Capítulo XII

Un corcel negro galopaba rápidamente levantando la arena detrás de sí. La luz de la Luna iluminaba la capucha y capa negra del jinete. La brisa hacía que el ropaje de aquel hombre ondeara en su recorrido. Pronto se acercó a la entrada de una enorme cueva, el jinete bajó del caballo y descubrió su rostro, sus ojos azules se distinguían en la oscuridad.

Seth ató al caballo y se adentro en la cueva. Un pasadizo se abría a unos cuantos metros, el sacerdote tomó una antorcha que portaba encendiéndola para poder ver el suelo, a cada paso el aire se percibía más frío. Seth sabía que estaba siendo observado por algo o alguien.

Después de unos minutos de recorrido el sacerdote finalmente se topó con un par de puertas inmensas de madera opaca con algunos ornamentos plateados, a los lados cada puerta era custodiada por esculturas antropomórficas de piedra algo derruidas por el paso del tiempo.

Las puertas se abrieron dejando pasar a Seth. Dentro de aquel misterioso recinto las paredes eran alumbradas por antorchas cuyo fuego despedía un color verdoso. Seth cerró por un momento sus ojos y comenzó a meditar, en unos instantes pudo escuchar como una mujer murmuraba a lo lejos.

Seth seguía en silencio, una delicada esencia comenzó a percibirse en el ambiente. La risa de una mujer iba y venía haciendo eco en la inmensa cueva.

-Kisara - Seth pronunció el nombre en voz baja. El sacerdote sintió algo pesado sobre en su pecho. Pronto una mujer de cabello plateado y piel tan blanca como la leche colocó sus brazos alrededor del castaño.

Seth podía sentir la respiración de esa mujer en la nuca. Todo parecía tan irreal pronto el agua de un estanque se hizo presente frente a Seth justo en medio de la cueva. Las estalactitas eran iluminadas por luciérnagas simulando la bóveda celeste.

-Mi querido Seth tanto tiempo sin verte. – Kisara ahora se colocaba frente a Seth acercando sus labios a los del sacerdote. Apenas dando un delicado beso de bienvenida.

Seth abrió sus ojos topándose con el rostro de Kisara. Una imagen espectral y al mismo tiempo maravillosa caminaba descalza sobre la fría piedra.

-Me imagino que las cosas no han ido bien últimamente. ¿No es así? – Kisara hablaba mientras acomodaba el vestido de seda para sentarse cerca del estanque. El agua parecía tener vida propia.

-Necesito que me ayudes. – Habló Seth rompiendo el silencio.

- Lo sé. Atem ya no está bajo tu poder.

Varias voces parecían hablar en un extraño lenguaje se escuchaban en distintas partes de la cueva. Seth solo prestaba atención a Kisara quien con su dedo índice hacía remolinos en el agua escuchando los murmullos a su alrededor.

-El corazón del faraón está a punto de colapsar. Solo un fino hilo lo mantiene en su lugar. Tú, mi querido sacerdote te encargaras de cortarlo. Yo te diré como.- La sonrisa de Kisara se veía reflejada en la de Seth.

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A la mañana siguiente en las afueras del palacio, el padre de Ryo intentaba entrar al palacio, implorando a los guardias que lo dejaran pasar. Uno de los guardias simplemente lo apartó con fuerza haciéndolo caer a la tierra.

-¡Suficiente anciano! Si sigue insistiendo me veré forzado a usar la fuerza. Lárguese de aquí de una buena vez.- El guardia amenazaba al hombre con su lanza.

El padre de Ryo se levantó con dificultad y retrocedió sin dejar de observar la enorme muralla del palacio. -¡Voy a recuperarte hijo! ¡TE LO JURO POR TODOS LOS DIOSES! – El anciano apretaba su puño alzándolo al cielo.

Ryo se levantó del diván y corrió a una de las ventanas de la habitación. Bakura siguió sus pasos.

-¿Qué pasa Ryo?

-No lo sé. Me pareció escuchar algo. – El chico solo observaba al horizonte no podía ver más allá de las murallas del palacio. – Necesito que me hagas un enorme favor. – Bakura solo lo observaba con preocupación. Ryo tomó el cuchillo del cinto de Bakura y cortó un mechón su cabello.

-¡Qué crees que haces!- Bakura le arrebató el cuchillo.

-Quiero que le entregues esto a mi padre. Debe de estar muy preocupado por mí. Búscalo por favor, dile que me encuentro bien.

