Para Yumi, que me ha enseñado otra forma de ver la vida, mucho más divertida, todo hay que decirlo. Gracias por ser así.
No me pertenecen los personajes ni pretendo conseguir nada con ellos.
Advertencia: este escrito tiene contenido lemon, el que tenga la sensibilidad a flor de piel que no lo lea. No me hará cargo de ninguna factura de psicólogos ¿Queda claro?
EL BAÑO
Inuyasha estaba sentado en el suelo con el cuerpo lleno de magulladuras, sangre y sudor. Acababan de enfrentarse a un demonio aparentemente fácil de vencer, pero la presencia de un fragmento de la perla había complicado las cosas de modo que todos habían resultado heridos en mayor o menor grado. Pero el peor parado había sido el hanyou, para variar, debido a su empeño por proteger a Kagome.
La miko lo miraba mientras terminaba de vendarle el brazo al monje Miroku. Inuyasha se había arriesgado mucho por su culpa… Lo veía respirar con dificultad, agotado. Inuyasha siempre peleaba al máximo de sus capacidades pero esta vez se había expuesto demasiado. Podría haber muerto… Suspirando, le dio una palmadita a Miroku, dándole a entender que su vendaje había terminado. Después cogió su mochila y se la colgó del hombro.
El monje se levantó y fue a hacer compañía a Sango. Había escuchado los suspiros de Kagome y no pasaba desapercibida la preocupación de ella por el hanyou, de modo que prefirió dejarlos solos para que pudieran hablar sin interrupciones. Claro que la llamada de la curiosidad era muy grande pero, por una vez, iba a comportarse.
Inuyasha sintió una suave caricia en su cabeza y supo de inmediato a quien pertenecía esa mano. Y aunque no hubiera tenido sus sentidos tan desarrollados, hubiera reconocido esa pequeña mano donde fuera. Kagome… pero no quiso mirarla. Ella había estado en peligro y si le hubiera llegado a pasar algo, la culpa habría sido solo suya. Y era algo con lo que no podría cargar.
Kagome se acuclilló silenciosamente junto al hanyou y lo miró de reojo. Estaba herido, sucio, cansado. Sin decir una palabra, se levantó de nuevo y le tendió su mano. Él la miró interrogante pero tampoco dijo nada. Se limitó a aferrarse a esa mano como si fuera el único hilo que lo mantenía con vida. Como el náufrago se aferra a una tabla salvadora. Se levantó y sus ojos quedaron frente a frente. Los de él avergonzados. Los de ella preocupados. Retiraron sus miradas a la vez.
Kagome estiró suavemente de la mano que tenía entre las suyas y comenzó a caminar despacio vigilando que su compañero estuviera en condiciones de seguirla sin ayuda. Pero, a pesar de la dificultad de movimientos del hanyou, no se acercó más a él para ejercer de apoyo. Aunque tampoco soltó su mano sino que entrelazó sus finos dedos entre las garras manchadas de sangre de él, sin importarle que ella también se ensuciaría. Sango y Miroku les observaron marcharse pero no dijeron nada. Comprendían que sus amigos necesitaban aclarar algunas cosas en privado, por lo que ellos no debían seguirlos ni preocuparse. Cuando estuvieran listos, regresarían.
Después de un rato andando entre los árboles, llegaron a un claro donde se encontraban unas aguas termales. Los conocían bien ya que siempre se paraban a descansar ahí cuando viajaban por la zona. Kagome, sin decir nada, se volvió a Inuyasha y sus manos tocaron el pecho de él, recorriendo el borde del haori hasta que llegó a la cintura y deshicieron con habilidad el nudo que mantenía la ropa en su sitio. Inuyasha quiso retirarse pero ella se lo impidió con un tirón suave pero firme. Los dedos de la mujer retiraron primero la chaqueta de piel de rata de fuego y después la camisa que llevaba debajo, dejando el torso de Inuyasha al descubierto.
Y lo miró. Estaba cubierto de rasguños y hematomas. No parecía haber nada serio y, aunque debía dolerle todo el cuerpo, en un día o dos estaría como nuevo. Después de todo, la sangre de demonio corría por sus venas. Recorrió la piel recién expuesta con la punta de los dedos, como si acariciara un objeto delicado y comprobó que la piel del hanyou se erizaba con el contacto. Levantó la vista y lo miró a los ojos.
Inuyasha no entendía a que venía esa caricia tan inesperada. Pero era incapaz de decir nada y mucho menos de apartarse de ella. Detectó un ligero cambio en su olor que no supo identificar. ¿Deseo? Era difícil afirmarlo ya que nunca lo había olido antes en ella y tampoco iba a preguntárselo. Pero era exactamente lo que él estaba sintiendo y rezaba porque a ella le ocurriera lo mismo.
