El pianista

28. Caos

La música que siempre había sido su aliada, su compañera, su amante nocturna, se convirtió en su peor enemiga. La música. Las canciones resonando en el Gran Comedor, en sus oídos. Y su nombre. El nombre de Hermione. La máscara de Hermione. La ausencia. Su ausencia.

La buscó entre la muchedumbre, separando parejas, buscando a tientas, volviéndose loco al no encontrarla en ningún rincón. Y entonces, tuvo miedo. Un miedo férreo, atronador, que empezó a carcomerle, a sisearle en el oído. Un miedo cruel. E incierto. Un terror que le incitaba a correr.

Y así lo hizo. Corrió, saliendo apresuradamente de la sala atestada de gente, sudor y máscaras. Saliéndose el corazón de su pecho. La respiración agitada. El alma en pie. ¿Dónde estaba?..."¿Dónde estás, Hermione?".

oooooooooooo

- ¡¡¡Dean!!!

El grito resonó en la oscuridad al mismo tiempo que se escuchaba el sonido del cuerpo del Gryffindor golpeando al agua del lago. Parvati corrió hasta el borde del lago pero se detuvo antes de rozarlo, buscando nerviosamente la varita que llevaba escondida en un lateral del vestido. Sacándola, apuntó al lago:

- ¡Accio Dean!

El cuerpo reapareció, saliendo despedido en el aire y cayendo bruscamente, de nuevo en tierra. Los ojos aterrados de Dean se encontraron con la sorprendida y horrorizada Parvati quien corrió hasta él, tirándose a la hierba, manchando su vestido, agarrando sus manos.

- ¿Estás bien¿Qué ha...?

Pero antes de que Dean pudiese contestar, el brazo resurgió del lago, rodeando la pierna más cercana. Dean gritó. Parvati, percatándose, ya que Dean comenzaba a ser arrastrado al lago, intentó, en vano, tirar de él en dirección contraria.

- ¡No¡No! - gritaba cólerico el Gryffindor, hincando las uñas en la tierra embarrizada. - ¡Noo!

Parvati apretó la varita, buscaba un hechizo en su cabeza enloquecida por aquel caos. Encontrando un hechizo atacante, apuntó en dirección al brazo misterioso y la luz mágica hirió por tres veces al monstruo.
Dean, sintiendo que aflojaba la presión en su pierna, tironeó para soltarse, consiguiéndolo y echando a correr, recibiendo un doloroso latigazo en el tobillo, cuando el monstruo volvía a atacar, segundos antes de que Parvati volviese a defenderle.

- ¡Corre¡Corre! - chilló la Patil, murmurando de nuevo el hechizo y, comprobando horrorizada como en la noche aparecían nuevas sombras idénticas al monstruo que les atacaba.

Dean, cojeando, agarró la mano de Parvati y ambos huyeron despavoridos, lo más rápido que sus pies les permitieron.

- ¡Vamos¡Vamos, por Merlín!

- ¿Qué era eso? - jadeó Dean, mirando hacia atrás, comprobando que no les seguían.

- No lo sé... - sollozó Parvati. - Pero nada bueno, nada bueno.

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La musica fue acallándose poco a poco, cambiando su dulce melodía por el gorjeo enfadado de los bailarines que pedían más. Sin embargo, la música no volvió, fue sustituida por una vocecilla que pedía calma y tranquilidad.

Todas las miradas se dirigieron al director de Hogwarts, Albus Dumbledore, que hablaba, haciendo retumbar su sabia voz por todo el Gran Comedor.

- Queridos alumnos y alumnas, es un verdadero placer para mí, disfrutar de este momento en compañía de todos. Estamos en una época difícil, todos lo sabéis. - Sus pequeños ojillos brillaron tras sus gafas. - Y vivir en paz...es complicado. La paz es algo tan relativo, tan efímero...que se desvanece si no se lucha por ella, día a día. Y esta fiesta no ha sido otra cosa que una convivencia en paz y armonía, una fiesta para celebrar la llegada de la primevera, que, si os confieso, es mi estación preferida del año, sus flores...sus colores¿no parece que con la primevera todo es más bonito?

Algunos se miraron, admitiendo que Dumbledore, definitivamente, había perdido la cabeza. A otros les llegaba profundamente el mensaje del anciano director, como a Harry y a Ginny, tomados de la mano, en la mesa desocupada, que escuchaban atentos.

- Yo espero que el resto del curso, que ya queda poco, os sea agradable y lo menos duro posible pero, sobre todo, que aprendáis, que os sintáis protegidos aquí, en Hogwarts y os sintáis preparados para estar seguros fuera de las puertas de esta escuela. Al fin y al cabo, se enseña magia y hechicería en Hogwarts, pero es casi ridículo comparar la magia con...la vida. Porque son lo mismo. La magia es vida y la vida, no es otra cosa, que la magia de vivir. - y sonrió, con las mejillas coloradas de felicidad. - Así que...como sé que estáis impacientes por volver a mover las caderas en la pista, no os entretendré mucho más.

Se oyeron unos vítores ansiosos.

- Quiero, antes de que se me olvide, dar las gracias muy especialmente a dos personas que han trabajado mucho porque en esta fiesta no haya faltado detalle. Me refiero a los Premios Anuales, Hermione Granger y Draco Malfoy. Por favor, un aplauso para ellos.

Y fue, cuando todo el Gran Comedor aplaudía, buscando disimuladamente algún gesto de la presencia de los dos, cuando Dumbledore supo que algo no marchaba bien. La ausencia de Draco y Hermione no fue la causa. Simplemente, un presagio, el presagio de la experiencia.

- ¿Dónde está Hermione? - preguntó Lavender al tiempo que se subía su máscara. - ¿Y Parvati y Dean? - añadió con una sonrisa pícara.

Pero no habría tiempo para las preguntas. Justo cuando Dumbledore iba a dar permiso para la continuación de la celebración, se apagaron todas las velas, como si el gran soplido de un viento férreo hubiese acabado con toda la luz.

Y, nada más lejos de la realidad. Una presencia fría, húmeda y malvada acababa de entrar en Hogwarts. Dumbledore lo supo. Y al mismo tiempo que su presagio se cumplía, unos gritos en la oscuridad daban la alerta definitiva.

oooooooooooooooooooooooooooooooooooo

Todas las antorchas de los pasillos por los que Draco corría asfixiado, se apagaron de repente. El Slytherin sintió, de nuevo, la punzada del miedo en la boca de su estómago. Agarró la varita con fuerza y observó en la oscuridad antes de murmurarar el hechizo que daría luz al espacio.

