Algún
día lo entenderás todo.
Novena Parte.
Era un día soleado. Hermosos destellos dorados bañaban la carpa de sedosa apariencia, que imponentemente estaba apostada en el jardín trasero de la Madriguera. Finalmente, el día en que Ron y Hermione contraerían matrimonio, los había alcanzado. Quizás después de los perturbadores eventos de la cena de compromiso algún otro hubiese escarmentado, pero para los Weasley, en la vida de Ron, no cabía otra mujer que no fuese Hermione. Y, muy probablemente aquel era su más grande virtud.
Como puede suponerse perfectamente, el interior de la Madriguera era poco menos que caótico: mientras que la señora Weasley ultimaba el pastel, Ginny la decoración, los Gemelos las bebidas y el señor Weasley leía el periódico fumando su pipa; Ron, por otra parte, encontraba serios para abrocharse la túnica; y es que el broche era realmente de locos.
Si bien aún faltaban dos largas horas antes de la llegada por lo menos del primer invitado, la neurosis que caracteriza a la señora Weasley, y a todas las madres que dan a su hijo en matrimonio, traía las cosas exageradamente de cabeza. Y, aunque la única capaz marcarle el ritmo a su madre, Ginny, se encontraba allí; su entera persona añoraba los brazos de Neville, que a final de cuentas había logrado salvarse, y a su amable y cansada sonrisa.
Por supuesto, al hablar de Neville me veo en la necesidad de nombrar Harry, cuyo padecimiento jamás había parecido tan eterno como hoy; él, por su parte, dedicó el tiempo desde que entrase aquel día al hospital con Hermione, a cuidar de Neville; a procurar que éste recobrara su salud a la mayor brevedad. Y así había sido.
Hermione, por supuesto testaruda, mantuvo su palabra luego de abandonar el hospital la tarde siguiente y confirmó que, en efecto, la boda se llevaría a cabo. Es difícil saber, incluso para la misma Hermione, qué razón tan poderosa la impulsaba a querer cometer semejante error. Pero nosotros llegaremos a comprenderlo al término de esto.
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Incluso el corazón más fuerte y poseedor del amor más firme y arraigado se impacienta y se cansa de esperar; éste amor no desaparece, ni desfallece, pero se llena de desesperanza y soledad: se amarga. Se olvida que alguna vez amó, y no importa cuántas veces ni qué tan fuerte estos sentimientos toquen de nuevo a la puerta, jamás vuelven a ser bien recibidos en esa morada.
Justamente eso comenzó su desarrollo tambaleante en el corazón de Harry, luego de que éste supiera la amarga noticia del matrimonio en pie. Y, más tarde se asentó con seguridad cuando días después, recibiera una lechuza que confirmaba su presencia en la boda; a la que, sin duda, asistiría.
Él, a diferencia de Ron, no había tenido problemas con el broche de la túnica, y había logrado abrocharla sin reparos. El espejo ofrecía una grata vista de su rostro pálido reflejado delante del de Neville, quien apuraba el arreglo de su desordenado cabello. Él estaba demacrado, Neville, a quien la estancia en el hospital le había hecho mella en su aspecto físico, a pesar de haber mejorado enormemente su salud.
– ¿Y bien? ¿Qué tal quedó?
– Yo tú lo hubiese dejado como estaba.
– ¿Tan mal está?
Harry asintió con una carcajada entre los dientes. Neville estaba pésimamente peinado, pero no era nada por lo que hubiese que preocuparse; Ginny lo arreglaría tan pronto viese el estrafalario cabello de Neville. Tal y como Hermione hizo infinidad de veces con Harry en el pasado.
– ¿Estas seguro de querer ir? – preguntó Neville, notando el aire pensativo.
– No me lo perdería por nada.
– Bueno. Entonces nos vamos.
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– ¿Qué haría yo sin ti, Hermione?
– Muy probablemente salir desnudo a la calle.
– Graciosa. Trataba de hacer de esto un momento romántico.
Hermione alisó los pliegues con delicadeza y abrochó el último botón del cuello de la túnica. Luego, sin demora, lo besó en los labios y le sonrió.
– El romanticismo nunca ha sido lo tuyo, Ronald.
– Sabes que odio que me llames así –, dijo él, con una mueca.
