Winter Dogs
Capítulo 1
Los personajes de Yugi-oh pertenecen a Kazuki Takahashi.
Avisos: Esta historia contiene BL (Boy's Love), slash o yaoi (male/male). Seto/Joey, Marik/Ryou.
Actualización: 24/nov/2016
La ladera de la montaña estaba cubierta con una espesa capa de nieve. La noche anterior había traído consigo la blanca carga. La siempre helada cordillera se extendía hasta donde alcanzaba la vista y al pie de ella, la enorme expansión del valle igualmente cubierto de blanco y verde, perenne vegetación desafiando las inclemencias del clima.
Justo al borde del valle, donde comenzaba a elevarse el terreno, un grupo de conejos pacía alegremente, ignorantes del peligro que los acechaba. La mirada dorada estaba clavada en cada uno de ellos, el blanco pelaje confundiéndose con la nieve lo hacía casi invisible. Se arrastró un poco más cerca y se quedó inmóvil, esperando pacientemente a que una de aquellas saltarinas bolas de pelo se acercara. Un paso, dos pasos, un brinco y un salto y el inocente animalito comenzó a acercarse.
El joven lobezno no pudo menos que relamerse el hocico al ver que el conejo se acercaba. Mientras el viento fuera favorable, su olor no llegaría al conejo y podría sorprenderlo sin hacer el menor esfuerzo por perseguirlo. Uno, dos… tres… Estaba a punto de saltar de su escondite cuando una explosión puso en alerta a todos los conejos, uno de ellos había pegado un brinco y había caído muerto al instante. El resto de los animales desapareció como por arte de magia.
—¡Mi conejo! —exclamó, quedando totalmente paralizado. Fue entonces que lo vio acercarse. Los oscuros cabellos castaños azotados por la brisa invernal y los ojos azules llenos de satisfacción al levantar el conejo del suelo. Un espeso abrigo de pieles blancas lo cubría, podría decirse que era casi tan buen camuflaje como el suyo a no ser por los pantalones oscuros.
—¡Mi conejo! —volvió a decir para sí mismo. El hombre estaba dándole la espalda, no lo había visto aún. Jounouchi temblaba del coraje, acababa de perder su desayuno y como el lobezno impaciente que era, se lanzó hacia el hombre sin pensar en las consecuencias. Sus pasos silenciosos sobre la nieve no lo delataron ni un segundo, ni siquiera cuando tomó impulso y se elevó por el aire, empujando al hombre por la espalda y haciéndolo caer con el rostro sobre la nieve.
Había pasado horas acechando a los escurridizos animales y no pensaba ahora perder su esfuerzo tan fácilmente. Gruñó amenazadoramente, mostrando los blancos colmillos y respirando muy cerca del cuello del hombre. Un movimiento en falso por parte del humano y sus colmillos se hundirían en la tierna carne desgarrándola. Aún temblaba del coraje cuando escuchó a lo lejos la advertencia.
—¡Jounouchi! ¿Qué haces? —no tuvo siquiera que voltear la cabeza para saber que uno de los lobos lo había descubierto agrediendo al humano y sabía exactamente cuál.
—Honda, este humano cree que va a robarme mi desayuno.
—Eres un tonto, Jounouchi, sabes perfectamente que no debes acercarte a los humanos —le reprochó con vehemencia el otro lobo mientras se acercaba—. Anda, aléjate de él, es mejor que nos vayamos.
—No me iré sin mi conejo —dijo testarudo.
—Jounouchi, tendrás suerte si el líder no se entera de esto. Ese humano podría comenzar a perseguirte.
—¡Pero mi conejo! —volvió a reclamar.
—¡Ya agarra el maldito conejo y vamos, Jou! —gruñó impaciente el otro lobo.
El humano solo podía escuchar los gruñidos de ambos animales, su mano poco a poco se acercaba al rifle que había caído un poco más lejos de su cuerpo cuando sintió el peso del animal desvanecerse de su espalda y caer cerca de su brazo. Lentamente el lobo bajó la cabeza y con cuidado tomó el cuerpo del conejo que había caído cerca del arma, los colmillos aún al descubierto retándolo a moverse. El hombre no podía apartar su mirada de los claros ojos del animal.
