Los amigos también pueden romperte el corazón
Por Nochedeinvierno13
Disclaimer: Todo el universo de Canción de Hielo y Fuego es propiedad de George R. R. Martin.
Esta historia participa en el Reto #104: "Celebrando los 100.000 post" del Foro "Alas Negras, Palabras Negras".
Propuesta: Oberyn Martell deja tullido a Willas Tyrell en su primer torneo. Él sabe que no es culpa de la Víbora Roja, se envían cartas, hasta que se convierte en algo más.
III
Pétalos envenenados
El halcón pardo vuela sobre su cabeza mientras cabalga de regreso a Altojardín.
En el camino descubre que el animal es tan disciplinado como le asegura Oberyn Martell. Vuela libre pero siempre regresa a posarse en su brazo. «Me gustaría poder volar e ir a cualquier parte —piensa pero está tullido, anclado al suelo—. Lo llamaré Garth, en honor al antiguo rey del Dominio.»
Sabe que está llegando a Altojardín no por la silueta dibujada sobre la colina sino por el aroma dulzón de las flores impregnando el aire.
Al llegar, se halla con la ausencia de Colette Fossoway y la mirada severa de su abuela.
—No la volveréis a ver nunca más —espeta cuando se lo pregunta—. Quiso seducir a vuestro hermano, aprovechándose del viaje y de la inocencia de Leonette. La devolví a su casa antes que vuelve a intentarlo. Garlan se casará con Leonette, la pobrecita no tiene la culpa de la poca moral de su sangre. A vos os conseguiré un partido mejor, en vista de que el inútil de vuestro señor padre no puede hacerlo.
La disolución del compromiso matrimonial desata el nudo que tiene en la garganta, pero sabe que el alivio es momentáneo. «Si no es Colette Fossoway, será otra. Y también saldrá decepcionada.» Pero confía más en el buen criterio de su abuela que de su progenitor.
Un nuevo torneo se anuncia en Desembarco del Rey para el celebrar el día de nombre del príncipe heredero. Su padre se muestra tan animado con la posibilidad de que Garlan vuelva a justar que Willas siente el estómago revuelto. Declina la invitación forzada a acompañarlos, aún más sabiendo que el príncipe de Dorne no va a asistir a él.
De modo que, cuando parten a la capital, se queda en compañía de Margaery y su abuela.
—Esta noche cenaremos comida de verdad, no ese meado de guisantes que tanto le gusta a vuestra madre. Y Mantecas nos divertirá, tengo ganas de echar unas risas. Y espero que vosotros también.
A veces tiene la impresión que Mantecas, el bufón, divierte más a su señora abuela que a su hermana. «Quizás le recuerda al abuelo Luthor. Tienen la misma nariz», le dice una vez su hermana. Pero es demasiado pequeña como para acordarse de la nariz de su abuelo, o del amor de Olenna por él.
Cenan venado rebosado en setas y nueces, pan negro con tiras de panceta y calabazas rellenas mientras el bufón canta una versión aún más soez de «La mujer del dorniense.» A Willas no le parece una canción adecuada para la edad de su hermana, pero su abuela se ríe con cada nueva estrofa.
Mantecas saca un conejo del sombrero, blanco y esponjoso, y Margaery y él van a buscarlo.
—¿Habéis ido a ver a Lord Manwoody? —Willas asiente con la cabeza, sin comprender del todo la pregunta—. Envíe un cuervo a Sepulcro del Rey, pero allí nunca llegasteis.
Se atraganta con una rebanada de pan. Los nervios le nacen en las manos y le cosquillean en la piel.
—Tenéis razón, no estaba en Sepulcro del Rey.
—No necesito saber dónde estabais porque ya sé con quién estabais. ¿Desde cuándo…? —pregunta, cierra los ojos con furia y deja caer el puño blando sobre la mesa—. ¿Desde cuándo sois el amante de Oberyn Martell? —No lo deja responder—. No lo neguéis, eso sería subestimar mi inteligencia. He unido cabos, Willas. Las cartas que tan receloso recibes y respondes, el viaje solo y de improvisto, la respuesta de Lord Manwoody. Si os ordenará que os desnudarais, estoy segura que os encontraría marcas sobre la piel.
