LA VENDA SOBRE LOS OJOS

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Notas de las autoras: Primero, esperamos que hayan tenido una excelente navidad y les deseamos por supuesto un extraordinario año nuevo. Muchas gracias a todas las personas que nos siguen leyendo, a pesar de que sabemos, que no hemos sido tan constantes en las actualizaciones como solíamos ser antes. Gracias por su comprensión hacia nuestra ajetreada vida privada, a nosotras también nos encantaría tener de vuelta todo el tiempo de antes. Espero que disfruten este capitulo igual que nosotras lo hicimos al escribirlo.

ADVERTENCIAS: AU, Angst, Drama.


Capítulo 14:

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–Ya no quiero tomar risperidona. –Malakhov te mira sin juzgarte por lo que estás pidiendo, pero no te da el "sí" llano y claro que buscas. –Ya no quiero sentirme como si estuviera pilotando mi cuerpo.

Malakhov se inclina hacia adelante y te mira a los ojos.

–Tu esquema de medicamentos disminuye el estrés, gracias a eso haz logrado un gran progreso.

–Preferiría experimentar el estrés. –Él niega.

–Tú vida está en blanco, es cómo experimentar una mutilación, una que te deja confundido. –Te explica la manera en qué te sentiste al inicio del tratamiento. Que otra persona venga a decirte quién eres, cómo te sientes, qué es lo mejor para ti… Es rídiculo, tú eres rídiculo. –¿Pasó algo? –Te inquiere. Asientes y te pones a contarle de "The cage", la nueva obra que tu compañía presentará. Le explicas lo mucho que deseabas el papel principal, las esperanzas que tuviste de ser elegido… captaste la atención del coreógrafo, fuiste de los últimos y únicos de quien quiso ver más, pero al final… quería hablar contigo de tu lesión, de tu recuperación casi milagrosa.

–Al parecer conoce a alguien con problemas similares, otro bailarín con una lesión grave. –Pero no te quería para interpretar The cage. –Me dijo que mi técnica es buena pero que no debería medicarme, porque entonces no puedo sentir y si no siento verme bailar es cómo ver a un robot hacerlo.

Escuchas a Malakhov mascullar "que imbécil" pero finge que no dijo nada.

–Tiene razón –sigues. –Cuando me dijo eso sabía que me estaba sucediendo a mí porque lo miraba y lo escuchaba, pero la decepción me llegó después, como si necesitara tiempo para decidir cómo debo sentirme, en lugar de simplemente sentir.

Hay un silencio algo largo en el cual te quedas inmóvil, como el robot que dicen que eres, en stand by.

–Esa sensación de ser ajeno a tus vivencias es un efecto secundario de la clorpromazina mezclada con la fluoxetina; y claro todo empeora con la risperidona.

–¿Tendría que dejar de tomármelo todo para poder sentir un poco?

–¿Qué pasa con tu hermano? ¿No produce emociones en ti?

–Estoy seguro de qué lo quiero… me está enseñando a quererlo. Cuando agarra mis manos y sonríe; yo sonrío porque él lo hace, si me abraza lo abrazo y así. –Malakhov anota lo que dices.

–Estás mejorando a pasos agigantados. Cuando llegaste estimamos que te tomaría dos años recobrarte y ser funcional; empezaste a valerte por ti mismo en cuatro meses. Debes ser paciente. Eventualmente disminuiremos las drogas aunque es posible que siempre necesites apoyarte en alguna. Pero… volverás a experimentar emociones con normalidad.

–Malakhov –lo miras directo a los ojos. –Quiero dejar la risperidona –insistes.

–La necesitas para dormir. –Te lo explica una vez más. –Sin la risperidona, las pesadillas te roban el sueño, si tienes privación del sueño no puedes formar memorias nuevas.

–La psiquiatra me dijo que mis pesadillas son de origen psicológico, no fisiológico, piensa que puedo encontrar la manera de dormir sin la risperidona. Déjame intentarlo Malakhov.

–Te deprimirías o tendrías ataques de pánico.

–Me siento atrapado. Sólo vivo a través de Yugi.

–No puedo aprobarlo. Eres un paciente con un alto riesgo de suicidio.

–No me voy a suicidar, déjame intentarlo.

Esta vez se niega sin intentar razonar contigo. Te da el golpe de gracia para que dejes de insistir.

–No puedes tomar decisiones médicas. Tu prometido tendría que ser quien solicite que se te retire la risperidona.

–Puedo tomar decisiones, puedo simplemente no tragármela.

–Pediré que la midan en tus análisis de sangre, si no tienes la concentración deseada, tendré que darte de alta.

Quieres decirle algo pero la palabra se te escapa. Cuando estás fuera de su consultorio decides cual era:

"Hijoputa" eso debiste decirle, como te es usual, la emoción llegó tarde.

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Te internas una vez al mes en su clínica para continuar tu rehabilitación. Haces terapia física, descansas y luego te dedicas a hacer rehabilitación neurológica.

El domingo Yugi acudirá a recogerte a la estación central. Está con Mokuba, sólo por eso asumes que se encuentra bien.

Lees un rato, luego haces un ensayo de lo que leíste. Tuviste excelente memoria y quieres recuperarla. Te han dicho que la memoria es cómo un músculo que puede ejercitarse. Trabajas en un ensayo sobre Asimov. Yugi te dijo que solía gustarte, al leerlo no estás seguro de ello. A menudo te ocurre… esta sensación de incomodidad respecto a tu yo anterior.

"Toma Atem, te encantaban las naranjas" te dice Yugi. Y claro te la comes fingiendo que la amas. No está mal pero tampoco sientes que te encante.

"Esta era una de tus canciones favoritas" te dice Yugi. Y tú escuchas fingiendo que te fascina lo que escuchas. No está mal pero, no te sientes con ganas de volver a escucharla.

Lo mismo te ocurre con Asimov. Tal vez te gustaba porque hacia sentido con algo de tu historia. Redactas en una libreta porque es parte de tu rehabilitación el escribir a mano.

