Disclaimer: Más quisiera, pero no son míos.
En el primer capítulo, es decir, en lo que yo pensaba era una oneshote, conocimos esta historia a través de Narcisa y su lectura de las cartas que encontró de Draco.
En el segundo capítulo, cuando dejó de ser un oneshote, leímos la historia desde la perspectiva de Harry y conocimos algunas de sus cartas, que tenían su réplica en el capítulo anterior.
Ahora es Draco quien nos abrirá su corazoncito y conoceremos la historia, también desde su punto de vista.
CAPITULO IIICuando Draco entró en el acogedor saloncito, Harry estaba sentado en uno de los sillones, las piernas extendidas frente a él cuan largas eran. Tenía los ojos cerrados y las gafas habían resbalado casi hasta la punta de su nariz. El suave ronquido de su esposo competía con el sistemático tic-tac del reloj que presidía la repisa de la chimenea.
Draco se acercó silenciosamente y le quitó las gafas. Al notar aquel leve movimiento, Harry abrió los ojos y parpadeó soñoliento.
─ Siento haberte despertado –se disculpó el rubio.
─ No... no estaba durmiendo. –respondió Harry con un bostezo– Sólo descansaba...
Draco se instaló cómodamente en sus rodillas mientras le colocaba otra vez las gafas.
─ ¿Y tu madre? –preguntó el moreno dirigiendo su mirada hacia la puerta.
─ No te preocupes, está muy entretenida.
Harry alzó una ceja con expresión interrogante.
─ Se moría por seguir leyendo cartas. –le aclaró su esposo con una sonrisa poco tranquilizadora.
─ Ahora ya estás aquí... –consiguió pronunciar el moreno dominando un nuevo bostezo.
─ Me refiero a las tuyas.
Una pequeña sacudida bajo sus piernas le indicó a Draco que su cómodo asiento se había despejado de golpe.
─ ¿Era necesario? –preguntó Harry a medio camino entre el gruñido y el gemido.
─ ¿Qué te creías? –respondió su esposo en tono malicioso– ¿Qué el único que iba a quedar con el culo al aire iba a ser yo?
─ No me des ideas...
Ahora era Harry quien esbozaba una sonrisa de oreja a oreja. Draco sintió su poderosa magia fluyendo hacia la puerta.
─ ¿Aquí? –preguntó frunciendo levemente el ceño.
─ ¿Algún problema? –preguntó a su vez Harry mientras comenzaba a mordisquear su oreja.
─ No... creo que... no. –Draco gimió un poquito– Sólo que pensé... que los polvos rápidos... ¡ah! ... se habían quedado en... Viena...
─ ¿Quién te ha dicho que este va a ser rápido? –susurró Harry en un tono cargado de promesas.
Draco recuperó su oreja para poder verle a los ojos. Sonrió. Harry tenía en ese preciso momento aquella expresión ansiosa que había aprendido a reconocer tres años atrás. La que le decía que no iba a tardar mucho en estar gimiendo entre los brazos de su auror.
Y aceptó que hubiera sido un gran error no darse la oportunidad de reflexionar y comprendió lo que se habría perdido si no hubiera dado su brazo a torcer...
Aunque no le había resultado nada fácil. Pasados tres meses desde aquel primer encuentro entre ambos, todavía no había logrado superar el trauma que para él había significado aquella indeseada visita. Se había sentido tan expuesto. Tan avergonzado. Indefenso bajo la mirada de quien, desde su punto de vista, no tenía ningún derecho a contemplar su miseria. A descubrir la burda sombra de si mismo en la que se había convertido. Había tenido que soportar la humillación que había supuesto estar frente a él engrilletado, vestido con los harapos que alguien con mucho optimismo denominaba uniforme carcelario. Enfrentándose, más que a Harry, a la dura realidad de lo que al fin y al cabo era: un reo. La realidad que nunca se mencionaba y que se escondía en cada una de las cartas que habían cruzado durante todos aquellos años.
Las últimas seis que Harry le había enviado, habían sido abandonadas sobre el catre a medida que las había ido recibiendo y leyendo. No hacerlo le había resultado imposible. Costumbre de demasiados años. Y la última, especialmente la última, era una bolita arrugada y perfecta encima de todas las demás. Durante los días que siguieron, había luchado contra la tentación que cada vez con más frecuencia le había asaltado de desarrugarla y volver a leer esa última frase. La que le había descolocado totalmente y hecho sentir aquella extraña sensación de irrealidad. Pero no lo hizo. Simplemente porque se negaba a aceptarlo.
No recordaba cuantos días habían pasado desde esa última carta, cuando Fritz tras el desayuno le había entregado un nuevo sobre. En ese momento no había podido evitar sonreír con los restos de aquella suficiencia que le había caracterizado en el pasado. Sin embargo, esa sonrisa escasa se había borrado de su rostro casi inmediatamente. Cuando había visto que el remitente no era quien él esperaba, sino el Ministerio de Magia inglés.
Había olvidado el desayuno, que de todas formas no era difícil de olvidar y había sostenido el sobre en su mano durante largos minutos antes de decidirse a abrirlo. Finalmente, despacio y sin prisa, había extraído los pergaminos por los que había estado clamando durante tanto tiempo. Los que había olvidado durante unos años y había vuelto a reclamar furioso hacia escasamente tres meses. Había tenido en su mano los pergaminos del divorcio, con la firma de Harry Potter, por fin, estampada en ellos.
─ ¡Ya te vale, Potter! –exclamó Draco entre jadeos, abandonando sus recuerdos.
Había perdido sus pantalones hacía un buen rato. Seguía sobre el regazo de su esposo, medio tumbado sobre él, sosteniendo el equilibrio a duras penas. Se agarraba como podía al respaldo del sillón con una mano y al reposa brazos que se clavaba en su espalda con la otra. Intentando sobrevivir a la boca de Harry devorando sin piedad su erguida hombría, sin que el siguiente e incontrolado golpe de cadera le llevara a deslizarse por las estiradas piernas de su esposo como si fueran un tobogán y acabara en el suelo.
─ ¡Dioses! –gimió soltándose por un momento del respaldo, para llevar su mano al enmarañado pelo negro y dirigir la cabeza que había debajo hacia donde él quería– ¡Será que no hay camas en esta casa!
Harry dejó su dedicada tarea por unos momentos para alzar la cabeza y contemplar el rostro arrebatado y ansioso de Draco.
─ Me encanta cuando eres tan... tú. –dijo desatando una pequeña carcajada.