-No puedo dejarte solo y tampoco puedo mentirle.

-Por favor presiento algo extraño y tan solo puedo pensar en mi padre por favor búscalo. Te diré donde se encuentra nuestra choza. – Bakura tomó el mechón de cabello.

Horas más tarde el padre de Ryo caminaba tambaleante entre las callejuelas de la ciudad. Lo único que le quedaba era sumergir sus penas en cerveza. Estaba muy mareado por el efecto del alcohol. No tenía ni la más remota idea de cómo ayudar a su hijo. Un par de hombres fornidos se le acercaron.

-¿Qué es lo que quieren? - Uno de ellos simplemente lo golpeó en el rostro dejándolo inconsciente. Los restantes lo tomaron por las piernas arrastrándolo en dirección desconocida.

Ryo no se despegaba de la ventana observando el cielo. La brisa levantaba algunos de sus cabellos. No dejaba de pensar en su padre hasta que escuchó unos pasos tras de él. Al voltear por poco se dejaba caer de espaldas por la ventana. El faraón lo detuvo antes de que pudiera hacer algo.

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Bakura se dirigía en su caballo por el desierto el calor era insoportable. Pronto logró divisar la pequeña choza que Ryo le había comentado. Bakura tocó la puerta de madera parecía que no había nadie ahí. Decidió entrar para cerciorarse, sus sospechas fueron confirmadas. Caminó por la choza y abrió otra de las puertas presentía que esa habitación era la de Ryo, la contempló por un momento y se acercó a la cama donde estaba algo de ropa blanca

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Ryo permanecía en uno de los rincones de la habitación del faraón. Atem lo miraba desde su cama. – Acércate.- Habló con seriedad.

El chico se levantó caminando lentamente rodeando la cama sin dejar de observar los ojos violetas del faraón. Pero en lugar de caminar hacia la cama, Ryo corrió como desesperado hacia otra de las habitaciones encerrándose dentro de ella. Atem no pudo alcanzarlo su rostro estuvo a milímetros de estrellarse contra la puerta.

-¡Ábreme! – Ryo se dejó caer el piso mientras se llevaba las manos a los oídos. Estaba harto de escuchar esa voz. Atem no dejaba de gritar y golpear la puerta para que el chico la abriera – "Por favor haz que se calle, aléjalo de mí."

Después de muchos intentos Atem dio un último golpe dejándose caer también en el piso, estaba cansado. Cerró sus ojos y se llevó una mano al pecho una enorme culpa era lo único que podía sentir.

Minutos después Seth hacía su aparición en la habitación caminó hasta colocarse frente al faraón.

-Atem –El faraón subió la mirada parecía un niño en esa posición ante el sacerdote.

-¿Qué es lo que quieres? – Seth tendió una mano para que el faraón se colocara de pie. Atem lo dudó por un momento pero aceptó la ayuda con algo de desgano.

-Tienes que presentarte en el salón recuerda que tienes un compromiso muy importante el día de hoy. – Atem se acomodó la ropa y la corona. Prosiguió su marcha no sin antes darle un último vistazo a la puerta del baño. Seth notó algo extraño y siguió al faraón a las afueras de la habitación cerrando la puerta tras de él.

Ryo escuchaba atentamente tras la puerta al parecer podría descansar otro poco del acoso del faraón. De pronto otra idea apareció en su cabeza. Se preguntaba si Bakura habría encontrado a su padre. Ryo abrió la puerta y salió de la habitación donde se escondía. Su prioridad ahora era saber que estaba ocurriendo con su padre. Tenía que encontrar a Bakura a como diera lugar.

Salió de la habitación del faraón en silencio y al no ver a nadie alrededor caminó apresurado por el pasillo. Estaba a unos pasos de la biblioteca. Pero súbitamente alguien lo tomó por detrás tapándole la boca impidiéndole que gritara, llevándolo a rastras mientras el chico trataba de aferrarse a algo.

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Bakura estaba muy ansioso el sol se ocultaba en la lejanía, el padre de Ryo ya había tardando bastante tiempo en volver. Decidió que era momento de regresar al palacio estaba preocupado por Ryo. Dejó la ropa sobre la cama no sin antes tomar un pañuelo para envolver el mechón de cabello guardándolo dentro de su bolsillo. Bakura subió a su caballo y una vez más emprendió el viaje.

Un par de horas después Bakura había llegado al palacio. Dos guardias lo esperaban.