– Lo sé –, afirmó, alejándose hasta la ventana. – Mira. Realmente es un hermoso día para casarse –, agregó mientras el prometedor paisaje brillaba en sus ojos.
Los brazos de Ron envolvieron su cintura, y él también contempló el cielo bajo el que él y ella horas más tarde se unirían en matrimonio. Se aclaró con pesadumbre la garganta.
– No sé si te lo había dicho…, pero me encargué de que Harry recibiera una lechuza de confirmación. – Ron la abrazó con más fuerza. – Aunque sé perfectamente bien lo que ha estado pasando entre los dos, sé también que con mis actitudes lo que he provocado.
"Siento que he sido un idiota todo este tiempo. Humillándote como lo he hecho, incluso pidiéndote que te casaras conmigo… No sé si esto va a resultar, Hermione, pero sé que la única forma de que así sea es que ambos cooperemos.
Hubo un pequeño y casi imperceptible segundo de silencio.
– Resultará, Ron. Yo así lo quiero –, dijo ella, finalmente.
– Eso espero. Quiero que seas feliz, Hermione, honestamente lo quiero.
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El portal de la Madriguera no había cambiado con el paso de los años, y el crujido de la madera de la puerta luego de cada llamado era el mismo de siempre. Pero lo que definitivamente resaltaba eran los hombres que aguardaban pacientemente que la puerta se abriera. Harry y Neville ya no eran aquellos niños asustadizos que épocas atrás visitaran aquella casa por primera vez. La madera crujió otra vez. Ginny se materializó ante ambos, detrás de la puerta ya abierta.
– ¡Qué bueno! ¡Ya están aquí! –. Ella los abrazó, y luego literalmente los arrastró dentro. – ¡No se imaginan cuánto falta por hacer!
– Yo sí –, dijo Harry, maliciosamente. – Imagino que has haraganeado toda la mañana.
– Harry, no creo que eso sea buena idea…
– Déjalo, Neville. – Ginny le sonrió alegre. – No hay nada que pueda amargarme en este día; ni Harry ni sus majaderías.
De pronto desde las escaleras se oyó la dulce y singular voz de Hermione:
– ¿Otra vez sacando de quicio a Ginny, Harry?
– No –, fue la escueta respuesta.
Hermione brincó los últimos escalones de la escalera y se abalanzó sobre Harry; lo apretó tremendamente fuerte y se aseguró de dejarle los labios impresos en la mejilla con un sonoro beso.
– Me da gusto verte –, dijo ella, sonriendo. – Y a ti también Neville; es una suerte para todos que hayas salido con bien del Hospital.
– Gracias –, respondió Neville, antes que un mudo Harry. – Y felicidades por la boda.
Harry carraspeó.
– Con permiso –, apenas dijo; separó su cuerpo del de Hermione y subió los escalones de la escalera de dos en dos.
– ¿He dicho algo malo? –, preguntó Neville.
– ¡Neville! ¡Por Dios! ¿Qué has hecho con tu cabello?
– Lo siento –, respondió él apenado, y fue lo último que Harry escuchó de aquella conversación.
Sólo estaban los haces de cristalina luz que se filtraban entre las rendijas de las cortinas de la ventana del fondo, para iluminar el pasillo. Había un intensa oscuridad que sin embargo no le desorientaba, pues él conocía tan bien la casa que no le representaba problema. De hecho sabía con precisión que se acercaba con rapidez a la habitación de Ron. Se topó con la puerta y la empujó delicada y firmemente.
En efecto allí estaba su mejor amigo; el compañero de tantas aventuras y desventuras; aquel que hoy se llevaba a la mujer que él amaba. Sin embargo, él le sonrió. Apenas agitó su mano como saludo y se instaló frente a la ventana a contemplar el mismo paisaje que antes Hermione y Ron compartieran juntos.
– Pensé que no vendrías –, habló Ron.
– No veo por qué…, respondí la lechuza.
– Ya lo sé, pero creí que por lo sucedido antes igualmente faltarías.
– Todavía eres mi amigo Ron –, replicó Harry. Y agregó –: A pesar de todo.
– Gracias –, dijo, y se levantó de la cama. – No hubiese querido perder a mi mejor amigo por esto.
– No lo has hecho –, respondió.
