Notas de la autora: Hola, holita, queridos lectores. ¡Soy yo, sí! Y esta vez no he tardado un año en actualizar, muajajaja… En fin, no me enrollo mucho, como ya sabéis las notas extensas van al final del cap. Espero que lo disfrutéis, porque éste también se me ha rebelado más de lo que me hubiese gustado. ¡A ver qué tal!

Como el día 29 de abril cumplí mis 5 añitos como miembro de , he decidido dedicar este cap a mi querida amiga CieloCriss, que fue la que me recomendó en su día que publicara R en Internet. Y también enlazo con el cercano día de la madre, porque Cris fue mi primera crítica y consejera, así que puedo considerarla mi "mamá literaria". Si estás leyendo esto, amiga mía, muchísimas gracias una vez más por todo lo que has hecho por mí hasta la fecha. Sin ti, es muy posible que R hubiese quedado recluido a un cuaderno y hubiese sido eventualmente olvidado, como la mayoría de mis proyectos. Tú le diste vida, aunque yo lo pariera, y te mereces ese crédito, con todo mi cariño.

¡Y ya os dejo con el cap! Espero que os guste. Ah, por cierto. Apenas lo he revisado, porque me daba mucha pereza, así que disculpas adelantadas por las posibles erratas (que de seguro las habrá, jeje)

ADVERTENCIA: esto es un AU ambientado en la época de los Merodeadores. Empecé a escribir Respuestas en 2002, antes de la publicación de la Orden del Fénix, y en su mayor parte está basado en los rumores que corrían en aquella época sobre el libro 5º. En consecuencia, pocas cosas te vas a encontrar aquí que tengan que ver con la línea argumental que ha seguido JK Rowling en los últimos dos libros. Ni Mundungus Fletcher ni Arabella Figg son como nos los ha pintado JK, y bueno… resumiendo, no te fíes, porque si eres nuevo en R no sabes con lo que te puedes encontrar, jeje… Recuerdo también el formato del fic: cada capítulo es la respuesta a una pregunta referente al pasado de los Potter, de ésas que circulaban por los foros cuando la OdF aún no había salido. No me importa que algunas de esas preguntas hayan sido ya contestadas, repito que esto es un AU, especial para quienes busquen alternativas. Y a los que ya me conocen, sólo decirles:

¡A leer!

-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-

Recuerdo a los lectores que, para todo lo relacionado con Santuario, tomé datos de uno de mis videojuegos favoritos, "Diablo II: Lord of Destruction", mezclándolos con mis teorías sobre el universo HP. Quiero aclarar que ninguna referencia a ese juego, ni todos los datos que tomé de las obras de Rowling, me pertenecen. Es por si alguien decide demandarme, que sepáis que no tengo un céntimo, hago esto por puro entretenimiento.

-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-

RESPUESTAS

7ª pregunta: ¿Cuándo consolidó Voldemort su era de terror?

Malas noticias y más secretos

Privet Drive…

¿Qué era Privet Drive? Pues el barrio más aburrido para una chica de 15 años. Y más si esa chica tenía un baúl en su habitación lleno de libros extraños, túnicas, un caldero, un maletín de ingredientes para pociones, una varita mágica, un gorro puntiagudo, rollos de pergamino, plumas y tinteros. Porque aquella chica en cuestión no era una chica corriente: era una bruja.

Si la magia no estuviese prohibida para los menores de edad, Lily Evans no se habría pensado dos veces el colgar enormes carámbanos de hielo del techo para refrigerar su habitación: el calor de aquel verano era asfixiante. Y el tener una hermana mayor estúpida en la habitación contigua escuchando a los Beatles a todo volumen parecía incrementar el calor hasta cotas altísimas. Lily puso los ojos en blanco y, por enésima vez, exclamó iracunda, aporreando la pared:

- ¡Petunia, baja el volumen, no puedo estudiar!

Desde el otro lado le llegó la voz aguda y desagradable de su hermana.

- ¡Déjame en paz, anormal, yo hago lo que quiero! –y subió la música aún más.

Lily, furiosa, cerró los ojos, apretó los dientes y contó hasta diez antes de rendirse al impulso asesino que la estaba invadiendo. Y no era que no le gustaran los Beatles, de verdad que no, pero los venazos de Petunia eran insoportables y llevaba deleitando a todo el barrio con la discografía completa de la banda desde las 8 de la mañana, aprovechando que estaba haciendo limpieza en su cuarto (o eso decía ella, porque Lily dudaba mucho que dicha limpieza pudiera durar cuatro horas, teniendo en cuenta que su hermana era una maniática y lo tenía siempre todo de punta en blanco) "Mañana voy a poner yo a los Rolling Stones a toda leche nada más levantarme, a ver si te gusta, so cerda", pensó para sí, intentando ignorar el creciente dolor de cabeza y acomodándose de nuevo contra las almohadas de su cama, retomando el libro de Historia de la Magia.

A Petunia Evans, por supuesto, le importaba un rábano que su hermana pequeña estuviese a punto de iniciar su quinto curso en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Ella ni sabía ni le interesaba saber que al final de dicho curso, Lily tendría que enfrentarse a los exámenes más importantes de toda su trayectoria estudiantil dentro del mundo mágico: los temidos TIMOS. Y, aunque lo hubiese sabido, seguramente le habría resbalado, porque no lo entendería. A Petunia le daba igual que a Lily le quedaran unos meses escasos para tener que decidir qué camino quería seguir en su vida profesional futura. Seguramente, incluso le daría igual que no siguiera ningún camino, que fracasara en todo, que terminara debajo de un puente, o que incluso acabase muerta de hambre por ahí. Con un resoplido, la muchacha se dejó caer de golpe en la cama, tumbándose boca arriba y cubriéndose la cara con el libro que tenía entre las manos, gimiendo.

"No debí dejarme afectar por el estrés de Hannah…", pensó con amargura, lloriqueando. E, instintivamente, se asomó por debajo de las tapas del grueso libro para dirigir un vistazo reprobatorio a las cartas que cubrían la mesa de su habitación. Una de sus compañeras de clase, Hannah MacRae, le había enviado una misiva que rezumaba agobio por los cuatro costados, hablando sin parar de los TIMOS y lo terribles que eran. Y Lily, que llevaba todas las vacaciones tocándose las narices y dejando pasar los días a la bartola se había sentido tan culpable que había tomado la firme decisión de ponerse a repasar antes de empezar el curso, al menos las asignaturas más teóricas, como Historia de la Magia, Astronomía o incluso la patraña de Adivinación, a la que estaba cogiéndole genuino terror. Sin embargo, sus buenas intenciones se estaban esfumando. Y es que ése no había sido el día más indicado para reformar su actitud con respecto a los estudios, porque estaba de un humor de perros. Y no sólo por culpa de la beatlemanía de Petunia.

Frunciendo el ceño, dirigió sus brillantes ojos verdes hacia un calendario que colgaba en la pared: 3 de agosto.

Volvió a apartar la vista rápidamente y, con un gruñido, hizo un esfuerzo por centrarse en lo que estaba leyendo sobre las guerras de los gigantes y no pensar en la fecha. ¿Por qué? Muy simple: aquel día Lily Evans cumplía 15 años. Pero ése en sí no era el problema… el problema era que sus supuestos mejores amigos habían pasado de ella de una forma aplastante. Lily nunca le había dado gran importancia a su cumpleaños, porque en sus años de vida muggle no había tenido amigos con los que celebrarlo, pero desde que estaba en Hogwarts las cosas habían cambiado mucho. En los últimos años, no había pasado ni un solo 3 de agosto sin que Samantha Flathery le enviara algún exótico objeto de su tierra. Sirius Black solía mandarle paquetes explosivos que contenían todo tipo de cosas inverosímiles de su propia invención con las que Lily disfrutaba lo indecible durante el resto de las vacaciones, fastidiando a su hermana con un surtido de bromas inimaginable. Remus Lupin parecía tener el don de encontrar siempre los libros que a ella le interesaba leer. Arabella Figg se curraba el presente haciéndolo ella misma, ya fuese un marco de fotos, un álbum, un diario o cualquier otra cosa por el estilo, porque las manualidades se le daban genial. Peter Pettigrew era el único que le enviaba cosas medianamente femeninas, desde bisutería hasta perfumes. Y la carta de James Potter siempre era una sorpresa, porque cada año se presentaba con una cosa diferente: el año anterior, su regalo había sido un vociferador que estuvo cantándole una versión bastante siniestra del "cumpleaños feliz" durante más de dos horas seguidas y, al explotar, se había convertido en una caja de música igual de inquietante.

Sin embargo, ese año ni Sam, ni Belle, ni Remus, ni Sirius, ni Peter, ni James le habían enviado absolutamente nada. Ni una mísera tarjeta de cumpleaños con tres líneas siquiera. Sólo cuatro de sus otras compañeras de clase se habían acordado de ella: Hannah MacRae, Sarah Kennedy, Iris O'Brian e Irene Thornton. Y ellas, más que mandarle regalos, se habían limitado a felicitarla. Excepto Iris, que le había regalado una pequeña figurita de una bruja con su caldero que había comprado en un mercadillo muggle durante sus vacaciones en España, adjuntando el comentario de: "Si los muggles tuvieran razón y fuera necesario ser tan fea para poder llegar a ser una auténtica bruja, prefiero sacar una T en todos mis TIMOS". Ése había sido el único comentario de Iris con respecto a los exámenes. Bueno, ése y el de: "… Hannah me está volviendo loca con su paranoia por los TIMOS, creo que como siga así voy a retirarle la palabra…".

Con ánimo redoblado, pensando en las posibles T que se cernían sobre sus notas, siguió leyendo las crónicas sobre las guerras de los gigantes, pero aquel tema truculento no le estaba cayendo bien a su estómago. Aquellos datos se entremezclaban con la noticia que cubría la primera plana de El Profeta que había recibido a primera hora, en la que informaban de un nuevo ataque de los mortífagos en Londres, perpetrado aquella misma madrugada, que se había llevado no-sé-cuántas víctimas más, engrosando así la sangrienta lista que estaba dejando desde 1970 a sus espaldas lord Voldemort. Intentando no pensar en que los padres de James y Sirius trabajaban en el Ministerio y que tal vez la razón de que ellos no dieran señales de vida era que se habían visto envueltos en el atentado, Lily hizo un último esfuerzo por centrarse en las guerras de los gigantes. Pero, cuando se sorprendió a sí misma plateándose si Voldemort estaría reclutando gigantes para su ejército asesino, decidió cerrar el libro de golpe y cortar el asunto de raíz, mientras en la habitación de al lado resonaba a toda potencia All you need is love.

Rodó hasta un costado de la cama y se levantó pesadamente, notando la ropa pegada al cuerpo por el sudor. Resoplando, se dirigió a la estantería en la que tenía pulcramente colocados todos sus libros de Hogwarts, metió el de Historia de la Magia en su hueco correspondiente y luego vaciló, paseando la mano de un lado a otro, indecisa por cuál sacar a continuación. Adivinación repelía bastante, pero Astronomía era un rollo. De hecho, lo más probable era que su cerebro no se encontrase en óptimas condiciones en ese momento, ni para una asignatura, ni para la otra. Miró de nuevo las cartas que tenía sobre el escritorio, torciendo la boca en una mueca de disgusto. Hannah estaría estresada, pero Sarah encontraba los TIMOS interesantes, Irene sólo había escrito sobre ellos un ambiguo: "Supongo que los profesores nos meterán mucha caña este año, ¿no? Espero que el profesor Fletcher nos deje respirar…", e Iris… en fin, Iris se había reído abiertamente de los exámenes y había bromeado diciendo que en el peor de los casos abriría un consultorio de adivinación fraudulento en su pueblo para leerles el futuro a los muggles, que se preocupan menos por tecnicismos.

- Bah, que os den morcilla –masculló finalmente Lily, y tiró la toalla en cuanto al asunto del repaso definitivamente.

Pasando de la estantería de los libros escolares, sacó un grueso álbum de fotos que tenía en la estantería inferior y se puso a ojearlo con nostalgia y el ceño fruncido otra vez.

De verdad que no le importaba pasar el verano en casa con sus padres, los quería muchísimo y con frecuencia los echaba de menos mientras estaba en el colegio, pero conforme se hacía mayor le daba la impresión de que la brecha que separaba su mundo y el de ellos se hacía cada vez más y más grande. Al ser una bruja de familia muggle, terminar el colegio y volver a casa para las vacaciones era, casi literalmente, como cambiar de planeta. Y más ahora que la situación que atravesaba el mundo mágico era realmente delicada. Mientras estaba en Hogwarts, estaba al día de todo lo que ocurría con los mortífagos, inmersa en la tensión colectiva. Ahora, durante los meses de verano, le resultaba surrealista que los temas de máxima prioridad que se trataban en su casa fuesen la fiesta de té que organizaba la señora Robinson a mediados de agosto, a la que invitaba a todo el barrio, o el último proyecto que le habían encargado a su padre para una urbanización nueva de casitas adosadas.

Por mucho que le doliera admitirlo, ése ya no era su mundo. Y, si siempre se había sentido algo fuera de lugar entre los muggles, esa sensación se acrecentaba con el tiempo y le retorcía el estómago con la espeluznante seguridad de que dentro de poco dejaría todo aquello de lado y no volvería nunca más, para quedarse en el mundo al que ella pertenecía realmente. No es que sus padres ignoraran deliberadamente los asuntos referentes al mundo de los magos (era Petunia la que sí lo hacía) pero con frecuencia se trataba de cosas que ellos no podían entender, aunque Lily tratara de explicárselo. Y tampoco quería explicarles todo, tal y como estaban las cosas ahora…

Se sentó a los pies de la cama, con el álbum sobre los muslos, y se quedó mirando cómo sus amigos y compañeros la saludaban desde las fotografías mágicas. Había ido colocando allí imágenes de sus primeros cuatro años en Hogwarts, algunas hechas por ella misma, otras copiadas de la amplia galería de Belle, que parecía haber desarrollado una afición casi enfermiza por la fotografía y últimamente iba con la cámara a todas partes. Casi se sorprendió al ver lo pequeños que parecían todos ellos en las primeras hojas, en las que había fotos de cuando estaban en primero y segundo.

Allí estaban las demás chicas de Gryffindor de su curso, durante una de las fiestas de pijamas celebradas en el "cuartucho de atrás", antes de que las cosas se torcieran y la relación de Lily con su compañera Sue Randall se fastidiara hasta el extremo de que ahora ambas aguantaban a duras penas estar juntas en la misma habitación. Había fotos de ella misma con Sam y Belle, alguna que otra con sus demás compañeros de clase, y, según se adentraban en el curso, cada vez más fotos en las que compartían escenario con James, Sirius, Remus y Peter. Sonrió al ver una en especial, en la que Remus y ella salían posando con Hatty Galloway y Jacob Harper, dos compañeros suyos de Hufflepuff, durante una clase de Herbología en la que habían tenido que formar grupo y al final de la cual la profesora Sprout los había felicitado especialmente por su trabajo. Las redondas caras de los cuatro niños se veían radiantes.

Las fotos que correspondían al segundo curso estaban plagadas de los colores rojo y dorado, porque fue el año en el que James y Belle entraron en el equipo de quidditch de Gryffindor. Había una foto en la que salía el equipo en pleno, eufórico, justo después de ganar la Copa, y Lily se quedó un rato mirándola. En ella aparecían los radiantes Arthur Weasley y Molly Prewett, junto con Bill y Mary Ann Jordan. Los cuatro se habían graduado aquel año y ella no los había vuelto a ver desde entonces. Sin embargo, sabía, gracias a Stuart Weasley, el hermano pequeño de Arthur, que éste y Molly iban a casarse a finales de agosto (la propia Molly le había enviado una carta a principios de verano confirmándoselo e invitándola a la ceremonia, que, según ella, iba a ser muy poca cosa y de ambiente más bien familiar) Según Stu, Arthur y Bill habían conseguido trabajo en el Ministerio, y Mary Ann ahora era una de las locutoras más vivaces de la Radio Mágica, encargada de los deportes.

Sus ojos verdes se estrecharon pensando en Stuart, que acababa de graduarse en Hogwarts el curso anterior. Y se le escapó un suspiro, pensando en Frank Longbottom y Alice Greenwood, los otros dos cazadores que aparecían en aquella vieja foto del equipo, porque ellos dos se graduaban al final del curso que estaba a punto de empezar ahora. "Qué asco ir haciéndose mayor –pensó fastidiada, pasando la hoja-. Es horrible irse despidiendo de toda la gente que conocimos al llegar…".

Las páginas siguientes estaban plagadas del acontecimiento clave que había marcado su segundo año escolar en Hogwarts: la broma que sus amigos y ella le habían gastado a Severus Snape. Sin poder evitarlo, dejó escapar una sonrisilla algo cruel al observar las fotos de Snape convertido en un gato humanoide, reviviendo toda la historia. El slytherin había pasado la primera semana de transformación en la enfermería, pero las siguientes tuvo que seguir haciendo vida normal, así que allí se encontraban imágenes de Snape en clase, en el Gran Comedor, por los pasillos, por los jardines… Belle había desarrollado la cargante costumbre de seguirlo a escondidas con la cámara preparada, afirmando que quería hacer todo un reportaje del suceso y guardarlo para la posteridad. Y en todas aquellas fotos Snape salía con un aspecto amenazador que ponía los pelos de punta. La actitud de la joven Figg lo había cabreado de verdad… en una ocasión, ya harto, le lanzó un maleficio que la mandó a la enfermería por un par de días, pero ni el profesor Fletcher ni la profesora McGonagall lo castigaron, porque consideraron que Belle se lo había buscado por regodearse tanto en el tema.

Lily se quedó un rato mirando una foto que Belle le había sacado a Severus a escondidas, en la que él estaba en una cama de la enfermería, recibiendo la vista de la única persona que se había acercado a verlo durante su estancia allí. La instantánea había sido tomada justo en el momento en el que el chico se había percatado de la presencia de Belle, por lo que aparecía hecho una furia, enarbolando su varita y gritando y amenazando a la cámara. Sentada educadamente en una silla junto a la cama, con total serenidad, estaba Delora Vaughan, una niña de Slytherin compañera suya de clase, que miraba al objetivo con la cabeza ladeada y gesto indiferente. No era una chica guapa, pero Lily pensaba con frecuencia, cada vez que la miraba, que se vería bastante mejor si el largo y espeso flequillo no le tapara media cara, o si se recogiera alguna vez la tremenda mata de abundante y liso pelo negro que le llegaba hasta más allá de la cintura. Con esas pintas tenía un aire demasiado siniestro. Aunque la mayoría de los slytherins solían verse siniestros de una u otra forma…

Como si el reflejo de Delora pudiese adivinar lo que ella pensaba, la niña dirigió su mirada lánguidamente hacia ella, parpadeando. Cuando la veías en persona, cara a cara, te daba la impresión de que ese gesto crónico suyo era de supremo aburrimiento o desinterés por la vida en general, pero al mirarla en ese instante, en aquella foto, Lily tuvo la impresión de que se veía triste. Muy triste. Como si reprendiera silenciosamente a la pelirroja por la crueldad que ella y los demás habían cometido contra Snape. Y ese pensamiento la hizo sentirse incómoda.

- Él se lo buscó por ser tan metiche y estar siempre fastidiándonos –le gruñó Lily a la foto, frunciendo el ceño otra vez-. No fuimos nosotros los que empezamos.

Y pasó la hoja rápidamente para perder de vista la acusadora mirada de Delora. Aún ahora, después de dos años, le resultaba extraño que sólo aquella niña hubiese ido a visitar a Snape a la enfermería. Él tenía aspecto de ser popular entre la demás panda de retorcidos psicópatas de Slytherin que iban con él a todas partes, pero no habían sido Lestrange, Liverlie o Rosier los que se habían pasado a ver a su supuesto amigo mientras sufría los efectos de la defectuosa Poción Multijugos. Si lo habían hecho por desinterés o por miedo a terminar en las mismas condiciones, los gryffindors nunca lo sabrían, porque, una vez recuperado, Snape volvió a juntarse con la misma gente de siempre, como si no hubiese pasado nada, y nadie volvió a verlo públicamente en compañía de Delora Vaughan.

Las fotos que seguían a aquellas eran mucho más animadas, y consiguieron hacer sonreír de verdad a Lily. Los escenarios se trasladaban a Hogsmeade, pues a partir de tercero, ellos también tenían permiso para visitar el pueblo. Cada vez se centraban más en el grupo de amigos y en las distintas bromas y anécdotas que habían plagado los últimos dos años. Lily rió abiertamente con una foto que les habían sacado a Remus y Sam cuando ambos, por culpa de una broma de Sirius, habían pasado un día entero pegados mejilla contra mejilla como siameses. Los dos tenían caras de muy mal humor mientras protestaban hacia la cámara. También había una foto de la venganza que emprendieron ellos después contra Sirius, en la que el moreno aparecía tirado de cualquier manera en su cama, pálido y ojeroso, con un aspecto deplorable después de varios días de cólicos. Aunque la que se llevaba la palma era la foto de un muchacho de 11 años con expresión arrogante y prepotente que miraba a la cámara con sus ojos azules entornados en gesto de superioridad… aparentemente ajeno al hecho de que tenía su precioso y cuidado pelo de punta, de un tono fucsia muy chillón.

Era Regulus Black. Y ése era el regalo de bienvenida que su primo, Sirius, le había hecho cuando llegó a Hogwarts, el año que ellos cursaron tercero, después de ser seleccionado para Slytherin. Desde luego, Sirius había decidido emplear armamento pesado para la ocasión: ni la señora Pomfrey, ni ningún profesor del colegio, había conseguido hacer desaparecer el hechizo, y Regulus se había paseado con esa pinta por el colegio durante tres meses hasta que el efecto se pasó solo. Al menos, el niño se lo había tomado con mucha más entereza de la esperada. En ningún momento abandonó su expresión de exasperante arrogancia, aunque el efecto quedara más bien minado por el hecho de llevar el pelo fucsia. Y, aún así, a pesar del hechizo, Lily no pudo evitar sorprenderse una vez más ante el terrible parecido que aquel niño guardaba con su amigo. Más que primos, parecían hermanos. Regulus era la viva imagen de Sirius. Y todavía no se acostumbraba a cruzarse por los pasillos con la versión en pequeño de Sirius Black, vestido con los colores de Slytherin. Era bastante espeluznante.

Siguió pasando hojas perezosamente, reviviendo escenas y sucesos mientras su sonrisa se hacía más y más nostálgica. Hasta que llegó a la última de su álbum, una foto que Belle le había enviado un par de semanas atrás, con su última carta. En ella aparecía la morena, posando sentada en el salón de su casa, y Lily se dio cuenta de repente de lo mucho que había crecido Belle en los últimos años. Seguía teniendo el pelo rizado en extremo y la cara redondeada, con las mejillas llenas, la sonrisa ancha y ojos grandes y vivaces que acentuaban aún más sus rasgos mediterráneos. Pero ya no le quedaba nada de niña. Estaba delgada, pero, a pesar de ser bastante alta, su figura no resultaba tan lánguida como la de la propia Sam, ni tan escuálida como la de ella. Tenía unas curvas más que envidiables. O, al menos, eso opinaban bastantes miembros del cuerpo estudiantil masculino de Hogwarts, pensó la pelirroja con una sonrisilla algo amarga.

Belle aparecía en aquella foto abrazando a dos niñas que rondaban ya los dos años, sentadas en su regazo, y que saludaban también a la cámara, con sus rostros redonditos surcados por sendas sonrisas. Melpómene Figg, la madre de Belle, había resultado tener gemelas, y ahí estaban ambas: Deborah, con la piel morena, los ojos color miel de su madre y el pelo castaño cobrizo que alguna vez había visto en las fotos de Icarus Figg, y Libitina, idéntica a su hermana pero completamente albina, con la piel blanca como el marfil, el pelo platino y los ojos de color azul cristalino. Las dos estaban tan mayores ya que Lily era incapaz de creer que el tiempo hubiese pasado tan deprisa…

En la habitación de Petunia, Let it be se interrumpió tan repentinamente, que Lily pegó un brinco en su cama, y por unos segundos tuvo la sensación de haberse quedado sorda, por lo espeso que le resultó el repentino silencio. Sin embargo, enseguida captó la causa de que su hermana mayor hubiese quitado la música: el teléfono estaba sonando. Y, una milésima de segundo después, la oyó salir corriendo de su habitación y bajar las escaleras a saltos.

- ¡Yo lo cojo! ¡Es para mí! ¡Espero una llamada de Vernon! –gritaba como loca.

Lily resopló y puso los ojos en blanco. A veces se preguntaba si su hermana no tendría también poderes mágicos… ¿Cómo era posible que hubiese oído el teléfono con la música a tope y la puerta cerrada? Parecía poseer una especie de radar que le permitía enterarse de todo, era la chica más entrometida del mundo…

Volvió a mirar la foto de Belle con sus hermanas pequeñas, y de repente se sintió totalmente abandonada y desinflada. De verdad, cada vez detestaba más estar en el mundo muggle. Le hubiese gustado poder llevarse bien con Petunia y compartir cosas con ella, que para algo era su hermana. Así quizá no se sentiría tan sola durante los meses de verano. Pero ella la odiaba abiertamente, y sus padres, aunque la querían mucho, parecían vivir en un mundo que estaba a años luz de ella. Una vez más, la invadió la sensación de que cada vez encajaba menos allí. Y, mientras se levantaba y colocaba el álbum en su sitio otra vez, no pudo evitar preguntarse si algún día las cosas podrían cambiar a mejor en su familia…

- ¡ANORMAL! –el grito de Petunia la sacó de sus pensamientos-. ¿Es que estás sorda, imbécil? ¡Te estoy llamando!

No… posiblemente no cambiarían nunca. Lily apretó los puños, furiosa, y se dirigió hacia la puerta de muy mal humor.

- Dios, pero qué ganas tengo de darle a ésta la Poción Multijugos… -masculló en su camino hacia la salida, y, una vez allí, se asomó al descansillo y gritó-: ¿Qué te pasa, idiota?

- ¡Te llaman por teléfono! –contestó Petunia con voz resentida-. ¡Uno de tus estúpidos amiguitos!

Lily estuvo a punto de caerse y abrió los ojos al doble.

- ¿QUÉ? –chilló. Aquello era imposible, los magos nunca llamaban por teléfono, se comunicaban vía lechuza… ¿Es que su hermana se había enterado de que ese año no había recibido felicitaciones por parte de sus amigos y pretendía gastarle una broma cruel?

- ¿Eres tan estúpida que te lo tengo que repetir? –rugió furiosa la susodicha. Al parecer hablaba en serio-. Es un tal Potter, o algo así…

Vale, no podía ser una broma. Petunia no conocía los apellidos de sus amigos del colegio. Así que, saliendo como un rayo de su habitación, Lily bajó las escaleras tan rápido que bien podría haberse estampado en el suelo y romperse la crisma. Cuando llegó hasta su hermana, le arrancó el auricular de las manos, empujándola. Petunia pareció molestarse aún más y se marchó como un huracán, furiosa.

- ¿James? –preguntó ansiosa, con una enorme sonrisa en la cara.

- ¿LILY? –chilló al otro lado la voz de James-. ¿LIL, ESTÁS AHÍ? ¿ME OYES?

La pelirroja pegó un brinco y se apartó el auricular de la oreja velozmente, temiendo por su salud auditiva.

- ¡JAMES, TE OIGO PERFECTAMENTE, NO HACE FALTA QUE GRITES! ¿DE ACUERDO? –chilló ella en respuesta, conteniendo la risa.

- Oh –James adquirió su tono normal-. Je, perdona, un fallo técnico…

- Ya veo, ya –sonrió ella-. ¿Esto es lo que aprendes en Estudios Muggles?

- Eh, la culpa no es mía, en Estudios Muggles sólo nos enseñan la teoría, alégrate de que haya conseguido marcar, nadie me ha enseñado en la práctica cómo se usa un felétono…

Lily no se molestó en corregirle.

- Vas a sacar una T como una casa en tu TIMO –rió, socarrona.

- Y tú vas a sacar una T en Transformaciones, así que más te vale guardarle un respeto a tu profesor, pequeña impertinente.

Sin reprimirse más, la muchacha soltó una abierta carcajada.

- Qué imbécil eres –exclamó entusiasmada, con los ojos empañados-. ¿Cómo se te ha ocurrido llamarme?

- Bueno, lo primero de todo: ¡FELIZ CUMPLEAÑOS!

- ¡Ya era hora! –murmuró, haciéndose la ofendida, aunque su sonrisa se enterneció y amplió aún más-. Empezaba a preguntarme dónde andarían las felicitaciones de mis supuestos mejores amigos…

- Perdóneme la vida, señorita Evans. Qué golpe más bajo, se me quitan las ganas de darte la sorpresa, si no fuera porque en estos momentos me encuentro en una situación un poco… humillante… y me he visto obligado a recurrir a ti…

- Oh, oh, el gran James Potter pidiéndome ayuda –aunque sabía que él no la veía, Lily agitó su mano libre, brincando como si se muriese de ansiedad-. ¡Y además está en una situación humillante! Vale, James, es el mejor regalo de cumpleaños que me has hecho hasta ahora, te perdono por la tardanza.

Hubo unos segundos de elocuente silencio, y después:

- Ojala te atufe el pedo de un troll.

- Tengo entendido que los de ogro son peores –repuso Lily, reprimiendo a duras penas la risa nuevamente.

- Vete a la mierda. ¡Y no me hagas perder más tiempo, que te llamo desde una cabina, por si no lo sabes, y esto cuesta dinero!

- Si serás rata, ¡eres millonario, James!

- ¡Eso no viene a cuento ahora! En fin, volvamos a mi situación humillante y al motivo de mi llamada…

- ¿Qué pasa? ¿Te has quedado encerrado en la cabina en ropa interior, o algo semejante?

- Eso quisieras tú, pervertida –replicó James-. No tiene nada que ver… es que… ¡Bah, maldita sea! No hay remedio, te lo tengo que contar, de todas formas la sorpresa ya se ha ido al carajo…

- ¿Sorpresa? –exclamó Lily-. ¿Qué sorpresa?

- Verás… Es que te habíamos preparado una fiesta sorpresa por tu cumpleaños y quedamos en reunirnos los siete en el Callejón Diagon para comer, pasar la tarde juntos y comprar las cosas para el nuevo curso. Por eso ninguno de nosotros te envió carta de felicitación, como ya habrás notado.

- Sí, ya lo noté –Lily esbozó una indulgente sonrisa-. Vuestra táctica de secretismo ha sido tan espectacular que yo ya fui a comprar mis cosas al Callejón Diagon hace tres días, viendo que ninguno de vosotros daba señales de vida.

Se produjo otro momento de silencio.

- Tú eres un poco perra, ¿no? –dejó escapar James en broma-. Ya nos podías haber esperado, maja…

- ¿Cómo quieres que sepa que…?

- Bueno, da igual. Aún nos queda la comida grupal. Todavía no has comido, ¿no?

- No –admitió Lily, y se estiró para ver el reloj de pared que estaba colgado en el salón-. Pero me pillas por muy poco.

- Entonces no perdamos más tiempo. ¿Puedes venir a recogerme?

- ¿Qué? –replicó la chica, apartando la mirada del reloj con rapidez-. Oye, oye… ¿Ésa es tu idea de una fiesta sorpresa?

- ¡La culpa no ha sido mía! –se defendió Potter-. Supuestamente había quedado en venir a por ti con Sirius, pero el muy lerdo no se ha presentado y de repente me he encontrado tirado en medio de Little Whinging sin saber a dónde ir. Era Sirius quién tenía ubicada tu casa, yo no sé dónde queda Privet Drive…

- James…

- … llevo dando vueltas por aquí como un imbécil más de dos horas, la gente empieza a mirarme con cara rara…

- ¡James!

- … y menos mal que encontré una de estas cabinas de felétono y se me ocurrió traer un poco de dinero muggle, sino seguiría perdido por…

- ¡JAMES!

- ¿QUÉ? –reaccionó él por fin.

Lily esbozó una amplia sonrisa, y se alegró de que él no pudiera verla en esos momentos.

- Gracias –murmuró-, por lo de la fiesta sorpresa y… ese intento de venir a recogerme.

James tardó un poco en contestar, pero lo hizo con una voz dulce a la que Lily no estaba muy acostumbrada y que consiguió estremecerla.

- Siempre a sus pies, señorita Evans.

Era evidente que sonreía y, como en un acto reflejo, la sonrisa de la chica se amplió también.

- Vale, inútil, dime dónde estás y voy a rescatarte.

- Pues… espera un segundo y te lo digo –se oyó un ruido chirriante, como si abriera la puerta de la cabina-. ¡Eh, señora, por favor! ¿Puede decirme en qué calle estamos?… Ajá… Sí… ¡Vale, muchas gracias! ¿Lil? –había vuelto al auricular-. Estoy en la calle Magnolia, ¿sabes dónde queda?

- Por supuesto –rió la pelirroja-. No te estreses, sólo está a un par de manzanas de aquí.

- Está bien, entonces te espero aquí y… por cierto… ¿qué llevas puesto?

Ella se sonrojó en el acto, muy a su pesar.

- Oye, ¿qué crees que es esto? –exclamó molesta-. ¿La línea erótica?

- No lo decía por eso, mente retorcida –replicó James-. Te voy a prohibir que vuelvas a juntarte con Sirius, es perjudicial para tu salud… Lo digo por saber si sales ya o te tienes que vestir, porque… -de repente adquirió un tono de voz desesperado-. ¡Por Dios, Lil, ven lo antes posible! Tengo enfrente un grupo de gente sospechosa que lleva un buen rato mirándome muy mal y me están poniendo muy nervioso.

- ¿Gente sospechosa? –repitió Lily, asustada, y el titular de El Profeta pasó por su mente con rapidez.

- Sí, un grupo de chicas, son como 10 o así, no deben pasar de los 13… ¡pero me miran con unas caras muy raras! ¡Me señalan y se sonríen, parecen maniacas! ¡Te digo yo que no me miran con buenas intenciones! ¡No me dejes aquí solo!

- ¡Eres un payaso! –lo regañó Evans, entre enfadada y aliviada-. ¡Pensé que hablabas en serio!

- ¡Estoy hablando en serio! –chilló él medio histérico-. ¿Vas a tardar, sí o no?

Lily se miró a sí misma. Llevaba puesta una camiseta vieja heredada de un primo, que le quedaba mínimo tres tallas grande y que casi podría haber pasado por un vestido de verano de minifalda. También se había puesto unas mallas pirata que usaba desde los 10 años, y llevaba el pelo recogido en una despeinada coleta. Ése no era precisamente su ideal de atuendo apropiado para salir por la calle, pero en fin… sólo eran dos manzanas, y a esas horas no debía haber mucha gente por la calle…

- Pse… Vale, estoy medio aceptable, ahora mismo salgo para allá. Pero te advierto que no podrás presumir de acompañante.

- ¿Te crees que eso me importa? Me conformo con que llegues. Lil, en serio, no tardes, ¿vale? Si no, cuando llegues sólo encontrarás mis restos…

- Habrá que verlo –rió ella, sarcástica.

- No tiene NADA de gracia…

- Está bien, está bien… no te alteres, cariño, ya estoy saliendo.

- Gracias, mi amor, eres la mejor.

- Imbécil –masculló Lily.

- Imbécil tú –rió James, y colgó antes de que pudiera replicar.

Lily también colgó, sonriendo, y no pudo evitar un grito de alegría, alzando el puño al techo. La idea de que sus amigos hubiesen ido hasta Londres para estar con ella le llenó el corazón. Eran estupendos…

- ¡Mamá, me voy, ahora vuelvo! –gritó, mientras trotaba hasta la puerta.

- ¿Qué? –la señora Evans salió rápidamente de la cocina, con las manos manchadas de harina, el delantal puesto y varios mechones de cabello rubio escapándosele del moño-. ¿Cómo que te vas? ¿A dónde?

- Es que me ha llamado James –Lily se detuvo antes de abrir la puerta y se volvió hacia su madre-, ya sabes, mi amigo James Potter… Y dijo que los chicos me han preparado una fiesta sorpresa en el Callejón Diagon por ser mi cumpleaños, para comer allí todos juntos.

- Pero Lily… -murmuró la mujer, algo decepcionada-, te estaba preparando el pastel, querida, y la comida de cumpleaños…

- Oh, mamá, por favor –rogó la pelirroja, acercándose a ella con aire suplicante-, hace mucho que no los veo, son mis mejores amigos, nosotros podemos celebrar esta noche, cuando vuelva papá, yo vendré antes de la cena… Me dejarás ir, ¿verdad? ¡Por favor!

Le dedicó a la señora Evans una sonrisa angelical, y ésta cedió bajo el poder de convencimiento de su hija.

- Está bien –sonrió con un suspiro-. Pero, ¿vas a ir así? Y necesitarás dinero para…

- No te preocupes, mamá –atajó Lily-. Sólo voy a recoger a James, hemos quedado en la calle Magnolia, luego volvemos.

- Ahh, estupendo –la señora Evans puso cara de felicidad-. Trae a tu amigo James, quiero conocerlo. Después de todo lo que nos has contado de él…

- Mamá, no hables así –renegó Lily, volviendo hacia la puerta-. No te he hablado sólo de James, te he hablado de todos en general…

- En realidad, últimamente hablas más de James que de todos en general –entonó la mujer, haciéndose la desentendida.

Lily la miró velozmente, con los ojos muy abiertos, alarmada. Pero, al ver que su madre se echaba a reír, se sonrojó al sentirse estúpidamente obvia y descubierta.

- Muy graciosa –gruñó sarcástica, abriendo ya para salir.

Pero la voz de su hermana, que bajaba por las escaleras, la interrumpió.

- ¿Ya terminaste de hablar, anormal? –masculló-. Como vuelva a llamar el estúpido de tu novio, le colgaré en la cara. ¡Es un maleducado!

La pelirroja se puso rígida, irguiéndose y enfriando la mirada.

- James Potter no es mi novio –dejó escapar entre dientes-. Pero tampoco es un maleducado. Tu "querido" Vernon sí que no tiene modales. Y, como vuelva a hablarme con la misma grosería que lo hizo la última vez que estuvo en casa, seré yo la que tendrá que colgarle algo a él en la cara.

Ambas intercambiaron miradas de odio. La señora Evans, aún en la puerta de la cocina, las miró con expresión tensa, aunque no intervino.

- ¡No te voy a consentir que amenaces a mi novio! –chilló Petunia, indignada-. ¡Ni que le faltes al respeto! ¡Vernon Dursley es un gran hombre!

- Sí, MUY grande –añadió Lily, desafiante, con tono mordaz-. Tan grande que ocupa por dos. ¡Aunque dudo mucho que le llegue a la suela de los zapatos a James Potter!

Y, antes de que Petunia pudiera asesinarla, salió rápidamente y cerró de un portazo, echando a correr hacia la calle Magnolia.

-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-

El trayecto desde su casa hasta el lugar indicado, si se hacía a buen paso, no era muy superior a 5 minutos. Sin embargo, en cuanto Lily dobló la esquina de Privet Drive y perdió de vista su casa, detuvo su carrera y empezó a andar lentamente, cabizbaja, y esos supuestos 5 minutos se convirtieron en más de 10.

Estaba acostumbrada a discutir con Petunia, porque nunca se habían llevado muy bien, así que los desplantes de la hija mayor de los Evans no la afectaban demasiado. Desde que eran pequeñas, Petunia siempre la había mirado con recelo por encima del hombro, como si pudiera ver algo horrible y latente dentro de ella. Consideraba que sus ojos de color verde brillante y su cabello de furioso color rojo desentonaban de una manera ofensiva dentro de una familia en la que predominaba el discreto pelo rubio y los suaves ojos claros. A veces incluso comentaba en voz alta y bien audible que no le entraba en la cabeza cómo había podido tener una hermana con semejantes atributos, cuando ella y sus padres eran altos y de pelo trigueño. Y ese aire de rechazo por parte de Petunia se había multiplicado por mil cuando, para rematar las peculiaridades de Lily, ésta había recibido la carta de Hogwarts informándole de que era una bruja.

