Para mi amiga Yugi Moto con todo mi corazón, porque este fic lo hice especialmente para ti.
Gracias
Esmaltes y camafeos
Capítulo I
Era de mañana en una pequeña choza, los rayos del sol comenzaban a acariciar con su calor las mejillas de un joven de cabellos blancos los cuales brillaban al contacto con la luz dorada, sus ojos cafés empezaban a fruncirse por el sol y entonces una voz llamó desde el otro lado de la puerta.
- Ryo hora de levantarse. Prepárate porque iremos a la ciudad.
- Si padre ahora voy – con esto el joven comenzó a quitarse las frazadas y a estirar todos los músculos de su cuerpo, se levantó de su cama y se dirigió a un pequeño cajón con mucha ropa limpia, se colocó la ropa más blanca que tenia, amarró sus sandalias y salió lo más rápido posible de su cuarto.
- Ryo ahí estás. No olvides amarrar al camello– Dijo el padre de Ryo tomando unas cuerdas que se encontraban junto a la puerta.
Minutos después Ryo tenía dos enormes camellos listos para el largo viaje que les esperaba, se dirigirían hacia la hermosa ciudad en la cual se encontraba un mercado en las afueras, el cual era famoso porque tenía los más variados y extraños objetos de toda la región.
Ryo subió a uno de los camellos con la ayuda de su padre y posteriormente este de un solo salto se colocó encima del suyo.
- Padre. ¿Qué le compraras al faraón de obsequio?
- No lo sé, pero tiene que ser algo verdaderamente hermoso, de lo contrario no me quiero imaginar el castigo que recibiríamos en caso de que el regalo no sea digno.
- No te preocupes veras que todo saldrá bien.
Los camellos se dirigieron a través de las dunas del desierto lo más rápido posible. Ryo veía a su padre y le agradecía a Ra lo feliz que se sentía junto a él, hacía un par de años que la muerte lo había separado de su madre y a pesar de que esto les había causado un gran dolor a ambos, siempre se mantuvieron juntos y más unidos que nunca.
Ryo retiró una de sus manos de la cuerda con la que se sujetaba al camello, cerró por unos instantes sus ojos y sintió la hermosa brisa caliente del desierto a través de sus dedos, sus cabellos se alzaban con la brisa y brillan como hermosos hilos de plata.
El padre de Ryo volteó y miró a su hijo muy feliz, el anciano adquirió una sonrisa la cual vio su joven hijo, el padre de Ryo sin embargo cambió su expresión a una de preocupación, recordaba que algunas semanas atrás también habían ido a la ciudad por víveres, y al caminar por los pasillos varias personas se habían acercado a él para preguntarle cuanto oro querría por el joven que le acompañaba a lo cual él se negaba diciéndoles que ese joven era su hijo y no lo vendería como a un vil esclavo.
Pero al seguir caminando otras personas le proponían cualquier clase de tesoros por Ryo diciéndole lo maravillados que estaban con la belleza del joven, lo cual le empezaba a molestar al anciano. Alejaba a Ryo para que nadie se lo llevara, "ningún tipo de tesoro se compara con la vida de mi hijo" pensaba él y se retiraba lo más rápido posible de aquel grupo de personas.
Fue entonces que volvió a la realidad al escuchar el cantar de unas aves a la lejanía, sabía que habían llegado al fin. A lo lejos se podía ver el resplandecer de una hermosa ciudad, el correr del hermoso río Nilo, cuyas riveras estaban cubiertas de lotos, ibis rosados, buitres blancos de garras doradas, cocodrilos que se arrastraban por el cieno verde y en partes distantes el brillar de diferentes obeliscos que apuntaban al cielo azul, los palacios se erguían en la lejanía y en las puertas de la ciudad se levantaban imponentes las imágenes en piedra de los dioses protectores del faraón.
Ryo y su padre bajaron de los camellos y se dirigieron hacia el engentado mercado.
- Ryo recuerda no te separes de mi, hay mucha gente y no me gustaría que te perdieras - decía seriamente el padre de Ryo.
- Si padre lo que tu digas.
Ryo observaba el bullicio de la gente y como todos estaban muy ocupados en la compra de sus obsequios para el faraón. Le encantaba ver todas aquellas cosas, los animales exóticos, las telas de seda de variados colores, las estatuillas de los dioses elaboradas en diferentes metales con incrustaciones de piedras preciosas. Todo le fascinaba su cara irradiaba felicidad, la simple sencillez de la vida era lo que le hacía feliz.
Habían pasado ya algunas horas, el padre de Ryo encontró finalmente el regalo para el faraón, Ryo ya se mostraba cansado y somnoliento.
- No te preocupes hijo ya encontré lo que buscábamos es tiempo de regresar a casa.
A lo que Ryo respondió con una breve sonrisa.
