Cóncavo y convexo.
Disclaimer: Ni Dragon Ball o sus personajes me pertenecen.
¡Ah! Qué bello se sentía estar a mediados de una de las estaciones más dulces y románticas: la primavera. Quien se encargaba de inundar cada rincón del hemisferio de luz y vida. Era maravilloso ver a la izquierda, donde una fila interminable de árboles extendía sus ramas hacia el sol, esperando ser calentadas por la luz de este. Y, colgando de ellas, cientos de frutos jugosos, dulces al paladar, esperando ser recolectados y disfrutados por las personas y animales.
Por otro lado, también era tierno ver que, en la copa de los árboles, hubiera dos o tres nidos de pájaros, con huevos dentro, con una nueva vida en su interior, creciendo, esperando alcanzar su punto máximo para romper el cascarón y extender sus pequeñas alas. Las aves adultas endulzaban el oído de cualquier espectador con su melodioso trinar, alegre.
Entre las hojas colgaban pequeños capullos rotos, en señal de que hubo una oruga allí previa a su metamorfosis y que, en la actualidad, ya se habían convertido en mariposas de diferentes tamaños y colores que, junto con las numerosas flores -y uno que otro capullo-, inundaban el lugar de multicolor, promovían la paz y la felicidad.
Se podía visualizar a un niño, a la derecha, corriendo por el parque, jugando con su papalote púrpura y maravillado porque se elevaba más y más alto, hasta casi perderse entre las esponjosas nubes blancas en el cielo azul. Además, entre el pasto, un grupo de caracoles se deslizaban en busca de alimento. Y dentro de la húmeda y ubérrima tierra, cientos de gusanos removían el lugar de su estancia, con tal de que las semillas sembradas tuvieran mejor libertad de echar raíces.
Sin embargo, a pesar del maravilloso panorama que el planeta Tierra le ofrecía, Videl no parecía nada contenta, ni consigo misma ni con el mundo en general. No es que estuviera furiosa, ni mucho menos triste, simple y sencillamente estaba demasiado concentrada en dos cosas: el intenso calor que sentía y en atinarle al enorme saco de boxeo que tenía enfrente suyo.
Los demás hombres inscritos en el gimnasio de su padre, casi formados en una fila horizontal, admiraban con sorpresa el cómo golpeaba el saco de arena con fuerza, tanto que lograba hacer que este se bamboleara de un lado a otro. En definitiva, le hacía honor al apellido Satán, siendo casi igual de fuerte que el falso vencedor de Cell. O eso era lo que todos pensaban.
Entretanto, la ojiazul empezó a lanzar puñetazos y patadas con más hervor, casi como si pudiera sacar allí mismo todas sus frustraciones. De por sí, el calor de la ciudad, que en realidad parecía canícula, de cierto modo la estresaba más. Internamente, esperaba el momento en que le tocara su descanso, para así poder ingerir frío líquido que aguardaba en una de las neveras del lugar.
Mientras su cabello atado en dos coletas bajas se mecía de un lado a otro al compás de sus movimientos, se concentró justo en este. Y, prontamente, las palabras que Gohan le había dicho hace unos días empezaron a resonar en su mente una y otra vez, como si se tratara de un disco rayado.
«Tiene un cabello muy bello, señorita Videl. Pero cuando salga a combatir criminales, le sugiero que se lo ate de otra manera, de tal modo que no le estorbe en sus movimientos. Además, así evitaría que los malhechores sujeten su cabello; inmovilizándola.»
Rememorar aquello solo hizo que su malhumor se acrecentara. Él se lo había dicho con la mejor de las intenciones, eso no lo dudaba. Lo que le molestaba, es que continuara con la farsa de que su verdadera identidad no era quien sospechaba. Lo había reconocido rápidamente por su voz, y él aún tenía el descaro de mentir. ¿Qué demonios ganaba con mentirle?
—¡Cielos, la señorita está a punto de…! —Exclamó uno de los deportistas.
Videl no escuchó los comentarios que, preocupados y sorprendidos, sonaban detrás suyo, sino que continuó recordando ese día. El Gran Saiyaman llegó justo a tiempo para salvarla, aunque le costara reconocerlo; y él había intervenido, evitando que le dispararan por la espalda en un momento de arrogancia y descuido suyo.
En cierto punto, se sintió un poco mal por haberlo obligado a enseñarle a volar. ¡Pero vamos! ¿Quién en su sano juicio no querría sentir lo que es volar, dejar que el viento te acaricie la cara y sacuda tus cabellos? Por supuesto, estaba cien por ciento segura de que era una sensación bastante diferente que cuando pilotaba su nave.
¡Y es que haberlo visto volar por los aires le resultó tan impactante! No se retractó en su anterior comentario de que le sonaba tan injusto que él pudiera volar y ella no. Por eso, al estar ambos dentro de su helicóptero, le sugirió que participara en el Torneo de Artes Marciales y le enseñara la técnica de vuelo.
Internamente, se moría por encararlo y pedirle que no mintiera más. No obstante, un sexto sentido le dijo que aún no era el momento, y que este llegaría pronto. Aunque esto no evitó que lo mirara de reojo de vez en cuando en su viaje de retorno a Ciudad Satán. Ninguno de los dos dijo una sola palabra después del acuerdo.
Sin embargo, su cerebro le dio un agudo chispazo, que le hizo dar una feroz patada y que, en consecuencia, terminó por hecho lo predicho por los pupilos de Mr. Satán: había roto el gran y pesado saco de boxeo.
La verdad, no era la primera vez que sucedía algo como eso, empero eso no evitó que ella se sorprendiera al punto que se quedó quieta, como estatua, tratando de asimilar el reciente acontecimiento.
Unos segundos después se vio obligada a reaccionar y, escondiendo su rostro avergonzado detrás de sus coletas, dio media vuelta dispuesta a salir lo más pronto posible de aquel gimnasio.
—¡Señorita Videl, aguarde!
—¿Cómo se supone vamos a entrenar ahora? —casi murmuró otro con enfado.
—Rayos, esa niña va a terminar destruyendo cada saco de boxeo que hay en ciudad Satán…
—¡Cómo son ruidosos! —molesta, respondió sin siquiera mirarlos—. Solo hablen con uno de los encargados y díganles que les pongan un saco nuevo.
Salió del gimnasio casi como si una jauría de lobos enormes, feroces y hambrientos de carne fresca estuvieran corriendo detrás de ella. De hecho, ni ella misma notó que había comenzado a hiper ventilar mientras aquella idea se aferraba cada vez más en su cerebro, negándose a marcharse tan fácilmente.
