Aclaraciones: Historia ambientada en el Periodo Edo (1666 – 1868). Recuerden que los conceptos sociales de la edad distan mucho de la actualidad. Contenido sensible.


Corromper la inocencia

Primer encuentro I

Los gritos de pánico era una dulce melodía con la que teñir la noche. Un oído fino como el suyo podía diferenciar su proveniencia con facilidad. Años de fuego y muerte pulían las destrezas de un mercenario.

Sus ojos refulgieron con el crepitar del fuego. El ambiente empezó a caldearse. Podía intuir cada paso de sus hombres dentro de aquella gran estructura. La casa de cortesanas fue sin lugar a dudas un tropiezo perfecto. Hambrientos y sedientos los bandidos deseaban algo más que un refugio, querían saciar sus apetitos. Asintió cuando pidieron tomar el lugar.

― Limítense a matar solo a los hombres ― les ordenó, seguían después de todo en el territorio neutral, no podían causar el suficiente alboroto como para llamar la atención. Cuando partieran a territorio enemigo, sus ansias de sangre si no tendría freno, podrían aniquilar con todo.

Se quedó en la retaguardia, dejando que los mercenarios hicieran lo que les apeteciera para conquistar y arrasar. Sus órdenes habían sido claras, no debía preocuparse. Todos le tenían un terror reverencial. Le temían. La reputación de su grupo era conocida por todos. Mercenarios.

Tanto sus hombres como sus adversarios creían que estaba maldito. Su cabello era blanco desde el día que nació y su frente lucía un lunar de medialuna, que todos señalaban como el símbolo de la muerte misma.

Se había convertido en eso mismo. En la muerte. Si los demonios existieran, él sería el más poderoso. Un daiyokai. Sonrió jactancioso.

― Jaken.

El escuálido hombre a su lado lo miro con aquellos grandes ojos saltones. Era un viejo inútil en la batalla, pero un vasallo devoto. Siempre se necesitaba piezas para servir.

― Asegúrate que dispongan de una habitación ―mandó con frialdad, el hombrecillo se apresuró a obedecer ―Jaken, también una mujer ―lo último fue una idea repentina.

―Sí, señor Sesshomaru.

Se quedó solo en la inmensidad de aquel bosque escuchando los gritos, el entrechocar de las espadas y luego la algarabía de la conquista. Fue rápido, completamente esperado para una casa dedicada al placer.

Cuando se dignó a entrar el bullicio era sosegado. Detalló el rostro de decenas de mujeres que lo miraban a su paso, mostraban el manto de la resignación. Eran después de todo orian de alta clase, mujeres de la carne y nada más. Como ellos eran hombres de guerra y muerte. Cada quien representaba su papel.

― Señor le hemos traído a la más bella ―se dirigió hacia él un soldado raso. Los de más alto rango ya estarían saboreando el goce del asalto.

Observó a la presa evaluador. Era una mujer hermosa. La piel era blanca, cremosa, sus labios carnosos tenían un mohín desdeñoso, el cabello negro azabache estaba desarreglado, era evidente que el jaleo para arrastrarla hasta él había arruinado su cuidadoso peinado.

Su subordinado la mantenía sujeta por la espalda con fuerza, aunque ella no se debatió en ningún momento, no dejaba de mantener sus brazos atados. Obtenía placer por someterla, fue evidente, una de las razones más placenteras de ser un mercenario. Tomar lo que deseaban sin pedir permiso. Por la fuerza. Él lo era simplemente por la satisfacción de matar. Pero los placeres de la carne, no podían ser suprimidos siempre.

Desenvaino su espada, ocasionando un temblor de pánico en la mujer, se inflamó. El temor solía ser un potenciador de sus apetitos. Pudo ver como su subordinado se relamía la boca hambriento, estaba excitado.

Deslizó entonces el filo por el kimono, destrozando la seda con facilidad. Los pesados ropajes cedieron, dejando a la vista unos pechos grandes y rosados. La mujer temblaba atemorizada. Tuvo el impulso de ver algo más de color, dejando que el filo rasguñara levente la piel marfileña, una perezosa gota de sangre recorrió desde su pecho hasta desaparecer entre sus piernas.

