Al sabor de lo Agridulce


La muerte próxima
no se nota en el canto
de la cigarra.

Matsuo Bashō


I. Los monstruos dentro del ropero

Al llegar la hora sagrada de la siesta, él, junto a sus hermanos y primos, se escabullían en sigilo, arrastrando sus piecitos en el suelo de tierra, susurrando y riendo por lo bajo. Se encaminaban a los riscos más altos, de pendientes abruptas y rocas puntiagudas, dónde ponían a prueba su valentía. Allí, por algunas horas, eran libres del severo control de los adultos. Allí jugaban a ser niños valientes desafiando al peligro.

Ellos tenían muchos juegos. Pero una tarde, su hermana menor, la única niña a la que dejaban participar, les propuso algo nuevo:

—¿Quién tiene miedo de los relatos que nos cuenta la anciana?

"¿Que qué es lo que hay más allá? Ve, averígualo por ti mismo. Pero quedas advertido: quien se aventure más allá de estos límites, sufrirá una muerte dolorosa en manos de esos demonios", iluminada por el resplandor de una fogata, la matriarca tenía muchas experiencias por contar. "Se hacen llamar shinobis; llevan nuestra misma piel, y su sangre es roja como la nuestra. Pero no se confundan, son malvados y despiadados. Los cortarán en pedacitos, los devorarán. ¿Qué? ¿No me crees? Yo lo he visto, con estos mismos ojos"

—¡Yo no! —respondieron todos, demasiado aprisa. Era evidente que todos mentían: cuando la anciana más anciana entre todos los ancianos, los congregaba para narrar los orígenes de su pueblo, todos temblaban ante los relatos de las terribles muertes a manos de demonios crueles. Demonios que también tenían dos piernas, dos brazos y una cabeza al igual que ellos, pero que poseían terribles poderes. Como aquellos hombres de ojos rojos, que atormentaban el cerebro de sus víctimas con crueles ilusiones, hasta que el corazón, incapaz de soportar tanto flagelo, dejaba de latir.

—¡Yo tampoco tengo miedo! —respondía su hermana, tan petulante como siempre—. Pero estoy segura que Chakwan no nos cuenta todo. Imagino que esos shinobis son capaces de hacer cosas muchas más horrendas. ¿Quieren escucharlas?

Todos los pares de ojos se dilataban con temor, pero nadie se atrevía a contradecirla. Entonces su hermana desplegaba toda su imaginación en forma de cuentos de terror, tan absurdos como morbosos. Desde ese día, todos los niños esperaban la hora de la siesta para jugar; pero también para mortificar sus oídos sometiéndose a los dulces sabores del miedo. Esa mezcla exacta de adrenalina, escalofríos y ansiedad.

Pero él odiaba ese momento. Todas las noches tenía pesadillas. En ellas siempre había un shinobi de ojos rojos que lo perseguía y lo sometía a terribles torturas, para luego acabar con su vida de alguna forma cruel, y siempre distinta. Con apenas diez años, había acabado por convencerse de que su vida terminaría así. Como su madre: agonizando en su camastro, víctima de una enfermedad desconocida.

Pero, lo que jamás habría de imaginar era acabar de esta manera: con su flacucho cuerpo, flotando en aguas frías.

Sabía que era cuestión de tiempo, para que los pequeños peces empezaran a devorar su carne en putrefacción.


Sasuke admiró con orgullo su creación: una caña de pescar fabricada enteramente con sus propias manos. Solamente había necesitado un trozo adecuado de bambú, y un hilo resistente que había sacado de sus herramientas de combate.

Enérgicamente echó el brazo hacia adelante, lanzando la caña de pescar a la caída del arroyo. Se sentó en una piedra cercana a la orilla, y pacientemente aguardó al momento en que un hambriento pez picara el anzuelo. Claro que podía usar sus habilidades ninjas para hacerlo todo más rápido, pero pescar era una actividad que disfrutaba de hacer en soledad, con técnica y paciencia. Además, Sakura se encontraba investigando las plantas y árboles de la zona, y aquello solía llevarle horas.

Una sombra lo cubrió, y Sasuke no necesitó levantar la cabeza para saber que se trataba de Garuda, quién planeaba a niveles bajos, en búsqueda de asegurarse su propio alimento. El ave se detuvo en una gran roca, justo al otro lado del arroyo, y Sasuke advirtió que en sus garras llevaba una desafortunada ardilla, que se retorcía desesperadamente, luchando por su vida.