Oberyn Martell no lo muerde una vez sino tantas veces que pierde la cuenta. Sus dientes cerrándose alrededor de su juvenil piel es la sensación más deliciosa jamás experimentada. La piel le arde al otro día, pero solo le recuerda el placer compartido. Se lleva una mano a la nuca, esparciendo los rizos cobrizos para ocultar la mordida de ahí.
—Somos buenos amigos, abuela. Si os decía que iba a ir a verlo, no me hubieras dejado.
—Vosotros los jóvenes llamáis amistad a compartir el lecho. —Rueda los ojos, hastiada—. Oberyn Martell, príncipe de Dorne, apodado la Víbora Roja. De todos los hombres en los que podías fijaros, ¿por qué él? Os dejó tullido en vuestro primer torneo.
—Ya os he dicho que no fue su culpa.
—Si yo arrojará una piedra por la ventana y le cae a un mozo de cuadra sobre la cabeza, ¿sería mi culpa o suya por ir despreocupado, sin advertir que una piedra puede caerle encima y matarlo? —Willas abre la boca para responder, pero lo interrumpe—. Fue por su lanza que os caísteis del caballo. ¿Sabéis por qué lo llaman la Víbora Roja?
—Por los venenos.
—Cuando Oberyn Martell tenía solamente dieciséis años, fue encontrado en el lecho con la amante de Edgar Yronwood. Para saldar la deuda con su honor, Lord Yronwood lo retó a un duelo. Dada la juventud del príncipe y su noble linaje, pelearon hasta la primera sangre. Los dos recibieron heridas; las de Oberyn Martell se curaron, pero no las de Edgar Yronwood. Se le infectaron y murió antes de la siguiente luna. Lo empezaron a llamar la Víbora Roja por pelear con una hoja envenenada.
—¿A dónde queréis llegar? Ya conozco su naturaleza intempestiva y su lengua viperina.
Se arrepiente enseguida de sus palabras.
—No me cabe duda que ya conocéis su lengua viperina, y también la serpiente que lleva entre las piernas. ¿En dónde os visteis? Ir hasta Lanza del Sol os habría llevado más tiempo.
—En la casa de una de sus hijas.
Su abuela se ríe, entre divertida y enfadada. Cuando termina, está agitada pero dispuesta a seguir la conversación.
—¿Eso os dijo y le creísteis? ¿Habéis visto a la chica si quiera? —Willas no responde—. No debéis ser el primero que lleva a esa casa. Su amante bastarda tiene su misma inmoralidad. No me sorprendería que fuerais una diversión más.
—¿Por qué me decís todo esto? ¿No veis que me hace daño?
—Si mis palabras os hacen daño, sufriréis aún más cuando la realidad os golpeé en la cara. Sois un muchacho gentil, amable, educado, dulce, que le contáis historia a vuestra hermana pequeña antes de dormir. ¿Pensáis que alguna vez ese hombre hizo eso con sus hijas bastardas? Las alejó de sus madres y las alimentó con su misma ponzoña. —Margaery y Mantecas vuelven al comedor con el conejo blanco entre los brazos, y su abuela sentencia—: Hasta los amigos pueden romperos el corazón, Willas. Y yo no juntaré vuestros pedazos cuando lo haga.
«No me engañéis, pusisteis Garth al halcón por Garth Manoverde. Dicen que de su semilla nacieron casi todas las casas nobles del Dominio. Y si me preguntáis, me parece que tiene más historia que ese aburrido rey Gardener.
Viajaré a las Ciudades Libres por unos meses pero volveré para el nuevo año. En la primera luna, en el mismo lugar. En tiempos de paz, los caminos no son peligrosos, no tendréis ningún problema para llegar.»
La luna se reflejado como un arco fijo y plateado sobre las aguas oscuras del río.
Willas Tyrell la contempla desde la ventana. El aire cálido de la noche le envuelve la piel como el beso de su amante. Más allá, sobre el lecho de plumas, Oberyn Martell duerme tendido sobre su costado.
«El sexo fue apremiante —piensa cuando un tirón en la espalda baja la recuerda el momento compartido—. Siempre es tan caliente, tan necesitado.» La forma en que su boca lo besa con avidez, sus manos recorriéndole el cuerpo, sus muslos contra los suyos, es un placer novedoso e hipnótico. «Me besa partes que ni sabía que podían ser besadas.» Y cuando está por deshacerse en sus brazos, fundirse en su piel, termina susurrando su nombre contra sus labios.