Nada. El pasillo seguía solitario, vacío. Pero, su sensación de que algo no iba bien se acrecentó. Oyó, mientras torcía un pasillo, unos gritos en la parte de abajo. En el Gran Comedor. Pero no podía volverse. Las cosas no iban bien pero él tenía que encontrar a Hermione.

Corrió. Sólo había un lugar donde podía estar.

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- Sorpresa. Hermione abrió la boca, horrorizada. Se movió la segundo pero, notó como algo se clavaba en su pecho. Zabinni la amenazaba con la punta de su varita agijoneándole.

- Maldito enfermo...¿qué has hecho con Draco? - desafió Hermione, venciendo al miedo que comenzaba a extenderse ávidamente por todo su cuerpo detenido.

La risa de Zabinni volvió a resonar. Él colocó una de sus manos en la pared, acercándose a Hermione.

- No le he hecho nada a tu querido Draquito, Granger. - dijo, sonriente. - Eso se lo dejo a los demás.

- ¿Demás¿Qué demás¿De qué hablas, Zabinni? - balbuceó la Gryffindor, totalmente perdida.

¿Cómo no se había dado cuenta de que no era Draco, sino Zabinni¿Cómo la había sacado de la fiesta y llevado a la sala del piano sin ni siquiera percatarse¿Cómo sabía Zabinni de la existencia de la sala¿Dónde estaba Draco?

- Shhh...cállate, Granger, siempre demasiado preguntona.

Hermione miró en derredor. No sabía qué hacer. Zabinni volvía a tenerla atrapada.

- He soñado con este momento, Granger. Desde la última vez¿la recuerdas? - siseó en su oído.

Claro que la recordaba.

Flash Back

- Granger, sé que tú también me deseas...

Sus ojos enmarcaban el rostro ofuscado de Hermione, que buscaba por todos los medios, escapar de la pesadilla en la que estaba metida.

Sabía que nadie vendría a salvarla, que sólo ella podía salvarse, como siempre lo había hecho y como siempre debería de hacerlo. Su destino dependía de ella y en aquel momento, más que nunca.

- Granger, me muero por morderte todo el cuerpo, y oírte gritar en mi oído...

La mano de Zabinni fue a parar a sus piernas. Hermione se resistía. Zabinni subió hasta sus pechos.

La prefecta se sentía cada vez más indefensa, menos capaz de afrontar la situación y escapar de ella. Zabinni le ganaba en fuerza y estaba sediento de ella. Temía. Temía que le hicera daño. Temía sus dientes, sus manos y su violencia.

¿No podría Draco oírla en aquellos momentos¿No podría trasvasar su amor los límites del sonido y el tiempo?

Comenzó a llorar desconsoladamente, Zabinni sonreía.

En un acto, la besó de nuevo y ella, volvió a morderle, forzeando. Entonces, ocurrió. Él la golpeó en la mejilla y, casi sin quererlo la soltó. Hermione, debido al impacto, cayó al suelo. Pero esta vez, pudo más la audacia que el miedo y cogió la varita con presteza.

Tenía los ojos borrosos y temblaba mientras sollozaba.

El Slytherin se había quedado parado, sin mover ni un músculo, respirando entrecortadamente, movido por las emociones del momento.

- Muévete y te mato. - amenazó Hermione, mientras le recorría una corriente eléctrica el cuerpo, un chispazo doloroso de electricidad.

Zabinni se relamió. Hermione tragó saliva.

- Vete ahora mismo. Vete¡lárgate!

FIN FLASH BACK

- Dos veces...y esta la tercera. - contó. - Y...¿sabes lo que dicen? Que a la tercera, va la vencida.
Hermione tragó saliva. Estaba sola, no sabía qué le había ocurrido a Draco, ni qué estaba pasando. Creía que habían despistado a Zabinni con el episodio de la copa-traslador. Pero, en ese momento, se dio cuenta de que todo había sido una trampa.

- Traes un vestido precioso, Granger.

Torneó su figura por encima del pegado vestido. Hermione se resistió y la varita se clavó aún más en su pecho.

- Me haces daño. - se quejó, dirigiéndole una mirada fulminante.

- No sabes lo que me preocupa eso... - sonrió, clavándola un poco más.

Hermione gimió de dolor y Zabinni se relamió los labios, aplastándola, literalmente, con su cuerpo.

- Apártate... - protestó Hermione.

Blaise Zabinni la agarró del pelo, obligándola a mirarle. Dirigió su boca a la de ella, apretando su barbilla, obligando a que ésta entreabriese los labios y colando su lengua de serpiente por la boca de la Gryffindor.

Hermione sintió ganas de vomitar. Sentía que le faltaba el aire. Sentía el calor asfixiante que desprendía Zabinni. Sentía miedo, respulsión y asco, se sentía confundida.

Cerró la boca, mordiéndole la lengua y haciéndole sangrar. Zabinni gritó dolorido y no dudó en pronunciar la siguiente palabra mortal.

- ¡Crucio!

Fue como si miles de agujas se clavaran por todo su cuerpo, traspasándola por completo. Hermione sintió el dolor en estado puro y cayó en redondo al suelo, mientras las lágrimas inundaban su rostro. Como si todas sus fuerzas la abandonasen de repente. Como si un sueño asfixiante, semejante a la pesadilla más cruel, lo viviese al límite.

Cuando logró abrir los ojos, estaba hecha un ovillo, abrazándose a sí misma, su cabeza rozando una de las patas del piano.

Zabinni se avalanzó sobre ella, dispuesto a desgarrar su vestido. Sabía lo que quería. La quería a ella.

- Hija de puta...vas a enterarte de lo que es bueno.

Hermione suspiró sin darse cuenta de que su suspiro se convertía en un sollozo alargado. En casi un lamento. Estaba mareada, no tenía conciencia de su cuerpo. Sólo la invadía el dolor. El dolor, profundo, frío, intenso.

Pero, dicen, que la vida es mucho más que nuestros miedos y que somos capaces de soportar, incluso más de lo que querríamos. Y así es. Sacando fuerzas del lugar más recóndito, Hermione se rebeló. Como muchos meses antes se había rebelado a su destino, amando a quien no debía amar.

Esperó, ladeando la cabeza, buscando la forma, el momento. El segundo de debilidad. Y lo encontró. Zabinni desabrochaba su pantalón, con ambas manos ocupadas, creyéndola inmóvil e impotente. Entonces, Hermione le empujó, golpeándolo con aquella misteriosa fuerza que salía de dentro de ella.

Zabinni profirió insultos, pero Hermione no se dejó amedrentar, le arrebató su varita, tendida en el suelo y ahora, fue ella quien le amenazó, con los ojos encendidos.

Jadeante, sofocada pero segura de sí misma, su primera intención fue salir de allí, pero Zabinni taponó la entrada con su cuerpo. La sangre manchaba su boca. Hermione sintió arcadas.