El resultado de tu esfuerzo es bastante vago. Por fortuna no te dedicas a la escritura sino a la danza. Tienes una terapeuta funcional que te lo revisa.

–No está nada mal. Un poco inconexo entre algunos párrafos, tienes varios errores gramaticales, pero es bastante aceptable. –Seguramente lee cosas peores todos los días. –Podemos pasar a tu siguiente tarea. ¿Sabes jugar ajedrez o póker?

–Yugi dice que sabía jugar ambos.

–¿Qué tal mahjong? –Dejas la pregunta en el aire. Presionas el reloj y el teclado holográfico se despliega sobre él. Le escribes un mensaje a Yugi. Tu terapeuta está acostumbrada a ese proceder tuyo. A las pausas para pedirle respuestas a Yugi.

–Dice que no.

–El reto consiste en aprender algo nuevo. El mahjong es un juego de azar y de estrategia, te ayudará a mejorar tu concentración. Creo que te gustará.

Eres bueno con los juegos de mesa, pero al cabo de un rato estás seguro de que odias este en particular, porque está en otro idioma.

–¿Es una ficha de viento? –Te inquiere la terapeuta luego de explicarte tres veces, con toneladas de paciencia, el significado de cada uno de los pequeños rectángulos de plástico.

–Sí –respondes por no quedarte callado.

–Es una ficha dragón –te corrige. El mahjong se juega con cuatro jugadores. –Anótalo –te sugiere mientras se va en busca de otros dos conejillos de indias.

Tomas papel y lápiz y escribes: "La que parece una espada es un, es distinta de la ficha que parece… ¿que mierda es eso?… bueno, de la ficha que por suerte no parece una espada, la cual simboliza viento". Subrayas con fuerza y haces algo diferente. Se supone que debes intentar mejorar por ti mismo.

Presionas el reloj y le pides que "vea", proyecta un halo de luz, escaneando. Le enseñas la ficha.

–Ficha dragón –aparece un pequeño texto en la pantalla. Tu memoria prestada puede reconocer cosas que tú no.

Aquí viene de vuelta la terapeuta con dos hombres siguiéndola, dejas lo que hacías, apoyarte en el reloj es trampa cuando se trata de rehabilitación neurológica.

–Estos símbolos no tienen sentido para mí, no hablo chino –le explica uno de ellos desesperado.

–Precisamente, tendrás que memorizar sus formas y asociarlas al significado.

Aquello promete ser infernal.

Tus rivales son un tipo que corría autos y un matemático. La terapeuta los presenta a los tres y explica brevemente qué le ocurrió a cada uno.

–Harrison –el piloto –se salió en una curva y se estrelló golpeándose la cabeza: tuvo una contusión, que le causó una conmoción, que le causó confusión... El mismo curso clínico que tú, se llevaran de maravilla. –Arqueas una ceja mientras el tipo te sonríe aborregado.

–Katz –el matemático– tuvo una crisis nerviosa, su compañía lo envió con nosotros para prevenir recaídas. –Este te ignora y se pone a revisar las fichas del mahjong. Te preguntas si tú igual luces así de enajenado.

–Atem –la escuchas decir, –tiene amnesia retrograda de origen y amnesia anterógrada leve.

El piloto asiente de nuevo sin parar de sonreír.

–¿Se te olvida todo lo que vives y tienes que anotarlo? – Inquiere Katz. Te sientes expuesto, no olvidas todo, pero sí una parte, sobre todo si estás muy estresado. Bajas la mano izquierda donde llevas puesto el smartwatch.

Ninguno de los tres tiene experiencia previa jugando, lo que convierte la partida en algo tedioso e insufrible. Los tres necesitan más tiempo del que sería razonable para pensar sus jugadas e interrumpen la partida cada dos por tres para volver a pedir explicaciones a la terapeuta.

–Malakhov dijo que te ibas a casar antes de tu accidente –te comenta el piloto de autos. –Yo también. Mi prometida está en New York ahora mismo, es modelo.

Asientes mirando tus fichas. Tienes una con forma de espada, no recuerdas cuál es pero no debes consultar el reloj.

–¿Cómo se llama? –Pregunta el matemático al piloto. –Tu prometida.

–Susy Miller. Se le conoce por sus asombrosos ojos verdes. ¿La ubican? –El matemático niega y tú haces lo mismo. Estás casi seguro de que tienes en la mano una ficha viento.

–¿Y la tuya? –Te pregunta el piloto.

–¡Es un dragón! –recuerdas de golpe. –Tiene ojos azules –divagas acerca de lo único que recuerdas de tu prometido.

–¿Te sientes bien? –El piloto quiere saber, seguro le preocupa que seas un loco violento. –¿Tu prometida es un dragón de ojos azules?

–Lo que quise decir es que tengo la ficha del dragón. Y mi prometido… –tomas conciencia tardía de lo que dices.

No haz olvidado a ese hombre. Sabes que paga las cuentas de la clínica y que toma decisiones médicas por ti. Yugi lo menciona de vez en cuando. Pero no recuerdas su cara, excepto por ese detalle.

–Tiene ojos azules –repites en un murmullo.

–¿Cómo se llama? –Te pregunta el piloto. Te resistes a consultar el reloj. Te imaginas sus ojos. Eran azules y tenían algo que te cautivaba, tanto que no los olvidaste. El color era asombroso, no eran azules como el cielo, sino como… como… (maldita sea tu falta de vocabulario)… ¡como el mar! Un mar profundo. Y tenían cierto brillo particular. Cierras los ojos y te esfuerzas en serio. Puedes visualizarlos. No recuerdas el resto de él, ni su boca, ni su cuerpo, pero visualizas sus ojos y por fin recuerdas algo más. ¡Su voz! Una voz profunda y áspera… y enojada contigo. Esa voz te dice su nombre.

–Kaiba –lo dejas salir de tus labios con un enorme alivio.

–Te tomaste tu tiempo –dice el piloto sonriendo.