Kagome no estaba segura de lo que los ojos de Inuyasha estaban intentando decirle. Sus pupilas se habían dilatado ligeramente por lo que no podía descifrarla con exactitud. Dejó que sus dedos bajaran hasta la cinturilla de los pantalones rojos mientras que el daba un pequeño respingo. Pero no se apartó ni la hizo detenerse. De un gesto decidido, retiró la ropa que ocultaba las piernas del hanyou, aunque sin atreverse a mirar más abajo. No sabía si él solía llevar algo debajo de la ropa y tampoco quería comprobarlo por si misma.
La sangre de Inuyasha tenía el dilema de subir hacia el rostro o bajar a darle forma a la virilidad de su dueño. Tampoco él tenía muy claro si debía sentirse avergonzado por estar desnudo ante Kagome o más bien debía sentirse excitado por la misma razón. Ella volvió a cogerle de la mano y lo arrastró con cuidado hacia el agua, donde le ayudó a entrar sin importarle que se estuviera mojando la falda. Tanteó en busca de una roca estable e hizo que el hanyou se sentara en ella, metiendo casi todo el cuerpo bajo el agua. Después salió fuera del agua un momento y cuando regresó llevaba en las manos una esponja y una botella de jabón que había sacado de la mochila.
Inuyasha la esperó en el mismo sitio donde ella lo había dejado, sin atreverse a mover un solo músculo. El agua caliente empezaba a relajar su maltrecho cuerpo mientras que su cabeza estaba funcionando al cien por cien. Kagome le había desnudado para meterle en el agua… Podía ser un ato inocente pero, en ese caso ¿Por qué le había acariciado el pecho? Para curarle no necesitaba desnudarle entero tampoco… sintió el chapoteo de Kagome andando a través del agua que le llegaba hasta la cintura. Su falda estaba completamente sumergida y su blusa comenzaba a pegarse a sus formas debido al vapor del agua. Pero ella estaba concentrada en Inuyasha, por lo que no se daba cuenta de su aspecto.
Claro que él lo había notado. La falda se movía bajo el agua, dejando ver un poco más allá de lo que normalmente acostumbraba y la blusa… Inuyasha podía ver a la perfección el contorno redondeado de los pechos de Kagome y el perfil del pezón, ligeramente marcado bajo el sujetador. Pero ella parecía no darse cuanta así que no sería él quien la alertara de su estado de semi desnudez. Prefería verla así un poco más, aunque después tuviera que tragar agua de tantos osuwaris que recibiría.
Kagome se situó frente al hanyou. Mojó la esponja para después poner un poco de jabón encima. Hecho esto, le tomó un brazo y empezó a frotar suavemente, con delicadeza. Inuyasha la miraba embobado. El olor al jabón de Kagome, la temperatura del agua, el tacto de la esponja y los leves roces con los dedos sobre la piel mojada… Intentaba aguantar para no besarla, para no pedirle que lo acariciara de arriba abajo, para no pedirle que le dejara tomarla como a su hembra…
Ella terminó con un brazo e hizo lo mismo con el otro. Luego, le obligó a levantarse y siguió el mismo proceso con la espalda del hanyou, poniendo especial cuidado en las zonas donde él se había golpeado durante la batalla y evitando mirar la parte baja de la espalda que se veía a través del agua cristalina. El hanyou contuvo la respiración cuando la sintió pasar frente a él para levarle por delante. Pudo oír la respiración entrecortada de la mujer, ver la turbación en sus mejillas y el ligero temblor de su mano cuando acercó la esponja a su tórax. Él la tomó por la muñeca antes de que siguiera avanzando.
- Kagome… - susurró con voz ronca - ¿Por qué estás haciendo esto?
- Hay que limpiar esas heridas… - ella era incapaz de mirarlo a los ojos. No se sentía dueña de sus actos.
- Nunca antes lo habías hecho así.
- Quieres… ¿quieres que me detenga?
Inuyasha lo pensó solo un segundo. Luego la liberó del agarre, dándole permiso para seguir con su tarea. Kagome tragó saliva y empezó a hacer pequeños círculos en el pecho de Inuyasha, a la altura de los hombros, para después ir bajando lentamente, haciendo un camino de jabón en el cuerpo del muchacho. Él estaba excitado. No podía dejar de mirar sus manos, esos labios, ese pecho que estaba volviéndole loco. Kagome detuvo su avance cuando llegó al borde del agua. Si seguía bajando tocaría algo demasiado privado que ya asomaba a la superficie y no estaba segura de querer hacerlo ni de si él estaría dispuesto a ir más allá. Carraspeó ligeramente.