- Repugnante sangre sucia...

- ¡Cállate¡Y aparta! - gritó, enfurecida. - Apártate.

- No. - sonrió. - No vas a volver a escaparte, Granger.

- No me temblará el pulso en hacerte lo mismo que tú me has hecho.

- ¿Una maldición imperdonable? - rió sarcástico. - Deja que lo dude...no serías capaz.
- ¿Quieres probar?

Zabinni miró al suelo, Hermione temblaba, pero debía actuar y si debía traicionarse a sí misma para salvarse, lo haría. Cogió la varita con las dos manos y cogió aire. Pero era cierto. Zabinni no iba a dejar que se escapase de nuevo, como ya lo había hecho veces atrás.

Se avalanzó sobre ella, desviando su varita. El cuerpo de Hermione impactó en el piano. Zabinni luchaba como una bestia, dobló el brazo de Hermione, presionándolo con fuerza. La varita cayó, rodando por el suelo.

- Granger...¡no aprendes!

Hermione forcejeó, se sentía cansada pero no iba a rendirse. Se dirigió hacia la mano que la apresaba y le mordió. Éste chilló y la giró hacia él. Sus manos apretaban los codos de la Gryffindor, con lágrimas de rabia.

- Suéltala, Zabinni.

Sobresaltado, Zabinni se dio la vuelta, sin soltarla.

Draco Malfoy le apuntaba sin ningún temblor en su cuerpo, con los ojos inyectados en sangre.

- Ahora, Zabinni. Suéltala.

El moreno sintió la rabia en su mandíbula. Y por primera vez, sintió que el plan se escapaba de sus manos.

- Mira quien tenemos aquí, Granger, tu querido pianista...

Draco la miró. Hermione sonreía entre lágrimas y temblores, levemente aliviada. La soledad con aquel monstruo había llegado a aterrorizarla.

- Te doy tres segundos para que la sueltes, Zabinni. Por tu bien, hazlo o te arrepentirás.

- ¿Qué me vas a hacer, Malfoy? - rió. - Mira como tiemblo.
Hermione forcejeó, Zabinni no la soltaba. Draco se adelantó hacia ellos, recogiendo la varita del mortífago que había quedado en el suelo y, luego, apuntando a la cara de Zabinni con la suya.

- Ven, Hermione. - dijo, tendiéndole la mano.

- Está bien - espetó Zabinni, tirándola al suelo del lado contrario. - ahí la tienes.

Entonces, levantó las manos a modo de preso, mirando fijamente al Malfoy.

- Ahora, demuéstrale a tu sangre sucia que eres de los nuestros, Draco. Hermione se levantó, con la marca de la violencia del mortífago en sus brazos, pesándole. Draco y ella intercambiaron una mirada.

- Hermione, apártate de esta sabandija.

- Vamos, Draco, tu público espera. Demuestra qué clase de mortífago eres. - dijo con un tono agrio. - De los mejores. El más cruel.

- Draco, déjale, vámonos. - pidió Hermione, a la espalda de su pianista. Sólo quería salir de la sala del piano, que ahora se había convertido en su pesadilla. - Regresemos a la fiesta.

- No te lo recomendaría, cariño.

Draco inquirió en su amenaza con la varita.
- Es por su bien, Malfoy. No querrás que alguno de los mortífagos que están en el Gran Comedor aniquilando sangres sucias te deje sin novia¿verdad?

- ¿Qué? - exclamó Hermione. - ¿Qué dices?

Sabiéndose triunfador, Zabinni bajó las manos, se relajó y se apoyó en el piano, que acarició sutilmente.

- Lo que oyes.

- Explícate, Zabinni. - dijo Draco, relacionando los gritos que había escuchado minutos antes con la confesión de Zabinni.

- Draco, Draco...es una lástima que no hayas sido fiel al Señor Oscuro. - sonrió. - Se ve que no te gustan las sorpresas. - ¿El ataque es una orden del Lord?

- Por supuesto.

- ¿Y por qué no se me ha comunicado? - ¿Cómo que no? Si me permites buscar en mi bolsillo yo...

- ¡No! - advirtió Hermione. - No te muevas.

- Sólo es sacar un pergamino de mi bolsillo, Granger. - sonrió, notando la incertidumbre de Hermione. - ¿Puedo, Malfoy?

Draco asintió pero sin perder detalle de la acción.

Efectivamente, Zabinni sacó un rollo de pergamino que tendió a Draco.

- Cógelo, Hermione. - le pidió. - Y léelo.

Hermione le arrebató el pergamino y lo desenrrolló, preparada para la lectura:

- Draco: supongo que ya sabrás todo lo referente al ataque de la noche del día veintiuno de este mes. - a Hermione se le cortó la voz. - De igual manera, habrá una reunión a el día dieciséis del grupo de mortífagos que lidera Marcus McGueren. Ponte en contacto con Blaise Zabinni para tener más detalles.

- Cosa que no has hecho, Draquito. - agregó Zabinni, mientras se miraba las uñas.

- El Señor está insatisfecho con tu información y ha decidido actuar. Van a capturar a...¡oh, Dios mío!

Draco la miró sin entender.

- ¿Qué ocurre, Herm, qué ocurre?

- ¡Van a capturar a Weasley y a Granger!

Zabinni rió con maldad.

- No tardarán en ir a por ti, sangre sucia. Tendrás lo que mereces.

- ¡Cállate! - gritó Malfoy. - ¿Qué más, dice algo más?
- Reúnete conmigo en la puerta secreta de la sala común de Slytherin para escapar tras el ataque. - Hermione levantó la vista. - Tu padre, Lucius Malfoy.

- ¿Me cambiaste la carta, Zabinni¿La carta que...?

- La carta que recibiste, efectivamente, Draquito, te la escribí yo...¿A qué no se nota diferencia alguna entre tu padre y yo? - ¡Maldito!¡Maldito seas!

No podía pensar. Todos sus pensamientos se habían congelado. Sólo latía en él una certeza: había cometido un error y ahora, tenía que pagar las consecuencias.

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Pansy rompió el beso. Miraba a Ron. El pelirrojo jadeaba, con los ojos brillando de la emoción. El rostro húmedo de la Slytherin se había tornado indescifrable después de aquel momento de locura.

- Yo... - dijo, sin tener ni idea de lo que iba a decir, sólo por acabar con ese frío silencio.

Pansy le miraba insistente, había dejado de llorar, ahora se mostraba serena y cauta. Muy cauta en su próximo movimiento.

Ron, nervioso, se rascó la coronilla como solía hacer en aquellas ocasiones en las que las palabras no salían de su boca. Se mordió la lengua, esperando que la idea llegara a su cabeza.

- Tú. - exclamó ella.