El águila levantó su pico para asestar un golpe mortal. Sasuke entrecerró los ojos, esperando el momento: ver a Garuda en acción, en toda su naturaleza más salvaje, no era un privilegio que solía tener. Sin embargo, su águila se detuvo abruptamente, a centímetros del pescuezo del animal. Sasuke pestañeó, extrañado: algo la había distraído.

El ave levantó sus alas, sus garras se aflojaron, y la ardilla aprovechó el momento para salir disparada hacia la profundidad de los árboles. Sasuke vio, atónito, como Garuda dejaba a su presa escapar. Ella extendió sus alas y salió volando, siguiendo corriente arriba el riachuelo.

—Qué extraño —susurró. ¿Su excelente visión de cazadora habría divisado una presa más suculenta?

La caña comenzó a sacudirse. Sasuke se levantó de un salto y tiró enérgicamente hacia él. Un fornido pez emergió de las aguas, sacudiéndose, y Sasuke sonrió triunfal: eso iba a ser más que suficiente para Sakura y él. Cuando se disponía a quitarle el anzuelo de la boca, a sus oídos llegó el chillido inconfundible de Garuda.

Lo estaba llamando.


Su cuerpo flotó entre dos grandes piedras, rebotó en algunas más, hasta que se detuvo. El dolor iba y venía como fantasmas que lo llevaban y lo devolvían a la consciencia. Ya había dejado de llorar. Un aumento en el caudal de agua cubrió su pecho, y volvió a ponerlo en movimiento, corriente abajo, hasta que la punta afilada de una piedra rasgó su ropa y lo sostuvo de allí. Pero el cauce, poderoso y pertinaz, insistía en querer llevarlo de paseo, aguas hacia abajo. Todo su cuerpo se movía como una bandera maltrecha colgada de un mástil, flameando lastimosamente.

«Hermana, hermanos, papá, perdón». Él solo quiso salvar a su familia.

Una correntada lo sacudió como una bolsa vacía, el crujido de sus huesos quebrados lo electrificó con un espasmo de dolor, y, el hilo de vida que le quedaba ya era tan endeble, que apenas alcanzó a emitir un quejido. ¿Por qué la muerte demoraba tanto en llegar? En los cuentos que inventaba su hermana, todo sucedía mucho más rápido.

Tuvo el valor de abrir los ojos. Si iba a morir lentamente de dolor, por lo menos que fuera mirando el cielo azul.

Una sombra fugaz pasó sobre él, tapando brevemente el sol. Lo vio, a pesar de que el coágulo de sangre en su ojo izquierdo reducía su visión a la mitad.

¿Era un buitre? ¿Un ave iba a comérselo aun estando vivo? Allí, con la agonía imprimiendo cada terminación nerviosa de su cuerpo, se dio cuenta que aun cabía espacio para experimentar el horror. ¿Por qué su corazón no se detenía de una buena vez?

La sombra volvió a pasar encima suyo. Su corazón se desbocó. ¿Arrancaría su carne hasta saciarse? ¿Estaría aún vivo cuando lo hiciera?

«Mamá, yo solo quise salvar a nuestra familia» Sus ojos se llenaron de lágrimas.

La sombra del ave lo cubría del sol alternadamente. A cada vez, descendía un poco más. Podía orinarse encima y no lo notaría, porque de la cintura para abajo, ya no sentía absolutamente nada. Pero no iba a cerrar los ojos. Si ese desgraciado lo devoraría estando aún vivo, lo miraría a los ojos hasta que la intensidad de su odio por tal humillación traspasaría el tiempo, se instalaría en el alma de ese animal, y se apoderaría de la consciencia de esta, y de todas sus siguientes vidas. Como un residuo para las próximas reencarnaciones.

El ave sobrevolaba cada vez más bajo, hasta que finalmente se posó sobre el musgo de una piedra, justo al lado de su cabeza. De lo único que aún tenía dominio, era de los músculos de su rostro. Se lo pensó mejor y cerró los ojos: no quería ser un cadáver con los cuencos vacíos.

El ave chilló. Una, dos, y tres veces. A la cuarta, tuvo que abrir los ojos. Corrió el cuello para verlo, y se dio cuenta que no era un buitre. Era un halcón peregrino. Un animal majestuoso. Sabía que no eran carroñeros y se alivió, aunque era un endeble consuelo, ya que tarde o temprano…

—¿Te quedaras allí viéndome morir? —le preguntó, y se asombró de aún poder hablar. El halcón volvió a graznar. Y fue inmediato, repentino: a su derecha, la sombra de una figura humana apareció.