El lobo tampoco le había quitado los ojos de encima, con el conejo en la boca dio un último gruñido que hizo que el pelaje de su cuello se erizara. Aquella mirada clara era como un hechizo y el hombre no podía apartar sus ojos de la bestia que fácilmente podía haberlo matado, pero se conformaba con llevarse el conejo muerto. A lo lejos se escucharon varios disparos, el animal reaccionó rompiendo el momento y salió en veloz carrera en dirección a las montañas.
El hombre se sentó, un poco atontado, y se volteó para ver a las dos criaturas correr silenciosamente sobre la nieve en dirección a la cordillera de la montaña.
—¡Seto! ¿Te encuentras bien? —el hombre que se acercaba corriendo no era otro que Ryou Bakura, su compañero de cacerías—. ¿Seto?
—Sí, Bakura, estoy bien. Sólo algo sorprendido —le dijo mientras se ponía en pie y comenzaba a quitarse la nieve.
—¿Qué sucedió? ¿Cómo es que te dejaste sorprender de ese animal? —preguntó Ryou, la preocupación evidente en su mirada. Seto dio una profunda respiración sabiendo que había escapado ileso de una situación bastante peligrosa. No importaba que fuera un mago o un buen cazador, un lobo sobre su espalda era la posición más desventajosa de todas.
—Son… muy silenciosos. Además, sólo se llevó el conejo —había tenido demasiada suerte de que solo se llevara el conejo.
—¿El conejo? —preguntó Ryou confundido. Seto asintió y su expresión se tornó pensativa.
—Parecía como si estuviera enojado conmigo… —se atrevió a decir. Ryou se echó a reír al escucharlo.
—Tonterías Seto, el frío ya te está congelando la razón. Mejor regresemos —comentó con algo de humor—. Tienes mucha suerte de que se contentó con llevarse el conejo y nada más.
—Claro, vamos —Seto terminó de sacudirse la nieve y recogió su rifle—. Pero te juro, Bakura, que ese animal me las va a pagar —gruñó Seto.
—El invencible Seto Kaiba acaba de perder contra un lobezno de nieve y nada más y nada menos que en una feroz batalla por un conejo. Mejor vamos hombre —la risa en la voz de Ryou era imposible de ocultar y Seto sonrió levemente. Si se escuchaba a sí mismo era una completa tontería.
Jounouchi y Honda observaron a los humanos alejarse y finalmente salieron del escondrijo donde se habían metido.
—¡Jounouchi, eres un tonto, testarudo, cabeza hueca! —gruñó el lobo más adulto—. Sabes perfectamente que si el líder de la manada se entera te echarán fuera.
—Pero no se va a enterar, nadie nos vio, ¿cierto? —la expresión del lobezno era una demasiado ingenua, aquella de un lobezno sin demasiada experiencia que no pensaba antes de actuar. Un lobezno cuyo instinto aún se estaba desarrollando.
—Tonto —gruñó el lobo por lo bajo.
Y sin más, ambos se dirigieron hacia donde yacía el resto de la cuadrilla.
Esa noche, Seto Kaiba se encontraba cómodamente reclinado en uno de los divanes de su enorme casa de invierno. Practicaba algunas ilusiones sin mucho interés. Su pensamiento estaba atrapado en los eventos del día. Cada vez que cerraba los ojos no fallaba en encontrar aquellas salvajes pupilas doradas, como cielo de otoño, clavadas fieramente en las suyas, retándolo. ¿Pero retándolo a qué? No lo entendía claramente. Ciertamente era sólo un lobezno, había visto lobos mucho más grandes y con más masa muscular en las inmediaciones de su propia casa.
Aquel animal tenía cierta fuerza y fiereza a pesar de su corta edad. Seguramente, en un par de años se transformaría en un bello espécimen. Si tan sólo pudiera… Seto sonrió largamente, sabía que era una idea temeraria, pero el lobezno era joven aún, quizás… Quizás si lograba capturarlo podría domesticarlo hasta cierto punto. Sería una hermosa adición a su colección de animales. La única diferencia sería que el lobezno podría hacer las veces de su mascota personal.