Al oírla hablar, Ron volvió a tener el impulso de besarla, pero se contuvo porque tuvo la impresión de que ella quería escuchar lo que él tenía que decir y no vacilaría con otro beso. Supo, entonces, que acababa de alzarse un potente fuego dentro de él. Ella había avivado las cenizas de un incendio que hacía mucho tiempo, no ardía. Y, con la seguridad de que aquello no había sido sólo una muestra para consolar el llanto de la rubia, empezó a temer.

- No sabía...que tú me...hacías sentir esto. - confesó, devolviéndola la mirada, aunque mucho menos sereno. Inquieto. Dudoso. Temeroso. - Pero me haces sentir...me haces sentir muy bien.

Pansy no sabía lo que esperaba mientras esperaba. Cuando llegó, escuchó y entendió, compartió el miedo que empezaba a invadir a Ron. Pero no pudo evitar esbozar una leve sonrisa, acabando con su falsa seguridad. Dándose cuenta de que había caído en una red, tejida por accidente.

Ron tragó saliva, ahora era él quien esperaba. Aunque tenía claro lo que quería oír de los labios de Pansy.

- Weasley. - le dijo ella, cariñosamente, a pesar de utilizar su apellido.- Yo...

Pero se calló su frase voluntariamente. Sus ojos habían sobrevolado la cabeza del pelirrojo, justo detrás de unos arbustos. Abriendo la boca y cerrándola, titubeante, miró justo a su espalda.

- ¿Qué...?

- Calla.

Pansy se adelantó pero, el ruido de sus tacones la delataron. No tuvo reparos en quitárselos. Ron no entendía nada y estuvo a punto de volver a hablarle cuando también se percató: había alguien allí. Llevó su mano al bolsillo de su pantalón donde ocultaba su varita y miró en derredor.

Ambos se agacharon automáticamente cuando el ruido avanzó hacia ellos. Eran pasos firmes y fuertes.

Pansy oyó las voces y las identificó. Se llevó una mano al rostro, ocultándolo debajo de una máscara invisible de falsa fortaleza a los ojos de Ron. Empezó a relacionar y, en mucho menos tiempo del que habían necesitado Hermione y Draco para comprenderlo, lo supo.

Entonces miró a Ron, él intentaba entrever algo entre la oscuridad. Ella estiró el brazo y cogió su mano. Sorprendido, éste giró la vista hasta ella. Algo andaba mal. La máscara de Pansy era defectuosa a sus ojos en ese momento. Los pasos siguieron su camino, cuando los sintió alejarse, Pansy tironeó de la mano de Ron para que se acercase.

Él se arrodilló hasta quedar a su altura. Pansy le apartó los mechones del oído y le susurró apenas tres frases. A Ron le cambió el gesto. Pansy se apartó entonces, colocándole el pelo bien y sonriendo, triste. Rozándole la mejilla con la mano, le besó muy dulcemente. Ron cerró los ojos, cuando los volvió a abrir, Pansy corría, dejándolo solo en aquel paseo amargo.

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Un rayo cegador pasó a escasos centímetros de la mesa de Harry.

- ¡Al suelo! - gritó el niño que vivió, tirando, literalmente a Ginny.

Los gritos empezaron a sucederse. Harry escuchaba la voz grave de Dumbledore y una sucesión de hechizos surcando el aire. No tardó en sacar su varita.

- ¿Qué es todo esto? - gritó Ginny.

- ¡Nos están atacando¡Mortífagos! - y cogiéndola, le habló rápidamente, en un tono más bajo. - Tenemos que salir de aquí¡ya!

- ¡No veo nada! - sollozó Lavender. - ¡No veo nada¿Qué está pasando?

Harry alzó la mano en la dirección de las voces de sus dos amigos, agarrando a Seamus por el hombro.
- Hay que salir de aquí. Coge a Lavender, tenemos que hacer un Escudo.
- ¿Un qué...? - titubeó Seamus, nervioso e histérico.

- ¡Un escudo¡Lo que sea! - chilló Lavender. - ¡Hagámoslo!

- Sí, Harry... - murmuró Ginny.

- Es un hechizo muy potente. - aclaró él, sujetando a Ginny, la única prueba de que seguía allí, a su lado.

- Tú me lo enseñaste¿recuerdas? Helen White... - sonrió.

- De acuerdo. Lavender y Seamus, cuando os de la señal, poneos en pie y dadnos luz. ¡Hay que correr!

No tardaron, a pesar del nerviosismo creciente. Harry y Ginny murmuron el hechizo Escudo, que los protegería durante al menos, dos minutos. Y la pareja amiga murmuró el Lumus.

Envueltos en el Escudo, iluminados, corrieron por el centro del Gran Comedor. Muchos corrieron tras de ellos, compañeros de Hogwarts.

- ¡Ahí!¡Ahí está Potter!

Harry no llegó a oír el grito de alarma que iba contra él, pero sí los profesores.

Dumbledore, haciendo un hechizo vociferador, ordenó a todos los alumnos que saliesen del Gran Comedor. La luz estaba volviendo gracias a la profesora McGonagall, pero todo seguía en penumbra.

La marabunta bloqueó a algunos mortífagos. Otros, aprovechándola, hirieron a los alumnos que se cruzaron en su camino.

Sin embargo, los primeros en salir fueron los cuatro Gryffindor.

- ¡A la sala común! - gritó Harry.

Sin rechistar, siguieron a Harry. Corrieron los cuatro, llegando al retrato de la Señora Gorda, que traspasaron casi volando.

- ¡Harry¿Dónde vas? - preguntó Ginny, mientras veía como subía a su habitación.

Pero éste no respondió. No tardó en bajar de nuevo, con algo en su mano.

- ¡Acercáos a la chimenea¡Rápido!

Llevaba polvos flu.

- Pero... - protestó Ginny.

- ¡Id en busca de ayuda¡A la Madriguera¿De acuerdo?

- ¡Vámonos, vamos! -sollozó Lavender, arreando a Harry.

- ¡No podemos! - gritó Ginny. - Ron, Hermione...ellos...

- Yo me quedaré, Ginny. Vete y busca ayuda.

- ¡No!

- ¡Vete!

Echando los polvos a la chimenea, gritó "A la Madriguera", mientras empujaba a los tres. Oyó la voz de Ginny gritando su nombre mientras caía en el puente de la sala común a su propia casa.

Harry se secó el sudor con la manga y corrió, volviendo al Gran Comedor. No se sentía como un héroe, sino como un estúpido, pero, volvía a ser lo primero, a su pesar.

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- ¡Mis amigos están en peligro¡Tengo que ir!

- ¡No! Hermione¡es peligroso!