Draco le sonrió de vuelta, sin poder evitar pensar que Harry se veía feliz. Sus ojos brillaban como pocas veces había tenido oportunidad de verlos. Y si estaba en su mano, procuraría que ese brillo no se apagara nunca.
─ Sigue... –suplicó alzando sus caderas, impaciente.
Y su esposo le hundió en el placer de nuevo. Como en esas contadas ocasiones que había podido disfrutar de sus atenciones. En tres años se habrían visto... doce veces y no habían llegado a nada concreto hasta la cuarta. Por tanto, había estado íntimamente con Harry sólo nueve veces antes. Aunque algunas de las cartas que le había escrito en aquella época habían hecho que se corriera por su propia mano como nunca en su vida. ¡Merlín¡Ahora caía en la cuenta de porque se le había desencajado el rostro a Harry un rato antes! Solo esperaba que su madre fuera esa persona de mente abierta que siempre había presumido ser...
Su mente quedó en blanco por unos segundos, mientras la habitación se llenaba con el bronco grito de su éxtasis.
─ ¿En qué piensas? –susurró Harry mientras besaba suavemente su mejilla.
Draco se incorporó con el cuerpo todavía tembloroso y se sentó a horcajadas sobre él.
─ En nuestra primera vez. –confesó mientras se movía sinuosamente contra el prominente bulto que se alzaba bajo los pantalones del moreno.
Harry gimió suavemente al sentir la mano de Draco introduciéndose bajo su ropa interior.
─ Que yo recuerde, –dijo con voz algo entrecortada– tú fuiste el único que se desahogó ese día.
─ Tal vez. –reconoció Draco alzando una de sus platinadas cejas– Pero yo todavía recuerdo cada piedra de esa fría pared clavándose en mi pecho, en mis rodillas y en otras partes que no voy a mencionar, la vez siguiente.
Harry levantó un poco el trasero para que el rubio pudiera deslizar sus pantalones y liberar por fin la ya impaciente erección que guardaban.
─ No recuerdo que te quejaras... –gimió mientras sentía las suaves nalgas de Draco restregándose sobre ella.
─ La venganza es un plato que se sirve frío. –sonrió el rubio con picardía– Y créeme, tengo planes con respecto a cierta parte de tu anatomía para esta noche...
─ Toda... tuya... –apenas logró pronunciar Harry.
Un divertido concierto de "oh" y "ah" comenzó a escapar al control del moreno cuando Draco empezó a empalarse, muy despacio. Sus manos se perdieron bajo la camisa que el rubio todavía llevaba puesta, medio caída de los hombros, para asirle con firmeza de las caderas y ayudarle a bajar.
─ Te amo. –susurró.
Draco abrió los ojos, que había mantenido fuertemente cerrados y se abrazó a él.
─ Yo también. –notó como Harry le apartaba el cabello de la nuca y sus labios la recorrían suavemente– No sabes cuanto.
Aunque la última frase fue pronunciada en un tono tan bajo, que Harry casi ni la oyó. Sus cinco sentidos estaban en ese instante concentrados en la atormentadora presión que envolvía su carne más sensible.
─ ¿Crees... crees que puedas moverte? –preguntó con cierto desespero.
Draco sonrió sobre su hombro y movió lentamente sus caderas, arrancando un entrecortado gemido de los labios de su esposo.
─ ¿Un poco... más deprisa... tal vez? –jadeó Harry a los pocos instantes.
Draco le calló con sus labios mientras sus caderas iniciaban la danza que el moreno necesitaba. Y supo que ese era el instante perfecto; el lugar correcto; que nadie le amaría jamás como ese hombre. Tampoco él podría amar a otro que no fuera su testarudo león. ¿Cuándo se había dado cuenta? No podría precisarlo. Tal vez lo había sabido durante todos aquellos años, sin permitirse reconocerlo. Quizás había sido en aquel preciso momento en que entendió que le había perdido.
Cuando se había sentado en su camastro con los pergaminos del divorcio en la mano, mirándolos sin verlos. Consciente de que, una vez colocara su propia firma, aquel era el final de un matrimonio que no había existido. El desenlace de una relación que, de forma extraña, había vivido solo en las misivas que durante siete años habían ido y venido, cruzado un trocito de Europa. Y de pronto, había entrado en pánico. Porque se había visto solo en su soledad. Abandonado en su abandono. Y más desvalido de lo que jamás, como el orgulloso y arrogante Malfoy que había sido, hubiera podido llegarse a imaginarse.
Había tomado pluma y pergamino y había empezado a escribir como si le fuera la vida en ello. Y por primera vez, volcó su verdadero sentir en cada palabra. En ningún momento mencionó los pergaminos que había recibido del Ministerio, con la esperanza de que Harry tampoco lo hiciera. Y al final, había dejado el camino abierto para que fuera a visitarle antes de Navidad, en la confianza de que ello sirviera para que el Gryffindor no extinguiera definitivamente su relación.
La carta de Harry había llegado dos días antes de la fecha en que le comunicaba su próxima visita.
Londres, 21 de diciembre de 2017
Hola Draco:
Vendré el próximo 23 por la mañana. Hablaremos.
Harry
Por un lado, se había sentido aliviado. Por otro, inquieto. La carta era muy corta y seca. Muy poco de su estilo.
El día en cuestión había conseguido que, a pesar de no estar programado, Fritz le permitiera acceder a las duchas y había podido asearse. Había desenredado su pelo con los dedos lo mejor posible. El peine se había roto hacía tiempo. Lo había atado, todavía húmedo, en una coleta utilizando la cinta que había sido el lazo de su regalo de cumpleaños. También le habían dado un uniforme, desgastado pero limpio, igual que la última vez. Después del desayuno, había empezado la desesperante espera. No tenía ni idea de a qué hora vendrían a buscarle para llevarle a la sala de visitas. Así que se había dedicado a pasear sus nervios por la pequeña celda durante toda la mañana. Las horas habían pasado con agonizante lentitud. Y cuando la bandeja con la comida había aparecido, Draco se había preguntado por enésima vez si Harry no se habría arrepentido y decidido finalmente no presentarse.
A media tarde ya se había dado por vencido. Había estado claro que no vendría.
Pero al día siguiente, poco después del desayuno, había oído pasos al otro lado de la puerta y el sonido del pesado cerrojo al ser descorrido. Se había incorporado del camastro de un salto, desconcertado. La puerta se había abierto segundos después dejando paso a Fritz, con unos grilletes en la mano. Y detrás de él, a una túnica azul y blanca de auror.