Con mucho dolor corrió el cuello, para ver mejor. Era un hombre. Su único ojo sano recorrió las botas de sus pies, el pantalón negro, hasta dar con un chaleco verde. Llegó hasta su rostro, y su boca se deformó de puro horror. En su frente llevaba una banda con un símbolo que podía adivinar que era, a pesar de no haberlo visto nunca.

El hombre se arrodilló a su lado.

—Niño, ¿puedes oírme?

Prefería que el agua se lo llevara nuevamente y continuara jugueteando y sacudiéndolo como un juguete. Agitó el brazo, a costa de otro espasmo de dolor, para soltar la ropa que aún lo sostenía a la piedra. Su cuerpo se movió, pero su antebrazo paso por una esquirla puntiaguda y le desgarró la carne. Aulló de dolor, pero lo había logrado: el agua lo estaba arrastrando nuevamente. Sin embargo, el hombre lo detuvo bloqueando su cuerpo con una pierna.

—¿Qué haces? No te muevas.

¿Era su castigo por desobedecer las reglas? La matriarca siempre había tenido razón: afuera, los shinobis los estarían esperando para volver a hacerlos sus esclavos.

—Por… por favor —gimió, mirando a su barbilla. Su tatarabuelo le había dicho que no debía ver, nunca, a los shinobis a los ojos—. No… no me mate… no me mate, por favor…

—¿Qué estás diciendo niño?

El hombre lo levantó tomándolo por los hombros y por debajo de las rodillas. El dolor fue tal que gritó desesperadamente, pero no pudo sacudirse. Si hubiese tenido dominio de su cuerpo, podría haber peleado. Pero ahora estaba total y complemente a su merced. ¿Qué es lo que ese hombre le haría?

Lo recostó sobre la orilla llena de conchillas molidas y tierra mojada. Su ojo se movía desesperado hacía todos los rincones, pero bajo ningún motivo iba a mirarlo a los ojos.

—No me mate —sollozó. Su labio temblaba—. Mi familia…

Hubo un destello de luz verde que brotó de las manos del shinobi, y el niño se sobresaltó. El hombre chistó, molesto.

—Mierda, esto no será suficiente —lo escuchó decir— ¡Garuda! Busca a Sakura y tráela sobre tu lomo, ¡rápido!

¿Ese hombre podía hablar con los animales? Su pregunta fue respondida cuando el animal levantó sus grandes alas, y todo su cuerpo se expandió hasta ser de cinco veces su tamaño. Sus ojos siguieron con fascinación a la bestia, que con un aleteo de sus alas le voló los cabellos, y emprendió el vuelo, alejándose de ellos. Planeaba majestuosamente, volando tan ligero que la sola visión lo hizo sentirse más libre. Más suelto…

—¡Niño, no te duermas! ¡Maldición!

Él lo tomó de la barbilla con cuidado. Y no hubo escapatoria porque ya no pudo evitar sus ojos. ¡Pero no eran normales! Uno era tan oscuro como una aceituna negra, pero el otro, era una piedra violeta cruzadas por líneas negras. No era siquiera un ojo humano.

Las últimas fibras de su cuerpo, los últimos impulsos nerviosos, se asieron al supremo instinto de supervivencia: clavó sus uñas en la tierra húmeda e intentó arrastrarse, sosteniéndose de su único brazo sano. Aulló de dolor.

—¡No te muevas! ¡Deja de moverte!

—¡Atrás! —Apenas se había movido unos centímetros. Era en vano y estúpido, pero la desesperación no daba lugar al raciocinio— ¡Atrás! ¡Aléjese de mí!

Una gran sombra tapó el sol y los cubrió a ambos. El niño levantó la mirada al cielo. Era el águila del tamaño monstruoso, y sobre su lomo, traía una revelación.

Los ojos verdes de una mujer desconocida aparecieron en el cielo, observándolo solo a él. Aquello tuvo un efecto anestésico, casi hipnótico. El ave descendió en giros, y ella, agarrada al plumaje de su cuello, no apartó en ningún momento su mirada de él. Cuando el ave estaba a unos tres metros del suelo, la mujer saltó desde su lomo, directo hacia ellos.