Y guardaron un respetuoso silencio. La fresca brisa se coló dentro y desordenó sus cabellos. Ron cerró la ventana y regresó a la cama, donde tomó asiento. Sin que Ron pudiese ver ahora el rostro de Harry, lo escuchó hablar otra vez:
– Te debo una disculpa –, dijo, y buscó asiento sobre el escritorio. – Por querer arrebatarte a Hermione, quiero decir.
Ron titubeó. Ahora podía verlo con detalle.
– Debí respetar que ella es tu novia, pero no lo hice. Lo siento.
– Está bien; gran parte de eso fue causa mía.
Harry asintió sonriendo indefiniblemente. Se deslizó el cabello como seda por entre los dedos, desordenándolo tremendamente.
– Ojalá tuviésemos once años de nuevo –, dijo él, con cierta melancolía.
– ¿Por qué?
– Las cosas eran fáciles, Ron; mucho más fáciles de lo que son ahora.
– Era bonito –, concedió. – Y podíamos comer lo que fuese.
Harry rió.
– Sobre todo eso, Ron…, sobre todo eso.
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– El problema contigo –, dijo –, es que no mides las consecuencias de tus actos.
– ¡Ay! ¡Con cuidado!
Ginny desenredó cuidadosamente el peine del cabello de Neville, y sonrió apenada y a manera de disculpa.
– Lo siento. Todo es culpa de Hermione y sus metidas de pata.
– Lo sé –, repuso él –, pero trata de no hacérmela pagar a mí, ¿sí?
Ella asintió. La sonrisa de Ginny disminuyó conforme volteaba a ver a Hermione para continuar su conversación con ella.
– ¿Será que puedes ser un poco más considerada con el chico?
– Lo soy –, aseguró ella. – Ante todo soy su amiga.
– No me digas –, repuso Ginny con sorna.
– Sí, Ginny. Yo jamás le he mentido.
– Pero tampoco le has desmentido nada – replicó la pelirroja.
Hermione se mantuvo en silencio.
– ¿Ves? Ahí claramente está el detalle.
Neville asintió, a pesar de poner en peligro la integridad de su cabello. Hermione se dejó caer con pesadumbre en una de las sillas de la sala, y suspiró. El ambiente era cálido, pero ella repentinamente sentía frío y soledad.
– Se suponía que me casaría con Ron –, dijo Hermione, con delgada voz. –, y sería feliz, Ginny… Muy feliz.
Ginny dejó de lado el arreglo del cabello de Neville y sentó en las piernas de él, para prestarle toda su atención a Hermione.
– Pero apareció Harry –, intervino.
Hermione asintió lentamente.
– Y lo complicó todo –, agregó.
– No tenía por qué ser así de complicado, Ginny.
Neville recostó cansadamente su cabeza contra el hombro de Ginny, y ésta le desordenó cariñosamente el cabello.
– Pero lo es… Y ahora debes lidiar con ello.
Hermione se hundió completamente en el sillón. Honestamente, sabía exactamente qué hacer, pero no hallaba la voluntad para hacerlo.
– Quiero a Ron, Ginny –, hizo constar –, tu lo sabes perfectamente bien,…
–…Pero también quieres a Harry contigo –, completó Ginny por ella.
Silencio. Neville sólo negó desaprobadoramente con la cabeza, pero Ginny no pudo contener decir:
– Oh, ¡eso es tan terriblemente egoísta de tu parte, Hermione!
– Lo sé –, reconoció apenada. Suspiró profundamente, y añadió –: Hablaré con él.
– Me parece muy bien.
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La puerta de la habitación de Ron crujió, abriéndose. Un suave y embriagador perfume femenino ahogó el cuarto. Su cabello era plateado y estaba espléndidamente arreglado; además vestía un precioso vestido, paradójico a su modo habitual y singular de vestir. Era Luna Lovegood, amiga de Ginny.
Ella sonrió al verlos, y saludó alegremente a Harry con un beso en la mejilla; e igual hizo con Ron, aunque mucho menos efusivamente:
– Ronald.
– Luna –, dijo él, asintiendo con la cabeza.
– Estás muy linda, Luna –, apuntó Harry.
Ella tan solo se sonrojo un poco. Y Ron, aunque imperceptiblemente, aprobó lo dicho.
– Gracias, Harry, eso es muy amable de tu parte.
Luna se recostó sobre el escritorio, junto a Harry, y miró fijamente a Ron por largo rato. Estos dos tenían su historia de antes que Hermione y él se emparejaran; desafortunadamente las cosas no terminaron muy bien.