Hermione no lloraba, pero el nudo en su garganta casi le impedía hablar. Tenía que correr a ayudar al Gran Comedor, donde se estaba dando el ataque de los mortífagos.

- ¡No puedo quedarme aquí de brazos cruzados sólo porque es peligroso!

- ¡No puedes exponerte tú también y morir!

Mientras discutían, Zabinni sonrió.

- ¿Morir¿Acaso piensas que va a morir, Draco? Te equivocas. No va a morir, ahora no, primero la torturarán, la violarán, la dejarán que tenga hambre y sed y morirá de ello...

Draco giró el gesto y, sin pensar, se dirigó hasta Zabinni y le asestó un puñetazo en la cara. Lleno de odio, lo cogió por los hombros y lo tiró contra la pared.

- ¡No te atrevas¡No te atrevas!

- ¡Para¡Para!

Hermione corrió hasta Draco y lo sujetó cuando iba a pegarle una patada a Zabinni, tendido en el suelo.

- ¡Para¡No eres lo que quieren que seas¡No eres uno de ellos! - las lágrimas corrían por sus ojos, igual que el temblor por su cuerpo. - No se lo demuestres, no perdamos el tiempo con él. ¡Tenemos que ayudar!

- Hermione.
Él no podía ayudar. Él no era de ese bando. Él atacaba porque, aunque Hermione no quisiese, él sí era no de ellos. Era un mortífago y la marca no tardaría en buscarle.

- ¿Qué? - Hermione buscó respuestas en sus ojos. - ¿Qué?

- Yo... no puedo.

- ¿Qué quieres decir, Draco¿Vas a ponerte de su parte¿Vas a matar a...¿Vas a capturarnos a Ron y a mí¡Dime¿Qué vas a hacer¿Qué vas a hacer!

Draco titubeó, mirándola.

- No puedo elegir.

Hermione abrió la boca, decepcionada, desolada. Pero no dijo nada. Se limpió las lágrimas.

- Pero yo sí.

Miró al piano, no quería mirar a Draco Malfoy a los ojos, no quería que la hiciese dudar.

- Yo sí puedo elegir, Draco, yo controlo mi destino. Y elijo bajar ahí y luchar. Y si...- suspiró. - tengo que morir, lo haré, pero no viviré pensando que pude actuar y no lo hice.

Draco no tenía respuestas, ni quiera Hermione. Todas las certezas de ambos se habían convertido en oasis.

- Muy bonito. Sí, señor. Los dos miraron entonces a la figura que se había levantado del suelo, con la nariz sangrante.

- Muy bonito. Sin embargo podríais haber acabado con un polvo rápido... - rió. - no así, tan...secos.

Hermione se dirigió a la salida, Draco la siguió, intentando retenerla.

Cuando los ojos de Zabinni se fijaron en la vela que yacía en el suelo, surgió la nueva maldad. No lo había pensado antes pero caviló que era una idea estupenda.

Tiró la primera vela con el pie. Y algunas más del mismo modo. Luego cogió una vela con la mano y se acercó al piano.

- Hermione, por favor...yo...

- Draco... - Hermione se detuvo bruscamente, girándose. - ¡Se quema!

Draco se giró. Zabinni sostenía unos pergaminos en la mano. Sus partituras.

- ¡Qué haces? - gritó Draco.

Zabinni rió.

- Adivina. - sonrió cruel. - Dí adiós a tus canciones.

El fuego comenzaba a extenderse por la estrecha habitación. Los pergaminos se consumieron rápidamente y ardieron los restos encima del piano.

- Voy a quemar tu rincón secreto...y tu adorado piano, va a convertirse en cenizas.

En un arranque de locura, Zabinni corrió, tirando las velas, Draco trató de detenerle, pero el fuego ya rodeaba las patas del piano y se avivaba cada vez más.

- ¡Aqua! - gritó Hermione, apagando las velas que quedaban.

Pero nadie podría detener al fuego que empezaba a derretir la capa superior del piano, que torneaba las patas que lo sostenían, que arrasaba el sofá de sus recuerdos.

- ¡Draco¡Intenta apagarlo por detrás!

- ¡Aqua¡Aqua!

- Adiós, pianista. - dijo antes de marcharse. - Buena suerte.

Zabinni derribó a Hermione y salió despedido. - ¡No¡No¡No! - gritó Draco. No se había dado cuenta pero lloraba. Había empezado a llorar cuando vio como las canciones que Hermione y él habían compuesto en sus noches, desaparecían sin dejar rastro.

- ¡Draco¡Draco!

Hermione corrió hasta él, el fuego le asediaba. Tiró de él hacia afuera.

- ¡Vamos!

- ¡El piano, Hermione¡El piano!

- No podemos hacer nada. Tenemos que intentar que el fuego no salga de aquí.

Agarrándolo como pudo lo sacó hasta la entrada, que no ardía gracias a que había apagado las velas antes de que Zabinni pudiese llegar a ellas.

- Hagámoslo juntos. Podemos extinguirlo. ¡Vamos!

- ¡Aqua!

El agua luchaba contra el fuego, el piano se alzaba como el bloque más importante del incendio, asediado por el fuego por todas partes. El agua borró el fuego como pudo, pasando de fuego a humareda. Una espesa niebla de cenizas.

- El piano...

- Draco. Tengo que irme.

- No. He perdido el piano, he perdido...no puedo perderte a ti.

- No tienes opción.

Hermione le besó, rápidamente y corrió hacia el Gran Comedor.

Draco observó los restos de su rincón secreto, resbaló de la pared al suelo y lloró con toda su alma, el pedazo de su alma misma, que había muerto.

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Si Pansy hubiese sabido el peligro que corría Ron, nunca le habría dejado marcharse. Pero, ingenua a los planes maléficos de los mortífagos, a los que ella también pertenecía, se adentró en la noche armada solo con su astucia. Pretendía confundir al grupo, decir que se había quedado reteniendo a unos sangres sucias. Mentir se le daba muy bien. Era una actriz nata.

No sospechaba que Ron y Hermione estaban en el punto de mira de los mortífagos. Creía que era un ataque general, no un secuestro.

- ¿Dónde te habías metido, Pansy? - le espetó Sylvia, una mortífaga, compañera de curso, encapuchada.

- Tuve que distraer a...

- ¿Los has visto?

Pansy tragó saliva.

- No...nada, está muy oscuro.

- Tienen que estar por aquí...dentro no los encuentran y tendremos que huir pronto. Ya sabes, en el lago a las y media.

La rubia asintió. Sylvia, en un claro la observó.
- ¿Cómo no te has puesto tu capa¡Morrison!

Un fornido joven, también encapuchado, se detuvo, ambas chicas llegaron a su altura. - Dale una a ésta...¿hay señales de ellos?