Su cabello era rosa, ¡rosa! Y por la bandana de su cabeza supo que ella también debía ser una shinobi. ¿Pero acaso importaba? Hacia él descendía una extraña mujer, con un largo cabello rosado recogido en dos trenzas, que el viento hacia aletear.

La mujer aterrizó grácilmente, y corrió hacia ellos.

—Sasuke-kun, ¿qué ocurrió?

—Garuda lo encontró. No deja de repetirme que no lo mate.

—Debe haber sufrido un shock, ¿habrá caído por las aguas rápidas?

Ella no se parecía en nada a las mujeres de su aldea. Y aunque él fuera solo un niño, ya era capaz de admirar la belleza femenina. La mujer se acuclilló a su lado, se quitó los guantes, y de sus manos también brotaron unas flamas de luz verde, pero mucho más intensas, cálidas y luminosas que las del hombre.

¿Quién era esa mujer? Alguien así no podría ser malvado, ¿Podía ser ella una excepción? ¿Podría salvar a su familia? Si él iba a morir, que así sea, pero ¿su padre, sus hermanos? ¿su pequeña hermana?

El dolor, esas miles de agujas pinchando su cuerpo, comenzaron a desaparecer. Sin embargo, la muerte era insistente y deseaba llevárselo como un premio.

—Mi familia… —gimió. La mujer acercó el oído a su boca—. Mi familia… arriba….

Sus párpados pesaban, y tenía mucho sueño. La muerte parecía un lugar tan cómodo ahora.

—¡Niño, no cierres los ojos! —ella gritó. Pero a él ya no le quedaban fuerzas, estaba tan cansado, que solo podía repetir, una y otra vez:

—Mi familia... ayuda… arriba, mi familia…

—¿De qué hablas? ¿dónde está tu familia? —el hombre preguntó, sin obtener respuesta.

—Se va a desvanecer en pocos minutos. Sasuke-kun, mira en sus recuerdos —ordenó. El niño no dejaba de repetir, cada vez más lánguidamente, las mismas súplicas.

—Está demasiado débil. Si lo hago, tomaré demasiado de su energía vital. Es peligroso.

—Me ocuparé de mantenerlo estable. Tu asegúrate de averiguar qué ocurrió.

Sasuke asintió y se arrodilló al costado de su cabeza. Le corrió el flequillo de los ojos y abrió bien el único ojo que le quedaba libre. El otro era una pulpa roja cubierta de sangre. Activó su sharingan, se sumergió en sus pupilas marrones, y de allí emergió a un territorio distinto.

Muchas personas corrían despavoridas a su alrededor. La tierra se sacudía violentamente debajo de sus pies. Chozas precarias temblaban e iban cayendo como torres de naipe. Las rocas desprendidas de una montaña descendían peligrosamente. Las chispas de una pequeña fogata volaban hacia los techos de paja, y se transformaban en lenguas de fuego. Sasuke era ahora ese niño, buscando por su familia, al mismo tiempo que ayudaba a rescatar a personas de los incendios que surgían de todos lados.

Corría asustado y finalmente llegaba a su hogar. Pero allí ya no quedaba nada: una gigantesca roca había aplastado todo.

—¡No!

¡Su padre, sus hermanos! ¡Su pequeña hermana!

Gritaba hasta quedarse ronco. Y Sasuke sintió que su templanza se resquebrajaba, al compartir un dolor demasiado familiar.

Lloraba, se golpeaba el pecho, y volvía a golpear al suelo. La gente a su alrededor intentaba apagar los incendios, salvar de las llamas a sus familias. Solo algunos se detenían a escuchar sus lamentos. Pero de pronto, su afinada audición captaba un débil sonido, proveniente de la tierra. Sasuke y el niño agudizaban el oído.

"¡Auxilio!"

"¡Aquí estamos!"

"Hijo, ¿nos escuchas?"

¡La despensa de comida! ¡Se habían quedado atrapados en el hueco de la despensa! ¡Estaban vivos! Pero, ¿cómo harían para quitar esa inmensa roca de allí?

Un nuevo sismo lo sacudió todo, y la roca se hundió más. Sasuke podía sentir el sudor frío corriendo en su espalda. Si no hacía algo, su familia moriría aplastada o ahogada.