–¿Kaiba? Ese apellido no es muy común. –Mastica el matemático. –¿Seto Kaiba? –Te hace sentido así que sientes. –¡Seto Kaiba! –El matemático palmotea y se ríe. –Él desarrolló una ecuación en derivada parcial para el movimiento browniano. Imparto un seminario en el que siempre la incluyo. No puedo creer que se vaya a casar contigo. Me encantaría conocerlo, ¿cuándo vendrá a visitarte? Debes presentármelo cuando venga a visitarte.

–No puedo –replicas. –No vendrá.

–Qué hijo de puta más frío –apunta el piloto.

–No… –quieres protestar pero en realidad no sabes cómo explicar lo que pasa, porque tú mismo no sabes qué pasó entre ustedes dos.

–Kaiba está ocupado –te roba la palabra el matemático. –Tiene muchos problemas.

–¿De qué hablas? –Preguntas y la respuesta hace que te arrepientas de haberlo hecho.

–¿Vives en un agujero? Salió en las noticias. –Te da una mirada escéptica. –Iba a lanzar este androide que tenía loca a la comunidad científica, pero de último momento canceló todo. Se dice que está en bancarrota. –Katz baja una ficha al tablero y sigue. –Las contusiones a veces causan alucinaciones.

–No estoy alucinando. Kaiba es mi prometido –el matemático asiente haciendo como que te cree pero poniéndole muy poco esfuerzo.

–Si olvidaste todas tus vivencias, ¿cómo estás tan seguro? ¿Vino a visitarte? ¿Te trajo flores? No veo ningún anillo en tu mano.

Sientes algo… miedo. ¿Cómo sabes que lo es? Yugi dijo que estuvo en el hospital cuidándote pero tú no lo recuerdas bien. Estás muy confundido. Ya no puedes recordar su voz, de pronto ni siquiera estás seguro de que tenga los ojos azules. Quieres evocarlo de nuevo pero es imposible.

–No te preocupes –te dice la terapeuta. –Esto a veces pasa.

¿De qué habla? A veces alucinas acerca de casarte con alguien que quizás ni siquiera conoces. ¿En verdad era Seto Kaiba? Quizás ese ni siquiera es su nombre. Quizás ni siquiera existe un prometido.

–Yugi me dijo que me iba a casar con él. –Te sientes nervioso. ¿Sí te lo dijo?

–¿Quién es Yugi? –Te pregunta el matemático. –¿Tú amigo imaginario?

Miras el reloj en tu muñeca y haces algo inesperado hasta para ti.

–Seto Kaiba –le ordenas. Tu reloj lo proyecta y tu memoria se enciende como una luz tenue.

–Que puedas googlearlo no quiere decir que se tu prometido. –Se burla Katz.

Sí tiene ojos azules, estuvo en el hospital contigo, es tu tutor para tomar decisiones médicas, tiene una voz profunda y áspera, es tu prometido.

–Llámalo –le ordenas al smartwatch.

El matemático sonríe burlonamente.

Escuchas los tonos de la llamada con el corazón en un puño.

La línea muere al cabo de unos momentos. Katz no se aguanta una carcajada, se la borras impactándole tu puño en ella.

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–Me hizo dudar de mis propios recuerdos –le explicas a Malakhov.

–Él no tiene la culpa de que sean tan endebles.

–Yo tampoco –te indignas.

–Le rompiste la nariz.

–No me arrepiento –Malakhov levanta los brazos en señal de rendición.

–Hablaremos de esto mañana, cuando estemos más tranquilos.

Quisieras decirle que tú estás muy tranquilo, pero tu voz aún destila rabia. La emoción tardó en macerarse pero está ahí; y a ti te gusta experimentarla.

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La clínica tiene un jardín con una fuente. Hay cuatro bifurcaciones a su alrededor. Te diriges hacia allá. La noche comienza a caer. Te encuentras al piloto de autos fumando un cigarrillo mientras contempla el agua.

–No está permitido fumar aquí –le dices.

–Que yo sepa tampoco está permitido golpear a los demás pacientes –te replica. Asientes, cedes.

–Olvidé tu nombre –le aclaras antes de iniciar una embarazosa conversación.

–Harrison –se presenta y te tiende el cigarro a medio fumar.

–No recuerdo si fumo.

–Inténtalo y averígualo. –Le haces caso y descubres que no eras un fumador. Harrison se ríe de ti mientras te recobras entre toses. –Pregunté si boxeas y por eso tienes un buen derechazo, pero me dijeron que de hecho eres un bailarín. ¿Sabes? Es duro tener una contusión y desorientarte. Yo no puedo conducir. Mi coordinación ojo–manos es una mierda, por eso vengo aquí desde hace un año.

–Cuando yo bailo, dejo que mi cuerpo me lleve sin pensarlo. No recuerdo cómo es que lo hago, sólo lo hago.

–Tú sí que tienes suerte.

–¿Eso crees? –Aprietas los puños, el día aún no termina, aún tienes tiempo de enviar a otro paciente a la enfermería.

–Tienes una segunda oportunidad de experimentarlo todo. No sabes que es lo que te gusta, pero puedes experimentar todo otra vez y descubrirlo. ¿Ya probaste un chocolate caliente?

–Sí –lo piensas un poco. –De hecho fue fascinante. –Harrison asiente contento con su razonamiento.

–¿Haz besado?

–No.

–¿Sexo?

–No.

–Seguro cuando la gente escucha tu triste historia te dan muchos "oh pobre de ti, ay lo perdiste todo". Pero yo creo que eres un tipo con suerte. No sé si buena o mala, simplemente cierta suerte. No importa lo mierdosa que haya sido tu vida, tienes un nuevo comienzo.

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Él había llamado.

Su reacción fue mirar su móvil mientras vibraba sobre su escritorio hasta que los tonos de llamada se agotaron. Se dijo a sí mismo que eso no significaba nada. Seguramente Atem se había equivocado. Tenía una mente muy disciplinada e hizo a un lado el asunto de la llamada y se concentró en su trabajo.

