+Todos los personajes son propiedad de Rumiko Takahashi… la Grande

PADRE SUSTITUTO

-Bien Inuyasha, hijo mío –comentaba Náraku burlón -¿Quieres hacer algo en particular?

-Matarte –respondió, siseante, el muchacho-

-Jajajaja! Eso no puede ser... ¿Qué te parece si solo vamos a conseguirte algo de ropa?...

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Abría los ojos de un oro apagado. Las suntuosas ropas que llevaba, todas de la seda más fina con oro y pedrería, cubría el millar de punzantes heridas que bañaban su cuerpo. Las torturas a las que fue sometido no le quitaron su valor ni su lucidez, pero sí sus pocas fuerzas. Recién nacido de un rito obscuro, no recuperaba aún sus poderes ni su fortaleza demoníaca.

Yacía en una esquina de la habitación, un poco alejado de la ajada manta bañada de sangre que fuera su primera indumentaria. Náraku le había azotado, lastimado, vejado sin piedad. Conocedor de mil maneras de tortura, las había practicado todas con él. Pero nunca, ni una sola vez, logró arrancarle una súplica, ni una lágrima...

-Inuyasha – la voz de Naraku, moderada, alegre, le obligó a encararlo- ¿Te gusta tu nuevo hogar?

-Despreciable... – susurró el peliplateado- despreciable...

-¿Qué?, ¿ahora me vas a decir que no te gustó nada? –Náraku se refería a la última de sus gracias... violarlo- ¡Pero si gritabas!

-No grité – Inuyasha intentó ponerse de pié, sin éxito alguno, estando sus piernas tan débiles, y además habiendo perdido tanta sangre- y para ti, solo tuve adjetivos...

-Te gustó, digas lo que digas... mañana continuaremos – Náraku se encaminó a la salida, donde aguardaba Kagura- Descansa, precioso mío...

-Náraku – lo llamó antes que abandonara la habitación – los golpes los entiendo... las torturas... ¿pero lo último?... ¿Por qué...?

-Jajajajaja!! – la carcajada reverberó por los rincones vacíos- ¿y tú por que crees..? jajajajaa!

Se marchó sin dignarse ni a mirarlo. Inuyasha se desplomó en el suelo, agotado, deseando cerrar los ojos para jamás despertar. Recordaba todo lo pasado con absoluta facilidad. Recordaba a su hermano, a Kagome y a Kikyo... recordaba su muerte...

Y lo pasado después de su muerte, aunque lo había presenciado en su estado espiritual, eran borronazos de imágenes inconexas... pero aún así, recuerdos. Lo que de verdad le dolía era que no podía evocar los rostros de sus cachorrillos. Y de pronto sintió unos celos enormes... de Sesshoumaru...

-¿Quieres saber por que te hace eso? –Kagura, aún ostentaba el gesto de asco y total desagrado que iniciara en el momento que atestiguó el último castigo de Inuyasha. Ella era un demonio, pero incluso un demonio tiene siempre sus límites - ¿Inuyasha?

-Y tú vas a decírmelo, supongo – era una cansada afirmación sardónica- ¿o no?

-Te hace esto, por que te envidia terriblemente – Kagura se acercó un poco al herido muchacho- por que siempre fuiste, has sido, y serás más hombre y más fuerte que él... por que nunca podrá humillarte verdaderamente... y por que, dentro de pocos meses, recuperarás tus habilidades, y quiere mirarte, minar tu espíritu, tu alma, quiere dominar tus pensamientos, para, cuando eso pase, tenerte bajo su control...

-¿Qué quieres decir?

-Es simple Inuyasha. Hasta un muchacho inexperto como tú, debería comprenderlo bien – Kagura levantó la manta ensangrentada, y la quemó en la hoguera del centro de la sala, con un movimiento- ¿Qué mejor forma de controlarte, que haber pisoteado todo tu ser, desde el interior?...

-Entiendo...

-Además... –Kagura se sonrojó, para sorpresa del joven- me temo que mi... padre... siempre ha sido un poco... sodomita...

-Creí que estaba obsesionado con Kikyo...

-Ella solo ha sido un vehículo...