—¡Maldita sea, me niego! —Gritó tan pronto accedió a su habitación, cerrando de un portazo que se pudo haber escuchado con suma facilidad en la gran Mansión—. Es un idiota, un completo idiota…
Sus coloradas mejillas eran el reflejo completo de su vergüenza, timidez y un extraño sentimiento que se negaba a identificar. Y es que, la unigénita de Mr. Satán, quería por todos los medios evitar revivir aquel momento incómodo en la nave. ¿Qué demonios le sucedía? Eso no había sido nada y no significaría nada.
—¡Videl Marie Satan! ¡No pienses en ello, no lo hagas! —se recriminó—. Esto te hará débil, ¡y tú no eres débil! ¿Por qué no lo golpeaste o tiraste de la nave? ¡Esto es culpa tuya, tonta! —aquello era nada más y nada menos que la parte dura de su conciencia, ese pequeño ser rojo que pintan en las caricaturas, encargado de manipular hacia el lado malvado y travieso, solo que en esta ocasión estaba muy molesto.
Se quitó la ropa sudada de deporte y, sin pensarlo dos veces, lo arrojó en el cesto de ropa sucia sin esperar a que se secara. Acto seguido deshizo sus coletas, dejando así fluir su húmedo cabello a lo largo de su espalda. De pronto, ese pequeño ser blanco, con forma de ángel apareció, recordándole que su nombre no era Marie, haciendo hincapié de que lo anterior mencionado por el rojo ser, no procedía por ese simple hecho.
—¡Oh vamos! —risueña, revoloteando alrededor de su cabeza, exclamó—, ambas sabemos que le pediste que te enseñara a volar con otra idea en mente, ¡pequeña traviesa! —Videl parecía piedra caliza frente al espejo—. Quieres conocerlo más, ¿acaso es que estás…?
A pesar de saber que estaba dentro de su alocada imaginación, la muchacha se vio así misma agarrando de las alas al pequeño ser, como si de una mosca se tratase, para después arrojarla al bote de basura y cerrar la tapa. Para su extrañeza, sintió como si el Ángel y el diablo hubieran invertido los papeles.
Es más, juraba que el ángel se parecía mucho a Ireza y el otro a Shapner.
Se fue corriendo al baño para darse una buena ducha caliente, que le quitara todo el sudor y, de ser posible, aquellos traicioneros pensamientos. Pero para su mala fortuna, el Gran Saiyaman aparecía cada vez que cerraba los ojos, haciendo esas ridículas poses de su presentación.
Se prometió ser paciente, aunque se moría por romperle ese caso a golpes. El tan ansiado momento llegaría pronto.
Solo que nunca se imaginó la manera en que sucedería.
¿Qué sentía? No sabía la respuesta.
¿Nerviosismo? Efectivamente.
Pero… ¿seguro que era eso?
Había mordisqueado la goma del lápiz sin parar hacía ya un buen rato. Miraba a la lejanía, simulando prestar atención a la profesora que no hacía más que hablar y hablar sin parar sobre cosas sin importancia. Al menos para él. Aunque para su fortuna ya se sabía y dominaba la lección, pero sabía que eso no justificaba su rebeldía de no poner atención.
La jornada de clases apenas estaba por concluir. Y en realidad, solo esperaba que diera inicio la hora de descanso. Quería huir de la escuela, salir volando sin más sin rumbo alguno, para dar chance a su cabeza de reordenar ideas.
Realmente le estaba costando cada vez más el poner atención a la clase, pero cierta justiciera de ojos azules se lo impedía.
¿Quién la mandaba a dar vueltas sin parar en su mente?
De acuerdo, no es como si ella lo quisiera. Es más, él sabía que no estaba enterada siquiera de aquello.
Miró por el rabillo del ojo con cierto temor y allí estaba: sentada al lado de Ireza, con su típico gesto serio, mirando el cuadernillo de actividades. Con solo mirarla, sintió mil cosas en el estómago. Sus manos parecieron cobrar vida propia y empezar una danza de sacudidas nerviosas. Extrañado, decidió enfocarse nuevamente hacia el frente.
Que hermoso perfil la de aquella muchacha. Su pequeña nariz, la curvatura de esos labios rosas, el precioso brillo que tenían sus ojos azules. Simplemente podría catalogarla como la chica más bella que haya visto en toda su vida. Y, sin embargo, también podía decir que tenía un carácter de los mil demonios que solo podía comparar con su madre y tal vez el mismo Vegeta.
Por otro lado, además de estar enganchado por la belleza de la hija de aquél que se autoproclamó el vencedor de Cell, también lo estaba por las dos recientes promesas que le acababa de hacer. Por más vueltas que le daba, no comprendía cómo es que se dejó llevar por sus peticiones -que más bien eran exigencias- sin poner mucha resistencia a cambio.
Asimismo, algo que lo tenía del cuello, es lo que sucedió después de eso.
—¿Ya puedes decirme tu verdadera identidad? —preguntó por última vez la ojiazul, mirándolo de reojo.
—Discúlpeme, pero no puedo…
—¿Sabes? —interrogó con seriedad, pero ya sin tratar de que dijera su identidad sino más bien expresarle que ya sabía quién era—. Tienes una voz muy familiar e incluso esa forma de expresarte… yo la conozco. Además, sabes mi nombre.
—Es usted muy conocida en la ciudad, señorita Videl —se excusó rápidamente, recriminándose en silencio por ser tan distraído—. Es imposible no reconocer a la hija del gran Mr. Satán que salvó al mundo y que ella misma lucha para mantener limpia la ciudad de los criminales.
Satan quedó en completo silencio mientras lo escuchaba. No supo si por enojo a las mentiras o porque él reconocía su trabajo más que por ser la mismísima hija del actual campeón mundial de artes marciales y vencedor de Cell. Ninguno lo notó, pero aquello la conmovió.
—Supongo… que gracias.
—No hay de qué. Realmente me sorprende que una muchacha tan joven sea así de fuerte y haga el trabajo sucio que la policía a veces no puede hacer —expresó con total sinceridad, mientras Videl se preguntaba exactamente lo mismo, pero con él—. ¿Por qué lo hace?
—Por la misma razón que tú —respondió con la vista hacia el frente—. ¿Por qué te disfrazas de esa forma tan… —quiso decir ridícula, pero al final no se atrevió—extraña?