Cenó con Mokuba y con Yugi tan sólo para verse obligado a volver a la torre de KC. Al ver a Yugi había pensado de nuevo en la llamada pero pronto dejó de lado ese pensamiento.

Cecilia no funcionaba. No podía demostrar empatía hacia una sola persona, es decir, trataba a todas las personas por igual; y además continuaba sobrecargándose y apagándose. Necesitaba que Cecilia convenciera a Pegasus de que lo quería para poder cumplir la promesa que le había hecho ocho años atrás:

"Yo te devolveré a tu esposa, si tú inviertes toda tu fortuna en mi compañía".

Pegasus había sido muy paciente con los lentos progresos. Por momentos inclusive parecía que se había olvidado de su acuerdo y que trabajaba en KC, porque sí, porque le gustaba (jamás porque lo necesitara), pero esa paciencia se acabó con el fracaso de Herbie. Y ahora Kaiba se veía obligado a hacer chapuzas holográficas para compensar la situación.

Estaba repasando el código de Cecilia, aquello que la traía a la vida. Era una tarea absorbente, la mínima distracción haría que se viera obligado a volver a comenzar (el código de Cecilia tenía 68'000 líneas), estaba familiarizado pues él había escrito la mayoría.

Eran las siete de la mañana cuando paró. Se recargó en la silla mullida y miró el monitor de su computadora.

No había ningún error. Le estaba pidiendo imposibles a su AI, ni siquiera él podía enseñarle a una máquina a querer.

No podía perder a Pegasus en ese momento tan delicado para la compañía.

Tenía que hallar una manera.

Agarró su móvil. No tenía mensajes de Mokuba pero sí uno de Roland en el que le contaba que su hermano estaba bien, y que Yugi y él seguían dormidos.

Había un correo de la clínica Brigham. Leyó que Atem le había roto la nariz a un paciente y aunque el lesionado no podía demandarlo (el contrato de la clínica incluía el riesgo de lastimarse durante la estadía) igual estaba exigiendo que lo expulsaran. Le pedían a Kaiba que acudiera a resolver el problema.

Concluyó que la llamada no fue accidental. Atem en verdad intentó contactarlo, aunque fuera tan sólo para pedirle que se ocupara de algo (como siempre).

Pues no estaba a su maldita disposición. Vale, él era su tutor legal y por eso era esperable que lo fastidiaran pero tenía muchos problemas de los cuáles ocuparse en ese momento. No tenía ni tiempo ni ganas de acudir a la clínica, aunque podía admitir que sí tenía curiosidad por saber el motivo por el cual Atem se había peleado.

La clínica le enviaba reportes regularmente. Kaiba había visto el video de la primera vez que Atem se puso de pie con ayuda de la prótesis biomecánica que le hizo llegar. Igual había sido él quien autorizó el esquema de medicamentos y las terapias que le aplicaban. Había leído todos los informes acerca de la salud de Atem. Sabía cómo se encontraba, posiblemente mucho mejor que el propio Atem e inclusive que Yugi.

Abrió los videos en su móvil. Había borrado el vídeo de Atem interpretando "Crown of love"; porque la persona que bailaba para él estaba muerta y él no era alguien que se aferrara a fantasmas. Pero tenía otro.

La clínica le envió el video de Atem bailando por primera vez. Le dio clic.

Era un video sencillo, la música de fondo sonaba con baja calidad. Kaiba había investigado, la canción se llamaba "Whispering" y era de Alex Clare. Atem aparecía en el video descalzo aunque con la prótesis. Era un entramado de titanio y silicio que seguía las líneas naturales de los huesos y los tendones de Atem. Le abarcaba del tobillo a la rodilla y además estaba viva, por decirlo de algún modo. Estaba programada para moverse con la misma potencia y en la misma dirección que los músculos de Atem. Kaiba no pudo evitar sonreír orgulloso. Era una pieza única (la había fabricado a partir de la pierna derecha de Herbie), en el vídeo brillaba porque tenía sensores azules que se iluminaban cuando estaba en funcionamiento para alertar sobre una posible falla.

Vio a Atem parado sobre la duela, se escuchaba la voz de Malakhov aunque él no se veía en el video, alentaba a Atem a bailar la canción que había elegido. Atem empezó meciéndose de un lado a otro como probando que su pierna derecha aguantaba bien su peso, dio unos pasos hacia la cámara y de pronto se dejó ir.

Cuando vio el video por primera vez, se le puso la carne de gallina. Atem había saltado y aterrizado sobre la pierna lesionada durante el crescendo de la canción. Kaiba no sabía cómo se llamaban los pasos con los que estaba interpretando pero tampoco importaba, ese día Atem había vuelto a bailar. Lo había conmovido con su esfuerzo. Por eso Kaiba conservó el video de "Whispering".

Agarró su gabardina y se marchó.

A las ocho entró por la clínica como si fuera el dueño. Malakhov aún no llegaba pero una enfermera lo escoltó hacia la habitación de Atem. Ni siquiera llamó a la puerta, sencillamente entró. Atem no estaba ahí, había un montón de medicamentos sobre un velador junto a una cama a ras del suelo y ropa tirada junto a una silla. Miró a la enfermera con dureza.

–Lo lamento señor Kaiba, permítame un momento –ella rebuscó en su móvil mientras él consideraba mejor marcharse. No tendría que haber acudido, debió quedarse en KC trabajando en el problema de Cecilia. Podía haber llamado a Malakhov para ordenarle que expulsara al imbécil que quería que Atem se largara de la clínica y listo.

–Que pérdida de tiempo –se dijo.

–Ya me informaron en dónde se encuentra, sígame por favor.

Ya estaba ahí. Por lo menos podría escuchar la historia de Atem agrediendo a un pobre imbécil, de su propia boca.

Estaba en el gimnasio ejercitándose. Y además estaba solo.

"La danza requiere trabajo duro y constancia" eso le había dicho el Atem anterior, el nuevo (el que quedó después de…) parecía pensar de manera similar.

