Disclaimer: Todos los personajes, escenarios y hechizos que reconozcan pertenecen a J.K. Rowling. El resto es producto de mi imaginación. Gracias a ella por crear este maravilloso mundo que tanto nos apasiona.

—1—. REENCUENTRO

Él la vio pasar mientras esperaba ser atendido en una de las salas de visitas del Ministerio de Asuntos Mágicos de Francia. Lo último que había escuchado de ella era que trabajaba en el Departamento de Regulación y Control de Criaturas Mágicas pero sabía que ese no era un departamento importante en ese país, así que se preguntó, qué estaría haciendo por ahí. Había sido tan solo unos pocos segundos, pero ya su imagen rondaba su cabeza con miles de preguntas.

Hacía cuatro años no la veía. De hecho, no había vuelto a ver a nadie del colegio pues la familia Malfoy había decidido cambiar su lugar de residencia a una de sus casas en Francia, con el objetivo de dejar atrás todo lo relacionado con la Segunda Guerra Mágica, pero sobre todo, para alejarse del desprecio que su apellido generaba en Gran Bretaña a raíz de su participación ¿o no participación? en la Batalla de Hogwarts. Si bien es cierto, luego de la guerra, Harry Potter había intercedido por él y su familia, algo que realmente odiaba, tener que deberle algo a su muy lejano primo político con quien al menos, gracias a Merlín, al menos no compartía parentesco de sangre, agradecía que ahora llevaba una muy tranquila vida, codeándose con los altos jerarcas del ministerio francés. Precisamente, esa mañana había sido llamado por nada más y nada menos que el propio ministro para tomarle opinión sobre algo relacionado probablemente con la nueva ley para la erradicación de viejas leyes, obsoletas ya, a favor de magos sangre pura. A pesar de todo lo que sus padres le habían metido en la cabeza desde que tenía uso de razón, hacía tiempo que pensaba que ser mago, no era un privilegio que tuviera que ver con el estatus de la sangre. Había conocido durante su estancia en el colegio, hijos de familias sangre pura que nunca habían sobresalido en nada, más que en tener un apellido relacionado con los Sagrados Veintiocho, entre ellos Crabbe y Goyle, y había conocido a hijos de muggles que ahora tenían puestos importantes en la política del mundo mágico, entre ellas, la mujer que acababa de ver pasar, Hermione Granger.

—Señor Malfoy —la asistente del ministro lo sacó de sus pensamientos—, lo están esperando en la Sala de Sesiones. Haga el favor de seguirme.

Draco Malfoy se levantó y con andar elegante y decidido siguió a la señora a través del pasillo hasta una puerta en el fondo. Ya había estado ahí muchas veces, conocía el camino, pero siempre debía seguirse todo un protocolo de seguridad, entre los que se encontraba, dejar su varita en una caja designada para ese fin cuando se reunía con el ministro, algo cómico en su caso, dada su experiencia en magia sin varita y no verbal. En todo caso, colocó la varita dentro de la caja, donde, por encima, logró apreciar unas seis varitas más. Eso significaba que en esa reunión no iban a ser sólo él y el ministro Belmont Tynaire, hecho que lo sorprendió.

Una vez que dejó la varita, empezó a quitarse lentamente los guantes negros de piel de dragón, cuando la única mujer en la sala llamó su atención por unos segundos. La saludó con una ligera inclinación de cabeza para luego dirigirse al ministro, un hombre que rondaba los 40 años, saludándolo con respeto pero con cierta familiaridad. Rápidamente fue presentado a los demás y el señor Tynaire prosiguió con la junta.

—Como les estaba informando, el señor Malfoy nos ha ayudado antes con…. —pero Hermione Granger ya no prestaba atención. Su sorpresa al encontrarse con su antiguo compañero de estudios la había desconcentrado completamente, sobre todo porque jamás hubiera imaginado que Draco Malfoy estuviera involucrado, o más bien, interesado en cambiar las leyes relacionadas con la pureza de la sangre mágica. Era algo que definitivamente, no concordaba ni con su familia ni con su pasado.

Después de tres horas de reunión, se hizo un receso para almorzar, dirigiéndose todos a un reconocido restaurante cerca del edificio del ministerio, donde Draco y Hermione no tuvieron oportunidad de dirigirse palabra alguna, y posteriormente, volvieron a la sala para terminar de finiquitar algunos aspectos sobre la ley que les competía, lo que les llevó casi hasta el atardecer.

Draco sentía la obligación de acercarse a su antigua compañera de estudios y fingió retrasarse unos minutos para luego hacerse el encontradizo con ella en el hall principal.

—Hola Granger, qué sorpresa verte por acá —saludó cuando estuvo a un metro de distancia, con una actitud despreocupada, como lo evidenciaban sus manos entre los bolsillos de la túnica.

—Malfoy, ¡sí, qué sorpresa! —sonrió—. Nunca hubiera imaginado que estos asuntos te interesaran. Cuando el ministro habló de su colaborador de más confianza, a la última persona que esperaba encontrarme era a ti.

—Pues ya ves… —respondió algo cohibido—, el mundo da muchas vueltas.

—¿Cómo están tus padres? —cambió de tema al notar un ligero rubor en las pálidas mejillas de su interlocutor pero intrigada con el hecho de que su único hijo estuviera a favor de la igualdad entre magos y muggles.

—No muy de acuerdo con lo que hago ahora pero, la verdad, no es algo que me afecte… —Hermione no pudo fingir asombro—, me refiero a lo que piensen —aclaró jugando nerviosamente con su anillo de la mano derecha—. Mi padre sigue siendo el mismo… madre ha cambiado un poco pero lo que importa es lo que pienso yo. Lo vivido sí dejó una profunda huella en mí… —su voz era casi un murmullo. Un incómodo silencio siguió a sus palabras pero rápidamente, recordando que ella debía regresar a Londres, preguntó—. ¿A qué hora está programado tu traslador?, no quiero atrasarte. Sólo quería saludar.

—Oh no, estoy en París desde anoche y programé quedarme unos días más. Hace tiempo no tengo vacaciones y Harry insistió en que aprovechara para darme un respiro. No tenía muchas ganas de seguir su consejo pero la verdad, me lo pensé mejor y decidí que sí quería descansar un poco, sobre todo porque he estado trabajando muy duro con esta nueva ley.

—Buena idea… tengo algunos años de vivir acá y la experiencia de disfrutar París es algo que definitivamente, debes hacer alguna vez en tu vida —otro incómodo silencio—. No sabía que estabas ahora en el Departamento de Seguridad Mágica, por lo que adivino, en un alto cargo. ¡Felicidades! Un gran avance. A este paso puedes llegar pronto al puesto de ministra —sonreía y ella se percató de que su sonrisa y palabras eran sinceras.

—Gracias, sí, tengo algunos meses ahí…

—Fue bueno verte... ¡Qué disfrutes tus vacaciones!

—Gracias, Malfoy —sonrió. Draco inclinó su cabeza a manera de despedida y buscando sus guantes en el bolsillo de su impecable y negra túnica, de dirigió lentamente hacia la salida. Hermione no pudo evitar seguir con la vista el recorrido del muchacho. Si le había sorprendido habérselo encontrado en la reunión con el Ministro Tynaire, más aún el que se hubiera acercado a hablarle y hasta felicitarla por sus logros profesionales. De verdad, ¿ese hombre era Draco Malfoy, su antiguo compañero de Hogwarts? —sacudió ligeramente la cabeza aún sin creerse lo que acababa de pasar.