Gohan, escondido dentro del casco, sintió que debía ser sincero con ella. No supo por qué, pero la genética hizo de las suyas con brillantez al momento en que llevó una de sus manos y la colocó en su nuca, en señal de pena y nerviosismo, un gesto que, indudablemente, pertenecía a su padre fallecido.
—Podemos decir que tengo mis motivos para no revelar mi identidad. Y el principal es: quiero llevar una vida normal aquí en la ciudad.
—Ya veo… —dijo casi en un susurro. Estuvo a punto de ceder cuando una idea le llegó de forma súbita—. ¿También eres el Guerrero Dorado?
—¡No! —soltó de pronto, casi aterrorizado—. ¡Ese es otra persona!
«¡No puedo dejar que ella se entere de eso ni de nada!» mientras aquel pensamiento acaparaba su mente, no notó que su rostro lucía completamente asustado.
—De acuerdo, no importa…
¿En qué momento fue en que tomó el valor para besarla?
De hecho, no es que lo planteara. Sincera y en definitiva, no sabía qué había pasado por su cabeza en ese momento. En realidad, su primer pensamiento fue gratitud hacia ella por no indagar más. No sospechó siquiera que ella realmente estaba tejiendo en su mente otros planes para desenmascararlo, pero él en su inocencia creyó justo lo contrario.
Había sido un simple y amistoso beso en la mejilla. Pero tras sentir la calidad y suave piel femenina en sus labios, supo que había enloquecido. ¡Aquello no estuvo bien! De hecho, casi esperaba que ella apartara su rostro de una manera muy fría y dolorosa, pero no lo hizo. Tal vez porque ella también estaba desconcertada en ese momento.
Videl parecía una estatua, ni siquiera giraba el volante, sino que solo lo apretó con más fuerza. El superhéroe, entretanto, no sabía si disculparse, cambiar el tema o qué hacer. Aquello fue el motivo de que ambos continuaran su viaje en completo silencio, cada uno perdido en sus pensamientos.
Y debido a ese incidente, su mente no estuvo tranquilo todo el fin de semana. Seguro de que estaba experimentando emociones nuevas, se tranquilizó un poco. Sus soluciones eran el ir a disculparse con Videl o fingir que nunca pasó. Ninguna le causó gracia, terminando por hecho de que tal vez, y solo tal vez se dedicaría a analizar el comportamiento de la ojiazul y así determinar una acción.
Hasta que recordó las lecciones de vuelo y el Torneo de artes marciales.
¡La suerte no estaba de su lado!
Para su desgracia, no iba a evitarla tanto tiempo, y tan pronto la alarma de la policía sonase, él tendría que hablarle nuevamente, pues no iba a dejarla combatiendo sola. Y, como si el destino tratase de decirle algo, el reloj de Videl empezó a sonar.
Con ello le vino una nueva duda a su mente.
¿Cómo iba a declararle sus sentires sin tener que revelar su identidad como el Gran Saiyaman?
En definitiva, estaba en tremendo apuro.
¿Quién demonios se puede enamorar tan pronto? Se sentía extraño. Pero ella lo valía, no cabía duda en sí.
Pero no tenía por qué pasar ahora, ¿verdad?
Y como siempre el destino exigente y caprichoso se encargó personalmente en decirle que estaba por demás equivocado en sus ideas.
De manera súbita, un constante pitido se dejó escuchar en el aula llamando así la atención de todo el alumnado y la profesora de turno. La hija de Miguel, con una mezcla de alegría y molestia, dirigió su vista hacia el reloj comunicador de color negro que yacía sobre su muñeca izquierda. Después de acceder a contestar, la voz preocupada del jefe de policía de la ciudad le comunicó que había un atraco en el banco central.
—¡Enseguida vuelvo, profesora! —comunicó la muchacha, quien corría velozmente casi cual estrella fugaz hacia la puerta del salón, dispuesta a acudir al llamado de auxilio.
—Con mucho cuidado, Videl…
La mirada azabache la siguió con sigilo y, dándose cuenta que no podía evitar el encontrarse con ella, se puso de pie tan pronto las botas verdes abandonaron el lugar. No iba a permitirse ser un cobarde y que, por ello, Videl saliera lesionada. Una vez más, estaba preparado para volver a luchar para defender la justicia.
—¡Profesora, tengo que ir al baño! —Sin esperar la obvia respuesta, bajó las escaleras con tanta rapidez que el alumnado se extrañó por un segundo al sentir una pequeña ráfaga de aire. En verdad, aquel casi recién llegado alumno era bastante extraño.
—Oye, Ireza —murmuró Shapner escondido detrás del grueso volumen de texto—, ¿no te parece que el nerd actúa muy extraño cada vez que Videl tiene que ir a ayudar a la policía? ¡Siempre se va al baño después de que ella sale y regresa poco antes de que venga!
La blonda soltó una risilla.
—Oh, no. No empieces como Videl —imitando a su compañero para evitar ser descubiertos, mostró las perlas de su boca—. Estás exagerando. Lo más probable, es que él tomó muchísima agua en el desayuno y, como vive bastante lejos de la capital, no creo que le haya dado tiempo de ir al sanitario antes de salir.
Gohan, sin saber que el comentario de Ireza sería casi profecía para el grupo, continuó su carrera hacia la azotea de la preparatoria. Estando allí, accionó su reloj para transformarse en el héroe que lucha por la justicia: el Gran Saiyaman. Así, sin perder un segundo más de valioso tiempo, emprendió vuelo hacia el lugar del crimen.
En realidad, no demoró mucho, no obstante, cuando arribó al lugar, Videl ya se encontraba luchando contra los delincuentes. Agudizando su vista, notó con cierto temor que estos sujetos estaban armados hasta los dientes. Prontamente, se vio temiendo por el bienestar y la vida de la ojiazul.
—¡Deténganse ahora mismo! —expresó con seriedad, tomando su papel de héroe, interrumpiendo una mini batalla.
Uno de los asaltantes lanzó una risa cruel.
—¡Hey, idiota, el circo está por allá! —señaló con su dedo índice a un punto al azar.
—¿Quién es este payaso que se viste de manera tan ridícula? —escupió otro intentando restarle importancia.
—¡Es el Gran Saiyaman! —anunció la justiciera, evitando la presentación tan infantil del superhéroe—. Ahora tú, concéntrate que tu oponente soy yo. —Tan pronto como terminó su frase, avanzó un par de pasos y, con una patada fina, desarmó a uno de los delincuentes. Después, a puño limpio, terminó dejándolo inconsciente en el suelo.