La enfermera se marchó y Kaiba se quedó dónde estaba.

Atem estaba sentado sobre la duela. Tenía sujeto su tobillo izquierdo con ambas manos, tiró de él estirando la pierna y la espalda, inclinándose hasta que su frente dio con su propia pierna. Lo vio cambiar de pierna. Agarró el tobillo derecho y repitió el movimiento. Lo escuchó quejarse pero no desistió.

Cuando se enderezó reparó en él.

Atem se quedó inmóvil mirándolo sin decir nada, sin parpadear siquiera. Le recordó a Cecilia, en stand by, esperando a que el humano comenzara la interacción.

–¿Sabes quién soy?– Fue lo que le salió, lo mismo que le preguntaría a una AI.

–Kaiba –dijo Atem. Se levantó y se le acercó lentamente, como si Kaiba fuera peligroso y pudiera atacarlo si se movía bruscamente. Se detuvo ante él escudriñándolo con desvergonzada intensidad.

–Por lo menos tuviste la decencia de aprenderte mi nombre.

–Ayer vi tu proyección –repuso Atem, aun observándolo como si Kaiba fuera lo más asombroso que existía. –Tienes unos ojos azules preciosos…

–No vine para escuchar tus incoherentes balbuceos. –Kaiba espantó el comentario como si fuera un insecto molesto. –Me llamaste ayer.

–Te tomaste tu tiempo en responderme. –Atem caminó alrededor de Kaiba.

–Fue para contarme que golpeaste a alguien.

–No. Te llamé antes de pegarle. Le pegué porque se burló cuando no me respondiste.

–Entonces, ¿por qué me llamaste? –Atem dejó el meticuloso escrutinio en el que estaba enfrascado, se detuvo delante de él y Kaiba juraría que se sonrojó.

–Simplemente quería escuchar tu voz.

–Menos mal que no te respondí. No atiendo trivialidades. O tienes algo que decirme o no malgastes mi tiempo. –Kaiba se dio la vuelta y se marchó.

Atem se le emparejó siguiendo el ritmo de sus pasos largos.

–Espera, además de eso tenía algo que preguntarte.

–¿Qué era? –Kaiba no detuvo sus pasos.

–¿Eres real? La historia que me contaron acerca de nosotros, ¿es cierta? ¿Cómo te conocí? ¿Por qué no estás en las memorias que Yugi me presta? ¿Por qué no tengo un anillo de compromiso? ¿Por qué no vienes nunca a visitarme?

Kaiba frenó. Su cara inexpresiva demudó en una emoción: fastidio.

–¿Cuáles memorias prestadas? –Se detuvo para encarar a Atem desde lo alto de su imponente estatura. Atem le respondió sin enterarse de su intento de amedrentarlo.

–Yugi me muestra sus recuerdos con un nanobot, se lo pone en la oreja y… –Kaiba le indicó que se callara con un ademán.

–Estás describiendo propiedad de KC que no ha sido lanzada al mercado y que de hecho es un secreto corporativo.

–Mokuba nos lo prestó. –Kaiba apretó los ojos y la cabeza le punzó. Se acordó que llevaba cuatro noches sin dormir y que no había comido nada más que unos pocos fideos tailandeses. –Para que pueda recuperar mi pasado.

–Eso es una idiotez. Ya hablaré con Mokuba acerca de sustraer proyectos inacabados.

–¿Vas a regañarlo por intentar ayudarme? Cómo si tú no hubieras hecho lo mismo. –Kaiba empezó a negar pero no terminó. –Me enviaste esa prótesis, me diste… –Atem levantó la muñeca izquierda donde llevaba algo tan valioso…

–No te entrometas, esto es algo entre mi hermano y yo.

–Estoy involucrado desde que soy la raíz del problema.

Le dolía la cabeza. Ya no era sólo una punzada, era dolor irradiando desde sus sienes. Eso obtenía por acercarse a Atem.

Zafó su brazo cuando sintió que Atem se lo apretaba.

–No me toques.

–¿Te sientes mal?

Aquí venía la misma enfermera de antes para decirles que Malakhov había llegado y los esperaba en su oficina.

Atem lo escoltó. En el breve trayecto Kaiba recobró el control de sí mismo. Seguía adolorido pero ya no se notaba ni en su cara, ni en su cuerpo que se movía con ademanes mesurados.

Malakhov resumió el incidente con alguien llamado Katz. Redundó sobre las reglas de la clínica y por último aseguró que si Atem volvía a valerse de la violencia para zanjar diferencias sería expulsado sin miramientos.

–Que pérdida de tiempo –volvió a decirse y a decir en voz alta Kaiba. –La próxima vez pon estas amenazas…

–…son advertencias.

–… en un correo y evítame el tener que conducir hasta aquí. ¿Algo más? Habla ahora porque no pienso regresar –le exigió a Malakhov el cual se puso lívido.

–¡Kaiba! –Atem se incorporó en su silla como propulsado. –Dile que quite la risperidona de mi esquema de medicamentos.

–Es una mala idea –acotó Malakhov y se lanzó a explicar los motivos por los cuales Atem debía tomar ese medicamento.

–Me produce mucha somnolencia y me marea.

–Esa es la idea.

–Me adormila, no puedo interpretar bien debido a ello.

–Aún sin risperidona, seguirás así por los efectos de los demás medicamentos.

–Puedo funcionar sin este, seguiré tomando los demás.

–Necesitas dormir para formar nuevos recuerdos.

–Encontraré la manera.

–Comprometes tu recuperación.

–¿Mi recuperación o tu reputación? Eres un gran medico pero no me dejas desviarme ni un poco de la línea porque quieres tener éxito. Tanto que ni siquiera estás tomando en consideración los deseos de tu paciente.

Eso era lo más sensato que Kaiba le había escuchado decir. Atem no estaba tan roto como parecía si era capaz de darse cuenta de las intenciones de Malakhov más allá de ayudarlo.

–¿Yugi te dijo eso? –Inquirió Kaiba para decepcionarse más temprano que tarde.