-Ya veo...

inuyasha decidió que, mientras no pudiera hacer nada para marcharse, no tenía caso estar despierto. Así que permaneció en esa posición, con los miembros desparramados como los de un cadáver, y el pelo ensangrentado... sus ropas empezaban a mostrar los primeros signos de que varias de sus heridas se estaban reabriendo... la tela blanca inmaculada, comenzó a colorearse de rojo oscuro...

Se desmayó.

Kagura lo miró durante un rato, quizá una hora. Luego, supo cual era su obligación. Quería ser libre. Quería vivir. Pero... ¿Era eso vivir?... ¿Valía la pena el precio?...

No.

Además, sus sentimientos desde hace mucho rondaban al hermano mayor de éste muchacho. Cuando él supiera lo que Náraku le había hecho, enloquecería. Así que, si ella quería ganarse al menos un recuerdo amable de ése hombre...

Además, esta vez, su progenitor se había pasado de la raya, hasta para ella...

Esto no es vivir – se dijo, en voz baja – esto no es vivir...

Tomó a Inuyasha, laxo e inconsciente entre sus brazos, y, sin mirar atrás, salió volando del palacio. No se alejaba todavía mucho, cuando escuchó el grito furioso de Náraku...

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El grupo caminaba casi con desgano. Las lágrimas de la miko del futuro apenas cesaban. El furia del inuyoukai no paraba, no entendía límites ni razones. Y el otro poderoso demonio que les acompañaba, se pasaba el tiempo en sus pensamientos...

Una gran nube de polvo y energía alertó a todos, sacándolos de sus dolorosos pensamientos. Un alarido desarticulado, como el ladrido de un cañón, logró lo que nada había logrado hasta ese momento... los revivió.

-Sesshoumaru – Artos comenzaba el movimiento de elevarse en el cielo

-Vamos – el aludido apenas si dedicó una micra de segundo a indicar a sus acompañantes sus acciones, y tomó a Kagome en su espalda- ¡Ahora!

Fueron seguidos a velocidad vertiginosa por Kirara quien llevaba al monje, la exterminadora, y Ah-hun, con el sapillo, y los niños.

-¡No puede ser!- Miroku ahogó el alarido que estuvo a punto de soltar- ¡No puede ser, por Kami!

-¡Sesshoumaru, Artos! – Sango sacó el hiraikotzu- ¡Es... es...!

-¡Ataquen a los esbirros! – el inuyoukai bajó a la miko, para dedicarse a destazar monstruos, y acercarse a la zizagueante pluma gigante que evadía los ataques de Náraku- ¡Náraku!

Por un segundo, el malvado híbrido casi desistió de su empresa. Su furia era palpable en cada poro de su piel. La forma en que miraba a su hija, que volaba todo lo rápido que podía, en ágiles círculos, lo decía todo...

-Kagura... Kagura... –la voz llena de odio, llamaba a la hembra- ¡hijita mía!

-¡Náraku! – la mujer llevaba en brazos un sanguinolento bulto, aparentemente inconsciente- ¡me cansé!... ¡Me cansé!... ¡Mátame si quieres!...

-¡No tienes que pedirlo, hija mía! – las ondas castañas se elevaron con una fuerte ráfaga de viento, que destrozó parte de sus queridos ropajes- ¡acabas de trozar mi camisa favorita!...

Abajo, nadie entendía muy bien que rayos pasaba, pero ambos demonios detectaron el familiar olor de esa sangre... aun mezclada con el olor de Náraku, era inconfundible...

-Inuyasha – susurró el joven youkai- Inuyasha... hermano...

Una masa de negras nubes ocultó el sol.

Kagura quedó suspendida en el aire, sobre sus asombradas cabezas, en sus ojos había algo nuevo... valor, quizás... humanidad...

Por unos instantes bajó los ojos carmesí, para mirar a Seshoumaru a las doradas pupilas... fue un instante doloroso, completo... eterno...

Y un grito de dolor salió de la esbelta garganta, haciendo que la pluma se deshiciera en un polvillo gris... la mujer demonio cayó desde lo alto, aún protegiendo con su cuerpo el bulto que llevaba con tanto esmero...