—¿En qué pensáis?
Willas se sobresalta cuando lo siente en su espalda.
—Sois sigiloso como una serpiente —responde. Oberyn le desliza la mano a lo largo de la columna vertebral. Luego, traza el mismo camino con la punta de su nariz hasta terminar en sus muslos—. No hagáis… eso.
—¿Por qué? Si os gusta.
Gime suavemente. La pierna buena le tiembla, tiene que apoyar las palmas de las manos contra la pared para no caerse.
Aquello es una provocación para terminar una vez más enredados en el lecho.
—¿En qué pensabais hace un rato? —vuelve a insistir.
—¿De verdad está es la casa de vuestra hija?
—¿Por qué os mentiría? —pregunta, incorporándose sobre el codo para verlo directamente—. Si lo decís por la decoración, Sarella tiene un gusto parecido al mío, rojo y anaranjado, los colores de los Martell.
«Pero es vuestra hija bastarda, no pertenece a la casa Martell —piensa pero no se atreve a decirlo. En Dorne, los bastardos están mejor conceptuado que en el resto de Poniente; y Oberyn Martell es un hombre excepcional, involucrado en la formación y aprendizaje de todas sus hijas—. Arena o Martell, qué más da.»
Oberyn se pone de pie, sin vergüenza por su cuerpo descubierto, y camina hacia la puerta. Antes de salir, se voltea y le sonríe.
—Me habéis despertado con vuestro fuego. Venid, vamos a seguirlo apagando en el baño.
«No debo dejar que las palabras de mi abuela me arruinen los escasos momentos que podemos pasar juntos.» Se pone de pie y lo sigue.
Willas siente que está sumergido en un profundo más de nuevas sensaciones, que las oleadas son de placer y de disfrute. No es un buen nadador, pues pocas son las veces que comparte su lecho, pero piensa que con práctica puede acostumbrarse.
También sabe que los instantes en aquella casa junto al río, al este en las Marcas de Dorne, son instantes robados, instantes que no le pertenecen, instantes que pueden esfumarse en cualquier instante. Él es el príncipe de Dorne, un hijo de las arenas; Willas, en cambio, es un nacido de entre las flores, heredero de su casa. Martell y Tyrell, pertenecen a dos familias que se enfrentan desde el principio de la conquista de Aegon.
Y aunque sabe que tiene mil y un motivos para no enviar más cartas, para no acudir más a los encuentros, no puede evitarlo. Las emociones están allí, en su piel.
—¿Volveréis a Lanza del Sol, príncipe?
—Me gusta más cuando me llamáis Oberyn. Pero eso solo lo hacéis cuando me tenéis dentro —dice con la voz cargada de significado—. Iré a los Jardines de Agua. A mi hermano le gusta ver caer las naranjas sanguinas y a los niños chapotear en los estanques, pero él es el verdadero líder. Además, no les agrado a los señores. Hasta en nuestra tierra hay quienes dicen que soy la prueba viviente de la bondad de los dioses porque, de haber nacido primogénito, las arenas temblarían bajo mi yugo.
—Pero no sois un tirano, ¿o sí?
—Me considero una persona justa —afirma—. Vos erais pequeño cuando ocurrió la Rebelión de Robert. Recuerdo que vuestra casa se mantuvo leal a la corona cuando la guerra estalló. Mi dulce hermana, Elia Martell, era la esposa de Rhaegar Targaryen y madre de sus dos hijos. Se encontraba en la capital cuando la invadieron. El Rey Loco tendría que haberla dejado partir hacia Lanza del Sol, allí estaría segura, y también sus hijos. —Aprieta el puño con fuerza—. Pero la retuvo a su lado para asegurarse nuestra lealtad. Le enviamos a la princesa de Dorne, nuestro mayor tesoro, y nos devolvieron huesos irreconocibles. Decidme Willas, ¿qué harías si matarán a vuestra hermana pequeña? ¿Cómo se llama?
—Margaery.
—Imaginaos que casáis a Margaery con un señor de tierras lejanas a Altojardín, pero os la devuelven muerta, envuelta en colores que no son los de vuestra casa y con tantas marcas de violencia que no sabéis si es vuestra hermana o cualquier desconocida.
—Mataría a los culpables de su muerte. Lo haría lentamente, para que pudieran sufrir tanto como ella y para que, en la hora de su muerte, recuerden su rostro y su nombre.