–Por supuesto que no. ¿A qué viene… –Kaiba levantó una mano exigiéndole que se callara. –Deja de hacer eso, hablaré cuando se me pegue la gana.

–Silencio, es en serio. Tú… –Kaiba lo señaló con un ademán despectivo, –eres incapaz de orientarte en la ciudad sin un navegador, estamos hablando de reconocimiento de patrones sencillo. Y aun así, pudiste descubrir segundas intenciones…

–Yo no tengo segundas intenciones –se indignó Malakhov pero Kaiba lo ignoró.

–¿Cómo es posible? –Siguió. –El comportamiento humano tiene patrones muy complicados como para que tu cerebro dañado pueda reconocerlos.

–¿Me estás insultando? –Inquirió Atem.

–Si me preguntas en vez de responderme es que estoy viendo algo que en realidad no está en ti.

–Sigue sonando a que me insultas. ¿Por qué me preguntas?

–Responde la maldita pregunta Atem y te quitaré la risperidona.

–¡Kaiba! –Se metió Malakhov, pero de nuevo fue ignorado.

–Cuando salgo de casa veo gente única, haciendo cada uno algo diferente; eso ya me es muy interesante, pero además, hay demasiado ruido a mi alrededor. Hay música, conversaciones, tráfico. Los automóviles se mueven a velocidades inconstantes en patrones impredecibles y eso también llama mi atención. Sobre mi cabeza el cielo no deja de cambiar en su color y en la forma de las nubes. Aparte de todo lo anterior, los edificios con sus escaparates, sus diseños y formas igual requieren que los mire. ¿Cómo esperas que me oriente en determinada dirección cuando existen tantas cosas que me impiden concentrarme?

–Tienes razón, a tu incompetente manera, pero la tienes. Sigue.

– Si tengo que descifrar a muchas personas a la vez me pierdo. Pero cuando se trata de una sola… me formo una opinión y no cambió de parecer, con base en ello me concentro en esa persona, en lo que me dice, que tanto concuerda con lo que hace y la historia que me narra. Por eso sé que Malakhov sí desea ayudarme, es un excelente médico y confío en él, pero está ignorando mis deseos porque quiere tener éxito. Le preocupa que mis habilidades neurológicas declinen por falta de sueño, no confía en mí.

Kaiba asintió asimilando lo que Atem le dijo y luego le exigió a Malakhov retirarle la risperidona.

Salieron juntos de la oficina y Atem lo guió a la salida, porque podía orientarse en espacios pequeños y que recorría frecuentemente.

–Gracias por venir a visitarme–le dijo. –Para mí fue como conocerte en persona por primera vez.

Kaiba se paró en seco.

–¿No recuerdas lo que pasó en el hospital?

–No mucho. Recuerdo que estaba adolorido y asustado.

–¿Asustado? ¿De qué?

Le preguntó para escucharlo decir: De ti.

Para no olvidarse de que Atem no sólo lo había olvidado, y no sólo no lo quería, sino que además le tenía miedo.

–De todo. –Hubo una pausa en la que el dolor de cabeza de Kaiba disminuyó. –Sé que quizás sea extraño para ti pero quiero decírtelo, fue un gusto conocerte. Si te llamo de nuevo, ¿vendrás a visitarme?

–Estoy ocupado –replicó sin pensarlo siquiera. Atem le dio una mirada exigente. –Quizás –añadió sin meditarlo.

Se alejó sin despedirse. Volteó a mirar atrás, vio a Atem caminando en dirección de un sujeto que llevaba un vendaje en la nariz al cual le pintó un dedo antes de seguir de largo.

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–Cecilia se apaga porque intenta concentrarse en el entorno con todas sus características a la vez que se concentra en la persona dialogando con ella –le explicó a Shadi al tiempo que tecleaba un nuevo código. –Debo hacer que se concentre sólo en la persona y que descarte la demás información. Además, ya sé cómo hacer para emule empatía y afecto por una sola persona. Debe ser capaz de reconocer intenciones y etiquetarlas; y después, debe ser capaz de actuar hacia la persona con base en esas etiquetas.

–Si etiqueta a Pegasus cómo alguien deseable e interesante lo tratará de manera diferente que a mí o a ti. –Kaiba asintió dominando sus emociones. Lo había resuelto por fin. –El problema es que una vez que categorice a una persona no podrá cambiar de parecer.

Kaiba se detuvo. Si eso era cierto, debió preguntarle a Atem a él cómo lo categorizó.

"Conveniente" seguramente. "Malhumorado" por no decir otra cosa. Porque Kaiba no moduló sus habituales defectos por tratarse de Atem. "Útil".

"Tienes unos ojos azules preciosos".

–Imbécil. –Masculló sin sorprender con ello a Shadi.

–¿Cómo fue que se te ocurrió reprogramarla así? –Le preguntó Shadi ignorando el insulto previo.

–Tuve una inspiración repentina.

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La mansión del CEO de Paradiuss le había costado ocho millones de euros, había sido una cantidad que más que onerosa, se podía describir como asquerosa, pero sólo representaba una de las tantas propiedades que Aknadin poseía en el orbe. Sin embargo, ni los lujos de la construcción, ni los automóviles costosos guardados en su garage o las acciones que repuntaban cada día de su empresa podían hacer sentir menos solo a Aknadin.

Tenía dos ex esposas. La primera se llamaba Neunet, tenía la misma edad que él, y se había aficionado a su papel de mujer despechada y divorciada. Con ella había tenido a sus tres hijos: Akhenaten, Ebonee y Kisara. Su segunda esposa se llamaba Rachel y era americana, no había tenido ningún hijo con ella. Su actual esposa se llamaba Neferura, y era la hija de un importante importador egipcio. Tenía treinta años, y aún no le había dado la noticia de que fuera a convertirse en padre nuevamente, ni tampoco creía que esa ya fuera una posibilidad para él. Así que no le quedaba más que lidiar con su primera familia.