—Señorita Videl, no debe interpretar mis líneas —cruzado de brazos aún, comentó el joven con un tono similar a la molestia. Su mirada, oculta bajo el visor, siguió al otro sujeto que había lanzado la interrogante unos segundos atrás. — ¡Por cierto, tú! ¿Qué cosas dices? ¡Mi traje es estupendo! —Con su diestra, le asestó un puñetazo en el rostro, tan fuerte que terminó lanzándolo a una pared cercana; y dejó unas cuantas grietas en la estructura, además de dejarlo totalmente estampado.
La muchacha, con los ojos desorbitados, contempló la escena en silencio. Olvidándose por un momento del atraco, caminó hacia el lugar donde el tipo quedó pegado en el concreto. Le lanzó una fugaz mirada al chico de traje verde antes de continuar con su trabajo.
«Cielos, esta vez sí me excedí demasiado.» Una gota se deslizó por su nuca.
Justo cuando creyeron haber terminado su trabajo, salvando a Gohan de un centenar de preguntas, el reloj comunicador de la muchacha empezó a sonar con insistencia por segunda vez en el día.
—¡Señorita Videl, en dónde está! —la voz del jefe de la policía sonaba alarmado.
Videl frunció el ceño.
—En el banco de ciudad Satán. Ya detuvimos a los delincuentes, como usted solicitó —explicó con voz pausada.
—La necesito en la gasolinera que está en las afueras de la ciudad, ¡urgentemente! —La comunicación se cortó.
Gohan entendió de inmediato, por lo que, sin esperar a la justiciera, decidió emprender el vuelo hacia el sitio indicado por el policía. Videl, sin quedarse atrás, accionó la cápsula que contenía su helicóptero amarillo y, tras subirse, aplastó el acelerador con tal de llegar lo antes posible.
A pesar de ir a una velocidad envidiable, el hijo de Goku estaba realmente preocupado, casi presintiendo que algo malo estaba a punto de ocurrir. Para tratar de tranquilizarse, intentó pensar en el gran banquete que tendría por cena, todo hecho por su madre especialmente para él y Goten. Casi podía saborear las lagartijas asadas, oler la sopa ramen y mirar el brillante adobo que cubría al pollo horneado.
Aunado a eso, podía escuchar con claridad las constantes interrogantes de su madre respecto a cómo le iba en la escuela, si lo estaban tratando bien o mal, e incluso sus aseveraciones con respecto a su futuro.
De pronto, aquel panorama comenzó a verse un poco distorsionado, colocando dos figuras más ocupando las sillas vacías restantes en la mesa. Se vio cenando con toda su familia y con Videl. La imagen realmente le resultó bella y encantadora. Se sintió feliz de solo pensarlo. Podía ver a la hija de Mr. Satan sonriendo, charlando con sus padres, mientras degustaba los exquisitos platillos de la mesa.
—Gohan, ¿te gusta mucho Videl, no es así?
La voz de Ireza, resonando en su mente, le hizo perder el camino unos instantes, Desde la firmeza de la tierra, parecía como si un meteorito se hubiese desviado y volver a su trayecto habitual. Carraspeó un poco, tratando de tranquilizarse, pero la realidad es que sus mejillas estaban tan pigmentadas que parecía un sonrojo tan irreal. ¡Era casi un tomate humano!
Volviendo a sus recuerdos, se vio en el suelo, pasando su zurda por la cabeza a consecuencia de que la inesperada interrogante de la blonda lo sacó de sus casillas y terminó tropezando con su propio pie, cayendo de bruces al suelo, golpeándose en el transcurso con el respaldo de una de las sillas que había por ahí.
—¿Pero qué dices? —Interrogó casi tartamudeando, tratando de disimular su nerviosismo—, ¿por qué me preguntas algo como eso?
La mirada celeste de la rubia se intensificó, como si un niño hubiera visto la ración más grande de golosinas existente en el universo entero.
—Es porque siempre la miras —con una sonrisa tierna y maliciosa en su rostro, le contestó—. Estás más distraído cuando está cerca… —con su mano iba contando los motivos, pero Gohan decidió interrumpirla.
—Lo hago porque me preocupa que un día llegue herida después de combatir con algún delincuente.
Ninguno supo, pero la ojiazul estaba escuchando toda la conversación escondida detrás de un mural. Una linda sonrisa adornaba su rostro tras escuchar al joven pelinegro.
—Tenme un poco más de confianza… —murmuró para sí misma, casi como si fuera una súplica.
—¡Llegaron la señorita Videl y viene con el Gran Saiyaman! —exclamó con júbilo uno de los policías tan pronto avistó al dúo de justicieros—. ¡Estamos salvados!
Un rostro con gesto de pocos amigos se dejó ver mientras bajaba de su vehículo con decisión. Las esposas tintineaban al chocar entre sí al compás de los pasos que daba la chica. Por otro lado, el Gran Saiyaman aterrizó con suavidad pero con una imponencia envidiable, dando la sensación de estar frente a un verdadero oponente.
—¿Qué es lo que sucede? —con gesto serio, interrogó tan pronto estuvo frente al agente.
—En resumen: evitamos que estos sujetos completaran el robo a una joyería, el del banco era solo un señuelo. Los acorralamos hasta este lugar, pero dispararon a uno de los sitios de carga de gasolina y hubo una explosión. Sin embargo, no hemos podido acercarnos más puesto a que siguen armados.
Videl, quien apenas se acercaba al lugar para analizar la situación, fue empujada por Gohan apenas al tiempo que un fuerte disparo se escuchara. Por lo visto, era otra treta para deshacerse de la justiciera y él mismo. Apenas y tuvo tiempo para lograr apartar a la chica de coletas.
El estruendo, la humarada color negra, y el intenso olor a gasolina aparecieron en unos milisegundos. El Gran Saiyaman trató de evitar que el impacto dañara a los policías que allí estaban, pero fue inútil. El fuego les alcanzó, matando a una docena de ellos, a los que se encontraban más cerca de la escena del crimen. Otros resultaron con quemaduras de segundo y tercer grado. Inclusive, algunos tenían heridas a causa de los vidrios de las ventanas que estallaron en consecuencia a la explosión.
Una aturdida Videl se bamboleaba de un lado a otro. Un zumbido en sus oídos le impedía coordinar su andar y terminó avanzando a gatas.
—¡Señorita Videl, se encuentra bien! —el hijo de Son Goku corrió a auxiliarla. Por obviedad a su raza y poder, no resultó lesionado, solo unos jirones habían aparecido en sus prendas.