Cuando la joven Evans comentaba estas cosas con sus amigas del colegio, ellas solían consolarla diciéndole que, normalmente, cuando los hermanos son sólo dos y además chicas suelen llevarse bastante mal. Iris lo llamaba "la tendencia que tenemos las mujeres a ser muy nuestras". Pero todas coincidían en que, una vez superada la adolescencia, las diferencias terminaban limándose de una u otra forma.

Sin embargo, Lily veía eso cada vez más improbable. Y el colmo de los colmos había sido el hecho de que, en algún momento no muy lejano, mientras Petunia cursaba su último año de instituto, se había echado novio. Y no era un novio cualquiera, sino Vernon Dursley, el muggle de mente más cerrada que Lily había tenido la desgracia de encontrarse en su vida. No estaba segura de si Petunia le había contado que ella era una bruja, pero el caso es que cada vez que coincidían (Petunia lo invitaba a cenar con más frecuencia de la deseable, como si ya estuviesen a un paso del altar) él la miraba con una expresión petulante que le crispaba los nervios, como si considerase inconcebible que ambos pudiesen respirar el mismo aire.

Y eso la hacía sentirse muy desgraciada… porque Petunia tenía a Vernon en un pedestal, y Lily estaba segura de que, si tenía que elegir entre él y su hermana pequeña, lo elegiría a él sin pensárselo siquiera. Una cosa era tener que lidiar con las miraditas de reproche encubiertas, como si Lily hubiese tenido la culpa de nacer bruja, y otra cosa muy distinta era encarar la certeza de que tu hermana mayor te odia y te considera realmente una aberración de la naturaleza. Eso era lo que iba a conseguir antes o después la maravillosa influencia de Vernon Dursley: radicalizar aún más el carácter de Petunia.

Era un panorama muy deprimente, del que ya estaba empezando a sufrir los primeros resultados. Aquel verano, Petunia estaba francamente insoportable. No hacía más que lanzar insidiosos comentarios sobre la comunidad mágica en general, repitiéndole a Lily que más le valía alejarse de ese ambiente aberrante una vez terminara el colegio y volver a ser una persona normal. El aire en la casa era tan agrio que la pelirroja nunca había tenido tantas ganas de que empezara de una vez el nuevo curso. Y quizá la que peor lo pasara fuese su madre, que convivía con ellas todo el día y tenía miedo de ponerse de parte de alguna de las dos, por lo que ese gesto pudiese herir a la otra. Emily Evans nunca había sido una mujer de fuerte carácter…

Con un resoplido, Lily arrugó la frente y se llevó las manos a la cabeza para deshacerse la coleta desgreñada y recogerse el pelo de una forma un poco más decente. Quizá no debería haberse metido con Vernon de esa forma en ese preciso momento, pero ya estaba muy quemada con el tema. Petunia llevaba tres semanas poniendo a parir a sus amigos cada vez que, casualmente, entraba en la cocina o en el comedor mientras Lily le contaba animadamente a su madre cualquier anécdota del pasado curso. Esos últimos días, por razones desconocidas, le había cogido especial inquina a James y no hacía más que criticarlo, cosa que sulfuraba en extremo a Lily con una indignación muy sospechosa y que siempre terminaba provocando una batalla campal en la casa de los Evans.

De repente, como si cayera de bruces en la realidad, Lily agrandó los ojos, y sintió que el alma se le caía a los pies, recordando lo que acababa de decirle su madre…

Últimamente hablas más de James que de todos en general…

¿Era eso? ¿Petunia estaba cabreada porque se había pensado que James y ella en realidad eran…? "Menuda estupidez –se apresuró a barbotar mentalmente, aunque el estúpido calor que le invadió la cara fue inevitable-. Petunia cada día es más idiota. James y yo sólo somos amigos, es normal que lo defienda cuando la gente lo critica, eso no significa necesariamente que…". Pero sus propios pensamientos fueron interrumpidos por una asquerosa vocecilla que, desde el fondo de su mente, se reía de ella con toda la burla posible. "¡Es la verdad! –se repitió a así misma, como si su cerebro se rebelara contra ella-. ¡Sólo somos amigos!". Y, sin embargo, el sonrojo se hizo más fuerte y una desazón terrible empezó a llenarle la boca…

Quizá sí hubiese hablado más de James que de los otros últimamente. Si lo pensaba fríamente, no tenía más remedio que admitir que, desde que había vuelto a casa tras terminar el curso, sus comentarios sobre el colegio habían estado salpicados con más frecuencia de la recomendable con frases del estilo de: Buah, y menos mal que James me sacó del lío, porque si no…; Creo que si no llega a ser por James, habría cateado Transformaciones…; Me siento culpable por hacerle perder tanto tiempo a James, con lo ocupado que está con el quidditch…; Bueno, y si vieras cómo nos lo pasamos James y yo en Adivinación… Llamándose imbécil con frustración, Lily se estampó una mano en la cara, abochornada. Desde luego, se había ganado las miraditas pícaras de su madre. Y con razón Petunia estaba de un humor de perros: si estaba tratando de convencerla para que volviera al mundo de las personas normales, no era probable que le hiciera mucha gracia el hecho de que su hermana pequeña se hubiese echado un novio mago y pretendiera hacer vida en aquel universo de anormales.

Pero no había podido evitar esos comentarios. Desde que lo había conocido, su relación con James había evolucionado muchísimo, y sobre todo en el curso anterior, en el que habían pasado mucho tiempo juntos, en gran parte gracias a las clases particulares de Transformaciones que él le daba a la pelirroja. Pero también habían tenido que trabajar juntos en un par de proyectos para el profesor Fletcher; Fiona Crockford, que todos los años organizaba a su clase por parejas al azar para que entrenaran en el club del duelo, los había puesto juntos; y en Adivinación ocurrió algo similar cuando, al perderse Remus un par de clases, cambiaron las parejas típicas y Sirius decidió ponerse con Peter mientras James y ella se ponían juntos a su vez. Era como si todos los astros se hubiesen conjugado para mantenerlos pegados de una u otra forma, así que en realidad ella no tenía la culpa de que James apareciera tanto en sus conversaciones, era casi con el que más relación había tenido a lo largo del año…

Sin embargo, mientras todos esos razonamientos desfilaban por su mente, como si de una corriente de aire frío se tratara, todo el entusiasmo que le había provocado el asunto de la fiesta sorpresa se congeló y Lily sintió un vacío muy desagradable en el estómago. Tampoco podía negar que su subconsciente vagaba demasiado hacia la imagen de James Potter, y eso sólo podía significar que se estaba originando un cambio peligroso. Y la idea de enamorarse de él no le gustaba en absoluto. No porque fuera James, sino porque no quería implicarse de esa forma con nadie del grupo, ni con él, ni con Sirius, Remus o Peter. Los siete eran amigos, y prefería que las cosas siguieran siendo así, porque si…

"Si me enamoro de James, voy a pasarlo muy mal", se dijo con rotundidad, y esa desazón horrible se intensificó. James Potter no era un mal tipo. Al contrario, Lily había llegado a cogerle muchísimo cariño. Le gustaba su aire despistado y ausente, su sentido del humor, su forma de reír y su honestidad. Le gustaba que fuese directo, que supiera echarle un cable a los que lo necesitaban, y también le gustaba la forma en la que la miraba a ella, o la forma en que le sonreía. Pero, siempre que empezaba a ilusionarse más de la cuenta con esos detalles, incluso cuando lo hacía sin darse cuenta (algo que había ocurrido constantemente, a su pesar, durante el curso anterior) la aplastante idea de que ellos dos no podrían encajar de ninguna forma se imponía a todo lo demás.

¿Por qué no? Pues porque no. James era un mago sangre limpia, era popular, estaba en el equipo de quidditch, tenía muchos amigos y fama por todo el colegio, y un nutrido grupo de chicas andaba detrás de él con la esperanza de pillarlo de alguna forma. Lily, en cambio, era hija de muggles, muy poca cosa, a la que conocían dentro de su círculo y poco más, que nunca había destacado por ser el carisma personificado y que además se había ganado a pulso la fama de borde entre determinadas personas por su dificultad para socializar con la gente. Incluso sin que James se diese aires de grandeza, ella se sentía un gusarapo a su lado. Era como ligar una estrella a un sapo de charca. Y esa sensación se intensificó cuando, al pasar por delante de la casa de la señora Robinson, ésta y su hija mayor, que estaban en el jardín, se la quedaron mirando con la boca ligeramente abierta por las pintas que llevaba.

Lily sonrió con amargura, dedicándoles un vago gesto de saludo, y apretó el paso para desaparecer de allí. Quizá la culpa fuese suya y de verdad tuviera un serio problema de autoestima, pero no lo podía evitar. Estaba demasiado acostumbrada a ser siempre el bicho raro, en la escuela primaria, en su casa, en su familia… Le había costado encajar en todas partes. Y aún ahora, después de 4 años en el mundo mágico, seguía con la sensación de estar en la frontera, sin pertenecer a ningún sitio por completo.

Aún iba pensando en ello cuando llegó por fin a la calle Magnolia y divisó a James sentado en la acera, hecho un ovillo, justo al lado de la cabina telefónica. Iba vestido de muggle, por supuesto, con unos vaqueros que tenían pinta de quedarle algo grandes y una sencilla camiseta blanca de manga corta. Debía haberse presentado más abrigado, porque se había atado a la cintura una camisa a cuadros, pero en esos instantes tenía pinta de estar sufriendo los estragos del calor que azotaba Little Whigning, porque permanecía totalmente aplastado y hundido de hombros, con la cara vuelta hacia el piso. El espeso pelo negro estaba todavía más revuelto de lo habitual.

- ¡James! –llamó, y echó a correr para acercarse.

Él levantó la mirada, sonrió y se puso inmediatamente en pie.

- ¡Lil! ¡Ya era hora, guapa…!

Ocurrió en un segundo escaso, pero Lily no lo pudo evitar. Llevaba más de un mes sin ver a sus amigos, esas vacaciones estaban siendo horribles de verdad, y lo primero que hizo James nada más verla no fue mirarla de arriba abajo con gesto crítico por el atuendo que llevaba puesto, ni fijarse en su coleta deshilachada, ni reparar en que Lily ese día probablemente ni se había lavado la cara. Sólo la miró a los ojos con genuina alegría. Y, antes de querer darse cuenta, la garganta de la pelirroja se cerró con un fuerte nudo, se olvidó de los funestos pensamientos que traía por el camino y, sin pensarlo dos veces, aceleró la carrera y se tiró a él, echándole los brazos al cuello en un abrazo tan efusivo que Potter se tambaleó, estupefacto.

- Me alegro de verte, James –murmuró ella, y hundió la cara en su hombro, apretando tanto los labios que éstos quedaron convertidos en una línea finísima.

- Sí… yo también me alegro de verte, Lil –añadió él al recuperarse de la impresión, permitiéndose una sonrisa y devolviéndole el abrazo-. Caramba… ahora me alegro de que no haya venido Sirius, si estás lo suficientemente desesperada como para tirarte a mis brazos, prefiero ser el único beneficiario de la situación.

Lily se atragantó y se echó a reír, pero mantuvo el abrazo unos instantes más, porque no quería que él notase que se le habían llenado los ojos de lágrimas. Estúpidos cambios de ánimo, estaba de ellos hasta el gorro. Primero triste, luego alegre, luego deprimida y ahora… indeterminada.

- Eres un cretino –masculló, sorbiendo discretamente por la nariz, y por fin se separó de él, pasándose con rapidez una mano por los ojos-. Es sólo que… no está siendo un muy buen verano. Perdona el dramatismo.

James se la quedó mirando en silencio un momento, con la cabeza ladeada. No era tan alto como Sirius, pero a Lily le sacaba al menos un palmo de estatura. Así que, aprovechando esa diferencia, se acercó a ella, que aún se frotaba un ojo, y, colocándole una mano en la nuca, la atrajo un poco para plantarle un amistoso beso entre el pelo rojo, dándole después unas palmaditas en el hombro. Lily hizo un ruido extraño con la garganta, que podría haberse interpretado de mil formas diferentes, y se apresuró a recuperar la compostura, carraspeando.

- Bueno… y-ya veo que nadie te ha atacado –comentó, y, haciendo un esfuerzo, le dedicó una sonrisa a su amigo.

- ¡Ja! No cantes victoria, aún están acechando –repuso él, señalando con el pulgar hacia algún punto que había a su espalda, con el mayor disimulo posible.

Lily se asomó por detrás de James y se quedó con la boca abierta.

- ¿Pero qué…?

Al otro lado de la calle, un grupo de al menos seis o siete chicas estaban reunidas en corro y cuchicheaban sin parar mientras los miraban de reojo, riendo en voz baja tontamente. Y Lily se volvió a sulfurar a una velocidad alarmante, endureciendo al máximo su expresión al reconocer entre aquellas tipas a determinadas chicas del barrio que le caían bastante gordas.

- Muy bien, esto es el colmo del pavo…

- ¿Y si huimos? –sugirió James con aprensión-. ¿Crees que nos seguirán?

Lily lo miró alzando las cejas. Por más que lo intentara, nunca terminaría de entender la relación de James con las chicas. El curso pasado había tenido un par de "novias", aunque ninguna de ellas le había durado más de dos semanas, y la experiencia parecía haberle quitado las ganas de repetir. Seguía luciendo su desbordante carisma allá a dónde fuese sin ningún reparo, encandilando a todo tipo de alumnas, pero las esquivaba a todas como si temiera que le contagiaran algo. Era el polo opuesto a Sirius, que también había empezado a salir con chicas el curso anterior y parecía haberle cogido un buen tranquillo, porque antes de las vacaciones ya iba por la sexta…

- ¿Tienes miedo de un grupo de preadolescentes, James?

- ¡Yo no tengo miedo! Es sólo que este tipo de cosas me dan muy mal rollo, no me gusta que me acosen…

- Ya lo estoy viendo… Si quieres probamos un experimento.

- ¿Experimento? –el que enarcó las cejas esta vez fue James, mirándola con curiosidad-. ¿Qué tipo de…?

Antes de que le diera tiempo a terminar la frase, Lily alzó una mano, lo sujetó por la nuca y tiró de él hacia abajo, poniéndose de puntillas para pegar su rostro al suyo y plantarle un beso en la mejilla, muy cerca de la boca. El muchacho se tensó en el acto, totalmente impactado, pero su amiga le masculló entre dientes, en voz baja:

- Aguanta el tipo.

Aquella situación se alargó durante unos segundos que se hicieron eternos. Desde la acera de enfrente, lugar que ocupaba el grupito de mironas, debía parecer enteramente que la pareja estaba dándose el lote bien a gusto en mitad de la calle. Incluso se permitieron, pasada la rigidez inicial, meterse un poco más en el papel, y James terminó colocando las manos en la cintura de Lily mientras ella le acariciaba el pelo en apariencia totalmente extasiada. Cuando finalmente se separaron, la pelirroja lanzó un teatral y bien audible suspiro de satisfacción, poniendo cara de embeleso, y exclamó sin reparos:

- ¡Waa, cariño, qué bien que llegas por fin, te he echado tanto de menos en este aburrido pueblo…!

Dicho esto, miró con disimulo y los ojos entornados por encima del hombro de James, para ver cómo las muchachas se marchaban mascullando y fulminándola con ojos asesinos. Apretó los labios para reprimir la carcajada.

- Se dispersan –musitó, divertidísima-. ¡Ja! Que te jodan, Melinda Polkiss…

- ¡Lily! –replicó James, haciéndose el escandalizado-. ¡Aquí, en medio de la calle! ¿Dónde está tu recato, querida?

- En la punta del pie.

Y volvió a hundirse rápidamente en el hombro de su compañero, mordiéndose el labio para ahogar lo máximo posible la risa que se le escapaba ya. James también se echó a reír, aunque intentó disimularlo con tanto fervor que terminó provocándole hipo.

- Anda, vámonos de aquí –concluyó Evans, con ojos lagrimosos, y se separó de su amigo-. Y ya puedes soltarme, guapo.

- ¿No sería más seguro seguir fingiendo un poco más? –sonrió descaradamente James, entornando los ojos con un aire sugerente más propio de Sirius que de él.

- Me parece que no, aprovechado –Lily le devolvió la broma, aunque por un momento fugaz se le había encogido el estómago-. ¿Dónde está tu recato?

- Haciéndole compañía al tuyo, me temo.

Riéndose por lo bajo todavía, ambos reemprendieron la marcha juntos. Y, sin estar muy seguros de cómo, Potter terminó pasándole un brazo por los hombros a su compañera, manteniéndola cerca de él como quién no quiere la cosa.

- Mañana a estas horas todo el barrio sabrá que Lily Evans tiene novio –resopló la pelirroja, aunque seguía sonriendo-. Ahora va a ser más difícil convencer a mi madre de que no hay nada entre nosotros… Menos mal que sólo paso aquí dos meses al año.

- Mmm, estaba pensando en si podríamos probar este experimento en Hogwarts también, a ver si dejan de darme la lata…

- ¡Ni lo sueñes! Paso de tener que aguantar a las fanáticas intentando maldecirme.

- Vale, vale –rió James, despreocupado.

Aunque, cuando Lily se quedó mirándolo, notó algo diferente en él. Sonreía de forma ambigua y se rascaba disimuladamente una sien, colocándose las gafas como si pretendiera ocultar su expresión.

- Te has sonrojado –soltó, incrédula, y lanzó una carcajada.

- ¡Claro que no! –replicó inmediatamente James, a la defensiva, y su leve sonrojo anterior se hizo más evidente-. ¡Tú sí que te has sonrojado!

- ¡Mentira! –exclamó Lily, interrumpiendo su risa abruptamente y llevándose una alarmada mano a la caliente mejilla.

Ambos se miraron a los ojos fijamente durante dos segundos de silencio.

- Es que hoy el sol pega duro –se justificaron a la vez.

Y rompieron a reír de nuevo.

- Jo, te he echado de menos, James –comentó Lily con sinceridad, secándose los ojos otra vez-. Bueno, a ti y a los demás. Casi no me he reído desde que he vuelto a casa. Gracias por la sorpresa de hoy, en serio, me ha hecho mucha ilusión, lo necesitaba. Estas vacaciones están siendo un asco, no hay quién aguante a mi hermana.

- Sí, ya me ha parecido que no estaba de muy buen humor cuando me ha cogido del felétono…

La expresión de Lily se tornó horrorizada en un dos por tres.

- ¡Oh, no! –exclamó-. ¡Es cierto, fue ella quién cogió el teléfono! Perdóname. ¿Te soltó alguna grosería? No le hagas ni caso, es una imbécil, no puede ver a los magos ni en pintura y estas últimas semanas se ha puesto especialmente desagradable conmigo y todo lo relacionado conmigo…

James frunció ligeramente el ceño, mirándola más seriamente.

- Si estabas pasándolo mal, ¿por qué no nos avisaste? Podríamos haber quedado alguna otra vez antes para salir juntos por ahí, o…

- Bueno, yo… -Evans titubeó, rascándose una mejilla-. Tampoco quería estar todo el tiempo quejándome, y… suponía que vosotros tendríais otras cosas que hacer, o…

- Créeme, Lil, yo al menos no tenía otra cosa más interesante que hacer. Y cualquier excusa es buena para salir de mi casa un rato y distraerme, en vez de estar todo el día allí solo esperando a ver si mi padre vuelve… o no.

Su amiga notó en el acto que el tono de Potter adquiría un deje tenso y consternado que muy pocas veces le había oído, y, cuando los ojos castaños del muchacho se perdieron por ahí con inquietud, ella misma se sintió amenazada e inquieta, como si las risas de hacía apenas un minuto se hubiesen esfumado con el viento.

- ¿Ha pasado algo grave? –murmuró, frunciendo el ceño y mirándolo fijamente-. ¿Cómo lo está llevando tu padre?

- Más o menos…

- Cuéntame. Los titulares de El Profeta no son precisamente alentadores últimamente, cada vez que veo algo sobre un atentado tengo miedo de que les haya pasado algo a tu padre, o al padre de Sirius.

James suspiró, y miró hacia el cielo con los ojos entornados, como si pretendiera comprobar que el sol seguía estando allí.

- Las cosas están muy mal –comenzó con aire serio, moviendo apenas los labios al hablar-. Vamos de mal en peor, ya es prácticamente imposible controlarlos… ¿Puedes hacerte una idea de la gente que ha desaparecido en los últimos meses? Unos aparecen muertos días después, con marcas de tortura, otros ni siquiera aparecen… Aunque se supone que no debería chafarte el día de tu cumpleaños hablándote de esos condenados mortífagos.

Suspiró de nuevo, con aire deprimido, y Lily arrugó la frente, consternada. Era de esperar que James estuviese hasta las narices de aquel asunto, siendo John Potter el director del Departamento de Seguridad Mágica, ya que estaría tragándose todas las novedades de lleno. Sin embargo, ella no se pudo contener. Desde 1970, lord Voldemort se había dedicado a sembrar el caos y la destrucción tanto en la comunidad mágica como en la muggle, predicando a favor de la pureza de sangre. Los asesinatos y desapariciones iban en aumento cada día, las traiciones se daban cada vez más y ya nadie se sentía seguro en lo que todos consideraban el inicio de una verdadera era de terror. Lord Voldemort, y todo lo que ese nombre representaba, causaba pánico entre los magos y brujas, y la comunidad mágica al completo empezaba a considerarlo el brujo más despiadado de toda la historia. Por supuesto, Lily no tenía ninguna intención de desentenderse de algo así sólo porque ese día fuese su cumpleaños.

- No vas a arruinarme el día –replicó con determinación-. Lo que ocurre en el mundo mágico también me atañe a mí, James, tengo tanto derecho a saberlo como cualquier sangre limpia, así que ya me estás contando cómo han ido las cosas en los últimos meses.

Él se permitió una triste sonrisa.

- Eres un caso perdido, Lil –suspiró-. ¿Sabes? Creo sinceramente que lo único que pretende Voldemort es volvernos locos –se inclinó un poco hacia ella, bajando la voz-. Veinticinco redadas en los últimos dos meses, ¿te imaginas cuántos de los nuestros han muerto? A veces llegan soplos… gente que avisa de dónde y cuándo se celebrarán las reuniones de los mortífagos, o los lugares que piensan atacar… Unas veces, el soplo es verdadero, otras nos tienden emboscadas. ¿Has oído lo del atentado en Brighton?

- Sí –confirmó Lily-. ¿Lo de ese centro comercial que explotó? En las noticias muggles dijeron que fue un coche bomba de unos terroristas.

- Bueno, terroristas fueron, pero no con un coche bomba –puntualizó James-. Parece ser que a nuestros queridos maniacos les gusta ensañarse con los muggles. Mi padre me dijo que el atentado en Brighton fue casi peor que el desastre de Covent Garden en Londres en el 70. Estuvo varios días sin poder venir a casa, murió muchísima gente. En el Ministerio están como locos…

Lily tragó saliva, notando que se le resecaba la garganta, y preguntó con voz vacilante:

- Y… ¿lo de anoche? ¿Qué ocurrió?

James la miró sorprendido.

- ¿También te has enterado de eso?

- Ha salido en El Profeta de hoy.

- Ya veo… Bueno, pues lo de anoche fue la locura padre, querida –James se llevó la mano libre a la cabeza, revolviéndose el pelo con nerviosismo-. Mi padre tuvo que salir en mitad de la noche. La verdad es que todo el verano ha sido terrible. Él dice que tienen las alertas al máximo, porque en estas fechas hay muchos festivales muggles en Londres que congregan a mucha gente en las calles, y es una situación perfecta para que los mortífagos ataquen. Llevan semanas preparándose para vigilar los carnavales de Notthing Hill a finales de este mes. Pero debió haber un chivatazo o algo, porque anoche atacaron precisamente la zona en la que nuestros aurores se estaban desplegando y nos han machacado. Todas las bajas han sido miembros del Ministerio. Apenas he podido pegar ojo en toda la noche.

- Pero… -Lily se había quedado sin voz-. Pero… tu padre no…

- No, no, mi padre está bien –se apresuró a aclarar James-. Salió hacia allí de madrugada, cuando lo avisaron, y estuvo implicado en la refriega, pero salió más o menos ileso. Hacia las 4 de la madrugada o así hablé con él, y me dijo que habían conseguido sofocar el ataque y no había bajas muggles. Estaban asegurando la zona para abrirle el paso a los desmemorizadores de la Oficina de Desinformación.

Algo frío y viscoso se instaló como una losa en el estómago de la pelirroja.

- Entonces, el padre de Sirius…

La frase quedó en el aire, pero James pareció entender lo que Lily pensaba sin que ésta terminara de expresarlo en voz alta, porque hizo un brusco gesto con la mano.

- Sé lo que quieres decir, pero no te preocupes. También hablé con Sirius anoche para asegurarme de que tío Izzy estaba bien. Cuando contacté con él eran casi las 5 de la mañana, y me dijo que su padre ya estaba en el lugar de los hechos con el resto de desmemorizadores, haciendo su trabajo, y que la zona ya era segura. No he vuelto a hablar con él desde entonces, pero no creo que haya pasado nada.

- Entonces, ¿por qué no se ha presentado a la cita?

- Supongo que se habrá quedado dormido, ninguno de los dos ha pegado ojo en toda la noche, pero a mí me basta con dormir poco, y a él no –a pesar de sus palabras, sus ojos se oscurecieron un poco, preocupados-. De todas formas, si cuando lleguemos al Callejón Diagon sigue sin dar señales de vida, intentaré hablar con él otra vez para asegurarme…

Lily bajó la vista apenada.

- Bueno… al menos me alegro de que no les haya ocurrido nada a vuestros padres.

- Ya… -James asintió, apesadumbrado-. Pero, en situaciones así, siempre me acuerdo de los que sí se han quedado sin padres después de esto…

Se hizo un breve pero incómodo silencio entre ellos, antes de que la pelirroja añadiera:

- Oye, James… quizá sería mejor dejar esto de la comida en grupo para otro día, si no…

- Ni se te ocurra –atajó él con firmeza, y le dedicó una sonrisa-. Yo no pienso permitir que los mortífagos me marquen la vida, ya pueden cambiar sus uniformes negros por tutús de ballet color rosa, que bien poco me importa. No voy a dejar de hacer lo que me gusta. Y hoy nos vamos todos juntos a comer para celebrar tu cumpleaños. No te preocupes más por esto, intentemos pasarlo lo mejor posible, ¿de acuerdo? –entonces levantó la vista y miró alrededor-. ¿Esto es Privet Drive?

Lily también alzó la mirada, sonriendo vagamente por las palabras de su amigo, y observó la calle a la que acababan de llegar.

- Sí –gruñó resignada-, esto es Privet Drive… Bienvenido al barrio muggle más muggle del mundo, Jamie Pots –añadió en son de burla.

- No me llames Jamie Pots –protestó Potter.

- Vale, cuando tú dejes de llamarme a mí leprechaun.

- ¡Eh, hace siglos que no te llamo leprechaun!

- Oh, sí, desde la última carta que me mandaste hace dos semanas, que empezaba con "Querido leprechaun".

Ambos se miraron con idénticas muecas de disgusto, entornando los ojos.

- El año que viene voy a regalarte un bote de esencia de bundimun.

- No me des ideas, que ahora tu cumpleaños está antes que el mío –y, esbozando una sonrisa, Lily agarró al chico de la mano y tiró de él con entusiasmo renovado-. Venga, te llevaré a mi casa. Tengo que presentarle a mi madre mi "novio".

Echando a andar tras ella, James también sonrió abiertamente, decidiendo dejar aquella lúgubre conversación atrás. Porque, después de todo, ése era un día para divertirse y pasarlo bien.

- ¿Tu madre? Jo, pues yo a la que me muero por conocer es a tu hermana. Tiene aspecto de ser tan simpática y encantadora…

- Tranquilo, que también la verás.

- Oye, Lil, estaba pensando que, si me vas a presentar como tu novio, quizá tengamos que fingir otra vez. Aunque tu madre estará mucho más cerca de nosotros y quizá nos veamos obligados a…

- ¡Me parece que no! –Lily lo interrumpió antes de que terminara su razonamiento, porque la sola sugerencia le había sacudido el estómago otra vez-. A ti voy a presentarte como lo que eres realmente.

- ¿Tu amor platónico?

- No, el cretino de la clase a quien todo el mundo odia y yo invito a mi casa sólo porque me da pena.

- ¡Eh!

Evans, riendo, lo ignoró, llegando ya al jardín delantera de su casa.

- A ver, consejos de última hora. Si mi madre te ofrece tarta de fresas, no la aceptes, siempre le queda un poco amarga –comentaba ella alegremente, mientras lo arrastraba-. Sin embargo, los pastelitos de chocolate le salen muy bien… Ni se te ocurra entrar al salón, o empezará a enseñarte fotos como una loca. Tampoco pases a la cocina, porque te hará probar todo lo que haya cocinado hoy. Si empieza a contarte su vida, limítate a asentir con la cabeza y haz como que la escuchas. Y, cuando aparezca la imbécil de mi hermana…

- Me tiro a ella y le doy un apasionado beso –sugirió James, con aspecto inspirado.

- Mejor no, es muy posible que eso la mate…

- Joer, Lil, no soy tan asqueroso, gracias por tenerme en tal alta estima…

- No lo digo porque seas asqueroso, sino porque Petunia cree que eso de la magia es una enfermedad contagiosa. Si te acercas mucho a ella es probable que le dé un colapso nervioso y caiga fulminada en el acto.

- Qué interesante…

- No te preocupes, dudo que se meta contigo en persona, lo más seguro es que ni se atreva a abrir la boca en tu presencia –replicó Lily despreocupadamente y, volviéndose hacia él, le sacudió un poco los hombros, como si le quitara el polvo, e intentó peinarlo, aunque enseguida desistió-. En fin, perfecto. Ah, sólo una cosa más… No le des coba a mi madre, que te conozco. Habla por los codos, como empiece no parará nunca y jamás llegaremos a Londres.

- Total, vamos a llegar tardísimo de todas formas…

Lily lo miró suspicaz, entornando los ojos en gesto de advertencia, y volviéndose por fin, abrió la puerta y exclamó:

- ¡Mamá, ya hemos llegado!

La señora Evans apareció en el recibidor tan rápido que Lily estuvo segura de que los había estado esperando pegada a la puerta de la cocina.

- ¡Hola, bienvenidos! –entonó cálidamente, dirigiendo una radiante sonrisa a James.

Venía sujetando un enorme bol con el brazo izquierdo, apoyándoselo en la cadera, y con la mano derecha batía con energía lo que tenían pinta de ser claras de huevo. Debía estar preparando algo de repostería, por la leve mancha de harina que tenía en la mejilla. Lily se dio cuenta y, con un leve carraspeo, se señaló su propio pómulo para indicarle el fallo a su madre. Ella dejó escapar un pequeño "ups", y se pasó con rapidez el dorso de la mano por la cara, aunque sólo empeoró la mancha. Lily puso los ojos en blanco.

- Tú debes de ser James Potter, querido –comentó con entusiasmo, y dejó de batir otra vez para limpiarse la mano en el delantal y tendérsela al amigo de su hija-. Soy Emily Evans. Pero puedes llamarme Emily a secas si quieres. Estaba deseando conocerte, Lily habla muchísimo de ti últimamente…

Lily miró a su madre con el ceño duramente fruncido y James enarcó las cejas.

- ¿En serio? –comentó, haciéndose el sorprendido, y le estrechó la mano a la mujer con simpatía y naturalidad-. También es un placer conocerla, Emily. Pensé que era usted Petunia, no parece mucho mayor que Lily…

La pelirroja fulminó a su compañero con una mirada asesina, dibujando con los labios un horrorizado: "no empieces, subnormal". Por suerte, la señora Evans no notó ese detalle, porque se había echado a reír. Sus rasgos eran muy parecidos a los de su hija, aunque tenía el pelo rubio y los ojos azules, y era bastante más alta de lo que posiblemente llegaría a ser Lily cuando tuviera su edad. Sin embargo, cuando James se fijó en su sonrisa, tuvo la viva impresión de estar viendo la sonrisa de su amiga y, sin poder evitarlo, él también sonrió ampliamente.

- Muchas gracias por el piropo, querido, eres un encanto –rió ella, mientras retomaba distraídamente su tarea de batir los huevos-. Y muy guapo también.

- ¡Mamá! –protestó Lily, escandalizada.

- Hija, las cosas como son, si el muchacho es guapo, mejor para él…

- No se crea, Emily, me parece que de nuestro grupo yo soy precisamente el menos guapo…

- Basta ya –masculló la pelirroja, apretando los dientes en dirección a Potter-. No es necesario que deleites al auditorio con tu falsa modestia.

- ¿Falsa modestia? –sonrió James, haciéndose el desentendido.

- Creo que acabas de admitir que es guapo, mi amor –puntualizó oportunamente la señora Evans.

- ¡Pues claro que es guapo, yo nunca he dicho lo contra…!

La voz de Lily murió a mitad de la frase y en el recibidor se hizo un extraño silencio, mientras su madre y su amigo la miraban con las cejas alzadas y expresiones casi idénticas.

- Bah, idos los dos a la mierda –se apresuró a gruñir, haciendo un esfuerzo sobrehumano por no sonrojarse, aunque ya notaba cierto calorcillo subiéndole por el cuello-. Me voy a recoger las cosas, aquí os quedáis.

- Siempre tan encantadora –musitó James, con una extraña sonrisa que se borró en el acto, cuando Lily le pegó un pisotón-. ¡Eh, leprechaun agresivo!

- ¡Lily, no seas así, sólo era una broma! –intervino rápidamente la señora Evans-. Vamos, vamos, cariño… Sube a recoger, mientras bajas yo le enseñaré a James…

- ¡¡Ni se te ocurra enseñarle fotos de cuando era un bebé!! –chilló Lily, descompuesta, mirando a su madre con horror.

- … la casa –terminó la mujer, dirigiéndole una mirada de reproche-. Le enseñaré la casa, mi amor, la casa.

Más avergonzada todavía, Lily masculló algo ininteligible, gruñó y sin más se perdió escaleras arriba, subiendo los escalones de dos en dos.

- Aaaay, esta chica… -suspiró la señora Evans, cuando la melena rojo fuego de su hija desapareció tras una puerta-. Es tan difícil… Demasiado dura con los demás y consigo misma.

- Sí… -murmuró James, distraído y con expresión ausente-. Le gusta gastar bromas a los demás, pero no que se las gasten a ella.

Emily rió otra vez suavemente, y James volvió a sonreír, aunque algo más cohibido ahora que se había quedado a solas con ella, sin la presencia de Lily. Intentando mantener un aire educado para conservar la buena impresión que parecía haberle causado a su anfitriona, cruzó los brazos a la espalda, balanceándose un poco sobre las puntas de los pies.

- ¿Quieres sentarte, querido? –ofreció enseguida la señora Evans-. ¿Te apetece tomar algo?

Y James, sin saber cómo rechazar la oferta sin parecer grosero, se limitó a asentir con la cabeza y siguió a la mujer de vuelta hacia la cocina. Nada más entrar, miró alrededor con curiosidad, fijándose en cada pequeño detalle y cada aparato muggle con sumo interés, antes de sentarse a la mesa que la madre de Lily tenía llena de los distintos ingredientes que estaba usando.

- Perdona el desorden, estaba preparando el pastel de cumpleaños de Lily, aunque parece que ya no va a ser necesario…

- Le pido disculpas por presentarme así sin avisar –se apresuró a decir James-. En su momento nos pareció una gran idea lo de la fiesta sorpresa, pero quizá deberíamos haber avisado antes para no…

- No te preocupes, no te preocupes –Emily le restó importancia al asunto con un gesto, riendo, y se acercó a la nevera-. ¿Qué quieres para beber? Ah, pero si tenemos sangría… Will debió prepararla anoche, no me había fijado. Pues me voy a servir un vaso yo. ¿Quieres sangría tú también, o prefieres limonada?

- Ehhh… -James, que no había probado en su vida las bebidas muggles, se quedó un poco desorientado con el tema de la "sangría", así que optó por decir-: Mejor limonada, creo yo…

La señora Evans sirvió un vaso de limonada y otro de sangría, y se unió a su invitado, sentándose a la mesa mientras apartaba algunos de los trastos que la ocupaban para mejorar la comunicación entre ellos. James, muerto de calor y de cansancio por sus paseítos desorientados por Little Whinging, se bebió medio vaso de un solo trago y le sentó como maná caído del cielo.

- Waa, esto está buenísimo, señora Ev… digo, Emily.

Ella rió otra vez.

- Si quieres más, sírvete. ¿Nunca habías probado la limonada?

- No, estoy acostumbrado al zumo de calabaza. Es la bebida mágica más típica. Y la cerveza de mantequilla.

- Suena bien –entonó la mujer, mirándolo con aire risueño-. ¿Así que eres un mago de pura cepa?

James se sintió repentinamente avergonzado, sin saber muy bien por qué, y asintió tímidamente, haciendo, al igual que Lily, un esfuerzo por no sonrojarse.

- Me alegro, me alegro –la señora Evans meneó la cabeza con satisfacción, haciendo que más mechones rubios se le escaparan del desgreñado moño-. Es un alivio saber que Lily ha encajado bien en Hogwarts. Un gran alivio. Al lado de eso, un pastel inservible no supone absolutamente nada.

Rió una vez más, contenta, pero James no estaba muy seguro de entender las palabras de su compañera. Dándole otro sorbo a su limonada, inquirió:

- ¿Qué quiere decir?

- Todos los años le preparo un pastel de cumpleaños a Lily –explicó Emily, y de repente se tornó nostálgica-. Y todos los años ese pastel nos dura casi una semana hasta que conseguimos terminarlo. Nunca he querido dejar de hacerlo, porque es el cumpleaños de mi hija. Pero nunca ha habido gente que se comiera ese pastel con Lily. Nunca tuvo fiestas de cumpleaños multitudinarias, como Petunia. Nadie venía a celebrar este día con ella, porque no tenía amigos en el colegio. Así que, aunque mi marido y yo intentábamos hacer el día lo más alegre posible, siempre resultaba tremendamente triste. Por eso no me importa que te hayas presentado de improviso para llevártela a una fiesta sorpresa. ¡Incluso me alegraría que todos tus amigos se presentaran aquí también, para comer todos juntos!

Aunque la mujer seguía sonriendo, esta vez James no pudo devolverle la sonrisa. La mano se le había agarrotado en torno al frío vaso de limonada y la garganta se le había cerrado repentinamente ante aquella confesión. Recordó el día que conoció a Lily en el Expreso de Hogwarts, cuatro años atrás, y la predisposición que tenía la niña a ponerse a la defensiva a cada rato. Ella nunca le había hablado de su pasado, ni de sus primeros 11 años de vida muggle, pero ahora su madre le estaba confirmando que Remus había dado de lleno en el clavo con sus primeras conjeturas sobre la pelirroja, cuando eran pequeños.

- Lily… ¿no tenía amigos en el colegio?

La señora Evans, dándole un trago a su sangría, negó levemente con la cabeza.

- Lily siempre ha sido una chica… peculiar –continuó ella en un murmullo, bajando el vaso-. Debido a su "condición", a veces le ocurrían cosas extrañas, como te imaginarás… Los años de colegio fueron un suplicio para ella, todos la rechazaban porque decían que era un bicho raro. Siempre estaba sola y casi nunca sonreía. A veces, por la noche, la oía llorar –el rostro de la mujer se ensombreció, tensándose-. Mi marido y yo lo pasamos muy mal, porque no sabíamos qué hacer. Intentamos muchas cosas. Como le encantaban los animales, decidimos comprarle alguna mascota para que no se sintiese tan sola, pero eso tampoco funcionó. Con el único bicho que consiguió encariñarse fue con una culebra que se nos coló en el jardín…

- ¿Con una culebra? –se sorprendió James, frunciendo levemente el ceño.