-Te dije, hija mía, que no podías escapar – Náraku apretaba un puño ensangrentado, estrujando con violencia un objeto que, a primera vista, parecía únicamente un trozo de carne informe... sin embargo, cuando extendió la palma, lo que tenía en ella, era el aplastado corazón de la hembra- tu corazón, Kagura, mira lo que hago con tu valioso corazón...

-No – pero la voz ya no alcanzaba a brotar de su boca, ahogándose en borbotones de su propia oscura sangre. Como si eso la aliviara, apretó contra su pecho su valiosa carga- no...

Náraku se desvanecía, cortado en dos, por un poderoso ataque de ambos demonios de pelo plata, mientras la demonio del viento caía pesadamente al suelo, rebotando sin control, con sus últimas fuerzas protegiendo el delicado y herido cuerpo de Inuyasha...

-¡Inuyasha!- el grito brotó de todas las gargantas

-¡Kagura! – Kagome se sentía verdaderamente impresionada- ¡¿Estás bien?!

Sesshoumaru se aproximó a los caídos, para arrebatarle con un gesto posesivo, el cuerpo inerte de su hermano... lo acunó en sus brazos, olfateándolo. Sí. No había duda. Era él. Herido hasta la médula, pero era él... entregó el cuerpo maltrecho a sus amigos, para acercarse a la agonizante mujer que lo llevara hasta ellos...

-Kagura – murmuró, con delicadeza, sin tocarla- ¿Por qué?

-Sesshoumaru – dijo la mujer, con sus últimas energías- lo hice... lo hice por ti...

-¿Por mí?

-Te amo... – soltó, ya sin preocuparse por nada, era obvio que moriría en ese momento y lugar- con toda mi alma... y él... es tan importante...

Un brote de sangre ahogó sus palabras, haciendo que Sesshoumaru se inclinara para tomarla y recostarla en su pecho...

-¿Arriesgaste tu vida por eso?

- Es importante para ti – Kagura le sonrió

-Mujer... no entiendo... ¿Qué pretendías lograr?

-Que me tuvieras en tus brazos... tal y como... me tienes ahora – susurró ella, ya sin sentir dolor alguno- y que me miraras... por una sola vez... como me estás mirando ahora...

-Kagura... yo... – Pero no supo que decirle, solo acertó a mirarla con infinita dulzura-

-Sayonara... amor mío... – una lágrima roja resbaló por la pálida mejilla...

En eso, abrió los ojos desmesuradamente, mientras su cuerpo se arqueaba en una posición imposible, escapando incluso de las manos del youkai... pareció estar a punto de gritar algo, pero nada salió de sus labios...

De pronto, todo terminó.

Sesshoumaru presenció como se deshacía en miles de partículas, aún entre sus manos...

Kagura había muerto...

Kagura había muerto, por demostrarle que lo amaba...

-Sesshoumaru – la voz, trémula, dolorida, llegó hasta sus delicados oídos, logrando sacarlo del repentino estupor- hermano...

Un rugido reverberó por entre las montañas... el rugido de una bestia herida...

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En un pequeño claro en el bosque, junto a una vertiente del río, Sesshoumaru lavaba y curaba las numerosas heridas del delicado cuerpo de Inuyasha. Cuando lo desvistió para revisarlo, poco le faltó para ponerse a gritar como enloquecido...

-Calma, Sesshoumaru – lo calmó el menor, tomándolo de las mejillas- no es propio de ti...

-¡Maldito Náraku! – gruñía, sin contenerse- ¡Mil veces maldito!...

-Por favor, necesito que te controles – el muchacho parecía a punto de romper a llorar, lo cual hubiera sido por demás vergonzoso- ¡por favor!

-¡No puedo!...

Descubrir los rastros de la violación en su hermano, había sido más de lo que era capaz de soportar... simple y llanamente, no lo toleraba...

-Fue por eso que te pedí que solo tú me ayudaras, Sesshoumaru- susurró el menor, con tristeza- por favor, contrólate... no quiero... no quiero que nadie sepa...

-Este olor... – por fin recobró un poco de compostura, más no la calma- ¡Este olor!...

-Sabes lo que es, hermano... – Inuyasha se dobló sobre si mismo, en un espasmo de dolor- ayúdame a lavarme... quiero... necesito quitarme este maldito olor de una vez...

-Inuyasha – bajó el volumen de su voz, pero el tono sibilante seguía siendo temible- lo mataré por esto... lo mataré...