Distintas personas intentaron muchas cosas. Mover la roca o cavar un túnel que conectara a la despensa. Pero a cada intento, la tierra cedía más. Y los incendios se apagaban, pero volvían a reanudarse, como un ciclo infinito.

—¡No hablen, no hablen! ¡Se quedarán sin aire! ¡Solo aplaudan para saber si siguen vivos! —les pedía, entre lágrimas.

Sasuke veía pasar las horas, y podía sentir como el pánico crecía en el corazón del niño. Conocía ese miedo. Debía acelerar los recuerdos; ahora entendía que estaba en juego.

Manipuló su sharingan, y Sasuke de pronto vio a sus pies en la orilla de un curso de aguas rápidas. El niño se metía en una balsa. Iría a por ayuda, aunque estuviese prohibido, aunque no supiese como ni dónde. Solo sabía que al final de ese curso de agua, existía "la otra gente". Empujó la balsa, y las imágenes que vinieron luego fueron una sucesión de rocas y agua bamboleando y apaleando su frágil cuerpo.

El niño y él eran arrastrados por la correntada, con la certeza de que moriría, pero, sobre todo, sabiendo que había fallado a su familia. Sasuke, a través del muchacho, volvía a experimentar la dolorosa sensación de perder lo que más amaba, sin poder hacer nada por evitarlo.

Sakura vio como Sasuke se apartó del niño, trastabillando hacia atrás, y con la mirada levemente extraviada. Clavó sus ojos en él, y de un vistazo supo que la situación era grave.

—¿Bandidos? —preguntó.

—No —negó. Se sintió mareado, con una desagradable sensación en el estómago. El niño estaba inconsciente, pero Sakura continuaba infundiéndole chakra. ¿Cuántas horas habían pasado desde esos recuerdos? Sasuke temió que fuera demasiado tarde—. Sakura, ¿puedes curarlo mientras volamos?

Sakura cabeceó, y Sasuke levantó con precaución el cuerpo del niño. Garuda entendió lo que ocurría y se inclinó frente a ellos. Ambos subieron a su lomo, acomodando delicadamente al niño entre ellos dos.

—Garuda, ve hacia las montañas siguiendo el curso del agua. Cuando ya no lo veas, guíate por el sonido de la corriente —Sasuke ordenó.

El águila abrió sus alas, y emprendió el vuelo.


Un vértigo, nacido desde las vísceras, lo despertó. Abrió los ojos. En el cielo atardecía y ya se podía ver la luna, que estaba más cerca de lo normal. Mucho más cerca que cuando escalaba el pico más alto de las montañas.

Sintió que flotaba en oscilaciones que subían y que bajaban, como cuando su mamá lo columpiaba. ¿Iba a encontrarse con ella? Pero ya casi no sentía dolor, ¿cómo podía ser eso posible?

—¿Morí? —murmuró para sí, demasiado confundido para distinguir cuál era su situación.

—No. Aún eres demasiado pequeño para eso —Una voz fresca habló a su costado. Corrió la cabeza y la vio. Era la mujer bonita de ojos verdes. Ella le sonrió y le hizo una caricia en sus cabellos. Un calor incontrolable le subió por el cuello. Pensaba que su madre era la mujer más hermosa que había visto en toda su vida, pero se equivocaba. Sus trenzas rosas bailaban hacia atrás y hacia adelante, al son del capricho del viento. Ella lo miraba con dulzura, y aún con sus cortos años, él podía decir con toda seguridad que nunca había visto unos ojos así. Ni siquiera sabía que era posible tener ese color en los ojos. Verdes, como las hojas de los árboles en primavera.

Pero en su frente ella llevaba un símbolo que él podía identificar. Todos los integrantes de su comunidad aprendían los símbolos de las grandes aldeas de los shinobis. Se los enseñaban desde que nacían, y habían aprendido que la presencia de ese símbolo, solo podía traer la muerte.

Se incorporó apresuradamente, haciendo un quejido de dolor. La mujer le puso una mano en el hombro.

—Aún estás muy débil.

Miró nerviosamente hacia un lado y hacia el otro, y al bajar la barbilla, se dio cuenta que estaban a tantos metros de altura, que los árboles en donde jugaba con sus hermanos, parecían un bosque en miniatura.

—¿Qué...? ¿Dónde…?

Una fuerte ráfaga lo golpeó en la cara y por reflejo se cubrió asiéndose a la superficie. Pero era suave, y al ver sus manos, se dio cuenta que estaba hecha de plumas. Sus ojos vadearon su alrededor. Cuello, alas, y un inmenso cuerpo flotando en el cielo.