- Sí, una culebra pequeñita, de esas de campo. Le pidió a su padre que no la echara porque decía que era su amiga, se pasaba horas jugando con aquel animal. Creo que tenía unos ocho años, o así. A mí me daba miedo que estuviese con ese bicho, pero no había forma de separarlos. También le encantaban los ratones y las ranas, no es algo muy común en una niña, así que las otras niñas no querían jugar con ella. Ni siquiera su hermana, Petunia, se lo puso fácil. Y entonces empezamos a tener problemas en el colegio, el director nos llamaba continuamente diciendo que Lily tenía una personalidad muy conflictiva, que no era una niña normal y que hacía cosas extrañas. Mi marido y yo empezamos a preocuparnos en serio. Pero entonces recibió la carta de Hogwarts y todo cambió –su boca volvió a abrirse en una sonrisa-. Todo cobró sentido. Nos dimos cuenta de que Lily no era una niña extraña, sino… especial, como dijo Albus Dumbledore cuando vino a casa.

James se atragantó con la limonada y empezó a toser.

- ¿A… Albus Dumbledore? –repitió a duras penas, golpeándose el pecho-. ¿El profesor Dumbledore vino aquí? Es decir, ¿a su casa?

- Así es, poco después de que Lily recibiera la carta…

James miró a la mujer completamente atónito. Había oído que, normalmente, a los magos de familia muggle les asignaban una especie de tutor, algún profesor de Hogwarts que iba a verlos a su casa para explicarles el significado de aquella carta que los invitaba a unirse al colegio, y que los acompañaba al Callejón Diagon a comprar sus cosas. Pero Dumbledore no era un profesor cualquiera, era el director del colegio. ¿Por qué había ido él en persona a la casa de Lily? ¿No habría sido más lógico que se encargara la profesora McGonagall, por ejemplo?

Despertó al darse cuenta de que Emily seguía hablando.

- … nos habló de Hogwarts, dijo que Lily estaría muy bien allí, que cuidarían de ella… y luego nos dijo que era una niña muy especial y que estaría orgulloso de tenerla en su escuela. ¡Imagínate! Nos sorprendimos mucho, claro, pero Albus Dumbledore me pareció un buen hombre, y muy agradable. ¡Tiene un gran sentido del humor! –rió levemente, como rememorando una escena especialmente entretenida-. Dijo que la vida de Lily mejoraría en Hogwarts, y no se equivocó.

Miró con auténtica gratitud al muchacho sentado ante ella, y James se sonrojó otra vez, cohibido.

- Se le iluminó la cara cuando llamaste –siguió la mujer, como quién no quiere la cosa, observando lo poco de sangría que le quedaba en el vaso-. Sé que se siente muy sola aquí en verano, ya no pertenece a este lugar. Os echa de menos y se pasa todo el rato hablando de vosotros, y del colegio. Supongo que, aunque me dé pena que mis hijas crezcan, en el caso de Lily estoy muy feliz de que las cosas se hayan desarrollado así. Conoceros le ha hecho mucho bien, muchas gracias por todo lo que hacéis por ella.

Se produjeron unos instantes de silencio que James, aturullado por las palabras de la señora Evans, no supo cómo romper.

- E-en realidad no hay nada que agradecer, Emily… Lily es una gran chica, nosotros no… no es que hagamos algo especial, o algo así…

Ella debió notar lo avergonzado que estaba, porque volvió a reír, divertida, y se apresuró a rescatarlo.

- No es cuestión de que hagáis nada especial, James. Simplemente estar ahí es suficiente. Lily siempre ha sido una chica solitaria, ha sufrido mucho y yo siempre temí que perdiera para siempre la confianza en las personas. Pero también es fuerte, y sabe reponerse cada vez que se cae.

- Sí –coincidió él, sonriendo-. Es muy fuerte. Más de lo que ella se cree.

- Me alegro de que estemos de acuerdo en eso –Emily amplió tanto la sonrisa que casi se le cerraron los ojos-. Pero también es muy dependiente, aunque ella no lo quiera admitir. Necesita saber que hay gente ahí que la quiere. Por eso, gracias otra vez. ¡Pero basta de rollos, que debo estar aburriéndote muchísimo! Ya es muy tarde, vais a llegar a Londres a las mil. ¿No quieres comer algo antes de irte? ¿Algún aperitivo, tarta de fresa, pastelitos de chocolate?

James soltó una carcajada al acordarse de las recomendaciones que le había dado Lily antes de entrar en su casa, y se apresuró a contestar:

- ¡Por supuesto! Me muero de hambre, la verdad. No le voy a rechazar los pastelitos de chocolate, Emily, pero las fresas no me gustan mucho, lo siento.

- ¡No te disculpes, encanto! –exclamó la mujer, divertida-. Tienes que decirme cuáles son tus platos favoritos, y te prepararé algo para la próxima vez que vengas, tienes que quedarte algún día a comer con nosotros.

Y la conversación derivó hacia el ámbito culinario, comentando entre risas las diferencias entre la comida muggle y la comida mágica. A James se le pasó el tiempo volando, realmente entretenido con la compañía de Emily Evans, y ésta miraba al muchacho de revuelto cabello negro con creciente cariño, satisfecha con la elección de su hija, aunque Lily no quisiera admitir nada, ni siquiera ante sí misma.

No se dieron cuenta del tiempo que permanecieron hablando con naturalidad y desparpajo, aprovechando el similar sentido del humor de ambos, y por eso, distraído con la charla de la madre de su amiga, James se olvidó poco a poco de los detalles que ella le había contado sobre la infancia de la pelirroja, enterrándolos en un rincón de su memoria del que no surgirían hasta mucho tiempo después.

-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-

Cuando Lily se separó de su madre y de James, subió corriendo las escaleras y entró en su habitación rápidamente. No estaba dispuesta a dejar al joven Potter con Emily Evans a solas, porque estaba segura de que su madre empezaría a hablar más de la cuenta, y no le hacía ni pizca de gracia que ella le contara a James lo maravillosa que había sido su vida antes de descubrir que era una bruja. Era una etapa que prefería olvidar lo antes posible.

Así que recorrió la habitación con la vista muy deprisa, haciendo una lista mental con las cosas que necesitaba. Cogió su libro de Pociones de la estantería y sacó de dentro una lista que había hecho con los ingredientes que se le olvidó comprar en el Callejón Diagon el otro día; sacó del baúl la varita mágica, porque, según estaban las cosas, prefería no salir sin ella, aunque sabía que no la debía usar; y, por último, guardó unos cuantos billetes muggles que le había dejado su madre sobre el escritorio en una billetera, para cambiarlos en Gringotts por dinero mágico. Echó un último vistazo a su cuarto y, cuando ya se dirigía de nuevo a la salida, paró en seco y retrocedió.

Había visto de pasada su reflejo en el espejo interior de la puerta del armario, y no pudo evitar detenerse para mirarse con mayor atención.

- Dios… estás hecha una mierda, Lily –murmuró para sí, acercándose al espejo y deteniéndose justo delante.

Se quedó un buen rato ahí quieta, mirándose con aire ausente, preguntándose una vez más por qué lo que veía le gustaba tan poco.

Estaba orgullosa de sus brillantes ojos verdes. Remus solía decir que eran los más bonitos que había visto nunca. Y también de su llameante pelo rojo, el más llamativo de todo Hogwarts desde que se fueron los Weasley. Los rasgos que siempre había criticado Petunia, eran los que más valoraban sus amigas, y los que, según ellas, la hacían más atractiva. Pero si había algo que Lily detestaba de sí misma era su físico de niña de 10 años: su corta estatura y sus formas desarrolladas al mínimo. Debajo de la ancha camiseta de su primo que llevaba puesta en esos momentos no había prácticamente nada. El hecho de que las mallas de cuando era una cría siguieran entrándole a la perfección y no se le ajustaran ni siquiera un poco era deprimente. Y, sin darse cuenta, se acercó al espejo hasta colocar una mano sobre la fría superficie, como si quisiera comprobar que ése era su reflejo real, el auténtico aspecto que tenía en esos momentos.

Desgreñada, con ropa de andar por casa, hecha un asco… vamos, preciosa.

¿Cómo iba a presentarse así en Londres? Tendría que arreglarse un poco, al menos… Abrió la otra puerta del armario y empezó a rebuscar dentro en pos de algo decente que ponerse, pero se asustó cuando vio que las manos le temblaban un poco, y se enfadó consigo misma cuando los ojos se le humedecieron y el pensamiento que estaba tratando de evitar irrumpió en su cabeza intempestivamente: "Vamos, Lily… ¿Y pretendes que James se plantee siquiera empezar a salir con alguien como tú, con las opciones que tiene? Alégrate de que te considere siquiera su amiga".

Lanzando una palabrota, Lily se incorporó, dando un par de pasos hacia atrás, y se apretó un puño contra la frente, frunciendo el ceño con los ojos cerrados, como intentando huir de aquella idea estúpida. Pero, para su desgracia, la verdad es que no le parecía tan estúpida. Si había algo que aniquilaba cualquier ilusión con James era su crónica falta de confianza, o lo poco que se quería a sí misma. Sam siempre se enfadaba con ella por eso, repitiéndole hasta la saciedad que el físico o la condición de una persona no importan realmente, que lo único que se necesitaba para conseguir algo era proponérselo en serio y no rendirse. Luchar.

Sería idiota si quisiera autoconvencerse de que James no le gustaba. Es más, le gustaba, y mucho. Y, por la forma en la que Sirius siempre fastidiaba a James con expresiones de doble sentido que a él le repateaban enormemente delante de la pelirroja, tal vez… tal vez incluso tuviera alguna oportunidad. Durante el último año, habían estado varias veces a un paso escaso de alcanzar "algo", aunque al final siempre se les estropeaba la ocasión. Y, por cada intento fallido, un enorme e inexplicable rechazo a la idea de intentarlo otra vez surgía dentro de Lily, como si algo en su interior quisiera frenarla a propósito para que no se acercara a Potter. Algo que ella asociaba a sus complejos, a pesar de que nunca lo había experimentado con tanta violencia.

Sin embargo, estaba harta de eso. Ella no era menos que nadie. Estaba más cerca de James que muchas de las tipas que babeaban tras él. Tenía más oportunidades que todas ellas juntas. Y, si él mostraba algún interés, valía la pena intentarlo, ¿no? Aunque terminara siendo un fiasco… o terminaran matándose el uno al otro por no soportarse… o fastidiaran al grupo con una relación fallida…

Con otra palabrota, esta vez de inquietud, Lily retomó la tarea de buscar ropa en su armario, con más energía y decisión. Ya pensaría en ello en otro momento, cuando volviera a Hogwarts y pudiera hablar tranquilamente con Belle y Sam. Pero de momento, lo que sí pensaba demostrarle al mundo era que Lily Evans no tenía 10 años, sino 15. Ya no era una niña. E incluso sin exuberantes curvas o una estatura impresionante, podía ser todo lo atractiva que a ella le diera la gana.

Haciendo una bola con la ropa limpia, salió a zancadas de su habitación y corrió al cuarto de baño con la firme intención de darse una ducha rápida, cerrándole la puerta en las narices a Petunia, que debía tener la misma idea y acababa de correr por el pasillo desde su cuarto para colarse antes que ella. La mayor de las Evans aporreó la puerta, berreando improperios contra su hermana pequeña, pero Lily se limitó a exclamar un burlón "¡Se siente, haberlo pensado antes!" mientras se desvestía. E ignorando el berrinche de Petunia, inició su sesión de acicalamiento con una amplia sonrisa de triunfo.

Abajo, la tertulia de Emily y James se había trasladado al jardín delantero de la casa, donde la mujer estaba enseñándole a su invitado los rosales plantados en su parterre de flores, después de que éste le comentara que su madre también había sido una amante de la jardinería.

-A mi padre nunca le entusiasmaron especialmente las plantas –decía James, examinando las rosas con auténtico interés-. Y de todas formas no tiene mucho tiempo, así que ahora el jardín está bastante descuidado. Elly es muy especialita a la hora de ocuparse de estas cosas, y arregla las plantas del jardín de una forma demasiado psicodélica para mi gusto…

- ¿Elly? –repitió Emily, con una sonrisa curiosa-. ¿Tienes una hermana?

- No, ehhh… -James se revolvió el pelo, buscando la mejor forma de explicar quién era Elly exactamente, pero, como no la encontró, se limitó a decir-: Vive con nosotros… desde hace mucho. Podría decirse que se ocupa de la casa y esas cosas

- Ahhh, ¿cómo una especie de ama de llaves o algo así?

- Sí, algo así…

- ¿Es muy grande vuestra casa?

- Bueno, el jardín es bastante grande, sí, porque rodea el edificio. Y la casa… -James se encogió de hombros-, es la vieja casa de mi familia, así que ya se puede hacer una idea. Típico caserón viejo de pueblo, más grande de lo que necesitamos nosotros ahora.

- Entiendo a lo que te refieres, mis padres vivían en el campo también, pero cuando murieron le dije a Will que lo que mejor podíamos hacer era vender el viejo caserón. Nosotros no íbamos a vivir nunca allí, y es una pena desperdiciar un edificio así que podría venirle de perlas a una familia numerosa que de verdad necesite espacio. Will quería arreglarlo como casa de verano, porque él es arquitecto, ¿sabes?, pero no me pareció que…

Sin embargo, la voz de la señora Evans quedó opacada por el considerable ruido que hizo un coche al entrar en la calle y detenerse justo ante la entrada de la casa. Los ojos azules de la mujer se agrandaron un poco y su expresión cambió muy levemente, aunque no lo suficiente como para que a James le pasara el gesto desapercibido. Pero antes de que le diera tiempo a preguntar nada, el motor dejó de tronar y la puerta del conductor se abrió, dejando salir a un joven de unos 18 ó 19 años, alto y robusto, como los típicos mastodontes que juegan fútbol americano.

James lo observó con la boca entreabierta, reviviendo claramente en su memoria la imagen de aquellos matones con pinta de gorila que solían acompañar a Lucius Malfoy a todas partes allá por los tiempos en los que él llegó a Hogwarts. El tipo en cuestión daba miedo con sólo verlo, tan corpulento que carecía de cuello, con el rostro colorado y un incipiente bigote negro y espeso. El desconocido llegó hasta la entrada y cruzó el jardín con paso firme, antes de detenerse en seco al darse cuenta de que ellos estaban allí.

- Buenos días, Vernon –saludó amablemente la señora Evans, aunque James tuvo la impresión de que su sonrisa se había vuelto un poco forzada.

El mastodonte se acercó a ellos, mirando al compañero de su futura suegra con la desconfianza más obvia y descarada que James se había encontrado en su vida, fijándose sin ningún disimulo en su ropa informal y desarreglada, y en su encrespado y rebelde cabello negro, que se elevaba en todas direcciones de una forma que él debía considerar muy ofensiva.

- Buenos días, Emily –masculló entre dientes al alcanzarlos, e intercambió beso de saludo con la mujer.

- Te presento a James Potter. Es un amigo de Lily, del colegio. James, éste es Vernon Dursley, el novio de Petunia.

Esbozando una sonrisa y haciendo un esfuerzo para mantener una actitud educada, James le tendió la mano al recién llegado con toda la simpatía que pudo reunir.

- Encantado.

Pero Vernon no se la estrechó. De hecho, lo miró de hito en hito, antes de exclamar con un tono que distaba mucho de los buenos modales:

- ¿De Lily?

- Sí, eso he dicho –asintió Emily, y dejó de sonreír.

Por unos segundos se produjo un tenso silencio en el que los tres implicados intercambiaron miradas, hasta que Vernon estiró la mano de mala gana y estrechó la del otro joven, retirándola enseguida después.

- Encantado –repitió, aunque no parecía encantado en absoluto.

- ¿Vas a quedarte a comer, Vernon?

- No, no, Emily, se lo agradezco, pero tenemos mucha prisa, Petunia y yo vamos a salir a comer fuera.

- Ah, ya veo… Qué mala suerte que hayáis quedado en salir a comer fuera justo el día del cumpleaños de Lily. En fin, me tocará quedarme sola, porque ella va a irse a Londres con sus amigos…

- ¿El cumpleaños de…?

- Sí, el cumpleaños de Lily –la expresión de Emily se estaba agriando por momentos-. ¿No te ha dicho Petunia que hoy era el cumpleaños de su hermana?

Vernon Dursley masculló unas cuantas palabras ininteligibles y volvió a quedarse callado. James, que se sentía completamente fuera de lugar, hubiera dado cualquier cosa por escabullirse de la escena, pero Emily lo había agarrado por el codo y lo apretaba tan fuerte que estaba empezando a entumecérsele el brazo. Por suerte para todos, Lily eligió ese preciso instante para hacer su aparición.

- ¡Ah, estáis ahí! –exclamó, asomando la cabeza desde la puerta de la casa, y salió al exterior para bajar trotando las escaleras de entrada-. No sabía dónde os habíais metido… ¡Jo, mamá, deja en paz a James! Siempre haces lo mismo. ¿Es que ya os habéis hecho amiguitos?

Emily contestó algo en plan de broma, relajándose. Pero, a pesar de tenerla justo al lado, James no fue capaz de entender sus palabras. Se había quedado estático observando a Lily, cuya ondulada y espesa melena roja, ahora suelta, bien cepillada y lustrosa, brillaba de una forma increíble bajo los rayos del sol. Se había puesto unos pantalones cortos de color verde y una camiseta blanca de tirantes que se le ajustaba más al cuerpo, remarcando los detalles de su figura. Y, cuando el joven Potter se dio cuenta de que se había quedado varios segundos seguidos con la mirada fija en las piernas desnudas de su amiga, que parecían más largas que nunca, tragó saliva y se apresuró a mirar hacia otro lado, haciendo un extraño ruido con la garganta que esperó que nadie más hubiese oído.

- Ah, Vernon –Lily se congeló en seco a mitad de camino, adquiriendo una expresión fría-. Ya estás aquí… ¡Petunia! –añadió a voz en grito, volviéndose hacia la casa-. ¡Tu querido pastelito ya ha llegado a recogerte, date prisa o se derretirá bajo el sol!

James volvió a hacer un extraño ruido estrangulado, esta vez al intentar tragarse literalmente la risa, pero Vernon debió darse cuenta, porque lo miró de reojo, furibundo, y empezó a adoptar una tonalidad morada muy inquietante. Lily pasó olímpicamente de su futuro cuñado y fue directa hacia su amigo y su madre.

- Bueno, vámonos ya, que es muy tarde –instó, consultando su reloj.

Potter fue a contestar, pero de repente le sobrevino el intenso perfume floral que desprendía el pelo de Lily y volvió a quedarse mudo. Esta vez debió ser Emily la que notó su reacción, porque la oyó reír por lo bajo.

- De acuerdo, hija, pásatelo muy bien. Y, si quieres invitar a tus amigos a cenar…

- ¡No! –exclamó ella.

- Vale –contestó a la vez James.

Y ambos volvieron a mirarse con los ojos entornados.

- Otro día –concluyó Lily, gruñendo, y le plantó un rápido beso a su madre-. Hasta luego, volveré lo antes posible.

- Vale, vale. James, cariño, ha sido un placer conocerte, vuelve cuando quieras –Emily sujetó al muchacho por los hombros y le dio un par de besos de despedida-. Cuida de mi pequeña.

- Haré el intento. Y el placer ha sido mío, Emily. Muchas gracias por todo.

Antes de que la despedida empezara a ponerse más emotiva de lo físicamente soportable, Lily agarró a James de la muñeca y tiró de él hacia la calle, mascullando un seco "nos vemos, Vernon" al pasar junto al otro chico, a lo que él respondió con un gruñido ininteligible. Pero, antes de que pudieran abandonar el jardín (James aún iba agitando la mano en son de despedida en dirección a la señora Evans) Petunia irrumpió en escena de muy mal humor, casi arrollando a su hermana, y le espetó:

- ¡No hace falta que me grites, anormal, y deja de burlarte de…!

Se interrumpió de golpe al ver a James y sus ojos azules se abrieron al doble, mientras su boca formaba una tremenda O de estupefacción. James la miró enarcando una ceja, y Lily, dándose cuenta de la situación, esbozó una pícara sonrisa y se cogió de inmediato del brazo de Potter en plan meloso.

- Ohhh, Petunia, qué bien que has bajado a tiempo –entonó, fingiendo un gran entusiasmo con tanto descaro que la cara de su hermana se quedó blanca como el papel y la de Vernon morada como una ciruela-. No podía irme sin presentarte a mi amigo, James Potter, ya sabes, el que llamó antes por teléfono…

Sin más, agarró a James por los hombros y lo empujó hacia Petunia, que parecía al borde de un colapso. Antes de que el chico tuviera tiempo de levantar la mano siquiera y murmurar el típico "encantado de conocerte", la joven se apartó de un salto, como si acabaran de azuzarle una bestia asesina, y sus mejillas se colorearon de un intenso color rojo. En un dos por tres, Vernon Dursley apareció junto a ellos y dirigió una mirada asesina a Potter y a la pelirroja.

- Debemos irnos ya, que llevamos mucho retraso –masculló, apretando los dientes-. Vamos, Petunia, querida…

Y, agarrando a la chica de un brazo, la arrastró hasta el coche y la metió en el asiento de copiloto sin despedirse de nadie. Cuando ya se alejaban por la calle, los ojos azules de Petunia Evans seguían fijos en James Potter, con la boca aún abierta y cara de incredulidad.

- Ehhh… creo que le he causado una gran impresión a tu hermana –entonó James, revolviéndose el pelo otra vez.

Lily dejó escapar una maquiavélica risita.

- Pues yo creo que su idea de los magos acaba de sufrir una evolución impresionante –replicó, divertidísima, y se echó a reír-. ¡Adiós, mamá, hasta luego!

Emily, que también se reía disimuladamente de la escena, los despidió agitando la mano, sonriendo ampliamente, mientras ellos salían con paso animado a la calle, imitando el gesto también. Antes de doblar la esquina, James ya había vuelto a pasarle un brazo por los hombros a Lily, pero a ésta no pareció incomodarle mucho, porque la sonrisa de su cara no desapareció. Y él, que la miraba de reojo con una sensación muy agradable burbujeándole en el pecho, no pudo más que sonreír también.

- ¿Sabes qué? –dejó escapar, risueño, mirando hacia el cielo distraídamente-. Estás guapísima, Lil.

Ella se sonrojó en el acto, y de repente el día se le antojó maravilloso.

- Muchas gracias.

-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-

- ¡Las dos en punto! No me extrañaría que ya se hubiesen fosilizado –dijo James, mientras entraba rápidamente en el Caldero Chorreante.

Lily entró tras él, tambaleándose y cubriéndose la boca con una mano.

- No me gusta… el autobús noctámbulo –masculló a duras penas.

- Lo siento, Lil, pero era la forma más rápida de llegar sin perder más tiempo.

- Creo que voy a vomitar…

- ¡No será para tanto! A mí tampoco me entusiasma, pero tampoco es cuestión de…

Sin embargo, James no terminó la frase, porque la cara verde de su amiga era muy elocuente, así que se apresuró a sujetarla y guiarla hasta la barra, haciéndose un hueco entre los numerosos magos que llenaban el local.

- Hola, Tom –exclamó, agitando una mano-. ¿Nos pones un par de cervezas de mantequilla y algo para picar?

- Buenos días, señor Potter –sonrió el hombre, acercándose hacia ellos-. Claro que sí. Señorita Evans…

- Buenos días, Tom –contestó Lily, apretándose aún la mano contra la boca.

- Primera travesía en el autobús noctámbulo, ¿me equivoco?

- No, no te equivocas… ¡Primera y última!

Diez minutos después, y bastante más repuestos, James y Lily se perdieron hacia el patio trasero y, con unos toques de varita, el Callejón Diagon apareció frente a ellos, tan largo, tortuoso y concurrido como siempre.

- Habrás quedado con ellos en algún lugar concreto, ¿verdad? –murmuró Lily, desalentada ante la cantidad de gente que desfilaba por allí.

- Desde luego.

- ¿Dónde?

- Piensa, Lil… ¿Dónde crees que serían capaces de esperar los chicos por horas sin quejarse o matarnos en caso de retraso?

- En cualquier lugar donde haya comida –sonrió ella.

James le devolvió la sonrisa y ambos se internaron en la calle llena de gente.

A pesar de todos los disturbios de los últimos años, el Callejón Diagon no había perdido la vida y animación habituales en él. Aún había familias que paseaban por allí tranquilamente, grupos de amigos que iban de tienda en tienda, algún que otro previsor comprando los útiles para el curso que se aproximaba… Era reconfortante saber que aún podía hallarse algo de paz en el mundo mágico.

El camino hasta la heladería Florean Fortescue fue algo complicado. Era difícil andar entre semejante tumulto, y más cuando tenían que parar a cada rato para saludar a los compañeros con los que se iban encontrando. Vieron a Frank Longbottom cuando salía de la tienda de Artículos de Calidad para el Juego del Quidditch con Alice Greenwood (esos dos pasaban tanto tiempo juntos últimamente, que las malas lenguas empezaban a decir que, tras tantas y tantas disputas, habían terminado como novios formales) y ellos dos los entretuvieron casi un cuarto de hora, explicándoles los planes que tenían para ganar la Copa en su último año en Hogwarts. Aunque James terminó bastante harto, a Lily le alegró verlos y hablar con ellos, sobre todo porque su charla la ayudó a ignorar mejor el desagradable encuentro con su detestada Sue Randall, que no se cortó un pelo en componer su mejor cara de suprema incredulidad al verla a solas con James Potter.

Cuando por fin llegaron a Florean Fortescue, suspiraron con alivio al ver allí, sentado a una de las mesas, rodeado de libros, bolsas y papeles varios, a Peter Pettigrew, con el eterno corte a tazón de su pelo castaño, la misma cara redondeada de siempre y la nariz puntiaguda. Tenía pinta de estar escribiendo una carta, o algo así, inclinado sobre un trozo de pergamino, con un enorme batido de chocolate frente a él, y sólo levantó la vista cuando ya tenía a sus amigos casi encima.

- ¡Eh, ya era siglo! –exclamó-. Empezábamos a creer que os habíais fugado los dos solitos, o algo por el estilo…

- Muy gracioso –rió James, sarcástico, agarrando una silla y sentándose en el acto-. He pasado toda una odisea para conseguir encontrar la casa de Lily.

- Ya os dije que avisarais antes –entonó Peter con fingida petulancia-, pero como nadie me escucha nunca…

- Cierra el pico. ¿Qué haces aquí solo?

- Pues ya ves, que nadie me quiere y me abandonan aquí –contestó despreocupado. Cogió el batido y sorbió un poco, pero lo volvió a escupir de golpe al mirar a Evans-. ¡Lily! ¿Qué te has hecho?

- Nada –se apresuró a replicar la pelirroja, sobresaltada-. ¿Qué pasa? ¿Tengo algo raro?

Empezó a tocarse el pelo y se llevó una mano a espalda, pensando que quizá James le había colgado el típico cartel de "patéame el trasero", o algo similar. Pero Peter la miraba de arriba abajo, impresionado, y Potter acaba de empezar a reírse ante la situación, así que Lily dedujo que aquella reacción se debía a su atuendo y se sonrojó furiosamente en cuestión de segundos.

- ¡Anda ya, Peter! –exclamó cohibida, dándole un manotazo en el hombro-. ¿Nunca has visto a nadie en pantalón corto, o qué?

- Una cosa es ver a alguien, y otra verte a ti –balbuceó Pettigrew, aún impresionado. Lily no supo si tomárselo como un cumplido o una ofensa, y Peter debió captar esa vacilación de su amiga entre el enfado y el halago, porque se apresuró a añadir-: P-pero estás muy guapa, en serio. Guapísima. Por cierto, feliz cumpleaños.

- Muchas gracias –masculló Lily, aún enfurruñada, y sentó a la mesa también.

- Ehhh… En fin, señor Pettigrew, ¿dónde están los demás? –entonó James, disimulando una sonrisilla, mientras Lily lo miraba con reproche.

- Ni idea –Peter se encogió de hombros-. Remus, Sam y yo fuimos a comprar las cosas al ver que os retrasabais. Luego volvimos aquí, y hace un rato ellos se fueron a no sé dónde y yo me quedé contestando una carta de mi hermana que me llegó ayer, así que…

- ¿No sabes nada de Sirius? –volvió a preguntar James, y esta vez arrugó la frente.

- Nop. No lo hemos visto, al menos. Desde luego, si ha llegado, no ha pasado por aquí.

James bajó la vista, tornándose preocupado. No sería la primera vez que Sirius, después de pasar la noche en vela, se quedaba dormido hasta la tarde sin inmutarse siquiera, pero, sabiendo que al día siguiente había quedado con sus amigos, ya podía haber puesto algo de entusiasmo en salir del mundo de los sueños, ¿no? "Si hubiese pasado algo me habrían avisado –se dijo, intentando tranquilizarse a sí mismo-. Papá, o el propio Sirius… me habrían avisado". Pero sintió que se le revolvían las tripas al darse cuenta de que había salido de su casa muy temprano y llevaba inmerso en el mundo muggle desde entonces. Habría sido muy complicado localizarlo o ponerse en contacto con él. Así que…

Notó que Lily y Peter le dirigían miradas interrogativas y se apresuró a comentar, para quitarle hierro a la situación:

- Bueno, pues entonces creo que deberíamos comer lo primero de todo, ¿no? Quiero decir, ya es bastante tarde…

- Yo ya he comido –sentenció Peter-. Dos helados de crema y caramelo, uno de nata con cookies, otro de menta con trozos de chocolate, otros dos de lima-limón y fresa ácida, tres de vainilla y chocolate con trocitos de…

- Por Dios, ¿cómo has podido tragarte eso? –exclamó Lily, boquiabierta-. ¿A eso le llamas comida, Peter?

- Ni te imaginas el tiempo que llevo aquí sentado, Lily –replicó él-. ¡Además, no te metas conmigo! ¿Te haces una idea de los que se habría comido Sirius de estar aquí? ¡No para de comer! Lo bueno que tiene él es que no engorda ni queriendo. ¿Os habéis dado cuenta de que cada vez está más flaco? Como siga así, va a terminar ganándole a Remus…

- ¿Qué pasa conmigo?

Los tres amigos se volvieron de inmediato, y Lily esbozó una amplia sonrisa al ver tras ella a los recién llegados Remus Lupin y Samantha Flathery, ambos con expresiones divertidas y sendas bolsas en sus brazos.

- ¡Hola! –exclamó entusiasmada, y se levantó rápidamente para recibirlos.

Remus, que no había cambiado prácticamente nada en los últimos años, salvo en los centímetros de más que había ganado, se apresuró a soltar sus bolsas y abrazar a su amiga con un contundente: ¡Feliz cumpleaños, Lily! Ésta se le colgó al cuello, riendo, y lo estrechó con fuerza, notando una vez más lo flacucho y desnutrido que parecía él entre sus brazos. Recordando rápidamente que había habido luna llena hacía poco, rebajó la presión, alarmada, y Remus debió notar el gesto, porque se echó a reír con despreocupación, mirándola con los ojos grises más claros que nunca.

Algo importante que había cambiado en Remus Lupin en los últimos dos años era, quizá, su rostro, más perfilado y adulto, pero mil veces más sonriente que cuando ella lo conoció en el Expreso de Hogwarts. Su carácter, su amabilidad y su calma eran las mismas, pero cada día parecía un poco más feliz. Y Lily, desde tercer curso, sabía cuál era la razón: el cariño de sus amigos, incluso después de conocer su secreto.

- ¡No la acapares, no la acapares! –protestó Sam en broma, pinchando a Lupin con un dedo en el costado-. Deja algo para los demás… ¡Lily, felicidades!

Y la chica recibió a la joven Evans con un abrazo tan efusivo que Lily, riendo, quedó levantada a casi un palmo del suelo. Sam era un poco más baja que Remus y James, que medían más o menos lo mismo, pero aún así le sacaba también varios centímetros fundamentales a la pelirroja. Y tenía mucha más fuerza de la que aparentaba su esbelto y delicado aspecto.

Si había algo que diferenciaba claramente a Lily de Sam, es que esta última sí se había desarrollado correctamente con los años. No tenía un cuerpo tan llamativo como el de Belle Figg, pero al menos sí aparentaba cada minuto de los 15 años que tenía. Mantenía el liso y espeso pelo rubio largo hasta la cintura, y sus oscuros ojos verdes también brillaban mucho más que antes, como si tuvieran una eterna sonrisa titilando en ellos casi siempre. El volver a su tierra, Santuario, le había hecho mucho bien. Y el empezar el entrenamiento especial durante los veranos con su hermana mayor, Karen, para terminar de controlar sus poderes de hechicera, más todavía. No había vuelto a tener ningún problema con respecto a ellos desde segundo curso, y ahora vivía ligera como una pluma, igual que si se hubiese quitado un terrible peso de encima.

- El amor desbordante de Lily Evans –entonó James, como si leyera el título de una novela rosa-. Capítulo uno: El reencuentro.

- ¡Vete a la mierda! –protestó Lily, fulminándolo con la mirada mientras se separaba de Sam, que se echó a reír.

James sonrió, chocando la mano con Remus en señal de saludo.

- ¡Remus! –exclamó, alargando la "u" para imitar un mugido de vaca-. ¿Qué tal tu pequeño problema peludo del otro día?

- Bastante bien –sonrió Lupin, masajeándose un hombro con la mano libre-. Todavía me estoy resintiendo un poco… ¿Estabas diciendo algo de mí, Peter?

- ¿Yo? No. Ya estoy terminando la carta a Opal, le he dicho que anoche te quedaste a dormir en casa. Seguro que se sube por las paredes tirándose de los pelos. ¿Quieres mandarle un autógrafo?

Remus estuvo a punto de caerse de la silla en la que se estaba sentando.

- ¡No! –exclamó, sonrojándose con intensidad de una forma increíble-. ¡No voy a firmarle ningún autógrafo a Opal! Y, por última vez, Peter, ¡deja de contarle cosas raras sobre mí!

- ¡Yo no le cuento nada! –se defendió Pettigrew-. No tengo la culpa de que se haya enamorado de ti, no se puede ir por el mundo siendo tan condenadamente amable con las chicas, Remus. Luego pasan cosas como ésta y bien que le echas la culpa a los demás. ¡Además, sólo tiene 8 años, no es para ponerse así!

- ¡Sí es para ponerse así! Está obsesionada conmigo, y me da mucho miedo.

- ¡Ni que te fuera a hacer algo! –Peter ya tenía cara de estar conteniendo a duras penas la risa-. Tampoco puedo impedir que se monte historias para no dormir ella solita…

- Creo que Opal tiene demasiada imaginación –le comentó James a Lily por lo bajo, como quién no quiere la cosa, a lo que la pelirroja asintió con aire sabio.

- No te cuesta nada mandarle una dedicatoria, o algo así…

- ¡HE DICHO QUE NO!

Peter lo miró con una mueca y los ojos entornados. Luego miró a Sam, y después otra vez a Remus.

- Ah, claro, ya sé qué está pasando aquí –entonó suspicaz-. No le quieres firmar un autógrafo a mi hermana porque Sam está delante y se pondría celosa…

¡PLAF!

- ¡Cállate! –gruñó la rubia, con el puño incrustado en la cabeza de Pettigrew, cuya cara se había estampado contra la mesa.

James y Lily se echaron a reír, divertidos. Bromas como aquélla eran la tónica habitual últimamente entre los miembros del grupo, y es que, igual que Potter y Evans se habían visto inusualmente unidos durante el último curso por unas razones u otras, algo similar había pasado con Remus y Sam, aunque sus excusas no estaban tan justificadas. Desde segundo curso una relación especial parecía haberse implantado entre ellos, y esa relación estaba evolucionando cada vez más hacia ámbitos menos fraternales. Sam lo negaba rotundamente cada vez que alguien lo insinuaba, Remus se hacía el desentendido y fingía volverse sordo por momentos, pero, por mucho que lo intentaran, el hecho de que ambos se gustaban mutuamente no lo podían negar. Pasaban más tiempo juntos que una pareja de novios formales y, de una forma muy sospechosa, los dos se encargaban de deshacerse de los "moscardones" que pululaban de vez en cuando en torno a alguno de ellos.

Remus había tenido muchas pretendientes en el último curso, aunque no había aceptado salir con ninguna, y Sam había sufrido también el acoso de un determinado grupo de lunáticos que decían estar locamente enamorados de ella (por razones hasta el momento desconocidas) El caso es que dichos chavales desaparecieron del mapa un día determinado en el que Remus estaba bastante harto de su presencia, y, por las mismas, el club de fan de Remus Lupin fue disuelto de una forma muy poco civilizada por una individua que nadie había identificado aún pero que Lily sospechaba que era rubia y de ojos verdes. Sin embargo, a pesar de esas constantes muestras de lo que sentían mutuamente, no habían dado ningún paso definitivo aún, y ninguno de sus amigos entendía por qué. Aunque, después de los pensamientos que habían estado rondando la cabeza de Lily aquella misma mañana con respecto a James, ahora la pelirroja entendía un poco mejor la indecisión de la pareja.

Peter se enderezó, frotándose la lastimada nariz, y dirigió una mirada de reproche a Flathery, pero no le dio tiempo a replicar nada, porque una voz que salía del local de Florean Fortescue que había a sus espaldas, lo interrumpió cuando ya estaba abriendo la boca.

- Ah, muchachos, ya habéis llegado. Tardabais tanto que estaba a punto de decirle a Peter que nos fuésemos a casa a comer.

El grupo en pleno giró la vista y los que estaban sentados (James, Remus y Lily) se levantaron de un brinco, como impulsados por un resorte, al ver aparecer a Pearl Pettigrew, la madre de Peter, totalmente vestida de negro, que caminaba hacia ellos esquivando las mesas de la terraza como si se deslizara sobre ruedas, haciendo ondear a su espalda una larga y elegante capa que le arrastraba por el suelo.

Lily había visto a aquella mujer en dos ocasiones contadas, y en ambas le había causado una fuerte impresión de respeto. Tenía un porte imponente, grandes y almendrados ojos verdosos, como los de su hija pequeña, que miraban siempre con aire crítico, y el cabello corto de color castaño rojizo, ensortijado y perfecto, sin un solo pelo fuera de su sitio. Se parecía mucho a Opal, salvo por la respingona nariz que había heredado Peter, pero en carácter no podía ser más opuesta a su hija. Era guapa, educada y amable, pero fría y distante, y, cada vez que Lily la oía hablar, parecía percibir en su tono una nota constante de decepción, como si se sintiese desgraciada todo el tiempo, o como si la vida la hubiese tratado muy mal.

- Buenas tardes, señora Pettigrew –entonó en el acto James en cuanto la mujer llegó hasta ellos y se sentó majestuosamente en una silla, al lado de su hijo.

Y Lily, reponiéndose de la impresión inicial, se apresuró a balbucear un escueto "buenas tardes" también, sintiendo el repentino deseo de encogerse y desaparecer de allí.

- Buenas tardes, James, querido –contestó ella, dirigiéndole una inclinación de cabeza, y repitiendo el gesto otra vez en dirección a la pelirroja-. Lily. Me alegro de veros, tenéis buen aspecto. ¿Habéis tenido problemas en el viaje?

- No, qué va. Sólo… me he perdido un poco –sonrió James en son de disculpa, revolviéndose distraídamente el pelo con nerviosismo.

- Ya veo. Menos mal. Al ver que tardabais ya me empezaba a inquietar, no están las cosas hoy en día para que los niños vaguen solos por ahí, puede ocurrirles cualquier cosa.

Durante unos segundos, nadie habló. Los chicos, incómodos, intercambiaron miradas de reojo, pero Pearl no pareció notarlo, demasiado ocupada en sacudirse ligeramente el hombro de la impecable capa, como si ella pudiera ver una mancha invisible que los demás no veían. El precioso broche de su capa, muy ornamentado y con una impresionante amatista pulida en el centro, lanzó destellos bajo la luz del sol, cegando momentáneamente a Lily.

- Bueno, ¿tenemos que esperar a alguien más o podemos irnos ya a comer? –suspiró la mujer, casi resignada.