—Veis, no somos diferentes. La muerte de la sangre se responde con venganza, ni más ni menos. Pero mientras mi hermano sea el príncipe gobernante de Dorne, tan dócil, tan paciente, tan gotoso, jamás obtendré la venganza. —Una sombra oscura cruza su rostro cuando lo dice.
Dos días más permanecen en la casa junto al río, bebiendo vino de Dorne, compartiendo los besos y la piel. Oberyn no vuelve a mencionar a su hermana muerta en la guerra, Willas tampoco le pregunta por ella pero reflexiona que ese tema es un puñal en su corazón. Hasta el punto de llamar a su quinta hija bastarda como su adorada hermana.
Al tercer día, cuando está por partir hacia Altojardín, llega un cuervo de alas negras con palabras negras. La carta es para el príncipe de Dorne, quien la lee rápidamente y pronuncia cuatro palabras que le destrozan el corazón.
—Nació mi octava hija.
«Volvió con su amante y no me lo dijo. Otra hija más. La ama, la ama de verdad. Y yo no he sido más que un pasatiempo entre su pelea y la reconciliación», solloza con amargura en su interior. Siente los ojos humedecidos, pero se obliga a no derramar lágrimas. No en su presencia.
Se sube al caballo sin mirarlo una última vez.
—Os felicito, príncipe. Enviadle mis saludos a Ellaria.
«No me habéis vuelto a escribir desde que llegasteis a Altojardín. Ignoráis cada uno de los cuervos que os mando. Intuyo la razón por la que os habéis disgustado, pero no puedo enmendarlo. Nunca os juré fidelidad y tampoco pedí que os guardarais para mí. Sabíais que tenía una vida antes de vos y así os gusté.
Si os sirve de consuelo, no hay otro más que vos. Nuestra amistad es valiosa para mí, quiero conservarla. Escribidme cuando queráis.»
Lee la carta una y otra vez.
«No hay otro más que vos —repite en su mente, palabras de tinta que se le clavan en el alma—. Pero, ¿qué hay de vuestra amante? Ella siempre será más que yo. ¿Cómo pude ser tan ingenuo? —maldice de nuevo—. No me tendría que haber ilusionado. Siempre me ilusiono y siempre me lastiman.»
La arroja al fuego para que las llamas se lleven el pergamino y la tinta, al igual que hace con las cartas que le preceden. Garabatea respuestas que termina arrojando también a la chimenea, no encuentra las palabras para expresarse al respecto. Y, al final, no envía ninguna.
En los días que le siguen a su decepción amorosa, Willas Tyrell apenas sale de su habitación. Los criados le llevan la comida a su habitación, la dejan junto a la puerta y retiran la bandeja una vez que termina.
Margaery comienza a preocuparse por él, más cuando deja de ir a su habitación a contarle historias antes de dormir. Aparece a los pies de la cama, con los rizos cayéndole por la espalda y los ojos apagados.
—¿Qué os pasa, hermano? ¿Tenéis fiebre, os duele el estómago, la cabeza? Puedo llamar al maestre.
Ella se sienta a su lado.
—Los maestres no pueden tratar las enfermedades del corazón.
—Si se trata de un paro cardíaco, pueden intentar reviviros —dice para sacarle una sonrisa, pero no consigue esbozarla—. ¿Qué os hizo el príncipe-que-no-debe-ser-nombrado?
—No quiero hablar de ello, Mag. De verdad que no quiero. Te prometo que ya volveré ser el mismo. Te contaré nuevas historias para dormir, algunas que he creado yo mismo.
La pequeña le besa la frente con ternura y se retira de la habitación.
Su padre y Garlan, en cambio, parecen ajenos a su ausencia tanto física como mental. Willas lo prefiere así, sabe que, de hacer preguntas, pueden llegar a una verdad latente incómoda.
Y su abuela lo ignora de una forma que le termina doliendo. Cuando regresa a Altojardín, con el corazón en cada mano, piensa que ella le va a decir «te lo dije», pero nunca se lo dice. Y no sabe si eso le alivia o le agobia aún más.
—Abuela, ¿puedo pasar? —dice tocando la puerta de madera con los nudillos—. Soy Willas.
—Ya sé quién sois, muchacho —refunfuña al otro lado. Escucha los pasos cansinos. Abre la puerta con lentitud—. Estaba por irme a dormir. ¿Qué queréis?