─ No es necesario.
Una voz que había sonado muy cansada había detenido a Fritz en su intención de colocarle las pesadas esposas.
─ Señorrr, las norrrmas... –había musitado el hombre en su rudimentario inglés.
─ No es necesario, Fritz. –y esta vez, además, en la voz hubo un punto de impaciencia.
El hombre había asentido en silencio y se había retirado.
Harry se había quedado plantando en medio de la celda, mirándole con una expresión que Draco no había sabido definir. Tenía el aspecto de no haber dormido. Su túnica estaba manchada y arrugada. En su mejilla izquierda se apreciaban varios rasguños. Y en la ceja llevaba aquellas pequeñas tiritas que se utilizaban para cerrar cortes.
─ Siéntate. –le había dicho con autoridad.
Y más que una petición, había sonado a una orden. Draco lo había hecho sin rechistar. En ese momento ya no estaba muy seguro de lo que podía esperar. Harry había cogido el desvencijado taburete que había a los pies del camastro y se había sentado frente a él.
─ Vas a volverme loco, Draco. –le había dicho.
Él se había limitado a seguir mirándole, intentando adivinar los derroteros por los que iba a moverse aquella conversación. A esa distancia podía ver las pequeñas venitas rojas en el blanco de sus ojos, señalando la falta de sueño. La sombra de una barba de dos o tres días en sus mejillas. Harry parecía estar al límite del cansancio y de su paciencia.
─ ¿Qué es lo que quieres? –le había preguntado a continuación.
─ ¿Qué es lo que quieres tú? –había preguntado él, hablando por primera vez.
El auror le había lanzado una mirada exasperada y Draco había tenido la impresión de que estaba conteniendo palabras que no quería decir.
─ Sólo saber a qué atenerme. –había respondido al fin.
Draco lo había meditado un poco antes de volver a hablar.
─ No puedo decirte mucho más de lo que ya te expresé en mi carta. –había reconocido– ¿Qué esperas de mí, Harry?
El hombre frente a él había dejado escapar un suspiro que había sonado a desaliento. O tal vez había sido por el agotamiento que todo su cuerpo exhalaba. Pero su mirada había expresado una mezcla de decepción y pena cuando había vuelto a tomar la palabra.
─ Nada. En realidad, ya nada.–había dicho.
Los dos se habían quedado en silencio durante unos interminables minutos. Él, tratando de encontrar las palabras que pudieran darle esperanza, sin mentir. Harry, por lo visto, sin mucho más que decir.
─ ¿Por qué no le escribes cuatro líneas a tu madre? –había hablado por fin Harry nuevamente– Se las daré esta noche.
Y él se había puesto inmediatamente a ello, deseoso de aliviar la tensión que se había creado entre ellos.
Harry había tomado la carta y se la había guardado en el bolsillo de la enlodada túnica. Después se había dirigido hacia la puerta y había dado un par de golpes para que le abrieran.
─ ¿Volverás?–le había preguntado él, procurando esconder cualquier asomo de ansiedad.
Harry le había vuelto a mirar con esa misma expresión indescifrable del principio.
─ ¿Quieres que vuelva? –le había preguntado a su vez.
─ Si. –había admitido él.
El moreno había asentido en silencio. Y cuando Fritz había abierto la puerta y Harry estaba a punto de cruzarla, Draco había recordado los pergaminos.
─ ¡Un momento!
Había cogido el sobre que estaba a los pies del camastro junto con los demás y se lo había tendido.
─ Esto puede esperar.
Harry lo había tomado, adivinando lo que era. Y con una última mirada de "ya no sé por dónde cogerte", había desaparecido tras la puerta.
Le había escrito dos semanas después, para decirle que a su madre le había hecho mucha ilusión su carta y su regalo.
Londres, 8 de enero de 2018
Hola Draco:
No puedo extenderme mucho porque tengo que atender algunas cosas urgentes por aquí. Sólo quería decirte que a tu madre le hizo mucha ilusión recibir tu carta. En realidad, aunque no lo confesara, la estaba esperando.
Este año le compré de tu parte una figura de cristal de Swarosvski, un dragón concretamente. Le encantó. Aunque después se pasó horas llorando. ¿No crees que ya va siendo tiempo de decirle la verdad? No puede comprender porque tus cartas siempre llegan sin remitente y no dejas que te escriba. El porqué no regresas A mí hace tiempo que se me acabaron las excusas plausibles. Piénsalo.
Harry
Él había respondido que si, que se lo pensaría, cuando en realidad no tenía ninguna intención de darle ese disgusto a su madre. Prefería seguir con las escasas cartas que le enviaba y que ella pensara que era un mal hijo antes de que supiera que estaba en prisión. Pero había preferido ir con cierto tiento con sus respuestas a Harry. En esa y en las siguientes cartas. Todavía no sabía de qué talante estaba realmente el auror. El tono de sus escritos parecía normal. Aunque las expresiones cariñosas habían desaparecido de ellos. Ya no había ni "querido Draco" ni abrazos en la despedida. Simplemente, Harry.
Los siguientes tres meses habían pasado volando y nuevamente se había encontrando aguardando la visita de su esposo. Sin saber qué cabía esperar esta vez.
En esa ocasión, nada debió interponerse en las intenciones del auror, porque había llegado puntualmente por la mañana, poco después del desayuno. Túnica impecable, botas relucientes. Incluso su pelo parecía haber pasado la inspección antes de salir de casa. La verdad era que imponía. A pesar de que esa vez no llevaba puesta la mirada de Jefe de Aurores irritado. Se había sorprendido pensando que aquel hombre fácilmente podría... cortarle el aliento.
─ Te he traído varias cosas.–le había dicho dejando una bolsa encima del camastro.
Un cepillo para el pelo, dos coleteros, un par de libros, varias hojas de pergamino, un nuevo tintero y dos plumas.
─ Gracias. –había musitado él, queriendo encontrarse con esos ojos que le esquivaban.
Se había cepillado el pelo con cuidado, con verdadero placer. Después lo había atado con uno de los coleteros.
─ ¿Mejor? –le había preguntado después.
Harry le había mirado con tanto detenimiento que se había sentido incómodo.
─ Me gustaba más cuando lo llevabas corto.
Draco se había encogido de hombros, sintiéndose algo molesto.
─ Aquí no hay barberos. –le había recordado secamente.
─ Ya...
Se habían producido unos minutos de incómodo silencio.
─ Espero que los libros te gusten.
─ El último estaba muy bien. Especialmente porque el protagonista lograba librarse de la cárcel en el último momento.