Peter, que era el único que no se había inmutado ante la llegada de su madre, permaneció con la cabeza agachada, aparentemente concentrado por completo en la carta que estaba escribiendo.

- Ya te dije que no vinieras –masculló por lo bajo, en voz casi inaudible-. He quedado a comer con mis amigos para celebrar el cumpleaños de Lily, mamá, tú no pintas nada aquí.

La señora Pettigrew pareció escandalizarse en extremo ante aquellas palabras, y los demás chicos tuvieron más ganas que nunca de desaparecer.

- ¡Cómo te atreves! –exclamó la mujer-. ¡No me faltes al respeto, Peter! Muy mala madre debería ser para dejar que mi hijo se fuera por ahí solo sin la menor vigilancia de un adulto, tal y como están los tiempos ahora mismo. ¡A merced de cualquier ataque de esos mortífagos!

El muchacho se encogió aún más, pero aún así musitó:

- Si los mortífagos atacan el Callejón Diagon, importará poco que tú estés aquí o no.

- ¡No me hables así! –de repente, los ojos color marrón verdoso de Pearl se llenaron de lágrimas-. ¿Qué haría yo si te pasara algo? ¡Mi único hijo! ¡Ya hemos pasado bastante!

- Puede ocurrirme cualquier cosa en cualquier momento…

- ¡Por eso hay que tomar precauciones, Peter! –exclamó ella, ahora con un deje de histerismo en la voz-. ¡Piensa en tu padre! ¡No olvides lo que le pasó a tu padre!

Y la pluma con la que Peter estaba escribiendo se partió repentinamente entre sus dedos con un chasquido, manchándoselos de tinta y goteando sobre el pergamino.

Minimus Pettigrew había muerto a principios de año, cuando los mortífagos asaltaron su joyería mágica y la arrasaron por completo, llevándose absolutamente todo lo que encontraron por allí. Los aurores que investigaron el caso no se habían roto mucho la cabeza a la hora de encontrar una explicación: Pettigrew era un artesano que creaba amuletos y canalizadores de magia alternativos a base de gemas mágicas y antiguos hechizos rúnicos. Que lord Voldemort quisiera hacerse con un botín de semejantes características para mejorar el armamento de sus seguidores tenía mucho sentido. Así que el asunto se archivó como "robo con homicidio" y caso cerrado.

Sin embargo, ningún otro artesano del gremio había sufrido ataques o recibido amenazas. El asesinato no había vuelto a ser investigado, ni le habían ofrecido respuestas satisfactorias a la familia. Y a Peter, que había encajado la noticia terriblemente mal, no le consolaba la idea de que últimamente hubiese tantos asesinatos que fuese imposible esclarecerlos todos. Ni le ayudaba a superar la situación el hecho de que su madre se pasara el día culpando de la muerte de su marido al propio Minimus, que, según ella, había terminado muerto por culpa de andar por la vida tan despreocupado como si en el mundo se hubiese implantado la filosofía del paz y amor.

- … ¡Y se lo dije, Peter! ¿Acaso crees que no se lo repetí? Pero tu padre nunca me escuchaba, igual que tú. Me decía que eran tonterías, que estábamos a salvo. ¡Y ya lo ves ahora, abandonándome para que críe yo sola a nuestros dos hijos! Siempre ocupándose de esas condenadas piedras, a pesar de que nunca dejé de decirle que eran peligrosas, que nos terminarían causando problemas… ¡Tan obtuso, tan obcecado! Así que no intentes darme lecciones y compórtate con responsabilidad, porque si llegara a pasarte algo no podría soportarlo, hijo…

La perorata de Pearl continuó, como si le hubiesen dado cuerda, o como si considerara que era su obligación interpretar el papel de viuda afligida y madre preocupada con el máximo dramatismo posible. Peter permaneció todo el tiempo sin decir ni pío, con la cabeza tan agachada que lo único que sus compañeros veían de él era su coronilla castaña. Sin embargo, mientras rebuscaba entre sus cosas en busca de una pluma nueva, Lily vio claramente que las manos le temblaban, y una lástima desbordante se apoderó de ella. Intercambió una discreta mirada con Sam, que tenía la frente arrugada en gesto de consternación y parecía casi tan abochornada como el propio Peter.

Cuando la voz de la señora Pettigrew se quebró por fin y su discurso terminó con un sollozo ahogado, un silencio extremadamente violento cayó sobre los presentes, que no se atrevieron a mover ni un pelo mientras ella sacaba un pañuelo de la manga de su túnica y se secaba recatadamente las comisuras de los ojos. Entonces se fijó por primera vez en lo que estaba escribiendo su hijo y su expresión cambió a una velocidad terrorífica.

- ¡Y deja ya en paz a tu hermana! –bramó intempestivamente, haciendo que Peter pegara un brinco en su silla, sobresaltado-. ¡Acaba de irse, no sé qué demonios hace mandando cartas ya, como si llevara media vida fuera de casa!

- Yo no tengo la culpa –replicó el muchacho con reproche, aunque su voz era apenas un murmullo-. Si me ha escrito, quiero contestarla. Quizá se sienta sola en casa de los abuelos…

- ¡Valiente tontería! –continuó Pearl, que ahora parecía furiosa-. ¡Ganas de fastidiar a todo el mundo es lo que siente, como si yo no tuviera ya bastantes cosas de las que ocuparme!

Por primera vez en toda la conversación, la expresión de Peter se volvió afilada como una cuchilla y miró a su madre con los ojos entornados y un profundo desprecio.

- No sé de qué más cosas quieres ocuparte –murmuró con voz temblorosa-, si la única que te quedaba en casa era Opal y ya te has deshecho de ella también.

Pearl empalideció de golpe y los amigos de Peter comprendieron, asustados, que éste había llegado demasiado lejos. Por suerte, la mujer no tuvo tiempo de replicar nada, porque desde el otro lado de la calle llegó con voz potente:

- ¡Pearl, querida, cuánto tiempo sin verte!

Ella desvió la vista de su hijo y, al ver quién se acercaba con los brazos abiertos, se levantó rápidamente.

- ¡Augusta, qué agradable sorpresa!

Una mujer vestida de verde, también bastante entrada en los cuarenta, como la propia Pearl, llegó hasta ellos y la abrazó con efusividad mientras ambas intercambiaban cálidos saludos. Peter se levantó de golpe aprovechando la oportunidad y recogió todas sus cosas a la velocidad del rayo.

- Vámonos de aquí –le susurró a sus amigos entre dientes, mientras se colgaba al hombro la mochila con los libros y demás material que había comprado.

Los demás no necesitaron que se lo dijeran dos veces y se apresuraron a poner pies en polvorosa.

- ¡Nos vamos yendo al Caldero Chorreante, mamá!

Dio la impresión de que Pearl iba a detenerlos, pero antes de que pudiera reaccionar, los jóvenes ya se había escabullido entre la marabunta de gente que abarrotaba la calle. Nadie habló hasta que perdieron de vista el llamativo cartel de Florean Fortescue.

- Lo siento –musitó entonces Peter, cabizbajo. Respiraba agitadamente, como si hubiese estado corriendo, y tenía la quijada rígida-. Se empeñó en acompañarnos al Callejón Diagon y se quedó con nosotros diciendo que no era conveniente que estuviésemos por aquí sin la compañía de un adulto. Lamento el espectáculo.

James se acercó a él, pasándole un brazo por los hombros sin decir nada, y le revolvió el corto pelo castaño en señal de apoyo.

- No tienes que disculparte –contestó Remus, sonriendo con cordialidad-. La culpa no es tuya.

Sam tenía una expresión más tensa de lo normal, como si se estuviese conteniendo para no soltar algún comentario inapropiado contra la señora Pettigrew. Y Lily, aún incómoda, se limitó a preguntar:

- ¿No está Opal con vosotros, Peter?

- ¡Qué va! –replicó él con amargura-. Con la excusa de que aquí corremos un gran peligro, la ha enviado a casa de mis abuelos, que viven en Francia. Lo único que quería era quitársela de en medio para no tener que soportarla, estoy seguro. Mamá y Opal no se llevan bien, pero desde que papá murió… Opal lo está pasando muy mal. Ya sabéis que ella estaba muy unida a él. Y mamá está harta de sus comentarios y sus desplantes.

Volvió a hacerse el silencio durante unos segundos.

- Está bien, le mandaré una dedicatoria –cedió de repente Remus.

Los demás lo miraron, sorprendidos, y entonces se echaron a reír, relajándose.

- ¡Gracias! –Peter le dedicó una sonrisa de agradecimiento a su amigo-. Pero quizá se alegrara aún más si aceptaras su oferta de casarte con ella.

- ¡Eso ya es demasiado! Tengo que reflexionar sobre ello…

- ¡Eh, hablando de bodas! –Sam se apresuró a coger el hilo y cambiar a una conversación más alegre, con una animada sonrisa-. ¿Qué os ha parecido lo de Arthur y Molly?

El comentario surtió el efecto deseado, porque en el acto los cinco se sumieron en un fuerte intercambio de opiniones sobre la boda que se celebraba a finales de mes y a la que todos ellos habían sido invitados.

- Yo creo que han mandado invitaciones a todos los gryffindors con los que tuvieron contacto, por mínimo que fuera.

- ¡Pues se va a montar una buena fiesta como sea así!

- Yo no pienso perdérmela.

- Toma, ni yo. ¡Me muero de ganas de ver al bebé!

- ¡Yo también! Me quedé boquiabierta cuando Stu nos dijo que habían tenido un hijo el año pasado.

- ¿Por qué no se habrán casado antes?

- Quizá no tenían suficiente dinero y tuvieron que dedicarse a ahorrar durante un tiempo…

Aún hablaban sobre la boda cuando llegaron al Caldero Chorreante y, haciendo malabarismos con los trastos varios que portaban, consiguieron desplazarse hasta ocupar una mesita en un rincón. Fue mientras se estaban sentando, deseosos de empezar a comer ya, cuando James exclamó:

- ¡Eh! ¿Tampoco ha venido Belle?

Los amigos se miraron unos a otros, como si esperasen ver surgir a la morena de repente entre ellos.

- Pues no… no me había dado cuenta.

- ¿Le ha pasado algo, Remus? –inquirió Potter, volviéndose hacia el casi rubio.

- Que yo sepa, no. Hablé con ella ayer por la tarde, antes de irme a casa de Peter a cenar, y aún estaba en Lancaster con Mel, las gemelas y Fidias. Pero me dijo que hoy se venían temprano todos a Dover otra vez, y que no faltaría a la fiesta de Lily.

De repente todos volvieron a quedarse callados. Después de la muerte del padre de Belle en el verano del 70, el hermano de Icarus, Fidias Figg, se había hecho cargo de su cuñada y de sus sobrinas. Ése había sido en gran parte el motivo de que la muchacha no se hubiese hundido como una losa en los primeros meses que siguieron al fallecimiento, porque estaba muy unida a su tío y éste se había esforzado al máximo para animarla.

Pero, a los dos meses escasos de que Belle volviera a Hogwarts para cursar tercero, Mel Figg se empeñó en dejar su casa en Dover, donde hasta el momento había estado viviendo con su cuñado y sus dos bebés, para volver a la casa familiar de su marido en Lancaster. Pese a las protestas de todo el mundo (Remus, cuyo padre era muy amigo de Melpómene, comentó alguna vez que éste estaba totalmente en contra de la decisión y que había intentado convencerla por todos los medios) no hubo forma de disuadir a la mujer. Y Fidias, que creía que las prisas de Mel por abandonar su hogar se debían a que estaba acercándose la fecha en la que Icarus cayó enfermo y que era demasiado duro para ella seguir allí, cedió a las peticiones de su cuñada, con la idea de volver a instalarse en Dover pasado el invierno. Pero pasó el invierno, la primavera y el verano, y la familia no volvió a Dover. De hecho, desde entonces, sólo pasaban en Kent la mitad del verano, porque Belle no quería quedarse en Lancaster durante todas sus vacaciones. Y, a pesar de las medidas que tomaban todos para intentar complacer a Melpómene y conseguir que se recuperara, seguía tan distante y ausente como el día del entierro de su marido.

- Tal vez se hayan retrasado por las niñas –Remus se encogió de hombros para quitarle importancia al asunto-. Viajar con dos bebés es más lento. No os preocupéis…

Pero para James ya eran demasiadas casualidades y no le hacía gracia quedarse esperando para ver qué pasaba.

- ¡Qué sospechoso! –entonó Peter, con los brazos cruzados sobre la mesa, en son de broma, cortando el gesto de Potter de levantarse-. Ni Sirius ni Belle se han presentado. ¿Y si se han fugado juntos?

Todos menos James se echaron a reír.

- Perdona, Peter… ¿estamos hablando de las mismas personas? –entonó Sam, socarrona-. El día que Belle acepte salir con Sirius, Snape se lavará el pelo…

- Oye, podría haberla engatusado con un filtro amoroso o haber intentado secuestrarla directamente…

- En ese caso es más probable que Sirius haya muerto a manos de Belle, y ella se haya dado a la fuga para escapar de los aurores –intervino Lily, provocando de nuevo las risas de sus amigos. Pero éstas cesaron cuando James se levantó de la mesa-. J-James… ¿pasa algo?

- Nah, tranquilos –el moreno hizo un gesto con la mano-. Ahora vuelvo.

Y echó a andar con dificultad hacia la barra, esquivando a la gente a duras penas. Cuando llegó allí tuvo que esperar al menos un par de minutos hasta que consiguió captar la atención de Tom, que atendía a cinco o seis personas a la vez. Y, una vez que éste se dirigió hacia él, exclamó para hacerse oír por encima del jaleo:

- Perdona, Tom, ¿puedo utilizar una de tus chimeneas para…?

No le dio tiempo a terminar la frase.

- ¡Ah, señor Potter, no me había dado cuenta de que ya estaba aquí! Poco después de irse, vino una lechuza para usted, lleva esperándole un buen rato.

Se volvió, lanzando un penetrante silbido que se impuso al barullo e hizo gruñir a los que estaban más cerca, y, de lo alto de una estantería llena de botellas, bajó planeando una lechuza parda que todos los miembros del grupo conocían muy bien: era Ween, la lechuza de Sirius. James volvió rápidamente su alarmada mirada a sus amigos, que también lo miraban desde la mesa y ya no se veían tan risueños, y se apresuró a recibir al animal en su brazo izquierdo. Cuando los demás se reunieron con él, ya estaba rasgando el sobre, en el que lucía un rimbombante James Potter y Cía. MUY URGENTE con la enana e ininteligible letruja de Sirius.

- Te lo juro, Black, te lo juro –murmuraba James una y otra vez, mientras sacaba la carta con manos vacilantes-. Como sea otra de tus estúpidas bromas, te juro que te mato…

Desplegó el pergamino y leyó con rapidez. Ante los ojos de sus amigos se quedó pálido de golpe.

- ¡Tom! –llamó al levantar la vista, con la voz algo ahogada-. ¿Cuánto dijiste que cuesta usar las chimeneas?

- ¡Tres knuts por persona! –contestó el camarero, mientras le servía una enorme jarra de hidromiel a un tipo que se veía bastante ansioso.

- Muy bien –James empezó a rebuscar en sus bolsillos hasta que encontró la bolsa en la que llevaba su dinero-. Lo siento, chicos, pero me voy a casa de Sirius –dedicó una mirada de disculpa a Lily, arrugando la frente-. Siento haberte chafado el cumpleaños, Lil.

- ¡Espera, espera, yo también voy! –exclamó inmediatamente Remus, que le había quitado la carta de las manos y acababa de leerla con ojos asustados.

- ¿Qué ha pasado? –inquirió angustiada la pelirroja.

- ¡Yo voy también! –se apuntó Sam con decisión, echándole un vistazo al pergamino por encima del hombro de Remus, al igual que Peter, que se había puesto de puntillas.

James pareció desconcertarse por unos segundos y titubeó.

- B-bueno, pero… Peter, tú…

- ¡Yo voy también! –se indignó rápidamente el castaño, mirándolo con reproche.

- Pero, tu madre…

- Que le den a mi madre, vámonos antes de que ella llegue –y se volvió nervioso hacia el camarero, como si lo que estaba a punto de hacer le produjera miedo y satisfacción al mismo tiempo-. ¡Tom! ¿Podría decirle a mi madre, Pearl Pettigrew, que hemos tenido que marcharnos por una emergencia y que ya volveré a casa por la noche?

- ¡Claro! –repuso él, y miró al grupo con el ceño fruncido al mismo tiempo que le rellenaba el vaso con whisky de fuego a una bruja que estaba a punto de desplomarse sobre la barra-. ¿Ha ocurrido algo?

- Nada grave, espero –atajó James, y plantó sobre la mesa los 15 kunts que costaba el viaje de los cinco amigos.

Los chicos se encargaron de recoger sus cosas de la mesa que habían tenido intención de ocupar y las dejaron al cuidado de Tom, tras la barra, antes de salir en fila por una puerta lateral, en dirección al estrecho pasillo que conducía a los salones privados del Caldero Chorreante. Mientras Ween ululaba sobre el hombro de James, Lily se hizo por fin con la carta de Sirius Black.

Queridos chicos:

Lamento no haberme podido presentar, pero hemos tenido problemas aquí. Otro ataque. Papá está mal. Por favor, venid a casa, os lo explicaré cuando lleguéis. Mamá está medio histérica. No tardéis.

Sirius

Potter iba un par de metros por delante de los demás, con una inquietud que resultaba casi palpable, hasta que paró en seco y se metió por una puerta. Los otros entraron tras él a una sala de estar pequeña, con sillones y una mesa camilla, de aspecto acogedor y hogareño. La chimenea estaba apagada pero llena de troncos y toda la luz del cuarto entraba por una única y pequeña ventana en lo alto de la pared, con los cristales tan sucios que no parecían haberlos limpiado en muchos años. James se dirigió hacia allí directamente, se puso de puntillas y la abrió, llenando la sala con un chirrido.

- Que no te vean –le dijo a Ween, acariciándole la cabeza-. Vuelve a casa, que nosotros también vamos ya para allá. Ten cuidado.

Y, sin más, echó a la lechuza por la ventana, que se perdió con un potente batir de alas.

- Muy bien –dijo el moreno, dirigiéndose hacia la chimenea y cogiendo un enorme bote que había sobre la repisa, ofreciéndoselo a los demás-. ¿Remus, Sam, Peter?

Sam se adelantó con paso decidido y cogió un pellizco de los brillantes polvos que contenía el bote.

- Dime a dónde.

- A El Templo.

- ¿El Templo? –exclamó ella, arrugando la nariz-. ¿Así se llama la casa de Sirius?

- Sí, se lo puso tía Andraia en un arranque de inspiración…

- ¿Qué…?

Pero la voz de Lily quedó ahogada, porque, cuando Sam echó los polvos a la chimenea, se produjo un fuerte estallido y unas imponentes llamas verdes se alzaron sobre los troncos secos. En el acto, la chica se lanzó al fuego como si tal cosa, gritando: ¡Al Templo!, y desapareció. Lily se quedó boquiabierta. A Sam la siguió Remus, y a él Peter, repitiendo la misma operación.

- Es tu turno, Lil –dijo James cuando se quedaron solos, ofreciéndole el frasco de polvos flu.

- E-espera, James, yo… ¿Cómo…?

- Ya lo has visto –la interrumpió él con un deje de impaciencia-. Ya sabes lo que son los polvos flu…

- ¡Pero nunca los he usado! –replicó Lily, a la que meterse en una chimenea en llamas no parecía hacerle mucha gracia.

- ¡No sientes dolor, ni nada de eso! Sólo tienes que echar los polvos, decir a dónde vas y listo.

- P-pero… -la chica volvió a mirar la chimenea con aprensión.

En dos zancadas, James se acercó a ella, la sujetó por la muñeca y le murmuró, inclinándose hasta plantar su rostro frente al de Lily:

- No pasará nada, ¿de acuerdo? Es muy fácil. Saldrás en casa de Sirius. Yo iré detrás de ti, y los demás ya están allí. Sólo mantente tranquila.

Lily asintió, aunque seguía sin parecer muy convencida, y tragó saliva. Soltándose de James, cogió unos pocos polvos, los echó al fuego y, tras el estallido, respiró hondo y se lanzó, gritando:

- ¡Al Templo!

Empezó a dar vueltas con rapidez, en un remolino de llamas verdes, y un único pensamiento le vino a la mente, mientras cerraba los ojos con fuerza: "Feliz fiesta de cumpleaños, Lily Evans".

-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-

Lily salió disparada de la chimenea, tosiendo y con el olor de la ceniza impregnado en la nariz. Apenas podía ver dónde estaba, porque el deslumbrante fuego verde hacía aún chiribitas en sus retinas, pero notó cómo dos pares de manos la sujetaban con fuerza para que no cayese al suelo. Cuando por fin abrió los ojos, vio a Remus y a Sam, que la agarraban por los brazos, y a Peter, a un metro de distancia, sacudiéndose los pantalones. Luego levantó la vista para observar el lugar.

- ¡Wow…!

No necesitó más de un segundo para llegar a la conclusión de que los Black eran de buena posición. De muy buena posición. El nivel económico de las familias de los siete amigos no era un tema de conversación que tocaran con frecuencia, y, aunque Lily siempre había supuesto que Sirius pertenecía a una familia rica y de raigambre, como James y Belle, no pudo evitar quedarse completamente boquiabierta.

Estaban en lo que parecía ser el salón, aunque era tan grande como todo el piso inferior de la casa de los Evans, y la pelirroja evocó inmediatamente la imagen de las antiguas mansiones victorianas que estaba acostumbrada a ver en las películas de su madre. Fue como viajar en el tiempo, o encontrarse de golpe dentro de un mundo que Lily pensó que había dejado de existir en el siglo anterior. Los suelos estaban cubiertos por hermosas e impecables alfombras persas. Los ventanales eran de al menos dos metros de altura, y las cortinas parecían de terciopelo granate. Había vitrinas con adornos de todo tipo, cuadros impresionantes de paisajes, mesillas, una enorme lámpara de araña que colgaba del techo con las velas apagadas, elegantes sillas, cómodos sillones y mullidos cojines por doquier. En un rincón, un imponente piano de cola de pulido ébano negro brillaba bajo la luz de la tarde que entraba desde las ventanas, que daban a un precioso jardín con los setos en forma de laberinto, fuentes dispersas por ahí y caminos de gravilla.

Aquello no era una casa, era un palacio.

Otro estallido le hizo volver la vista. James surgía de entre las llamas como quien sale de la ducha.

- Muy bien –musitó, sacudiéndose la ropa-, busquemos a Sirius.

Y, sin más, salió por unas enormes puertas de roble que estaban abiertas de par en par, dejando ver el vestíbulo. Los demás lo siguieron, con la misma expresión preocupada que lucía James. Una soberbia escalera nacía en el mismo centro del enorme hall, y se abría en dos brazos al llegar al piso superior, formando una galería, a la que asomaban numerosas puertas. Y allí, sentado en lo alto de las escaleras, estaba Sirius Black, acodado en sus rodillas y con la cabeza entre las manos. A Lily se le encogió el corazón con sólo verlo.

- ¡Sirius! –exclamó James de inmediato, dirigiéndose rápidamente hacia las escaleras.

Black levantó la vista y, al verlo, se incorporó de un salto y bajó los escalones de tres en tres. Nada más llegar abajo, abandonado de su habitual y exagerada dignidad, se abrazó con fuerza a su mejor amigo, que le devolvió el abrazo en el acto.

Sirius era, con mucho, el que más se había metamorfoseado del grupo con el paso de los años. Había crecido tanto en altura que ya dejaba muy atrás a los demás, y su figura se había estilizado, multiplicando su eterno aire de noble aristócrata, delgado y de hombros estrechos. Incluso teniendo un físico similar al de James, era incomprensible que él pudiera convertir en pura elegancia los rasgos que a Potter le hacían desgarbado y desaliñado. Su rostro y sus ojos azules también se habían perfilado y afilado, perdiendo cualquier rasgo de la redondez infantil que aún conservaban algunos de los demás. Y, como llevaba el lacio pelo negro algo más largo que el de los otros, el flequillo le caía sobre el rostro de tal forma que, cuando se separó por fin de su mejor amigo, después de permanecer unos segundos en silencio con la cara hundida en su hombro, Lily fue incapaz de ver con claridad la expresión de sus ojos.

- ¿Qué ha ocurrido? –murmuró James sin más, preocupado, y la voz le tembló un poco-. Cuando hablé contigo anoche dijiste que todo iba bien…

- Lo sé, lo sé –gimoteó Black, meneando la cabeza. Estaba demasiado pálido, no parecía él-. Pero todo esto es un lío de narices, James… ¡Y esos puñeteros del Ministerio no nos han explicado nada! ¡Cornelius Fudge es un gilipollas! Aparecieron aquí casi al amanecer trayendo a papá medio muerto. Lo dejaron en casa, llamaron a los sanadores y se volvieron a largar. ¡Me dieron unas ganas de patearles! No hemos dormido nada…

- ¡Maldita sea, Sirius! –James lo agarró por los hombros y lo zarandeó-. ¡Deberías haberme avisado de inmediato, idiota!

- ¡Lo hice! –se defendió Sirius, encogiéndose de hombros con agotamiento-. ¡Te mandé a Ween casi en el acto! Aunque supuse que no recibirías mi nota hasta tarde, porque si andabas moviéndote por el mundo muggle no iba a ser fácil localizarte. Así que me imaginé que Ween te esperaría en el Caldero Chorreante, o así, y que llegaríais a la hora de comer… -James bufó, pasándose una mano por el pelo con impaciencia y nerviosismo, pero Sirius no cambió su expresión de ausente disculpa, y volvió los ojos hacia su amiga pelirroja-. Siento mucho haber fastidiado tu fiesta de cumpleaños, Lily…

Ella tuvo ganas de abrazarlo y abofetearlo al mismo tiempo.

- ¡No seas idiota! –exclamó, lanzándose a sus brazos para estrecharlo con fuerza-. ¡A la mierda con mi cumpleaños, esto es mucho más importante!

Sam se acercó para abrazarlo también.

- ¿Y cómo está tu padre ahora? –preguntó con voz ahogada.

- Más o menos… Un sanador llamado Hayes ha venido con otros dos sanadores en prácticas desde San Mungo y lo están examinando todavía, llevan horas encerrado con él. Son especialistas en daños provocados por hechizos, así que, supongo que… Aún estamos esperando, pero… dijeron que todo se decidiría en el transcurso de la mañana…

Sirius tuvo que interrumpirse un momento para pasarse el dorso de la mano por la nariz, sorbiendo ruidosamente.

- ¿Qué ha ocurrido exactamente? –intervino Lupin, que también se había acercado más a su amigo.

El moreno de ojos azules los miró y, con un gesto, les indicó que se sentaran. Los seis se acomodaron en el suelo y las escaleras.

- Bueno –empezó con un suspiro-, os habéis enterado del atentado que hubo anoche en Notthing Hill, ¿no? –los demás asintieron, intercambiando miradas tensas-. Bueno… los primeros en presentarse siempre en una situación así son los Magos de Choque del Grupo de Operaciones Mágicas Especiales, del Departamento de Catástrofes, apoyados por los aurores que dirige el tío Johnny. Cuando la situación queda controlada, le ceden el paso a mi padre y al grupo de desmemorizadores, para que hagan la limpieza final –Sirius miró brevemente a James-. Cuando hablé contigo anoche, papá acababa de avisarnos a mamá y a mí de que salía para Notthing Hill desde el Ministerio con sus hombres, porque la pelea ya había sido sofocada.

- Ya, papá también me avisó a mí cuando la pelea terminó, para que no me preocupara –asintió Potter-. Dijo que había habido bajas, y que estaban trasladando a los heridos a San Mungo, por lo que seguramente no podría volver a casa en todo lo que quedaba de noche.

- Sí, bueno –Sirius sorbió otra vez por la nariz-. La situación estaba así… no habíamos conseguido pillar a ningún mortífago, para variar… Cuando, al parecer, los mortífagos se reagruparon y atacaron por sorpresa otra vez.

- ¿Mientras retiraban a los heridos, y los desmemorizadores arreglaban las cosas? –exclamó Remus, a la vez que las chicas se llevaban las manos a la boca.

- Exacto –Black asintió, y su voz tembló de una forma que sus amigos jamás habían oído-. Ya os podéis imaginar… pillaron a todo el mundo por sorpresa, han matado a muchísima gente… L-los aurores consiguieron capturar a un par de mortífagos, pero se maldijeron a sí mismos antes de que los pudieran interrogar, y… ha sido…

La voz se le quebró y, por unos segundos, agachó la cabeza, llevándose una mano a la frente para agarrarse el flequillo con rabia. James le colocó una mano en el hombro, pero Sirius, con un brusco gesto, le indicó que estaba bien.

- ¡Ha sido una cagada total del Departamento de Catástrofes! –bramó de golpe con renovada firmeza, y alzó la vista, sacudiendo la cabeza para apartarse el pelo del rostro, de modo que sus amigos pudieron ver sus ojos enrojecidos brillando con furia-. ¡Ellos eran los que debían proteger a los desmemorizadores mientras hacían su trabajo, porque los aurores del Departamento de Seguridad ya se habían marchado para iniciar la investigación y perseguir a los mortífagos, y cuando volvieron ya era muy tarde! ¡Han matado a la mitad de los hombres de mi padre, LA MITAD! ¡Y se presentan aquí sin más de madrugada trayendo a mi padre destrozado, porque esos hijos de puta de los mortífagos lo habían sometido a cuatro Cruciatus simultáneos!

- ¡¿Cuatro?! –chilló Sam, horrorizada, y Lily ahogó un grito.

- ¿Al Cruciatus? –susurró Peter, con los ojos desorbitados.

- ¡Sí! Y el Cruciatus es peor que el Avada Kedavra, porque a fin de cuentas te echan ésa, te mueres y punto. Sin embargo, ahora… -Sirius negó con la cabeza, como intentando apartar funestos pensamientos-. Traían al subsecretario en cabeza, ese imbécil de Fudge… Me parece que el director del Departamento estaba de vacaciones estas semanas, y por eso Fudge ha tenido que ocuparse de todo. ¡Pero se puso súper borde cuando mi madre le exigió que le contase lo ocurrido! ¡Dijo que era información restringida, o yo qué sé! ¡Claro, no quería admitir que la habían cagado de una forma tan brutal!

- ¿Y por qué no se llevaron al tío Izzy a San Mungo? –inquirió James, con la frente arrugada.

Sirius negó otra vez con la cabeza.

- Creo que San Mungo está colapsado. Pero… m-me parece que papá dijo que quería volver a casa antes de perder la conciencia. Quizá estaba preocupado por mamá y por mí, o simplemente quería estar con nosotros… -la voz se le desvaneció otra vez, pero hizo un intento por no perder la compostura. Apartándose de nuevo el flequillo de los ojos, miró a Potter directamente-. Tío Johnny estuvo aquí poco después de que lo trajeran y nos lo explicó todo, porque Fudge no soltó prenda. Fue él quién mandó traer algún sanador de San Mungo, aunque allí deben estar hasta arriba de trabajo. Dijo que había intentando localizarte para contarte lo ocurrido, pero que ya no estabas en casa, así que, que lo intentara yo, y luego volvió al Ministerio. También dijo que volvería por la tarde. Él está bien.

James asintió, notando que una egoísta sensación de alivio le inundaba el corazón. Su padre, al menos, estaba bien… gracias al cielo…

- ¿Y tía Andraia? ¿Está descansando?

- ¿Descansando? –Sirius lo miró como si se hubiese vuelto loco-. ¿Es que no conoces a Andraia Sophia Black? Descansando… ¡Está como loca de un lado a otro! Parece que se ha metido un chute. Este tipo de cosas despiertan sus instintos asesinos, anoche casi aniquiló a Fudge con sus propias manos…

De repente, hasta ellos llegó un estrepitoso ruido procedente del piso superior, como de cristales que se rompen al caer al suelo, seguido de pasos apresurados.

- ¡SIRIUS!

- Ahí está –murmuró Black, y, volviéndose hacia las escaleras, gritó-¿Qué pasa, mamá?

De una de las habitaciones del piso superior, salió una mujer rápidamente, encaramándose a la barandilla de la galería para asomarse hacia el vestíbulo.

- ¡He oído voces! –exclamó ansiosa-. ¿Ha vuelto ya Johnny? ¿Han salido los sanadores de… la habitación de tu padre?

Pero las últimas palabras perdieron fuerza, adquiriendo un deje de decepción al ver al grupo de chicos al pie de las escaleras.

- ¡No, son James y los demás, ya han llegado!

Apartándose de la barandilla, Andraia se irguió y se dirigió hacia los escalones para bajar a reunirse con ellos.

Al igual que a Pearl Pettigrew, Lily sólo había visto a Andraia Black en muy contadas ocasiones, pero también le causaba una fuerte impresión, aunque contraria a la de la madre de Peter. Mientras que ésta parecía repelerte con una barrera que marcaba muy bien a qué posición pertenecía cada uno, la señora Black era una mujer muy cercana, que siempre conseguía hacerte sentir cómodo en su compañía, ya fuera por su sonrisa amplia o por su sentido del humor.

Sin embargo, ahora lucía un aspecto que consiguió contagiar la desolación de lo ocurrido a todos los jóvenes allí presentes. A pesar de ser alta y esbelta, con un porte enormemente elegante, de repente parecía flaca y desnutrida, como consumida por la preocupación. La perfecta melena caoba rojiza, espesa y ondulada, que le llegaba a la mitad de la espalda y que Lily siempre había admirado, estaba desgreñada y sin peinar, como si hubiese pasado gran parte de la noche tirándose de los pelos. Su piel morena se veía pálida contra la sencilla túnica negra que llevaba puesta, y los ojos de un azul intenso que había heredado su hijo, se perdían con frecuencia por ahí, enrojecidos, vidriosos y sin brillo. El cansancio y la incertidumbre no conseguían eclipsar del todo su belleza, pero no hacía más que retorcerse las manos, y Lily tuvo la viva impresión de que estaba a punto de echarse a llorar con desesperación.

- Chicos, chicos… me alegro de que estéis aquí –los saludó al llegar junto a ellos, con voz temblorosa y aire desorientado-. Bienvenidos a casa, aunque éstas no sean las mejores circunstancias…

Abrió los brazos casi inconscientemente, y James la abrazó con fuerza en el acto. Cuando Remus y Peter se acercaron a ella para saludarla, Andraia los atrapó a ambos con el otro brazo y los estrechó también, dejándolos un poco desconcertados y avergonzados. Lily y Sam se miraron, algo incómodas. Ellas, a pesar de ser amigas de los cuatro chicos, no tenían con ellos una relación tan fuerte como la que compartían los propios muchachos entre sí, por lo que no tenían tanto trato y confianza con sus respectivos padres y no sabían muy bien cómo comportarse en una situación así.

Pero fue la misma Andraia quién resolvió el asunto, porque, tras pasar unos largos segundos abrazada a James, Remus y Peter, acariciándoles el pelo con aire maternal, los soltó, se acercó a las chicas y, antes de que éstas pudieran decir nada, las abrazó también. Lily sintió a través del gesto la gratitud de Andraia con una intensidad tan inesperada, que también a ella se le llenaron los ojos de lágrimas sin poderlo evitar.

- Bienvenidas, chicas –les musitó en voz baja, justo antes de soltarlas-. Muchas gracias por venir a acompañarnos, en serio. No me gusta ver a Sirius como alma en pena por toda la casa…

- Mamá… -renegó éste, pero no tuvo ánimo para discutir más.

- ¿Habéis comido? –continuó Andraia con voz débil, sorbiendo ella también por la nariz-. ¿Queréis que os prepare alguna cosa?

- No se preocupe, señora Black –empezó Remus, con un gesto-, nosotros no…

Pero sus tripas eligieron ese preciso instante para rugir ante la simple mención de la comida, y los cinco recién llegados se miraron entre sí. A parte de Peter, que se había comido media producción de helados de Florean Fortescue, los demás no habían probado bocado. Andraia sonrió de lado tristemente.

- No se hable más –atajó-, os prepararé algo de comida, aunque sólo sean unos bocadillos.

- ¡No tienes por qué hacerlo! –interrumpió en el acto Sirius, mirándola con el ceño fruncido-. Déjalo, mamá, nosotros lo haremos, tú vete a descansar un poco, que no has parado en toda la noche…

- Aunque intentara dormir, no podría –cortó Andraia con un gesto decidido-. Además, esperar sin hacer nada es desesperante, hijo…

- ¡Pero no puedes…!

El resto de las palabras de Sirius se ahogó bajo el estallido que volvió a oírse desde el salón, indicando que alguien más acababa de llegar por la chimenea. Todos se volvieron hacia allí y, un par de segundos después, apareció en el vestíbulo la versión adulta de James: John Potter.

- ¡Papá! –chilló James.

- ¡Tío! –exclamó Sirius.

- ¡Johnny! –gritó Andraia.

- Vaya, ¿qué es esto, la comitiva de recepción? –entonó el señor Potter, con una media sonrisa que no conseguía ocultar el cansancio.

- ¡Oh, Johnny! –repitió Andraia y, esquivando a los chicos, se lanzó a los brazos de su primo tan efusivamente, que el hombre se tambaleó.

Antes de que ninguno de los presentes pudiera prepararse para ello, Andraia rompió a llorar, olvidando su autoimpuesta fortaleza. John la abrazó fuertemente, mirando con aire sombrío al grupo de chicos por encima del hombro de su compañera. Nadie fue capaz de articular palabra durante unos instantes que se hicieron eternos. Y lo único que se oyó en el recibidor entonces fueron los sollozos de la mujer.

- Vamos, vamos, Andry, cálmate –murmuró John con voz tranquilizadora, frotándole la espalda-. Todo irá bien, sabes que Izzy es duro de pelar… Hemos pasado por cosas peores hasta ahora, ¿no?

Andraia no contestó. Sólo dejó escapar una serie de palabras ahogadas en sollozos, totalmente incomprensibles, y se hundió aún más en el hombro de Potter, aferrándose a él.

- Venga, ya basta. No está en peligro de muerte, todavía podrás disfrutar de su pedantería muchos años más. Vamos, deja de llorar. ¿Ha dicho ya algo el sanador Hayes?

Haciendo un evidente esfuerzo por controlarse, la señora Black se separó del recién llegado, tragándose el llanto lo mejor que podía para intentar recuperar la voz. John le ofreció un pañuelo, y Andraia se secó los ojos, sonándose después la nariz con fuerza.

- Nada –musitó con voz tomada-. Nada aún. No han salido de la habitación desde que llegaron. ¡Voy a morirme, Johnny! Si le pasa algo a Izzy… yo…

Y rompió a llorar otra vez, hundiendo la cara en el pañuelo con desconsuelo. John se acercó a ella y le colocó una mano en el hombro.

- Le han atacado con cuatro Cruciatus simultáneos, Andraia –murmuró con seriedad-. Por supuesto que le va a pasar algo –ella gimió, intensificando su llanto. Pero entonces, John esbozó una sonrisa-. Pero no será algo de lo que no pueda fardar como simple herida de guerra cuando estéis en la cama. Y ese tipo de cosas le encantan, ¿no? A él y a ti.

Andraia soltó un ruido indescifrable y levantó la cara del pañuelo de golpe, roja como la grana.

- ¡Eres imbécil! –le espetó, pero la desolación daba paso al simple bochorno, y una tranquilidad nueva se iba reflejando en sus ojos.

John se echó a reír para rebajar la tensión del ambiente y Lily se dio cuenta de golpe de que ella también sentía cierto calor anormal en la cara. Y no era la única.

- Tío Johnny, por favor –gruñó Sirius, totalmente avergonzado-. A nadie de los aquí presentes le interesan las historias de cama de papá y mamá. ¡Ahórrate esos comentarios si no quieres traumatizarnos más todavía!

- Seguro que a ti sí te interesan, morboso –bromeó James, decidiendo seguir el ejemplo distendido de su padre, y le dio un leve codazo a su mejor amigo, que lo fulminó con la mirada.