Su fiel secretario Horakyth entró a su oficina privada mientras las primeras notas de una canción de Edith Piaf sonaban.

–Señor… –le susurró Horakyth con ese tono que sólo podía indicar malas noticias. –Su hijo se encuentra en el comedor, quiere reunirse con usted.

El magnate no mantenía una buena relación con su progenie.

–Dile que espere.

No necesitaba ser el hombre inteligente que era, para saber porque su hijo había ido a buscarle: Dinero.

Akhenaten no tenía su don para los negocios. Era incapaz de crear una idea para un negocio o simplemente llevar ya uno creado a buen término. Bajo su mando, habían quebrado más empresas de las que a Aknadin le gustaría reconocer.

Su hija mayor, Ebonee, se dedicaba a sus viajes, a las compras de arte y a su vida familiar. Su esposo Hassan, hizo su fortuna por medio de De Beers Diamonds, heredado de su padre; y era dueño de la reserva privada de caza más grande en Sudáfrica, la Reserva Tswalu Kalahari. Tenían a su vez, cuatro hijos. Pero a pesar de la riqueza de ambos, estaban endeudados. Automóviles, casas, propiedades. Vivían como ricos, por supuesto y sólo eso les importaba. Ebonee era incapaz de ver hacia el futuro, y Hassan menos. En unos años estarían arruinados. Eso era fácil de vaticinar.

En cuanto a la menor, Kisara. Estaba terminando su especialidad en medicina. Era su favorita. Aknadin le había ordenado a Horakyth buscarle un regalo para la ocasión, y que no olvidara recordarle el evento para estar presente. Sin embargo, y a pesar de ser su hija favorita, tampoco era apta para el tipo de negocios que él manejaba.

Era el futuro lo que más tenía a Aknadin preocupado. ¿Qué pasaría con su legado? Él amaba a su empresa, como si fuera otro retoño suyo (sino es que lo quería más que a sus hijos de carne y hueso), y le preocupaba que sería de Paradiuss cuando él ya no estuviera. Tendría que dejarla a manos de administradores y CEO'S que se decían estar a la altura pero no era así. Había estado buscando a uno desde hacía años. Y de todos modos no podía confiar en ellos. Estaba seguro de que velarían primero por sus propios intereses, y después verían por Paradiuss.

La canción de Edith Piaf llegó a su fin, pero no por eso se apresuró a ordenarle a Horakyth que dejará pasar a su hijo.

Aún tenía que pensar muchas cosas.

Había contratado a Bogert, el programador que Kaiba había despedido, para que trabajara en su androide. Para así crear lo que sería el último chispazo de genialidad de Paradiuss. El último invento que generaría y tal vez su mayor logro pero sólo de rememorar la última reunión que había tenido con éste, no pudo evitar sentirse ofuscado. Su androide, que sería más bien un ginoide, no era sino una masa de cables y ojos que hablaba con una horrenda voz monocorde y que sólo era capaz de reconocer a quien le estaba hablando. No podía moverse y hablar al mismo tiempo, pues eso hacía que se apagara inmediatamente. No podía caminar, y definitivamente no tenía toda esa gama de inflexiones que había podido atisbar en Herbie. Cuando Aknadin se lo reprochó a Bogert, éste le respondió con un: Yo no soy Seto Kaiba.

Eso le quedaba muy en claro. Que no lo era, y jamás podría serlo.

Aknadin soltó un suspiro, si sólo tuviera más tiempo tal vez podría convencer a la larga con tediosos y extensos contratos a Seto Kaiba de representar su empresa, de trabajar con él, y después le haría una propuesta a la que estaba seguro no se negaría: le heredaría Paradiuss. Toda, toda para él. Porque estaba seguro de que nadie más podría cuidar a su empresa como él deseaba.

Pero Seto Kaiba era necio, y no lo quería a su lado.

Y él ya no tenía tiempo. El cáncer lo mataría primero.

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Kaiba lo había llamado a su laboratorio. Candace, su asistente personal, le había dejado un nanobot que parecía un audífono. Kaiba quería que lo usara cuando bajara al laboratorio. Pegasus había pasado los últimos días revisando proyectos en su computadora, borrando aquellos que ya no le interesaban, descubrió que eran muchos más de los que había considerado en un inicio, de hecho fueron todos. Kaiba aún no le daba respuesta a su solicitud de que le comprase todas sus acciones. Esperaba que su ruptura no fuese tan dramática pero al parecer su socio no le daría otra opción más que presionar y pelear.

Crystal le abrió la puerta. La primera vez que Pegasus entró en esa habitación, le había asombrado lo que Kaiba consiguió programar. Un edificio inteligente, capaz de saber quién debía estar ahí y quién no (entre otras cosas). En cambio, ahora todo el mundo tenía esa biometría para reconocer sus caras en sus dispositivos móviles. Kaiba era un genio pero muchos otros igual lo eran. No había vuelto a sorprenderlo desde Herbie… y Herbie resultó ser una falsa promesa. Kaiba había cancelado ese proyecto sin explicarle a nadie porqué lo hizo. Al principio Pegasus pensó que estaba deprimido por lo que le ocurrió a Atem y que volvería a sus cabales. Pero el tiempo pasó y el hundimiento de Kaiba Corp se volvió cuestión de tiempo. Pegasus quería dejar el barco antes de que fuera demasiado tarde y las acciones de la empresa no valieran.

El laboratorio estaba iluminado, con sus cables y sus computadoras, era un ambiente bastante caótico. Herbie seguía ahí acumulando polvo. Se puso el nanobot detrás de la oreja, este se encendió desplegando una pequeña frente a su ojo derecho.

Ni Kaiba ni Shadi estaban a la vista.

–Hola –lo saludó una voz.

Pegasus se dio la vuelta, vio una figura femenina rodeando una de las mesas de trabajo y aproximándose a él. Respingó por la sorpresa y por una vez se quedó sin habla.

–Qué bueno que viniste –le habló Kaiba sin dejarse ver.

–Es Cecilia –dijo Pegasus recuperando el aplomo.