─ ¿De veras?
Harry había puesto cara de "tendría que leerme lo que le envío".
─ Déjame soñar, Potter. –le había dicho él con sarcasmo.
Y entonces, sorprendentemente, Harry se había reído.
─ Casi echaba de menos que arrastraras mi apellido. –había reconocido– Es como si el tiempo no hubiera pasado.
─ Pero ha pasado... –había apuntillado él.
Y había seguido un nuevo y embarazoso silencio.
─ ¿Cómo está mi madre?
─ Bien. ¿Has pensado en lo que te dije¿En decírselo?
─ No creo que sea una buena idea, Harry.
─ ¿Por qué?
Y él había respondido sin pensar.
─ Porque en cuanto me quiera dar cuenta estará aquí, igual que tú. Y no podría soportarlo.
A Harry se le había oscurecido la mirada.
─ ¿Acaso crees que eres el primer preso al que veo?
─ Supongo que no. –había respondido él con coraje– Pero da la casualidad de que este preso soy yo.
─ Y da también la casualidad de que eres el único preso que a mí me importa. –le había lanzado Harry con el mismo arranque.
Un tercer silencio se había instalado entre ellos. Después, Harry le había tomado del brazo y acercado a él.
─ Yo... no puedo evitar lo que siento, Draco. –había murmurado, sin soltarle– Por más que lo intente.
Y había visto tanto amor en esa mirada, que las débiles defensas que todavía mantenía en pie se había resquebrajado sin remedio.
─ No quiero engañarte. –se había animado a decirle– Te necesito. Me encanta que estés pendiente de mí. Que te preocupes. Que escribas... Pero no estoy seguro de que para mí no sea más que el simple miedo a quedarme solo entre estas cuatro paredes. Sin nadie al otro lado que me dé ánimos para continuar sin volverme loco.
─ Sólo dame una oportunidad, Draco.–le había implorado Harry apenas en un susurro.
Pero él había intentado seguir pareciendo firme.
─ Todavía me quedan ocho años por pasar aquí. Ocho, Harry. Y aunque deseo firmemente que me sigas escribiendo y visitando, tal vez debieras buscar a alguien con el que puedas llevar una vida normal. ¿No... no hay nadie en tu vida? –había tanteado– ¿Nadie que se levante contigo cada mañana?
Y cuando Harry había negado con la cabeza, se había sentido decididamente aliviado.
─ El celibato no es bueno, Potter. –le había dicho con ironía, intentando quitarle hierro a la cuestión.
Harry le había sonreído débilmente antes de contestar.
─ Tengo mis necesidades, como todo el mundo. Y las desahogo cuando tengo oportunidad. Pero nunca ha habido nadie permanente en mi vida. Sólo encuentros de una sola noche.
Celos. Mucho después, había comprendido que el aguijonazo que había sentido en el pecho tras esas palabras no había sido más que puros y simples celos. Instintivamente había tratado de soltarse y separarse de Harry. Pero él no le había dejado.
─ Pero todos tienen tu rostro.–había susurrado después– Porque cierro los ojos e imagino que eres tú.
Algo había empezado a dar volteretas dentro de su estómago cuando Harry había extendido su mano y acariciado tentativamente su mejilla, tal vez esperando que él le rechazara. Pero no pudo. Recordaba haber cerrado los ojos y haberse dejado llevar por la añorada sensación de otra piel rozando la suya. Recordaba también la reconfortante calidez de los fuertes brazos que le envolvieron y el agradable aroma que desprendía su cuerpo. Le parecía haber dicho alguna tontería como "hueles bien" o algo por el estilo. Y Harry había dejado escapar una risa suave. Igual que suave había sido el tacto de sus labios en su mejilla al segundo siguiente. Había estado seguro que en aquellos instantes, igualmente algo había empezado a utilizar su corazón como saco de boxeo, porque golpeaba contra su pecho de una forma exageradamente violenta. Antes de que pudiera darse cuenta, los labios de Harry estaban sobre los suyos, apenas rozándolos al principio. Y después habían sufrido un asalto en toda regla. Sin ofrecer demasiada resistencia. Tal vez porque su cerebro había dejado de funcionar en el momento en que Harry había conquistado su boca.
Como había llegado el puñetero a someter su voluntad de aquella forma, todavía se le escapaba. Pero tenía que reconocer que él tampoco había puesto mucho de su parte para evitarlo.
No había querido que viniera y después hubiera dado lo que fuera para que no se marchara. Los tres meses siguientes parecieron añadir días en lugar de descontarlos. Y él se encontró luchando contra ideas tales como si Harry se estaría desahogando con alguien en alguna parte, pensando en él. Se escribían casi a diario. Y aquel ritmo de correspondencia duró hasta la siguiente visita.
Londres, 16 de junio de 2018
Querido Draco: Si nada se tuerce, voy a verte la semana que viene. Han aprobado la visita para el día 24, que es sábado. La mala noticia es que sólo podré estar poco más de una hora, porque tengo que irme a Escocia con urgencia por asuntos de trabajo. Van a llevarme algún tiempo, así que seguramente no podré escribirte. De todas formas, ya hablaremos el sábado.
Te quiere,
Harry
Y él casi hubiera preferido que no hubiera venido. Porque llegó y se fue, sin apenas tiempo de disfrutar de su recientemente descubierta compañía. Dejándole la miel en los labios. Harry había tardado más de un mes en volver a escribirle. Y él había desesperado.
Londres, 27 de julio de 2018
Querido Draco:
Espero que me hayas echado de menos tanto como yo a ti. Por fin estoy otra vez en Londres. Hemos tenido unas semanas bastante moviditas. Pero al final lo hemos solucionado. Sin embargo, he estado a punto de perder a uno de mis hombres. Y eso me ha tenido preocupado estos últimos días. Gracias a Dios se recuperará y podrá contarlo. Aunque, después de pasar por mi despacho, también podrá contar las pocas ganas que le quedan de desobedecer ordenes y hacerse el héroe. Y no hagas con lo de héroe el chiste fácil a vuelta de correo, que te veo venir.
Bueno, basta de hablar de trabajo. ¿Cómo estás tú¿Necesitas que te mande algo¿Pergamino, tinta, pasta de dientes...?
No hago más que desear el momento de volver a verte. De sentirte otra vez entre mis brazos y poder besarte hasta el ahogo. Cada vez que pienso en ello, se me pone dura. Te lo juro. Y créeme, no es nada cómodo (ni serio) que el Jefe de Aurores salga de su despacho con un sospechoso bulto en la entrepierna. Menos mal que la túnica es muy socorrida. Y que por desgracia, no me dejan mucho tiempo para pensar en otra cosa que resolver un problema tras otro.