Oh, aquel iba a ser un invierno maravilloso, pensó Seto para sus adentros. Seguramente el animal le daría algo en qué entretenerse por un buen tiempo.
Observó el fuego de la chimenea, las pieles que adornaban la habitación, todas ellas las había obtenido en sus frecuentes cacerías. Luego aquellos ojos dorados volvieron a llamar su atención e imaginó al lobezno, echado a sus pies, disfrutando junto a él el calor de la chimenea. Acurrucado y durmiendo plácidamente en presencia de su amo. Imaginó acariciar el suave pelaje blanco y sentir la fuerza de la bestia bajo su piel, toda a su disposición.
Tal vez… Pero no estaría seguro de si podría llevar a cabo tal empresa hasta que no tuviera al animal bajo su poder. Un asunto fácil de resolver, mañana en la mañana se prepararía para ir de cacería, esta vez regresaría con su añorado trofeo, vivo. Tendría que preparar algunos dardos tranquilizantes.
Las ilusiones cesaron abruptamente cuando el joven se levantó del diván con un solo pensamiento en mente, el lobezno. Comenzaría a prepararlo todo en ese mismo instante. Ciertamente que, siendo un mago del más alto rango, no tendría problemas en atrapar al animal y domesticarlo utilizando algunos hechizos. Pero Seto Kaiba sabía perfectamente que en el momento en que sus poderes fallaran el animal se volvería en su contra, por lo que prefería hacerlo de la forma tradicional, así la lealtad del lobezno hacía su persona sería absoluta, sin importar su magia.
Jounouchi estaba a punto de entrar a la caverna que les servía de guarida a toda la cuadrilla cuando uno de los lobos más adultos se interpuso en su camino.
—Jounouchi —escuchó que lo llamaban y bajó las orejas cerrando los ojos. Conocía la voz.
—Ah… Yami, ¿cómo has estado? —el lobo que le hablaba era un poco más grande que Jounouchi, pero igualmente esbelto, su pelaje portaba unos destellos plateados que lo hacían resplandecer aún con el más mínimo rayo de luz.
—Algo decepcionado —el lobezno le devolvió una mirada perdida y el lobo continuó—, se rumora que tuviste contacto con un humano, Jounouchi. Y ahora que estás aquí puedo notar un olor extraño en tu piel —gruñó el lobo acercándose.
—Yami, seguramente no me fijé por dónde pasaba, pero te aseguro que no he visto a un sólo humano por esta zona —mintió bajando el rabo.
—Miente —gruñó otro de los lobos que se habían acercado—. Yo lo vi atacar al humano. Jounouchi conoce las reglas de la manada. Atacar a un humano sólo trae problemas.
—El humano tomará represalias —gruñó amenazador otro de los lobos congregados.
—No, no, esperen, ¡no fue nada! —trató de objetar Jounouchi con algo de nerviosismo filtrándose en su voz.
—Jounouchi —un lobo de níveo pelaje y con una oreja desgarrada, el líder de la manada, se acercó al grupo—. ¿Es cierto lo que dicen tus hermanos?
—Sí, Sugoroku —Jounouchi bajó la cabeza en señal de total obediencia.
—Eres un joven muy impetuoso, Jounouchi. Y por esa razón no puedes seguir las reglas de la manada. Es hora de que madures y la única forma de que lo hagas es alejado de la manada.
—¡No! No por favor. Seguiré las reglas, lo prometo, ¡me portaré bien! —gimió el lobezno.
—Todos en algún momento tuvimos que abandonar la manada. En el momento en que no pudimos controlar más nuestros impulsos y deseos de libertad, Jounouchi. La manada no te está cerrando las puertas, pero debes aprender por ti mismo. Es tiempo —su voz era tranquila, pero firme.
Un grupo de lobos se adelantó gruñendo amenazadoramente y Jounouchi no tuvo más remedio que perderse en la oscuridad de la noche, completamente solo.
Continuará...