—Deciros que teníais razón en lo que me dijisteis la otra vez. Siempre tuvisteis la razón.
Su abuela cambia la expresión.
—Entra. —Willas obedece—. ¿Qué sucedió?
—Ellaria, su amante, dio a luz a otra hija bastarda —revela—. Me mintió, abuela. Me dijo que estaban distanciados, que ella estaba en los Jardines del Agua con sus otras hijas y él en Lanza del Sol. Pero volvieron a estar juntos, le puso una hija en el vientre y no me lo dijo.
—Oberyn Martell es una víbora traicionera, no podéis confiar en él.
—¿Por qué me mintió? Es cierto que no me juró fidelidad pero pensé que…
—La Víbora Roja no guarda más fidelidad que a sí mismo. ¿Pensáiste que serías su nuevo y único amante? —pregunta sarcástica—. Por favor, Willas. No os puede llevar del brazo como a ella, por más linaje impuro que tenga.
—No pretendía… eso —responde con la voz ya quebrada—. En realidad, no sé qué pretendía. Estoy tan confundido, tan dolido, abuela. Nunca me sentí así, ni siquiera cuando me desperté con la pierna muerta.
No puede contener el llanto. Las lágrimas bajan por sus ojos. Se arrodilla junto al regazo de su abuela y llora como en la niñez. «No había llorado desde que Loras se fue a Bastión de Tormentas.» Y su abuela le pasa una mano rugosa por el cabello, deshaciendo los rizos, y tocando suavemente su frente. Es un gesto tan cariñoso viniendo de su parte que llora todavía más.
—Sois un niño de verano. La Víbora Roja fue vuestro primer enamoramiento, el primer hombre que os arrancó un suspiro, pero no será el único amor que tendréis esta primavera o en el verano que entra. Sanaréis ese corazón y volveréis a amar. —Le sube la barbilla para que la vea—. Encontraré una muchacha buena, gentil, hermosa, para que os enamore y tengáis hijos fuertes. Y cuando os caséis, veréis que lo que sentiste por la Víbora Roja fue solo un instante fugaz en este tiempo al que llamamos vida. —Lo ayuda a ponerse de pie y le limpia las lágrimas—. Al final, he faltado a mi palabra de no juntaros los pedazos del corazón. Tengo debilidad por vos, no voy a negároslo. Sois mi nieto favorito junto a Margaery. Ahora ve a tu habitación que Namia lleva tantos años suspirando por vos que ya me está gastando los oídos.
Namia, la niñera de su hermana, lo va a visitar casi a la brevedad. La chica se sonroja nada más verlo, como la primera vez que intenta llevarla a la cama y su actuación es deplorable. En esa ocasión, Willas la complace con la boca hasta que las piernas le tiemblan de placer. Y Namia vuelve en otras ocasiones, buscando ese placer tan novedoso para ella.
—¿Queréis que os complazca?
—Esta vez quiero complaceros a vos, mi señor —susurra aproximándose. Es delgada, de cintura fina, pero sus pechos le llenan las manos cuando la toca. Su boca es suave, dulce, no como la de Oberyn, firme y varonil, pero el sabor no le desagrada—. Como no podéis mover la pierna, yo podría montaros lentamente. Y si os gusta la sensación, puedo moverme más rápido.
—¿Y si os pido que os tendáis a mi lado y solamente me abracéis?
Namia le enseña sus dientes perlados y se tiende a su lado. Su cuerpo es cálido y lo puede rodear fácilmente con los brazos. No tarda en quedarse dormida, pero él no la acompaña. Se levanta en medio de la noche, escribe una carta y la envía con un cuervo a Lanza del Sol.
«Oberyn Martell jamás sabrá que me rompió el corazón. Ante sus ojos, seguiremos siendo buenos amigos.»
Nota de la autora: La propuesta nunca dice que Oberyn y Willas tengan que terminar juntos y felices, así que les di un final más realista. No podían terminar juntos siendo quienes son, siendo quien es la Víbora Roja.
Colette Fossoway y Namia son dos personajes originales, de los cuales me reservo su derecho a uso. Si les da curiosidad, Colette nunca se casa. Arruina la oportunidad de ser Señora de Altojardín y muere sola, sin descendencia. Namia también muere pero en circunstancias más gratas pero eso es otra historia.