-Que nadie sepa...

Rato antes...

-¡Inuyasha! – Kagome intentaba curarlo, hacer cualquier cosa para aliviarlo- ¡por favor, déjame atenderte!

-¡No! – un rápido manotazo alejó a todos sus asustados amigos- ¡nadie me toque!

-Por favor, querido Inuyasha – murmuró dulcemente el monje- deja que Kagome te cure... estás bañado en sangre... por favor, amigo mío...

-Nadie va a tocarme... nadie...

Artos dedicó una mirada profunda y llena de significado a su sobrino mayor. Ambos habían percibido la extraña nota en la esencia del joven peliplateado. Curiosamente, el inuyoukai no supo identificar a primera instancia de que se trataba. Pero Artos, más viejo, demasiado avezado y experimentado, de inmediato lo entendió todo..

Les dio la espalda a todos y se apartó. Un grueso reguero de lágrimas azul zafiro manchaban sus mejillas blancas como el papel...

Sesshoumaru, de pronto, tuvo miedo.

-Yo te curaré... ven conmigo – dijo al fin el mayor, acortando la distancia entre él y su hermano- ven, Inuyasha...

-Sí... pero... –los apagados ojos dorados le imploraron en silencio- pero... solo tú... nadie más... nadie...

-Inuyasha... ¿Por qué me rechazas? – Kagome sentía en el alma ese rechazo, sin poder comprenderlo- ¿Por qué?

Sin embargo, el youkai ya tenía en su hombro la mochila con los medicamentos, y tomando en brazos al muchacho, se elevó por los aires, sin mediar palabra alguna.

Artos regresó al grupo, quienes, azorados, contemplaron las huellas del llanto de aquel portentoso demonio...

- ¡Por Kami! – soltó el monje- ¿Acaso...?

-Ven, querida mía – el oso abrazó estrechamente a la llorosa joven- ven, no te preocupes...

-¿Por qué?...

-Son los hijos de mi hermano... su orgullo está por encima de todo y de todos... no te preocupes más... volverán pronto, y tu marido será el mismo de siempre... ya lo verás... te lo prometo...

-¿Artos...? – la pregunta no formulada, tomaba forma en los azules espejos del monje, quien recibió, como respuesta, solo un imperceptible asentimiento por parte del aludido- Oh... no... no...

En ese momento, el youkai se esforzaba por dominar su temblor mientras lavaba a conciencia la piel magullada del hanyou... se había desnudado junto con él, para meterse al agua helada y calentarla con su energía... el silencio en el que actuaba hacía posible escuchar con toda claridad la entrecortada respiración del hanyou...

Y Sesshoumaru lloró...

-¿Sesshoumaru? – Inuyasha no daba crédito a lo que veían sus ojos- ¿Lloras?

-No te importa –sin embargo, las lágrimas de un profundo azul manchaban sus mejillas como tinta, y un sollozo involuntario lo sacudió...

-Hermano... ¿por qué? – el más joven le levantó el rostro por el mentón, para verlo a los ojos- ¿por qué?

-Por lo que te han hecho...

-Yo estaré bien... olvidaré esto... mis heridas cerrarán y seguiré adelante... todo estará bien...

- Por mis... por tus cachorros... –cayó en su error, pero el hanyou ya lo había captado

-Son tuyos, Sesshoumaru... tuyos tanto como míos... has sido su padre... has sido su protector...

-Pero no pude protegerlos de esta maldición... ni pude protegerte a ti...

-Ahora estoy aquí, ¿no? – el muchacho le sonrió con ternura- ahora estoy aquí...

-No gracias a mí... fue Kagura quien te trajo – el macho entrecerró los ojos, e inclinó el rostro a un lado- fue ella...

-De todas maneras, hubieras encontrado una manera, estoy seguro – Inuyasha se sacudía, aparentemente de debilidad- hubieras encontrado la forma de arrancarme de Náraku... y de salvar a mis cachorros...

-Inuyasha – el llanto no cesaba, para total vergüenza del youkai- Inuyasha...

-Veo que llevas mi brazo...

ambos miraron la extremidad mencionada. El mayor tuvo el repentino impulso de arrancárselo de un movimiento, para devolvérselo a su donador, pero recordó, de la misma forma instantánea, que Inuyasha no lo necesitaba...