Estoy intentando conseguir que adelanten la próxima visita. Pero esta gente realmente me desquicia. Creo que en su idioma la palabra flexibilidad no existe. No me haré muchas ilusiones, por si acaso. De todas formas, no podrán evitar que nos veamos en septiembre.
Te quiere,
Harry
Cuando había terminado de leer la carta, lo único que había tenido había sido una gran sensación de angustia. Por primera vez, había tomado conciencia de lo que hacía realmente Harry. Jugarse la vida cada día. Y que cualquiera de esos días, podía no ser uno de sus hombres el que se encontrara malherido en el hospital. O aún peor.
Recordó su ansiedad cuatro o cinco años atrás, ya no podía precisarlo exactamente, cuando Harry había dejado de escribirle durante un par de meses. Algo grave tenía que haberle sucedido, aunque él jamás se lo había aclarado ni vuelto a mencionar. Por aquel entonces su preocupación había sido más por él mismo que por Harry realmente. Egoístamente, había sentido miedo a perder a la única persona que le seguía apoyando. También había rememorado aquella segunda visita, en la que él le había devuelto los pergaminos del divorcio. Su mejilla rasguñada y su ceja partida. Su aspecto de haberse estado peleando con el mismísimo demonio.
La idea de poder perderle había tenido para él otro significado muy distinto al que había podido tener hasta entonces. Harry había dejado de ser esa persona invisible al otro lado del mar del Norte, que le mandaba cartas y libros. Era mucho más.
Había sido una preocupación más a añadir a la de qué haría su auror en sus ratos libres...
Harry tenía las gafas empañadas. Las mejillas enrojecidas. El flequillo pegado a la frente y la respiración todavía jadeante. Y casi en la base del cuello, un chupetón muy difícil de disimular, marca Malfoy. El rubio sonrió, esperando que tardara en mirarse a un espejo.
─ Debe ser casi la hora de comer... deberíamos averiguar si la comida ya está lista... –murmuró Harry, a pesar de todo, incapaz de mover un músculo.
Draco se limitó a apretujarse un poco más contra su pecho, concentrado en el placer de esas manos paseando por su espalda hasta detenerse en sus nalgas y reposar allí.
─ ¿Me has oído? –preguntó con desgana el auror.
─ Mmmm... un poquito más. –ronroneó Draco.
Hasta ese momento, siempre habían hecho el amor con tantas prisas que desconocía la gratificante sensación de estar en los brazos de su esposo confortable y relajado, sin la angustia de que Fritz pudiera entrar en cualquier momento y atraparles en alguna situación comprometida.
Cerró los ojos y rememoró que en esa ocasión, Harry no había podido salirse con la suya y habían tenido que esperar hasta septiembre para mantener el siguiente encuentro. Y sólo acabar Fritz de cerrar la puerta de la celda, se habían lanzado el uno en brazos del otro para besarse como dos poseídos. En los primeros minutos no habían cruzado una sola palabra. Sólo saliva y algún que otro mordisco producto de la ansiedad. Harry no había tardado en encontrar el camino hacia su piel, tan solo introduciendo sus manos bajo la ancha camisa del uniforme carcelario. Él y su impaciencia habían tenido que batallar primero con los botones de la túnica y después con la camisa, que había acabado sacando de sus pantalones a tirones para poder llegar a la piel que también anhelaba. Durante largos minutos habían seguido tocándose y besándose. Después, la mano de Harry se había deslizado fácilmente por la cinturilla elástica de su pantalón y sus piernas habían flojeado cuando había empezado a acariciarle allí donde más lo deseaba. Había intentando mantener su cuerpo bajo control, pero éste, demasiado ávido de responder a los deliciosos estímulos que recibía, le había ignorado. Para su vergüenza, se había derramado en apenas dos segundos.
─ Tranquilo... –le había consolado Harry con voz jadeante– ... yo también estoy casi a punto...
Y justo había acabado de pronunciar esas palabras, cuando el bueno de Fritz había hecho su aparición estelar del día, dejando a Harry escasos segundos para sacar la mano de su pantalón, cruzar su túnica sobre el pecho para ocultar su descolocada camisa y tratar de disimular la expresión de dolorosa ansiedad que se le había quedado pintada en el rostro.
─ Señorrr alcaide muy contento si usted venirrr a converrrsarrr pocos minutos antes de irrrse, señorrr Potterrr.
─ Dígale que estaré encantando, Fritz.. –había respondido el auror forzando su mejor sonrisa.
─ ¿Usted necesita silla? –había preguntado el hombre, muy servicial.
El frágil taburete definitivamente se había venido abajo pocos días antes.
─ Yo piensa que sala de visitas es más cómoda, señorrr Potterrr.
─ No, gracias Fritz. Prefiero hablar con el Sr. Malfoy aquí. –había agradecido Harry con cara de tormento.
─ Entonces yo trrraigo silla.
Y allí se había acabado su primer escarceo amoroso.
Afortunadamente, si algo había aprendido Draco en todo aquel tiempo era a tener paciencia. Y esa vez, llegar hasta diciembre y al quinto bis a bis con su esposo, no le había supuesto un problema mucho mayor que el de esperar sus cartas. Éstas habían sido bastante escuetas durante aquellos tres meses. Había tenido la impresión de que Harry estaba inmerso en algún asunto que acaparaba toda su atención y su tiempo. Pero, aparte de alguna mención puntual que no tenía demasiada importancia, su esposo nunca le hablaba de su trabajo, de lo que hacía o a los problemas a los que se enfrentaba. Y él casi había preferido ignorarlo.
A finales de diciembre, antes de Navidad, la puerta de la celda se había abierto para dejar paso a un Harry ojeroso y agotado. Esta vez había sido él quién le había acogido entre sus brazos y llenado de besos sus mejillas algo pálidas.
─ ¿Estás enfermo, Harry? –le había preguntado con preocupación.
─ No, solo cansado. –le había asegurado– Andamos un poco desbordados. Eso es todo.
Había enredado sus dedos entre los mechones negros y había seguido besando sus ojos, su nariz, sus labios.
─ Me gustaría poder tenerte a mi lado cada día. –había suspirado el auror abandonándose– Te necesito tanto, Draco.