- Sumérgete para quitarte el jabón. – tenía la mirada fija en la esponja, sin atreverse a mirar el cuerpo desnudo del hanyou. Se sentía avergonzada por la forma en que lo había desnudado y después bañado.
Inuyasha la miró y después obedeció, pasándole desapercibida a ella la sonrisa traviesa que adornó el rostro del hanyou. El metió la cabeza debajo del agua, aprovechando la ocasión para abrir los ojos y contemplar lo que había por debajo de la falda de Kagome. Esa tela que ella acostumbraba a llevar… Ese día era de color azul. Sacó la cabeza de nuevo y se quedó de pie frente a ella, lo más cerca que pudo sin que sus cuerpos se tocaran. Él inclinó la cabeza para acercar su boca a la oreja de la joven.
- Son azules – susurró sonriendo triunfalmente. Ella lo miró y sus mejillas enrojecieron al entender de qué le hablaba.
- ¡Inuyasha eres un pervertido! – quiso darle un empujón para apartarlo de ella pero él lo aprovechó, estirando de su mano y pegándola a su cuerpo. Antes de que ella pudiera reaccionar, colocó una mano bajo la nuca de ella y la otra en medio de la espalda. Después la miró a los ojos.
- No soy yo el que te ha desnudado y acariciado, Kagome… Aunque creo que es lo que voy a hacer ahora.
Se acercó a su boca muy despacio, dejando tiempo para que se apartara si no era eso lo que quería pero ella se quedó quieta. Muy quieta. Inuyasha la miró por última vez antes de actuar y vio como ella elevaba los labios inconscientemente después de humedecerlos. Sonriendo, terminó su recorrido llegando a la ansiada meta, los labios de Kagome. Pensó que nunca había probado algo igual. La besó despacio, dándole tiempo a que se acostumbrara, sin presionarla pero tampoco queriendo dejar que se fuera.
Acarició su cintura y su espalda haciendo círculos hasta que la camisa quedó empapada por el tacto de su mano mojada. So poderse resistir, bajó la mano un poco más, acariciando con suavidad el trasero de la chica para después apretarlo con fuerza. Kagome abrió la boca para protestar dejándole sin saberlo camino libre para que entrara en ella. Y él lo aprovechó. La protesta de Kagome murió en su garganta cuando sintió la lengua suave y caliente del hanyou introducirse en su cavidad. Lo único que se escuchó fue un gemido.
La lengua de Inuyasha acariciaba la suya de forma lenta, seductora. Ella comprendió que no tenía porqué quedarse quieta de modo que imitó los movimientos del hanyou, consiguiendo un roce que nada tenía de inocente. Pasó sus brazos por encima de los hombros de él, hundiendo sus dedos entre las hebras de plata y permitiendo así que la acariciara con más libertad. Inuyasha captó la indirecta y no perdió el tiempo.
Con cuidado, no queriendo lastimarla con sus garras, deslizó la camiseta hacia arriba, poco a poco. Kagome levantó los brazos facilitándole la tarea. La prenda, una vez fuera, salió disparada a un lado, sin contemplaciones. No era momento para preocuparse por la ropa si era para otra cosa que no fuera retirarla. Y Kagome seguía teniendo demasiada encima. Para empezar, su pecho seguía estando cubierto por dos triángulos azules, a conjunto con lo que llevaba entre las piernas. Pero obviamente, Inuyasha no tenía ni idea de cómo que quitaba esa prenda. Forcejeó un poco mientras seguía entretenido con los labios de la mujer hasta que perdió la paciencia. le pidió perdón con la mirada y usó sus garras para liberar a la mujer de esa prenda que le atormentaba. Kagome, lejos de enfadarse por eso, se sintió más excitada y se abrazó a él con fuerza, introduciendo su lengua en la boca de él.
El impulso de la mujer hizo que el hanyou perdiera el equilibrio y ambos cayeron hacia atrás, al agua, aunque no le importó a ninguno de los dos. Inuyasha la tomó por la cintura, la sacó del agua y la llevó a tierra firme. Kagome lo seguía sin decir ni una palabra. Solo se dejaba llevar por el momento. Sabía que nunca se arrepentiría por hacer eso con Inuyasha. Por más que viviera.