—¡Corran, perros! —Gritó el líder de la banda de maleantes—. ¡Tenemos que largarnos de este lugar antes de que nos atrapen!
—¡Parece que la hija del bufón de Mr. Satán salió lesionada! —comunicó otro de los sujetos, echando a andar uno de los vehículos, buscando escapar.
—¡Se lo merecía esa maldita mocosa por andar metiendo sus narices en donde no la llaman! —el sujeto, en definitiva, gozó en decir esas palabras que causaron una sensación de victoria en el numeroso grupo de delincuentes, al menos por unos momentos.
En el lapso de aquella corta conversación, el héroe había llevado a la justiciera a lo más alto de un edificio cercano, pero que estaba lejos del equipo, y regresó en busca de los agentes policiacos para moverlos a otro lugar más seguro. Eso no impidió que él escuchara la plática, provocando en él una intensa molestia que era casi imposible describir.
Aunado a eso, el jefe de la policía sucumbió en los brazos de la muerte, mientras aún Gohan lo movía con cuidado para trasladarlo, pero no sin antes decirle. —No dejes que se salgan con la suya… por favor.
Con el último aliento de una persona sobre sus hombros y, recordando aquel fatídico día en el que Cell asesinó al Androide 16 frente a sus ojos, terminó perdiendo el control de sí mismo. Transformándose en un súper saiyajin, emprendió el vuelo, siguiendo a la hilera de automóviles que huían.
—Deténganse, cobardes…
Casi con la misma velocidad de un Concorde, los alcanzó, parándose justo en medio de la carretera, evitando que continuaran el paso. Los delincuentes miraron al héroe con sumo desconcierto.
—¿Y tú quién diablos eres, bufón? —Con un temor interno, sabiendo en realidad de quien se trataba, quisieron desafiar a aquel muchacho vestido de superhéroe. Conocían de su nobleza. Sabían que a lo mucho, los iba a detener, iban a terminar en prisión; pero al cabo de un par de días serían liberados de nuevo. Porque así de corrupta era la mayoría de los policías.
No obstante, al notar que este no les respondió, un estremecimiento le recorrió la espina dorsal a más de uno. Al cabo de unos segundos más tarde, todos y cada uno de ellos yacía en el suelo, inertes.
Y no, el muchacho no les había arrebatado la vida, sino que algún tanque de gas escondido en alguno de los numerosos autos, explotó tan pronto el joven asestó un puñetazo en el techo. Algún distraído tuvo la genial idea de dispararle al sujeto de casco anaranjado… Y sucedió lo inevitable.
«Debo ir a ver a Videl… —preocupado, sin haberla sacado un segundo de sus pensamientos, emprendió vuelo—, por favor, que esté bien.»
El vencedor de los juegos de Cell voló de regreso hacia el sitio donde había resguardado a su compañera de clases, quien, con los brazos cruzados, aguardaba en silencio, aún aturdida por la inmensa explosión.
—¿Gohan? —preguntó sin querer, aunque estaba segura de que era él.
—No sé con quién me confunde, señorita. Soy el Gran Saiyaman —dijo con orgullo, sonrojando a la pelinegra, quien, al caer en cuenta de la situación, se sintió boba en recordar al nerd recién llegado a la preparatoria Estrella Naranja.
—Ya no vi qué sucedió… —con tristeza, reconoció—, ¿qué ha sucedido con los policías y los sujetos armados?
—¿Después de la explosión? Murieron la mayoría, contacté con una amiga para que llamara a las ambulancias y refuerzos —añadió con tristeza en su voz—, con respecto a los malhechores… —se detuvo, pensativo. Sentía algo de culpabilidad por lo sucedido, pero tan pronto vio las perlas azules de su compañera, se relajó—, puedo asegurarle que no volverán a molestar.
—Ah…
—Vamos, la llevaré a la escuela —la tomó de ambos brazos mientras levitaba—, llegará tarde al próximo periodo. Hemos demorado demasiado…
Claro. Las cosas iban demasiado bien y él tenía que insistir para que ella reanudara sus sospechas hacia él. Como movida por un resorte, en medio del vuelo, empezó a retorcerse cual lombriz en comal caliente, dificultando el viaje.
—¡Un momento! ¿Y tú cómo sabes que pronto será mi próxima clase? —Ahí estaba de nuevo ese ceño fruncido, los ojos entrecerrados que analizaban hasta el alma, y la voz dominante que rugía en busca de respuestas.
«Maldición, a esta niña no se le escapa nada»
—Solo es una suposición, aún es lapso de clases…
—¡Tenme confianza, por favor Gohan! —exclamó casi sin pensar. El enojo la había dominado una vez más y esta vez luchó por poner sus manos sobre sus labios, en señal de que no debía seguir hablando más de la cuenta.
Aquella confesión lo desencajó lo suficiente como para perder un poco el agarre y, entre los movimientos bruscos de la justiciera, la dejó caer… O más bien, se le zafó de las manos. Afortunadamente -para su cuello- no llevaban aún mucha altura, pero… estaban aún en las afueras de la ciudad, recientemente fue época de lluvias. Con el humor que se cargaba la muchacha, no le iba a gustar su tren de aterrizaje. Si no hubiera estado tan confundido habría llegado a tiempo para evitar la desgracia que terminaría provocando que revelara algunos secretos de su existencia.
—Lo siento, lo siento, Videl... de verdad yo no... —Gohan, debajo de su llamativo disfraz, no cabía en sí, deshaciéndose en numerosas disculpas que salían atropelladamente de su boca. Se sintió estúpido. ¿En qué momento fue que su agarre no fue el suficiente y la dejó caer? Agradeció al cielo porque estaban muy cerca del suelo, pero...
Videl estaba emanando un aura de color rojo brillante.
Sentada, sin moverse, su mirada azul casi se tornaba de un color escarlata entre más observaba al individuo de traje verde que aún continuaba levitando sobre ella. Decir que estaba enojada era poco, ¡quería estrangularlo y partirle la cara a golpes!
—¡Deja de pedir disculpas y sácame de aquí de una maldita vez!
El muchacho asintió repetidas veces poco antes de tomarla por los antebrazos una vez más y sacarla del estanque de fango que, por muy incómodo que se viera y se sintiera, sirvió bastante bien para amortiguar la caída de la justiciera. Aunque aquello lo hubiera acorralado a una nueva petición.
—Señorita Videl, yo... en verdad lo lamento —no se atrevió a mirarla a los ojos, no podía. Si de verdad se pudiera fulminar a alguien con la mirada, él estaba seguro que ya estaría tres metros bajo tierra—. No esperaba que usted se resistiera... quería volar, llevarla a la escuela, y yo... eso quise hacer.