- Señor. – Bakura estaba apurado por ver a Ryo y no tenía tiempo que perder con los guardias.

- Déjenme pasar tengo prisa.- Ambos guardias impidieron el paso al antiguo ladrón cruzando sus lanzas.

- Tenemos órdenes de no dejar pasar a nadie con armas, hoy se ha presentado un embajador muy importante.- Bakura sacó su cuchillo y lo arrojó a los pies de los guardias.

- ¿Contentos? ¿Puedo pasar?- Los guardias permitieron el paso a Bakura.

Bakura fue a la biblioteca para encontrarse con Ryo. Pero lo único que encontró fue con Joseph leyendo sus papiros junto a su hermana. Los cuales detuvieron sus actividades al escuchar el arribo de Bakura.

-¿Donde está Ryo?- Preguntó Bakura a Joseph un tanto agitado.

- No lo sé, pensaba que estaba contigo. Cuando regresé no lo encontré aquí.- Bakura se dirigió entonces a la habitación del halcón quizás Ryo lo esperaba en el lugar donde se conocieron. Los hermanos se observaban con preocupación ante la reacción del ladrón.

Los pasillos que llevaban al mural tenían algunas antorchas apagadas y un aroma extraño se sentía en el ambiente. Bakura pudo escuchar susurros de alguien a lo lejos.

-¿Ryo eres tú?- Bakura siguió caminando hacia la habitación del halcón. Ese extraño aroma se hacía más fuerte, más dulce, le embriagaba las ideas y el corazón.

- Bakura… - El ladrón escuchaba la voz de Ryo cada vez más cerca. – ¿Bakura porqué tardas tanto?

- ¿Ryo? – Ante sus ojos se encontraba la enorme figura del halcón iluminada por antorchas y justo debajo del mural Ryo permanecía recostado desnudo sobre mantos rojos. Su cabello se extendía en el piso como hilos plateados sobre un charco de sangre, sus tiernos ojos castaños acompañaban a una sutil sonrisa.

- Bakura ven conmigo – Bakura estaba atónito ante lo que pasaba. Ese dulce aroma se hacía más fuerte, lo envolvía.

Ryo se levantó del piso y se acercó a Bakura, el cual cayó de rodillas el aire era muy pesado, le costaba trabajo pensar y respiraba con dificultad. Veía entre borrones como Ryo se acercaba. El chico dirigió sus labios a los del ladrón hasta tomarlo por el cuello para culminar con un beso.

Bakura saboreaba cada segundo mientras Ryo acariciaba su cabello.

-Ryo creo que no…- La boca de Bakura fue silenciada por otro cálido beso del más joven. Bakura estaba pasmado ante la actitud del chico, esa dulce mirada no se apartaba de la suya, el ladrón no pudo hacer nada más que caer incosciente sobre el piso. Muchas voces reían y Kisara también, una de sus marionetas había hecho un excelente trabajo.

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En la habitación del faraón Ryo estaba maniatado y amordazado. Observaba con odio a Seth.

-Siento hacerte esto pero es por tu bien. El faraón me pidió que te cuidara un rato mientras atendía sus propios asuntos. – Seth quitaba la mordaza a Ryo.

- ¿Que me vas a hacer ahora?- Preguntaba Ryo.

- ¿Yo? Nada no te preocupes. Ya te dije solo te cuido.

- Pues no estoy en buenas manos. Desde que llegue a este palacio no has dejado de hostigarme.

- Sabes niño yo soy mejor persona de lo que tú crees.

- No me digas, no había pensado que eras una persona. Ya que tú ni siquiera tienes alma. ¡Eres peor que un animal!- Seth desenvaino una daga de su cinto y la colocó en la barbilla del chico.

- Cuidado esclavo me estas colmando la paciencia. Solo porque eres apreciado por el faraón no significa que no pueda ponerte en tu lugar.- Las sogas de Ryo eran cortadas por el sacerdote. – Vete, el faraón no vendrá esta noche. – Ryo no creía lo que estaba pasando, era increíble la actitud del sacerdote. Frotó sus muñecas y salió de la habitación dejando solo al sacerdote.

- Tengo que buscar a Bakura. – Corrió una vez más a la biblioteca encontrando al par de hermanos.

- Ryo que bueno que estas aquí. - Serenity sonreía ante la presencia de su amigo.

- Hace unos momentos Bakura preguntó por ti se veía muy preocupado. – Joseph colocaba una mano sobre el hombro del chico en señal de alegría. Los ojos de Ryo brillaban al escuchar lo anterior.