Con cuidado, él la tumbó sobre el musgo, en un sitio lo suficientemente plano y sin piedras como para que él lo considerara digno de su hembra. Ella lo miró con deseo y él comprendió. Por primera vez se atrevió a bajar su mirada hacia abajo, viendo así los firmes senos de la mujer, que había liberado un minuto antes pero que aún no había probado. Pero iba a hacerlo. Ella fue a decir algo cuando lo vio acercar la boca a su piel pero no fue capas de decir nada cuando notó la calidez de ese beso. Apoyó completamente la espalda en el suelo dedicándose a recibir esa nueva caricia, que había imaginado muchas veces pero que nunca antes había experimentado.
Inuyasha estaba fuera de control. Los pechos de Kagome eran mejores de lo que él se había esperado. Blancos, firmes, redondos… Tenían la medida exacta para ocupar su mano. Mientras que su boca jugaba con un pecho, lamiendo la piel y mordisqueando el pezón, el otro estaba bien atendido por su mano, que lo masajeaba con cuidado pero con deseo. Después los cambió de lugar.
Kagome no dejaba de moverse debajo de él. Le encantaba lo que estaba haciendo Inuyasha con su cuerpo y no podía evitar que se le escaparan algunos gemidos. Colocó sus manos sobre los anchos hombros de él, apretando ligeramente hacia abajo para que no se le ocurriera la idea de detenerse. Pero él se detuvo. Y la miró.
- ¿Inuyasha? – llamó en un suspiro.
- Estoy aquí…
- ¿Por qué te detienes?
- Por que tengo algo mejor para ti…
Y tanto que lo tenía. Deslizó sus manos a los lados de las caderas de Kagome, bajando la falda con infinita lentitud, dejando que ella se acostumbrara a la desnudez. Pero debajo se encontró la prenda azul. Se había olvidado de ella. Pero con un ligero toque de sus garras solucionó el problema. Por fin tenía a Kagome completamente desnuda delante de él. Desnuda y suya. El aroma de excitación que emanaba del sexo de Kagome le nubló los sentidos. En ese momento, no existía nada más que ella y su deseo por satisfacerla. Nada más. Ni la perla, ni Naraku, ni Kikyo. Solo Kagome.
Kagome se sentía un poco avergonzada al encontrarse desnuda frente al hanyou. Claro que él estaba en las mismas condiciones. Respiró hondo cuando él se quedó mirando su cuerpo desnudo y sonrió al ver el deseo de los ojos de Inuyasha. Él eligió ese momento para retroceder un poco de forma que, al inclinarse hacia delante, su boca quedara a la altura de su vientre.
- Inuyasha no…- de nuevo sus palabras no terminaron de salir. Y el gemido que salió esta vez lo hizo acompañado de un movimiento extraño de su espalda.
Kagome se retorcía en el suelo a causa del placer que Inuyasha le estaba causando. El hanyou se excitaba cada vez más con los gemidos de Kagome. Sabía que a ella le gustaba lo que le estaba haciendo así que no tenía ninguna intención de detenerse. Después de lamer su entrepierna con deleite, atrapó suavemente el pequeño botón entre los dientes, consiguiendo que la joven gritara de placer. Así, mientras que su boca jugaba con el clítoris, uno de sus dedos se introdujo profundamente en el interior de la mujer, acariciando sus paredes y mojándose del flujo que salía de ella. Estaba lista pero él quería alargar el momento al máximo.
Kagome tenía la mente en blanco. Ni siquiera se daba cuenta de lo alto que estaba gimiendo ni de que había creado unos grandes surcos alrededor de su cabeza con sus manos. Lo único de lo que era consciente era del movimiento de la boca y los dedos de Inuyasha entre sus piernas. Y el placer era cada vez mayor. Un calor desconocido en el vientre fue extendiéndose por todo el cuerpo, haciéndola pensar que en cualquier momento aparecerían las llamas. Los gemidos fueron aumentando en frecuencia y volumen hasta que, de pronto, sintió una explosión dentro de su cuerpo. Una sensación que le hizo gritar el nombre de Inuyasha con toda la fuerza de sus pulmones. El hanyou se apartó para ver el impacto del orgasmo sobre el cuerpo de la muchacha. Vio como convulsionaba mientras que un líquido espeso salía de ella. Sonrió antes de volver a inclinarse sobre ella, entre sus piernas.
- Kagome… - susurró al oído de la exhausta muchacha. Ella abrió los ojos y lo miró. – Deja que te haga mía.
- Pero… - la intensidad de la mirada del hanyou la asustó. Sintió la dureza de su sexo clavándose en la cadera – Yo siempre he sido tuya…
Con esa frase de rendición, Inuyasha fue más feliz que en toda su vida. Volvió a apoderarse de su boca mientras que, suavemente, separaba las piernas de la muchacha y se acomodaba entre ellas. Con la punta de su miembro acarició la entrada al interior de la mujer y se animó a entrar un poco. Ella estaba lista para recibirle. Al notar un tope se detuvo. Había olvidado ese detalle.