Observo como el hombre se restregó contra el trasero de la mujer. La quería poseer también. Tal vez después de disfrutarla, se la cedería. Si es que quedaba algo de ella luego de pasar por sus manos.

Le acarició los pechos, eran suaves con pezones oscuros que el pellizco con saña, escuchando sus gritos entremezclados de placer y dolor. Se estaba excitando, podía ver como los ojos rojizos se tornaban vidriosos y su lengua repasaba sus labios. Sonrió burlón, que fácil.

Iba a tomarla, cuando escucho los gritos. Se detuvo y giro el rostro a la procedencia de aquel angustiante sonido. Se alejó de su presa y camino por aquel recinto buscando la procedencia.

Fue fácil de hallar. Una niña. Gritaba desesperada con el rostro rojo y las lágrimas inundando sus ojos. Se detuvo sorprendido. Estaba casi desnuda. Su pequeño pecho era el de un capullo que no había terminado de madurar. Su apresador le tenía dos dedos metidos en la boca. Era fácil ver el daño que le hacía. Para evitar que lo mordiera se dejó los guantes, por lo que era cuero endureció lo que retenía sus labios abiertos. La saliva corría por su boca.

Al divisarlo Mukotsu se detuvo. Y la niña lo miro suplicante, extendió los brazos pidiendo ayuda. Casi se burló por su ingenuidad ¿Por qué creía que él la ayudaría?

―Es una niña― acotó con frialdad.

― Es perfecta ― chilló el hombre lascivo. Se giró dispuesto a retirarse, no tenía interés en detener las perversiones de sus mercenarios.

Sin embargo al ver sus intenciones de marcharse, la niña grito con aun más fuerza, lo miro tan llena de terror, que detuvo su andar. Tan joven. Lo conmovió. Un instinto de protección lo lleno de súbito.

―Detente.

―Señor es mía. La tome para mí. Dijo que podíamos tomar lo que quisiéramos ―rebatió apretándola más fuerte, enterrando sus dedos más profundo. ―La hare mi esposa por esta noche.

― Búscate otra, me quedare con ella.

El hombre lo miro con rencor, no quería entregarla. Noto sus intenciones al instante. Había deslizado una mano para sacar su veneno. La iba a matar antes de acceder a entregársela. Sin embargo él era Sesshomaru, y no por falta de méritos había llegado a ser el líder de aquel grupo de asesinos a sueldo.

Con agilidad libero a la pequeña y deslizó su espada desde el cuello hasta el pecho de Mukotsu. Segando su vida en una sola estocada. La sangre salpico su kimono y empapo a la niña.

Se alejó molesto. Detestaba manchar su ropa. La pequeña se abalanzo hacia él aprisionado la manga de su kimono. Lo vio con ojos de agradecimiento, con total adoración, como quien observa a una deidad. Sus manos ensangrentadas habían dejado huella en su ropa, pero no le importó.

― ¿Cuál es tu nombre? ― preguntó con curiosidad. La jovencita bajo la vista apenada y negó con la cabeza. Entrecerró los ojos molestos por su desobediencia.

―Te he hecho una pregunta.

La niña lo miro con vergüenza. Sus labios se movieron pero no emito más que ronco sonido. Hizo señas con sus manos hasta su garanta y luego negó.

― ¿No puedes hablar? ― lo miro con pena y asintió.

Varios de sus hombres observaron lo ocurrido con asombro. Aquello era toda una escena para contar. Sesshomaru salvando una chiquilla.

― ¿Dejaron vivo algún vasallo? ―preguntó a nadie en particular.

―Sí señor.

― Hagan que venga.

La jovencita se mantuvo a su lado temblando. Apretando su kimono con fuerza, como si temiera que alguien intentaría arrebatárselo. Su fragilidad le preocupada. Un ser tan indefenso, necesitaba quien lo resguardara para sobrevivir.

Alejo esos pensamientos al ver la figura renqueante de una anciana. Vestía los kimonos humildes de la servidumbre.

