que no habían sido su intención.

Pero eso de despedirse… Le estaba retorciendo las entrañas las mil hipótesis que le dio tiempo a crear en el segundo que tardó Atsumu en responderle.

–Esta semana he estado trabajando desde casa –mintió, con una excusa lo más inofensiva posible–. Despedirse… ¿por qué?

–Samu sólo fue a Tokio para poner en marcha el local con los nuevos empleados y eso, pero tiene que volver a Hyõgo.

Volver…a Hyõgo…

No lo vería más.

El corazón latiendo a toda velocidad le dio la sensación de ser una frenética cuenta atrás, por lo que se apresuró a preguntar con un dedo ya encima del botón de colgar y cogiendo el abrigo con la otra mano de camino a la puerta.

Tenía la corazonada de que todo aquello era una señal, como lo fue la frase de Bokuto y el eventual descubrimiento de sus sentimientos. El destino no podía ser tan cruel como para arrebatarle algo sin darle siquiera una oportunidad.

–¿Cuándo se va de Tokio?

–No tengo ni idea, imagino que hoy o mañana, no lo sé.

No se molestó en despedirse. Salió a toda prisa de su apartamento, como si realmente los minutos que podía arañar haciéndolo fueran a significar algo.

Por el camino se iba dando cuenta de todos los fallos que había cometido y le daban ganas de golpearse la cabeza contra la pared, pues para empezar, ni siquiera sabía si le gustaba a Osamu. Todo podía ser simple amabilidad con sus clientes que él había malinterpretado.

Y de pronto, la puerta automática no se abría lo suficientemente rápido ni captaba su cercanía con suficiente antelación como para no hacerle perder unos segundos hasta que se abrió. Esos segundos que, como la otra vez, le permitieron observar qué sucedía detrás de la barra… donde estaban dos de los trabajadores pero no había rastro de Osamu.

Como era de esperar de un sábado por la noche y de un restaurante nuevo con buenas críticas, el local estaba lleno. Era curioso porque daba un aire totalmente diferente al que tenía en las horas a las que él solía ir.

Sin pensar demasiado en lo grosero que estaba siendo al apartar de su camino a la gente que hacía cola, llegó hasta el mostrador ante protestas a sus espaldas a las que no hizo el más mínimo caso.

–¿Dónde está Miya-san?

–Hace rato que se fue, dijo que tenía que hacer la maleta para viajar mañana temprano. Son varias horas conduciendo hasta Hyõgo y quería llegar antes de la noche –explicó una de las chicas a la que conocía de algunos de los turnos de mañana.

Se encontraba dándole vueltas a la cabeza, considerando llamar a Bokuto para que Atsumu le diera el número de teléfono de su hermano porque como no tenía que hacerlo en persona no sonaba tan descabellado, cuando la propia chica debió percatarse de su preocupación.

–Miya-san dejó esto para ti –dijo, volviéndose para coger una bolsa de la zona de reparto a domicilio–. Todos los días te preparó uno de estos bentos que al final nunca recogiste. Este era el de hoy.

Tendió la mano para coger la bolsa por encima del mostrador y ésta le temblaba de rabia y culpabilidad. Sentía ganas de llorar.

Era un completo imbécil.

Sacó del bolsillo la cartera para pagar pero la chica lo rechazó. Estuvo a punto de preguntarle si sabía dónde vivía o su teléfono personal, pero enseguida supo que no sería apropiado además de poner a la muchacha en un compromiso. Por tanto, cogió la bolsa y se marchó de allí lo más rápido que pudo.

Tampoco iba a preguntar a Atsumu. Su oportunidad había desaparecido.

Una vez fuera, el tic tac de su vida recobró su habitual cadencia, lenta y suave. Allí en medio de la calle todo estaba tranquilo tras la tormenta. Su corazón ya no sonaba.

Tal vez sea mejor así, se dijo, tratando de convencerse.

Y paradar cierre a ese breve capítulo, decidió comerse los onigiris que Osamu había preparado para él, no sin una punzada de culpabilidad al saber que los había hecho para él a diario. Seguramente el arroz estaría ya pasado, si habían sido hechos a primera hora, aunque los sábados él no iba por el restaurante.

El primer bocado se lo confirmó. Pero dio un segundo para corroborarlo.

Acto seguido comprobó el resto que había empaquetado y fue cuando vio la nota.

Él era un experto en onigiris y sabía que esos concretamente no habían sido elaborados ese día.

Osamu estaba usando ese medio para comunicarse con él al margen del día en que acudiera al restaurante. Cuando lo hiciera, allí estarían para él.

En la nota no había nada más que un número de teléfono que Akaashi no tardó en teclear en el suyo, con tantos nervios que ni se paró a pensar en qué le diría. Más aún cuando no tardó más que un par de tonos en descolgar.

–¿Diga?

La cuenta atrás acababa de empezar de nuevo.

–Soy Akaashi.

Y me gustas. Mierda, no sonaba tan mal.

–Soy Akaashi. Y me gustas.


N/A: Bueno, ahora pregunto ¿os ha gustado? Porque yo me he quedado con ganas de más y como hay algunas cosas que ya tenía pensadas y se me han quedado pendientes, es posible que le haga a esto una pequeña continuación, si os interesa. La cuestión es que como el fic lo hice para la week, si me entretenía a añadir eso, ya no me daba tiempo a subirlo en fecha así que pensé en hacerlo así. Igualmente, si no subiera nada al final, pues queda cerrado de todas formas. Pues eso, que me ha gustado mucho escribir este.

Comentarios, votos/kudos, epílogo sí, epílogo no, etc… serán bienvenidos y tenidos en cuenta.

Besitos.

Ak