Caminó lentamente entre las tumbas, con unas flores en su única mano, buscando con la mirada, una lápida en específico.

Y cuando el nombre Kochou apareció, no dudó ni un segundo y caminó hasta llegar al frente, repartiendo las flores entre Kanae y Shinobu; rezando porque ambas estuvieran descansando en paz, cerrando los ojos.

Suspiró profundamente para luego abrirlos y mirar la tumba de la menor de las Kochou. Una pequeña sonrisa se dibujó en su casi siempre impasible rostro.

Aunque está, tenía una pizca de melancolía.

Porque a Giyu, le hubiera gustado que Shinobu estuviera aquí. Que pudiera ver qué ya no había temor de ser atacado por los demonios y que podían estar en paz.

No obstante, aquello se quedaba como un deseo silencioso y oculto para todos, y que se reservaba.

Que sí, ella lo molestaba y le jugaba bromas pesadas, pero a veces, su compañía le era grata. Y encantadora en cierta forma.

Quisiera que estuvieras aquí, Kochou.

Aunque también y dentro de unos años ya no estaría más en este mundo terrenal. Las consecuencias de tener las marcas, tenía un precio; se rió levemente, recordando cómo Sabito le había casi ordenado, no morir.

Suspiró.

Muy pronto se uniría a sus seres queridos. Sólo esperaba que le recibieran con los brazos abiertos y con una sonrisa.

—... ¿Me estarás esperando?

Ojalá la respuesta fuese . Pero eso sólo lo descubriría cuando su momento llegase.

Y partió de ahí, en dirección a la finca de Oyakata-sama para la última reunión de pilares.

— Te estaré esperando, Tomioka-san. — dijo el fantasma de Shinobu, con una sonrisa sincera.

Para finalmente, desvanecerse en mariposas. Las cuales Giyu contempló, para sonreír levemente.

Viviría únicamente por los sacrificios que los demás hicieron con tal de establecer la paz. Pero aun así, ya tenía un deseo arraigado en su corazón.

Verla una vez más.