–Así es –asintió la joven de cabello rubio, una copia de la original. –Soy yo.

–¿Un último intento de persuadirme para que me quede? –Le habló a Kaiba.

–Es más, una prueba –le respondió la voz de su socio, dejándose oír a través de un altavoz. –El test de Turing de Cecilia.

–Kaiba, ese test consiste en que el humano no pueda distinguir si está conversando con una máquina o con un humano.

–Esta es una variante. Tú sabes que soy una máquina –le respondió Cecilia. –El test consiste en que decidas pasarlo por alto y me consideres tu igual.

Cecilia le indicó una silla a Pegasus el cual se sentó sin dejar de mirarla. Él había diseñado el aspecto que tenía. La modeló con ayuda de fotografías y de sus recuerdos. Inclusive había diseñado el vestido blanco de tirantes delgados que ella lucía.

Ya había pasado por esto antes. La AI que Kaiba le construyó era amable y podía conversar con soltura, pero no podía imitar el interés, la compasión y la gentileza que un humano poseía. Era simplemente una asistente cómo las que podías encontrar en cualquier dispositivo móvil.

–Gracias por ayudarme –le dijo ella y sonrió. Kaiba era astuto, ella no dijo "gracias por participar en esta prueba" como esas AI's que te hacían encuestas en línea. Dijo algo más personal. –Sé que he fallado con anterioridad.

–No es tu culpa. –La atajó Pegasus. Si Kaiba vendía a Cecilia, recobraría parte de lo que perdió invirtiendo en Herbie. El chico estaría bien después de todo. Cecilia no era muy original pero al menos era hermosa y su programación de la más avanzada. Empecemos con la prueba, ¿cómo te llamas? –Le inquirió siguiendo la rutina que siempre empleaban en esos casos.

–La prueba comenzó cuando llegaste. Y mi nombre completo es Cecilia Crawford. –Él frunció el ceño. –Si eso te parece bien.

–¿Kaiba te dio mi apellido? Qué atrevido de su parte. Es un flirteo interesante. –Ella lo miró a los ojos e hizo un amago de sonrisa. Pegasus se quedó frío. Esas micro expresiones faciales no las tenía antes.

–Es un placer conocerte.

–El gusto es mío. Cuéntame, ¿para qué fuiste programada?

–Soy una inteligencia artificial de compañía. Mi finalidad es escucharte con empatía y comprenderte. –Una apuesta muy alta.

–¿Sabes lo que es la empatía? No es una capacidad sencilla de imitar.

–Pero yo no la imito. Yo poseo esa capacidad.

–Cómo si Kaiba supiera lo que es eso. –Pegasus se carcajeó y Cecilia se rió junto con él aunque de manera menos escandalosa. –Superarías el test de Turing con facilidad, si tu interlocutor no supiera que no eres una persona.

–Háblame de ti, ¿qué es lo que más te gusta hacer?

–Pintar.

–¿Eres un pintor famoso?

–Lo fui, cuando la verdadera Cecilia vivía. –Ella reparó en el cambio de su tono de voz porque ladeó el rostro y dijo:

–Lamento mucho tu perdida –y además le dio la entonación socialmente correcta. –¿Aún pintas?

–Sí, pero es más esporádico. A ti, ¿qué te gusta hacer? –No le había dicho a Kaiba de los intereses de la verdadera Cecilia y esta versión lo sabía muy bien.

–Bueno, cómo tú sabes bien, soy una máquina recién programada. Aún no he tenido tiempo de descubrir intereses variados. Pero con base en mis experiencias hasta ahora, lo que más me gusta hacer es conversar contigo.

–Eres muy inteligente al decir eso.

–Tu tono de voz es defensivo.

–Te programó para manipularme.

–Te equivocas. Me programó para que no te sientas solo. –Pegasus se puso de pie y se dirigió a la puerta. ¿Sentirse acompañado por esta máquina? Al contrario, ahora se percataba de que al tenerla con él, añoraba a Cecilia mucho más que antes. –¿Dije algo que te molestó? –La AI se puso de pie siguiéndolo. –Por favor, no te vayas.

Ella lo tomó de una mano y Pegasus frenó de golpe.

¡Podía sentir la mano de Cecilia en torno a la suya!

–Eres un holograma. ¿Lo eres? ¿Eres un androide?

–Soy un holograma tangible.

Pegasus se olvidó de irse. Cecilia y él estaban tomados de la mano por primera vez en años.

–Quiero abrazarte –le dijo.

Cecilia asintió con una sonrisa dulce y le tendió los brazos. La rodeó despacio y la atrajo a él. Se agachó porque era mucho más alto que ella y le apoyó la mejilla contra la de ella. Había una canción que a los dos les gustaba y que a veces bailaban juntos. Pegasus se la tarareó y ella le hizo segunda cantando junto con él al tiempo que se mecían juntos bailando lentamente.

Y Pegasus lloró.

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Ya era de noche cuando dejó a Cecilia a regañadientes en el laboratorio.

Fue directo a la oficina de Kaiba el cual lo aguardaba con una carpeta la cual le acercó por encima de su escritorio.

–Es la renovación de nuestra sociedad –le dijo Kaiba. Pegasus abrió la carpeta y firmó sin dudarlo ni un segundo.

–¿Cómo lo hiciste? ¿Cómo es que puedo tocarla? ¿Cómo es que imita la personalidad de mi esposa?

–Puedes tocarla porque el nanobot se enlaza a tu cerebro y proyecta lo que piensas que sientes. No imita la personalidad de Cecilia, tú se la estás enseñando. Estás proyectando en ella los recuerdos de tu esposa, la forma en que te hablaba y en que se comportaba. Entre más tiempo pases con ella más se asemejará a la original, o al menos a tú versión de ella.

–Podrías programarte un Atem.

Kaiba negó.

–Ya sabías lo que pensaba de todo esto, pero fue tu precio y lo he pagado.

–Eres un genio.

–Lo dices cómo si no lo hubieras sabido desde antes.

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Continuará ...