*Los personajes de Hey Arnold no me pertenecen**

N/A: los eventos narrados no siguen la línea original de la historia.

SALIENDO DEL CINE

-¿Cómo? – pregunto, pues no escuché absolutamente nada de lo que esos bellos labios pronunciaron. - ¡Auch! – suelto ante el dolor en mi cabeza, me pegó un buen zape.

No lo entiende, es por ella que no presto atención, me embelesa con el delicioso y dulce aroma a jazmín que emana de su cuerpo, hechizado por su encantadora mirada zarca tan llena de vida y alegre, absorto en los destellos que el sol arrebata de su blonda y sedosa cabellera, fascinado por el níveo color de su tersa y preciosa piel, obnubilado ante el deseo de acariciar y detallar su rostro con mis labios, cautivado por la sonrisa que esboza mientras habla, encandilado por el brillo sus labios cadenciosos, en éxtasis ante el sonido de su risa, arrobado por el deseo incontenible de expresarle mis sentimientos con miradas, palabras y besos, admirado a causa de los pensamientos que provoca en mí su sola presencia. Prendado, absoluta e irrevocablemente, de ella.

Ajena al poder que confiere en esta pobre y condenada alma, repite su pregunta aunque con un poco de molestia pues la paciencia no es su fuerte.

-Que si te gustó la película, Geraldo- gira su rostro hacia mi. ¡Ay por Dios, me está mirando! ¿Qué aspecto tendré que me observa como si de un bicho raro se tratase? Debo recomponerme de inmediato. - ¿Qué te pasa, idiota? – inquiere seria y algo confundida.

No puedo salir de mi estupor, está tan bella con ese vestido claro y vaporoso, bendito verano que ha llegado. Sus hombros blancos, su brazos y piernas torneadas, toda ella bien formada y justo frente a mí… ¿Qué se supone que haga? Cada vez es más difícil seguir siendo su amigo. Carraspeando deshago el nudo que se formó en mi garganta, trago antes de hablar.

-Nada, tengo algunos pendientes que resolver en la oficina, por eso me parece que estoy un poco abstraído, consternado, distraído…

- ¡Enajenado, concentrado, contrito, LOTERÍA! – grita a la vez que levanta los brazos en señal de victoria, y suelta una carcajada fresca que resuena en mi corazón encendiendo la brasa sobre la que reposa el amor que le profeso, como solamente ella puede lograrlo. No puedo evitar reír ante su ocurrencia. Es una tontería lo sé, ¿a quién podría causarle gracias, por Dios? Pero yo me río con fuerza.

- ¡Zoquete! – le digo limpiando una lagrimita que se formó en la comisura de mi ojo derecho – eres increíble – creo que la sonrisa que se forma en mi cara la abarca por completo, me pregunto si algún día corresponderá a mis sentimientos – la película estuvo genial – decido cambiar de tema aunque la verdad es que en el centro de cada asunto y en mis pensamientos aleatorios siempre está ella – las de acción, con vehículos rápidos, sangre y humor son mis favoritas y lo sabes. Me la pasé genial – le guiño un ojo, como siempre esperando verme coqueto y no ridículo.

- También las disfruto mucho – contesta levemente sonrojada, después de aclarar su garganta. Una esperanza crece en mi interior ante la posibilidad de que su turbación se deba a mi – vamos por unas malteadas, ¿no?

- Ya no somos unos niños, Helga, ¿por qué no piensas en una cerveza, un trago o al menos un café? No llegué y sobrepasé la mayoría de edad para seguir bebiendo leche de sabor – contesto serio pero en realidad también quiero una malteada. Espero que insista.

- Un trago, ¿eh? – parce pensarlo, golpetea su mentón con el índice sopesando la propuesta – sí, me apetece pero mejor vamos a mi depa o al tuyo, odio los lugares concurridos. Prefiero la tranquilidad del hogar.

-Vamos, mi casa está más cerca y yo sí tengo licores no como cierta pelos de escoba que sólo compra jugos y leches.