Harry había permanecido unos instantes entre sus brazos, refugiando en ellos lo que fuera que le estuviera atormentando. Después, había empezado a devolverle las caricias que él le había estado prodigando. Pronto los besos del auror habían sido cada vez más demandantes y él se había viso sumido en el delicioso vértigo de sensaciones que Harry era capaz de convocar cada vez que sentía la presión de su cuerpo contra el suyo. Tal vez en su adolescencia hubiera sido delgado, incluso algo esmirriado. Nada que ver con el cuerpo que en aquellos momentos le había empujado contra la pared. El mismo que en ese preciso instante acogía mientras dejaba fluir sus recuerdos.
─ ¿Habrá suerte hoy? –le había preguntado con un poco de ironía.
─ Petrificaré a Fritz si hoy se atreve a traspasar esa puerta. –le había asegurado Harry con determinación.
Y tras esa afirmación, sus caderas habían restregado con firmeza contra las suyas en un movimiento electrizante, haciéndole gemir de placer. Había apalancado sus manos sobre las cubiertas nalgas de su esposo, para que ni un solo roce escapara del sinuoso baile que habían iniciado. Se había dejado recorrer por las ansiosas manos del auror, que viajaron incansables por cada trozo de piel que podía alcanzar bajo su ropa. Después, con la camisa a la altura de los hombros, Harry había lamido y besado cada pedacito de su níveo torso. No recordaba que jamás nadie le hubiera devorado con tanta urgencia. Que nadie hubiera conseguido hacerle perder el control hasta el punto que su cuerpo disparara cada sensación sin el menor dominio de si mismo. Sin que pudiera detener jadeos ni gemidos.
Sin dejar descansar sus labios, Harry había deslizado sus pantalones y se había arrodillado ante él, acogiendo en su boca su más que erguido pene. La repentina y húmeda caricia le había hecho arder de tal forma, estremeciéndole con tanta fuerza, que había lanzado su cabeza hacia atrás dándose un descomunal cabezazo contra la dura roca de la pared. El chichón le había durado días, aunque en ese preciso momento no le había dolido como dolió después.
Había acabado derramándose en su boca. Y con la flojera todavía en las piernas, Harry le había vuelto contra la pared en una maniobra algo brusca y demasiado coordinada para ser casual.
─ ¿Me estás deteniendo, o es que te inspira el uniforme? –había resoplado él con ironía mientras era aplastado contra la pared de piedra.
Apenas un lo siento y esta vez los ansiosos labios del auror habían recorrido sus muslos y sus nalgas, hasta adentrarse ente ellas y delinear su entrada. La sensación de la lengua introduciéndose poco a poco en su intimidad le había vuelto loco. Él mismo hubiera destrozado a Fritz si se le hubiera ocurrido entrar en ese momento. Pero después, cuando Harry se había erguido tras él y había sentido lo que iba abriéndose paso hacia su entrada y el primero empujón, no había gemido ni jadeado. Se había quedado sin respiración.
─ Potter... –había gruñido seguidamente.
─ Tranquilo... –había respondido Harry con voz entrecortada– ...he venido preparado.
Le había soltado durante unos instantes y le había oído hurgar en su túnica. Después, había tenido la desagradable sensación de algo viscoso y frío lubricando su entrada. Harry había vuelto a tomarle por las caderas y él, asumiendo su papel, se había apoyado con las manos en la pared, dispuesto a lo que viniera.
Aunque había tomado su tiempo, Harry había logrado penetrarle completamente. Mentiría si dijera que lo había disfrutado. Tampoco podía negar que su esposo había tratado de ser cuidadoso. Pero pocas veces había ocupado esa posición. Y de esas pocas, ni siquiera podía recordar cuándo había sido la última. Así que había intentado concentrarse en el placer que le estaba dando a Harry, quien había jadeado sobre su nuca como un condenado. Había sentido que se lo debía.
─ Nunca imaginé que nuestra primera vez sería así. –le había confesado Harry al terminar.
─ Si te sirve de consuelo, yo NUNCA imaginé nuestra primera vez. –había apuntillado él sin poder evitar el sarcasmo.
Y después, dolorido, se había dejado mimar en los brazos de su auror hasta que éste había tenido que partir. Cosa que por desgracia había sido casi inmediatamente. Una hora no daba para mucho.
Gracias a Merlín, sus encuentros, aunque más apresurados que otra cosa, habían acabado encontrando el punto en que convergía el placer de los dos. Podían estar agradecidos de que Harry pudiera entrar en su celda, por ser quien era. Los otros presos tenían que recibir a sus familiares obligatoriamente en la sala de visitas acondicionada para ello. Y nada de sexo, por supuesto. Con el tiempo, Draco había acabado suponiendo que Fritz se había hecho el loco y pretendido no saber lo que pasaba cuando Harry le visitaba.
Podría decirse que aquella había sido su época más "dichosa", si es que esa palabra podía aplicarse a su situación. Y más después de haberse asegurado de que él era el único que recibía las atenciones de su esposo. No había parado hasta conseguir sonsacarle, sutilmente por supuesto, que él era el único en quien Harry desahogaba su libido, aunque fuera cada tres meses. Y que el resto era complacencia manual hasta la próxima visita.
Este estado de felicidad había durado hasta principios del año siguiente, ensombreciéndose con la noticia del delicado estado de salud de su madre.
Un día, a mediados del 2019, Harry había llegado más eufórico de lo que estaba acostumbrado a verle. Siempre se mostraba cariñoso, aparte de ansioso, en cada uno de sus encuentros. Y podía llegar a ser de un tierno que le derretía cuando podía entretenerse un poco más de la cuenta, en esas ocasiones en que Fritz decidía despistarse en otros quehaceres y darles un poco más de margen. Pero en aquellos ojos tan verdes como hermosos, Draco siempre había encontrado un punto de tristeza cuando le miraba. Aunque sus labios sonrieran.
Ese día Harry le había hecho el amor de forma especialmente impetuosa y él había tenido que refrenarle un poco, recordándole que le gustaba poder leer sentado, aunque fuera en ese incómodo camastro. Harry había soltado una carcajada espontánea y fresca. Alegre. Y él le había preguntado en tono socarrón, si esta vez se había fumado algo antes de venir a visitarle. Harry había vuelto a reírse y él reconocía haberse quedado completamente desconcertado ante aquella inusual demostración de buen humor.
─ Ven, siéntate. –le había dicho con un guiño.
Y él lo había hecho en su regazo, fingiendo una pequeña mueca.