Parkinson agarró la túnica y empezó a colocársela rápidamente. Se había salvado por los pelos.

- Ni rastro. ¿Dónde coño pueden estar esos dos?

- Jodiendo entre los matojos.
Rieron estúpidamente. Pansy apenas había prestado atención a la conversación, pero de pronto, oyó algo que le resonó en los oídos.

- ¡Creo que le han visto! Giró la cabeza y sintió el corazón palpitándole desbocado. Sintió ese extraño nudo de la corazonada mezclada con los peores designios del destino.

- Ni rastro de Granger pero creo que pronto tendremos al Weasley.

Y su máscara de cristal se rompió. Aunque nadie lo vio. Sólo su miedo.

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Corría como si le fuera la vida en ello. No imaginaba cuánta verdad había en la comparación. A pesar de los tacones, se movía con presteza. Pero llamaba demasiado la atención, resonaban por todo el pasillo y aunque estaba aterrada, Hermione aún tenía su aguda y rápida inteligencia.

Los transformó en unos deportivos y lamentó no tener suficiente experiencia como para transformar también su ajustado vestido.

Siguió corriendo. Había perdido unos segundos muy valiosos. En su mente confundida, la imagen de la sala del piano ardiendo estaba clavada. Le dolía tan profundamente como a Draco, aunque su relación no fuese la misma, por supuesto. Pero tampoco tenía tiempo para lamentar. Torció de lado, tenía que bajar dos escaleras para terminar y llegar.

De pronto, una sombra surgió de la oscuridad en la que los pasillos estaban sumidos. Hermione no lo vio avalanzarse a ella. Sorprendida, gritó pero la mano tapó su boca.

- ¡Shh! Hermione soy yo. - le susurró una voz conocida.

Tenía la respiración provocándole un sordo pitido en los oídos. Estaba aterrada y ni siquiera la presencia de su amigo conseguió relajarla.
- Harry...¿y...?

- Tienes que irte. Los mortífagos han.
- Lo sé. - asintió ella. - Pero no pienso irme. Tenemos que ayudar.

- Hermione, no...

- Estamos perdiendo el tiempo...tenemos que sacar a la gente de ahí.

Asiéndolo de la mano, tiró de él. En momentos como ese, se confirmaba por qué era una Gryffindor. Su cerebro ya planeaba antes de llegar.

Faltaban varios peldaños cuando comenzaron a entrever la humareda de hechizos y sombras. Gritos, llantos, confusión.

Hermione soltó la mano de Harry. Éste la llamó pero fue inútil. Hermione había visto a una chica arrinconada por un mortífago. Sin temblarle el pulso lo desarmó y lo dejó inconsciente. No lo pensó. Simplemente actuó. Cogió a la chica de la mano y tiró de ella: "Sube, sube a la sala común de Gryffindor: "Rumor de primavera"¡corre!".

Harry desarmó a otro mortífago, que resultó ser un Slytherin. Lo cogió por la túnica y lo zarandeó.

- ¿Qué queréis¿Qué buscáis?

El chico rió. Harry clavó su varita en el cuello del chico.

- A tus amigos.

- ¡Socorro!

Se giró, pero de pronto, el chico dio un salto y le golpeó en el rostro. Harry cayó al suelo, golpeándose la cabeza. Todo se hizo borroso.

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Parvati empujó a Dean contra la pared. Había visto al grupo de mortífagos. Respiraba agitadamente. Sollozaba.

- Silencio, por Merlín... - suplicó a Dean.

La noche estaba cerrada. Era tétrica. Parvati tenía miedo.

Vio pasar las figuras justo a su lado.

- ¡Nos queda muy poco¿Los habéis encontrado?

No quería ni oírlo. Tenía tanto miedo que no podía razonar. Una lágrima cayó por su mejilla. Los mortífagos estaban al otro lado de la pared donde ellos se escondían.

Sintió algo apretándole la mano. Miró hacia ella. Era la mano embarrada de Dean. Le miró. Él también estaba aterrado. Pero tenerle allí era no estar sola. Se sintió reconfortada, aunque Dean sangrase y el frío y el miedo le calasen el alma.

- Quedémonos aquí. - sugirió una de las voces.

Parvati y Dean se dirigieron una mirada alarmada.

- ¡Nos quedan cinco minutos¡Pronto vendrá La Orden!

- Vamos, tenemos que encontrar a esos dos.

Les rodearon, Parvati apretó la mano de Dean. Se marchaban. Se marchaban. Se fueron.

Parvati respiró por fin y no pudo controlarse. Rompió a llorar.

- ¡Mortífagos!¡No!¿Qué habrá...?Dios mío...los demás...

Dean rodeó sus hombros y la abrazó. Parvati temblaba. Él también.

- ¿Y si nos buscan a nosotros?

- No lo creo. - dijo Dean. - Creo que buscan a Harry y a Ginny. Tenemos que entrar.

Sin embargo, un dolor intensísimo le sobrecogió y perdió el equilibrio, resbalando hasta el suelo. Parvati se arrodilló.

- Dean...Dean...

La pierna del Gryffindor sangraba mucho. Parvati no sabía qué hacer.

- Cinco minutos...sólo cinco minutos... - susurró Dean.

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El mortífago sonrió. Tenía a Harry Potter a su merced. Cuánto le gustaría al Lord estar en su papel, pensó. No podía matarlo pero sí hacerle pagar el daño que había hecho a su Lord. Maquinó el Crucio y justo cuando iba a pronunciarlo, algo le estalló por dentro. Le dio tiempo a girarse y verla antes de morir. Hermione nunca olvidaría la mirada del mortífago que mató aquella noche.

Se veía sola, cogió a Harry, pesaba mucho. Agarró a un muchacho que corría escaleras arriba y le obligó a que la ayudara.

- ¡Súbelo a Gryffindor¡Vamos!

Había sacado fuerzas de donde no tenía. El muchacho se fue corriendo, ignorándola. Hermione sujetó a Harry, pero no podía con él. No podía.

Entonces, sintió alguien a su lado.Giró la cabeza y le vio.

- ¡Ron! Gracias a Merlín. ¿Estás bien?
El pelirrojo asintió.

- ¿Qué le ha pasado a Harry?

- No lo sé. Tenemos que llevarle a Gryffindor.

Pero ella no podía. No podía. Quería que toda aquella pesadilla acabase.

Ron cogió en brazos a Harry y subió las escaleras.
- ¡Vamos, Hermione¡Vamos!

Hermione se agarró a la barandilla y subió con dificultad. Se estaba mareando.

- Sube tú, voy enseguida.

- ¡No¡Vamos!

- ¡Sube! - gritó ella. - ¡Sube¡Le quieren a él¡Sube!