- ¿No saben a dónde se dirigió? – Joseph rascaba su cabeza desconocía la respuesta.

-¡Ah! – Los gritos de una mujer se escuchaban por todo el palacio. – ¡Ayuda! ¡Por favor alguien!-

Los tres chicos corrieron fuera de la biblioteca, notaron como varios guardias se dirigían a una de las salidas del palacio, acto que repitieron Ryo, Serenity y Joseph.

La doncella cubría sus ojos llenos de horror. - ¡Es un asesino! – Los chicos apenas podían ver lo que pasaba los guardias impedían ver lo que pasaba. Joseph pudo abrirse paso, quedando helado ante la escena que presenciaba. Simplemente no podía creer lo que veía.

-¿Joseph que es lo que pasa?- Serenity se llevaba una mano a la boca. Trató de impedir que Ryo se acercara pero era demasiado tarde.

Ryo sintió como todo su mundo terminaba de desplomarse. Su corazón casi se le salía del pecho de lo rápido que latía. Justo a los pies de la escalinata pudo observar un cadáver, en su pecho estaba enterrado un cuchillo cuyo pomo podía reconocer fácilmente. Ese cuchillo que unas horas atrás había utilizado para cortar un mechón de su cabello.

El tiempo pasaba muy lento lo más horroroso de todo era ver como Bakura en un estado no muy conveniente era custodiado por un par de guardias al lado del cuerpo de su padre cuya sangre goteaba por las escaleras del pórtico.

-¡No!- Ryo corrió hasta hincarse frente a su padre, abrazando con todas su fuerzas al ser que tanto quería. Por un momento pensó que todo era una pesadilla que pronto despertaría y que al abrir los ojos él estaría recostado en la cama de su vieja choza y volvería a ver a su padre preparando a los camellos para continuar su viaje por el desierto. Sus manos comenzaron a mancharse de sangre lo que lo hizo volver a la realidad.

-¡Ryo! – El chico no escuchaba la voz de Serenity quien gritaba a lo lejos mientras le impedían acercarse por más que ella lo quisiera. Ryo ya no sentía como los guardias intentaban separarlo de su padre sin éxito, todo se había acabado para él. Su padre había muerto a manos de la persona que más apreciaba. Shada apareció en el lugar tras la desesperación de Joseph. Alejó a los guardias y se hincó cerca de Ryo.

- Es momento de dejarlo ir. - Susurraba Shada a su oído. Ryo observó por última vez el rostro de su padre y cerró sus ojos con una de sus manos. El chico soltó un grito de dolor y abrazó a Shada quien lo confortó y lo levantó para retirarlo.

Bakura tenía dificultad para mantenerse despierto pero los gritos y la revuelta lo hicieron reaccionar de su sopor.

-¿Qué pasa?- Bakura apenas abría los ojos cuando uno de los guardias lo golpeaba en el rostro. – Eres un bastardo.- Reclamaba Bakura al guardia.

- Guarda silencio. Asesino.

- ¿De qué hablas? – El guardia se apartó y Bakura finalmente pudo verlo todo. No sabía cómo había llegado a ese lugar. Lo último que recordaba era su viaje hacia el mural y después… No lo sabía. Todo su cuerpo estaba cansado y adolorido. Al mirar su cuchillo enterrado en ese hombre desconocido comprendió en el problema en el que estaba metido.

- Suéltenme yo no hice esto. - Solo pudo ver a lo lejos como Shada llevaba a Ryo al interior del palacio. – ¡Ryo! - Por unos segundos Ryo detuvo su paso para mirar a Bakura pero Shada insistió en seguir caminando.

Serenity y Joseph lo veían con incredulidad hasta que finalmente le dieron la espalda para seguir a Shada. Bakura intentó alcanzarlos pero los guardias lo sujetaron fuertemente de los brazos y un tercero le dio un golpe en el abdomen haciéndolo doblarse del dolor.

-Llévenlo a los calabozos y enciérrenlo. Esperaremos hasta que el faraón Atem indique el día de su ejecución.

- ¿No lo entiendes animal? ¡YO NO HICE ESTO! - Bakura fue llevado entre golpes y tirones hacia las mazmorras.

- Esto tan solo es el comienzo del fin. Dejemos que las fichas caigan por su cuenta una a una. – Kisara hablaba a Seth mientras ambos observaban desde la parte alta del palacio todo lo que ocurría.

CONTINUARA.