3 de Septiembre

Querido diario:

Todo vuelve a empezar y dudo tener fuerzas para enfrentarme a ello de nuevo.

Aquí todo es distinto. La gente me rodea pero me siento tan sola como si, tras una epidemia, fuera el único ser que poblara la tierra.

Alguien pasa junto a mí y creo notar un empujón. No me molesto en girarme. Hay tanta gente aquí que me odia que sería inútil intentar averiguar de donde viene cada una de las piernas que se estiran a mi paso, pugnando por hacerme tropezar. Camino mirando al suelo, a la moqueta granate, tan pulcra como la recuerdo. (No levantes la cabeza, no levantes la cabeza, no les mires).

Hay risas a mi alrededor. No sé si es cierto o están dentro de mi cabeza. No sabéis nada. No sabéis nada...

Sólo hace dos días que el curso ha empezado, y siento que gran parte de mi vida ya se ha consumido aquí. Si tuviera valor... si pudiera... nadie me echaría de menos. Trato de sacar ese pensamiento de mi cabeza. ¿Les darás ese triunfo?

Qué más da. Su triunfo, el mío. Todo es relativo.

Hace meses, muchos meses, que nadie me habla. Tampoco yo he destacado por mis intentos de acercamiento hacia ningún ser de inteligencia demostrada. En verdad, no me sería tan fácil... vaya, ¿estoy haciendo bromas? Olvídalo. Ese privilegio ya no es para ti.

No quiero, no puedo, no soy capaz. Me voy a volver loca. Necesito oír una voz que no sea la de mis propios pensamientos, que resuenan atronadores en mi cabeza, que me enloquecen, se estiran, se retuercen, envuelven cada centímetro de mí sin dejar ni un resquicio de paz. Paz... necesito dormir para olvidar un poco.

En mis entrañas siento como una bestia que me devora, que se bebe hasta mi última gota de sangre. Necesito gritar, hablar, explicar... pero no, ellos no escuchan, no saben. No quieren saber. Es más fácil así. Pero no soy culpable. No lo soy.

No sé si ir a mi habitación. En general, a los profesores les da igual que falte de vez en cuando a alguna clase. Suelo distraer a la gente. Ya se sabe, mientras me arrojan objetos y maldiciones pierden en hilo de la explicación. No sé que clase habrá ahora. Adivinación, tal vez. No la necesito. Puedo adivinar desde hoy hasta el último minuto del día sin necesidad de orbes, posos de té o estrellas. Ahora mismo podría empezar mi predicción. (Hoy querrás morir. Mañana querrás morir. Pasado mañana querrás morir). Sí. Casi me dan ganas de sonreír, pero me controlo. Tengo los labios en carne viva y no me gustaría que empezaran a sangrar otra vez. Aunque el sabor de la sangre no me es del todo desagradable. El miedo y el dolor saben peor.

No empiezo a caminar hasta que no ubico a mis "compañeros" en las aulas. Sólo entonces me deslizo por los pasillos, por las escalera y corredores tan sigilosamente como si fuera siguiendo a alguien. La señora gorda del retrato me dirige una mirada de desprecio cuando paso junto a ella procurando no mirarla. (Genial, hasta los cuadros te odian. Tu status sube como la espuma). Me gustaría decirle que aparte de mí sus ojos acusadores e ignorantes, pero temo que no me salga la voz, pues hace tantos meses que no hablo que sospecho incluso haber perdido esta facultad. Opto por resignarme y seguir mi camino.

La puerta que busco aparece poco después ante mis ojos. Mi Sala de los Menesteres. Justo lo que yo había pedido. (Quiero una habitación oscura en la que no haya absolutamente nada). Entro y cierro la puerta, dejándome caer al suelo. No es muy grande, unos diez metros cuadrados. No hay luz. (...absolutamente nada). Me quedo así un buen rato, contemplando nada, pues si hay techo yo no puedo verlo, ni tampoco las paredes. Después seguramente me quedo dormida, por que no recuerdo nada más. Cuando salgo de mi escondite, observo por los ventanales de los pasillos que ya es de noche. Oigo desde el Gran Comedor el bullicio de los alumnos cenando, seguramente hablando de cosas absurdas, deberes, conquistas, su común repulsión hacia mí. Me dirijo a mi dormitorio. Me ruge el estómago, pero por nada del mundo entraría ahí una vez empezada la cena, para ser examinada por todos esos ojos que parecen quemarme. Sí, mejor me acuesto. Mañana será otro día. Otro día igual...

4 de Septiembre

Querido diario:

Tal y como suponía, cuando esta mañana me desperté, mis compañeras de habitación ya estaban levantadas. No esperaba que fueran a avisarme, claro está, pero apuesto a que hablaban tan alto adrede. Detesto que perturben mi sueño, mis únicas horas de paz...

Ninguna de ellas me dirige tan siquiera una mirada. Produzco en ellas una mezcla de desprecio, miedo, odio y asco que ni pueden ni quieren ocultar.

Tampoco yo las hablo o las miro. Antes éramos amigas. Antes. Cuando no era una asesina, una traidora. Cuando no estaba entre las guapas ni entre las feas. No era detestada ni adorada. Tan sólo una más. Una alumna más. Ahora ni siquiera tengo nombre.

Comienza otro día en Hogwarts. Las chicas me asfixian con sus gritos, su cháchara frenética. Me gustaría pedirles que cerraran sus bocas pero no quiero comenzar el curso con un par de diente menos. Sé que Parvati lo haría encantada.

Ellos también me odian, y es lo único que cada noche aún arranca lágrimas de lo más profundo de mí. No puedo creer que ellos dieran crédito a la versión oficial. No intentaron escucharme. No preguntaron. Sé que la queríais, yo también. ¿Y a mí? ¿Qué era yo para vosotros? Ahora me odiáis más que nadie, y sé que vuestras propias manos me quitarían la vida si, aunque parezca mentira, no estuviera permanentemente protegida. Yo no lo hice. No lo hice...

Sólo vosotros me dabais fuerza. Érais mis ángeles. Y me habéis dejado. Ahora no tengo nada. El odio que veo en vuestras pupilas me da miedo. Sobre todo el tuyo... el otrora reconfortante azul de tus ojos se me antoja hoy un mar en el que podría ahogarme. Cómo hablar, cómo explicar...

Yo también soy víctima. Aquella noche no perdí la vida, como esos que murieron en la sangrienta batalla que hizo temblar los cimientos de Hogwarts. Pero estoy muerta aún mientras sigo respirando. Preferiría haber ido con ellos, que mi nombre adornara también, junto a los suyos, el monumento que hoy domina el patio central. Que llorarais también mi muerte. Pero no este odio sin razón que ni comprendo ni soporto.

Ahora sólo en estas páginas puedo volcar la miseria que pudre cada fibra de mi cuerpo. La tinta es la voz que me falta. La que me habéis quitado.

Yo también he muerto. Dejadme morir... dejadme morir...