- ¡V-vete al diablo, John P-Potter! –añadió Andraia, hipando, mientras seguía secándose la cara.

Pero él la miró con expresión tierna y la volvió a abrazar.

- No te preocupes, ¿vale? –le susurró con cariño, acariciándole el pelo-. De verdad, te aseguro que a Izzy no va a pasarle nada grave. Pero tienes que ser fuerte para ayudarle a recuperarse, ¿de acuerdo? Sólo estás cansada, Andry. Duerme un rato, yo voy a quedarme ya aquí, estaré pendiente y te avisaré en cuanto nos den alguna noticia.

La mujer negó con la cabeza, pero ya parecía mucho más tranquila.

- No… no te preocupes, estoy bien –replicó, separándose definitivamente del señor Potter-. Estoy bien, de verdad. No podré descansar hasta que sepa que Izzy está bien… sniff… Así que, voy… voy a preparar unos bocadillos para los chicos…

- Aaay… -renegó John, suspirando con resignación-, haz lo que quieras, cabeza dura.

- Lo haré. Gracias por venir, Johnny, estoy más tranquila teniéndote aquí… Q-quédate con los chicos, por favor, ¿vale? Y… a-avisadme en cuanto salgan los sanadores…

Sonándose de nuevo la nariz, Andraia se encaminó hacia un pasillo que había a la derecha de las escaleras, parándose lo justo para dedicar un vago gesto a los chicos. Sirius la detuvo justo cuando pasaba por su lado y, en un gesto cargado de cariño, la abrazó son fuerza también, como para terminar de darle ánimos. La mujer, aprovechando que su hijo era ya casi tan alto como ella, le acarició el pelo con gratitud, le plantó un dulce beso en la frente y, con una sonrisa tranquilizadora, se separó de él para perderse en la penumbra. El chico la vio marchar con ojos empañados y se volvió hacia su padrino con mirada llameante.

- ¿Cómo están las cosas, tío Johnny? –masculló con los dientes apretados-. ¿Qué ha pasado después del ataque?

- Bueno… –suspiró John, cansado, y se llevó una mano a la cabeza para rascarse el pelo, en un gesto idéntico al de su hijo-. Nada, en realidad… Conseguimos atrapar a dos de ellos, ¿os lo ha dicho Sirius? Pero se suicidaron antes de que los pudiésemos detener. Los sanadores no consiguieron hacer nada para recuperarlos. Así que, una vez más, nos hemos quedado en pañales después del ataque –se quitó las gafas para frotarse los ojos con aire agotado-. Treinta y cinco bajas, todos ellos magos del Ministerio, y otros sesenta y siete heridos… Y he perdido la cuenta de los muggles, porque en el segundo ataque volaron casas y edificios enteros, habrá que escarbar bajo los escombros –volvió a ponerse las gafas-. Desde luego… Primero lo de Brighton, ahora esto… -negó con la cabeza, abatido-. Lo único que sabemos con seguridad es que debían pretender algo importante, porque Voldemort en persona se presentó allí, asomando su asquerosa cara de serpiente. Fue el que hizo saltar por los aires la mitad del barrio.

James apretó los dientes, Sam y Remus apartaron la vista, Lily se llevó una mano a la boca y Peter gimoteó algo ininteligible. Por último, Sirius se limitó a lanzar un puñetazo contra la barandilla de la escalera.

- Maldito Voldemort… -masculló con furia contenida-. Me cago en él… ¡Maldito sea!

Todos lo miraron apesadumbrados, y James se acercó a su padre.

- Papá –murmuró con un hilo de voz-, aún no está todo perdido, ¿verdad? Quiero decir… La situación no se ha descontrolado por completo, ¿no?

Los seis chicos se volvieron a mirar al señor Potter con los ojos muy abiertos, esperando su respuesta. Él los miró a su vez, uno a uno, y suspiró.

- Me gustaría poder creer que aún tenemos algo de control sobre lo que está pasando, hijo –admitió deprimido-. Pero no puedo engañarme a mí mismo, y tampoco a vosotros. Voldemort nos tiene comiendo en la palma de su mano, hace lo que quiere cuando quiere sin que podamos impedirlo… -y, alargando un brazo, estrechó con fuerza a James, que hundió la cara en el hombro de su padre.

- Pero no se rendirán, ¿no? –exclamó Sam-. Quiero decir, que seguirán luchando contra Voldemort…

- Por supuesto que sí, Samantha, no seré yo quién se someta a ese mal nacido –de repente, John apretó los dientes y en sus ojos se prendió una chispa de odio-. Pero la gente no nos ayuda. ¿Os habéis enterado de lo último? ¡Ya no llaman a Voldemort por su nombre! Han empezado a referirse a él como Quién-Tú-Sabes o El-que-no-debe-ser-nombrado, como si al decir "Voldemort" se fuera a materializar aquí. ¡Bah! –bufó con exasperación y rabia contenida-. Al dejarse aterrorizar están haciendo precisamente lo que él quiere. Al no decir su nombre es como si le mostrasen respeto a ese hijo de perra. Eso es lo que Voldemort pretende, someter a todos los magos bajo el miedo y el terror –los miró severamente-. Jamás, y digo JAMÁS, os dejéis dominar así, llamarlo por su nombre es la única forma de vencer el terror que infunde. ¡Antes preferiría morir que arrodillarme a los pies de ese asesino!

Tras el discurso del auror, se impuso el silencio. Pero, antes de que los chicos pudieran terminar de asimilar sus palabras o decir algo, una de las puertas del piso superior se abrió y salió a la galería un hombre viejo, arrugado y calvo, seguido de otro hombre y una mujer jóvenes.

- ¡Sanador Hayes! –exclamó Sirius, y echó a correr escaleras arriba.

- Iré a avisar a tía Andraia –se ofreció James, intercambiando una mirada con su padre.

El menor de los Potter se perdió por un pasillo, mientras los demás se apresuraban a alcanzar a Sirius. Cuando llegaron arriba, el anciano hablaba con sus compañeros sobre el tratamiento que mejor convendría al señor Black.

- … Así que dadle la receta a Damocles y que se encargue él, sólo los de la sección de pociones pueden prepararla, cuanta más seguridad tengamos, mejor. Y pedid al señor Fawcett que nos asigne un sanador a domicilio que pueda venir periódicamente a…

- ¡Sanador Hayes! –exclamó Sirius, acercándose a ellos-. ¿Cómo está mi padre? ¿Está bien? Está bien, ¿verdad? Quiero decir… ¿está bien?

- Calma, Sirius, calma –resopló el sanador, pasándose un pañuelo por la frente para secarse el sudor-. Tu padre está bien. Por suerte, lo atendimos a tiempo. Haced lo que os he pedido, por favor –añadió en dirección a sus ayudantes, y ellos, asintiendo, se despidieron y se marcharon escaleras abajo, hacia la chimenea del salón. Luego, Hayes se volvió hacia John con aspecto sombrío y le estrechó la mano a modo de saludo-. Señor Potter, me alegro de verlo en buenas condiciones.

- Lo mismo digo, sanador Hayes. Lamento haberlo sacado de San Mungo en una situación tan delicada para que viniera aquí…

- Tranquilo, tranquilo –Hayes agitó una mano para restarle importancia al asunto, aunque parecía algo exasperado-. Pero vayamos al grano, porque tengo que volver cuanto antes. La vida del señor Black está fuera de peligro, pero sería mucho pedir que hubiese salido ileso de un ataque así. Cuatro Cruciatus simultáneos… podrían haberlo dejado vegetativo de por vida, o matarlo directamente. Pero es un hombre fuerte, sin duda. Se ha repuesto bastante bien de la apoplejía, al menos ya ha recuperado la conciencia. Pero ha perdido la movilidad en la parte izquierda de su cuerpo y dudo que la vuelva a recuperar algún día. Al menos la movilidad de la pierna. El brazo, si continúa en rehabilitación, y con el tratamiento debido… -titubeó por un momento, encogiéndose de hombros-. No sé, no sé. Habrá que esperar. Al menos le digo ya de plano que el trabajo de campo se le ha terminado. Pero de momento lo principal es que descanse todo lo posible.

Sirius había palidecido tanto que daba miedo mirarlo a la cara. Las palabras "vegetativo" y "apoplejía" parecían habérsele clavado en el pecho, dejándolo sin respiración.

- Pero… pero está bien, ¿no? –exclamó de nuevo-. No se va a morir, ni… ni va a quedar autista… ¿verdad?

El anciano puso los ojos en blanco y lo miró enarcando una ceja.

- Sí, Sirius, está bien y consciente, de hecho está preguntando por tu madre y por ti. ¡Pero no lo canses mucho! –añadió, al ver que el muchacho echaba a correr inmediatamente hacia la habitación, seguido de sus amigos-. ¡Que no haga esfuerzos, podría…! Bah, igual de cabezota que su padre, ni me escucha. Issimus lleva diez minutos diciéndome que le consiga unas muletas, que tiene que volver al Ministerio.

- Ya tuvo que dejar el trabajo de auror hace años –musitó John, con una expresión extraña-. Dudo que le haya hecho gracia la idea de tener que retirarse por completo del trabajo de campo.

- Aunque no le haga gracia, ya puede sentirse satisfecho por haber salido con vida siquiera. Y además en tan buenas condiciones. Lo normal en estos casos es que el dolor le hubiese hecho perder la razón, no sería el primero al que torturan hasta la locura.

- Ni el último –puntualizó Potter, y su voz se volvió extremadamente triste-. Muchas gracias de nuevo, sanador Hayes –y volvió a estrecharle la mano.

- Para nada, John, para nada. Me voy, que me necesitan en San Mungo. Voy a hablar con Andraia antes de marcharme –y se encaminó hacia las escaleras, repitiendo por lo bajo-: Esto es horrible… horrible…

Sirius se detuvo al llegar a la puerta, y con él todos los demás. Allí, en una imponente cama de matrimonio, arropado con mantas y recostado en montones de mullidas almohadas, estaba Issimus Black, con el rostro tan demacrado y pálido que poco se diferenciaba de un cadáver. Su hijo se quedó estático al verlo, reparando en las negras ojeras, la piel cerosa, los ojos opacos y el pelo desgreñado. No parecía su padre. Pero, tragando saliva, no pudo contenerse y echó a correr hacia él, tirándose a sus brazos.

- Ay… -se quejó el hombre débilmente-, con cuidado, Sirius, con cuidado…

A Lily no le pasó desapercibido que, cuando Izzy habló, lo hizo moviendo sólo la parte derecha de los labios, porque la izquierda parecía pegada con pegamento. Y, aunque sonreía suavemente, era también una sonrisa de medio lado, que tenía más aspecto de mueca que de sonrisa. Con un hondo suspiro, Izzy alargó el brazo derecho con lentitud y aparente dificultad, y estrechó con fuerza a su hijo, que ya había hundido la cara en su hombro.

- ¡Papá, ésta te la guardo! –exclamó Sirius, y de repente parecía un niño pequeño en vez de un adolescente de 15 años-. Ni se te ocurra volver a darnos un susto así, no ha tenido NADA de gracia…

- Está bien, la próxima vez procuraré que no intenten matarme…

Si era capaz de bromear así es que, por lo menos, no estaba moribundo, así que el resto de los jóvenes presentes suspiraron a la vez con alivio. Izzy levantó la vista para mirarlos y sus impresionantes ojos claros brillaron con la luz que pasaba por las ventanas. Entonces, John entró también en el cuarto y la mirada del convaleciente se dirigió inmediatamente hacia él.

- Johnny, me alegro de verte –musitó. Hablaba con voz muy baja, como si le costase pronunciar cualquier palabra, pero en su cara no había ninguna expresión de dolor-. Creo que cuando me desmayé todavía no estabas allí. ¿Llegaste al baile?

- Sí, Izzy –sonrió el señor Potter, acercándose más a él-, pero me siento muy ofendido, porque todos se empezaron a dispersar cuando llegamos nosotros. Creo que no querían invitarnos a la fiesta…

- Ya ves… son unos maleducados, yo les perdí todo el respeto desde que empezaron a aparecerse por ahí con máscaras sin siquiera esperar al carnaval. Ni las tradiciones respetan ya –con aspecto divertido, aunque sin librarse de ese cadavérico aspecto de cansancio crónico, el señor Black observó a los demás-. Remus, Peter… es un placer volver a veros… Sam, hija mía, cada día estás más guapa… Y usted también, señorita Evans, perdone que no me levante…

Se interrumpió porque James entró en la habitación con paso firme, como si estuviese en su casa.

- Tía Andraia viene en un momento –anunció-. Está abajo hablando con el sanador Hayes.

Izzy bajó la vista hasta su hijo y murmuró:

- ¿Cuidaste de tu madre?

- Sabes que no se deja cuidar –replicó el chico, aún abrazado a él.

- Ni te imaginas cuánto te pareces a ella, Sirius…

- ¿Cómo estás, tío Izzy? –James se acercó rápidamente a la cama, como si quisiera comprobar de cerca que el hombre seguía vivo.

- Bueno, he estado mejor, para qué engañarte. En estos momentos me pican determinadas zonas del cuerpo que no puedo rascarme y me apetece horrores una buena jarra de hidromiel… o un whisky bien cargado… pero el sanador Hayes me ha prohibido las bebidas alcohólicas…

- Mira, si al final va a tener algo positivo el ataque éste, y todo –bromeó John.

Su amigo lo miró con desconsuelo.

- Johnny… mátame.

Y, finalmente, Sirius se echó a reír, con un tono que casi rayaba el histérico alivio, pero feliz a fin de cuentas. Y sus amigos, mirándose entre sí, sonrieron también. Izzy respiró hondo y hundió la nariz en el pelo de su hijo, también con expresión aliviada, apretando el abrazo.

- Bueno, Izzy, tienes que recuperarte pronto, que Jonathan está pasando aquí unas semanas y hay que aprovechar. ¿No es así, Sam?

- Claro –sonrió la rubia-. Póngase bien pronto, señor Black, que mi padre últimamente no hace más que hablar sobre una partida multitudinaria de gobstones en Las Tres Escobas para rememorar viejos tiempo. Incluso quiere invitar al señor Ellison y al señor Fowles.

Johnny soltó una carcajada e Izzy rió en un murmullo.

- Al final esos dos aurores terminarán siendo como de la familia, ¿eh?

- Y que lo diga, prácticamente viven con nosotros…

- Yo sólo juego si la señorita Lily acepta jugar también –John colocó una mano amistosa sobre el cabello rojo de Evans, que se sonrojó en el acto-. La última vez que echamos una partida de gobstones me pegó una soberana paliza, y eso que yo me consideraba experto…

- No diga eso, señor Potter –balbuceó la muchacha, avergonzada-. Fue la suerte del principiante, nada más…

- Te voy a denunciar al ministro –soltó entonces Izzy, mirando a su amigo con fingida reprobación-. Cada vez que los chicos tienen salida a Hogsmeade, te pides el día libre y te largas allí para quedar con ellos. Crece de una vez, Johnny, ya no tienes 15 años. Y déjales tener vida propia.

- Yo no les impido que tengan vida propia…

- Tío Izzy tiene razón –James miró a su padre con el ceño fruncido-. Y deja ya de tomarte tantas confianzas con Lily, papá.

- ¿Estás celoso, hijo? –entonó John, esbozando una amplia sonrisa de satisfacción y sin apartarse un centímetro de Lily, que seguía sonrojada-. Lo hago para ver si te das por aludido… Creo que la señorita Evans sería una nuera estupenda…

- ¡PAPÁ! –se indignó James, abochornado.

La estancia se llenó con las risas de los muchachos, divertidos ante una escena tan familiar después de unos momentos de tanta tensión. Pero las risas se desvanecieron cuando Andraia Black apareció en el umbral con expresión contenida. Se quedó estática en la puerta, clavando sus ojos en los de su marido, y se llevó una mano a la boca, incapaz de contener las lágrimas. Sirius se apartó de Izzy con una sonrisa y fue a reunirse con su padrino y los demás, esperando la escena tierna… que no llegó.

- ¡IMBÉCIL! –bramó Andraia, y, totalmente ajena a la presencia de los helados espectadores, cruzó la estancia en tres zancadas y se abalanzó sobre Izzy, agarrándolo por la pechera de la camisa para sacudirlo-. ¡Imbécil, imbécil, IMBÉCIL!

- Cariño… -gimió él a duras penas, con cara de dolor-, me haces un poco de daño…

- ¡Y más debería hacerte, ANORMAL! –sollozó la mujer, sin detenerse-. ¿En qué estabas pensando, Izzy? Pensé que me moría… ¿Es que quieres matarme? ¡Deja de comportarte así!

- Andraia… yo no pedí que me torturaran… ¿sabes?

Y, ante esas palabras, la señora Black rompió a llorar.

- Eres un… -lloró ella, con voz entrecortada-. Eres un… ¡Eres un gilipollas!

Antes de que los demás tuvieran tiempo de asimilar aquel berrido, Andraia agarró entre sus manos el rostro de Izzy y se apresuró a plantarle un beso en la boca nada casto e inocente, sino más bien todo lo contrario. Sirius se quedó descaradamente boquiabierto, las chicas se pusieron como un tomate en cuestión de segundos y los otros, estupefactos, no atinaron a mover ni un músculo.

- Ehhh… será mejor que salgamos de aquí –susurró John, empujando a los chicos hacia la salida-. No creo estar psicológicamente preparado para presenciar esto…

Cuando cerraban la puerta a sus espaldas, Izzy ya estaba enredando su mano sana en el ondulado pelo caoba de Andraia, acercándola aún más.

- Ejem… Bueno… -suspiró Sam, ya en la galería, intentando recuperar la compostura, como si no hubiese visto nada-, todo ha quedado en un susto…

Le dio unas palmaditas a Sirius en el hombro y éste la miró con gratitud, sonriendo.

- Sí… -murmuró, pasándose las manos por la cara y apartándose el pelo de la frente, agotado-, sólo un susto…

- Anímate, Sirius –sonrió Remus, acercándose a él y pasándole un brazo por los hombros-. Recuerda lo que dijo el sanador Hayes, teniendo en cuenta lo que ha ocurrido, esto es un milagro, podía haber sido mucho peor…

- Sí, y tu padre tenía muy buen aspecto –añadió Peter, conteniendo la risa-. Sobre todo ahora.

Los chicos rieron por lo bajo, perdiendo la tensión que los había tenido atenazados antes.

- Tenéis razón –Sirius esbozó una sonrisa y levantó la vista para mirar a sus amigos-. ¡Bueno, vamos a comer! Tengo un hambre que veo turbio…

- Ya era mucho pedir que pasaras una hora sin engullir como un animal…

- ¡Cierra el pico, Jamie! Para tu información, no he comido nada desde la cena de ayer, a ver si te crees que con la preocupación por mi padre voy a estar asaltando la cocina cada dos por tres.

- No sería de extrañar, cada vez que estás "preocupado" eres capaz de zamparte cualquier cosa.

- ¡Vete por ahí!

James, que había ido a avisar a Andraia, se había traído con él a la vuelta los bocadillos que ésta había preparado, dejándolos sobre un aparador que había de adorno en la galería. Así que, en un abrir y cerrar de ojos, los seis amigos se sentaron por el suelo y empezaron a devorar con auténtica fruición, mientras informaban a Black de las aventuras del día. La odisea de James hizo reír a todos y atragantarse a más de uno, sobre todo lo referente al episodio de las preadolescentes acosadoras (John, que se había acoplado a la conversación, estaba disfrutando de lo lindo y se desternilló de risa con esa parte, para gran disgusto de su hijo) La misteriosa escapadita de Remus y Sam en el Callejón Diagon también se ganó las bromas y comentarios picantes de rigor, aunque la rubia se encargó de sofocarlos con un par de patadas disimuladas y sus ojos asesinos. Y, cuando estaban comentando lo ocurrido con la señora Pettigrew, ahora más seriamente, la puerta del dormitorio se volvió a abrir y salió Andraia, secándose los ojos con una mano, mientras con la otra se abrochaba de nuevo el cuello de la túnica, todo lo disimuladamente que podía. Los ojos de John se iluminaron con una pícara sonrisa.

- ¿Qué, ya se encuentra mejor Izzy? –entonó divertido-. Me ha dado la impresión de que está recuperando bastante rápido la movilidad… Por lo menos la de la boca.

- ¡Cállate! –le espetó Andraia, sonrojándose furiosamente de nuevo-. ¡Eso no es asunto tuyo! ¡Y deja de hacer esos comentarios delante de los niños!

Sirius puso los ojos en blanco, dando a entender que había visto cosas peores, pero sonrió al comprobar que su madre había recuperado el aplomo y volvía a ser ella misma. Verla hundida y desesperada había sido una de las cosas más desagradables que había tenido la desgracia de encontrarse en su vida.

-Pasa a verlo, anda –añadió la mujer, señalando hacia el interior del cuarto con el pulgar, y sorbió por la nariz una vez más-. Quiere hablar contigo.

Johnny, que estaba apoyado en la barandilla de la galería, junto al grupo de chicos, se incorporó y echó a andar hacia la habitación del matrimonio Black, pero la conversación que se inició en ese instante a sus espaldas le hizo pararse en seco.

- ¡Eh! –exclamó Sirius-. ¿No ha venido Belle?

- Pues no –contestó Lily-. La verdad es que no sabemos dónde está. No vino al Callejón Diagon.

- Remus dice que estuvo hablando con ella y que, supuestamente, volvía de Lancaster esta mañana con su familia –añadió Peter.

- Sí, es posible que se haya retrasado, con las niñas –siguió Sam.

- Si queréis, nos acercamos a su casa –sugirió Remus llanamente-. Para saber si ya está aquí, o qué…

- ¡No!

Los seis se volvieron hacia John Potter, que los miraba con una expresión muy extraña que ninguno de los chicos consiguió identificar. Al notar que su reacción debía haber sido bastante sospechosa, el hombre carraspeó e intentó disimular, recuperando la compostura.

- Quiero decir… no me gusta la idea de que os vayáis por ahí vosotros solos en estos momentos. Esperad a que termine de hablar con Izzy, y yo os acompañaré, ¿de acuerdo?

Parecía nervioso. James y Sirius fruncieron el ceño con curiosidad, pero Remus alzó las cejas, despreocupado.

- No se preocupe, señor Potter –comentó con voz ligera-. Podemos viajar por red flu a mi casa y acercarnos a casa de Belle desde allí, está a menos de diez minutos de distancia.

John titubeó, no muy convencido.

- Preferiría que me esperarais, Remus, si no os importa…

- ¡Venga ya, tío Johnny! –renegó Sirius-. ¡No somos bebés! Sólo vamos a acercarnos a ver si está en su casa, no nos van a liquidar en un trayecto tan corto. Además, seguro que te enrollas hablando con papá y nos dan aquí las mil esperándote.

Daba la impresión de que el señor Potter no se estaba tomando el asunto a broma, porque su rostro no cedió un ápice. Y Andraia tampoco.

- Escuchad –musitó ésta, intercambiando una mirada con su primo antes de volver a mirar a los chicos-, escuchad, quizá sea mejor dejarlo para otro momento, u otro día… Sirius, preferiría que te quedaras en casa hoy…

Sirius abrió la boca para protestar, pero volvió a cerrarla, sin saber muy bien cómo replicar a su madre en un momento así.

- Vamos, mamá, por favor… Sólo un rato, volveré enseguida, te lo prometo. Pero hoy es el cumpleaños de Lily, y ya que la fiesta que habíamos planeado se ha ido al cuerno, me gustaría que al menos pudiésemos pasar la tarde todos juntos. Creo que nos merecemos un descanso después de lo que ha pasado, ¿no? Así tú podrás estar con papá y… ¡y tío Johnny va a quedarse también contigo!

John y Andraia volvieron a mirarse.

- Escuche, señor Potter, no se preocupe por nosotros –insistió Remus-. Vamos a pasar por mi casa, y seguro que mis padres están allí. Si lo que le preocupa es que nos movamos solos por ahí, puedo pedirle a mi padre o a mi madre que nos acompañe. No nos pasará nada.

El hombre miró a Lupin a los ojos, como sopesando lo que acababa de decir. Seguía sin parecer convencido, pero de repente una expresión de suprema derrota que nadie entendió se implantó en su rostro y asintió con la cabeza, suspirando.

- Está bien… -cedió, pasándose una mano por el pelo tristemente-. Pero Remus, no salgáis de tu casa si tus padres no están allí, esperad a que os acompañen antes de hacer cualquier cosa, ¿prometido?

- Prometido –contestaron los muchachos a coro, aunque de plano sabían que no iban a cumplir la promesa, y empezaron a levantar la sesión animadamente.

- Johnny… -susurró Andraia, entre alarmada y sorprendida, pero él hizo un gesto con la mano para acallarla.

Cogiendo un último bocadillo con avidez, Sirius se volvió hacia su madre y le echó los brazos al cuello para estrujarla con fuerza, plantándole un sonoro beso en la mejilla y provocando las quejas de ésta.

- Volveré enseguida, mamá –aseguró el chico, tranquilizador-. No te preocupes. Y aprovecha para hacer todas las guarradas que quieras con papá antes de que yo vuelva, que en esta casa se oye todo y luego me traumatizáis.

- ¡No seas grosero! –le espetó Andraia, pero la preocupación pudo al enfado y lo besó también, pasándole la manga de su túnica por la cara-. Y límpiate esa boca, que vas hecho un guarro.

Dedicándole a la mujer el sonido de un cerdo como última despedida, poniendo morros, Sirius volvió a besarla rápidamente, dejándole la cara llena de migas, y se apresuró a reunirse con sus amigos para bajar juntos las escaleras.

- Johnny –repitió Andraia, mirándolo con consternación-, ¿estás seguro de que es correcto que vayan solos?

- Con un poco de suerte, Selene ya se habrá hecho cargo de todo –suspiró el hombre, mirando hacia el techo-. Pero no puedo impedirles que se enteren de lo que ha pasado…

Durante unos segundos, se hizo el silencio entre ellos. Luego, sin decir ni una palabra más, el hombre se dio media vuelta y entró en la habitación de su amigo, cerrando la puerta tras él. Y Andraia, dejando escapar el aire con cansancio, volvió a mirar al grupo de adolescentes que llegaban ya al vestíbulo, enfrascados en su propio mundo.

- ¿La Atalaya? –exclamaba Lily, arrugando la frente-. ¿Por qué todas las casas de magos tienen que tener nombres tan ridículos?

- El de mi casa no es ridículo –se defendió Sirius, con la boca llena de bocadillo-. Es guay.

- Es ridículo –insistió Lily, y ambos se miraron con los ojos entornados.

- Todas las casas de magos que no están en la ciudad deben tener nombre, para poder inscribirlas en el registro de chimeneas de la red flu –explicó James, poniéndose en medio de sus dos amigos y separándolos sin muchas contemplaciones.

- Menos mal que el número 12 está en Londres, ¿eh, Jamie? –bromeó Sirius, dándole un codazo a Potter y salpicándole migas en la cara sin querer-. No quiero ni imaginar el nombre que le habría buscado la abuela a Grimmauld Place…

- ¿Eso quiere decir que ahora estamos en el campo? –Lily ignoró el comentario de Black y echó un curioso vistazo hacia las enormes ventanas del vestíbulo.

- Exacto, Evans, en plena campiña de Gwent.

- ¿En serio? –Lily parecía impresionada-. ¿Estamos en Gales?

- Espera a ver La Atalaya, Lily –terció Sam, sonriendo-. Es realmente impresionante, en Dover, en los acantilados. Quita el aliento.

James, Peter y Sirius se quedaron mirando a la rubia como si fuese una acromántula.

- ¿Cuándo has estado tú en casa de Remus? –exclamó James, boquiabierto.

- Sí, ¿hay algo que no nos hayáis contado? –arremetió Peter.

- Vino de visita el otro día –explicó Lupin, encogiéndose de hombros-. Su padre vino también y pasamos muy buena tarde, ¿verdad, Sam? ¿Necesitáis que os hagamos un informe?

- No estaría mal –gruñó Sirius, suspicaz-. Vosotros dos estáis empezando a…

Pero se interrumpió cuando un nuevo estallido surcó la casa, y el grupo en pleno, con Sirius en cabeza, se quedó clavado a tres pasos del salón cuando vieron salir por la puerta de éste a un hombre que nadie, excepto el propio Black y James, había visto jamás. El recién llegado, distraído en sacudirse la ceniza de su impecable y costosa túnica, no vio a los jóvenes hasta que estuvo a punto de chocarse con ellos. Y también se quedó quieto, como pegado al suelo.

- Sirius –musitó con un gesto, a modo de saludo.

Él se quedó mirándolo en silencio mientras terminaba de masticar lentamente lo que tenía en la boca y no habló hasta que se lo tragó.

- Buenas tardes, tío Arens –contestó fríamente, irguiendo la espalda.

Lily sintió que el ambiente se solidificaba. Aquel hombre, sin duda, tenía que ser hermano de Izzy Black, porque se parecía muchísimo a él. De hecho, se parecía incluso más al propio Sirius, porque tenía su misma complexión delgada y de hombros estrechos que Izzy, algo más corpulento, no compartía. El lacio pelo negro, la cara delgada y angulosa y los afilados ojos azul claro lo identificaban inmediatamente como un Black. Pero su expresión fría y desdeñosa distaba mucho de la de su hermano y su sobrino.

- Vengo a ver a mi hermano –comentó el hombre, de forma totalmente innecesaria, y con el mismo tono que si estuviera haciéndole un favor a la humanidad-. ¿Cómo se encuentra?

- Oh, muy bien –contestó Sirius, con un sarcasmo tan obvio que resultaba ofensivo-. Estoy seguro de que se alegrará muchísimo al verte.

Arens lo fulminó con una gélida mirada, pero su rostro no cambió de expresión.

- Eres un impertinente, Sirius –musitó con voz ponzoñosa-. Y cada vez que te veo, me resultas más impertinente todavía. Debes haberlo heredado de tu madre –el muchacho se sonrojó de rabia en un dos por tres, apretando los puños con tanta fuerza que estuvo a punto de despedazar el bocadillo que conservaba en la mano. Pero su tío, sin inmutarse, no le dio tiempo a decir nada más-. ¿Tu padre acaba de ser atacado por los mortífagos y tú te vas por ahí con tus amigos? Pensé que querías un poco más a mi hermano…

- Sí, lo quiero tanto como tú –replicó Sirius entre dientes, desafiante.

Sin embargo, Arens no se dio por aludido y lo ignoró otra vez, dedicándose a pasear la mirada por el grupo de jóvenes que tenía delante y deteniéndose con hiriente descaro en las ropas muggles que todos ellos llevaban puestas, como si considerase inconcebible que un mago pudiera vestirse con "eso". Cuando sus ojos llegaron a Lily, se detuvo especialmente en ella, arrugando la nariz, como si la pelirroja fuese lo más desagradable que se había encontrado en aquella casa. Sirius se plantó rápidamente ante su amiga, tapándola a la vista de su tío.

- Papá está arriba, tío Arens, como te imaginarás –escupió con rencor-. Así que puedes subir a verlo cuando quieras. ¿Va a venir también tía Delia, o consideráis que son demasiadas impresiones para un hombre convaleciente en un mismo día?

Arens pasó de largo a Sirius y los demás sin volver a mirarlos siquiera, dirigiéndose hacia las escaleras.

- Mi hermana está cuidando de mi madre, Sirius. Seguramente no lo sepas, ya que te importa tanto tu familia como la cría de occamys en la India, pero tu abuela es una persona delicada y el ataque a Izzy le ha afectado mucho.

- No lo dudo –gruñó el chico, frunciendo el ceño en dirección a la elegante figura de su tío, que llegaba ya por la mitad de las escaleras-. ¡Dale recuerdos a Regulus de mi parte cuando vuelvas a casa!

Y, sin más, se apresuró a entrar rápidamente en el salón, haciendo como que no oía el irónico "Ah, Andraia, estabas aquí. No me había dado cuenta, te camuflas tan bien con el ambiente…" que Arens acababa de soltarle a su madre al llegar a la galería. Lily sentía en el cuerpo una sensación tan desagradable como la que la invadía cada vez que se encontraba con Snape, Lestrange y la demás peña de Slytherin.

- ¿Ése es el padre de Regulus? –le murmuró a James.

Pero fue Sirius quién contestó.

- Sí. Así que vámonos antes de que respirar su mismo aire me haga vomitar la comida.

-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-

Cuando John entró en el dormitorio de Izzy, éste permanecía tumbado en la cama, boca arriba, con la mirada clavada en el techo y aspecto de estar sumido en lúgubres pensamientos. No habló hasta que su amigo se sentó a su lado en una silla, suspirando.

- Bueno, dame tu informe, ¿no? –murmuró Izzy, sin mirarlo.

John respiró hondo y empezó a contarle a Black los pormenores de lo ocurrido en Notthing Hill, lo que habían descubierto sobre el primer ataque, cómo se había desarrollado el segundo, el número de bajas y heridos, toda la serie de destrozos muggles, cómo se había quedado patas arriba el Ministerio, la conmoción general y todos los horrores típicos de un suceso así. Sin embargo, tras cerca de 10 minutos de monólogo, tuvo que dejar de ignorar el hecho de que su compañero no estaba haciéndole ni caso.

- Izzy –masculló al fin, exasperado-, no es por nada, pero… ¿me estás escuchando siquiera?

- La verdad es que no –admitió él, aún con esa voz baja y lenta-. Estaba pensando en mi mujer. ¿Sabes?, esta experiencia cercana a la muerte me ha hecho darme cuenta de muchas cosas… El caso es que me gustaría hacerle el amor a Andraia, pero no sé si voy a poder hoy…

John se estampó una mano en la cara, dándose por vencido.

- Eso díselo a ella, no a mí –gruñó-. Digo lo mismo que Sirius, no me interesan vuestras historias de cama.

Izzy volvió la cabeza muy despacio para mirarlo con una vaga sonrisa, y John se dio cuenta por primera vez del aspecto tan horrible que ofrecía y lo cerca que había estado de verdad de irse al otro barrio. La garganta se le cerró con un fuerte nudo ante esa simple idea que llevaba evitando desde que se había enterado de lo ocurrido a su mejor amigo. Y algo de esos pensamientos debió reflejársele en la cara, porque Izzy musitó:

- No te preocupes. Estoy bien, de verdad. En unos días estaré como nuevo, sólo necesito descansar.

- Ya –John desvió la mirada, para que Izzy no viera el miedo que sin duda debía estar titilándole en los ojos, y carraspeó-. Pero, aún así, procura no ser tan condenadamente heroico la próxima vez.

- ¿Qué próxima vez? –Black volvió a mirar al techo-. No va a haber una próxima vez.

Entre los dos hombres se hizo un denso silencio que Potter no se atrevió a romper. Izzy levantó lentamente la mano derecha y se la quedó mirando, como si fuese la primera vez que la veía.

- He salvado la vida porque soy tu Guardián, Johnny –dejó escapar, con un tono indescifrable-. Los poderes de Guardián me han salvado la vida. Pero, aunque estoy vivo, ahora he dejado de ser útil por completo. En estas condiciones no puedo ser tu Guardián, ni protegerte de nada.

- No seas estúpido –se apresuró a interrumpirlo John con firmeza-. Te recuperarás, Izzy. Y volverás al trabajo de campo, y seguirás siendo el primero en aparecer en los sitios, dirigiendo a tus hombres.

Black rió con amargura, dejando que la mano derecha cayera de golpe otra vez sobre el colchón, como un miembro muerto. Pero no insistió en el tema.

- ¿Era finalmente una maniobra de distracción? –inquirió, mirando de nuevo a su amigo con gesto elocuente.

John asintió, apesadumbrado. Y entonces procedió a contarle el otro suceso de la noche, que se escondía tras la bestial embestida en Notthing Hill. Izzy escuchó todo el relato muy serio, sin abrir la boca ni apartar sus ojos de John, y, cuando éste terminó, permaneció en silencio un poco más, antes de volver a hablar.

- Así que, después de todo, ese cabrón ha conseguido escapar, ¿no?

- Sí. Le he cedido a Zephirus los pocos aurores que me quedaban ilesos después del atentado y ha salido justo después del amanecer.

- Deja de hacer eso, hombre –Izzy soltó un resoplido de risa-. Mandas a los aurores a misiones personales, secuestras sanadores de San Mungo para que atiendan a tus amigos cuando allí están colapsados… Eres la persona más corrupta que me he encontrado en la vida.

- Los hay peores –John enarcó una ceja-. Como te podrás imaginar, no iba a permitirle ir solo en busca de ese mal nacido.

Hubo otro instante de silencio, y después:

- Johnny… ¿Crees en serio que Zephirus conseguirá rescatar a Mel?

- Sí –asintió éste sin vacilar-. Es su Guardián por algo, ¿no?

Izzy sonrió.

- Sí… es su Guardián por algo. Entonces, ¿Arabella está bien?

- No sé si estará "bien", pero por lo menos viva sí está. Selene se está encargando –hizo una pausa, vacilante, pero al final añadió, con un hondo suspiro-: Izzy… he dejado que los chicos fueran a verla.

Su amigo se volvió a mirarlo con toda la incredulidad que pudo reflejar en su maltrecho rostro.

- Me estás tomando el pelo, ¿no? –inquirió, y su incredulidad aumentó al ver que Potter negaba con la cabeza, su mirada fija en el suelo-. Bueno… pues ya sabes lo que eso implica, amigo mío.

- Lo cierto es que tampoco tiene por qué…

- Belle ya lo sabe –Izzy se apresuró a atajar la avalancha de excusas que preveía-. Belle ya sabe quién es su madre. Y va a decírselo a los chicos en cuanto los vea y ellos le pregunten qué le ha pasado. Zephirus le hablará a Remus sobre los Guardianes. Y, a no ser que se limiten a hablar de ellos solamente, este asunto nos va a salpicar también a ti y a mí. Y sinceramente, Johnny, después de lo de hoy, yo quiero hablar con Sirius cuanto antes. No estoy dispuesto a que me maten y mi hijo no haya oído nada de mi boca.

- Bueno, esperemos un poco a ver qué pasa, y después ya…

- Después –bufó Izzy-. Después. Siempre después. Se me había olvidado que ésa era tu palabra favorita…

John frunció el ceño, molesto.

- Creo que ya son bastantes emociones para un solo día, Izzy. ¿O quieres que sature a mi hijo aún más en cuanto vuelva a casa?

- Siempre encuentras una excusa ridícula que a ti se te hace maravillosa, pero eso no significa que deje de ser ridícula. Mejor oportunidad que la de hoy no vas a tener. No te digo que satures a tu hijo, sólo te digo que le cuentes algo alguna vez. Pero haz lo que te dé la gana, John, porque no pienso discutir contigo en estos momentos.

Tras esas palabras, Izzy se quedó con la mirada perdida en la pared de enfrente, con los ojos entornados, más hundido y demacrado que nunca. El silencio volvió, más tenso que los anteriores, y Johnny bajó la vista nuevamente, arrugando el entrecejo, como un niño al que acaban de regañar.

- Los ojos de Lily… -comentó de repente Black, con aire ausente-. Cada vez que los veo me parecen más verdes…

John permaneció callado y sin mirarlo, contrayendo las cejas con consternación. Izzy lo miró de reojo.

- Tampoco piensas decirle eso a James, ¿verdad?

- ¡Por supuesto que no! –saltó en el acto Potter, brincando en la silla y volviendo la cara hacia Izzy con reproche-. ¡Ni siquiera sabemos con certeza si Dumbledore estaba en lo cierto con respecto a ella o no!

Izzy torció la boca en una mueca y suspiró con cansancio.

- Claro. También se me había olvidado que para ti no hay nunca nada seguro. No es seguro que James vaya a tener que verse envuelto en esta guerra, cuando sabes de sobra que ya lo está… No es seguro que esa niña sea quién Dumbledore sospecha que es, cuando sabes de sobra que White nos lo confirmó… Y no es seguro que Voldemort matara a Grace por lo que la mató, ¿verdad?

Al parecer había puesto el dedo en la llaga. Los ojos de John se oscurecieron y bajó la vista hasta que el desgreñado flequillo se los ocultó por completo.