—Pero no de esta manera —rebatió, esta vez con un poco más de calma—. Te dije que me enseñaras a volar, no que me cargaras mientras vuelas. Para eso tengo mi helicóptero, ¿sabes? Y lo permití porque aún me siento algo aturdida —pasó una de sus manos en la capa del superhéroe, limpiándose. Y él, con su gran sentimiento de culpa, no dijo nada.
—Permítame llevarla a su casa, por favor —expresó con total seguridad—. Es lo menos que puedo hacer. Debe cambiarse pronto, puede enfermarse. Además, no creo del todo aquello de que bañarse en lodo contribuye a mejorar el sistema inmune —dijo en son de broma, robándole, para su sorpresa, una dulce sonrisa a la hija del gran Mr. Satan.
—En efecto, es lo menos que puedes hacer después de esto —dijo señalándose mientras un nuevo mohín de enfado aparecía en su actual sucio rostro—. Y me vas a decir tu verdadera identidad, Gran Saiyaman —sentenció.
El nuevo héroe de la ciudad se quedó en silencio. De momento no quería pasar por la misma conversación otra vez. Para él, era muy importante tener una vida lo más normal posible como estudiar la preparatoria, tener amigos propios, graduarse y conseguir un trabajo de investigador, tal y como su madre siempre le inculcó desde pequeño. Quería hacerla sentir orgullosa, más aún sabiendo que su familia estaba a su cargo, después de la muerte de Goku.
Dio un par de pasos y extendió sus brazos, señalando a su compañera que se acomodara para emprender un nuevo viaje. Videl, en silencio, se acomodó, dejando al Gran Saiyaman sujetarla de las piernas y espalda, inclusive con sus brazos rodeó el cuello masculino, para más protección.
Estaba completamente cubierta de aquel fango, y eso le molestaba a cada segundo. De hecho, sentía algo de vergüenza por el hecho de que aquel sujeto se estuviera ensuciando las manos por llevarla a su casa. ¡Aquello no era el plan que esperaba!
Su rubor, oculto por las capas de lodo que cubrían sus mejillas, incrementó al recordar que aquel no era solo un superhéroe en anonimato, sino que bajo aquél casco anaranjado estaba el rostro de Gohan. Bien, no es que él lo haya aceptado abiertamente, pero ya no tenía más dudas.
El olor del perfume que se soltó al momento de sujetarlo por el cuello, fue un indicio más para sus sospechas.
Quiso entender o descifrar sus motivos para mentirle respecto a su doble vida, pero no podía; la curiosidad que en ella se anidaba era, por mucho, más fuerte que su voluntad. No podía desistir, menos estando tan cerca. Lo iba a desenmascarar.
Gohan, entretanto, no sabía qué más hacer. En su mente no estaban sus temores de ser descubierto. No. Era que, la cercanía que tenía con Videl lo estaba volviendo loco, despertando en él un instinto que no podía describir. Poco le importó el fango que la cubría a ella y sus manos, podía ver a través de eso. Incluso, juraba que podía oler el perfume que ella usaba y era bastante dulce, como ella lo era en su interior.
Porque debajo de toda esa capa de fango, de su coraza, había una muchacha bellísima, de carácter fuerte, con un corazón enorme y llena de amor para obsequiar. Él podía ver a través de ella, cada vez que miraba en sus lagunas azules, navegando en el vasto océano de sus ojos, tan claros como un cristal y con reflejos de espejos zafiros. Su alma, su corazón y su ser eran hermosos. Y él quería también desenmascararla.
Quería demostrarle al mundo la belleza interna que ella tanto se esmeraba en ocultar.
En algo concordaba con ella, además de que ocultaban su verdadero ser, es que, debajo de aquél disfraz y aquella imponente coraza, había un tesoro entre sus sombras.
Tan pronto llegaron a la lujosa mansión, Videl le indicó dónde debía aterrizar: en el balcón de su habitación. El muchacho no cabía en su asombro; había visto aquel lugar por la televisión muchísimas veces, pero no era nada comparado a lo que sus ojos veían en ese instante. Lucía por mucho, más enorme. La blancura de las paredes, y una piscina en la parte posterior del lugar, lograban que pareciera un excelente sitio para relajarse y vivir cómodamente.
—Pasa, por favor. Debes limpiar tu traje y descansar un poco. Hiciste mucho trabajo hoy —comentó con una dulzura en su voz que podía haber embelesado a cualquiera.
—Yo… no debería —titubeó. Y antes de que pudiera rechazarla por completo, la muchacha lo metió a la fuerza.
—Relájate un poco. Ahí hay un pequeño lavabo que puedes usar para lavarte y unas pequeñas toallas para secarte —indicó hacia una pequeña esquina—. Por favor espérame, quiero darte un poco de agua y comida antes de que te vayas. Mientras tanto iré a ducharme.
El muchacho solo asintió en silencio mientras la miraba desaparecer tras la puerta blanca del cuarto de baño.
Videl, sintiendo latir el corazón de su vida latir con frenesí, se metió a la ducha para remover esas incómodas capas de fango que la cubrían. Realmente iba a disfrutar de su baño con tranquilidad, sintiendo que tenía que agradecerle correctamente al superhéroe que esperaba en su habitación, por haberla salvado ya más de una ocasión.
Sin embargo, Gohan, quien ya se había quitado su traje para poderlo limpiar con más calma y comodidad, se sentía bastante extraño en aquella habitación. No era el color púrpura que cubría las paredes, ni la preciosa cama matrimonial cubierta de cojines y un edredon acolchonado. Ni mucho menos que la noche empezaba a hacerse presente y la luz de la luna ya bañaba el lecho.
Su inquietud se debía a que, en una enorme pizarra, había numerosos cortes de periódicos en donde su alter ego como superhéroe se encontraba inmortalizado en fotografías, enumerando sus incontables hazañas heroicas. Habían algunas notas y, contempló con horror, el hecho de que entre estas estaban las palabras voz, ausencia, conocimiento, altura, ropa y, al final, su nombre encerrado en un círculo de plumón negro.
Obviamente, estaba muy cerca de descubrirlo, y cerca porque él aún no admitía tal cosa. No obstante, al ver su trabajo y cansancio plasmado en aquella pizarra, se dio cuenta de que no se sentía bien mintiéndole, mucho menos después de su extraña confesión antes de que ocurriera aquel incidente del estanque de fango.