Errores y más errores. Ron corrió hacia arriba, no iba a dejarla pero no podía con los dos. La llamó de nuevo pero no recibió respuesta. Y corrió escaleras arriba. Hasta llegar a la sala común de Gryffindor, asfixiado, para dejar a Harry en el sofá y volver abajo por Hermione. Por los ventanales se veía el anochecer.

Fue entonces, en la bajada, cuando lo encontraron.

- ¡Aquí está! - oyó gritar.

Eran cinco encapuchados. Cinco varitas aputando hacia él. No les veía las cara pero oía sus respiraciones, agitadas, sedientas y feroces. Sintió la punzada del miedo. Se sintió acorralado. Acorralado.

Uno de ellos hizo el ademán de subir un escalón. Ron sabía que no tenía muchas oportunidades de escapar. Acorralado. Atrapada en Hogwarts, su segunda casa.

Dicen que las grandes ideas surjen en los momentos más crudos en la vida de las personas. Quizá la locura sea amante del miedo. Ron no lo supo explicar, pero le sobrevino la locura, abrazada a la más salvadora lucidez.

Ellos le vieron correr en dirección a la pared. Fue demasiado rápido, quizá demasiado inesperado.

El ruido de cristales rotos inundó las afueras de Hogwarts, a la par que éstos saltaban en todas direcciones. Cristales de los distintos colores de la vidriera. Cristales rotos.

Se podría haber matado, pero no lo hizo. El miedo seguía en él. Al igual que la locura.

Cayó pesadamente y aulló de dolor, pero no tardó en incorporarse, mientras su cuerpo gritaba en forma de dolorosas punzadas en las magulladuras y cortes. Corrió pero algo le dolía demasiado en el costado. En un claro se detuvo, se llevó la mano a él. La mano regresó empapada de sangre. Su varita estaba rota. No podía soportar aquello, era demasiado.

Se ocultó detrás de un árbol. Respiraba como lo que era, un animal herido y agonizante. Sollozó y retiró su capa. Estaba sangrando mucho. Y estaba totalmente indefenso.

- No muevas ni un sólo músculo...aunque viéndote, no creo que puedas.

La pesadilla continuaba.

Ron levantó la cabeza para encontrarse con una cara conocida. Michael Murray, jugador del equipo de Slytherin.

- Sólo porque el Lord lo ordena no te mato aquí mismo, Weasley. Pero...no dijo nada de un poquito de...-sonrió malicioso. - Juego.

Justo cuando iba a lanzar el Crucio, y Ron ya tenía los ojos cerrados, se oyó una dulce voz a sus espaldas.

- Muy bien, Mike. El Señor estará orgulloso.

Ron tenía la vista nublada pero intentó vislumbrar el rostro de la nueva voz.

- ¿Orgulloso sólo? Este mérito se me reconocerá...como es debido. - rió. - Tendré una recompensa por parte del Lord.

- No lo dudo.

Entonces, agudizando la vista, la vio. Era Pansy Parkinson.

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Despertó atada. No recordaba nada pero, como un torrente, los recuerdos empezaron a abordarla. Zabinni, Draco, el fuego, los gritos, Harry, Ron y...había matado a alguien. Recordó la cara con detalle.

Pero entonces, volvió a la realidad. No sabía donde estaba, no recordaba aquel lugar. Un encapuchado se ajustaba la túnica, de espaldas a ella. Pero estaba viva. Estaba viva, no la habían matado. Sin embargo, la habían atado. Estaba prisionera. ¿Por qué¿Por qué la habían capturado¿Y dónde estaba?

Intentó desatarse sin hacer ruido, pero la figura se movió en ese mismo instante. Unos ojos azul pálido se clavaron en ella, junto a ellos, una sonrisa malévola, cruel...conocida.

- Hola sangre sucia.

Hermione titubeó, sintió un temblor por todo el cuerpo.

- ¿Estás preparada para morir? Deberías ir sabiendo que ese es tu único destino. Y por supuesto, deberías sentirte privilegiada. Te dará muerte ni más ni menos, que el Señor Oscuro. Eso es algo por lo que estar orgullosa¿qué opinas?

No podía responder.

- ¿Dónde estoy?

Lucius Malfoy sonrió.

- En la Sala común de Slytherin. Pronto viajaremos a la morada del Lord. Faltan escasos minutos para ello.

El hombre caminó a su alrededor, observándola con hastío y sarcasmo.

- El triunfo es evidente. Hemos ganado la guerra sin ni siquiera empezarla. El futuro es nuestro.

El futuro es algo tan frágil como el corazón. El futuro no se rige por ningún destino, o quizá, si así ocurre, es tan misterioso y desentrañable que está fuera de nuestro alcance. Lucius no imaginaba que las palabras se rebelarían contra él segundos después de haberlas pronunciado. Él planeó un futuro muy distinto. Él asignó a los suyos un destino que ninguno seguiría. Su esposa nunca llegaría a amarle, su hijo nunca llegaría a caminar por el sendero que él le obligó a seguir.

Pasado, presente y futuro se unieron en aquella sala cuando Draco Malfoy entró precipitadamente.

El pasado, cara a cara, el presente sangrando, el futuro, pendiente de un hilo. Vio a Hermione, vio a su propio padre y se vio a él mismo. Pasado, presente...y futuro. Todos jugando a ser Dios.

- Hijo... - Lucius se giró al oírle entrar. - te esperaba. Rápido. Casi todos se han ido ya. Faltan los que han capturado a Wesaley que irán por el otro pasadizo. Vámonos, el viejo no debe tardar. Es demasiado listo... - y rió. - y demasiado estúpido.

- Padre...

- Vamos. Arrastra a la sangre sucia hasta el pasadizo secreto. Vamos.

Lucius comenzó a caminar por delante de él.

Draco y Hermione se miraron. Draco se quedó estático. Hermione pestañeó, sin poder articular palabra.

Lucius murmuró un hechizo delante de una estatua y ésta se partió en dos, dejando a la vista una gruta iluminada. Miró a su hijo, enfadado.

- ¿Qué acabo de decirte, Draco? Draco le miró. Los ojos de Lucius brillaban, felices e iracundos, algo increíble pero cierto.

- No.

- ¿Qué?

Su futuro al alcance de una palabra.
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- Voy a dormirle. Tenemos que salir pitando.

Murray apuntó a Ron. Ron le miró indeciso. Pansy no se movía. Iba a dejarle actuar. Se delataría sino.

- ¡Avada Kedavra!

La luz impactó en el cuerpo del muchacho que no tardó en caer desplomado. Sin vida. Las dos miradas azules se fundieron, alejados aún.

- ¿Qué has hecho?

- Una locura.