─ No quiero que te emociones demasiado, porque puede ir para largo, Draco. –le había advertido, a pesar de todo, con los ojos brillantes– Pero he logrado que revisen tu caso para conseguir una extradición bajo libertad vigilada. Hace dos semanas empezaron los trámites.
Él se había quedado sin habla. Y estaba seguro de que Harry había disfrutado como nunca de su expresión atónita.
─ Habrá muchas restricciones, por supuesto. Nada de varita, nada de viajes fuera del ámbito donde se marque el confinamiento. Y por supuesto, no sueñes ni en hacer una simple poción para el dolor de cabeza. –y Harry había sonreído como un niño que al fin había conseguido el juguete soñado– Pero podré llevarte a casa.
No podía recordar en que momento había empezado a temblar. Como si de repente le hubieran tirado un balde de agua helada y su cuerpo no pudiera parar de temblequear. Harry le había abrazado como nunca y él casi había oído crujir su delgado cuerpo entre los brazos de su esposo.
─ Te llevaré a casa, Draco. Te lo juro. –le había susurrado.
Cuando había logrado salir de aquel inesperado estado de shock, se había dado cuenta de que había lágrimas resbalando por sus mejillas y que no podía detenerlas. Y que eso había sido bueno, porque su corazón se había aligerado con cada gota que sus ojos habían derramado. Como si hubiera soltado el resto del lastre que a veces todavía lo refrenaba.
A partir de entonces su inquietud se había ido alternando entre las oscilaciones de salud de Narcisa y el lento avanzar del proceso de extradición. Se había consumido en la impotencia de no poder hacer nada ni en lo uno, ni en lo otro. Y porque adivinaba que el trajín que Harry llevaba le estaba consumiendo también a él. Sólo tenía que verle atravesar la puerta que le separaba del resto del mundo, para saber que a pesar de su sonrisa, estaba más hecho polvo de lo que iba a reconocerle. Apenas había logrado sonsacarle que en los últimos meses una sanguinaria secta de adoradores del extinto Señor Oscuro le estaba quitando el sueño y la salud. La mayoría de las víctimas eran muggles. Aunque no despreciaban brujas o magos si se presentaba la ocasión. El Ministro de magia le presionaba exigiendo una solución rápida. Al igual que el Primer Ministro muggle. Y sus recuerdos también lo hacían. Aunque esto último eran solo suposiciones suyas. En una de las últimas ocasiones en que se habían visto antes de volver a casa. Harry se había pasado hora y media durmiendo sobre él, en lo que había empezado como un suave intercambio de besos y caricias. No había tenido valor para despertarle.
Y por fin, apenas un mes antes, le había llegado la carta que tanto había anhelado.
Londres, 28 de julio de 2020
Hola amor:
Esta misma mañana he recibido una lechuza del Ministerio austriaco. Y aunque me he dicho que tendría paciencia y no te escribiría hasta tener la fecha definitiva, ya ves. Soy como un niño, impaciente por soltar a la primera ocasión el secreto que no puede guardar.
Vuelves a casa, amor. No sé todavía cuándo. Pero lo que si sé, es que las próximas Navidades no va a ser necesaria ninguna carta a Santa Claus, porque este niño impaciente ya tendrá el único regalo que desea.
Te juro que he tenido que morderme la lengua para no decirle nada a tu madre durante el desayuno. Pero no quiero alterarla. El comunicado de la fecha puede demorarse y no quiero tenerla ansiosa durante tiempo indeterminado. Más sabiendo como podría afectar a su salud.
Y esto va también por ti. Tómatelo con calma, porque estamos en pleno período estival y hay mucho funcionario de vacaciones. Aunque puedes estar seguro de que haré lo posible para que esos cabeza cuadrada espabilen.
Tengo que dejarte. Weasley me está haciendo señas. Supongo que a algún desgraciado se le habrá ocurrido una forma diferente de alegrarme la mañana. De todas formas, no creo que nadie consiga hoy arruinarme el día.
Te ama,
Harry
Londres, 25 de agosto de 2020
Hola amor:
¿No podías hacerme una lista más larga? No tengo ni idea de la talla que debes tener ahora, pero de las prendas que dejaste en tu armario, no creo que puedas aprovechar ninguna. Me muero por tus huesos cariño, lo sabes. Pero no estaría mal encontrar un poco más de carne sobre ellos. Así que en cuanto pongas un pie en casa, voy a cebarte. Y no te pongas histérico con tus manías, que te conozco. Necesitas engordar, Draco, te pongas como te pongas.
He hecho de tripas corazón y me he recorrido algunas tiendas. Claro que le he pedido a tu madre que me acompañe, como si la ropa fuera para mí. No quiero que me descuartices con la mirada cuando te la traiga, por no ser lo que un Malfoy se merece. Y mientras andaba distraída, le he pedido de todo dos tallas menos al dependiente. Me ha mirado raro, pero no ha hecho ningún comentario. A Narcisa le ha sentado bien el paseo, porque llevaba días sin salir de casa. Parece que anda algo mejor.
Si, yo también estoy preocupado por la reacción de tu madre cuando se entere. Así que se me ha ocurrido una idea estupenda. Dejaré que encuentre tus cartas. Las tengo guardadas en mi habitación, en un cajón de la cómoda. Cuento con la complicidad de Virginia para que todo parezca casual. No sé si después Narcisa querrá mandarme una Imperdonable por habérselo ocultado durante tanto tiempo. Pero estoy dispuesto a arriesgarme.
Bueno, ten piedad de mí y no me atormentes en tu próxima carta con preguntas sobre tu nuevo vestuario. Son pantalones y camisas. Túnicas. Elegantes, por supuesto. De los bonitos colores que ha elegido tu madre. Es lo más que mis limitados conocimientos sobre moda van a decirte. Así que confórmate.
Te ama,
Harry
Había recibido esa carta por la mañana y se había puesto a contestarla al final de la tarde, antes de la cena.
Viena, 30 de agosto de 2020
Querido Harry:
Pantalones, camisas y túnicas... de bonitos colores... Amor mío¡no seas cavernícola! Un hombre de tu edad ya debería saber comprar ropa el solito. Aunque agradezco que tu colapsada mente alcanzara para atinar a hacerse acompañar por mi madre y su buen gusto. Al menos sé que no...
Harry nunca había recibido esa carta. Él nunca la había terminado. Fritz había irrumpido en la celda con unas prendas en la mano y una bolsa de viaje y lo había soltado todo sobre el camastro.
─ Vístete y recoge tus cosas. –le había dicho en su alemán cerrado– Vendrán a buscarte dentro de una hora.