― ¿Cuál es su nombre? ―interrogó señalando a la joven.

― Se llama Rin, señor.

― Báñala y alístala. La quiero en mi habitación.

La mujer se veía claramente contrariada por la orden, pero fue incapaz de emitir una palabra en contra. Sujetó a Rin y se la llevó. La niña no dejo de mirarlo con aquello grandes ojos oscuros antes de perderse por los corredores.

― Quítenle la armadura y todo lo que lleve de valor a Mukotsu y lancen el cadáver afuera, la carroña se hará cargo de él.

No esperó respuesta. Caminó por los pasillos en silencio. Escuchando la risa ensordecedora de los borrachos, los gemidos y gruñidos de placer. Para muchos todo iba bien encaminado.

Subió las escaleras, hasta llegar al piso más alto buscando el silencio. El ruido allí era escaso. Podía disfrutar de la vista completa del pueblo cruzando la rivera y la luna reluciente de fondo.

Se quitó la pesada armadura y se descalzó. Sus espadas las dejo a su lado, listo para cualquier imprevisto. Y esperó por su joven acompañante.

Estaba aún sorprendido de haberla salvado. No sabía que quedara dentro de él vestigios de humanidad.

La niña muda que pudo escuchar.

El toque fuerte la puerta lo sacó de sus pensamientos.

―Pasa.

Esperaba ver a Rin, en cambio se encontró con la mujer del principio. Se había ataviado nuevamente, dejando que el borde del traje resbalara por su hombro. Lo veía con los ojos chispeantes de lujuria.

― Me informaron que estaba aquí ― hablo con altivez.

― ¿Qué quieres?

― Complacerlo mi señor. ―respondió seductora, soltando el obi de su kimono tentadora.

― ¿Cuál es tu nombre?

―Kagura, mi señor.

― ¿Quieres morir esta noche Kagura? ― la mujer retrocedió atemorizada.

―No. Solo deseo hacer sus fantasías realidad…

―Regresa entonces por dónde has venido y asegúrate que me traigan lo que pedí. O hare que quemen este lugar hasta los cimientos y tu estarás en el centro.

― Rin es solo una kamuro, una simple aprendiz. No logrará complacer…― se calló al ver su mirada amenazante.

Se cansó de tanta palabrería, levantándose en toda su estatura, resultaba intimidante aunque no visitera su armadura. Escuchó con cierta satisfacción como la mujer tragó saliva y salió apresurada. Podía oler su miedo y el rencor. No esperaba ser rechazada.

Paso poco tiempo hasta que nuevos toques sonaron en el fusuma. Esta vez eran tímidos. Se levantó para descorrer el mismo el shooji.

Rin se mantenía de rodillas, mirando al suelo. La habían bañado, podía oler su perfume de lavanda. Su cabello hábilmente peinado y decorado con una peineta de flores. Lucía un kimono negro con brocado vibrante que contrastaba con el suyo blanco manchado en sangre.

Cuando alzo su pequeño rostro, notó que habían hecho más que eso. Estaba maquillada con una espesa capa blanca que ocultaba las heridas de Mukotsu. Sus labios pintados de carmín. Con todo aquello, se veía más como una mujer. No le gustó, ocultaba a la jovencita que habida salvado.

―Rin, trae una vasija con agua.

La muchacha hizo una venia antes de apresurarse a obedecerlo.

Regreso pronto con el agua, se movía con gracilidad, el contenido casi no se movía gracias a su destreza. Resultaba encantadora. Dejo que se arrodillara frente a él, deshaciéndose el nudo del obi. Rin lo miraba con inocente curiosidad.

Sumergió la tela en el agua hasta empaparla completamente. Con cuidado sujeto el rostro de la jovencita y comenzó a limpiarle el maquillaje. Se veía claramente sorprendida.

Retiro todo vestigio del polvo blanco y por ultimó delineo sus labios hasta retirar el pequeño capullo de rojo que le pintaron. Su piel era más agradable ahora. Y la extraña sensación de ternura regreso al ver el rostro perfecto de la joven.