Pansy sonrió. No había ningún gesto en su rostro. Quizá Ron no podría desvelarlo en ese momento, quizás y probablemente, nunca. Lo único que sabía es que aquella chica acababa de salvarle la vida.

Pansy se acercó a él con avidez, se arrodilló y siguió con el dedo uno de los cortes de la cara del pelirrojo. El Weasley apretó los dientes. Pansy miró la yema roja. Después le besó.

El pelirrojo deseó abrazarla, besarla, acogerla, agradecerle, hablarle. Pero no había tiempo. En aquel caos no había tiempo ni para pensar, tampoco para despedidas.

Pansy no lo había dicho antes, pero ahora sabía que debía hacerlo. No sabía si era definitivo o no, aunque intuía que lo iba a ser. Lo cierto es que le besó, se levantó y pronunció una palabra antes de desaparecer en la noche:

- Adiós.

Ron volvió a quedarse solo. Con la extraña sensación de que había perdido la vida aunque el cadáver de Murray, a sus pies, dijese lo contrario. A veces la lógica no es la verdad.

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- No.

Sacó su varita. - ¡Desatem!

Los nudos se aflojaron de repente. Hermione tiró y las cuerdas se rompieron. Se levantó. Lucius apuntó hacia ella pero Draco le amenazó. El patriarca no entendía nada pero empezó a entender con avidez.

- Nos has traicionado. Tú...eres un traidor.

- Hermione, vete. Avisa a Dumbledore.

Lucius miró a la Gryffindor.

- Draco, van a venir todos aquí. Tenemos que irnos los dos.

- Yo me quedo.

Y si Draco dudó alguna vez del amor de Hermione, en aquel momento, se desvanecieron todas y cada una de sus dudas. Sintió la mano sudorosa de la castaña, agarrando la suya.

- Y yo contigo.

- Tú...y la sangre sucia...tú...un Malfoy...

- Vete, padre.

- ¡Estás loco¡Te ha cegado¡Te ha hechizado!

- Vete, padre, por favor. Huye.

- ¿Huir¿Huir yo¿Quién ha traicionado a la Marca¿Quién¡Has traicionado la marca de tu brazo¡Has traicionado a tu amo!

- ¡¡Yo no tengo amo!! Soy libre. Soy libre para elegir qué quiero hacer con mi vida. Y a quién quiero en ella. Tú me obligaste a esto. Pero se acabó.

- Draco, hijo...piensa, sé razonable. Debes recapacitar. - Lucius habló casi con ternura. - El Lord te perdonará. Perdonará tu debilidad.

- La única persona que debe perdonarme es Hermione. El Lord no tiene nada que perdonarme.

- ¡Traicionar al Lord por una sangre sucia¡Traicionar a tu padre¡Vas a deshonrar a tu familia¡A tu madre¡A todos los Malfoy!

Entonces el reloj anunció la primera hora de la madrugada. Era la hora de irse.

- Vete, padre. Vete.

- Te perseguirán. Acabarán contigo. Y con ella también. Te arrepentirás. Te arrepentirás pero será tarde.

Draco calló. Hermione le apretó la mano.

Otra nueva campanada sonó. La penúltima. Pero Lucius no se rendiría. Hermione vio su acción antes que Draco y reaccionó.

- ¡Escudo!

El hechizo de Lucius rebotó hacia él mismo, empujándole hacia adentro. La gruta se cerró de golpe. Era la hora. La hora estelar. La vuelta al infierno.

Draco miró a Hermione. Reinaba el silencio en la sala. El escudo fue desvaneciéndose poco a poco, desvaneciéndose la capa plateada que les rodeaba.

Draco miraba en dirección a la gruta. Hermione le llamó por su nombre. Él la miró. Hermione lloraba. No sabía si de tristeza o de alegría, pero lloraba.

Draco la abrazó, era lo que sentía. La abrazó y ella le abrazó con todas sus fuerzas. Abrazados, el uno al otro, Draco derramó la última lágrima por su destino, la primera por su nueva vida. La que acababa de elegir.

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Hola a tods. Aquí lo tenéis.

Me he quedado exhausta tras la última palabra. Advierto que el próximo capítulo es ya el penúltimo, me atrevería a decir el último porque tras él solo quedará un Epílogo. Ahora mismo no puedo decir nada. Lloro de emoción. Este capítulo lo imaginé cuando creé al pianista. Y el próximo lo tengo en mi mente, seré fiel a mi propósito inicial.

De veras, no puedo decir nada. Espero vuestros comentarios ansiosamente, esto es casi una despedida pero...os advierto, no es el final este capítulo y...no digo nada más. Pero no es su final. No acaba así la historia.

Os agradezco la paciencia, el cariño y el apoyo que habéis tenido conmigo. No estoy pasando por mis mejores momentos aunque tampoco por los peores. Pero los cambios necesitan tiempo para asimilarse y no los llevo muy bien. Gracias, de todo corazón, sois unas personas y amigas magníficas y sin vosotras, El pianista no habría sido más que una idea fugaz, fruto de demasiado amor y poesía. Gracias, espero que hayáis disfrutado del capítulo, a pesar de que está escrito de una forma caótica, haciendo honor a su nombre.

Os quiero muchísimo. Nos vemos muy pronto. Para todo, tenéis mi e-mail y por supuesto, a través de reviews ;) Un besazo

Lira Garbo

¿Quién dijo que era el fin?
Nika

¿Qué haces aquí?
¿Dónde has dejado el alma y el valor?
Sientes morir Y crees que es un castigo De algún dios

Aunque el tiempo Se haga eterno yo Me encadeno a tí

¿Quién dijo que era el fin?
Podrás caer El suelo se volverá Cielo otra vez

Puedes aferrarte al amor O sufrir por los dos Consuelo tendras en mí ¿Quién dijo que era el fin?

Sé que el dolor Te ahoga sin dejarte respirar Si crees en mí Yo muerdo tu tristeza sin piedad No me importa cuanto tiempo, amor Me encadeno a tí

¿Quién dijo que era el fin?
Podrás caer El suelo se volverá Cielo otra vez

Puedes aferrarte al amor O sufrir por los dos Consuelo tendras en mí ¿Quién dijo que era el fin?

Hazme un hueco en tu silencio Absorbe mi pasión El miedo sabe esperar Abre el corazón sin condición No morirá, no morirá, no morirá

Puedes aferrarte al amor O sufrir por los dos Consuelo tendras en mí ¿Quién dijo que era el fin?

¿Quién dijo?
¿Quién dijo que era el fin?
Podrás caer El suelo se volverá Cielo otra vez

Puedes aferrarte al amor O sufrir por los dos Consuelo tendras en mí ¿Quién dijo que era el fin¿Quién dijo que era el fin¿Quién dijo que era el fin?