Perdió la noción del tiempo mirando aquellos enlaces que lo involucraban. De hecho, no dudó que Videl, si así lo quisiera, sería una excelente agente del grupo de la policía. Era de temer su astucia y su terquedad por ir siempre en busca de la verdad. Tal vez las celdas de ciudad Satán estarían repletas.
Unos golpes en la puerta sonaron, sacándolo de sus cavilaciones.
—Perdón, Gran Saiyaman, necesito pasar por algo de ropa que olvidé.
Gohan parpadeó y, notando que no alcanzaría a ponerse el traje, pensó rápidamente en una estrategia.
—Por supuesto. Solo… pedirle que entre con los ojos cerrados o vendados, por favor.
No es que no confiara en ella; corrió a esconderse detrás de las cortinas al tiempo en que la señorita ingresaba a la habitación, como prometió, teniendo los ojos vendados. Siendo una artista marcial, caminó con confianza por la pieza.
Algo con lo que ella no contaba, es con las botas y parte del traje de Gohan aún yacían en el suelo, estorbando el paso. Por tanto, terminó tropezando con ellos. Dio unos pasos fuertes tratando de recobrar el equilibrio, mientras lanzaba manotazos al aire queriendo sujetarse de algo.
—¡Cuidado!
Reaccionando lo más rápido que pudo, salió de su escondite, saltando hacia la tambaleante muchacha para envolverla en un abrazo y poder así amortiguar su caída. Sin embargo, entre todo ese alboroto, a Videl se le había caído la venda de los ojos, pero aún los mantenía cerrados
—¿Estás bien? —preguntó notoriamente preocupado—, disculpa lo olvidé. No recordaba haber dejado mi ropa y…
La ojiazul no pudo evitar abrir los ojos tan pronto se dio cuenta de dos cosas. La primera es que aún permanecía encima del cuerpo varonil, y la segunda es que sentía algo duro y curioso sobre uno de sus senos. Ruborizada, se apartó lo más rápido que pudo para poder abrazarse así misma.
—¡Gohan!
El semi saiyajin se quedó hecho piedra. Sentado en el suelo, frente a ella, se notaba verdaderamente incómodo. No sabía qué hacer o qué decir. Ya había perdido la cuenta de cuántos errores cometió en el transcurso del día y las veces que tuvo que disculparse con ella por ello.
Para su alivio, la justiciera tenía una sonrisa llena de júbilo aparte de su rostro sonrojado.
—Así que… no me equivoqué —con sus lagunas mirándolo con fijeza, una de sus manos se posó en la masculina. —Si eres el Gran Saiyaman, Gohan.
—Yo… no tiene caso mentir ya —suspiró—. Sí, Videl, yo soy el Gran Saiyaman. ¿Y ahora que lo sabes… qué harás? ¿Se lo contarás a todos?
—No. Me guardaré el secreto solo para mí —firme, sin dudar, le contestó. Detestaba que le mintiesen, pero también entendía los motivos. Por fin los entendía. Además, el miedo súbito de la sola idea de que él tuviera que irse a esconder a otro sitio solo porque sabrían la verdad, la detenía ante cualquier idea de revelar sus secretos.
Con la mirada azabache, brillando más que nunca, le agradeció. De pronto ya no pensaba, solo sentía. Con una de sus manos acarició con gentileza la mejilla de la justiciera quien se retorció ante el gentil contacto masculino.
Sintiendo las emociones a flor de piel, quiso, de alguna manera, demostrarle lo agradecida que se sentía en ese momento por cuidarla, velar por ella, salvarla y ser tan dulce y gentil a pesar de que lo tratara como a un ladrón fugitivo en más de una ocasión. Con su tierna forma de ser resquebrajó todas sus barreras. Traspasó todas y cada una de ellas sin problema alguno, en definitiva era un superhéroe. Sobre todo era su héroe.
No podía ni deseaba evitarlo más. Se enamoró de él, en sus dos facetas. Aquel payaso de circo que luchaba por defender la justicia, que amaba hacerlo por el bienestar de los demás, la conmovió e hizo detestarlo tanto por la diferencia de fuerzas, porque él podía volar y ella no.
Y aquel joven inteligente, torpe e infantil, que parecía tener miedo de hasta su propia sombra, con una bella sonrisa y una gentileza que era muy difícil hallar en los demás; solo su madre podría comparársele.
Sintió que la acalorada habitación se sacudía al compás de sus latidos. Allí, envueltos por la oscuridad, ambos continuaban con la mirada fija en el otro. No hicieron falta las palabras te quiero o te amo, eventualmente se las dirán. Sin embargo, el anhelo, el deseo, el instinto carnal estaban sembrados en el interior de ambos, y florecía a cada segundo.
Videl aseguraba ya que estaba loca por él, no había pedaleo hacia atrás. Solo bastaba otro toque así de dulce para poderle demostrar cuánto lo necesitaba. Lo quería, lo quería con locura, tanto como a nadie había podido querer de esa manera. Una emoción nueva, embriagadora, afrodisíaca…
Quiso dar el primer paso. Aunque Gohan tenía otros planes; afirmó su agarre en la nuca femenina y la atrajo suavemente hacia él para besarla con dulzura. Ambos, tratando de controlar sus corazones, se entregaban con delicadeza, en un contacto tan puro, casi empíreo. Si bien, ninguno era experto en el tema, querían dejar que sus instintos les abrieran el camino de paso.
La locura les estaba sentando bien, los descontrolaba poco a poco. Moviéndose como reflejos en el espejo, se abrazaron, profundizando el beso, dejando a sus lenguas conocerse y danzar a su propio ritmo.
Gohan tomó entre sus brazos la delicada figura femenina aún envuelta en la bata de baño, dejando caer su largo y aún húmedo cabello azabache a lo largo de su espalda. Sin romper el beso que los unía, la depositó con calma sobre el lecho acolchonado que les esperaba. La blanca piel de ella lo incitaba a tocarla, a besarla por cada pedazo expuesto… Y así lo hizo.
—Videl yo… yo…
—Shh… —dijo posando su dedo índice en los labios masculinos—, no digas nada. Lo sé, ya lo sé. Y yo también a ti, Gohan…
El alter ego del Gran Saiyaman asintió en silencio y continuó con su labor. Introdujo sus dedos entre la afelpada bata, ansiando retirarla al fin del cuerpo femenino para poder observarlo, adorarlo, porque estaba seguro que su figura era digna de una diosa. Y no se equivocó.