La conversación murió por completo.

Una hora más tarde, Inuyasha dormitaba sobre la estola de su hermano, vestido con parte de las ropas de éste, quien había quemado, en un rabioso arranque, toda la anterior vestimenta del muchacho.

Inuyasha parecía tranquilo, toda su expresión, sus gestos, no denotaban más que absoluta calma. Era como si el olor de Sesshoumaru a su lado sirviera de paliativo... nada dolía, nada recordaba. Pero de pronto, ambos peliplateados aguzaron los sentidos, olfateando el aire, que se enrareció significativamente en cuestión de segundos...

Algo se acercaba...

Algo antiguo, poderoso, y sin sentimientos...

-Kyo sama – susurró el inuyoukai, postrándose de inmediato, ante la sola esencia de la hechicera- señora...

-Bien hecho, querido muchacho... muy bien hecho – la criatura se materializó ante ellos. Por breves instantes mantuvo su forma original, voluptuosa y volátil, para luego, simplemente materializarse en la geisha que solía representar- ¿cómo estás pequeño Inuyasha?

-Yo... eh... ¿Quién...? – a pesar del desconcierto, el aludido se percató del imposible poder que esa criatura emanaba, controlando sus impulsos- ¿cómo...?

-Soy Kyo, querido mío, vieja amiga de tu familia... –sonrió lánguidamente- muy vieja amiga. ¿Te sientes un poco mejor?

-Sí, gracias

-Bien... ¿Sesshoumaru?

-¿Sí?

-Lo llevaré conmigo – la mujer los miró con cierto grado de ternura en sus ojos de ónix- es completamente necesario...

-Lo imaginaba, pero... – el youkai se atrevió a mirarla directamente a los ojos, interrogante- pero... me gustaría... ¿Me permitiría conservar a mi hermano conmigo, por un par de días?

-¿Y para que sería eso?

-Hey, estoy aquí – pero ambos lo ignoraron

- Quisiera tener la oportunidad... quisiera... que conociera a sus cachorros...

El hanyou contuvo el aliento. De pronto lo entendía todo, y se sintió ofendido, harto y molesto...

-No. –Kyo lo miraba reprobatoriamente- no. Sabes que es urgente que me lo lleve. Debo sellarlo. Debo sellar ese espíritu, hasta que encuentren a Náraku, para poder deshacer el rito...

-Pero...

-Y de ninguna manera debe estar cerca de los cachorros hasta ese momento

-Mis cachorros –susurró Inuyasha – mis hijos...

-Hermano, yo...

-Olvídalo, Sesshoumaru – El mayor había olvidado lo mucho que Inuyasha madurara después de la noticia de su paternidad- no te preocupes más por eso. Se trata de salvar a mis niños... no voy a ponerlos en mayores riesgos...

-¡No!, me niego... debes... debo... – Sesshoumaru estaba a un pelo de mesarse los cabellos histéricamente- no...

-Tal parece hermano, que tendrás que seguir siendo su Padre en sustitución mía – Inuyasha le sonrió- ¿Te has cansado de ese papel?

-¡No! ¡Yo los...! – pero se interrumpió, para observarlo- ¿Padre?

-Sí... los dejo por completo en tus manos, hermano mío. Por favor, Cuida bien de ellos. Sé el padre que yo no podré ser jamás... sé el hombre que no fui para mi amada Kagome.

-Eso esperaba de ti, pequeño Inuyasha – terció la mujer- no podía esperar menos de un hijo de mi querido Inutaisho.

-Pero... ¿y tu mujer, hermano, y tus amigos?

- Ahora te pertenecen...

-Lo llevaré brevemente al campamento, para que se despida apropiadamente de ellos, querido muchacho, no te preocupes. Tampoco soy el monstruo sin corazón que te estás imaginando. Artos los ayudará a comprender.

-Entiendo. Vamos, pues.

Partieron los tres, Inuyasha sujetado por Sesshoumaru, en busca del diminuto campamento donde los esperaban ansiosamente. Nada más llegar, Artos supo que el momento de la verdad comenzaba.