El aire se espesó con rapidez. Ron desvió la mirada. Pero Harry permaneció tristemente inmutable, observando el precioso retrato natural que enmarcaba la ventana. Observó como George acomodaba las sillas bajo la carpa, de manera tal que todos los invitados pudieran apreciar muy bien la ceremonia de matrimonio; mientras Fred no dejaba de darle órdenes. Sonrió. Él no esperaba que Hermione no se casara; ni siquiera que ésta le diera una explicación. Pero esperaba que algún día su corazón dejara de doler; esperaba algún día entenderlo todo.
– ¿Harry? ¿Te encuentras bien?
Harry parpadeó, regresando a la realidad. Frente suyo estaba Hermione.
– Sí. Muy bien –, dijo, recobrando su austero aspecto.
Hermione pareció dudar, antes de tomarlo del brazo y decir:
– Ven. Quiero que hablemos.
Y lo arrastró fuera de la habitación, dejando a Ron en una no muy bien situación a solas con Luna.
Hermione lo llevó al jardín, y una vez allí caminaron hasta la carpa. Fred y George habían terminado ya con los preparativos de las sillas, y ahora todo estaba perfectamente colocado. Y Harry pudo constatar lo que ya había visto por la ventana: la decoración del sitio era preciosa y apropiada para una boda.
Harry miró a Hermione y notó que estaba maquillada. Quizás desde antes que él llegara, pero dentro del enojo por ese cálido recibimiento, él no lo había notado. Había pasado desapercibido para él lo linda que ella estaba.
– Harry.
– ¿Sí?
Ella tragó grueso.
– No quiero que se arruine nuestra amistad.
– No lo hará.
Un suspiro de alivio escapó por los delgados labios de Hermione. Y de ahí en más, empezó a hablar más relajadamente.
– Principalmente, no quiero que te alejes de mí.
– No lo haré –, replicó Harry, un poco autómata.
– Bien. Eso me tranquiliza.
Harry la detalló con sus ojos. Y sintió que algo de Hermione se le estaba escapando de las manos. Algo que él no lograba ver; algo que su corazón no quería ver, pero que estaba allí; que parecía siempre haberlo estado.
Y entonces, la escuchó reír muy alegremente.
– Ahora que lo pienso – dijo ella, riendo –, dejamos a Ron en un buen aprieto.
Harry sonrió de medio lado.
– Es verdad.
Y los dos rieron muy fuertemente.
– Vayamos a rescatarlo –, dijo Harry, tomándola de la mano.
Hermione asintió, aún riendo. No habían hablado de nada en concreto, más sin embargo, todo había quedado perfectamente claro para Harry.
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Increíblemente, sólo media hora después de que ellos rescataran a Ron de la mirada fulminante de Luna, la gran mayoría de los asientos de la carpa fueron ocupados. Ginny y Hermione desaparecieron poco después, para prepararla adecuadamente para la boda.
Así pues, Ron, Neville y Harry quedaron a sus anchas en la habitación del pelirrojo. Él y Neville charlaban sobre las responsabilidades de ennoviarse con Ginny, o más bien, Ron lo aleccionaba al respecto. Mientras, Harry daba claras señales de haberse aficionado al paisaje del campo; eso, o le parecía singularmente preciosa la ventana de la habitación de Ron.
Abajo, la señora Weasley gritó:
– ¡Aprisa, Ron! ¡Ya es hora!
Harry suspiro apesadumbrado.
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No muy feliz, y a petición de Harry, Dumbledore había aceptado mover sus importantes compromisos, para oficiar la boda. Harry se sorprendió notablemente cuando vio que llevaba una túnica negra con destellos plateados: Dumbledore jamás vestía cosas tan lúgubres; ese, más bien, era el estilo de Snape. Sin darle más importancia, tomó asiento entre Luna y Ginny, quienes ya parecían estar al borde las lágrimas; y eso que la boda ni siquiera había comenzado.
Ron ya se encontraba en su lugar. Harry no recordaba jamás haberlo visto así de nervioso; a pesar de que en la habitación se le notaba tan tranquilo.
Neville con el mismo brazo que abrazaba a Ginny, palmeó la espalda de Harry y le señaló el principio del pasillo entre las dos columnas de sillas.