- Oye, son buenas para la salud. Me preocupa que tu refri sólo contenga cerveza.

- ¡Por favor! ¿Cómo voy a tener comida en él si lo primero que haces al llegar es atacarlo? – le sonrío, ella se pone como tomate seguramente por implicar que es un tragona pero no importa la razón, sus mejillas sonrosadas y la turbación en su mirada me provocan un vuelco al corazón, los aleteos de miles de mariposas remueven mi estómago. La tomo de la mano y una corriente eléctrica me recorre el cuerpo ante la acción, la calidez de su piel me inunda como siempre que la toco bajo algún pretexto. Por segunda vez en el día, un pensamiento irrumpe mi mente: no sé cuánto más soportaré ser su amigo. Su mano se amolda a la forma de la mía, que parece resguardarla por lo grande que es.

No puedo despegar la mirada de su coronilla, tiene la cabeza agachada supongo que observa nuestras manos, lentamente mira hacia arriba y esboza una auténtica y brillante sonrisa, mostrando toda su dentadura perfecta. Sus ojos refulgen divertidos.

-Vamos – repite – espero que tengas algo para comer también – ruedo los ojos, lo sabía. Tendré que comprar provisiones mañana pero no importa lo único que deseo es verla feliz.

-Como siempre, señorita, no se preocupe – enrollo su brazo con el mío para emprender el camino al estacionamiento, quizás podría haber sujetado su mano pero entonces no la tendría pegada a mi costado deleitándome con el calor que emana su cuerpo ni la sentiría recargarse cada tanto hacia mi.

Seguimos platicando, siempre tenemos algo que decir, estar con ella me resulta tan fácil como respirar e igual de necesario. Por fin llegamos al domicilio, ese minúsculo departamento que la ha visto entrar durante años , la recibe gustoso tal como su dueño.

Por la familiaridad con la que entra, corre al baño para luego ir a la cocineta y revisar el refrigerador, sacar lo que le viene en gana y engullir, pareciera que es ella quien vive ahí. No puedo evitarlo, otra vez sonrío como un idiota pensando en cómo me gustaría que así fuera, disfrutando la idea, jugueteando con la cuestión. No es la primera vez que lo pienso, por supuesto.

Saco una cerveza, limpio el borde y la abro, doy un trago mientras detallando su figura, inhalo para llenar con su aroma mi alma.

Recuerdo aquel día en el conocí a Helga. Fue en la universidad.

La vi recorrer el campus alegremente, enfundada en un short de mezclilla que le cubría hasta medio muslo y una playera negra holgada con la imagen de Dark Vader. El cabello corto, apenas rebasando la barbilla, portaba en su rostro un maquillaje ligero. Toda una visión. Quedé maravillado por su aspecto.

La urgente necesidad de saber su nombre me llevó a seguirla. Con algo de suerte seríamos compañeros, la alcancé después de correr unos metros.

-Hola, ¿conoces el campus? – fue lo único que se me ocurrió para hablarle sin parecer un loco- estoy buscando la facultad de ingeniería – agregué. Ella no pareció molesta por mi intrépido acercamiento.

-No sé dónde es, pero averigüemos juntos – y me sonrió, una bella sonrisa que me llegó al alma.

A partir de ese día no pude apartarla de mi mente, no fue mi compañera jamás pues su interés académico era la administración lo que nos alejaba incluso físicamente porque mi facultad y la suya estaban una en cada límite del campus. Sin embargo siempre encontramos la forma de vernos, de conocernos y seguir siendo amigos. Ignoro la razón por la cual me dejó entrar a su vida pero agradezco al universo la oportunidad que me dio de conocerla porque es la persona más cálida, carismática e inteligente que he tenido la dicha de tratar.

No puedo establecer en qué momento, durante todos estos años de amistad, la atracción que desde el principio me causó se convirtió en amor pero sí estoy absolutamente seguro de que cada día que pasa la amo un poco más.