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-¡No Inuyasha!, ¿por qué? – Kagome lloraba a gritos, agarrada con fuerza a la blanca camisa del muchacho- ¿Por qué debo perderte de nuevo?

-Kagome, mi amor – La apretaba contra sí, desando no tener que dejarla nunca más- tenemos que hacer esto... por nuestros hijos...

-¡No! ¡no puedo!... ¡no quiero! – la pelinegra estaba al borde de un colapso- ¡Noooo!

-Kagome, ¿Tendrás alguna foto de mis niños? – Inuyasha no podía pensar en otra cosa, en nada más- ¿Tendrás algo de ellos?

El llanto menguó hasta convertirse en lagrimones silenciosos. Los demás observaban en absoluto silencio. La miko metió la mano en su mochila, y sacó una pequeña cartera plástica. La abrió con parsimonia.

-Este es Akurumaru – dijo, poniendo la fotografía del pequeño, en su portabebé, tomando el sol en la ventana- el mayor...

-Recuerdo ese nombre... lo había elegido desde que supe que estabas preñada –sonrió el joven- Pero no recuerdo habértelo dicho... iba a esperar a que naciera...

-No lo hiciste- susurró ella- al menos, no en vida...

-Ah...

-Y éste... éste es Inufaiya, el menor –Kagome extendió la otra imagen, donde el cachorrillo había sido atrapado por su amante madre justo en el momento de una sonrisilla refleja, completamente desdentada, que coloreaba sus mejillas de rosa- el que Sesshoumaru salvó...

-Inufaiya – repitió el hanyou- ¿Tú elegiste el nombre, Sesshoumaru?

-Sí – no era capaz de sostenerle la mirada

-Salvaste su vida... me acuerdo de eso – posó la diestra en el hombro del mayor, con los ojos opacados por un recuerdo intangible- yo estuve ahí... sí... puedo acordarme de eso... recuerdo que no respiraba...

-Pero ahora está bien – Kagome le tomó de la otra mano, sacándolo del trance hipnótico- estos son tus hijos, amor mío...

-Quiero conservar estas imágenes – murmuró el joven

-También tengo esto – Kagome sacó, del fondo del bulto, una pequeña bolsa plástica, fuertemente cerrada y sellada, rompiéndola sin piedad- Lo traje conmigo, para que, cuando todo acabara... poder...

-¿Ponerlo en mi tumba?

-Yo... – no pudo acabar, sujetando entre las pequeñas manos, un par de diminutos muñequitos de peluche, un par de ositos azules, que habían estado en los cuneros con ellos, desde que nacieron- yo...

-Tienen sus esencias- dijo Inuyasha, oprimiendo los muñequitos contra su nariz, absorbiendo el fresco y delicado aroma- ahora ya sé... ahora conozco a mis hijos... Voy a quedarme con éstas cosas.

Sin tener el valor de decir nada más, se acercó a Miroku, envolviéndolo en un abrazo lleno de emociones, que el monje venía necesitando desde que lo vieron de nuevo, y al cual respondió con ansias. Besó a una asombrada Sango en la mejilla, y apretó por un ratito al kitsune contra él. Besó a su mujer una y otra vez, sin atreverse a hablarle de nuevo...

La despedida de Sesshoumaru fue poco menos que nula...

-Cuida a los cachorros... ahora son tuyos – le dijo, con gentileza

-Sí.

Momentos más tarde, partía montado en el dragón rojo de la hechicera, con rumbo desconocido.

A pesar del dolor, por alguna razón, todo mundo se sentía curiosamente aliviado de algún extraño y retorcido modo...

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En el tiempo moderno, una asombradísima señora Higurashi veía salir a una verdaderamente sucia Kagome del pozo, acompañada del demonio semidesnudo (Inuyasha se había quedado con las ropas), con una mirada totalmente distinta...

-Madre – murmuró la muchacha, en cuanto su familia les dio alcance- Madre...

-¿Kagome? – la señora sintió una terrible opresión en el pecho- ¿ha pasado algo?

-Madre... Souta...

Se desvaneció siendo atrapada al instante por el youkai, quien la entró en la casa, dejándola en manos de su asustada familia, mientras él salía para recargarse unos minutos en el árbol del tiempo, a rezar...

Hacía siglos que no rezaba...

CONTINUARÁ