- James no necesita que le explique nada, Izzy. Averiguará todo lo que necesita saber por sí mismo… como hice yo.

El moreno de ojos azules lo miró casi con lástima.

- Dime, Johnny… ¿a ti te gustó tener que descubrirlo todo por tu cuenta? –él no contestó, de modo que Izzy volvió a la carga-. Puedes buscar todas las excusas que quieras para justificarte, pero deja de engañarte a ti mismo, por favor. Lo único que estás haciendo es huir de tu responsabilidad como padre. Querer proteger a tu hijo está muy bien, pero todo tiene un límite, te lo hemos dicho millones de veces. No condenes a James a lo mismo que tuviste que pasar tú, sólo porque tienes miedo de decirle la verdad –John siguió sin contestar y Black resopló, hastiado-. Mira, ¿qué pretendes hacer si James se enamora de Lily Evans?

Y, para sorpresa del director de la Oficina de Desinformación, una extraña sonrisa, entre irónica y nostálgica, cruzó el rostro de su compañero.

-No me negarás que tendría gracia que ocurriera, ¿verdad? –comentó-. Porque entonces la historia volvería a repetirse otra vez…

Izzy dejó escapar un profundo suspiro, rindiéndose definitivamente, y se hundió aún más entre las almohadas.

-Vete al diablo –masculló-. Tu sentido del humor es más negro que el corazón de mi madre. Y eso ya es decir.

-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-_-

El primero en salir disparado por la chimenea fue Peter, que trastabilló y fue a caer sobre un sillón que había justo enfrente. Pero, antes de que pudiera apartarse, Sam salió disparada y cayó sobre él, seguida de Sirius… al que siguió Lily… a la que siguió James… y al que siguió Remus, cerrando la comitiva. En conclusión, el sillón no pudo aguantar el peso de todos y se volcó con gran estrépito.

- Le he dicho a mi padre mil veces que quite este sillón de aquí –gruñó Remus, intentando incorporarse.

- ¡Quitaos de encima! –gimió Peter, que estaba siendo aplastado por los otros cinco-. ¡Creo que me he roto algo!

Tras unos trepidantes segundos de pataleos, pisotones y codazos, consiguieron deshacer el nudo de cuerpos humanos y por fin pudieron ponerse en pie. Lily, tambaleándose, miró alrededor con interés, fijándose en cada detalle. La casa de los Lupin no tenía nada que ver con la de los Black, pero a ella le pareció más acogedora, quizá porque al ser más pequeña y sencilla la sentía más cercana a su propia casa.

El salón-comedor no debía ser mucho más grande que el que tenía ella en Privet Drive. La decoración era muy simple, pero le daba un aspecto agradable. Frente a la chimenea había una mesita de té baja, rodeada por un sofá y dos sillones de aspecto cómodo y antiguo, con numerosos y dispares cojines que parecían haber terminado allí por pura acumulación. Una alfombra desgastada cubría el suelo de parqué y en la parte izquierda de la estancia había una mesa camilla con cuatro sillas. Cada hueco de pared libre estaba ocupado por cuadros de colores cálidos, estanterías repletas de libros y aparadores con fotos familiares, aunque todo estaba tan bien colocado que no daba sensación de ahogo en absoluto. Tres de las paredes estaban forradas de papel claro, y la otra cubierta con unas cortinas que se extendían a ambos lados de la chimenea y que, a pesar de ser gruesas, dejaban pasar bastante luz.

- Bueno: hogar, dulce hogar –entonó Sirius, poniendo los brazos en jarras con satisfacción y mirando todo lo que lo rodeaba, tras terminar de sacudirse la sudadera-. Remus, amigo mío, siempre que vengo a tu casa me siento como si estuviese en la mía.

Lupin, que estaba colocando de nuevo el sillón, le dirigió una mueca.

- Por eso sueles dejarte los modales olvidados en la chimenea, ¿no?

- ¡Eh! Mis modales siempre son impecables…

- Dijiste que el nombre de tu casa tenía razón de ser, Remus –intervino Lily con aire risueño, volviéndose hacia su amigo después de observar los cuadros que tenía más cerca, casi todos de escenas marítimas o campestres-. ¿Por qué se llama La Atalaya entonces?

Con una ambigua sonrisa, el casi rubio se dirigió a la pared de la chimenea, agarró una de las cortinas y la corrió de golpe con un gesto.

- Por esto –contestó orgulloso, señalando al exterior.

Lily soltó una exclamación de asombro que hizo reír a los demás y se acercó corriendo hasta Remus, con los ojos como platos. Una intensa luz blanca había inundado la estancia, haciendo resaltar de tal modo la claridad de las paredes y el techo que casi hacía daño a la vista. Toda la pared, excepto el trozo que ocupaba la chimenea, estaba compuesta por unas enormes cristaleras, del suelo al techo, que mostraban una de las vistas más impresionantes que Lily había visto jamás. El mar… se extendía ante sus ojos hasta perderse en el horizonte. Incluso podían oírse las olas chocando contra el acantilado.

- ¿Quieres echar un vistazo? –invitó Remus, divertido por su reacción, y abrió la puerta corrediza de cristal, dejando entrar en la sala la fresca brisa marina, cargada de olor a sal.

Lily salió a la terraza, temblando, y se encaramó a la barandilla para contemplar el lugar, aún impresionada. Era como si estuviesen flotando en el aire, pero, al levantar la vista hacia atrás, vio que la vivienda entera estaba construida pegada a la pared del acantilado, como una casa colgante. La impresionante pared blanca de los acantilados de Dover…

- Esto es increíble –musitó-. Precioso…

- Eh, Remus –Sirius, que también había salido a la terraza, junto con los demás, se subió a la barandilla hasta doblarse por la cintura hacia el vacío-. ¿Nunca te he dicho que este sitio es perfecto para suicidarse?

- No me lo había planteado –sonrió éste-. Al menos, no últimamente.

- Qué siniestro…

- ¡Bájate de ahí! –Sam agarró a Black por la sudadera para devolverlo al suelo, nerviosa-. ¿No íbamos a acercarnos a casa de Belle?

Y, a regañadientes, todos volvieron adentro.

- ¿La casa de Belle también está en la pared de los acantilados? –preguntó Lily, que fue la última en entrar, junto con Remus.

- No, Belle vive arriba, su casa es bastante más grande que la nuestra. Saldremos por la puerta de atrás, el jardín comunica con un camino que sube a la cima de los acantilados…

No le dio tiempo a terminar de hablar, porque un inesperado chillido de alegría hizo brincar del susto al grupo entero.

- ¡Remus!

La pequeña cabecita rubia de Rebeca Lupin, la hermana pequeña de Remus, se asomaba discretamente desde la puerta que daba al pasillo, como examinando el origen del alboroto que los chicos habían montado al llegar. Pero, al ver que eran ellos, entró corriendo en la estancia, con los brazos levantados y una enorme sonrisa cruzándole la cara entera. Lily se preguntó una vez más cómo conseguiría la madre de aquella criatura hacerla ver adorable con algo tan simple como un vestidito de verano blanco sencillísimo.

- ¡Eh, Beck! –exclamó su hermano, sonriendo en respuesta también-. ¡Ven aquí, enana, dame un beso!

Agarró a la pequeña como si no pesara nada y la cogió en brazos tan enérgicamente que la niña voló por unos instantes, partiéndose de risa. Luego le echó los brazos al cuello a Remus y lo achuchó con todas sus fuerzas, plantándole un sonoro y baboso beso en plena cara.

- ¡Ahhh! –protestó el casi rubio-. ¡No me babees, guarra!

Sirius soltó un grito repentino y los hermanos Lupin dejaron de reír para brincar de nuevo, sobresaltados, volviéndose hacia él.

- ¡REMUS! –bramó con indignación-. ¿DESDE CUÁNDO COJONES TIENES UNA HERMANA?

- Desde que nació hace seis años –rió el aludido, enarcando una ceja.

- ¡Sirius! –reprochó la niña-. ¡Ya no tiene gracia, siempre haces lo mismo!

Y, sin poder evitarlo, todos se echaron a reír.

Desde que el joven Black había conocido a la pequeña Becky, dos años atrás, durante el funeral de Icarus Figg, había adoptado la costumbre de reproducir la escena de nuevo siempre que se volvían a encontrar, como indirecta venganza por haber sido el último en enterarse de la existencia de la niña. Y eso a ella le repateaba enormemente.

- Eres tonto –añadió Becky, mirando a Sirius con los mofletes hinchados en señal de indignación-. ¡Y no digas palabrotas en mi casa!

- Uff… Perdonadme, mi estimada princesa, había olvidado que mis bromas hieren vuestra sensibilidad –entonó Black pomposamente, haciendo una floritura antes de coger la mano de la niña y besarla solemnemente-. No era mi intención ofenderos…

Becky retiró la mano con garbo y la extendió bajo las narices de Sirius, con la palma vuelta hacia arriba.

- Mis grageas Bertie Botts –exigió, con aire inflexible-. La última vez me prometiste dos bolsas.

- ¡Joer! –exclamó Sirius, dejando las bromas de lado-. La última vez fue hace casi un mes, Rebeca. ¿No me vas a dejar pasar ni una?

- Cuando me las des, te perdono –y, sin más, Becky miró a las chicas, alzando otra vez los brazos con entusiasmo y recuperando su enorme sonrisa-. ¡Lily, feliz cumpleaños! ¡Sammy, bienvenida a casa!

Ellas se acercaron enseguida para saludarla y darle un par de besos, aprovechando que la pequeña había vuelto al "modo cariñoso". James y Peter se quedaron un poco apartados de los demás, haciendo como que cuchicheaban entre ellos.

- ¿Y a nosotros no nos saluda?

- Si tendrá valor…

- No me esperaba esto de Becky…

- Ni yo, está perdiendo facultades…

- ¡James, Peter, qué guapos estáis hoy! –exclamó Becky de inmediato, manteniendo su risueño aspecto encantador, y les tendió los brazos como si pretendiera abrazarlos a distancia.

- Tu hermana me da mucho miedo –le musitó Sirius a Remus por lo bajo, procurando que ella no lo oyera.

- Dímelo a mí, que vivo bajo el mismo techo… Beck, ¿están en casa papá o mamá?

- Nop –la pequeña volvió a centrar su atención en su hermano mayor, abrazándose de nuevo a su cuello mientras sacudía la cabeza en gesto de negación, haciendo volar sus rizos rubios.

Remus frunció el ceño, extrañado.

- ¿No? ¿Se han bajado al Observatorio, o algo así?

Becky negó otra vez.

- ¿Entonces dónde están?

- Papá se ha ido antes de que yo me despertara –explicó ella, encogiéndose de hombros-. Y mamá salió antes de comer y me dijo que no saliera de casa. Todavía no ha vuelto.

- Ya… -Remus intercambió una mirada con sus amigos, pero prefirió no insistir delante de su hermana, así que cambió de conversación, saliendo ya hacia el pasillo lentamente-. ¡Oye, tengo un regalo para ti! Lo dejó Opal en su casa antes de irse con sus abuelos.

- ¿Sí? –Becky se emocionó en el acto-. ¿Y qué es? Dímelo, dímelo, dímelo…

- Ya lo verás esta noche, me lo he dejado en Londres, luego volveré a por él. ¿Has comido ya, o quieres que te prepare algo?

- Mamá me dejó la comida antes de irse…

Detrás de los hermanos, que iban inmersos en su conversación mientras se dedicaban carantoñas el uno al otro (Becky estaba empeñada en demostrarle a Remus que tenía el flequillo tan largo que le llegaba hasta la boca y le tiraba levemente del pelo al mismo tiempo que él intentaba demostrarle a ella que la lengua no le llegaba a la nariz) salieron del salón todos los demás también, con la misma naturalidad que si estuvieran en su casa.

- ¿Sammy? –se burlaba Sirius, pinchando a Sam en la espalda con una risita-. ¿Puedo empezar a llamarte así yo también, querida?

- Puedes intentarlo, a ver si sobrevives…

- ¿Qué le ha regalado Opal a Becky? –le preguntaba James a Peter, justo detrás de los otros dos.

- No me lo quiso enseñar porque dijo que era una sorpresa, pero creo que es uno de esos collares de bolitas de colores hecho a mano…

Lily se rezagó a propósito, quedándose atrás para ir observando a su antojo el lugar. La casa de los Lupin parecía distribuirse completamente a partir de un largo y recto pasillo que iba desde la puerta principal hasta la puerta de la cocina, que estaba al fondo. A mano derecha no había ninguna sala y Lily supuso que era obvio, ya que ese muro lindaba con la pared del acantilado. Por eso se sorprendió al ver un par de puertas a la derecha casi al final del pasillo, justo enfrente de las escaleras que subían al piso superior.

- ¿Qué es esto? –preguntó, a nadie en especial-. ¿Un armario?

Remus, que iba en cabeza con Becky aún en brazos, se detuvo y se volvió a mirar a su amiga desde el umbral de la cocina. Su figura se recortaba en negro contra la intensa luz de la tarde que entraba a raudales por las ventanas que había dentro, a su espalda, y Lily no consiguió distinguir su expresión.

- Esa puerta lleva al Observatorio –explicó, señalando la primera de ellas con un gesto de cabeza-. Hay que bajar unas escaleras infernales y claustrofóbicas, pero merece la pena, porque las instalaciones son impresionantes. Está totalmente excavado en la roca, ¿sabes? Y los telescopios atraviesan la pared del acantilado.

- ¡Wow! –silbó la pelirroja, impresionada-. ¿Y la otra puerta?

- Ése es el sótano.

Remus se dio la vuelta y entró en la cocina, sin especificar ni añadir nada. Pero tampoco fue necesario. Lily, que ya tenía una mano alargada hacia el picaporte, la apartó rápidamente y se alejó de allí.

- Oh, Becky, por Merlín… -suspiró el casi rubio, viendo el panorama que lo esperaba al otro lado de la puerta-. Se nota que has comido sola, de verdad… ¿Qué has hecho?

- Había tarta de chocolate de postre –contestó ella, abriendo la boca otra vez en una radiante sonrisa, como si eso lo explicara todo.

Él la dejó de pie en una de las sillas de la cocina y se arremangó para poner un poco de orden en el sitio, empezando por recoger la destrozada servilleta abandonada en el suelo, llena de manchas de tomate y chocolate que tenían un aspecto aterrador. Becky, ajena al supuesto destrozo que le atribuían, se sentó de nuevo con las piernas dobladas sobre el asiento y reemprendió la labor que debía haber estado realizando antes de que ellos llegaran: colorear el dibujo de un bicho que tenía toda la pinta de ser un dragón… aunque la especie quedaba indescifrable bajo un borrón de colorines propio de un arco iris.

- ¡Mirad! –les dijo a Lily y Sam, risueña-. ¿A que es bonito?

Mientras las chicas alababan el dibujo de la niña, Sirius se sentó a la mesa junto a ella y levantó la tapa del cuadernillo distraídamente: Juega sin peligro con los animales fantásticos y aprende a identificarlos. O eso supuso, porque la mitad del título quedaba ilegible por un pegote de chocolate perteneciente al pastelito que estaba aplastado debajo.

- Puaj… Becky, cielo, has espachurrado un pastel de chocolate con tu cuaderno de dibujo, ¿sabes?

- Ah –entonó ella, alzando las cejas con perfecta inocencia, y se inclinó para echar un vistazo-. Ya decía yo que no lo encontraba…

- ¿Y estás aprendiendo a identificar animales fantásticos de verdad? –terció con una sonrisa Peter, que también se había sentado junto a la niña.

- ¡Sí! Éste es un Bola de Fuego Chino…

- Pues pensé que los Bola de Fuego eran rojos, no multicolor…

Remus sonrió vagamente mientras su hermana soltaba una retahíla de reproches incoherentes pero aplastantes a Sirius y, después de dejar todos los cacharros que Becky había ensuciado en la pila del fregadero, se acercó a la puerta trasera que comunicaba con el jardín. Sin embargo, nada más tocar el picaporte, lo volvió a soltar, sobresaltado, agitando la mano. El único que se dio cuenta del gesto fue James, que frunció el ceño y se acercó a él.

- ¿Qué pasa? –le murmuró.

- Han encantado la casa –contestó Remus en un susurro, mirando la puerta con una mezcla de sorpresa y preocupación-. Es el encantamiento escudo que hace mi madre todos los meses, con la luna llena, desde que me mordieron.

- ¿Para que no salgáis?

- No, para que nadie entre.

Los dos amigos se miraron con inquietud.

- Si te dedicas a comer chocolate sin parar, se te caerán todos los dientes –seguía Sirius, con tono sabio-. ¡Vaya cosas que te enseña tu hermano!

- Ya se me han caído, mira –y Becky se tiró del labio inferior, mostrando al chico los agujeros que tenía en la fila de pequeños dientes-. Mi papá dice que luego salen otra vez.

- Sí, pero ésos se te caen porque son de niña pequeña y tienen que salirte los de niña mayor. Pero si pierdes también los de niña mayor te quedas sin dientes.

- ¡Mentira, si se te caen, te salen otra vez!

- Nooo –la voz de Black se impuso a las risas de Peter y Lily-. Te quedarás sin dientes como una abuela.

- ¡Mentira! Eso no es verdad, ¿verdad que no, Sammy?

- Ehhh…

Y mientras Sam intentaba darle una explicación a la pequeña que no "hiriera su sensibilidad", como decía Sirius, Lily volvió la vista, aún medio riendo, y se fijó en la escena que se desarrollaba junto a la puerta.

- ¿Qué pasa? –musitó, asomando la cabeza por encima del hombro de Remus-. ¿Han dejado cerrado, o algo así?

Remus le explicó en pocas palabras la situación.

- ¿En serio? –se sorprendió ella, agrandando los ojos, y luego miró a James-. Quizá deberíamos hacer caso a tu padre y esperar aquí…

- Mi madre no pone este hechizo cada vez que sale de casa, Lily. Ni siquiera cuando deja sola a Becky, que no es muy frecuente, por cierto. Ha debido pasar algo, y como esta noche me quedé a dormir en casa de Peter…

- ¡Eh! ¿Qué hacéis? –exclamó Sirius, hastiado, incorporándose después de su última riña con Becky-. ¿Nos vamos o qué?

- Beck –Remus se volvió hacia su hermana, intentando aparentar normalidad-, ¿seguro que no te han dicho papá y mamá a dónde iban?

- Yo no he visto a papá, ya te lo dicho, estaba durmiendo. Y mamá dijo que volvería enseguida y que no me moviera de aquí.

- ¿Pasa algo? –inquirió Sam, arrugando el ceño, y las caras de Peter y Sirius se volvieron serias también.

Lupin intercambió una mirada con James.

- No, no, nada –contestó, y, con una pequeña mueca, agarró de nuevo el picaporte y lo accionó, abriendo la puerta-. Venga, salid.

James y Lily, que eran los que estaban más cerca, fueron los primeros en abandonar la cocina. Nada más cruzar el umbral, ambos se estremecieron y se miraron, sorprendidos. Había sido como atravesar una cortina de agua fría, la misma sensación que te invade cuando pasas a través de un fantasma. Sam también se estremeció visiblemente al salir, y volvió la vista hacia atrás mientras bajaba los escalones, como si esperase ver a Sirius a su espalda echándole agua en la cabeza.

- Waa, ¿qué es esto? –soltó Black nada más pasar bajo el dintel, llevándose las manos a la cabeza y mirando rápidamente hacia arriba, al mismo tiempo que Peter, a su lado, se sacudía por un escalofrío.

Remus fue el último en salir. Cuando todos estaban fuera ya, se volvió hacia Becky, que se había bajado de la silla y lo miraba con aire triste y una gruesa cera azul entre los dedos.

- ¿Te vas ya? –musitó decepcionada.

- No te preocupes –sonrió él, y se acercó para cogerla otra vez en brazos y darle un beso en la frente-. Vuelvo enseguida.

- Eso dijo mamá, y me ha dejado toda la tarde sola –protestó Becky, aferrándose al cuello de su hermano y hundiendo la cara en su hombro.

Al mayor de los Lupin lo invadió una sensación muy extraña, como un mal presentimiento. Que su padre hubiese salido temprano y no hubiese vuelto, y que su madre se hubiese marchado dejando a Becky sola en casa no le parecía ni medio normal. Pero quedarse allí no aliviaría esa sensación. Si se acercaban a casa de Belle y ella no estaba allí, ya volverían y él buscaría la forma de localizar a sus padres.

Acarició los rizos rubios de la niña un momento, apoyando también la mejilla en su hombro, y después volvió a dejarla en el suelo, con un nuevo beso en la frente.

- Vuelvo enseguida –repitió-. No salgas de casa, Beck.

Y cruzó el umbral para reunirse con los demás, cerrando tras él.

- ¿No deberíamos llevarnos a Becky, para no dejarla ahí sola? –sugirió Sam, que se abrazaba a sí misma y tenía el vello de los brazos erizado por la fría brisa de los acantilados.

- No –Remus dirigió un preocupado vistazo a la fachada-. Mi madre ha hecho un encantamiento escudo especial para proteger la casa y que nadie pueda entrar. Si ha dejado sola a Becky ahí dentro, es porque está más segura que donde quiera que esté ella.

Sirius, Peter y Sam se miraron con nerviosismo.

- ¿Crees que ha pasado algo? –preguntó Peter.

- No tengo ni idea. Pero ya lo averiguaremos después, ocupémonos primero de localizar a Belle.

Como ya había explicado Lupin antes, el pequeño jardín trasero de la casa (una parcela cuadrada tan ancha como la fachada) estaba enmarcado también por una barandilla igual a la de la terraza del salón. Estaba claro que se trataba de un terreno artificial, porque se sostenía en el aire como la propia casa y, más allá de la barandilla, volvía la pura piedra blanca de los acantilados. Una puerta en la reja daba acceso a un angosto camino que casi parecía tallado en la misma roca y subía, serpenteando por la pared, los escasos cuatro o cinco metros que los separaban de la cima. Allí se dirigieron, desfilando en fila india, y Lily no se atrevió a separar sus ojos de la nuca de Peter en los dos minutos que duró el trayecto, demasiado atenazada por la sensación de vértigo al estar trepando por un precipicio a quién sabe cuántos metros de altura.

Y al llegar por fin arriba, la fuerza del viento estuvo a punto de tirarla contra el suelo.

- ¡Apartaos del borde, adentrémonos un poco! –gritó Remus por encima del aire atronador para hacerse oír.

Los demás no necesitaron escucharlo dos veces. Se alejaron corriendo del borde del acantilado, dirigiéndose tierra adentro, y entonces, al levantar la vista con los lagrimosos ojos entornados, Lily vio por fin la casa de Belle, a unos veinte o treinta metros de distancia. Se parecía bastante a la casa de la familia Figg en Lancaster, aunque más pequeña, bordeada también por un muro de piedra que delimitaba el jardín.

Aún estaba observando el edificio cuando James se desató de la cintura la camisa a cuadros y se la pasó por los hombros inesperadamente, indicándole con un gesto que metiera los brazos por las mangas y se la cerrara.

- ¡Te vas a helar, con el frío que hace aquí! –gritó por toda explicación.

- ¿Tú no tienes frío? –replicó ella, mientras se abrochaba los botones con dificultad. La camisa le quedaba muy grande, pero agradeció enormemente el calorcillo que le proporcionó, porque ya tenía la carne de gallina.

- ¡Estoy acostumbrado al frío, vivo en el norte! –James le quitó importancia al asunto con un gesto.

Lily sonrió con gratitud y vio que cerca de ellos se desarrollaba una escena similar. Sirius acababa de quitarse la sudadera que llevaba puesta, quedándose en manga corta, para pasarle la prenda a Sam, que tiritaba tanto que parecía estar sufriendo algún tipo de ataque.

- ¡Gracias! –la voz de la rubia llegó hasta ellos amortiguada por el viento-. ¡Lo siento, en Kehjistan el clima es muy cálido, no me adapto al frío! ¡En Belfast siempre iba con varias capas de ropa!

- ¡Pues yo tampoco soy ningún roble, encanto, así que dame calor humano! –contestó Sirius, y le pasó un brazo por los hombros a Sam, apretándose contra ella al mismo tiempo que ésta lo rodeaba por la cintura.

El único que parecía estar por completo en su ambiente era Remus, que iba en manga corta también y el detalle no parecía inmutarlo siquiera. Avanzaron silenciosos por la hierba, bajo el cielo de color gris pálido, sacudidos por el violento aire. Lily, con los brazos fuertemente cruzados sobre el pecho, oía un rumor intenso que se mezclaba con la brisa y el romper de las olas, y, girando con dificultad el rostro, arrepintiéndose de haberse dejado el pelo suelto, echó un vistazo por encima del hombro. Varios metros más allá del borde del acantilado y de la casa de los Lupin (de la que sólo se veía ya la parte más alta del tejado de pizarra) se alzaban los robustos árboles de un bosque que se extendía hasta dónde llegaba su vista. Las copas se bamboleaban, sacudidas por el viento, como si una gigantesca mano invisible pasara por encima de ellas, agitándolas.

Tardaron entre 5 y 10 minutos en llegar hasta la casa de los Figg. Se detuvieron frente a la verja de entrada, que tenía en el centro un escudo con una elaborada F y dejaba ver el camino de gravilla que llevaba hasta la fuente principal, justo enfrente de la fachada de la casa. Era un caballo alado, encabritado en corveta y con las enormes alas extendidas, como el que habían visto en la lápida de la entrada al panteón familiar de los Figg. La fuente no echaba agua, las plantas del jardín no movían ni una hoja, como ajenas al viento que tambaleaba a los chicos, las cortinas de las ventanas estaban echadas y allí no parecía haber ni un alma.

- ¿Seguro que volvían hoy? –inquirió Sirius, mirando a través de la reja el cuidado jardín con curiosidad.

- Claro que sí –murmuró Remus, que tenía el ceño fruncido.

- Pues no tiene mucha pinta de que aquí haya alguien…

- Quizá cancelaron la vuelta por algo –sugirió Sam, poniéndose de puntillas para asomarse por encima del hombro de Sirius-. Y, como te fuiste a dormir a casa de Peter, Belle no te pudo avisar.

Remus no contestó, pero tampoco suavizó el ceño, observando la verja. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo, Sirius alargó la mano sin más e hizo amago de empujarla.

- ¡No! –exclamó Lupin.

Demasiado tarde. Con un fuerte destello de luz azul, el moreno salió disparado por los aires y cayó de golpe sobre el pasto, a un par de metros de distancia. Todos gritaron por el susto.

- ¡Sirius!

- ¡Sirius, ¿estás bien?!

- ¿Qué ha pasado?

Entre James y Peter levantaron a Black del suelo, agarrándolo por los brazos, y él se incorporó con una mueca de disgusto y un gimoteo.

- ¿Pero qué demonios…?

- Lo que me temía –murmuró Remus, volviéndose de nuevo hacia la casa-. También han hechizado la casa de Belle, con el mismo encantamiento que antes.

- ¿El que no permite que nadie entre? –inquirió Lily, aún sobresaltada por lo que acababa de ocurrir.

- Sí. Lo malo es que ahora nos afecta a nosotros.

- ¡Joder, pues ya podías haberlo dicho antes! –protestó Sirius, mirándolo con reproche mientras se frotaba la mano herida-. Y eso que ni siquiera he llegado a tocar la reja…

- Si la hubieses tocado, habrías perdido el conocimiento y la barrera entera habría vibrado, saltando la alarma. Eso significa que aquí dentro también hay alguien a quién intentan proteger.

Los otros cinco se miraron entre sí, inquietos. Remus levantó la vista, examinando las juntas de la puerta y los muros que delimitaban el jardín.

- El encantamiento es más fuerte en las entradas –explicó con aire distraído-. Busquemos un punto débil y abriré una grieta para que podamos entrar.

- ¿Puedes romper el escudo? –se sorprendió Peter.

El casi rubio le dedicó una leve sonrisa, mirándolo de soslayo.

- No puedo romperlo, pero puedo abrir un agujero. Es un encantamiento de mi madre, sólo los miembros de nuestra familia lo pueden neutralizar.

Sin más, echó a andar bordeando el muro y los otros lo siguieron en silencio, con los gruñidos de Sirius de fondo.

- ¿No es todo esto muy raro? –comentó Lily, de nuevo sin dirigirse a nadie en especial. Remus, que seguía yendo en cabeza, se detuvo y la miró casi con sorpresa. Lily se puso nerviosa-. Quiero decir… esto no es normal. ¿Por qué hay un hechizo protector rodeando la casa de Remus y la de Belle?

Remus reflexionó un momento, con la vista fija en la parte superior del muro.

- Mel no se comporta de forma normal desde que murió Icarus –musitó, casi como si hubiese preferido no hacer ese tipo de comentario-. No quiere moverse de Lancaster. Creo que no se siente segura en este lugar, que es donde su marido se puso enfermo. Quizá… si se ha enterado del atentado que hubo anoche… quizá le haya pedido a mi madre que proteja su casa, e incluso puede que no haya dejado salir a Belle para reunirse con nosotros, por miedo a que le pase algo. Eso explicaría que mi madre se haya ido y no haya vuelto aún. Quizá Mel haya sufrido una crisis nerviosa y esté atendiéndola. No sería la primera vez que ocurre mientras están aquí. Por eso Fidias siempre vuelve a llevársela a Lancaster, dice que allí está más tranquila. De todas formas, lo sabremos cuando entremos.

Un silencio extraño se extendió sobre el grupo. Lily bajó la vista, sintiendo que la lástima volvía a inundarle el corazón. No era la primera vez que oía comentarios sobre la extraña actitud de Melpómene Figg, Belle solía compartir con Sam y con ella sus preocupaciones al respecto. La morena, a pesar de seguir aparentando que se encontraba perfectamente y que se había recuperado de la muerte de su padre, se sentía muy desgraciada por el hecho de que su madre no hubiese levantado cabeza en los dos años que habían transcurrido ya. Incluso decía que la actitud de su tío también había empezado a cambiar en los últimos tiempos, como contagiado por la desolación de Mel…

Remus encontró finalmente una zona del muro donde las irregulares piedras que lo formaban podían usarse como peldaños y, agarrándose a ellas, trepó hasta arriba ágilmente antes de que los demás pudiesen decir ni pío. Una vez sentado sobre el tapial, extendió un brazo hacia delante, como tanteando a ciegas, hasta que sus dedos rozaron algo invisible y un pequeño destello azul saltó ante sus ojos como una chispa.

- ¿Por qué él no sale volando? –renegó Sirius, cruzándose de brazos con aspecto malhumorado.

- Porque es más listo que tú –sonrió James.

Remus presionó la barrera invisible con la mano, haciendo que la chispa azul se intensificara, como si desprendiera electricidad, y después, haciendo una mueca de concentración, clavó los dedos en el campo de energía, traspasándolo, y tiró con ambas manos hasta abrir una grieta, como si estuviese descorriendo unas cortinas. Las chispas azules rodeaban toda la abertura de una forma muy poco tranquilizadora.

- Id subiendo –indicó Remus, apretando los labios-. Y daos prisa, que esto duele aunque no lo parezca.

Black fue el primero en trepar hasta él y desde arriba tendió los brazos para ayudar a los demás. Peter lo siguió, empujado por James, y al alcanzar a sus amigos pasó bajo el brazo de Remus, cruzó la grieta y saltó al otro lado del muro, aterrizando en el suelo con un ruido de matorrales y un gemido ahogado. Después subió Lily y tras ella Sam, repitiendo la misma operación. Por último, James se encaramó al muro, sujetándose de la mano de su mejor amigo, y él y Sirius saltaron al jardín. Remus fue el último en bajar y tras él se cerró de nuevo la barrera con un chasquido como de látigo.

- Bueno –musitó éste, sacudiéndose las manos, cuyas palmas se habían quedado magulladas y enrojecidas. Echó un vistazo alrededor y añadió-: Entremos por la puerta de atrás.

Lily se dio cuenta de que habían aparecido en uno de los laterales de la casa. La galería del porche de la fachada principal también se extendía por allí, seguramente rodeando el edificio entero. Y, aunque ya no quedaba ni rastro del fuerte viento exterior, mientras andaban por el jardín la pelirroja no pudo evitar abrazarse a sí misma, sintiéndose intranquila. Los rosales, los setos, los parterres de flores, el césped… todo estaba tan perfecto, tan bien podado, que casi resultaba siniestro. En todo el lugar se respiraba una impersonalidad abrumadora, como si fuese la casa fósil de una persona muerta, que se conserva eternamente intacta y eternamente joven dentro de su letargo, como Blancanieves.

- Menuda tontería entrar aquí como resulte después que Belle no está en casa –musitó Sirius con el ceño fruncido, pendiente del camino que seguían entre las plantas para que no se le enganchara la ropa en los rosales.

- Dudo que hayan convocado ese hechizo si no hay nadie en la casa. Pero, de todas formas, el problema era entrar, no salir. Si no está, podremos marcharnos tranquilamente por la puerta…

- Te conoces este sitio muy bien, ¿no, Remus?

- Paso mucho tiempo aquí en vacaciones desde hace años… Y no me mires con esa cara, Sirius, que sabes de sobra que Belle es como una hermana para mí…

Black frunció ligeramente el ceño, pero a su espalda James y Peter dejaron escapar murmullos de risa que les costaron un codazo y un pisotón por parte del más alto del grupo. Sam, que iba en la retaguardia junto a Lily, sonrió también, divertida, y la pelirroja se relajó un poco al verla. Sólo estaba nerviosa por las circunstancias, no tenía que dejarse influenciar por el mal presentimiento que le atenazaba el estómago. Sólo iban a comprobar si Belle estaba allí, y se marcharían enseguida…

- Hace siglos que no veo a las enanas, deben haberse puesto enormes…

- Bueno, en septiembre cumplen los dos años, así que hazte una idea…

- ¿Han empezado a hablar ya, por lo menos?

- Algo chapurrean, desde luego. Pero casi lo prefiero así, aún recuerdo cuando Beck tenía dos años… Empezó a hablar desde muy pequeña y no había quién la callara.

- ¿Ya hablaba con dos años?

- Jo, ya te digo. Y bastante bien, además.

- Tío, tu hermana cada vez me da más miedo…

- ¡No seáis así con la pobre Becky! Algunos nacen precoces, eso es todo…

- ¿Tú también parafraseabas a los dos años, Sammy?

- Pues la verdad es que no, no empecé a hablar de forma inteligible hasta pasados los cuatro…

- Si es que algunos nacen lentos…

Sam golpeó a Sirius en un brazo con cara de reproche, mientras los chicos se reían entre dientes, entretenidos. Pero a Lily se le congeló la sonrisa en la boca, quedándose repentinamente sin aire. Remus, distraído con la discusión entre Black y Flathery, apartó con una mano unos setos que casi le llegaban a la altura del cuello, para cruzar hasta la parte trasera del jardín.

Y, en un segundo, a todos se les subió el corazón a la garganta.

- ¡Cuidado! –exclamó Lily, extendiendo un brazo con la vaga idea de agarrar a Lupin.

Un rayo de chispas rojas atravesó de improviso el seto y pasó rozándole a Remus la mejilla izquierda. Éste se apartó tan bruscamente que cayó de espaldas sobre otro seto, armando muchísimo ruido.

- ¡Al suelo!

Sam agarró a Lily por los hombros y ambas chicas se tiraron sobre el césped justo a tiempo de evitar otro rayo rojo.

- ¿Qué está pasando?

Entre la lluvia de hojas y ramitas que volaban por los aires, Lily logró ver que Sirius y James acababan de sacar las varitas. Peter gritó muy cerca de ellas cuando otro hechizo estuvo a punto de alcanzarle. Y el seto tras el que los chicos se encontraban estaba siendo acribillado de una forma brutal por una sucesión de chispas de colores que provocaban un estruendo ensordecedor de vegetación destrozada.

- ¡Identifíquense! –le pareció oír que alguien chillaba desde el otro lado-. ¡Atrapadlos, que no escapen!

Lily y Sam gritaron a la vez cuando Sirius bloqueó un hechizo aturdidor justo delante de ellas, con otra terrible detonación.

- ¿Pero qué demonios es esto? –gruñó James, estupefacto, con el rostro tenso, y desvió a su vez otro hechizo, tan potente que lo desequilibró, haciéndolo caer también al suelo.

- ¡Basta! –gritó de repente una voz de mujer, por encima del alboroto-. ¡Basta, basta, BASTA!

Una exclamación ahogada y un fuerte golpe pusieron fin a la lluvia de hechizos. Temblando, los muchachos empezaron a incorporarse lentamente, jadeando por el susto, y vieron a través del seto destrozado la escena que se desarrollaba en el jardín trasero.

- ¿Pero qué rayos te pasa? ¡Primero pregunta y luego ataca, Alastor, es de sentido común!

- ¡Ha sido un acto reflejo, Selene! ¡No esperarás que cada vez que me ataque un mortífago le pregunte primero si tiene intenciones nocivas contra mi persona, ¿verdad?! ¡Claro que no! ¡Primero atacas y después preguntas!

- ¡Cállate ya, te dije que los mortífagos no entrarían en esta casa!

Una mujer rubia de mediana estatura, con el pelo largo en bucles cayéndole sobre los hombros, estaba gritándole a voz en cuello a un hombre un palmo más alto que ella, de pelo largo y negro y ojos oscuros, vestido con una túnica de auror que llevaba el emblema del Ministerio estampado en el pecho. Junto a ellos, otro hombre ayudaba a incorporarse a un joven que estaba doblado por la mitad gimoteando mientras se cubría protectoramente sus partes nobles, como si alguien lo acabara de patear con más efusividad de la necesaria.

Antes de que Lily tuviera tiempo de asimilar nada más, Selene Lupin se acercó corriendo a ellos, envuelta en una capa verde que ondeaba a su espalda. Tenía la alarma y la preocupación grabadas en la cara, y se subió la túnica casi hasta las rodillas para pasar por encima de los incandescentes restos del seto, que se consumían lentamente.

- ¡Chicos! –exclamó-. Chicos, ¿estáis bien?

Se agachó inmediatamente para ayudar a levantarse a Peter, que era quién tenía más cerca, mientras Sirius ayudaba a James y Remus forcejeaba contra el otro seto para zafarse de sus ramas y ponerse también en pie. Lily no se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración hasta que Selene se puso a pisotear con violencia los resto del seto, asegurándose de apagar las brasas, y el repentino taconeo de las botas de la mujer hizo a la pelirroja tomar una bocanada de aire. Olía a humo y a hierba chamuscada.

- ¿Quién es? –exclamó el auror moreno y corpulento, que no se había movido del sitio, cruzado de brazos.

- ¡Mi hijo y sus amigos, estúpido! –bramó Selene, girando el rostro hacia él con auténtica furia-. Te lo juro, Alastor, te lo juro… ¡la próxima vez será a ti a quién le pegue una patada!

El hombre gruñó y desvió su atención de ellos para ayudar a su otro compañero, que parecía realmente incapaz de sostenerse en pie.

- Chicos, lo siento muchísimo –musitaba la mujer, alterada, y sujetó a Sam de un brazo, levantándola mientras ésta levantaba al mismo tiempo a Lily-. Madre mía… ¿Estáis todos bien? Remus, hijo, ¿te has hecho algo?

El casi rubio, libre ya del seto, estaba sacudiéndose las hojas y ramitas del pelo y la ropa. Tenía arañazos de diversa consideración en los brazos y en la cara, pero por lo demás parecía totalmente ileso, y los otros también. Sin embargo, la impresión por lo que acababa de ocurrir seguía reflejándose en los rostros de los seis jóvenes, que mantenían los ojos muy abiertos y asustados.

- Mamá –jadeó Remus, casi incrédulo-. ¿Qué… qué demonios…?

Selene no le dio tiempo a decir nada más. Lo abrazó con fuerza en el acto, estrechándolo contra ella como si hiciese siglos que no lo veía. Remus se quedó rígido por la sorpresa, pero tampoco tuvo tiempo de responder al gesto de su madre, porque ella se volvió a apartar, enmarcándole la cara con las manos y examinándolo con angustia.