¡Era el águila! ¡Estaba volando sobre el águila!

—Niño, ¿puedes distinguir tu aldea desde aquí?

Una voz profunda y grave a su izquierda redirigió su atención. El hombre que lo había sacado del agua, le hablaba mirándolo con su ojo derecho. Pero ya no era de color negro, sino que brillaba como la lava roja de un volcán activo. ¡Era el demonio de ojos rojos que le contaba su tatarabuelo!

Las lágrimas se agolparon en sus ojos, y todo su cuerpo empezó a temblar. El hombre advirtió esa reacción, pero para cuando su ojo volvió a ser una canica negra, ya era demasiado tarde.

La anciana matriarca no mentía, ¡estaban yendo hacia su familia! Ese hombre asesinaría a toda su comunidad, o los secuestraría para convertirlos en esclavos. Se agarró la cabeza, desesperado. ¿Qué había hecho? ¡Él no quería esto! ¿Qué debía hacer? ¿Y si se arrojaba al vacío? Quizás así, podría despistarlos.

—Niño —La mujer lo tomó delicadamente de la barbilla, y lo obligó a mirarlo—. No sé por qué nos temes. Pero créeme por favor. No somos los malos.

La mujer tomó una de sus manos, y la envolvió en la suya. Eran cálidas, cómo su sonrisa.

—¿Cuál es tu nombre?

—Kha… —tartamudeó, y tragó fuerte—. Khalan.

Ella asintió y le sonrió con todos sus dientes. Su estómago hizo cosquillas y Khalan supo que se estaba ruborizando nuevamente.

—Khalan, que bonito nombre —El tintineo de su voz era fresco y vivaz—. Mucho gusto, mi nombre es Sakura, y mi compañero se llama Sasuke.

El niño volteó hacia ese sujeto, pero esta vez, él permaneció con la vista fija hacia el frente.

—Sakura, allí está. El humo.

El viento era demasiado fuerte y Khalan tuvo que resguardarse detrás del gran cuello del águila. A pesar de ello, desde allí podía ver el claro que había en el bosque, rodeado de montañas, en dónde debían estar las casas de su comunidad. Ahora no eran más que puntos brillantes con llamaradas rojas y negras, elevándose hacia el cielo.

—Garuda, déjanos a cinco metros de la superficie, pero no debes descender más, o te quemarás, ¿entendido?

A él le pareció absurdo que un hombre le hablará a un animal, como si estuviese conversando con un ser humano. Pero el ave se burló de su escepticismo cuando el vuelo horizontal se redireccionó violentamente, cayendo en picada hacia la tierra. Dio un grito mudo y se sujetó, esta vez, abrazándose al cuello del águila. La adrenalina del descenso se detuvo abruptamente, y cuando vio hacia abajo, se dio cuenta que aún estaban a una altura peligrosa. ¿Saltarían de allí?

Unos brazos fuertes lo tomaron de la cintura.

—Aférrate a mí —le ordenó el hombre, y sin tener la oportunidad de negarse, los tres saltaron al vacío. Khalan sintió que sus vísceras se retorcían y se abrazó desesperadamente al sujeto de nombre Sasuke. El aterrizaje fue tan suave, que apenas notó a sus pies tocando la tierra.

Abrió los ojos. El fuego y el humo lo regían todo, pero su comunidad aún no se daba por vencida, y maldecían mientras intentaban apagar, con poco éxito, los focos de incendio. Vio algunos cuerpos tirados, aquí y allá, y sus piernas flaquearon. No había tiempo que perder. Tomó de las manos a ambos adultos, y los arrastró con él.

—¡Es por aquí! —gritó. Corrieron, pero el humo, el calor agobiante, la noche en ciernes y las personas cruzándose en su camino les entorpecían el camino. Alguien los empujó accidentalmente, y Khalan sintió que perdía el agarre de una de las manos.

—¡Usted…! ¡Son…!

La mujer había caído al suelo, y a sus pies, de rodillas, Khalan reconoció al líder de las expediciones de las caserías. Su dedo temblaba señalando hacia el protector de la frente, y empezó a gritar, aullando como un lobo que alerta a su manada.

—Son… ¡Son ninjas! ¡Nos encontraron!