- Kagome, va a dolerte – susurró contra su boca. No quería lastimarla pero tampoco quería detenerse. Claro que ella no le dejó tiempo parea decidirse. Lo abrazó por la espalda con sus piernas y se arqueó con todas sus fuerzas. Sin poder impedirlo, Inuyasha se encontró penetrándola profundamente, habiéndose llevado por delante la virginidad de Kagome sin que ninguno de los dos se diera apenas cuenta.
Una vez superado esa barrera, se quedó quieto y la miró a los ojos. La besó en los labios y susurró que la amaba. Después empujó suavemente, sintiendo como si interior se adaptada a la longitud y grosor de su virilidad. Otra nueva embestida y un gemido. Una y otra vez, incrementando el ritmo muy poco a poco, Inuyasha la fue haciendo suya.
- No podré detenerme…
- No te detengas.
Los empujes fueron cada vez más fuertes, embistiéndola como una animal salvaje, impregnándola de su olor. Instintivamente, buscó un lugar adecuado para marcarla. Ella le había ducho que le pertenecía y así iba a hacérselo saber al mundo entero. En medio del placer, Kagome ladeó el cuello y él no se lo pensó dos veces. La mordió con fuerza, clavando sus colmillos a la altura del omoplato. Kagome gritó por el placer mientras clavaba sus uñas en la espalda del hanyou. Inuyasha chupó la sangre que salió de la herida, como si fuera un vampiro, haciendo que la excitación de Kagome llegara a límites insospechados.
Se oyó un gemido ronco seco seguido de algunos más débiles. Inuyasha se dejó caer sobre la mujer, cubriéndola con su peso. Las manos de ella resbalaron sobre la sudorosa espalda de su amante. Sonrió. Inuyasha había sido suyo. Y le había susurrado que la amaba… Claro que podía ser solo una frase fruto de la pasión pero ella no quería pensar en eso. Al menos no en ese momento. Apartó al cabello del hanyou a un lado y le dio un pequeño beso en el cuello.
Inuyasha apoyó los codos para dejar de aplastarla. Vio en sus ojos un atisbo de duda que hirió su orgullo.
- Kagome… esto es lo mejor que me ha pasado en la vida. – Ella sonrió tristemente pensando que hablaba simplemente de sexo – Nunca pensé que se podría compartir algo así con la persona amada.
- ¿Amada? – los ojos de ella se abrieron por la sorpresa.
- ¿No me has escuchado antes? Te amo – la besó dulcemente en los labios sin cerrar los ojos al hacerlo. Quería verla, recordarla en ese momento, feliz. Suya.
- Inuyasha… - susurró ella cuando sus labios se separaron. Un dolorcillo en su hombro la estaba molestando. - ¿Me has mordido?
- Te he marcado como mía – su sonrisa se ensanchó al decirlo. Suya. Como debía ser. – Ahora nadie podrá tenerte Kagome. Me perteneces. – ella pareció dudar.
- ¿Cómo si estuviéramos casados?
- Como si estuviéramos casados. – confirmó él.
Kagome cogió impulso y, riéndose, hizo rodar al hanyou quedando ella encima de él. Estaban casados. Por las leyes de los demonios pero casados al fin y al cabo. Inuyasha era de ella al igual que ella le pertenecía a él. y nadie nunca se podría interponer entre ellos. Nunca había sido tan feliz.
Largo rato después, después de jugar en las aguas termales durante mucho tiempo, se decidieron a volver con sus amigos. Sango y Miroku los miraron extrañados cuando comprobaron que la ropa de Kagome había sido sustituida por la parte superior del traje de Inuyasha.
- Creo que tenéis algo que contarnos. – dijo Miroku con una sonrisa lasciva en sus labios.
- ¡Keh! Ni lo sueñes monje.
- Vamos Inuyasha, solo un poco para que Sango y yo podamos seguir vuestro ejemplo...- una mano rápida le impidió decir una palabra más.
- ¡Usted y yo no tenemos nada que hacer! Será depravado… - Sango se montó en Kirara y emprendieron el camino seguidas por Miroku que corría con Shippo en la espalda a la vez que intentaba convencer a la exterminadora.
- Parece que las cosas no van a cambiar nunca… - suspiró Kagome. Entonces sintió unos brazos rodeándola y un cálido aliento en su oreja.
- Te equivocas. Han cambiado, y para mejor.
Sin decir nada más, la ayudó a subirse a su espalda y, asegurándose de que estaba bien sujeta, siguió a sus amigos hacia nuevas aventuras.