Había tardado unos segundos en reaccionar. Y después, los nervios le habían atacado de tal manera que hasta había dudado que las perneras del pantalón no vinieran cosidas, porque había sido incapaz de meter la pierna durante un buen rato. Ni siquiera hubiera podido decir de qué color eran. Seguidamente había abierto la bolsa y empezado a lanzar a su interior libros, cartas, sus utensilios de higiene personal, tinteros, vacíos y llenos... Todo sin orden ni concierto. Supuso que la bolsa debía estar encantada, porque era imposible que la cantidad de libros acumulada en aquellos años hubiera cabido en ella de otra forma.
Después había llegado la impaciente espera. No sabía cuanto tiempo había durado, pero estaba seguro de que más de una hora. Cuando había oído el cerrojo de la puerta descorrerse nuevamente, se había puesto en pie de un salto, con el corazón latiéndole a toda velocidad. En ese momento había esperado ver a Harry. Pero fueron dos aurores austriacos con cara de pocos amigos los que entraron en la celda. Seguramente les había tocado trabajo extra. Uno de ellos le había puesto los grilletes, mientras Fritz, con evidente disgusto, cargaba con la bolsa que había dejado en el camastro.
Sintiéndose algo angustiado, porque no sabía exactamente donde le llevaban ni donde estaba Harry, los dos aurores le habían escoltado por un inacabable corredor sin soltar una sola palabra y con el pobre guarda resoplando tras ellos. Al final, habían llegado al pie de una corta escalera, y tras subirla, con Fritz resoplando y soltando improperios por lo bajo, se detuvieron ante la única puerta del rellano, en la que había una plaquita dorada que rezaba: Günter Muttergtag – Alcaide. Uno de los aurores había llamado y entraron.
El rechoncho alcaide, sentado tras su mesa, le había dirigido una mirada desagradable tan punto habían ingresado en el despacho. Él, prudentemente, había apartado la vista. Dos auores ingleses esperaban en posición de firmes junto a la chimenea. Harry estaba sentando frente al alcaide, de espaldas a él, firmando unos pergaminos.
─ ¿Algo más? –le había oído preguntar.
─ No, esto es todo señorrr Potterrr. –había respondido Muttertag con una sonrisa fofa.
Seguidamente había ordenado a sus aurores entregarle a los aurores ingleses. Y él había cambiado de manos como si fuera un paquete. Alcaide y Jefe de Aurores se habían estrechado la mano e inmediatamente después había visto a Harry hacer un pequeño saludo en dirección Fritz, que se había erguido sin poder ocultar su satisfacción por el detalle. A continuación los dos aurores le habían hecho entrar en la chimenea sin muchos miramientos y a los pocos instantes salían en la de la central de aurores inglesa. Harry les había seguido segundos después, junto con la pesada bolsa. No había visto mucho movimiento, supuso que debido a la hora. Sin soltarle todavía, los aurores le habían hecho caminar hasta una pequeña sala y allí le habían olvidado por lo menos durante media hora más. Harry todavía no le había dirigido la palabra. Ni siquiera mirado. A esas alturas, ya había empezado a sentirse algo más que inquieto, temiendo que hubiera sucedido algún contratiempo que su esposo no hubiera tenido oportunidad de contarle. Durante aquella nueva e interminable espera, se había preguntado con aprensión si el Ministerio inglés no habría decidido que acabara su condena en Azkaban. Pero¿a qué darle sus ropas si su intención hubiera sido la de trasladarle de una cárcel a otra? Había pasado lo que creyó una eternidad antes de que la puerta a sus espaldas se abriera. Una bruja con la túnica del Wizangamot y cara de leche agriada entró en la pequeña sala, seguida de Harry.
El auror estaba tan serio, que Draco recordaba haber tragado saliva con más fuerza de la pretendida, denotando involuntariamente su nerviosismo. Había dirigido su mirada hacía él, esperando recibir alguna señal por su parte de que todo iba bien. Pero sólo se había topado con un verde inexpresivo y frío.
Mientras tanto, la desagradable bruja se había sentado frente a él con una carpeta en la mano, que depositó ante ella.
─ Espero que se dé cuenta de la oportunidad que se le está brindando, Sr. Malfoy. –le había dicho con voz de pito.
─ Si, señora.–había respondido él, serio, muy en su papel de reo arrepentido y también, para que negarlo, hasta ese momento, de reo acojonado.
─ Su varita queda en custodia hasta el fin de su sentencia. Permanecerá en libertad vigilada hasta el fin de la misma, bajo la responsabilidad del Sr. Potter. Tampoco podrá salir del país, ni iniciar ningún negocio a su nombre, pero sí trabajar para terceros en cualquier campo que no implique la elaboración o utilización de pociones de cualquier tipo. ¿Queda claro?
─ Si señora.
─ La trasgresión de cualquiera de estas normas significará la inmediata suspensión de su libertad y su ingreso en Azkaban.
─ Si, señora.
─ Cualquiera actividad, cambio de domicilio, de trabajo o desplazamiento tendrá que ser aprobado previamente por el Sr. Potter.
─ Si, señora.
─ Y ahora, si es tan amable, firme al pie de este pergamino. –le había dicho secamente la bruja– Expone por escrito todo lo que yo le he dicho y que Ud. se compromete a cumplir.
Había tomado la pluma que le tendía y se había apresurado a firmar. Después, la bruja le había dirigido al impertérrito Jefe de Aurores una mirada de desaprobación y había salido del despacho con un desdeñoso buenas noches. Harry se había acercado entonces a él y le había quitado los grilletes. Sus ojos habían buscado con ansiedad los verdes del hombre frente a él, para confirmar que en ese momento reflejaban tanta emoción como sentía que había en los suyos.
─ Bienvenido a casa. –había pronunciado Harry con la voz algo estrangulada.
Pero el nudo que se había instalado en su propia garganta le había impedido responder tal como hubiera sido su intención. Se había limitado a asentir con dos contundentes movimientos de cabeza y a fundirse en el primer abrazo en libertad con su esposo.
o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o.o
Ahora se estaban vistiendo con satisfecha pereza. Con una sonrisa feliz en los labios. Con un beso juguetón entre pantalón y camisa. Con un te quiero entre calcetines y zapatos.
Con la pluma cargada de amor y el tintero lleno de sueños. Tenían un pergamino en blanco para llenarlo con todas esas pequeñas cosas que deseaban compartir.
Para escribir la historia que iniciaban justo ahora.
La de su vida, por fin, juntos.
FIN