Delineo con cuidado las marcas enrojecidas de sus labios y su mejilla, donde las agresiones de Mukotsu habían dejado huella. También sus ojos cristalinos, señal de cientos de lágrimas derramadas.

― ¿Te duele?

Rin negó con valentía. Quería lucir fuerte. Asintió complacido. Era una jovencita preciosa. Aprobó el buen gusto del fallecido soldado. Vio una joya entre cientos de guijarros comunes.

― ¿Cuántos años tienes? ― se sorprendió preguntando, no era dado a conversar, pero deseaba saber más de la pequeña. La joven estiro ambas manos en respuesta.

― ¿Diez?

Negó. Y agrego cinco más.

― ¿Quince?

Asintió. Se sorprendió. No esperaba que fuera ya una joven casadera. Aunque viviendo en aquel lugar no se casaría con nadie. Lo más que podía aspirar era conseguir un noble que la hiciera su amante y la mantuviera. Hasta que la juventud se le escapara de las manos y quedará relegada a la soledad como un marchito durazno.

― ¿Has sangrado?

Se ruborizó. Se sonrió complacido cuando asintió. Podía tomarla, no era una niña, por más que su figura pequeña pudiera dar a pensar. Eran sus ojos los que desbordan inocencia.

―Sírveme sake Rin.

Con diligencia se dirigió hasta la botella y sirvió la pequeña copa con maestría. La estaban instruyendo apropiadamente en el arte de ser una cortesana.

Pronto la venderían.

Bebió en silenció, y tendió el brazo para que se lo llenará nuevamente.

Esta vez no lo probó si no que se lo entregó a ella.

―Bebe – pudo ver la renuencia en sus ojos de obedecer, pero se abstuvo y tomo el licor en pequeños sorbos hasta acabar. Asintió complacido.

Pasaron mucho tiempo así, hasta terminar la botella completa. Podía ver como el alcohol había ruborizado las mejillas de la muchacha. No notó temor en ella. Lo veía con deleite. Se preguntó si estaría seducida por su persona o solo era admiración.

― ¿Sabes bailar? ― Rin asintió en respuesta. Le agradaba su silenció. Sus pequeños gestos lograban transmitir más que las palabras. Desbordaba sinceridad.

― Busca a alguien que toque, quiero que bailes para mí.

Desapareció con prontitud. Tan dispuesta a obedecerle. Se quedó sentado esperando, mirando el tembloroso brillo de las velas y escuchando el crujir de la madera.

Cuando regreso, estaba acompañada de una anciana cargando un shamisen. La vieja acostumbrada a ser requería sin muchas explicaciones, se arrodillo en una esquina y empezó a tocar.

Rin bailo con pasos fluidos, apoyándose en un abanico que extendió como parte de su propio cuerpo. Fluía como un arroyo en primavera. Las magas de su kimono revelaban trozos de piel con discreción, seduciéndolo.

Rin bailo y bailo, podía ver la fatiga en sus hombros y el sudor que corría por su cuello. Estaba agotada, pero no se detuvo. Tuvo la firmeza en creer que Rin bailaría toda la noche hasta que los pies le sangraran solo por complacerle.

Ya había deducido que esa era su forma de agradecerle por salvarla. Ingenua, si no fuera por él, sus mercenarios jamás la habrían tocado. Él fue quien llevo a la jauría hasta su puerta y le agradecía por salvarla de las ultimas dentelladas.

―Basta. – ordenó al verla temblar en los pasos. Miró a la anciana con frialdad, una señal silenciosa para que se retirará.

Le hizo señas a Rin para que se sentará a su lado. Estaba acalorada y jadeante. Respiraba con pesadez, tratando de normalizar su pulso. El kimono la sofocaba.

― Ven.

Deslizó sus manos por su kimono. Un brillo de temor refulgió en sus ojos al sentirlo sujetando su obi. Estaba tensa, intuyendo lo que iba a ocurrir. La levanto y aunque su mirada se revelaba, su cuerpo fue disciplinado. Se mantuvo en pie, mientras su espíritu buscaba como huir.