- ¿De verdad estás bien, cariño? –susurró-. ¿No estás herido?

- Claro que no –se apresuró a contestar el chico, arrugando la frente con incomprensión y sujetando a Selene por las muñecas-. ¿Qué está pasando aquí, mamá? ¿Por qué hay aurores del Ministerio en casa de Belle? ¿Ha ocurrido algo?

La señora Lupin sacudió la cabeza en gesto de negación, pero más que una respuesta parecía una indicación de silencio, como si instara a los muchachos a no hacer preguntas allí fuera. Tras asegurarse de que su hijo estaba en perfectas condiciones, levantó la vista para examinar mejor a los demás.

- Peter, hijo, tranquilízate, no pasa nada, lamento que os hayan dado este susto… Sam, Lily, ¿estáis las dos bien? ¿Seguro? James, tú… ¡Sirius!

Sirius se irguió como pudo, manteniendo su semblante absolutamente desconcertado, pero no pudo evitar brincar cuando la mujer exclamó su nombre con el mismo énfasis que si se tratara de la celebridad del día. Antes de darse cuenta, ya tenía a Selene plantada delante de él, sujetándole las manos y hablando en susurros rápidos y preocupados.

- Sirius, cariño, ¿y tu padre? Las últimas noticias que tuve es que los sanadores estaban ocupándose de él a contrarreloj. ¿Se ha recuperado? ¿Está bien?

- E-está bien –contestó Black, aturdido-. Está… está en cama, claro, y… ehhh… Señora Lupin, por Merlín, ¿qué demonios pasa aquí?

Para la última pregunta alzó la voz más de la cuenta, harto. A Sirius no le gustaban las situaciones que, a su modo de ver, no tenían ni pies ni cabeza. Y, después de la noche de tensión que había pasado y lo cansado que estaba, ahora se estaba poniendo cada vez más nervioso por momentos. Lily se dio cuenta con sólo mirarlo a la cara, porque tenía la quijada rígida y los puños cerrados con fuerza. Sin querer, ella empezó a ponerse nerviosa también y comenzó a temblar. Selene pareció captar que el ambiente se estaba desequilibrando demasiado, porque se apartó de los jóvenes y les indicó con un gesto que pasaran a través del seto, como acababa de hacer ella.

- Venga, vamos dentro –musitó, y ella misma parecía muy nerviosa-. Vamos dentro, a ver si todos nos tranquilizamos un poco…

De uno en uno, todos empezaron a desfilar hacia el jardín trasero. Cuando James salió de detrás del seto, el auror joven que aún gimoteaba y el otro que lo sostenía se irguieron de golpe, reprimiendo una exclamación.

- ¡Joder! –siseó uno, boquiabierto.

- ¡Hemos atacado al hijo del jefe! –masculló el otro, horrorizado.

- ¡Y al hijo del señor Black!

- ¡Y a otros cuatro adolescentes! –gritó Selene, descomponiéndose otra vez por unos instantes-. ¡Podríais haberles hecho daño de verdad, idiotas!

- ¡Que hubiesen entrado por la puerta, como la gente normal! –se defendió inmediatamente el auror corpulento, que parecía el mayor y el de más rango de los tres.

- ¡Vuestra misión aquí es proteger, no atacar! –arremetió Selene, fulminándolo con la mirada.

- ¡Por eso sólo hemos intentado aturdirlos, no matarlos!

Selene soltó un resoplido de rabia y se acercó al hombre en dos zancadas, clavándole el dedo índice en el pecho en gesto acusador.

- Tú… Alastor… eres un… -tomó aire, intentando tranquilizarse-. Sólo espera a que Johnny se entere de esto. Vámonos, chicos.

- Venga ya… -renegó el auror-. ¿No estarás…? ¡Eh! –de improviso, se abalanzó sobre Peter, que estaba pasando por delante de él en ese momento, con gran aprensión dibujada en la cara, y lo agarró de la parte de atrás de la cintura del pantalón, arrebatándole la varita que llevaba sujeta con el cinturón a la espalda-. ¡Eh, muchacho! ¿Qué pretendes? No te pongas la varita ahí, ¿acaso quieres perder una nalga?

La señora Lupin volvió a plantarse enseguida delante del hombre, separándolo de Pettigrew, que parecía estar al borde de un ataque cardiaco, y le quitó la varita del chico con brusquedad, dedicándole otra mirada asesina, para devolvérsela a su dueño. Esta vez sólo le soltó un gruñido de advertencia, lo pasó de largo, subió los escalones del porche pisando fuerte y se detuvo junto a la puerta trasera de la casa, apremiando a los chicos para que fueran pasando por delante de ella.

- Por favor, Selene, ¿no somos ya mayorcitos para acusarnos unos a otros? –siguió el moreno, que parecía muy fastidiado-. Yo mismo le diré a John todo esto. ¡Y también le diré que hubiese preferido mil veces marcharme con Zephirus a quedarme aquí aguantándote a ti!

Selene cerró con un portazo que hizo vibrar la pared entera y los jóvenes, dentro ya de la lúgubre cocina, se apiñaron inconscientemente. Se miraron entre sí, alarmados, y Lily, cuyo corazón le golpeaba contra las costillas con una violencia que nunca había sentido con anterioridad, se dio cuenta de que la expresión de Remus era cada vez más tensa. Él se volvió hacia su madre, quizá con la intención de preguntarle qué había querido decir aquel hombre llamado Alastor con el último comentario referido a Zephirus Lupin, pero Selene ya había adelantado a los chicos y se dirigía con paso decidido a la salida que había al otro lado de la cocina.

- Vamos, seguidme.

Ninguno de ellos se atrevió a replicar, aún con el corazón en la boca, y salieron detrás de la mujer, de nuevo en fila india. Lily echó un vistazo alrededor. Daba la impresión de que el día se había nublado de repente, porque el interior de la casa estaba tan oscuro como si ya estuviese poniéndose el sol. Los trastos de cocina que colgaban de las paredes formaban siluetas oscuras y tenebrosas. También allí se sentía esa impersonalidad que desprenden los hogares abandonados, quizá por lo perfectamente limpio y ordenado que estaba todo, o quizá por la propia penumbra que se extendía por la estancia como un cáncer.

- Señora Lupin, ¿ha pasado algo?

Junto a la puerta había otro auror joven, cuyo pelo claro saltaba a la vista entre las sombras. Tenía el ceño fruncido mientras examinaba a los chicos recién llegados, y a Lily su cara le resultó vagamente familiar.

- No, no, Cirus, no ha pasado nada… Han llegado mi hijo y sus amigos, y Alastor los atacó pensando que se trataba de… bueno, yo qué sé qué se pensó…

- Comprendo –el joven dejó escapar una leve tos con la que posiblemente intentaba ocultar una risilla-. Vuelvo a mi puesto, entonces.

- ¿Todo tranquilo por la entrada?

- Todo tranquilo. Grint bajó hace poco a dar parte, arriba todo está sereno también.

- Lo sé, no creo que nadie venga aquí hoy. Johnny dijo que volvería a última hora de la tarde, después de visitar a Izzy Black. Si no hay novedades, lo más sensato es que os marchéis a descansar.

- Esperaremos a que llegue el señor Potter para asegurarnos. ¿No hay noticias del señor Lupin?

- No, por supuesto. No volverá hasta que las encuentre, pero confío en que no tardará. Rastrea muy bien.

Los seis amigos volvieron a mirarse entre ellos, extrañados, sin entender ni una palabra. Era obvio que a Sirius se le estaba agotando la paciencia y James tenía que agarrarlo de un brazo cada vez que abría la boca para frenarlo. Lily, por su parte, no se había sentido tan minúscula en su vida. No comprendía nada y cada vez se encontraba más fuera de lugar, hasta el punto de estar deseando largarse de allí cuanto antes y volver a Privet Drive, donde lo más importante volvería a ser la fiesta de té de la señora Robinson y los proyectos nuevos de su padre. Aquella casa estaba asfixiándola…

- Lily –susurró de repente Sam, que estaba a su lado, inclinándose hacia ella-. Lily, ¿estás bien?

Ella asintió, pero lo cierto era que no se encontraba bien en absoluto. Le costaba respirar y le temblaban las manos. No se había sentido tan comprimida emocionalmente desde que, estando en primaria, mandó a la enfermería de forma inexplicable a una chica que siempre estaba metiéndose con ella y tuvo que esperar durante media hora ante la puerta del despacho del director hasta que éste la recibió. "Quiero salir de aquí –se dijo, sintiendo ya algo muy cercano a la claustrofobia-. Es esta casa. No me gusta cómo huele esta casa. Me recuerda al olor de la casa de la abuela, después de que se muriera el abuelo. Huele a muerte…".

Sus amigos debieron oír la pregunta de Sam, porque empezaron a volver los rostros hacia ella para mirarla. James frunció el ceño, preocupado. Pero, por suerte para la pelirroja, Selene se despidió por fin del joven auror, que se perdió por un pasillo en penumbra que tenía pinta de llevar hacia la parte delantera de la casa, y se volvió hacia ellos con expresión sombría, suspirando.

- Bien… tengo que admitir que no esperaba que vinieseis tan pronto, pero me alegra mucho veros aquí. Belle se pondrá muy contenta, ahora necesita vuestra compañía más que nunca. También es un alivio que Johnny os haya contado lo que ha pasado, pensé que no lo haría, con todo el lío de lo ocurrido en Notthing Hill esta noche y…

La voz de Selene se fue desvaneciendo hasta desaparecer al ver que todos los chicos acababan de quedarse completamente boquiabiertos, con expresiones que iban del miedo a la estupefacción. Y comprendió de golpe que había metido la pata hasta el fondo.

- John no… ¿no os ha dicho… lo que ha ocurrido?

La expresión de James sufrió una metamorfosis muy desagradable, Remus jadeó con incredulidad y Sirius abrió la boca con indignación, pero la mujer se apresuró a intentar subsanar su error.

- Tranquilos, tranquilos –exclamó, alzando las manos para frenar la avalancha de protestas-. No os preocupéis, tranquilos… Es normal que no os lo haya dicho, ha sido un día muy duro para el Ministerio y…

- ¡Hemos comido juntos en mi casa! –chilló Black, sin poder contenerse más-. ¡Hemos estado comiendo juntos allí, después de que viniera a visitar a mi padre! ¡Y hemos estado cerca de una hora hablando de estupideces! ¿Y ahora me está diciendo usted que han atacado a Belle y nadie nos ha dicho nada?

- Sirius… -intentó frenarlo Remus, pero él no lo escuchó.

- ¡Venga ya, señora Lupin! ¿Quiénes se piensan todos ustedes que somos nosotros? ¡No puedo creerme lo que estoy oyendo! ¡BELLE ES NUESTRA AMIGA! ¡Y si le ha pasado algo tenemos derecho a saberlo de inmediato, y no…!

- ¡Sirius! –gritó James, y el tono de extrema tensión en su voz calló de golpe a su mejor amigo-. ¡Cierra ya la boca! Tu padre ha sido atacado por los mortífagos esta madrugada, y eso era lo principal para ti. No era necesario que te preocuparas por nada más –y, dicho esto, se volvió hacia Selene-. Señora Lupin, entiendo que mi padre no nos haya querido preocupar más de lo que ya estábamos, pero…

- … Nos dijo que lo esperáramos –dejó escapar Peter, que tenía los ojos muy abiertos-. Cuando estábamos visitando al señor Black… dijo que esperáramos hasta que terminara de hablar con él, porque quería venir con nosotros a Dover, cuando se enteró de que queríamos localizar a Belle…

- Tal vez quería explicárnoslo por el camino, con más calma –Lily miró a James y de repente sintió la necesidad de justificar a John Potter, como si él fuera el hijo que acababa de meterse en un lío y James el padre enfadado con expresión pétrea-. James… quizá no le dio tiempo a…

- ¡Y un huevo! –arremetió de nuevo Sirius, furioso-. ¡Siempre pasa igual, siempre somos los últimos en enterarnos de todo! ¡Estoy más que harto de que sigan considerándonos bebés, y no voy a…!

- Cállate –James le dedicó una gélida mirada muy impropia de él-. Cállate, Sirius. Como no te tranquilices, voy a pegarte un puñetazo.

Selene parecía bastante alarmada con el cariz que estaba tomando la discusión, y dirigía fugaces miradas a su hijo, que de momento no había abierto la boca.

- Señora Lupin, ¿qué ha pasado, entonces? ¿Belle está bien, le ha ocurrido algo?

- No… No, Sam, Belle está bien. Está conmocionada, claro, pero… pero no tiene nada físico –Selene se pasó una mano por el pelo, y Lily vio que le temblaba-. Los mortífagos han… han atacado a los Figg, en Lancaster. En cuanto nos enteramos, salimos hacia allá y nos trajimos a Belle a Dover. Ellos… s-se han llevado a Melpómene y a las niñas…

Aquellas palabras cayeron sobre el grupo como una losa. Durante unos segundos, todos parecieron contener el aliento. La foto que Lily había estado viendo aquella misma mañana, en la que aparecía Belle con sus dos hermanas pequeñas, pasó fugazmente por su cerebro. Y entonces oyó un gemido que, tras dos segundos, comprendió que había dejado escapar ella misma.

- No puede ser… -Remus miraba a su madre como si fuese la primera vez que la veía.

- No hay por qué alarmarse –añadió rápidamente Selene, viendo a los muchachos conmocionados-. Tenemos razones de sobra para creer que no van a hacerles daño. Y tu padre ha salido de inmediato tras ellos con un grupo de aurores de Johnny para perseguir a… al secuestrador. Las encontraremos a tiempo, no os preocupéis.

Ellos se quedaron rígidos como estatuas, clavados al suelo.

- ¿Dónde está Belle? –barbotó entonces Sirius, al que apenas le salían las palabras.

- Llévenos con ella, señora Lupin…

- Sí, por favor, nosotros…

Selene los acalló con un gesto, asintiendo, y les indicó nuevamente que la siguieran antes de perderse por el mismo corredor que había seguido al marcharse el auror rubio. Los demás salieron tras ella, con las gargantas atenazadas por la angustia. Ninguno fue consciente del camino que recorrían, con la mente puesta en Belle y en lo que acababan de decirles, intentando digerirlo. Y, cuando rato después cruzaron las puertas del amplio salón, con las cortinas echadas y apenas iluminado por las velas de los apliques que recorrían a intervalos las paredes, y vieron la espesa mata de rizos negros de Belle, que se hacía un ovillo sobre el sofá, sentada junto a una mujer de pelo corto y rubio que le frotaba la espalda en gesto de consuelo, una intensa sensación de irrealidad seguía flotando sobre los seis gryffindors, incapaces de concebir que aquello estuviese pasando de verdad.

Al oír entrar a gente en la sala, la mujer rubia alzó la vista. También llevaba la túnica de auror y el brillo parpadeante de las velas arrancaba destellos de su cabello cortado a estilo chico y de sus ojos claros. Tenía las facciones fuertes y la mandíbula cuadrada, pero su expresión se suavizó al ver quiénes eran los recién llegados. Le susurró algo a la joven Figg y ésta también levantó la cabeza, con expresión ausente, ojos enrojecidos y mejillas húmedas. Al ver a sus amigos, sus ojos se iluminaron de golpe.

Nadie dijo nada. Belle se levantó del sofá y abrió los brazos para recibir a Remus, que era el primero que se había separado del grupo para acercarse a ella. Ambos se abrazaron con fuerza en silencio, ella aferrándose a la camiseta de su amigo, hundiendo la cara en su hombro, y él frotándole la espalda en señal de apoyo. A los dos segundos, la pareja se vio rodeada por todos los demás, que se apiñaron en torno a su amiga. Belle los abrazó a todos, murmurando distraídas palabras de gratitud, y cuando le llegó el turno a Sam y Lily la morena se agarró a ellas casi con desesperación y se echó a llorar.

- Creo que prepararé un poco de té, señora Lupin –comentó la mujer auror, levantándose también y acercándose a Selene.

- Muchas gracias, Amelia… Ya sabes dónde está la cocina, siéntete como en tu casa.

- ¿El jaleo de hace un rato lo ha montado Moody? ¿Ha habido algún problema?

- No, no, para nada, ya sabes cómo es… Ha atacado a los chicos sin querer, pero no ha pasado nada. Dudo que pase algo más en lo que queda de día.

Amelia salió del salón, cerrando la puerta a su espalda y dejando solos a los amigos con la madre de Remus, que se mantuvo en un discreto segundo plano hasta que los saludos concluyeron. Ninguno de ellos supo cuánto tiempo permanecieron así, enredados en un abrazo grupal, pero cuando Belle finalmente se separó de ellos, pasándose las manos por la cara con determinación mientras sorbía ruidosamente por la nariz, sus seis amigos se habían quedado con un grueso nudo en la garganta que les impidió articular cualquier palabra.

- Me alegro de veros –musitó Figg, intentando sonreírles, aunque fracasó estrepitosamente-. Me alegro mucho de veros… Gracias por venir, chicos, muchas gracias.

Los miró a todos, apretándose una mano contra la boca, y cuando sus ojos se cruzaron con los de Sirius, éstos volvieron a llenársele de lágrimas y se acercó a él para abrazarlo con fuerza otra vez, dejándolo descolocado por la sorpresa.

- Me he enterado de lo que ha pasado –dijo Belle, con voz temblorosa, apretando aún la cara contra el hombro de su amigo-. Lo de Notthing Hill. Lo siento mucho, Sirius… ¿C-cómo está tu padre?

Ante la vista de los demás, la mirada de Sirius se nubló por completo y, cerrando los ojos, rodeó también a la morena con fuerza y hundió la cara entre su mata de rizos negros. Pasó un rato largo hasta que consiguió hablar, y cuando lo logró lo hizo con una voz que no parecía suya.

- No seas idiota… Mi padre está bien, no tienes que preocuparte… Dinos qué ha pasado en Lancaster. ¿Cómo escapaste al ataque?

Belle se separó de él, negando con la cabeza y cubriéndose de nuevo la cara con una mano.

- No ha habido ningún ataque –balbuceó, y la voz se le quebró-. Simplemente… simplemente se las llevó…

- ¿Quién? –intervino James, frunciendo el ceño.

- Devius –contestó Belle, mirándolo-. Devius Lore.

Durante unos segundos se hizo en el salón el silencio de la incomprensión. Lily intercambió una mirada con Peter y Sam, comprobando que estaban tan perdidos como ella. Y, a pesar de no tener ni idea de quién era ese tipo, algo en su interior se encogió con una violencia que volvió a dejarla sin aliento.

- Belle –intervino Selene, acercándose un poco a ellos-, escucha, no es necesario que vuelvas a explicarlo todo ahora si no te sientes en condiciones, yo…

- No, no, Selene –atajó la muchacha, agitando una mano mientras volvía a pasarse la otra por la cara-. Yo se lo explicaré, yo… q-quiero que ellos lo… lo sepan…

Ambas se miraron y finalmente la mujer asintió, cediendo.

- ¿Quién es Devius Lore? –le preguntó Remus a su madre, desconcertado.

- Un mortífago –contestó ésta, y su rostro se endureció de una forma que los presentes no habían visto nunca-. Uno de los mortífagos más peligrosos de los que nosotros tenemos constancia. Es uno de los hombres de confianza de lord Voldemort. Y el que lleva años vigilando a la familia Figg.

- ¿Qué? –exclamó Sam, incrédula.

- No entiendo nada de lo que estáis hablando –se quejó Sirius con impaciencia.

Peter se limitaba a mirar a Belle con los ojos como platos, y James con el ceño fruncido. Lily, por su parte, se estaba olvidando del significado de la palabra "respirar".

- Os lo explicaré desde el principio –empezó Belle, que de repente parecía mucho más cansada que nunca y más mayor de lo que realmente era-. Yo… no sé muy bien por dónde empezar…

- No es necesario que…

- No, James, quiero contároslo, yo… c-creo que, cuantas más veces lo diga en voz alta, más lo iré asimilando yo también. Todavía creo que esto es una pesadilla de la que me voy a despertar de un momento a otro…

Belle volvió a sentarse en el sofá, subiendo las piernas al asiento y haciéndose un ovillo. Sirius y Remus se sentaron cada uno a un lado de la joven Figg, Peter ocupó un sillón cercano, sentado en tensión al borde del asiento, y James se acomodó lo mejor posible en uno de los brazos de ese mismo sillón, abrazándose a sí mismo. Se le había puesto la piel de gallina. Sam y Lily prefirieron quedarse sobre la mesa baja de té que estaba frente al sofá, y Selene permaneció allí junto a ellos, de pie al lado de Sirius, como dispuesta a vigilar la situación para que no se escapara de control.

- T-todos sabéis que… que, desde que murió mi padre, mi tío se ha estado haciendo cargo de nosotras, ¿verdad? –empezó Belle, abrazándose a sí misma, y esperó a que los demás asintieran antes de continuar-. Yo… p-pensé de verdad que el tío Fidias conseguiría animar a mamá. Ellos siempre se han llevado muy bien, y sé que él la quería cómo a una hermana…

- ¿Quería? –a Remus se le escaparon las palabras casi sin querer, y entonces agrandó los ojos, como cayendo en la cuenta de algo importante-. Belle… ¿dónde está Fidias?

Ella se cubrió la boca con las manos, negando con la cabeza, y se encogió hasta apoyar la frente en las rodillas.

- ¡No lo sé! –exclamó con voz rota-. No sé dónde está, ni siquiera sé si sigue vivo… ¡porque el hombre que llevaba viviendo con nosotras dos años no era mi tío!

Todos se quedaron con la boca abierta.

- ¿Qué? –soltó Sirius.

- ¿Qué quieres decir con eso? –añadió Remus, asustado.

- ¡No era Fidias Figg! –Belle levantó la vista para mirarlos de nuevo, olvidándose de las lágrimas que le cruzaban la cara-. Era mi tío… el que vino al funeral de mi padre y se quedó con mi madre y mis tías hasta que ellas volvieron al continente… y era mi tío el que acompañó a mi madre cuando nacieron Lib y Deb… ¿Recordáis que en tercero vine a pasar las vacaciones de Navidad a casa?

- Claro que sí –contestó Sam por todos-. Estabas preocupada… Tu madre había insistido en marcharse a Lancaster.

- Exacto –asintió Belle, secándose los ojos-. Esas vacaciones también las pasé con mi tío. Era él. P-pero, en verano… el hombre con el que estuve en verano, no era mi tío, aunque hablaba como él, se comportaba como él y tenía su mismo aspecto…

- No entiendo lo que quieres decir –James parecía totalmente perdido-. ¿Te refieres a que alguien suplantó a Fidias mientras tú estabas en Hogwarts? ¿Con la Poción Multijugos, o algo así?

Belle volvió a negar con la cabeza.

- Yo no me di cuenta al principio. Pensé… pensé que el pesimismo de mi madre estaba afectando a mi tío también y por eso estaba algo más distante y distraído. Creí que estar solos en Lancaster, lejos de los demás, les estaba sentando mal a los dos. Intenté convencerlos de que volvieran a Dover. Él nunca decía nada, pero mamá se negaba una y otra vez. Sólo conseguí que bajáramos unas semanas, y cuando yo volví a Hogwarts ellos se marcharon otra vez.

Hizo una breve pausa, mordiéndose el labio.

- Yo… fui una estúpida al no darme cuenta. Zephirus también notó que había algo raro en él el verano pasado, cuando pasamos en Dover las dos últimas semanas de vacaciones. Los noté muy distantes el uno con el otro. Pensé que estarían enfadados, porque Zephirus siempre se opuso a que mi madre se fuera de Dover, y Fidias se la había llevado a Lancaster prometiendo que volverían después del invierno y no regresó. Pero antes de marcharme a Hogwarts, Zephirus me dijo que estuviera pendiente… que no le daba buena espina la actitud de mi tío… y yo no lo entendí y me olvidé por completo, y ese año ni siquiera volví a casa por Navidad, porque me lo estaba pasando bien en el colegio y estaba harta de la actitud de mi madre y de todo lo demás…

- Belle, no tienes la culpa –se apresuró a intervenir Remus, inclinándose hacia ella para apoyarle una mano en el hombro-. Es normal que tú también quisieras relajarte un poco y…

- ¡No! –replicó ella, con la culpabilidad reflejada en la cara-. ¡No debí faltar, ni dejarla sola! No debí dejarla sola tanto tiempo… Todos… Todos me decían siempre que no la dejara sola, y eso ha sido lo único que he hecho en los últimos dos años… ¡Dejarla sola una y otra vez!

La muchacha se llevó las manos a la cabeza, agarrándose a sus rizos azabaches con aire desesperado.

- Eso no es verdad, Belle –intervino Selene, con aire tranquilizador, aún de pie y con los brazos cruzados-. Tú no tenías forma de saber lo que estaba ocurriendo. Y por mucho que te necesitara tu madre, en esos momentos lo más importante era tu propia recuperación.

- La señora Lupin tiene razón –apoyó Sam, inclinándose también hacia su amiga con gesto conciliador-. Tú misma necesitabas recuperarte de lo sucedido a tu padre, Belle… Si no te curabas tú, difícilmente ibas a poder hacer algo por tu madre…

Ella pareció ceder un poco ante ese razonamiento y se tranquilizó, aunque seguía teniendo la angustia reflejada en la cara. El pelo rizado, al estar totalmente suelto, se le alzaba en todas direcciones, acentuando aún más su imagen de absoluto desconsuelo.

- No sé en qué momento ocurrió –siguió con tono trémulo-. Quizá nunca podamos saberlo… Pero cuando volví a casa este verano tuve más claro que nunca que ese hombre no era mi tío. Estaba en la estación para recogerme, con mi madre y mis hermanas, y me sonreía… pero yo sabía que no era él. Tenía que haberme dado cuenta antes de que mi madre… tampoco era ella misma…

- ¿Qué? –saltó esta vez Peter, horrorizado-. ¿Estás diciendo que habían suplantado a tu madre también?

Belle negó una vez más y miró al castaño muy seria.

- Mi madre no ha estado bien desde que ingresaron a mi padre. No era ella misma, no se comportaba de forma normal. Fui una imbécil al no darme cuenta antes. Pero lo comprendí este verano, al verla en la estación. Porque habíamos estudiado las Maldiciones Imperdonables en cuarto, y la respuesta estaba tan clara como el agua…

- No… -Remus agrandó los ojos, impresionado-. ¿El Imperius? ¿Te refieres a eso?

- Sí…

- ¿Quieres decir que tu madre lleva bajo la influencia de la maldición Imperius desde que ingresaron a tu padre en el hospital? –el rostro de James acababa de tornarse asustado, porque él al menos ya empezaba a comprender-. ¿Dos años y medio?

- Ella ya apenas me hablaba –explicó Belle, y los labios le temblaron de nuevo-. Intenté quedarme a solas con ella todas las veces posibles, pero entonces sólo hablábamos de cualquier estupidez. Si intentaba abordar un tema más serio, ella salía por la tangente o me ignoraba directamente, como si no me oyese. Sólo hablaba de cosas serias cuando mi tío estaba delante. Y un día comprendí que no era ella quién hablaba… sino él.

- ¿Fidias la tenía hechizada con el Imperius? –Sirius tenía cara de incredulidad.

- ¡No, no es Fidias! –repitió Belle, alterada-. ¡Él no era Fidias! Se había quitado de en medio a mi tío y se había metido en mi casa, para tener a mi madre bajo control. Llevaba al menos año y medio viviendo con ella bajo el mismo techo. ¡Y yo sabía que no era Fidias! Cuando lo comprendí me asusté mucho y escribí a Zephirus para contárselo. Él me contestó diciendo que mantuviera la calma, que le siguiera el juego y que no mostrara mis sospechas por nada del mundo, que él se encargaría de todo, pero… pero no lo pude sostener por mucho tiempo…

- ¿Qué ocurrió? –susurró Sam, con el miedo reflejado en la voz.

- Cuando… cuando le dije ayer que quería volver a Dover, porque era el cumpleaños de Lily y todos íbamos a celebrarlo juntos en el Callejón Diagon… él me sonrió y dijo que mi madre no se quería marchar, que había intentado convencerla pero no lo había conseguido. Así que, que me marchara a Dover yo sola, que ellos se quedarían en Lancaster. Y yo le dije que no me lo tragaba.

- ¿Cómo…? –Peter volvió a quedarse boquiabierto-. ¿Es que estás loca?

- ¡No podía volver a dejar a mi madre sola con ese tipo, sabiendo que no era quién pretendía ser! –se defendió Belle, y los ojos volvieron a llenársele de lágrimas, como si ella misma se diera cuenta de lo estúpida que había sido su actitud-. ¡No se me ocurría qué otra cosa podía hacer! No sólo era mi madre, mis hermanas también estaban allí. En cualquier momento ese hombre podría hacerles cualquier cosa… Así que yo… yo… -se le trabó la voz y tuvo que tragar saliva para poder continuar-. Y-yo le dije que… que no me lo creía… y que sabía que no era mi tío, y que estaba controlando a mi madre con un Imperius.

- ¿Se lo dijiste así, sin más? –dejó escapar James, con un hilo de voz.

- ¡Estaba tan asustada que no sabía lo que decía! –la morena sacudió la cabeza, apesadumbrada-. Yo… no tenía ni idea de qué hacer. Pero parecía que él tampoco, porque… ni siquiera lo intentó negar, o algo así. No trató de engañarme. La cara le cambió en un dos por tres y sólo me preguntó que cuánto hacía que lo había descubierto.

- Joer… -silbó Sirius, removiéndose con inquietud en su asiento. Dio la impresión de que iba a soltar uno de sus comentarios mordaces, pero no dijo nada más y siguió escuchando en silencio, con los nudillos apretados contra la boca.

- Lo que ocurrió después… yo… no lo recuerdo bien –Belle se encogió aún más, cubriéndose la cabeza con los brazos-. Discutimos, pero… n-no sé cómo empezó… Él… se volvió como loco… gritó muchísimas cosas en menos de un minuto… Yo p-pensé… pensé que me mataría…

Se quedó callada por un momento y nadie se atrevió a mover un solo pelo, esperando a que continuase con el corazón en un puño.

- Sacó la varita y me atacó –siguió Figg al rato, casi sin voz-. No sé cómo pude esquivarlo. No llevaba mi varita encima y era de noche, mi madre y las niñas estaban acostadas ya. Aunque no es que ellas pudieran haberme servido de mucha ayuda. Empezamos a pelear, lo evité como pude… Pensé en huir por la chimenea y corrí al salón para pedir ayuda… p-pero no podía dejar allí a mi madre y a mis hermanas… -la voz se le quebraba de nuevo, pero esta vez no se detuvo-. Él… él dijo que llevaba demasiados años ocupándose de aquella misión como para que yo se la destrozara justo ahora que estaban tan cerca de lograr su objetivo. Y que me mataría si era necesario para cerrarme la boca.

- ¿Misión? –a Sam apenas le quedaba aliento-. ¿Qué misión?

Belle titubeó, indecisa, y miró a Selene, que dejó escapar un hondo suspiro.

- La misión de buscar, localizar, vigilar y destruir a los herederos de los Cuatro Grandes de Hogwarts –contestó la mujer en un murmullo, con un aire casi derrotista.

De nuevo se cernió sobre todos los presentes un denso silencio que casi podía cortarse con un cuchillo.

- ¿Cómo? –musitó Sirius, parpadeando, como si creyese haber oído mal.

- ¿Te refieres a los Herederos de Hogwarts? –inquirió Remus, estupefacto-. ¿Gryffindor, Hufflepuff, Ravenclaw y Slytherin?

Selene asintió con la cabeza y desvió la vista para no ver la cara que acababa de componer su hijo mayor.

- ¡No puede ser! –exclamó de golpe Peter, que de repente los miraba a todos como si hubiese descubierto que todo aquello era una especie de inocentada-. ¿Los Herederos de Hogwarts? Eso no existe, sólo es una leyenda.

- Créeme, Peter, los Herederos existen –intervino Belle, con voz temblorosa. Tragó saliva ruidosamente y añadió-: Mi madre es la Heredera de Ravenclaw.

Los seis muchachos se quedaron de piedra.

- ¿QUÉ? –chilló Peter.

- ¿La Heredera? –bramó Sirius, incorporándose de golpe.

- ¿Estás diciendo que tu madre es una de los Herederos de Hogwarts? –James estuvo a punto de caerse del brazo del sillón en el que estaba sentado.

- ¿Cómo puede ser?

- ¡Es increíble!

- ¿Y Voldemort lleva años tras tu familia por eso, para teneros vigilados?

- Pero entonces, eso significa que tú también…

- ¡No, no! –Belle acalló la avalancha de comentarios descontrolados con un gesto, alzando la voz-. Yo no. Yo… no lo entiendo muy bien. La verdad es que apenas entiendo nada. Pero la herencia, o lo que sea, lo que lleva mi madre en la sangre… no ha pasado a mí, ¡sino a las niñas! Son mis hermanas las que tienen algo que ver con todo esto. Por eso, ahora… no sólo se ha llevado a mamá, sino a Lib y Deb también…

Belle se encogió de nuevo, apretándose las manos contra los ojos mientras se sacudía ligeramente por los sollozos contenidos, mordiéndose con fuerza el labio. Todos se miraron entre sí, asustados, sorprendidos e incrédulos. Todos menos Lily, que era incapaz de apartar los ojos de su amiga, como si estuviese hipnotizada.

- Pero… -Peter abría y cerraba la boca, como un pez fuera del agua-. Pero…

- Él… él dijo muchísimas cosas –repitió Belle lentamente-. Mientras me perseguía. Había perdido el control, estaba furioso… Él llevaba muchos años vigilando a mi madre, desde antes incluso de que yo naciera, y nunca habían conseguido descubrirlo. Y ahora, yo… yo había descubierto su tapadera casi sin proponérmelo, y eso lo volvió loco…

- Se arriesgó mucho suplantando a Fidias –comentó Selene, de nuevo en voz baja, como si hablara para sí misma-. Demasiado. Nunca se había infiltrado tan dentro del círculo familiar de los Figg. Es fácil mantener una farsa cuando eres un personaje ajeno a la familia. Pero compartir la casa con vosotras, vivir a vuestro lado cada día… era muy arriesgado.

- Si Mel estaba hechizada con el Imperius, ella no le ocasionaba problemas –musitó Remus, siguiendo el razonamiento de su madre-. El problema era la propia Belle… y nosotros.

- Por eso se la llevó a Lancaster –concluyó James, mirando a la morena-. Para alejarla de la gente que la conocía y no levantar sospechas.

- Él debió ordenarle a mi madre que exigiera marcharse a Lancaster –siguió explicando Belle-. Antes de suplantar a mi tío. Y nadie sabía que ella estaba bajo la influencia del Imperius, así que pensaron que le ponía nerviosa pasar el invierno en Dover en el aniversario de… de lo sucedido a mi padre, y… y por eso Fidias aceptó llevársela. Una vez allí, solos, él pudo atacar a mi tío de improviso… puede que incluso le ordenara a mi madre que lo atacara ella, y después sólo ocupó su lugar…

Belle volvió a quedarse callada. Cada vez le costaba más avanzar, pero sus amigos ya iban atando cabos por su cuenta.

- Entonces… -empezó Sam, y se le desvaneció la voz, adquiriendo una expresión de horror.

- Has… has dicho que Mel estaba hechizada desde que ingresaron a tu padre en San Mungo… -James parecía haber llegado a la misma conclusión que la rubia, y Remus también, porque estaba muy pálido.

- Icarus no murió de ninguna enfermedad, ¿verdad? –soltó Lupin con un hilo de voz.

- No… -susurró la joven Figg, y toda su cara se contrajo, aunque esta vez no logró reprimir las lágrimas-. No… todo fue un montaje… fue él quién…

No pudo terminar la frase, porque volvió a echarse a llorar, con una rabia y una frustración que se mezclaban con la demoledora tristeza que emanaba de ella. Remus se acercó un poco más para pasarle un brazo por los hombros, pero antes de hacer el gesto siquiera, Belle le salió al encuentro y se abrazó a él con fuerza, hundiendo la cara en su hombro. Sirius apartó la vista con el rostro tenso, y James, que seguía con la mirada clavada en sus amigos, captó por el rabillo del ojo que Selene se llevaba una mano a la boca y se giraba disimuladamente para darle la espalda a los chicos. En el acto levantó la vista hacia ella.

- Usted… ¿usted sabía todo esto, señora Lupin?

La pregunta quedó flotando en el aire. Seis pares de ojos se clavaron en ella y la mujer los miró con la sorpresa reflejada en su mirada gris. La misma que había heredado su hijo. Durante un largo rato, nadie habló.

- Lo sabía, sí –contestó Selene al fin, aunque daba la impresión de que le costaba pronunciar esas palabras-. Sabía que Icarus había sido asesinado… y sabía que había alguien persiguiendo a Mel por orden de Voldemort, por ser una Heredera.

Sirius resopló, pero no dijo nada y se hizo un ovillo también sobre el sofá, doblando las piernas ante el pecho y cruzando los brazos sobre las rodillas, apoyando la frente en ellos y ocultando el rostro a la vista de los demás. James parecía haber sufrido un mazazo en plena cabeza y Remus había compuesto una expresión hermética bastante desagradable. Peter seguía mudo, Sam mantenía su cara de incredulidad, y Lily… Lily seguía estática hundida en su sitio, con los ojos muy abiertos fijos en el vacío.

- Tenéis que entender algo –añadió Selene, tragando saliva-. Tenéis que entender… No sabíamos quién había envenenado a Icarus, era una situación de máxima seguridad por ser Mel quién es… El tema de los Herederos se ha llevado siempre con sumo secreto, precisamente porque sabemos que Voldemort los persigue. No podía salir a la luz la verdad. Se mantuvo la versión de la intoxicación accidental frente a todo el mundo, excepto la familia más próxima…

- ¿Y Belle no era familia próxima? –soltó Sirius con cierto aire de rencor, levantando la cabeza para mirar a la mujer que tenía al lado-. Y usted sin embargo parece saberlo todo al respecto, y que yo sepa no es familia de los Figg…

- Sirius –lo interrumpió Remus, endureciendo la expresión-, no hables de lo que no entiendes. Y no le faltes al respeto a mi madre, si no te importa.

Black pareció morderse la lengua para no soltar la contestación que se le vino a la mente y volvió a hundir la cabeza en sus rodillas. Selene se había quedado blanca como el papel.

- No es mi deber daros explicaciones, Sirius –murmuró con voz tensa-. Tampoco os voy a pedir que lo entendáis o me perdonéis. Este tema en concreto no es asunto tuyo. Y si los Figg nunca se lo contaron a Belle, fue para protegerla…

Sirius soltó una carcajada sarcástica y se levantó del sofá de golpe, sobresaltando a Selene, que era casi un palmo más baja que él.

- ¡Ja! –exclamó, temblando de ira-. ¡Permítame que me ría, señora Lupin! Si lo que los Figg querían era proteger a su hija, me parece que no ha dado muy buenos resultados. ¡De hecho, la han dejado casi huérfana!

- ¡Sirius! –gritó Remus, incorporándose con indignación.

Pero fue James quién se levantó de su sitio y se apresuró a agarrar a su mejor amigo por la camiseta, apartándolo de la mujer y obligándolo a sentarse de nuevo.

- Todos sabemos que hoy no es tu día, Sirius –le espetó con dureza-, pero estate tranquilito, ¿vale?

- No podemos juzgar –añadió Sam-. Nosotros no tenemos edad para…

- ¡Perdona, Sammy, pero si no recuerdo mal Belle cumple los 16 dentro de dos meses! –arremetió Sirius, aún alterado-. ¡Ya es casi mayor de edad!

- ¡Pero esto ocurrió cuando estábamos en segundo, Sirius! –se exaltó también Flathery, mirándolo con el ceño fruncido-. ¡No lo olvides! Y en segundo tenía 13 años, no 16.