Su compañero no tardó en reaccionar: la levantó de la cintura, ignorando los chillidos del hombre que se iban contagiando entre los aldeanos, y tiró de la mano de Khalan, retomando lo que ahora se había convertido en una huida.

—¡Jamás nadie me miró así! —exhaló Sakura, sacudiendo la cabeza aturdida, y poniéndose en carrera nuevamente.

—Niño ¿qué diablos ocurre con estas personas? —preguntó el hombre. Sí, Sasuke era su nombre. Su tono de voz era lineal y displicente, pero la manera en que arrugaba el ceño, ponía en evidencia que estaba tan desconcertado como su camarada mujer.

Khalan tampoco sabía bien qué era lo que estaba ocurriendo con él, pero si esas dos personas no lo habían matado aun, por el contrario, habían salvado su vida y curado sus heridas (con algún súper poder que él desconocía) entonces quizás, ellos no eran los malos. Quizás, esas personas tan poderosas, podían hacer lo que su comunidad ya había dejado de intentar: salvar a su familia.

—¡Khalan, vuelve aquí! —escuchó que alguien le gritó, mientras otras personas corrían despavoridos, huyendo de ellos como un tsunami que desciende por las calles de una ciudad— ¡Te matarán!

Ignoró los griteríos a su alrededor, y sin soltarlos, los llevó hasta ese amasijo de maderas rotas que había sido su hogar.

—Salven a mi familia por favor, ¡están atrapados allí!

No tuvo que terminar de decirlo, que ambos shinobis ya estaban plantados a cada extremo de la roca desprendida. Khalan no tenía la menor idea que podrían hacer esas personas con una roca que probablemente pesaba varias toneladas. La mujer sacó de su chaqueta militar unos guantes negros, que se los colocó en un pestañeo, y poniéndose en sentadilla, enterró sus dedos en la base de la roca. Y esta cedió.

Sakura, la delicada mujer de trenzas rosas y ojos bonitos, removía la roca sin dificultad, como si solo estuviese moviendo un pequeño mueble de lugar.

—No es posible —Khalan abrió la boca, alucinado.

—¡Sasuke-kun, necesito ayuda del otro lado! ¡La tierra está inestable!

Khalan trastabilló, y el miedo se volvió a apoderar de él cuando, del sujeto "cara de nada" llamado Sasuke, estalló un fogonazo de luz violeta, que se convirtió en una inmensa mano cadavérica. Sus pupilas se dilataron, debatiéndose entre el horror y la fascinación por lo que estaba viendo. Ese espectro con forma de miembro humano enterró sus dedos en la tierra, y levantó la roca, equilibrando el peso. La mujer prorrumpió con un alarido de batalla.

—¡Muévete desgraciado! ¡Shannaro!

La roca voló dibujando un arco y cayó a varios metros, quebrando algunos árboles. Khalan se sacudió el aturdimiento mental y quiso correr hacia ellos, pero alguien lo detuvo. Era su primo.

—Quédate aquí —le ordenó, reteniéndolo por la muñeca.

Ambos shinobis saltaron hacia la fosa. Cuando Sakura sacó a su hermanita menor, inconsciente pero aun respirando, Khalan se echó a llorar desconsoladamente.


Mayo 2020 - Notas de la autora:

¡Hola a todos! Qué circunstancias raras nos toca vivir en estos tiempos, ¿verdad? Espero que todos se encuentren muy bien, les mando muchos abrazos y fuerzas desde la distancia.

Si leyeron el summary de este fanfic, esta historia es una secuela de "La Fragilidad de las Apariencias". Inicialmente se iba a convertir en el último capítulo, pero a medida que escribía la historia, más se iba convirtiendo en algo independiente, con un carácter propio. Sentía que, si lo ponía como el octavo capítulo de ese fanfic, estaría engañando a los que pretendían leer una historia que siguiera la misma línea que "La Fragilidad…".

Siempre me ha parecido muy pretencioso eso de escribir secuelas en fanfics (ni que fuera J. K. Rowling escribiendo la saga de Harry Potter, jaja), pero no había manera de enlazar un capítulo que ya no guarda relación argumental, solo cronológica, con ese fanfic.

¿Me estoy liando mucho?

Sé que muchos perderán el interés, pero como siempre digo, el acto de escribir para mí es terapéutico. Por eso los animo a escribir todas sus historias, sin importar si son leídas o no. Aquello que ustedes crean, es suyo para siempre.

Les mando un abrazo.

Nadesiko-san