Dejándose llevar, la cargó por la cintura para poderle quitar aquella molesta y única prenda que lo separaba de su paraíso. Ella, sintiéndose bella, amada y adorada, se ruborizó mientras una bella y coqueta sonrisa le adornaba el rostro. El solo verlo tan embobado contemplando su anatomía le encantaba. Se sentía una diosa, admirada. De forma inconsciente se mordió el labio inferior, sin saber que ese simple e inocente gesto solo iba a provocar que la anatomía masculina de su compañero despertara, cuales ramas de un árbol extendiéndose hacia los cálidos rayos de sol.
Mientras él continuaba besando cada trozo del ser frente a él, Videl procedió a despojarlo de sus ropas también. Tan nerviosa estaba que sus dedos se entorpecieron cuando le tocó desabrochar el pantalón marrón del chico. Con su mirada azul envolviendo y maldiciendo a aquel único botón que le estaba haciendo la vida imposible, no pudo evitar soltar una pequeña sonrisa nerviosa.
Cuando estuvo a punto de abrir la boca, en señal de vergüenza, como si quisiera ocultar su torpeza, Gohan le devolvió el favor, callándola con un beso en sus labios y él mismo se deshizo del botón mal hecho que provocó un pequeño momento incómodo en su compañera de clases.
De hecho el verla así, tan temerosa como él, hizo que su excitación se acrecentara aún más. No supo por qué, pero aquello hizo que se sintiera aún más unido a ella.
Tal vez al día siguiente su madre lo acababa a sartenazos por no volver para la hora de la cena… o tal vez ni siquiera llegar a dormir, pero ya no le importaba. Esa mujer lo estaba volviendo loco, y más aún cuando sintió la pequeña y suave mano femenina sobre su hombría, masajeándole de arriba a abajo con lentitud, después rápido, buscando un ritmo adecuado según sus propias peticiones.
—Videl… Videl…
Aquello lo descolocó al punto en que se tuvo que recargar en la pared cercana buscando un equilibro ante los movimientos que ella continuaba haciendo casi con devoción. Era maravillosa, realmente maravillosa. Toda ella, una mujer fuerte y valiente, con un corazón enorme y mucho amor para dar. No se equivocó.
Ella era un tesoro.
—Espera… Ah… por favor —la apartó con gentileza. No podía permitirse culminar así. Aún no había hecho nada por ella. Y, como un león avorazado de carne, se lanzó sobre ella, específicamente hacia su cuello, lamiéndolo, mordisqueándolo.
Con una de sus manos acarició su cabello y con la otra jugueteaba con los rosados botones de Videl, con lentitud y cariño, evitando lastimarla. Le recitó poemas al oído, cientos de frases hermosas. Le dijo cuán bella era, lo afortunado que él es.
Amor. Era amor lo que estaban haciendo, aún sin mencionarlo o insinuarlo. La vida allá afuera ya no existía, era como si el mundo se hubiera evaporado. Solo eran ellos dos en aquella habitación, entregándose y adorándose como nunca.
—Gohan… Gohan... ¡Ah!
Ninguno podría resistirlo más tiempo. Se necesitaban, como las plantas el agua, los animales del alimento y los seres vivos del astro rey y del aire.
El muchacho depositó un beso en su frente al tiempo que se anidaba entre sus piernas, listo para comenzar la unión no solo de sus cuerpos, sino también de sus almas. Aquello no era simplemente sexo de una sola noche o sin sentimientos de por medio. Allí había amor, cariño, sentido de la protección y felicidad.
Tal vez aún eran muy jóvenes para todo aquello, pero ambos sabían que cuando tuvieran que abandonar el nido materno y paterno, respectivamente, construirían uno propio, uno donde solo estuvieran ellos dos solos.
—Te quiero, Videl…
—Y yo a ti, Gohan.
Era una experiencia casi religiosa, la manera en que las curvas de ambos se encontraban, la forma en como se entallan, se amoldan, eran la perfección encarnada. Una forma ideal, del modo en que no se sabía dónde empezaba uno y dónde terminaba el otro, una coincidencia curiosa tal como el cóncavo y convexo.
Aquello era un sueño, casi irreal. Gohan entraba y salía de ella casi con frenesí, disfrutando de aquel cálido contacto que lo envolvía, que lo enloquecía. Ese mismo que lo llevaba al cielo y lograba tocarlo con las manos, para después regresarlo a la tierra solo para poder seguir disfrutando de su bella mujer.
Videl lo besó donde pudo, posando sus manos en los anchos hombros masculinos, recargándose en ellos, para dejar al hombre encima suyo enterrarse dentro de ella y luego volver a salir. Cada estocada era sentir el paraíso mismo, cada beso suyo era beber el elixir de la vida o como probar la miel prohibida. Aquellos labios carnosos la incitaban a morderlo, a hacerlo suyo. A impregnarlo solo con su esencia.
Cuando Gohan escuchó a Videl más y más fuerte, supo que ella ya no iba a soportarlo más. La atrajo a él una vez más en un abrazo dulce, reconfortante y protector, dejándose ir dentro suyo, culminando de la manera más dulce y tierna posible.
No iba a permitir que la alejaran de él. No quería experimentar de nuevo ese miedo que sintió. Era suya. La adoraba y respetaba como nunca. Juró en sus adentros que iba a cuidarla por el resto de sus días. Y verla entre sus brazos, acurrucada, con su pecho subiendo y bajando por el cansancio, solo motivó sus pensamientos.
Porque la amaba.
Y él también lo sabía.
—Gohan… quédate a dormir esta noche, por favor.
—No puedo decirte que no… mi preciosa Videl.
No se lo dijo, pero algo le aseguraba que no se iba a quedar a dormir solo esa noche. No. Aún le quedaba mucha vida por delante, e iba a vivirla con ella. La iba a compartir con ella. Aseguraba no era solo un mero capricho adolescente.
La acunó en sus brazos, anhelando volver a amarla así el resto de sus días.
Fin.
Notas de la autora:
Hacía mucho tiempo quería escribir algo de este tipo, y agradezco a la página Fanfics de Gohan y Videl en Español por dar el empujón final. Este tema me gusta mucho para ellos, es para explorarlos en otra faceta que, si bien esta vez fue más complicado gracias a tareas que salieron de la nada, es realmente maravilloso describirla, sin palabras soeces, simplemente es llevarlo a algo poético, lleno de amor.
Muchas gracias por leer. Ya saben, comentarios, sugerencias y tomatazos son bien recibidos.
Un saludo y nos leemos pronto.
~The girl sugarfree~