- ¡La única forma de localizar a un espía es permitiendo que engañe a la gente más cercana a él! –Selene tomó la palabra, temblando aún, aunque hacía un soberano esfuerzo para controlarse-. ¡Sabíamos que estaban rondando a Mel y no podíamos poner a todo el mundo sobre aviso o el espía se asustaría y volvería a alejarse! Si Devius no se hubiese sentido lo suficientemente seguro como para suplantar a Fidias, jamás habría cometido un error y nosotros no habríamos podido…

- ¡Y es más fácil poner a Belle de carnada! –atajó Sirius, mirándola con furia-. ¡Es más fácil dejarla en la ignorancia y totalmente desprotegida, a ver si la matan! ¿Es eso, señora Lupin?

- ¡Sirius, ya basta! –gritaron Remus y James a la vez, enfadados.

Selene se puso rígida y dio la impresión de que estaba a punto de soltarle una bofetada a Black, pero se contuvo. Irguiéndose, lo miró con la respiración agitada y el rostro pétreo, aún extremadamente pálida.

- Hay muchas cosas que no entiendes, Sirius –masculló con frialdad-. Y muchas cosas que no podrás entender hasta que las vivas. No entiendes nada de esta guerra, porque aún eres un niño, y piensas como un niño. No voy a justificar la actitud que todos nosotros hemos tenido en este asunto. Pero tampoco voy a consentirte que insinúes siquiera que hemos dejado a Belle desprotegida o que no nos hemos preocupado por su seguridad. Créeme cuando te digo que si ella hubiese estado enterada de todo desde el principio es muy posible que Devius la hubiese matado en cuanto hubiese tenido oportunidad. Hay muchas cosas que yo misma no sabía hasta hoy. Y no por eso he montado en cólera contra mi marido o cualquier otra persona, porque entiendo que lo hizo por mi seguridad.

Un denso silencio se impuso en la sala. Sirius se quedó mirando a la madre de Remus, pero no dijo nada más. Y los demás se removieron, inquietos.

- Vamos… vamos a tranquilizarnos, ¿vale? –dejó escapar Sam, que temblaba de pies a cabeza, asustada por la escena que acababan de presenciar-. Ha sido un día muy tenso para todos…

- ¿Qué pasa con papá? –preguntó Remus en un murmullo, mirando a su madre-. ¿Dónde está?

Selene abrió la boca para contestar, pero Belle la acalló con un gesto y se incorporó, separándose de Remus y pasándose la mano por la cara para secársela.

- Zephirus ha salido a buscar a mi madre –explicó en voz muy baja y débil-. Él… él era el único que estaba al corriente de todo lo que estaba pasando, pero esperaba una oportunidad para poder atrapar a Devius. Después de que él se marchara llevándose a mamá y a las gemelas… Zephirus se presentó en casa. Me explicó lo que sucedía y… y se marchó a perseguirlos con unos aurores del Ministerio…

- Pero, ¿por qué…?

Remus no pudo terminar.

- No lo sé –negó Belle con la cabeza-. Pero sé que él es el único que puede encontrarla. Lo sé –miró a su amigo a los ojos, muy seria-. Tú también lo sabes, ¿verdad, Remus? Se han criado juntos… él la encontrará…

Ambos se sostuvieron la mirada en silencio por unos segundos. Y Remus, tragando saliva, asintió. No hizo más preguntas al respecto.

- No has terminado.

Todos se volvieron de repente hacia Lily, que tenía los ojos clavados en Belle con una expresión que ponía los pelos de punta. Era la primera vez que abría la boca en toda la conversación.

- ¿Cómo escapaste? –añadió la pelirroja, también en voz muy baja-. ¿Cómo escapaste de Devius, y qué pasó en tu casa? Dijiste que te atacó.

Por unos segundos, Belle pareció desconcertada, pero se recuperó enseguida, apartándose el pelo de la cara.

- Yo… llegué hasta el salón, como os dije –empezó, vacilante-. Y… él me alcanzó allí. Fue… intenté que… -la chica se estremeció violentamente, como recordando algo horrible, y se abrazó a sí misma. Remus volvió a rodearla con un brazo y Sirius volvió a fruncir el ceño-. Lanzaba hechizos por todas partes mientras gritaba como loco. No hacía más que repetir ¡Yo no soy Jewel, yo no soy Jewel!

- ¿Quién es Jewel? –la interrumpió James, arrugando la frente.

- No lo sé –Belle negó una vez más-. Por lo que pude entender… no es sólo a mi madre a la que vigilaban. De los Herederos, quiero decir. Creo que… creo que Jewel era otra mortífaga, encargada de vigilar a otro de los Herederos, y debió fastidiar su misión o algo así, porque hablaba de ella como una traidora… Devius… Devius decía que él no pensaba cagarla como lo hizo Jewel y que me mataría si era necesario. Que muchos planes dependían de que él tuviera éxito. Dijo un montón de cosas que no entendí… Hablaba de los Herederos llamándolos por el nombre de los Fundadores… Repetía que Ravenclaw sería suya, que él se la ofrecería en bandeja al Señor Tenebroso y compensaría los errores de Jewel… que, a partir de esta noche, darían caza a Gryffindor y lo matarían… que Slytherin pronto volvería a ser uno solo… que, si todo iba bien, localizarían pronto a Hufflepuff y completarían el círculo…

Selene Lupin volvió a cubrirse la boca con una mano disimuladamente. Parecía enferma, como si estuviese a punto de vomitar, pero ninguno de los chicos pareció darse cuenta. Belle continuó, ajena a la reacción de la mujer, frotándose los brazos.

- Logró… logró alcanzarme con algunos hechizos, aunque intentaba esquivarlo, y el… el C-Cruciatus

Se le quebró la voz, momentáneamente horrorizada ante el simple recuerdo. Sirius se había puesto muy pálido ante la mención de aquella maldición, incorporándose en el sofá casi de forma inconsciente.

- ¿Te torturó? –musitó con voz contenida-. ¿Te torturó con el Cruciatus?

Belle se sacudió con un movimiento espasmódico, temblando, y asintió.

- Pensé que moriría –siguió la joven-. De verdad pensé… pensé que me moriría en ese mismo momento. Pensé que no saldría de allí, que no podría avisar a nadie, que no podría salvar a mi madre… Recuerdo haber gritado con todas mis fuerzas, esperando que alguien me oyera… Y e-entonces ocurrió.

- ¿Qué ocurrió? –Sam también tenía los nudillos apretados contra la boca, sentada al borde de la mesa en una postura tan tensa que parecía estar a punto de echar a volar.

- Mi madre –contestó Belle, como ausente-. Mi madre… apareció de improviso allí y se enfrentó a Devius.

- ¿Rompió el Imperius ella sola? –inquirió James, que estaba en las mismas condiciones que Flathery.

- Sí… Ella… no sé cómo lo consiguió, después de tanto tiempo. Ella… apareció de repente, como si acabara de despertarse de un sueño muy largo… y llamó a Devius por su nombre, aunque seguía teniendo el aspecto de mi tío. Entonces comprendí que se había recuperado, que sabía lo que estaba pasando. Le gritó que lo mataría si se atrevía a tocarme un pelo…

- ¿Empezó a luchar con él? –preguntó esta vez Remus.

Figg asintió con la cabeza de nuevo.

- Jamás había visto nada igual. Mamá… mamá no llevaba varita, pero los hechizos de Devius parecían rebotarle. Sin embargo, no podía contraatacar. Él… él terminó por lanzarle a ella también un Cruciatus, mientras seguía gritando una sarta de incoherencias… Yo no pude entender nada. Apenas me podía mover. Sólo veía cómo torturaba a mi madre… pero… pero ella consiguió romper la maldición…

- ¿Cómo? –Remus acababa de quedarse boquiabierto.

- No entiendo cómo lo hizo. Lo… lo repelió, o algo así. No lo puedo explicar. De repente creó una honda expansiva, como una explosión, que destrozó el salón entero. Los muebles salieron volando, los cristales estallaron… y, en… en medio de toda la confusión, ella se… s-se levantó como si nada, le partió la varita a Devius y agarró una silla para golpearlo en la cara.

Belle volvió a quedarse en silencio, repentinamente sorprendida, como si no se creyera sus propias palabras.

- Fue como si hubiese roto un espejo –musitó, aún impresionada por lo sucedido-. Devius aún tenía el aspecto de mi tío, pero… pero cuando mi madre lo golpeó, fue… no puedo explicároslo… La imagen se rompió delante de nosotras, como si fuese un espejo de verdad lo que mi madre había golpeado con la silla. Él se encogió, gritando, y… y entonces lo vimos con su verdadera cara y su verdadera forma.

Todos se quedaron mirándola con los ojos muy abiertos.

- ¿No era la Poción Multijugos? –se sorprendió James-. ¿Tampoco era metamorfomago, o algo así?

- No –intervino Selene con aire sombrío, aún pálida como la cera-. Es un hechizo… Bueno, más que un hechizo, es una habilidad, como la metamorfia. Había oído hablar de ello, pero jamás lo había visto y pensé que no existía. Es magia negra.

- ¿Pero qué… qué es? –preguntó Peter, arrugando la frente.

- Un conjuro de hipnosis –continuó la mujer, intercambiando una mirada con Belle-. Crea una ilusión que se alza delante de él como una pantalla y todo el mundo que lo mira ve la imagen que él quiere mostrar. Es como un espejismo. Puede adoptar la apariencia que le dé la gana en cuestión de segundos y es la forma más segura de suplantar a una persona, porque no tienes que estar pendiente de la Poción Multijugos y no corres el riesgo de haberte metamorfoseado mal o no ser completamente idéntico a quien intentas sustituir. Jamás se nos ocurrió que Devius pudiera estar utilizando una táctica semejante para pasar desapercibido…

- Entonces, ¿por qué se rompió la ilusión? –intervino Sam, mirando a Selene.

- Tiene un punto débil y es que se basa en el contacto visual. La ilusión se crea a través de la mirada, de los ojos. Quizá Mel lo sospechó y por eso atacó a Devius a la cara. ¿Le hirió los ojos, Belle?

- Sí –la morena pareció comprenderlo todo de golpe-. Sí, le atacó a los ojos… Cuando… cuando Devius recuperó su auténtica forma, tenía media cara cubierta de sangre… Mamá le había abierto una brecha en la frente, pero creo… creo que le destrozó el ojo izquierdo también…

- ¿Y qué pasó entonces? –la voz susurrante de Lily volvió a sobresaltarlos a todos-. ¿Qué hizo él?

- No… no lo sé, la verdad –siguió Belle, algo incómoda por la mirada de la pelirroja-. Mamá apenas se tenía en pie, estaba agotada… ella me intentó proteger, pero no podía más, y… y cuando Devius se recuperó del golpe volvió a atacarnos. Ya no tenía su varita, pero desde luego estaba en mejores condiciones que nosotras. Lo último que vi fue que… que noqueaba a mi madre, pero justo después me dejó inconsciente a mí también con un golpe.

- Y entonces huyó con tu madre y tus hermanas, dejándote atrás –razonó Lily, y bajó la vista de modo que nadie consiguió verle la expresión-. Qué estúpido…

Durante unos segundos, los presentes se quedaron desconcertados ante aquel comentario. Selene miró a Evans y frunció el ceño. Pero Belle siguió hablando sin darle más importancia a la interrupción.

- Zephirus me despertó cuando llegó a la casa. Me dijo que había presentido el ataque y que se había presentado allí lo antes posible. Me preguntó qué había ocurrido y… y, bueno, me curó las heridas y se quedó conmigo hasta que me encontré en condiciones de viajar. Luego me trajo aquí, a Dover, y estuvimos esperando hasta que la situación en Notthing Hill se controló, pasado el amanecer, y llegaron los aurores con el señor Potter, y…

- ¿Mi padre también estaba enterado de todo esto?

Nadie contestó a la pregunta de James, pero todos los ojos volvieron a fijarse en la señora Lupin. Ella los miró de uno en uno, hasta que suspiró.

- Sí, James –susurró, y se rascó distraídamente el cuello, como buscando las mejores palabras para expresarse-. Tu padre es miembro del Ministerio y… podría decirse que es una de las personas que se ocupan personalmente de este caso desde el principio.

- ¿Hay más gente implicada? –inquirió Remus-. ¿Papá también es una de esas personas?

- Hay mucha gente implicada que de momento a vosotros no os concierne –atajó Selene, tornándose nerviosa otra vez-. No puedo deciros más.

Sirius dejó escapar otro resoplido escéptico, pero nadie le hizo caso.

- Entonces, el señor Lupin se marchó con algunos aurores del Ministerio para intentar encontrar a la señora Figg y a las niñas, ¿no? –concluyó Sam-. ¿Y cree que lo logrará?

- Sí –contestó en el acto Selene-. Devius está solo en estos momentos y huye cargando con tres personas más. No podrá ir muy rápido. Lo alcanzaremos antes de que pueda reunirse con Voldemort. Y ya os he dicho que tenemos razones de sobra para pensar que no pretende hacerle daño a Mel o a las gemelas.

- ¿Y por qué se las ha llevado entonces? –replicó Black, cortante.

- Me temo que yo tampoco tengo todas las respuestas, Sirius. Lo único que sabemos seguro es que Devius ya no podrá utilizar su poder a partir de ahora. Y localizarlo y apresarlo será mucho más fácil que antes.

Después de aquello nadie volvió a hablar, aunque la tensión se respiraba en el ambiente. Belle siguió acurrucada sobre el asiento, apegada a Remus como si tuviese frío, sorbiendo por la nariz de vez en cuando. Sirius también permaneció encogido en un rincón del sofá, hundido en sus pensamientos con la expresión más lúgubre que sus amigos le habían visto jamás. Peter se hundió en su sillón, abrumado por todo lo sucedido, intentando digerirlo. James se levantó y se dedicó a pasearse por el salón lentamente, seguido por la atenta mirada de Selene, que parecía terriblemente triste de repente. Y Sam no se movió del sitio, hundida de hombros e inclinada hacia delante, acodada en sus muslos y con las manos fuertemente entrelazadas.

Lily permaneció muy quieta, como petrificada, con la mirada perdida en algún punto del suelo. Todo pasaba ante ella como una especie de sueño borroso. Las palabras de Belle, toda la historia que acababa de contarles, bailaban en su cerebro como mariposas, imposibles de cazar e imposibles de comprender. No había sido realmente muy consciente de las intervenciones que ella misma había hecho en la conversación. No entendía nada. Y a pesar de ello en su corazón se sucedían una serie de sentimientos que la estaban asustando. Miedo, pena y compasión hacia su amiga… pero también rabia, furia y una frustración egoísta que no entendía en absoluto. Tenía el pulso acelerado. Y seguía sin poder respirar bien.

Cuando la auror llamada Amelia regresó con el té que había prometido al marcharse no venía sola, sino con John Potter. Y en el salón de El Parnaso, la casa de los Figg en Dover, se dio una de las escenas más desagradables que el grupo entero había vivido hasta la fecha. Los gritos y reclamos de Sirius Black hicieron retumbar las paredes de la sala y ni sus amigos ni los adultos lograron callarlo hasta que soltó todo lo que llevaba dentro y se quedó a gusto. John Potter aguantó el ataque verbal de su ahijado con toda la entereza que pudo, intentando responder a sus quejas, aunque sabía de sobra que el chico no lo escuchaba. Pero peor incluso que eso fue quizá la reacción de James, que no gritó ni se enfadó, pero trató a su padre como si fuese un auténtico desconocido.

En consecuencia, John les explicó muchas cosas que no tenía mucha pinta que querer explicar. Les dijo que trabajaban en el caso de los Herederos desde antes de que ellos nacieran, confirmó la implicación en el tema de Zephirus Lupin e Izzy Black (lo que redobló el enfado de Sirius) y admitió saber desde el principio que Icarus había muerto envenenado y que Mel estaba siendo hechizada, pero que no habían alertado a nadie para intentar cazar al espía. Repitió hasta la saciedad que no sabían cuáles eran las intenciones de Voldemort al perseguir a los Herederos, pero que seguían investigándolo con discreción, porque era un tema que muy poca gente conocía. Aseguró que pronto recuperarían a Mel Figg y a sus hijas, que el error de Devius les daba ventaja a ellos, que habían desbaratado los planes del Señor Tenebroso de momento y que, aunque no habían encontrado aún al auténtico Fidias Figg, creían que podía seguir vivo e iban a intensificar la búsqueda.

Después fue él quién empezó a hacer preguntas y Belle tuvo que repetir ciertas partes de la historia una vez más. Nadie interrumpió el interrogatorio, pero al terminar los jóvenes volvieron a exigir información. John, que había palidecido bastante después de escuchar los comentarios que Devius había gritado en su enajenación sobre la situación de los Herederos, adquirió una actitud mucho más firme que antes y se negó en rotundo a decir más, mucho menos a revelar la identidad de los demás Herederos, que era lo que los chicos querían saber. Acabó gritándoles a los jóvenes que aquello no era asunto suyo y que eran muy pequeños aún para inmiscuirse en un asunto que les quedaba muy grande, sin contar que a ellos no los beneficiaba en absoluto enterarse de más detalles de los que ya conocían. Sirius y James se sulfuraron en el acto, Remus, Sam y Peter desistieron y guardaron silencio, y Belle se mantuvo al margen, como si realmente ya no quisiera saber nada más.

Eso puso fin a la reunión.

Entre gruñidos enfurruñados y resoplidos de protesta, John dividió a los chicos para mandarlos de vuelta a sus respectivas casas. El auror llamado Alastor Moody quedó encargado de acompañar a Sam a Belfast para reunirse con su padre. Sirius, que seguía furioso con su padrino y con todo el mundo en general, rehusó volver a casa con él y tuvo que ser finalmente acompañado por Cirus Bones, el auror rubio que habían visto al entrar en la casa. John sugirió que otro de los aurores acompañara a Peter a Londres, pero Selene consideró que sería mejor que lo llevara ella, para que la señora Pettigrew no se alarmara, y así de paso poder recoger las compras que su hijo había dejado en el Caldero Chorreante. Remus se quedó con Belle en El Parnaso, acompañados por Amelia Bones, que se quedaría de guardia hasta que Selene regresara y se marchara por fin de vuelta a La Atalaya, con su hijo y su amiga. Por último, John se llevó a James con él y ambos acompañaron a Lily de vuelta a Little Whinging.

Ninguno de los tres habló en todo el trayecto, aunque el autobús noctámbulo no era realmente el mejor sitio para charlar. Lily seguía con una intensa sensación de irrealidad instalada en el pecho. No levantó la cabeza durante el viaje y no prestó atención a las palabras que se dirigían de vez en cuando sus dos compañeros. Una vez en Little Whinging, donde ya estaba haciéndose de noche, se bajaron en la calle más discreta del pueblo y caminaron juntos hasta llegar a la esquina de Privet Drive. Allí se detuvieron y Lily les dedicó una vaga despedida. James apenas pudo articular palabra, pero John se quedó mirándola por un par de segundos y de repente le pasó un brazo por los hombros y la estrechó contra él, pillando por sorpresa a los dos jóvenes.

- Cuídate mucho, Lily Evans –musitó el hombre, arrugando la frente con algo a medio camino entre la tristeza y la preocupación, y le acarició la cabeza como si fuese una niña pequeña.

Lily no entendió el gesto. No entendió la reacción de John Potter, ni sus palabras. Pero el simple contacto logró hacerla reaccionar y el peso en su corazón se disolvió, siendo sustituido por unas inexplicables ganas de llorar.

James y su padre se perdieron en la creciente oscuridad, desapareciendo antes de que ella entrara en su casa, y Lily no volvió a verlos hasta el día 30 de agosto, en la boda de Arthur Weasley y Molly Prewett. Cuando cruzó el umbral de su casa y sus padres la recibieron con un sonoro ¡Feliz cumpleaños, Lily!, se quedó tan desconcertada que apenas atinó a darles las gracias. Ya incluso había olvidado que ese día era su cumpleaños.

Aquella noche apenas pudo dormir. Se despertaba cada dos por tres, con la respiración agitada, sufriendo una pesadilla tras otra en las que la mitad de sus amigos morían de las peores formas imaginables. Veía a Izzy Black acribillado a Cruciatus, a Mel Figg desplomada sobre el suelo de cualquier manera, muerta, a las pequeñas Libitina y Deborah llorando a gritos con los rostros desfigurados… y a John Potter muriendo una y otra vez envuelto en un resplandor verde que la despertaba siempre con un grito ahogado. En la oscuridad de su cuarto, mientras intentaba recuperar el aire, podía ver aún la imagen que asaltaba todos sus sueños: unos brillantes ojos rojos, con pupilas de reptil.

Y, a partir de entonces, siguió soñando con esos ojos hasta muy entrado el quinto curso.

--Fin del capítulo 7--

Preguntas que pronto encontrarán respuesta…

Bueno, vayamos por partes… ¿Por qué se presentó Albus Dumbledore en casa de los Evans cuando Lily recibió su carta, en vez de mandar a un profesor cualquiera? ¿Y qué hay con todo lo que Emily Evans le contó a James sobre el pasado de nuestra pelirroja? Dediquemos su momento de gloria a los secundarios… ¿Os ha gustado el pequeño garbeo de Petunia y Vernon? xD ¿Y qué me decís de la estelar aparición (indirecta) de Regulus Black? Este chico me obsesiona últimamente, pronto lo veremos en persona, porque ya ha tomado forma en mi cabeza… ¿Qué hay detrás de la muerte de Minimus Pettigrew? ¿Qué será de Opal en el futuro, o del propio Peter? ¿Qué pretendían realmente los mortífagos con el ataque a Notthing Hill? Quién acierte ésa, se lleva un premio… ¿Y de qué estaban hablando John Potter e Izzy Black? ¿Qué pasa con Lily, y por qué tienen tanta importancia sus ojos verdes? ¿Averiguaremos por qué murió Grace Potter? ¿Y qué será del nuevo y mejorado Devius? ¿Y de Fidias? ¿Y de Melpómene Figg y las niñas? ¿Qué les espera a Deborah y Libitina? Y, ahora que por fin ha salido a la luz el tema de los Herederos… ¿Por qué los persigue Voldemort? ¿Cuál es la identidad de los demás? ¿Quién es Jewel? Y, a los que crean saber la respuesta a esa última pregunta, os digo… ¿estáis seguros? xD Y, lo más importante… ¿conseguirá Izzy Black hacerle el amor a su mujer esta noche, teniendo en cuenta cómo se encuentra? MUAJAJAJAJA…

¡Pues bien, señoras y señores! Todas éstas interrogantes y más se irán descubriendo poco a poco a lo largo de la parte dark de R, que empieza a partir de YA. ¡Tachán, tachán! (redoble de tambores de fondo) Pero, para tomarnos un respiro, ya saben… si quieren descubrir TODO sobre los Merodeadores, esperen el próximo capítulo, porque… ¡es su biografía no autorizada! Capítulo 8: Los Merodeadores (¿Cómo se convirtieron en animagos? Y mucho más…)

Próximamente… ¡en esta caca de web! xD

N/A: MUAJAJAJAJA… ¡Por fin, por fin! Por fin sale a flote el tema principal de la trama de R: los Herederos de Hogwarts. Y quizá todos vosotros lo sabíais ya, pero… ¿os hacéis una idea de lo exasperante que ha sido rozar el tema durante todos estos capítulos previos sin llegar a mencionarlo claramente en ningún momento para intentar mantener la tensión? He terminado hasta el moño. ¡Pero eso se acabó, ajajajaja! ¡YUJU! Me siento liberada, kyaaaa…

Ejem…

Bueno, recuperemos la seriedad para hacer las aclaraciones de rigor. Antes de nada, quiero pedir perdón a todos los lectores veteranos que se hayan sentido decepcionados con este cap. Sé muy bien que, con diferencia, éste es el que más he transformado de todos los que llevo corregidos hasta el momento. He tenido que modificar por completo toda la parte final en la que van a casa de Belle, y seguro que alguien ha echado de menos determinadas escenas o diálogos míticos en R. Repito: lo siento. Pero era absolutamente necesario, como os podréis imaginar. En fin, cada cosa a su tiempo.

Hay ciertos detallitos que quería comentar. Más de una persona me dijo en su día que este cap se hacía espeso, por las retrospecciones a las que me vi obligada a recurrir para cubrir un poco la laguna de los dos cursos que me he saltado. Y la verdad es que, mientras corregía este cap… me terminé asqueando conmigo misma de las chorradas que llegué a escribir aquí. No me extraña que se hiciera pesado de leer. Bueno, no sé si habré logrado mejorar en algo ese aspecto (seguramente no, muajaja xD) pero al menos he intentado no meter tantos párrafos de cosas absurdas que todos sabemos y me he dedicado a tocar temas más nuevos, detalles que puedo considerar relevantes para el futuro o aspectos en los que me convenía profundizar.

Con respecto a los complejos de Lily y sus reflexiones al principio del cap… tenía que incluirlos. ¿Por qué? Porque creo que son importantes para entender mejor la actitud que va a adoptar Lily en un futuro cercano, con respecto a su relación con James y a todos los demás. Alguien me preguntó una vez que por qué hacía a Lily tan "imperfecta", y me pidió que la mejorara y la hiciera más guapa. También quiero explicar eso. Odio los personajes perfectos, física o psicológicamente. Desde el primer momento, cuando concebí R por primera vez, hace cinco años, Lily era bajita y menudita. Y va a seguir siendo así, principalmente. No hay nadie perfecto en este mundo. Y el físico de Lily juega un papel importante en su vida durante una etapa muy crucial, al igual que su dificultad para confiar en la gente, o su miedo a volver a ser rechazada, como cuando estaba en primaria. Me gusta mucho Lily tal y como está ahora, y he disfrutado mucho metiéndome más en su cabeza, cosa que no suelo hacer (tengo la manía de narrar desde el punto de vista de los Merodeadores) Lo siento si os he aburrido con mis desvaríos.

Otro aspecto que salta a la vista en este cap es que hay una intervención mucho más marcada de los padres. Sí, lo sé, ya debo teneros hartos con esto, pero es que, mientras leía la versión antigua de este cap… ¡de verdad que me daba asquito! Antes, los chicos parecían flotar en un universo ambiguo, únicamente habitados por ellos mismos, y eso no es ni medio creíble. He disfrutado mucho haciendo interactuar a Emily Evans con James, me ha gustado cómo se desenvuelve esa mujer, jijiji… Además, creo que su conversación ahora parece menos forzada y más natural que en la versión vieja, ¿no? ¡Veteranos, a vosotros recurro! xD

La aparición estelar de Pearl Pettigrew se me ocurrió sobre la marcha, pero me gustó tanto la idea que la tuve que incluir. Me daba la posibilidad de explicar lo sucedido en la familia de Peter durante este lapso de dos años desde una perspectiva diferente y, en mi humilde opinión, más interesante. Muchos matices rodean al caso, muchos más de los que posiblemente tenga oportunidad de plasmar aquí, aunque lo intentaré, desde luego. Opal me ha dado mucha pena, y a Pearl he conseguido llegar a detestarla, a pesar de que no es un personaje oscuro ni malvado. Sólo es… una madre maniática. Espero haber transmitido correctamente la idea.

El tema del ataque a Izzy Black también lo he modificado, aprovechando que estuve investigando por ahí sobre los festivales que se celebran en Londres en verano y el carnaval de Notthing Hill me vino como anillo al dedo. Por cierto, James menciona en un momento determinado un atentado en Covent Garden, pero se refiere al atentado en el que Voldemort se dio a conocer, en febrero del 70, cuyo titular leen los chicos en el cap de Canis Lupus Lupin. Es un dato que corregí después de que mi informaran de que, ciertamente, en febrero no se celebra ningún carnaval en Londres. En fin, rebobinando… Pensé que basar el ataque al Ministerio de este cap en el simple soplo de Belle era una fumada total, así que elegí un atentado más creíble. Aún así, el ataque en Notthing Hill iba con segundas, y no sólo fue una maniobra de distracción para cubrir la huída de Devius. Podría decirse que eso, más bien, se dio por casualidad. El objetivo del ataque era precisamente el que consiguieron: deshabilitar a Izzy Black.

Y, antes de meterme en el escabroso tema de la escena final, le dedico de nuevo su momento de gloria a los secundarios. Muchos pensarán, seguro, que la aparición del hermano de Izzy es una sobrada como tantas otras que tiene este cap. No voy a defenderme, posiblemente sea una sobrada de verdad, pero fue otro de esos detalles que se me ocurrió sobre la marcha y me encantó, porque me da la oportunidad de ir introduciendo en escena a la familia de Sirius, que tendrá su papel importante en el futuro. ¡Además, Arens es el padre de Regulus! Ya ha aparecido nuestro querido enano. ¿Qué os ha parecido su presentación oficial? Como ya he dicho antes, dentro de poco lo veremos en persona, estoy obsesionada con él, y ya tengo visualizada casi al milímetro la primera escena en la que va a aparecer (de momento, a no ser que se me ocurra otra antes)

Con esto también quiero incluir una disculpa hacia los slytherins de R. Hace poco me comentaron también si es que Snape, Lestrange y compañía no tenían más compañeros de clase que los que siempre uso. Obviamente, hay más. Y, en un intento por subsanar ese error, empecé a ponerle nombre a todos los slytherins de la clase de Snape y… así surgieron nuevas e inquietantes posibilidades. Se me han ocurrido muchas cosas para la vida de nuestros malos malosos. Y una de ellas es Delora Vaughan. No creáis que va a jugar un papel vital, ni mucho menos, pero nos va a acercar inconscientemente a Severus, en un plano totalmente diferente al que comparte con los Merodeadores, claro. Me he encariñado increíblemente con Delora, aunque va a aparecer dos veces contadas en R, de momento. Y Delora no es la única novedad. Ya lo veréis, intentaré darle más color a la vida en Hogwarts, o al menos ampliarla a nuevos horizontes con pinceladas nuevas.

Y ahora sí, ya no lo retraso más, que me parezco a John Potter… La escena en la casa de Belle. Bien. Ehhh… ya os he dicho que no tenía más remedio que modificarla, entre otras cosas porque he cambiado toda la trama de Icarus. ¿Os han gustado los cambios? ¿Os da asco? Eso sólo lo podéis decidir vosotros. Yo, como siempre, me intento justificar. La versión antigua de esa escena era TAN RIDÍCULA que de plano decidí borrarla por completo y no aprovechar ni el principio. Y es que es verdad, lo tenéis que admitir. ¿En qué cabeza cabe que, sabiendo que han atacado a Belle y han secuestrado a su madre y hermanas, nadie vaya a socorrerla y la dejen todo el día tirada en su casa medio muerta? Y encima, para más inri, en la versión vieja Selene estaba tan tranquila en su casa tomándose un café, A DOS PASOS DE LA CASA DE BELLE DONDE ELLA ESTABA AGONIZANDO. Venga ya, es que me río de sólo acordarme. Quedaba muy dramático y emotivo que los chicos la encontraran tirada en el jardín y la rescataran en plan heroico, como si fuesen los salvadores del universo, pero sinceramente… que no, que me da repelús sólo acordarme del asunto. Y encima John tan tranquilo contándole a Izzy que sí, que habían atacado a Belle, pero no tenía ni idea de si había sobrevivido o no, ni parecía importarle, porque dejaba que sus hijos se largaran tan panchos en su búsqueda, a la aventura. Joder, si es que… que chunga era la vieja versión de R…

Era lo malo de este fic, que se fue escribiendo solo en su gran parte, y luego tenía que hacer malabarismos para meter las cosas que se me ocurrían y quedaban pasajes tan bizarros como éste. Ahora que R ya es un bebé madurito de sus 5 añitos y medio, espero que cosas como ésta no vuelvan a ocurrir. Aunque aún sigo sorprendiéndome a mí misma con las ideas mutantes que me asaltan a veces…

En fin, que no sé qué os habrán parecido los cambios. Sé que he tenido que aniquilar unas partes muy bonitas en las que Sirius y Belle interactuaban un montón, y posiblemente las fans de la pareja quieran liquidarme, pero… ¿no os sirve de consuelo la tensión real que se está formando entre ellos, al más puro estilo Ron/Hermione? xD Vale, no hace falta que contestéis… Por mi parte, no sé muy bien qué opinar de la nueva versión de esta escena. He disfrutado mucho con la aparición de Moody (otra improvisación, ajajaja) y sigo manteniendo ahí, aunque en segundo plano, a los Bones. Eso es lo bueno. ¿Lo malo? La explicación en sí, por supuesto. No sé si habrá quedado muy liosa, como siempre, espero vuestras opiniones al respecto. Y tampoco sé si la actitud de Belle estaba centrada, teniendo en cuenta las circunstancias. A diferencia del cap anterior, que lo escribí en una época oscura de mi existencia, esta escena en concreto la he estado corrigiendo en unos arranques de buen humor que me daban de repente, y por lo tanto ha sido difícil ponerme en situación. Tenía ganas de escribir algo divertido, y no esto, pero en fin… confío en que haya quedado aceptable. Ya me diréis. Y a ver qué opináis de la nueva información (si es que hay aquí información nueva)

Por cierto… hay un pequeño guiño al libro 5 en esta escena. Cuando Sirius y Selene están discutiendo, estaba acordándome de cuando Nagini ataca a Arthur y los Weasley tienen que pasar la noche en Grimmauld Place, y la discusión del Sirius adulto con Fred y George. Intenté ponerme en situación a través de aquella escena, porque en verdad me ha resultado muy difícil ubicar las reacciones de los chicos ante todo lo que estaban descubriendo. Una cosa es que Belle te cuente algo que ella acaba de descubrir, y otra muy diferente es enterarte de que todo el mundo lo sabía menos tú. Por eso me parece que la relación entre padres e hijos va a deteriorarse un poco a raíz de esto, lo que le da un nuevo giro trágico a todo. Ay, John, querido, en menudos líos te metes…

¿Qué tal el nuevo Devius? Seguro que muchos opinan que este tipo no se merecía una remodelación tan intensa, pero… ¡el antiguo Devius era muy ñoño! Tú no puedes ir por ahí tan fresco enseñando tu cara en todas partes durante 20 años, cuando Jewel te ha delatado, y todo el mundo sabe que eres un mortífago. Mientras buscaba nuevas formas de ocultar a Devius y hacerlo más discreto, pensé en hacerlo metamorfomago, pero entonces no habrían podido neutralizar sus poderes, y siempre había llevado dentro la idea palpitante de hacer algo relacionado con sus ojos y que, al dejarlo Mel tuerto, ya no pudiera seguir dedicándose al trabajo de campo. Al final lo solucioné así. Quizá sea otra sobrada, pero el detalle me gusta. Lo siento, tengo que admitir que llevo dos años viciada a Bleach y ha debido terminar afectándome. El caso es que Devius ha sufrido una gran evolución, tanto en sus habilidades como en su personalidad. Voldemort no puede tener como mano derecha a un mago mediocre. Así que, aunque me linchéis por esto, creo que incluso me estoy encariñando con él. Es lo malo que tiene profundizar en los personajes, que ya te sientes como si los hubieses parido y eres incapaz de detestarlos…

¿A quién le ha dado muy mala espina la actitud de Lily durante la escena final? A mí sí… me he asustado yo sola, porque se me escapaba de las manos. Qué tema tan siniestro.

Mmm, y no sé si me dejo algo en el tintero (posiblemente sí, pero ya tengo el cerebro medio embotado) Bueno, a ver cómo se desarrolla R a partir de aquí, porque me parece que me he ido de la lengua en esta remodelación y he dejado escapar detalles que no se descubrían hasta más tarde. En fin, qué se le va a hacer… ¡Espero con muchísimas ansias vuestras opiniones! Gracias de ante mano por dedicar tiempo siquiera a leer esto.

Bueeeno, y dejando ya el cap de lado… ¡el domingo pasado cumplí 5 años como miembro de ! xD Estamos de celebraciones, muajajaja. Quería haber subido el cap el domingo pasado para celebrarlo, pero… no me dio la vida, así que lo subo hoy. Siento haberme retrasado de nuevo, aunque al menos esta vez no he estado desaparecida un año, ¿no? Y espero no volver a estarlo. Dentro de un par de semanas empiezan los exámenes, así que hasta pasado junio no creo que tengáis un nuevo cap de R. Sin embargo, puesto que estoy de aniversario, es muy posible que en las próximas semanas me dedique a subir cosillas pequeñas, songfics, oneshots… ya veré. No todos serán de Harry Potter, desde luego, pero espero que leáis los que suba a esta sección, al menos. Seguramente serán sidestories de R, así que… (qué poca vida propia tengo, Dios mío) Ya de plano os anuncio que la semana que viene subiré un songfic sobre el momento en el que Zephirus rescata a Mel y a las niñas. Os lo recomiendo, porque trata temas interesantes para el desarrollo de este fic. Y la fecha es segura, porque lo tengo escrito desde hace un mes, juju. A ver si os gusta.

Quiero hacer una mención especial a la canción que lleva acompañándome todo el día, mientras corregía la escena de Dover: Jóga, de Björk. Si tenéis posibilidad de conseguirla, os la recomiendo. Estaba tan a tono con la escena que yo misma me he sorprendido, me habría dado posibilidad de escribir un songfic (¿qué tendré yo últimamente con los songfics?) A veces es espeluznante buscar los lyrics de las canciones y enterarte de lo que dicen, je. Ahora, sin embargo, estoy viciada a Mr. Raindrop, el segundo ending de Gintama, que descubrí ayer por pura casualidad. AJAJAJAJAJA. Eso es todo lo que puedo decir con respecto a esta canción. Es lo único que me mantiene despierta ya, porque me caigo de sueño… Si alguien tiene estómago para ver algo realmente espeluznante, que busque Mr. Raindrop en youtube. El vídeo de este ending es de ésos que ves y dices: coño… qué miedo da… xD

Ehhh… voy a dejar de desvariar ya. Antes de despedirme, quiero deciros que se aceptan sugerencias e ideas de todo tipo con respecto a los futuros caps de R. ¿Por qué os digo esto? Porque me he metido en un lío yo sola, y es que ahora me encuentro en una situación en la que resultaría muy raro que no le hubiesen contado nada a Sirius y James sobre los Herederos. Los veteranos quizá recordéis cómo lo descubre cada uno. Bien, pues ahora me temo que voy a tener que cambiar eso. Y eso sí que me aterra. ¿Qué opináis?

Sin más, me voy. En el último cap puse en práctica lo de contestar los r/r con la opción que nos da el propio , pero no sé si funcionó. ¿A todo el mundo le llegó su respectiva respuesta al r/r? Avisadme para seguir usando esa opción. De todas formas, mil gracias a todos los que leyeron el último cap: luar, xika (par de perras, muchas gracias xD) Faty de Black, trucas, llunaa, Nathyta, Maria Grenger, xacuarelax, Lady Angelina J, Taito Sheishiro, angeluxi siriusilla, SiriArwen Black y Ninde Black (mmm, creo que a vosotras dos en concreto no os he contestado el r/r… perdón, lo haré mañana mismo n.n) ¡Y gracias a los que leyeron pero no dejaron r/r por las vicisitudes de la vida! Venga, venga, que R está más vivo que nunca… ¡como Voldie en la Cámara Secreta, MUAJAJAJA! (voy a quitarme Mr. Raindrop ahora mismo…)

Me voy antes de caer colapsada. Dikana se despide del mundanal ruido hasta próximas entregas, a las 2:27 de la madrugada del 4 al 5 de mayo de 2007… mmm, día del estreno de Spiderma 3, qué interesante… ¡A VER SI LLEGA DE UNA VEZ LA PELI DE LA ORDEN DEL FÉNIX! ;O;

Por cierto… ¿alguien se ha preguntado si a estas alturas de R existe ya la Orden del Fénix? xD

¡Adiós, queridos lectores! Nos leemos en los complementos varios que vaya subiendo, si tenéis estómago para aguantarme un poco más. ¡Deseadme suerte en los exámenes! Que seguramente se me den como el culo… ¡Volveré, como Terminator! xD Pasad un feliz día de la madre, haced regalos a vuestras progenitoras o sucedáneos y… soñad con las vacaciones de verano, que cada día están más cerca (para el hemisferio norte, al menos) ¡Nos vemos!

Dikana ;)

¡Cuidaos muchísimo! Y carpe diem.