El padre de Ryo dándose cuenta del cansancio de su hijo prefirió regresar a casa, sin darse cuenta de que unos cuantos ojos los observaban desde las sombras del lugar.
En el camino se veía el hermoso atardecer – "no puedo creer lo mucho que nos entretuvimos" – pensaba el padre de Ryo. En ese momento escuchó un fuerte sonido detrás de él, volteo rápidamente la mirada y vio como Ryo se encontraba tirado en la arena mientras su camello seguía caminando. A lo que el anciano con una gran sonrisa regresó tras su hijo y lo sujeto por la espalda hasta llevarlo al asiento de su propio camello, deteniendo el andar del animal unos momentos.
- Ryo será mejor que vengas conmigo de lo contrario te romperás el cuello por quedarte dormido de esa manera... - Ryo solo respondía con un bostezo - Y no queremos que eso pase ¿verdad?
- Por supuesto que no queremos que eso pase- el padre de Ryo volteo rápidamente la mirada la cual reflejaba un temor.
- En verdad no me gustaría llevarle un regalo estropeado al faraón- volvió a responder la voz. El anciano bajo del camello dejando a Ryo sentado e inclinándose rápidamente ante la persona que se presentaba ante él.
- ¡Pero si es usted el sacerdote del faraón!- Ahí estaba en un corcel negro la figura de un joven delgado, de cabellos castaños y ojos más azules que el cielo, vistiendo ropas elegantes con joyas en sus muñecas. Dos caballos más pero esta vez cafés rodearon al camello y al anciano, en ellos montaban dos guardias fornidos. - ¿En qué le puedo servir excelencia? – dijo el anciano mientras se levantaba de la arena.
- Quiero que me entregues el regalo del faraón –respondió el sacerdote, el anciano rápidamente tomo un bolso del camello y estiró los brazos para entregárselo al sacerdote, a lo que este último contestó dando un fuerte golpe con una de sus manos al regalo enviándolo varios metros lejos de ellos. Ryo veía todo sumamente sorprendido no sabía qué era lo que estaba pasando por qué era tan cruel aquel sacerdote. Sin duda la personalidad de ese sujeto era realmente intimidante.
- Yo me refiero al otro regalo del faraón- respondió el sacerdote. A lo que el anciano miro perplejo.
- Pero señor ¿a cuál otro regalo se refiere?
- A ese- dijo el sacerdote señalando a Ryo que miraba atónito la escena.
- Pero señor él es mi hijo no se lo puedo entregar- Contesto el anciano.
- ¿Te rehúsas acaso a las ordenes de alguien superior a ti?- Dijo el sacerdote con una mirada fulminante.
- No señor, pero, por favor no, lléveme a mÍ. Yo soy mucho más fuerte que este niño. Por favor no, lléveme, lléveme a mí.
- No lo quiero como un simple esclavo para el faraón, será un esclavo muy especial.
- ¡NO, PRIMERO SERA SOBRE MI CADAVER!- dijo el anciano desenvainando una espada que portaba. El sacerdote tan solo le dirigía una mirada despectiva. Los dos guardias que se encontraban detrás del anciano bajaron de los caballos y también desenvainaron acercándose al hombre dispuestos a matarlo.
- ¡Por favor no le hagan daño, yo haré todo lo que quieran pero no le hagan daño!- dijo Ryo bajando del camello y poniéndose entre su padre y los guardias, a lo que estos últimos bajaron un poco las espadas. Después se colocó entre su padre y el sacerdote. – Señor yo me iré con usted pero por favor no le haga daño a mi padre se lo suplico.
- Vaya, veo que tú si eres inteligente- Dijo el sacerdote con un poco de fastidio.
– Pero Ryo no quiero que te alejen de mí, eres mi hijo- dijo el hombre soltando la espada a un lado, abrazando a Ryo y comenzando a llorar.
– Te voy a extrañar papá, cuídate mucho- dijo el albino soltando unas cuantas lágrimas y tratando de separar a su padre de su pecho para verlo por última vez a los ojos.
- Bien ya basta, esto ha tomado más tiempo - dijo el sacerdote tomando a Ryo por la camisa y llevándolo junto a él.
– Adiós papá- dijo Ryo con una gran tristeza en los ojos y entonces el corcel comenzó a correr por el desierto.
- ¡Ryo, Ryo NOOOOO!- el anciano corría detrás de ellos, pero la tristeza pudo más que sus piernas y lo hicieron caer en la arena. Los soldados mientras tanto subían a sus caballos y dejaban al anciano solo con su pena y gran dolor.
- Ryo no te vayas, no te vayas.
Mientras tanto en el desierto solo se veía al joven Ryo en ese negro corcel junto con su raptor, sus ojos se llenaban de lágrimas, sin embargo el dolor no le dejaba escapar ni un solo ruido, sabía que el futuro que se le avecindaba sería muy cruel y duro para él.
Continuará.