La giro varias veces, detallando su fino talle. La dejo brumosa y confusa. Dócil. Hasta que decidió empezar a desanudar el gran obi. Sus manos fueron agiles al desentrañar las telas, con cada capa la dejaba más expuesta. Aprovecho para acariciar la piel sudorosa. Estaba ruborizada.

No termino de desvestirla. La dejo tan solo con el fino yukata blanco, que le permitía percibir cada pequeña parte de su cuerpo. Sus pechos cimbreantes y el camino que se deslizaba entre sus delgadas piernas.

Sería sencillo tomarla, desnudarla y devorar su carne virginal. Destrozar su inocencia en arremetidas llenas de ferocidad. Se excitó con solo pensarlo. Lamer las lágrimas que derramaría ante el dolor y saborear las mieles cuando descubriera el goce.

¿Gemiría? La había escuchado gritar, seguro podría emitir los roncos gemidos del placer.

Se relamió como una bestia ante un plato apetecible. Si. La tomaría.

―Rin. ― la aludida lo miro con ojos de siervo, listos para ser abatidos.

La atrajo hasta su regazo, era tan ligera que casi no sentía su peso. Temblaba tanto. Acarició sus brazos, pero solo se tensó más. Era una cuerda, lista para entonar la nota más alta.

Le beso el cuello sintiéndola respingar. Su carne era salada después de haber bailado para él. Lamió su oreja recreándose en sus estremecimientos. Disgustó el camino de su cuello, inundado de su fragancia entremezclada con el olor a lavanda.

Sus manos perfilaron su clavícula y se deslizaron hasta tomar sus pechos. Existía un deleite mayor en acariciar una piel virginal. Arrastrar la pureza, quería verla gemir en éxtasis y saberse conquistador de ella.

Sus pequeños capullos se tensaron bajo las caricias de sus manos, los estrujo hasta dejarlos sensibles y erectos. Rin gemía y se retorcía entre sus brazos. Aumentando su propio placer que latía querido liberarse en grumos dentro de sus más profundos recovecos.

Perfilo el camino hasta sus piernas, abriéndolas, quería descubrir sus secretos. Ansiaba saber si estaba húmeda y preparada. Sería paciente con ella…

―Señor Sesshomaru. – la voz chillona de Jaken se deslizó molesta y completamente inoportuna ―Los hombres están listos para partir como usted lo ordenó.

El alba había llegado. La hora de marcharse.

Se levantó con reticencia del tatami, haciendo a un lado a la jovencita. Rin mantuvo el rostro oculto tras su cabello, respiraba agitada. Se dirigió a su armadura, que vistió con destreza. Por ultimo tomó las espadas en su cinto.

Se imaginó llevándola con él. Como su protegida. La pureza entre la corrupción. Ella representaría la luz antes de la muerte. Era una imagen seductora. Aunque nada saldría si la llevaba con él. Una niña no debía estar en medio de la sangre.

―Regresaré y te haré mía.

Los ojos de Rin se abrieron desmesurados, claramente sorprendida por la afirmación y el delicioso rubor coloreo sus pálidas mejillas.

―Se-sshomaru... –susurró con voz enronquecida. Se sorprendió. Fingía que no hablaba para protegerse intuyó. Se preguntó que más secretos tendría. Lo averiguaría, la próxima vez regresaría a descubrirlo.

Antes de partir la sujeto por el rostro y la beso hasta robarle el aliento. Adentro su lengua batiéndose con la de ella. La corrompió hasta hacerla gemir. El brillo del deseo fulguró en su mirada. Ya era suya.

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Continuara.

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Evelis

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Términos:

*Oiran : cortesanas de alto rango en Japón. Instruidas para entretener y dar placer sexual. Estas mujeres eran conocidas como "destructoras de castillos" *Kesei debido a su belleza mítica, que podría destruir un hombre fácilmente como cualquier ejército.

* kamuro: aprendiz de oiran, era niñas vendidas por sus padres o hijas de oiran, para tras varios años de instrucción trabajar como yuujo.