– Mira, Harry. Es Hermione.
Efectivamente así era. Hermione. Trajeada con un sencillo vestido de bodas. Espectacularmente preciosa. Un instante después, Hermione sonrió, y los de Harry se iluminaron con su sonrisa. Sin embargo, cuando el notó nada de aquello iba dirigido a él, los ojos se le llenaron de tristeza y de comprensión. Por una vez la cosas se le aclararon.
Ella no lo miraba fijamente a él, mucho menos le sonreía de manera tan especial. Ella lo hacía para Ron. Estaba radiante y hermosa para Ron; para casarse con Ron, no con él. Porque ella amaba a Ron. Porque a pesar de todo, su corazón le pertenecía a él. Sin importar las heridas del pasado, los malos ratos ni las veces que él la engañó. Ella verdaderamente lo había perdonado. Y Harry, no tenía cabida en ese corazón. Harry era únicamente su amigo. Su mejor amigo y nada más.
Harry por fin comprendió qué se le escapaba siempre. Cerró los ojos, y negó con la cabeza, pensando que había sido un juguete inmisericordemente utilizado para sanar sus heridas, para poco después ser desechado.
Abrió los ojos, y la vio tomarse la mano con Ron, escuchando atentamente a Dumbledore. Sonrió tristemente. A pesar de todo, había sido divertido. Él lo había disfrutado. Y había gozado de momentos que perdurarían en su mente siempre; momentos que de otra forma jamás hubiese experimentado.
Y ahora él era su amigo. Y por eso la perdonaba. Y la dejaba ser feliz, acompañándola siempre. Aunque ahora él se muriese por dentro viéndola casarse con Ron. Aunque él pensase que cometía un grave error. Aunque él sintiese su corazón romperse, y las lágrimas inundar sus ojos. Él la amaba. Y sonrió por su amiga, esperando que Ron la hiciese feliz.
Los sollozos de Ginny le permitieron concentrarse en lo que Dumbledore decía. La ceremonia ya finalizaba. Y en pocos segundos, Hermione sería la señora de Weasley. La señora de Weasley. Hermione Weasley. Qué mal se escuchaba eso, rió en su interior. El llanto de las mujeres aumentó, al Dumbledore pronunciar las palabras sagradas, que provocaron que los novios brillaran un ínfimo instante.
Finalmente Ron besó a Hermione, sellando así su unión. Ella se abrazó a él, y juntos voltearon a verlos a todos. Pero ella, un segundo después, sólo miraba a Harry. Las lágrimas brotaron de sus ojos de Harry, incontenibles ya. A su alrededor la gente se levantó para aplaudir, y él lo hizo con ellos, mientras una fantasmagórica sonrisa flotaba en sus labios. Más lágrimas cayeron de sus ojos.
Ella se veía tan feliz, y él se sentía tan triste. Era casi paradójico… casi. Y de pronto, esa demacrada sonrisa cambió. Hermione le sonreía a él. Única y exclusivamente, a él. Y eso era todo lo que necesitaba. Esa sonrisa que le demostraba que había hecho lo correcto, que ella, en efecto, era más feliz de lo que hubiese sido con él. Y aunque muchas más lágrimas brotaron de sus ojos, él, por primera vez en mucho, sonrió con el corazón destrozado, pero feliz. Muy feliz. Y habiendo entendido que a pesar de amar profundamente a esa mujer, ella era feliz con otro, con Ron; al que amaba con sus virtudes y defectos. Él, finalmente, lo entendía todo.
Cuando Neville se recordó de Harry segundos después, él ya no se encontraba en su asiento. Y Ginny se sorprendió de ver una lágrima rodar en el feliz rostro de Hermione…
FIN.
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N. del A.: Finalmente, no habrá epílogo pues no lo considero necesario; y sé que muchos también lo considerarán así. Lo que suceda después, queda a su entera y libre imaginación. En cuanto a la demora, sé bien que de nada sirve disculparse, que esta enorme tardanza no tiene perdón, pero aun así lo hago: a los lectores de esta historia, mis más grandes y sinceras disculpas. A Clo, aunque semanas después, feliz cumpleaños: el capítulo va para ti. Mi más sincero agradecimiento a todos los que leyeron, leen o leerán esta historia. Espero que la hayan disfrutado, y disculpen cualquier error.
